Capítulo 21
O
A las diez y media del sábado, Oliver, a lo lejos, vio a Emma salir de su BMW plateado. Nada más dar unos pasos levantó la bota para mirar lo que fuera que acababa de pisar. El chico se rio con ganas. La vio tomar la mochila del asiento de atrás y murmurar algo mientras atravesaba el aparcamiento del colegio en ruinas donde M.L.D. estaba colaborando.
Emma cruzó el agujero de una cerca de alambre, alzó la mirada y lo descubrió observándola. Le dedicó una mirada pícara.
—Ollie, me alegro de que seas tan adorable. —Miró a su alrededor, a las paredes naranjas descoloridas del colegio y el mobiliario oxidado del patio—. Porque esto es una porquería.
El joven volvió a reírse y soltó el portapapeles en una mesa de pícnic astillada. A continuación cubrió la distancia que los separaba y posó las manos en las mejillas de su novia.
—Me alegro mucho —dijo, besándola—, muchísimo, de verte. ¿Cómo es que has decidido venir?
—Para animarte: «¡Pinta, dale con el martillo, sí!». Además, ya sabes que estás muy sexi con esa camiseta.
—¿Con este trapo?
Emma soltó la mochila y lo abrazó; le acarició la espalda de una forma que lo volvía loco.
—Mmm... —murmuró la chica cuando se separaron—. ¿Te diviertes aquí?
Oliver tiró de ella hasta un lugar un poco más apartado.
—La coordinadora del voluntariado en este colegio es una bruja. Nada de lo que hemos hecho en toda la mañana le parece bien. Probablemente ahora me esté observando y juzgando cómo ladeo la cabeza cuando te beso.
Emma miró a su alrededor, pero no vio a la mujer. Gracias al cielo. Deslizó un dedo por el brazo del joven y jugueteó con la palma de la mano.
—Si acaso necesitas un dedo que te indique qué hacer..., ya sabes —bromeó Emma.
Oliver sonrió, le echó el brazo por encima y le besó el cuello.
—Uf, gracias —respondió, haciéndola reír.
—¿Qué hacen Harley y Fin?
Oliver señaló con las manos entrelazadas de su novia al otro lado del patio, donde Harlan y Finley se encontraban con brochas delante de una pared llena de pintadas callejeras. Él pintó una raya amarilla en el brazo de Finley, la chica le dio un golpe con la cadera y siguió con lo suyo. Emma les hizo una foto y se la mostró a Oliver. Salía un poco borrosa por la distancia, pero se dio cuenta de que Harlan sonreía y el pelo de Finley le tapaba un rostro también sonriente.
Emma recuperó el móvil y empezó a publicar la foto en todas sus redes sociales. Oliver la miró por encima del hombro, aliviado de que la cara de su amiga no se reconociera.
¿Mi hermano pequeño @HarlanCrawford enamorado? #Estonotieneprecio #Voluntariado #MLDChicago
Oliver se quedó mirando el tuit más tiempo de lo necesario. Sacudió la cabeza mientras Emma rebuscaba en la mochila.
—Ah, ¡casi se me olvida! —Sacó un refresco.
Su novio se lo quitó de las manos.
—Te quiero, Emma Crawford.
Ya estaba bebiendo, por lo que Emma no vio cómo se ruborizaba. ¿Que la quería? ¿En qué estaba pensando cuando lo dijo? Le gustaba, sí, estaba loco por ella y le encantaba cómo lo hacía reír en un momento para al siguiente darle ganas de arrancarse el pelo; cómo se le aceleraba el pulso con ella... Pero ¿quererla, en serio?
Cuando bajó la cabeza y se limpió la boca, Emma tenía una mirada seductora.
—¿Te gustaría salir de aquí antes de que regrese la dictadora de los voluntarios?
—Me encantaría —gruñó. Volvió a darle un beso prolongado y lento que los dejó a ambos sin aliento—. Pero se supone que tengo que vigilar la estupenda participación de hoy y así elegir a la gente que merece venir conmigo a Guatemala a construir el colegio. —La actriz se apartó de él sin ocultar el enfado—. Ems, no te pongas así. Solo será un mes.
Ella se cruzó de brazos y miró a los voluntarios.
—¿Y por qué solo un mes? ¿Por qué no todo el verano, eh?
Oliver le tomó la cara para volverla hacia él. Odiaba que eso le molestara tanto.
—Emma, no te estoy dejando, ¿entendido? Es algo que llevo queriendo hacer desde que empecé el instituto. No voy allí para salir de fiesta, voy a ayudar a la gente.
—Sí, con Carmen «Mallas sexis» Salazar. —Señaló a una chica preciosa que llevaba unas mallas con estampado de cebra y una brocha—. ¿O prefieres a «Prodigiosa» Brenna...
—¿Quieres que te elija a ti? —le interrumpió él—. Dilo y anoto tu nombre ahora mismo.
La oferta ya estaba hecha antes de que se diera cuenta de lo que estaba diciendo. ¿Un mes en otro país con Emma? ¿Estaba preparado para algo así?
—Muy sagaz, amorcito —dijo ella—. Ni siquiera formo parte del club.
El corazón le martilleaba en el pecho. Ya no podía retirarlo, pero cuando la miró a los ojos, tan firme y al mismo tiempo tan vulnerable, no quiso hacerlo. Ella le gustaba. Y mucho.
—Pues únete. Si te crees que voy a ir a un país tercermundista a enrollarme con una chica con la que no he hablado en cuatro años, es que has perdido esa preciosa cabeza que tienes. Por otra parte, si hay alguna posibilidad de que mi novia increíblemente guapa acepte venirse conmigo un mes, estaría loco si no me aprovechara. —Se pasó la mano por el pelo y notó una sensación cálida en el pecho. Muy cálida. Y solo un poquito alarmante.
Emma lo miró a los ojos, tan cargados de emoción.
—¿Hablas en serio? ¿Quieres que vaya contigo?
—Sí. Acompáñame. —La besó en el cuello.
—¿De verdad? —susurró ella.
El corazón se le detuvo. «¿De verdad es eso lo que quiero?»
—Sí.
Emma se apartó y sonrió.
—Nop.
—¿Cómo? —El chico retrocedió. Se sentía de todas las formas posibles: confundido, molesto, traicionado... pero aliviado. Negó con la cabeza y prevaleció el enfado—. ¿Estabas burlándote de mí?
Emma le dio un beso en la punta de la nariz.
—No. Solo quería comprobar si te importo lo suficiente como para que intentaras convencerme. —Lo tomó de la mano y tiró de él—. Ahora recoge tu portapapeles y vamos a observar la estupenda colaboración de mi hermano y Fin, ¿de acuerdo?
Oliver resopló, desahogado, y la siguió.
Cruzaron el aparcamiento hasta donde la pareja estaba trabajando. Habían acabado de pintar y estaban montando unos aparcabicis. Finley, que sujetaba un papel con las instrucciones en una mano, le hacía señas a Harlan, que agarraba una llave inglesa y negaba con la cabeza. El actor se levantó del suelo y se colocó detrás de ella para repasar las instrucciones y, de vez en cuando, hacerle cosquillas.
—¿Es cosa mía o son la segunda pareja más adorable de todos los tiempos? —exclamó Emma, sonriendo.
Oliver tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, aunque ya no era tan grande como solía serlo antes. Asintió. Por mucho que siguiera doliéndole en una pequeña parte de su interior, Emma tenía razón. Eran adorables. Y, lo más importante de todo, Finley parecía muy feliz.
Harlan agachó la cabeza más y más detrás de Finley y empezó a mordisquearle el hombro. Ella intentó apartarlo, pero entonces soltó la llave inglesa, le agarró ambas manos y con la que tenía libre empezó a hacerle cosquillas.
—¡No! ¡Crawford! —chilló.
—Price, ¡me lo estabas pidiendo a gritos! —dijo en voz alta para hacerse oír por encima de las carcajadas de la chica—. Nadie puede fruncir tanto el ceño cuando su novio está montando un maldito aparcabicis.
Emma sonrió a Harlan y después sacó los refrescos que había traído para el descanso.
—No te preocupes, Fin, ha llegado la guardia real.
Todavía sujetando a Finley, los dos se volvieron mirar a Emma y a Oliver, que se acercaban a ellos. Tendió la mano entre los brazos inmovilizados de Finley para alcanzar la bebida que le estaba abriendo su hermana.
—Vaya, ¡oh, gracias, Emma! —dijo Harlan con voz notablemente aguda, imitando la de Finley. Acercó la bebida a los labios de la chica. Ella, riendo, intentó esquivarla, pero Harlan se la echó de todas formas, haciendo que se le derramara por la barbilla y la camiseta—. Mmm... Está deliciosa, Emma —señaló Harlan, como si fuera Finley quien hablaba, y siguió imitándola—: Eres tan amable como dolorosamente guapo es tu hermano. Os quiero muchísimo, os adoro, Crawfords.
—Ya basta —dijo Finley entre risas y se liberó. Harlan la atrajo de nuevo y le limpió el refresco de la barbilla con besos. Justo delante de Oliver—. Chicos, ¿por qué no os tomáis un descanso? —preguntó Finley. No estaba ruborizada, ni avergonzada, solo parecía... tremendamente feliz—. A ver si al fin logro descifrar estas instrucciones.
—Qué pena que no estén en portugués —bromeó Harlan.
—Ja ja. —Finley le dio un beso rápido y le arrebató la bebida de las manos.
Harlan intentó recuperarla, pero Finley se apartó sonriendo. Después los hermanos se acercaron a una mesa de pícnic raída que estaba debajo de un fresno gigante. Y Oliver se quedó de pie inmóvil, decidiendo si ir a sentarse con Emma o hablar con Finley. Miró a su novia, que inspeccionaba la mesa antes de atreverse a apoyar los codos, y después a Finley, que tenía el ceño fruncido mientras intentaba descifrar las instrucciones.
Había besado a Harlan delante de él. Y él había besado a Emma delante de ella. Este era ahora su mundo. La sensación era agridulce. Le gustaba que ambos fueran felices. Sí. Y le resultaba más sencillo verla con Harlan ahora que sabía que el actor se preocupaba por ella. ¿De dónde venía entonces esa sensación agria? ¿Por qué no era solo dulce?
A lo mejor es que nunca se olvida por completo al primer amor, aunque se trate de un amor no correspondido.
Sacudió la cabeza. Eso ya no era un problema. Le gustaba Emma. Le gustaba de verdad, no solo porque fuera famosa y guapa; le gustaba a pesar de todas esas cosas. Lo que sentía por Emma no tenía nada que ver con Finley. ¿Por qué, entonces, no podía olvidarse de ella?
Miró a su novia, que charlaba con su hermano; se reía y resplandecía con una energía que solo podía ser suya, y reafirmó su elección. Caminó hasta la mesa en la que se encontraba y de camino captó parte de la conversación que estaban teniendo. No obstante, las palabras de la chica lo dejaron clavado en el suelo. Sacó el teléfono, feliz por que el enorme árbol los separara de esa forma, y fingió estar leyendo algo, por si lo veían.
Debería haberse marchado en ese momento. Debería.
Agachó la cabeza y con disimulo siguió escuchando.
* * *
H
Harlan sonrió al ver la cara de concentración de Finley mientras intentaba entender las instrucciones... otra vez. ¡Como si fuera a entenderlas! Por supuesto, estaban traducidas de un idioma extranjero por alguien que no era inglés nativo, con lo cual era un absoluto fracaso. Además, posiblemente hasta faltaran unas tres páginas o así.
El resoplido de Emma lo sacó de su ensimismamiento: estaba criticando sin piedad la pintura desconchada de la mesa, mientras arrancaba unos trocitos con la uña.
—Te ha dado fuerte —dijo su hermana.
—No te haces una idea —respondió, sonriendo todavía con la vista fija en Finley—. Ems, estoy loco por ella. Solo quiero protegerla de todo. De todos.
Las comisuras de los labios de Emma se torcieron hacia arriba.
—Madre mía, te has enamorado, ¿no?
El rostro de él era un reflejo del de su hermana.
—Puede.
Por el rabillo del ojo Harlan atisbó un movimiento que atrajo su atención: Oliver se alejaba de ellos por la hierba seca, con la mirada puesta en su teléfono. Harlan volvió a mirar a su hermana, que prácticamente daba saltitos en el banco.
—¡Es perfecto, Harley! ¿Quién iba a imaginar que tu conquista iba a ser tu salvación?
—¿Perdona? Yo no necesitaba ninguna salvación.
—Sí la necesitabas. Necesitabas que te salvaran del cinismo ruin de papá y de toda una vida saliendo con tontorronas y engañándolas. —El chico resopló, pero no lo negó. No podía negarlo.
—Me alegra que todo el mundo vea a Finley del modo que deberían haberla visto siempre. Juliette, Nora, en el instituto...
Emma arqueó una ceja.
—¿Y cómo es?
—Como el tipo de chica que me atrae, y no como una a la que le vuelvo la cara. —Le dio un golpecito a la mesa—. Por fin el mundo va a darse cuenta de lo divertida e inteligente y guapa que es. Van a admirarla como deberían haber hecho siempre. Y cuando lo hagan, se sentirán unos idiotas por no haberse dado cuenta antes. Se darán tortazos por no haber sido capaces de apreciarla.
Emma lo señaló con un dedo.
—Todos no. Oliver la vio primero. Y yo la vi antes que tú. No lo olvides.
—¿Y no tenías intenciones ocultas? —Esbozó una sonrisa—. ¿No lo hacías por... Oliver, tal vez?
—Sí, al principio. —Se encogió de hombros—. Pero no siempre. En cuanto la conocí la adoré por cómo era.
—Pero es que tú eres mil veces más inteligente que los idiotas con los que vamos al instituto. No es ninguna sorpresa.
—Sigo sin creerme que vengas al voluntariado por ella.
Harlan se pellizcó el borde de la camiseta.
—No lo hago solo por ella. También es bueno para mi imagen. De hecho, estoy pensando en ir a Guatemala con Oliver durante una de las semanas que él esté allí. Piensa en la repercusión que tendría.
—¿Y qué vas a conseguir mostrando una imagen de santurrón que no hayas conseguido con la de chico malo, cabeza loca o enamorado de una estrella de Disney? —preguntó su hermana en tono de burla.
—Molestar a papá. —Mostró los dientes en una enorme sonrisa—. Ya sabes lo que piensa del voluntariado: «o lo haces por el currículum o porque eres un extremista». Se enfadó mucho por mi aparición en Tonight Show. Me dijo que voy a lamentar mi cambio de imagen. —Resopló—. Claro, como si yo quisiera que me vieran como un ídolo adolescente hasta que me convirtiera más bien en una broma... Ningún director con un mínimo de buena reputación me valoraría. No, gracias.
—Es un capullo —espetó con enfado su hermana—. Me alegro de que hayas encontrado a una chica como Finley que te mantenga por el buen camino un poquito más de tiempo.
Harlan se pasó la mano por el pelo.
—No sé si estoy en el buen camino o no. Uf, si te contara la de cosas que quiero...
—Eh, eh, ya basta. Sigo siendo tu hermana. No quiero oír hablar de tu vida sexual.
—Eso es lo curioso, Ems. Ni siquiera pienso en eso. De acuerdo, no es cierto, pero no quiero pensar en ello. No quiero tratarla como a cualquier otra chica con la que he estado, porque no se parece a ninguna de ellas. Y tampoco quiero ser «el chico que ha estado con todas». Ella es... más importante. —Negó con la cabeza; se sentía un poco avergonzado—. Parece una locura, ¿verdad?
—Pareces enamorado —respondió ella con una sonrisa.
—Pues eso, una locura. Y yo no soy el único, ¿no?
Emma puso los ojos en blanco, pero no lo negó.
Siguieron hablando hasta que vieron a una coordinadora, una mujer de mediana edad con unas gafas redondas que se acercaba a Finley. Harlan aguzó la vista y observó que su novia escuchaba a la mujer con las manos tensas sobre las instrucciones.
—¿Esa es la nazi de los voluntarios de la que me ha hablado Oliver? —preguntó Emma.
Harlan no respondió. Se puso en pie, esquivó las ramas del árbol y se encaminó a donde estaba Finley. Los gestos de la mujer eran cada vez más exagerados al tiempo que señalaba el aparcabicis todavía desarmado.
La furia crepitó en el pecho del actor. Nadie hablaba así a Finley. No delante de él. Pero llegó junto a la chica un segundo más tarde que Oliver.
* * *
O
Oliver se volvió hacia Harlan, que se abría paso entre los estudiantes reunidos en torno a Finley y la coordinadora. Parecía cabreado, tanto como él se sentía.
—Chicos —Oliver informó a los voluntarios—, ¿por qué no volvéis al trabajo? Yo me encargo de esto.
Un par de muchachos lo miraron confusos, y regresaron a sus respectivas tareas.
Cuando se alejaron solo quedaban Finley, Harlan, Oliver y la coordinadora. Incluso Emma se quedó un poco apartada, a escasos metros de ellos.
La coordinadora estaba que echaba humo.
—Deberías haber terminado ya tres aparcabicis, pero, en lugar de ello, me encuentro con las mismas piezas de metal que te dimos cuando llegaste hace horas.
Finley parecía un animalillo enjaulado, movía los ojos frenéticamente, hasta que vio a Oliver. Este le sonrió y asintió con la cabeza. Podía hacerlo. La chica se mordió el labio y tomó aliento.
—Nos ha costado mucho entender las instrucciones...
Pero Harlan la interrumpió:
—No. Price, no tienes que dar explicaciones.
Harlan miró enfadado a la mujer, y Oliver no pudo evitar fijarse en Finley. Parecía aliviada, pero... ¿qué significaba esa mirada? ¿Decepción? ¿Frustración? Antes se le daba bien descifrar sus expresiones.
—Sabe que somos voluntarios, ¿no? —se quejó Harlan—. Estamos renunciando a nuestro tiempo libre para arreglar su colegio destrozado. ¿Cree que puede llegar y gritarnos por no hacer suficiente trabajo? ¡A la mierda!
La cara de la mujer se puso roja como un tomate, pero, a pesar de ello, se encaró a él.
—Perdona, ¿estaba hablando contigo? Esta chica hoy tenía la tarea de montar tres aparcabicis. —Apartó la mirada de Harlan y la centró en Oliver—. ¿Así es cómo organizas a tu gente? ¿No les das responsabilidades diarias? He rechazado a otros grupos de voluntarios porque me habían asegurado que haríais bien el trabajo.
Oliver apretó tenso las manos, pero usó un tono lo más calmado que pudo, como si estuviera manteniendo una conversación razonable.
—Y estoy seguro de que podemos. Mire, ¿por qué no hablamos en otro...?
—¡No quiero diplomacia, jovencito, quiero resultados! Quiero que saques a la señorita Coqueta de este proyecto inmediatamente y se lo encargues a alguien que trabaje de verdad.
Finley arqueó las cejas, pero su gesto no fue nada comparado con la furia en el rostro de Harley.
Con las fosas nasales dilatadas, Oliver volvió a intervenir:
—Gracias por la sugerencia, pero Finley me ha demostrado que es una voluntaria espectacular. —Miró a su amiga—. Fin, ¿quieres seguir encargándote de los aparcabicis? Tú decides. —Harlan se volvió hacia Finley y ella frunció el ceño—. ¿Fin? —repitió Oliver en un tono más bajo.
El actor estaba a cada segundo más estupefacto.
—¡No! —intervino Harlan—. ¡Si la van a tratar así, no va a seguir encargándose de estos malditos aparcabicis! Estamos renunciando a otras cosas para ayudar aquí. —Se volvió hacia la mujer—: Si eso no es suficiente para usted, entonces nos vamos.
La mujer bufó y Harlan puso una mano en la espalda de Finley.
—Venga, Price. Vámonos.
La chica miró a los ojos a Oliver y articuló un «lo siento». Él negó con la cabeza y observó cómo Harlan se la llevaba por el patio hasta el aparcamiento, donde desaparecieron.
¿Cómo había podido empeorar tanto el día? ¿Y por qué Finley tenía que elegir a un chico que la inspiraba para que tuviera su propia opinión pero luego la reprimiera antes de que pudiera decir nada? Lo detestaba. Odiaba que Harlan fuera su amigo, pero que no fuera lo suficientemente bueno para Finley.
Los gritos de la coordinadora interrumpieron sus pensamientos. Oliver la ignoró y se fue junto a Emma. Esta lo tomó del brazo con el rostro surcado por la preocupación.
—¿Estás bien? —le preguntó Emma—. ¿Quieres que también nos vayamos?
—Más de lo que te puedes imaginar. —La besó intensamente, haciendo caso omiso de la coordinadora, que tenía justo detrás—. Te llamo después.
La besó una vez más y se volvió hacia la furiosa coordinadora.
—Yo montaré sus aparcabicis, pero tenemos que hablar.