Encontró caridad y refugio en los pueblos de la comarca del Pando, donde las gentes vivían del cereal y el silencio, lo que las emparentaba con las comunidades que en el secano ni desperdiciaban las palabras ni echaban un grano en falta, prevalecidas de una mentalidad ahorrativa, que para muchos forasteros no dejaba de ser una actitud roñosa, por mucho que la caridad fuese una virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión.

De pueblo en pueblo la hermana Coralina fue destejiendo lo que ya parecía una existencia espuria, como si el discurrir de las jornadas ya no residiese en la necesidad de seguir viviendo sino de vegetar en lo que ella había percibido, antes de hacer los votos, como una emulación de la nada más absoluta que, en el estado religioso, no sería otra cosa que el vacío sagrado con el que el Señor premia a los fieles más provectos, aquellos que nada piden porque nada quieren y se conforman con unas sandalias y un mandil.

13

Fue en el cuartelillo de Eritrea donde los reos de la Penitenciaría del Cejo acabaron pasando a mejor vida después de declarar con un grado de congelación que los esquilmaba, a pesar de que la estufa del cuartelillo estaba bien alimentada y les habían proveído de buenas mantas, donde la hermana Coralina confesó, sin siquiera ser requerida a una declaración, ya que contra ella no había sospechas, ni el comandante del puesto tenía la menor gana de escuchar a nadie, dadas su congénita sordera y las malas pulgas que se gastaba.

Los reos del Cejo prefirieron unificar la declaración antes de pasar a mejor vida, dejando aparte la circunstancia, ahora sí mejor conformada como calidad o requisito, de haber dejado de existir en situaciones variadas cada uno de ellos y, en los tres casos, por decisión propia, al no haber recibido la gracia esperada de su indulto o perdón, pero manteniendo la pretensión de obtener los frutos de esa otra gracia que supondría el favor sobrenatural y gratuito para que Dios los recibiera en el camino de la salvación.

—Es una gracia —dijo el más avispado de ellos, el que se suicidó en la celda cuando lo trasladaron de la Penitenciaría de Olencia a la del Cejo, sin que en la celda hubiera rastro de objeto alguno para consumar tal despropósito, ni al registrarlo encontraran los guardias otra cosa que unos puñados de arena en las botas y una petaca y un librillo en los bolsillos del pantalón, además de un preservativo usado y un peine, migas de pan y piedras preciosas— que nos gustaría alcanzar para que finalmente quedara transcendida esta derrota humana que no presenta opciones de expiación, ya que la maldad de la que somos deudores tampoco presenta opciones de arrepentimiento y en las conclusiones a que pudieron llegar los jueces que decidieron nuestras condenas, en las sentencias pertinentes que no admitían recursos, ni había piedad, ni se tomaba en consideración el estado de necesidad en que pudimos hallarnos al cometer los delitos, lo que redoblaba la mala conciencia, el dolo dañoso, nuestra misma pobreza de espíritu.

—Nada que añadir —dijo el segundo reo, tras mostrar su acuerdo con lo declarado por el suicida—, a no ser la súplica de que se haga lo posible para que mi familia no se entere de esta penalidad que tanto me avergüenza, ya que de una familia estructurada y numerosa se trata, y en nada la beneficiaría la catadura de un vástago de mis características y aplomo.

—Me sumo a lo declarado —asintió el otro reo, muy remiso— haya o no gracia y seamos o no seamos los prófugos del Cejo que menos tienen que perder y menos también que ganar, sabiendo como sabemos que al espíritu le sobra lo que la razón no entiende, y que lo que tenemos lo hemos repartido a partes iguales.

14

La hermana Coralina escuchó conmovida a los reos huidos de la Penitenciaría del Cejo, y su ánimo se elevó para hacer la confesión que no se habría atrevido a hacer a la comunidad comanditaria del Convento de la Solicitud, donde sus votos habían sido ruegos y deprecaciones para pedir a Dios la gracia y, a la vez, prometimientos del estado religioso que comprometían sus íntimas capitulaciones.

—Confieso —dijo con los brazos en cruz, sin quitarse la gorra con que finalmente las hermanas habían sustituido a las tocas, cuando se anunció el cierre del Convento— que en la Solicitud tuve malos pensamientos y peores ideas, siendo perseguida con saña por la hermana Columbaria, que tenía la cabeza a pájaros y las cartas de la baraja marcadas cuando jugábamos al tresillo. Confieso que la empujé en el corredor, cayó de cabeza al patio, sin que ninguna tuviera tiempo de santiguarse. Puede decirse que murió en el acto, sin que en la nieve donde estaba estrellada quedase la mínima huella de sangre. La nieve la enterró y así la vimos desaparecida sin que nadie rechistara, y aunque revolotearan desairados los pájaros en el campanario. No busco exculparme, bien muerta está. De sus burlas me recato. En sus votos orino. La penitencia es una huella bastarda. En las virtudes hay mucho que cortar. La expiación se vende en los atrios y en los portales. Por un quítame allá esas pajas hubo peores calamidades, las guerras púnicas sin ir más lejos. No hay culpa donde no hay vergüenza. Hay gente para todo, a los menos conocidos es a los que más respeto, y muy especialmente a los hermanos que en el Cejo se cortaron las venas y a los tres que aquí he visto dejados de la mano de Dios. Con su sangre vivificaron el orden numeroso de los montes y las cañadas. Fueron fugitivos congelados y algunos bichos ruines no entendieron su sacrificio ni respetaron sus partes. Me acojo a la santidad que propagan y al beneficio de la duda. Díganme ahora dónde tengo que firmar la confesión, pero antes déjenme ir al baño, la cistitis está en la cuenta de las hermanas comanditarias y seguiré dentro de la orden hasta que todos los círculos se hayan cerrado.