Delante de mí hay un hombre, y no una mujer, aunque las mujeres que se quedaron en la orilla con Hilal seguramente tienen el mismo poder que él. No cuestiono su presencia, ambos sexos poseen el mismo don de entrar en contacto con lo desconocido, siempre que estén abiertos hacia su «lado femenino». Mi falta de entusiasmo en venir hasta aquí fue porque sé cómo la humanidad se apartó del origen, del contacto con el Sueño de Dios.

Está encendiendo el fuego en un agujero que protegerá las llamas del viento que no deja de soplar, coloca una especie de tambor a su lado, abre una botella con algún tipo de líquido que desconozco. El chamán en Siberia —donde se originó el término— sigue los mismos rituales que el brujo en los bosques de la Amazonia, que los hechiceros en México, que los sacerdotes de candomblé africano, que los espiritistas de Francia, que los curanderos de las tribus indígenas americanas, que los aborígenes de Australia, que los carismáticos de la Iglesia católica, que los mormones de Utah y así sucesivamente.

En esa semejanza reside la gran sorpresa de esas tradiciones que parecen vivir en eterno conflicto unas con las otras. Se encuentran en un único plano espiritual y se manifiestan en diversos lugares del mundo, aunque jamás se hayan comunicado en el plano físico. Ahí está la Mano Superior que dice:

«A veces mis hijos tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no oyen. Así, les exigiré a algunos que no sean sordos ni ciegos para mí. Aunque sea un precio alto, serán los responsables de mantener viva la Tradición, y un día Mis bendiciones volverán a la Tierra».

El chamán empieza a tocar su tambor de manera rítmica, aumentando ligeramente la cadencia. Le dice algo a Yao, que después me traduce:

—No ha utilizado ese término, pero el ki llegará con el viento.

El viento aumenta. Aunque estoy bien abrigado —anorak especial, guantes, gorro de lana gorda y bufanda que sólo me deja los ojos a la vista—, no es suficiente. Mi nariz parece haber perdido la sensibilidad, pequeños cristales de hielo se acumulan en mis cejas y en la perilla. Yao está sentado sobre sus piernas, con una postura elegante. Intento hacer lo mismo, pero cambio de posición todo el rato, ya que los pantalones que llevo son comunes y el viento atraviesa el tejido y me adormece los músculos, produciéndome calambres dolorosos.

Las llamas danzan salvajemente, pero se mantienen encendidas. El ritmo del tambor se acelera. En este momento el chamán intenta hacer que su corazón acompañe los golpes de su mano en el cuero del instrumento, cuya parte inferior tiene una abertura para que puedan entrar los espíritus. En las tradiciones afrobrasileñas, ése es el momento en el que el médium o sacerdote deja salir su alma, permitiendo que otra entidad más experimentada ocupe su cuerpo. La única diferencia es que en mi país no hay un momento exacto para que aquello que Yao llamó ki se manifieste.

Dejo de ser un mero observador y decido participar en el trance. Procuro que mi corazón también acompañe los golpes, cierro los ojos, vacío mi pensamiento, pero el frío y el viento me impiden llegar más lejos. Tengo que cambiar otra vez de posición; abro los ojos y veo que ahora tiene algunas plumas en la mano que sujeta el tambor, posiblemente de un raro pájaro local. Según las tradiciones en todos los lugares del mundo, los pájaros son mensajeros de lo Divino. Son ellos los que ayudan al hechicero a subir hasta lo alto y a hablar con los espíritus.

Yao también tiene los ojos abiertos; el éxtasis es del chamán, y sólo suyo. El viento aumenta de intensidad y yo siento cada vez más frío, pero el chamán está impasible. El ritual continúa: abre una botella con un líquido que me parece de color verde, bebe, se la da a Yao, que también bebe y me la pasa. Por respeto, hago lo mismo: pruebo aquella mezcla azucarada, con una ligera graduación alcohólica, y le devuelvo la botella al chamán.

El ritmo del tambor continúa, interrumpido sólo por dibujos que el hombre garabatea en el suelo. Nunca he visto esos símbolos, me recuerdan a algún tipo de escritura desaparecida hace mucho tiempo. De su garganta salen ruidos extraños, que parecen voces de pájaros ampliadas muchas veces. El tambor suena cada vez más fuerte y más rápido; ahora parece que el frío no me molesta tanto y de repente el viento se detiene.

Nadie tiene que explicarme nada: lo que Yao llama ki acaba de presentarse. Los tres nos entrevemos, hay una especie de calma, la persona que está frente a mí no es la misma que condujo el barco o que le pidió a Hilal que se quedase en la orilla: sus facciones han cambiado, dándole un aire más joven y femenino.

Durante un tiempo que no puedo precisar, él y Yao hablan en ruso. Un destello aparece en el horizonte, está saliendo la luna. La acompaño en su nuevo viaje por el cielo, los rayos plateados se reflejan en las aguas del lago, que de repente están tranquilas. A mi izquierda, se encienden las luces de la pequeña aldea. Estoy tranquilo, procurando absorber lo máximo de este momento que no esperaba vivir, pero que estaba en mi camino, como muchos otros. Ojalá lo inesperado tenga siempre esa apariencia tan bonita y pacífica.

Finalmente —usando a Yao como traductor— el chamán me pregunta qué he venido a hacer.

—Acompañar a un amigo que prometió volver aquí. Rendirle respeto a su arte. Y poder contemplar el misterio a su lado.

—El hombre que está a tu lado no cree en nada —dice el chamán, siempre traducido por Yao—. Ha venido aquí varias veces para hablar con su esposa y, aun así, no cree. ¡Pobre mujer! En vez de poder caminar junto a Dios mientras espera el momento de su regreso a la Tierra, tiene que volver constantemente para consolar a este infeliz. ¡Deja el calor del Sol divino y afronta este miserable frío de Siberia porque el amor no la deja partir!

El chamán suelta una carcajada.

—¿Por qué no se lo explicas a él?

—Ya se lo he explicado. Pero tanto él como la mayoría de la gente que conozco no se conforman con lo que consideran una pérdida.

—Puro egoísmo.

—Sí, puro egoísmo. Quieren que el tiempo se pare o que vuelva atrás. Y por culpa de eso no dejan que las almas caminen hacia adelante.

El chamán suelta otra carcajada.

—Mató a Dios en el momento en que su mujer pasó a otro plano. Volverá aquí una, dos, diez veces e intentará volver a hablar con ella. No viene a pedir ayuda para entender mejor la vida. Quiere que las cosas se adapten a su manera de ver la vida y la muerte.

Hace una pausa. Mira a su alrededor. Ya es completamente de noche, la escena está iluminada solamente por la luz de las llamas.

—No sé curar la desesperación cuando la gente encuentra consuelo en ella.

—¿Con quién hablo?

—Tú crees.

Repito la pregunta.

—Valentina.

Una mujer.

—El hombre que está a mi lado puede ser un poco alocado cuando se trata del espíritu, pero es un ser humano excelente, preparado para vivirlo casi todo, menos lo que llama la «muerte» de su esposa. El hombre que está a mi lado es un buen hombre.

El chamán asiente con la cabeza.

—Tú también. Has acompañado a un amigo que está a tu lado hace mucho tiempo. Mucho antes de que os conocieseis en esta vida. Como yo también te conozco desde hace mucho tiempo.

Otra carcajada.

—Nosotros tres ya nos hemos visto en otro lugar, antes de enfrentarnos juntos al mismo destino, eso que tu amigo llama «muerte», en una batalla. No sé en qué país, pero fueron heridas de bala. Todos los guerreros vuelven a encontrarse siempre. Forma parte de la ley divina.

Echa algunas hierbas al fuego, explicando que ya lo hicimos en otra vida, sentarnos alrededor de la hoguera para hablar de nuestras aventuras.

—Tu espíritu habla con el águila del lago Baikal, que lo mira y lo vigila todo, ataca a los enemigos, protege y defiende a los amigos.

Como para confirmar sus palabras, oímos un pájaro a lo lejos. La sensación de frío ha sido sustituida por bienestar. Vuelve a tendernos la botella.

—La bebida fermentada está viva, va de la juventud a la vejez. Cuando llega a la madurez es capaz de destruir el Espíritu de la Inhibición, el Espíritu de la Falta de Relaciones Humanas, el Espíritu del Miedo, el Espíritu de la Ansiedad. Sin embargo, si se bebe más de la cuenta, se rebela y trae el Espíritu de la Derrota y de la Agresión. Todo es una cuestión de saber el punto que no se debe sobrepasar.

Bebemos y celebramos.

—En este momento tu cuerpo está en la tierra, pero tu espíritu está conmigo aquí en las alturas, y eso es todo lo que puedo ofrecerte: un paseo por los cielos del Baikal. No has venido a pedirme nada, por tanto no te daré nada aparte de este paseo. Espero que te inspire para seguir haciendo lo que haces.

»Sé bendecido. De la misma manera que estás transformando tu vida, transforma la de los demás a tu alrededor. Cuando te pidan, no olvides dar. Cuando llamen a tu puerta, no dejes de abrir. Cuando pierdan algo y se dirijan a ti, haz lo que puedas y encuentra lo que se haya perdido. Pero antes pide, llama a la puerta y descubre todo lo que está perdido en tu vida. Un cazador sabe lo que le espera: devorar la presa o ser devorado por ella.

Hago un gesto afirmativo con la cabeza.

—Ya has vivido eso antes y volverás a vivirlo muchas veces —continúa el chamán—. Un amigo de tus amigos es amigo del águila del Baikal. No va a pasar nada especial esta noche; no vas a tener visiones, ni experiencias mágicas, ni trances para comunicarte con los vivos ni con los muertos. No vas a recibir ningún poder especial. Simplemente estarás exultante de alegría mientras el águila del Baikal le muestra el lago a tu alma. No ves nada, pero tu espíritu en este momento se regocija en las alturas.

Mi espíritu se regocija en las alturas y no veo nada. No es necesario: sé que dice la verdad. Cuando vuelva al cuerpo, será más sabio y estará más tranquilo que nunca.

El tiempo se para, porque ya no soy capaz de contarlo. Las llamas se mueven, proyectando extrañas sombras en la cara del chamán, pero yo no estoy sólo allí. Dejo que mi espíritu pasee, lo necesitaba, después de tanto esfuerzo y de tanto trabajo a mi lado. Ya no siento frío. Ya no siento nada; soy libre y así seguiré mientras el águila del Baikal sobrevuela el lago y las montañas nevadas. Lástima que el espíritu no me pueda contar lo que ha visto; pero, después de todo, no tengo necesidad de saber todo lo que me pasa.

El viento empieza a soplar de nuevo. El chamán hace una profunda reverencia de la tierra hacia el cielo. El fuego, que estaba tan bien protegido, de repente se apaga. Miro hacia la luna bien alta en el cielo, puedo ver el bulto de varios pájaros volando a nuestro alrededor. El hombre ha envejecido otra vez, parece cansado, está metiendo el tambor en una gran bolsa bordada.

Yao se acerca a él, mete la mano en el bolsillo izquierdo, saca un puñado de monedas y de billetes. Yo hago lo mismo.

—Mendigamos por el águila del Baikal. Aquí está lo que recibimos.

Hace una reverencia, agradece el dinero y bajamos sin prisa hacia el barco. La isla sagrada de los chamanes tiene su espíritu propio, está oscuro y nunca sabemos si estamos poniendo el pie en el lugar correcto.

Cuando llegamos a la orilla, buscamos a Hilal, y las dos mujeres nos explican que ya ha vuelto al hotel. Sólo entonces me doy cuenta de que el chamán no mencionó ni una sola palabra sobre ella.