Capítulo 7
H
Las siguientes semanas fueron un huracán de ensayos y trasnochadas hasta que el estreno de la obra quedó a la vuelta de la esquina. Se representaría durante dos semanas y terminaría justo antes de las vacaciones de primavera. Harlan tenía más ganas que nadie de que acabara ya. Bueno, excepto Emma.
—Menos mal que la obra se estrena el sábado. No sé cuánto tiempo más podría seguir soportando esto —le contó su hermana a la vez que el guardaespaldas de Harlan los llevaba en automóvil el medio kilómetro que tenían que recorrer hasta el instituto—. Como bajen mis notas y la Sorbona cambie de opinión, me tendrás que comprar una isla.
De repente, Harlan le quitó la gorra y la estampó contra el asiento de cuero negro.
—¡Claro! Te compraré una universidad en la isla, Ems. Aunque no vi que te quejaras anoche cuando Oliver no perdía detalle de ninguna de tus palabras en el ensayo, ¿eh?
La muchacha apartó la mano de su hermano y se arregló el pelo.
—¿Ah, sí? Pues yo no me había dado cuenta.
Harlan volvió a alborotarle el pelo.
—Mentirosa.
—¡Eh, para!
—¿Tanto te gusta?
Se encogió de hombros, pero no pudo ocultar el ceño fruncido.
—¿Serviría de algo decir que sí? Es tan... bueno. Quizá es demasiado bueno, ¿sabes? Y en otoño iremos a universidades distintas. Además, el fin de semana pasado me dejó tirada en los ensayos por M.L.D.
—¿M.L.D.?
—Es el ridículo acrónimo de su club humanitario. «Marca La Diferencia», o algo así. El caso es que me abandonó por M.L.D., y ayer por la tarde, por esa estúpida línea telefónica de emergencias. Y además va a pasar unas cuatro semanas en México este verano, o yo qué sé dónde, construyendo escuelas para los desfavorecidos. Así que no nos vamos a ver.
El automóvil se detuvo en un semáforo y algunos estudiantes intentaron mirar por el cristal ahumado.
—Vaya, parece que eso es un sí.
—Oui. —Emma levantó las manos en el aire, suspirando—. Pero no soy la única que va detrás de un Bertram que es inaccesible...
El semáforo cambió a verde y cruzaron la calle.
—Juliette está casi accesible. Diría que prácticamente lo está.
Emma negó con la cabeza y se ajustó las gafas de sol.
—No vas a parar hasta que no la consigas, ¿verdad?
Harlan se llevó la mano al pecho.
—Me ofende que pienses que todavía no la he conseguido.
Llegaron al instituto de cuatro pisos, construido con cristal y ladrillo, y el guardaespaldas les dejó salir. Las chicas chillaron y los chicos se quedaron con la boca abierta, pero, gracias a una política escolar reciente, tenían prohibido pedirles autógrafos o fotos a los Crawford en las instalaciones educativas. Aun así, Harlan y Emma sonrieron y saludaron mientras caminaban por la nieve hasta las puertas del centro. Cuando llegaron, el actor le abrió la puerta a su hermana, que se quedó mirándolo.
—Hagas lo que hagas, Harley, prométeme que serás discreto. Lo último que necesito es ver tu nombre junto al de papá en las revistas.
Varias muchachas siguieron a Emma por la puerta, con la mirada puesta en Harlan mientras pasaban. La de él, sin embargo, estaba fija en lo bien que le sentaban los jeans a una de las alumnas.
—«Discreción» es mi segundo nombre.
—¡Creía que era Lucas! —soltó Juliette, que pasó junto a él agarrada del brazo de Raleigh.
El actor la siguió dentro del centro.
—¿De dónde has sacado eso? —le preguntó Harlan.
Los tacones de la joven resonaban en el suelo, haciendo eco. Sacaron las tarjetas de estudiante y se las entregaron al guardia de seguridad para que las escaneara. Cuando les dejó pasar, Juliette se volvió hacia su novio.
—¿No te parece que tiene pinta de Lucas?
Raleigh refunfuñó algo que Harlan no oyó, y vio que Juliette le daba una palmada juguetona al muchacho, que por lo visto no se enteraba de nada.
—Pues no me llamo Lucas —indicó Harlan con una sonrisa.
La pareja había llegado ya a las escaleras, y Juliette se volvió hacia él con las cejas arqueadas.
—¿Cuántos intentos me quedan? —preguntó ella con coquetería.
—Tres. Y no vale que uses Internet. Si haces trampas, me enteraré.
Raleigh tiró del brazo de Juliette.
—Venga, Jules. Vamos a llegar tarde.
Harlan se limitó a sonreír cuando la pareja lo dejó atrás en las escaleras. Chocó manos y saludó a algunos compañeros con los que se cruzaba.
—Perdón... ¿Me disculpas?... Perdón —musitó una vocecita detrás de él.
Se encontró a Finley Price con la mochila por delante, adelantando a los demás. Parecía tener mucha prisa.
—¿Adónde se dirige esta bonita mañana, señorita Price? —le preguntó cuando la vio pasar.
La chica lo adelantó, pero él aumentó la velocidad para conseguir ir a su ritmo.
—Tengo que hablar con el señor Woodhouse antes de Álgebra.
—¿Álgebra? Esa es mi primera clase.
Llegaron al rellano, Finley rodeó las escaleras y tomó las siguientes que llevaban a la tercera planta. Harlan la siguió un paso por detrás, a pesar de la muchedumbre.
—Ya lo sé. Estamos juntos —dijo ella sin mirarlo.
—¿En Álgebra? ¿Mi Álgebra? ¿Estás en mi clase?
—Sí. Me siento en la fila justo detrás de ti, al lado de la pared.
—¿Sí? —Resopló—. Más despacio. Oye, ¿tienes que ir tan rápido? —El pelo largo y oscuro de la chica se movía de un lado a otro—. ¿Estás negando con la cabeza?
—¡Sí! —Se dio la vuelta un instante para mirarlo a los ojos. Parecía exasperada—. ¡Y sí! Tengo que ir a hablar con el señor Woodhouse. Ha cometido un grave error y tiene que arreglarlo ahora, antes de que nadie se dé cuenta.
Llegaron a la tercera planta y Finley se apresuró hasta la sala de teatro. Álgebra, que se impartía en la segunda planta y en el otro extremo del edificio, comenzaría en unos pocos minutos, pero a Harlan no le importaba llegar tarde. Esto prometía ser mucho más interesante.
Alcanzó a Finley justo a tiempo para verla, a través del cristal de la puerta, en la mesa del profesor de teatro, suplicando. Todo el interés que pudieran tener los alumnos de primero por ver a una consternada Finley, desapareció cuando el actor entró en el aula.
Harlan sonrió a los estudiantes y se sintió bien por distraerlos. Finley parecía apurada de verdad. Avanzó lo suficiente para oír lo que estaba diciendo.
—Señor Woodhouse, yo solo soy la ayudante de la directora. Rosa ha trabajado muy duro y no es justo para ella que yo aparezca como directora junto a ella. Por favor, tiene que arreglarlo.
El profesor, de mediana edad, se levantó asintiendo.
—Por supuesto, Finley. Se trata de una simple errata, aunque los dos sabemos que a Rosa no le importaría que la acompañaras. Ella ha preferido usar tus anotaciones en toda la producción. —Finley sacudió la cabeza y el profesor insistió—: Bueno, bueno. De acuerdo. Me aseguraré de que para la hora del almuerzo esté corregido. Pero para la producción del verano espero que cedas un poco. Hazte notar un poco, para variar.
Finley se mordió el labio. Parecía una de esas pelotas para el estrés intentando recuperar su estado natural.
—Lo pensaré. Muchas gracias, señor Woodhouse.
Salió corriendo por la puerta y pasó junto a Harlan sin siquiera mirar en su dirección. Este se dio la vuelta y la siguió.
—¡Podrías al menos darme las gracias!, ¿sabes? —gritó para hacerse oír por encima de los estudiantes que se atropellaban para entrar en sus aulas.
Ella ya casi había llegado a las escaleras. Miró atrás con expresión confundida, pero no respondió. No lo esperó, simplemente corrió hasta clase.
«Menuda novedad», pensó cuando sonó el timbre.
* * *
A la hora del almuerzo Harlan pensó en que Finley estaba en lo cierto. Iban juntos a Álgebra. De hecho, habían ido juntos a tres clases. No podía creer que no la hubiera visto en todo este tiempo. Como si no supiera quién era. Pasaba tan... inadvertida; era prácticamente invisible. Incluso cuando respondió a una pregunta en la clase de Inglés, a tercera hora, lo hizo de una forma tan comedida que ni siquiera se dio cuenta de ella. Pero, claro, también podía haber sido culpa de la guapísima pelirroja que había al otro lado del aula y que llevaba un escote lo suficientemente generoso para distraerlo.
Harlan se sentó a en el comedor con Juliette, Raleigh y Emma. De Finley no había ni rastro.
—¿Dónde va a comer tu prima? —le preguntó a Juliette.
—Ya te he dicho que no es mi prima. Y no lo sé. A lo mejor está con los bichos raros del club de teatro.
—Tiene reuniones con los de teatro los miércoles, pero por la tarde —señaló Emma—. Estuve a punto de unirme, pero son demasiado principiantes para mí.
—Está en el club humanitario de Oliver —añadió Raleigh—. Creo que los de M.L.D. se reúnen a veces para almorzar antes de un proyecto. —Todos se volvieron hacia él sorprendidos—. ¿Qué?
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Juliette.
—Tu prima y yo hablamos de vez en cuando. —Se encogió de hombros—. Es simpática.
Juliette parecía enfadada.
—¿Perdona? ¿Te gusta Finley?
Raleigh negó con la cabeza y alcanzó la hamburguesa.
—No, pero ella al menos me presta un poco de atención cuando hablo —murmuró entre bocado y bocado.
Juliette apartó su bandeja.
—Eso no explica por qué te conoces tan bien su horario.
—Los he oído hablar a ella y a Oliver esta mañana de camino al instituto.
—Bueno, da igual. —La chica puso los ojos en blanco y se volvió hacia Harlan—. No puedo creerme que la obra se estrene mañana. Estoy deseando verte actuar. A los dos, claro —añadió mirando a Emma de reojo—. ¿Cuándo voy a poder ir?
—Tenemos entradas para que vengáis todos la noche de la clausura —indicó Emma, sonriéndole a Raleigh.
—¡Eso queda muy lejos! —protestó Juliette.
La actriz mojó una zanahoria en el hummus.
—Pero también es la noche de la apertura del pub, así que pensamos que será más divertido.
—Además, la última noche lo haremos mejor —añadió Harlan.
Juliette se inclinó hacia delante con un brillo malicioso centelleando en los ojos.
—Oh, estoy segura de que será vuestra mejor noche.
Raleigh se levantó de la mesa y soltó la bandeja.
—¡Ya basta, Juliette! —exclamó—. Es suficiente. —Tomó la bandeja y se marchó a grandes zancadas.
—¡Raleigh! —lo llamó la joven con un suspiro. Miró a Harlan y a Emma y siguió a su novio.
Emma se volvió hacia su hermano.
—¿Ves lo que has hecho?
—¿Lo que yo he hecho? Ems, Juliette no deja de flirtear conmigo. ¿Qué puedo hacer yo si no puede parar delante de su novio, eh?
—No me refiero a eso. Raleigh tenía en la bandeja las galletas.
Harlan vio cómo Raleigh tiraba a la basura el contenido de la bandeja y después miró la cola de gente que esperaba para comer.
—¿Es que tenía galletas? ¿Por qué no me lo había dicho nadie?
Los dos hermanos rompieron a reír.
—Vale, dejémonos de bromas. ¿A qué ha venido tu pregunta sobre Finley antes?
Harlan Soltó el sándwich y alzó las manos.
—A nada. Palabra de scout. —dijo él, y su hermana resopló—. Vale, lo quieres saber, es que me parece una chica muy confusa. Es la persona más enigmática que he visto nunca.
—Querrás decir que no has visto —le corrigió ella.
—Eso mismo, pero es que no necesita que la vean. Es tremendamente misteriosa.
Emma lo señaló con un dedo, justo a la cara.
—No, no... Harley. Ni te atrevas. Tontea todo lo que quieras con Juliette; esa chica lo está deseando. Pero deja a Finley fuera de todo este rollo.
El joven arrugó el rostro.
—Emma, no estoy interesado en Finley Price. Es solo que es tan...
Su hermana lo miró de reojo.
—¿Interesante?
—¡Sí!
—En eso coincido contigo —afirmó Emma—. Oliver está prácticamente obsesionado con ella. Siempre intenta incluirla en sus planes, obligarla a salir del caparazón. He decidido que va a convertirse en mi nuevo proyecto.
—¿Ah, sí?
La actriz parecía encantada con su idea.
—Sí. Se me está contagiando la bondad de Oliver, ¿sabes?
Harlan se limpió la boca y dejó la servilleta en la bandeja.
—Y que sea la mejor amiga de Oliver no tiene nada que ver con eso, ¿verdad?
—No —respondió con la vista fija en una uña—. Bueno..., no del todo. Me gusta Finley. Como tú dices, es diferente. Es real, incluso aunque no sea muy conveniente para ella. Me gusta. Me resulta evocador... incluso muy innovador.
Harlan levantó una mano.
—¡Sí! Eso es exactamente lo que pienso yo. Innovador. —Sonó el timbre y los hermanos se levantaron con las bandejas—. Y estuvo increíble en esa escena.
—Harley —dijo Emma con tono de advertencia al tiempo que se dirigía a las puertas—. Te mato.
—Aunque estuviera interesado, que no lo estoy, ya sabes que me tomo las conquistas de una en una.
—¿Te refieres a la obra o a Juliette?
El chico se limitó a sonreír.
* * *
O
El sábado por la mañana Oliver y Finley se estaban preparando para el proyecto de voluntariado cuando apareció Emma consternada.
—¿De verdad tenéis que ir? —le preguntó a Oliver en la cocina. Tenía el pelo recogido en la parte alta de la cabeza y llevaba unos pantalones de pijama y una camiseta sin mangas a pesar del frío. Estaba sexi. Pero también desesperada—. Una ayudita no me vendría mal.
—¿Ayuda? —preguntó Oliver, que lanzó una botella de agua a Finley al otro lado de la cocina. Cuando la joven la alcanzó al vuelo, levantó las cejas—. Muy buena, Fin.
—Sí, ayuda —repitió Emma—. Necesito distraerme. O puede que incluso repasar el guion. No lo sé. Pero me vendríais muy bien, chicos.
Miró con los enormes ojos de color avellana directamente a Oliver y este pensó que se iba a echar a llorar. Después le miró las manos y vio que estaba jugueteando nerviosamente con las cutículas. Nunca antes la había visto tan vulnerable; odiaba verla así.
—Ems, lo siento. Soy el presidente de M.L.D. y este es un evento importante. Pero volveremos a casa sobre la una, a las dos, como muy tarde. Puedo..., es decir, podemos quedar entonces. —Sintió que se le encendían las mejillas. ¿Por qué tenía que estar Finley ahí justo en ese momento? ¿Por qué Emma tenía que estar tan suplicante y preciosa, y lo ponía tan nervioso?
—Tengo que estar en teatro sobre las dos. ¿No podéis escaparos antes? Solo una hora, por favor...
Oliver dudó.
—No lo sé, Ems. ¿Qué clase de mensaje estaríamos trasmitiendo entonces?
La actriz lo tomó del brazo.
—La clase de mensaje que dice que te preocupas por la gente que te necesita. Por favor, Ollie. Por favor. —Después miró a Finley—. ¿Fin, qué me dices?
—Lo siento, Emma —respondió ella—. Tengo que estar allí hasta la una. Pero puedo venir cuando haya terminado, si quieres.
Oliver vio cómo el rostro de su vecina se contraía. Dejó caer la cabeza.
—De acuerdo, chicos. No debería haceros elegir entre el voluntariado y ayudar a una amiga. Es solo que estoy muy nerviosa. Hay mucho en juego en la obra y, sobre todo, esta noche. Estoy pagando con vosotros mis nervios por Harlan. Perdonadme.
—¿Por Harlan? ¿A qué te refieres? —preguntó Oliver.
Emma se llevó la mano a la boca.
—A nada, lo siento. No debería haber dicho eso. Divertíos en el voluntariado, os veo después. —Emma salió corriendo de la cocina.
Oliver miró a Finley, que tenía una expresión indescifrable en el rostro, y después salió tras Emma.
—¡Emma! —la llamó—. ¡Ems!
La chica se dio la vuelta con lágrimas en los ojos.
—Lo siento, Ollie —se disculpó, tapándose la cara. Él posó una mano en su hombro desnudo y tocar su piel le hizo sentir mariposas en el estómago.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan preocupada por Harlan?
Emma inspiró profundamente por la nariz.
—No le digas que te lo he contado, ¿de acuerdo? Nuestro padre le dijo que este es un momento decisivo para él. Si la obra no va bien, nadie volverá a contratarlo para hacer teatro, y eso probablemente también afecte a su carrera en el cine. ¿Quién querría trabajar con el chico que destroza a Shakespeare? Y yo... no quiero arruinar esto.
—Emma. —La sujetó por los hombros y la miró. Estaba preciosa, a pesar de las lágrimas—. Vas a estar espectacular. Te he visto ensayar docenas de veces y siempre lo haces perfecto. Harlan no tiene nada de qué preocuparse. Ninguno de los dos.
Emma tomó una bocanada de aire, hipó y apoyó la cabeza en el brazo del chico. Lo tomó del antebrazo y deslizó las uñas, perfectamente arregladas, por su piel. A Oliver se le puso la piel de todo el cuerpo de gallina.
—¿De verdad piensas eso?
—Sin duda —respondió Oliver con voz ronca. Apartó las manos de sus hombros, pero ella las alcanzó antes de que las dejara caer. Entrelazó los dedos con los suyos. A Oliver le preocupaba que la voz le saliera una octava más aguda la próxima vez que hablara. Se aclaró la garganta y se le aceleró el pulso—. Escucha, ¿qué te parece esto? Salgo a las once, compro unos falafels de camino y te veo en tu casa. Cuatro horas construyendo estanterías serán más que suficientes.
El rostro de la chica se iluminó.
—¿De verdad? ¿Lo harías por mí? —Le dio un fuerte abrazo. Cuando se soltaron, le tomó la cara con las manos—. Gracias, gracias... —susurró. A continuación acercó los labios a los de su vecino y le dio un beso suave y rápido, aunque lo suficientemente largo para que él abriera la boca y se lo devolviera, y le hormigueara todo el cuerpo, y se le acelerara el pulso a unas cuarenta y siete mil pulsaciones por minuto.
Y después lo soltó.
Con una sonrisa, Emma abrió la puerta de la casa y salió al frío de la calle.
Aturdido, Oliver se volvió hacia la cocina rezando para que Finley no hubiera presenciado nada; afortunadamente, no se la veía por ninguna parte.
Exhaló un suspiro, mezcla de alivio y arrepentimiento.
—¡Fin! —la llamó un momento después—. ¿Estás lista?
Oyó el sonido de la cremallera de una mochila y la joven apareció en el pasillo, sonriendo.
—Sip. ¿Todo bien con Emma?
Oliver reprimió las ganas de suspirar románticamente.
—Sí, solo está preocupada por echarlo todo a perder con Harlan. Supongo que su padre está presionándolo demasiado para que la obra sea un éxito; porque si no es así, ya no volverán a contar con él para hacer teatro. Y puede que ni siquiera para el cine.
Finley frunció el ceño.
—No parece muy probable. Puede que no vuelvan a darle papeles en teatro, pero ¿películas? —Sacudió la cabeza—. No lo sé.
Oliver agarró los abrigos y salieron a la calle.
—Ya, pero Emma parece muy convencida. Mira, ¿qué te parece si salimos a las once y quedamos con ella y su hermano antes de que se marchen al teatro?
Finley metió un brazo por la manga del abrigo negro, ocultando la camiseta de voluntaria de color naranja fosforescente.
—No puedo. Tengo que encargarme de una de las mesas desde las doce hasta la una.
Oliver se dio con la palma en la frente.
—Ah, es verdad. Además, conmigo.
—Sí, pero no pasa nada. —Esquivó un charco en la acera—. Si tienes que ayudar a Emma, yo puedo encargarme sola de la mesa. Tranquilo.
—¿Seguro? Me siento fatal por dejarte tirada. Y al resto del club —añadió.
Finley se encogió de hombros, con la vista fija en la acera.
—Bueno. Deséale suerte a Emma de mi parte.
—Fin, ¿seguro que estarás bien sin mí? Puedo decirle de quedar cuando hayamos terminado.
La joven ladeó la cabeza; tenía las mejillas sonrojadas por el paseo.
—Ollie, ¿por qué estás preocupado por mí? —Sonrió—. Estaré bien, de verdad.
Él le devolvió la sonrisa, pero tenía el estómago revuelto. Emma le había besado y, por mucho que le hubiera gustado, lo único que deseaba era que Finley se enfadara por dejarla tirada para irse con otra chica. Quería que se pusiera celosa, y eso era una bobada. No debería jugar así con ella. Y tampoco debería aprovecharse de su amistad, del hecho de que él era su protector... mejor, la persona que le hacía sentirse fuerte en los dos últimos años. Daba lo igual lo mucho que lo deseara.
Además, estaba claro que Finley no lo miraba de ese modo. ¿Cuántas veces había probado estas aguas antes de darse cuenta de que no podía nadar en ellas? ¡Ya había intentado besarla! Lo había intentado y había fracasado. Se había estrellado. Ella siempre salía corriendo escaleras arriba a la mínima de cambio, por Dios, y ni siquiera le daba a entender que sabía que había estado a punto de suceder algo entre ellos. Estaba siendo educada al obviar el tema.
«A Finley no le gustas. Despierta de una vez —se dijo a sí mismo—. Probablemente te vea como a un hermano. A la mierda, céntrate en otra cosa.»
En Emma, por ejemplo.
Emma Crawford, ni más ni menos; una chica segura de sí misma, emocionante y escandalosamente guapa. Emma podía gustarle.
Aunque primero tenía que olvidarse de Finley.