XIII
Era un inmenso cilindro metálico gris que giraba rápidamente. Estaba apoyado en él. Encima, a ambos lados, y también visibles mientras el cilindro giraba, había otros cilindros grises. Tras ellos el cielo era de un rosa pálido.
Entre cada par de cilindros había tres rayos brillantes de luz malva. Comenzaban a unos tres metros de las terminaciones de los cilindros y del centro. De vez en cuando brotaban luces coloreadas a lo largo de los rayos y los recorrían arriba y abajo. En tonos rojos, anaranjados, negros, blancos y purpúreos, brotaban como auténticas luces y luego recorrían los rayos como si pasasen a través de una cuerda invisible. Cuando llegaban a un punto situado a unos cuatro metros de los cilindros, relampagueaban y rápidamente se extinguían.
Wolff cerró los ojos luchando contra el desconcierto y el mareo. Cuando los abrió de nuevo, vio que los otros habían cruzado también la puerta. Ariston y Tharmas cayeron sobre la superficie y se sujetaron con todas sus fuerzas. Theotormon quedó sentado como si temiese que el giro pudiese lanzarle fuera de la superficie metálica hacia el espacio situado entre los cilindros. Sólo Vala no parecía afectada. Sonreía, aunque podía ser sólo una exhibición de valor.
Aunque fuese así, era digna de admiración por su serenidad.
Wolff estudió la situación lo mejor que pudo. Los cilindros eran todos del tamaño de rascacielos.
Wolff no comprendía cómo no salían todos lanzados inmediatamente por la fuerza centrífuga. Aquellos cuerpos no debían tener, sin duda, mucha gravedad.
Sin embargo, la tenían.
Quizás (o quizás no), Urizen hubiese establecido un equilibrio de fuerzas que permitiese que objetos de gravedades tan fuertes no se precipitasen unos contra otros. Quizás las luces coloreadas que recorrían los rayos fuesen manifestaciones del continuo reequlibrio de fuerzas estáticas y dinámicas que mantenían aquellos pequeños pero pesados cuerpos.
Wolff sólo sabía que la ciencia que los Señores habían heredado estaba muy por encima de lo que sabían los terrestres.
Debía haber miles, quizás cientos de miles, de cilindros de aquéllos. Estaban separados aproximadamente kilómetro y medio entre sí y giraban sobre sus propios ejes y variaban de posición lentamente unos respecto a otros en una complicada danza.
Desde lejos, pensó Wolff, los cuerpos independientes deben parecer una masa sólida. Debía ser uno de los planetas que había contemplado desde el mundo acuático.
Aquello tenía una ventaja. En un mundo tan pequeño no tendrían que alejarse mucho para encontrar las próximas puertas. Aunque, por otra parte, no parecía probable que Urizen les facilitase las cosas.
Wolff retrocedió hasta la puerta e intentó pasar por ella de nuevo. Tal como esperaba, sólo le permitió cruzar el quicio para volver al cilindro. Se giró y comprobó su otro lado, sólo para descubrir que era igualmente inútil. Luego se puso a buscar las puertas caminando alrededor de la circunferencia. Y cuando llevaba recorrida menos de la mitad, vio los dos hexágonos.
Estaban en un extremo y colgaban a unos centímetros por encima de la superficie; el pálido cielo resplandecía rosado entre la parte inferior del marco y la superficie del cilindro. Caminó con los otros hacia ellas. Mantenía la vista fija en las puertas intentando no ver los cambiantes objetos que giraban a su alrededor.
Wolff iba el primero y fue por tanto el primero en percibir la conducta inesperada de los hexágonos gemelos. Cuando llegó a unos veinte metros de ellos, comenzaron a desplazarse. Aumentó su velocidad; las puertas mantenían exactamente la misma distancia. Cuando echó a correr, aumentaron su velocidad, pero aun así consiguió ganar algo. Se detuvo; las puertas se detuvieron también. Se lanzó de nuevo hacia ellas y comenzaron a desplazarse con la misma rapidez. Al aumentar su velocidad volvió a ganar terreno.
Los otros Señores le seguían. Los pies pegados a la superficie metálica, sus jadeos silbando en el aire. Wolff volvió a parar. Las puertas se detuvieron. Los otros Señores, excepto Vala, se agruparon a su alrededor.
—¡Los! Primero nos mata de hambre… ahora quiere matamos de cansancio.
Wolff esperó a recuperar el aliento, luego dijo:
—Creo que podemos alcanzarlas. Cuando voy más deprisa su velocidad comienza a disminuir. Es una disminución proporcional. Pero creo que puedo correr lo suficiente y durante suficiente tiempo para alcanzarlas. ¿Quién es el más rápido de todos?
—Yo siempre os ganaba a todos corriendo —dijo Luvah—. Pero ahora estoy tan cansado y tan débil…
—Inténtalo —dijo Wolff.
Luvah sonrió inseguro y avanzó hacia las puertas. Éstas comenzaron a moverse. Luvah aumento la velocidad y desapareció por la curva del cilindro. Wolff se volvió y corrió en dirección opuesta. Detrás de él fue Vala. Aumentó la velocidad, y entonces vio a Luvah y vio las puertas. Luvah estaba a unos tres metros de ellas, pero su velocidad disminuía. Y como sus piernas se negaban a moverse según su voluntad y la respiración le fallaba, las puertas se alejaban de él.
Wolff se situó detrás de las puertas. Cuando se acercó a ellas tanto como Luvah, las puertas se deslizaron de lado, como jabón mojado entre las manos. Vala avanzó en ángulo hacia ellas, pero las puertas la esquivaron. Los jadeantes Señores se detuvieron, formando tres vértices de un cuadrado con las puertas como cuarto vértice.
—¿Dónde están los demás? —preguntó Wolff.
Luvah indicó con un dedo. Wolff miró a su alrededor y los vio avanzar torpemente por la curva de aquel mundo minúsculo. Les llamó, y su voz sonó extraña en aquella extraña atmósfera. Luvah comenzó a avanzar hacia ellos pero se detuvo al oír la orden de Wolff.
Ariston, Tharmas y Rintrah se dispersaron. Siguiendo instrucciones de Wolff, formaron un pentágono con las puertas a los extremos de dos lados. Luego todos comenzaron a acercarse. Mantenían la misma distancia entre sí y avanzaban al mismo ritmo. Las puertas oscilaban adelante y atrás pero no se escurrían.
Tras dos minutos de lento y paciente avance, los Señores pudieron agarrarse al quicio. Esta vez, Wolff no se molestó en pedir a Vala que eligiese una puerta. Cruzó la izquierda.
Los otros le siguieron y su desilusión reflejó la de él. Estaban en otro cilindro y al fondo había otro par de puertas.
De nuevo iniciaron la agotadora persecución. De nuevo cruzaron una puerta, esta vez la de la derecha. De nuevo se encontraron en otro cilindro.
Esto ocurrió cinco veces. Los Señores se miraban entre sí con ojos enrojecidos por la fatiga. Les temblaban las piernas, les dolía el pecho. Estaban cubiertos de sudor y tan secos por dentro como un viento sahariano. Apenas sí podían agarrarse a los hexágonos.
—No podremos continuar mucho tiempo —dijo Rintrah.
—Eso ya lo sabemos —dijo Vala—. Intenta decir algo original por una vez.
—Está bien, tengo tanta sed que me bebería tu sangre. Y puede que lo haga si no encuentro agua pronto.
—Si te acercas —dijo Vala, entre risas— te atravesaré con esta espada. Puede que tu sangre apeste, pero por lo menos será líquida.
—Escuchad —dijo Wolff—, al parecer siempre elegimos la puerta que nos lleva a un sitio distinto del bastión de Urizen. Quizás debiésemos dividimos esta vez. Al menos alguno podría llegar hasta nuestro padre.
Los otros se opusieron, con la sola excepción de Vala y Luvah.
—Yo atravesaré una puerta con Vala y Luvah —dijo por fin Wolff—. Los demás iréis por la otra. Eso es todo.
—¿Por qué Vala y Luvah? —preguntó Theotormon; le miraba con suspicacia y había en su voz un tono quejumbroso—. ¿Por qué ellos? ¿Sabéis algo los tres que los demás no sepamos? ¿Estáis planeando abandonamos?
—Elijo a Luvah porque es el único en quien puedo confiar… creo —dijo Wolff—. Y Vala es, como ella ha dicho más de una vez, el mejor hombre de todos vosotros.
Los dejó murmurando y, con su hermana y Luvah, cruzó la puerta izquierda. Al cabo de unos minutos la cruzaron los otros. Parecían desconcertados al ver a Wolff, Luvah y Vala.
—Pero nosotros entramos por la puerta de la derecha —dijo Rintrah.
Vala se echó a reír.
—Nuestro padre —dijo— nos ha jugado otra mala pasada. Las dos puertas llevan al mismo cilindro. Sospecho que sucederá lo mismo con todas.
—¡Está jugando sucio! —dijo Ariston. Al oír esto, Wolff y Luvah se echaron a reír, y luego se rieron todos, salvo Ariston.
Cuando se aplacaron las risas (en las que había una nota de desesperación), Wolff dijo:
—Quizás me equivoque, pero creo que cada uno de los miles de cilindros de este extraño mundo tiene un par de puertas. Y si continuamos haciendo lo mismo, tendremos que cruzarlas todas. Si es que no morimos antes. Tenemos que pensar algo nuevo.
Hubo un silencio. Se sentaron unos y se tendieron otros en la dura superficie metálica gris y siguieron girando, los cilindros sobre ellos girando también en una zarabanda muda, y los hexágonos gemelos del fondo como una burla.
—No creo —dijo por fin Vala— que nos haya metido en un callejón sin salida. No sería propio de nuestro padre poner fin al juego quedándonos aún un átomo de aliento y de capacidad de lucha. Creo que pretende hacernos pasar por un calvario hasta que nos derrumbemos. Y estoy segura de que piensa permitimos encontrar al final la puerta que lleva a su bastión. Debe tener planeada una recepción especial, y le desilusionaría mucho no poder brindárnosla.
»Por lo tanto creo que no hemos utilizado nuestro ingenio. Evidentemente, estas puertas llevan sólo a otras puertas y a otros cilindros. Es decir, nos llevarán a eso si las cruzamos del modo habitaul, por el lado que está tachonado de joyas. Pero ¿y si las puertas fuesen bipolares? ¿Y si por el otro lado pudiésemos llegar a dónde queremos ir?
—Lo comprobé —dijo Wolff— la primera vez que cruzamos.
—Sí, comprobaste la primera puerta. Pero ¿has comprobado alguna de las puertas dobles?
Wolff hizo un gesto negativo y dijo:
—El agotamiento y la sed agotan mi ingenio. Debí pensarlo. Después de todo, es lo único que nos queda por intentar.
—Entonces levantémonos y a por ellas —dijo Vala—. Reunid toda vuestra fuerza; ésta puede ser la salida de este mundo diabólico.
Una vez más acorralaron las puertas hexagonales y se agarraron a los quicios. Vala fue la primera en cruzar por el lado opuesto al tachonado de gemas. Desapareció y Wolff la siguió. Al ver otro cilindro, sintió que sus ánimos se desvanecían, pero luego vio la puerta al fondo y supo que habían elegido el camino correcto.
Había sólo un hexágono dorado. También éste estaba a unos cuantos centímetros por encima de la superficie. Pero giraba y giraba sobre su eje, completando un ciclo cada segundo y medio.
Los otros pasaron también, maldiciendo al comprender que seguían en un mundo giratorio. Pero cuando vieron la puerta única algunos respiraron con alivio; otros se deprimieron aun más ante la perspectiva de tener que enfrentar un nuevo peligro.
—¿Por qué gira? —preguntó débilmente Ariston.
—No lo sé exactamente, hermano —contestó Vala—. Pero, conociendo a nuestro padre, diría que la puerta sólo tiene un lado seguro. Es decir, si elegimos el lado correcto, podremos cruzar sin peligro. Pero si elegimos el otro… daos cuenta de que en ninguno de los dos lados hay joyas; ambos son lisos. Así que no hay modo de diferenciar uno de otro.
—Estoy tan agotado que me da igual —dijo Ariston—. Daría la bienvenida a la muerte. Dormir eternamente, libre de este calvario; eso es lo único que deseo.
—Si de veras quieres eso —dijo Vala—, debes ser el primero que cruce la puerta.
Wolff no dijo nada, pero los otros apoyaron rápidamente la propuesta de Vala. Ariston no pareció entonces tan deseoso de morir; dijo que no era tan idiota como para sacrificarse por ellos.
—No sólo eres débil sino también cobarde, hermano —dijo Vala—. Está bien, pasaré yo primero.
Irritado, Ariston avanzó hacia el hexágono giratorio pero se detuvo a unos pasos de él. Se quedó inmóvil contemplándolo mientras Vala le gritaba. Por fin Vala le dio un empujón tan violento que Ariston se tambaleó y cayó sobre la superficie gris. Luego Vala se acuclilló ante la puerta y la estudió atentamente durante varios minutos. De pronto se lanzó hacia adelante y cruzó, de cabeza, la abertura. La puerta continuó girando.
Ariston se levantó sin mirar a los otros ni contestar a sus insultos. Avanzó hacia la puerta, las rodillas dobladas, y se lanzó de cabeza.
Y salió por el otro lado, cayendo sobre la gris superficie.
Wolff, el más próximo a él, le dio la vuelta.
Ariston tenía la boca abierta, la mirada vidriosa, la piel grisácea.
—Se equivocó de puerta —dijo Wolff—. Ahora sabemos qué clase de puerta es ésta.
—¡Esa perra de Vala tiene mucha suerte! —dijo Tharmas—. ¿Os fijasteis por qué lado entró?
Wolff hizo un gesto negativo. Estudió la estructura bajo la luz rosacea. No había ninguna señal que permitiese diferenciarlas. Wolff habló con Luvah y ambos cogieron el cuerpo de Ariston por los pies y los hombros. Lo balancearon hasta que, a una señal de Wolff, lo soltaron a la vez. Cruzó la estructura y salió al otro lado y cayó sobre la superficie.
Wolff y Luvah lanzaron otra vez el cuerpo. Esta vez no reapareció.
—¿Has llevado la cuenta? —dijo Wolff a Rintrah.
Rintrah asintió con un gesto.
—Alza un dedo y cuando llegue la abertura correcta, bájalo. ¡Hazlo rápidamente!
Rintrah esperó hasta que la puerta hizo dos giros más y entonces bajó el dedo. Wolff se lanzó por la puerta, esperando que Rintrah no se hubiese equivocado. Cayó sobre el cuerpo de Ariston. Oyó un rumor de mar y vio sobre él un cielo rojo. Vala estaba de pie al lado y se rio suavemente, como si le hiciese realmente gracia la broma de su padre.
Estaban otra vez en una isla del mundo acuático.