Capítulo 4
H
Harlan Crawford estaba de pie en el andén del metro con un sombrero y gafas de sol de aviador que le ocultaban el rostro; tenía muy cerca a sus dos guardaespaldas. Mientras caminaba discutía por teléfono con su padre, que además era su agente.
—Papá..., escucha, papá... Lo sé, pero ¿por qué no se lo preguntas a Emma, y ya está? No quiero hacer de intermediario.
Las palabras de su padre sonaban entrecortadas.
—¿Es que te crees que no lo he intentado, Harlan? No responde a mis llamadas. Necesito que la convenzas tú; sin ella no puedo garantizarte que conserves el trabajo.
A Harlan se le quedó la boca seca. Miró a su hermana, que caminaba a su lado con unas gafas de sol grandes y redondeadas, una bufanda tapándole la boca y las manos ocultas en los bolsillos del abrigo.
—Papá, pero si ella dejó de actuar hace casi dos años. —Su hermana alzó rápidamente la cabeza—. Bueno, no sé... Igual si hablo con el señor Weinstein...
—Harley, ¿por qué no me dejas que me encargue de pensar, eh? —La voz de su padre fue como una hoja de cristal afilada—. El señor Weinstein no es el único que quiere contar con tu hermana. Tú también la necesitas. Haberte mudado a Chicago conlleva que estés fuera de la vida pública. Justo lo que querías, ¿no? Alejarte de los medios de comunicación mientras tu madre y yo..., en fin, ¿arreglamos nuestros asuntos? Pues piensa en qué otras cosas pueden suceder cuando te alejas de la prensa: simplemente dejas de importarle a la gente, se olvidan de ti. —Harlan puso una mueca y detuvo sus pasos—. Así que convence a Emma de que trabaje contigo en la obra. Haced vuestro el espectáculo y convertidlo en la obra de los Crawford. Como tiene que ser. ¿Me has oído?
Harlan hinchó las fosas nasales.
—He hecho todo lo que me has pedido, papá. Conseguí que me pusieran cinco multas por exceso de velocidad en una sola semana y una multa por comportamiento indebido para promocionar el puñetero estreno de Dale más velocidad. Cuando salió Dos corazones estuve saliendo cuatro meses con mi compañera de reparto, a pesar de que pensaba de mí que era igual de tonto que un maldito saco de piedras. ¿Se puede saber qué más quieres de mí...? —Levantó la mano en dirección a Emma, que parecía querer hablarle.
La voz de su padre lo interrumpió.
—Quiero que uses el cerebro, idiota. Convence a tu hermana para que se una... —Hizo una pausa larga—, ... o llamaré a Harvey para decirle que te retiras.
La conversación terminó ahí.
Harlan se metió el teléfono en el bolsillo y Emma movió la cabeza de lado a lado.
—No, no ¡y no!
—Ems, por favor... La actriz que interpreta a Helena se ha roto la pierna. Considéralo. Aunque te hayas retirado, sigues siendo más famosa que la suplente.
—Pero ¿por qué, Harley? ¿Por qué insiste papá en que yo lo haga?
—Dice que al señor Weinstein ya no le entusiasma la idea de que yo haga de Lisandro, pero piensa que si participamos los dos en la obra, acaparará más atención del público.
—Querrás decir que papá recibirá el doble de beneficios —replicó ella con un soplido—. Harley, ¡no te creas lo que te cuenta! Eres Harlan Crawford. El señor Weinstein acudió a ti personalmente. No va a cambiar de opinión. —Negó con la cabeza, enojada—. ¿Por qué siempre aceptas lo que papá te dice? ¡Te está usando por dinero, y lo sabes! ¡Y ahora... ahora me está utilizando a mí!
—¿Y si en esta ocasión no es así? ¿Y si no miente? Solo quedan dos semanas, Emma. El día de la apertura del club solo tendremos que firmar autógrafos y bailar con la gente. —Exageró una expresión de preocupación, pues sabía que verlo angustiado surtiría más efecto en ella que las palabras—. Por favor, hermanita...
La muchacha se colocó el mechón de pelo azul eléctrico detrás de la oreja.
—¿Me servirá para pagar la matrícula del primer año en la Sorbona? No quiero ni un solo céntimo de papá.
—¡Claro!, y si aceptas, yo me encargo del alojamiento, las comidas y todo lo que necesites.
Emma entornó los ojos con una sospecha.
—¿Por qué te importa tanto?
El viento hizo que el cabello tapara los ojos a Harlan.
—Ya sabes que me encanta actuar..., pero estoy cansado. Cansado de papá, cansado de la prensa y de las revistas de cotilleo con todos esos chismes sobre mí. Por eso acepté participar en la obra, venir aquí contigo e inscribirme en un instituto local. Necesito un descanso de Hollywood para recargar las pilas...
—De acuerdo, lo haré.
Harlan sintió una oleada de calidez en el pecho y le dio un suave pero firme apretón en el brazo a su hermana.
—Gracias. Voy a llamar a papá.
* * *
Ya había colgado el teléfono cuando subieron al tren; los guardaespaldas trataron de pasar desapercibidos. Harlan pensó en todo lo que suponía ir a un simple restaurante, pero uno de los productores insistió en que, para aprovechar el tiempo en Chicago, debería ir en metro al menos una vez por semana.
Se hicieron un hueco entre una multitud de hinchas de baloncesto. Tres universitarias guapas con sudaderas de los Bulls lo miraron fijamente y emitieron unos grititos cuando se dieron cuenta de quién era. Con sus teléfonos le sacaron fotos por encima de las cabezas de los demás pasajeros mientras el vagón cerraba las puertas. Los guardaespaldas se acercaron a Harlan y Emma.
Cuando el vagón ya estaba avanzando, Harlan tuvo que elevar el tono para hacerse oír por encima del escándalo.
—¿Qué hay entre Oliver y tú? ¿Es tu nuevo ligue?
Emma le dio un codazo.
—Cállate, pero si apenas he tenido ligues.
—Pues no es eso lo que me dijo cierto compañero de reparto. Y otros dos compañeros tuyos. Aunque... Oliver no es tu tipo. Supongo que es guapo, pero su cara no vendería revistas.
A su hermana le centellearon los ojos.
—No estoy diciendo que esté interesada en él, pero ¿tan malo sería que lo estuviera? La fama destruye a la gente, exceptuando a los presentes. A lo mejor tú no eres el único que está cansado de Hollywood, ¿sabes?
El vagón hizo una parada y los hinchas de los Bulls se movieron en masa hacia la puerta. Una universitaria atractiva se arrimó a Harlan cuando fue a salir. Discretamente se hizo una fotografía con él y le metió su número de teléfono en el bolsillo del abrigo antes de que a él le diera tiempo a protestar, aunque tampoco lo habría hecho. Los guardaespaldas rodearon a la chica y Harlan se quitó las gafas para guiñarle un ojo. Esta se despidió con un nostálgico movimiento de mano desde el andén antes de que se cerraran las puertas.
Cuando el muchacho miró de nuevo a su hermana, esta se había quitado las gafas y estaba poniendo los ojos en blanco.
—Por Dios... No me ayudas a recuperar la fe en los hombres. —Se dejó caer en uno de los asientos vacíos, y Harlan se fijó en una mancha que había en el asiento de al lado y decidió permanecer de pie.
—¿Qué quieres que haga? Soy soltero, y ella actúa como si estuviera soltera. ¿Qué problema hay?
—Creía que te gustaba Juliette.
—¿Juliette? En primer lugar, no puedo engañar a una chica con la que no estoy saliendo, y además, resulta que tiene novio. ¿Eso te molesta?
—No, claro que no. Pero los dos sabemos que está a punto de romper con Raleigh. Por ti. Así que... si no tienes pensado hacer nada cuando termine la relación con él, es mejor que dejes de darle esperanzas. Sal con alguien normal, por una vez.
Harlan soltó una carcajada.
—Un par de semanas con los Bertram y ya te pones del lado de las pobres y oprimidas reinas de los bailes del mundo.
—¿Quieres que me arrepienta de actuar en la obra?
—Ni se te ocurra.
—Pues deja de fastidiarles. Son buena gente. Son simpáticos, me gustan.
—Muy bien. Te prometo que no voy a hacer nada para destrozar tu relación con ellos. Y tampoco haré nada con Juliette, a menos que ella quiera.
Emma gruñó.
—Mmm... Eso es lo que me temo.
* * *
O
Oliver se pasó la mano por la frente y subió el volumen de su iPod. La música le tronaba en los oídos y aumentó la velocidad en la cinta de correr. Tenía justo enfrente los apuntes del examen de Psicología, pero constantemente apartaba la mirada de ellos.
Finley llegaría en un par de minutos para correr a su lado.
Sacudió la cabeza. No debería estar pensado en ella. Tampoco debería pensar en lo guapa que estaba con esos pantalones cortos y la camiseta de Doctor Who. Y no debería alegrarle que la camiseta hubiera sido antes de él.
No. Debería pensar en Emma. En la preciosa, inteligente y bromista Emma, que le acariciaba el brazo con los dedos de una forma que le encendía todo el cuerpo.
Perfecto.
La puerta de la sala de ejercicios se abrió. Pero, para su sorpresa, el que entró fue su hermano mayor, Tate. Oliver se quitó los auriculares.
—Eh, ¿qué haces en casa? —le preguntó Oliver, sin aliento.
—Papá me ha pedido que vaya con él hoy a la oficina y revise las notas del caso de la Corte Suprema, pero me apetecía correr un poco antes de marcharme.
Oliver arqueó las cejas y bajó un poco la velocidad.
—¿Tú? ¿Un sábado a las siete de la mañana? Por cierto, tienes mal aspecto. ¿Has dormido o te has pasado toda la noche jugando al póquer con Yates?
—Los tontos pierden dinero muy rápido, hermanito, y Yates es muy muy tonto. —Esbozó una sonrisa y se pasó una mano por el pelo rubio y engominado—. Siempre guardo un par de mudas para el gimnasio en el automóvil, así que si papá me ve regresar tan tarde a casa, pensará que vuelvo de correr. Cuando estaba en el instituto, funcionaba.
—Pero no es muy creíble cuando hay tormenta, ¿no crees? —En ese preciso momento un trueno hizo temblar la casa para confirmarlo.
Tate puso una mueca.
—Menos mal que soy un chico con suerte. Papá no está, no me ha visto entrar en casa y ahora mismo soy ochocientos dólares más rico.
Se sentó en un banco de ejercicio justo cuando la puerta se abrió y entró Finley. Tenía el pelo recogido en una coleta alta y unos mechones le enmarcaban el rostro. La camiseta de Doctor Who le quedaba enorme, pero no tanto como para que Oliver no pudiera verle las piernas. Cuando se percató de ello, alzó enseguida la mirada.
Tate lo pilló de pleno fijándose en ella, pero Oliver no se dio cuenta de ello.
—¿Qué tal, Tate? —Finley lo saludó bostezando, y se subió a la cinta de correr, al lado de Oliver.
—¡Eh, Finley, hola! —Tate se puso en pie—. Has crecido desde Navidad, ¿no? Medirás metro y medio ya.
Finley le devolvió la mirada y sonrió. Tate, tan guapo, musculoso y encantador, era una de las pocas personas con las que se sentía cómoda. Siempre bromeaba con ella y la adulaba de forma tan escandalosa que ella se había acostumbrado a no tomarlo en serio, por lo tanto, no la intimidaba. Aun así, Oliver se alegró de que ella no supiera qué pensaba Tate de verdad. «Menudo imbécil.»
—Un metro cincuenta y dos, gracias —respondió Finley al tiempo que empezaba a correr—. ¿Cuándos os vais tu padre, Nora y tú a Washington?
—La semana que viene, una vez haya terminado las clases. Pero la tía Nora no viene, se queda en el bufete para encargarse de unos asuntos.
Finley se tambaleó, pero recuperó el ritmo.
—Ah. —Aumentó la inclinación—. ¿Y estás emocionado?
—¿De que Nora se quede aquí torturándote en lugar de darme la lata sobre el potencial que tengo? Pues sí. ¡Y mucho! —Rompió a reír—. Estoy bromeando, Fin. Claro, seguro que esto queda muy bien en las solicitudes para la Facultad de Derecho. —Bostezó y estiró los brazos de forma perezosa—. Bueno, chicos, que vaya bien el ejercicio. Os veo luego.
Cuando Tate se marchó, Oliver aumentó el ritmo.
—Hablando de solicitudes, ¿cómo llevas la tuya?
Finley arqueó una ceja y no le miró.
—No la llevo.
—Fin, no me obligues a enviarla por ti.
—¡No!
—Debería hacerlo. Te quedan seis semanas, y si me entero de que no la has enviado al menos una semana antes de que acabe el plazo, no te puedo asegurar que no la eche por ti.
La chica lo miró a los ojos; la coleta se mecía al ritmo de las zancadas.
—Ollie, por favor, no.
Se sintió molesto y no sabía por qué. No, molesto no: enfadado. ¿Por qué ella era incapaz de darse cuenta? ¿De ver lo brillante, capaz y preciosa que era?
—¿Sabes? Creo que Emma tiene razón. Necesitas tener algo propio, que sea tuyo.
—¿Lo dices por el teléfono móvil? Ya sabes que no me importa.
Oliver negó con la cabeza; respiraba con dificultad.
—No. No es solo por eso. ¡Es por todo! Necesitas tener tus propios planes, decidir por ti misma. Maldita sea, ¡hasta necesitas tu propia ropa!
—No toda es heredada. No se te ocurra decir que no me gané esta camiseta de forma justa. —Sonrió, jadeando.
—Sigo sin estar de acuerdo en eso, pero no es eso a lo que me refiero. —Resopló y bajó el ritmo hasta detenerse—. Finley, mereces mucho más que una vida de segunda mano.
Finley lo escudriñó con la mirada.
—¿Es que habéis hablado Emma y tú?
—¿Emma? No, ¿por qué?
—Ayer vino a decirme eso mismo en el instituto.
—¿Cuándo os visteis? —Conocía perfectamente el horario de su vecina, ya que iban juntos a la mitad de las clases. Y también conocía el de Finley. Algo no le cuadraba.
—Se pasó por la reunión del club de teatro.
—¿Emma? ¿Se va a unir?
Finley comenzó a correr y enseguida aumentó la inclinación de la cinta.
—No lo sé, vino a echar un vistazo y volvimos juntas a casa —explicó, casi sin aliento—. Me dijo que era la primera vez que me veía en «mi elemento» y que debería hacer más cosas por mí misma. Unirme a más clubes, comprarme ropa, tener un teléfono...
«¿En serio?», pensó Oliver. No se había dado cuenta de que Emma era tan intuitiva, y aunque sabía que estaba prejuzgándola, tampoco se había fijado en que podía preocuparse tanto por otra persona sin obtener nada a cambio de ello. Eso le gustó.
—Me alegro de que lo hiciera. Es estupendo que seáis amigas.
—¡Oh, vamos! Dudo que me considere su amiga.
El enfado volvió y presionó el botón para detener la cinta.
—Venga ya, Fin. ¿De verdad tienes una opinión tan mala sobre ti?
Las palabras parecieron tomarla por sorpresa. Disminuyó un poco la velocidad.
—No. Es solo que creo que todo esto lo hace por ti, no por mí.
—¿Por mí? ¿A qué te refieres?
—¿Es que no te parece obvio? Le gustas.
Oliver sintió que la cara le ardía. Bajó la cabeza y se inclinó con la excusa de estirarse.
—Yo no le gusto a Emma Crawford.
—¡Por favor! Lleva flirteando contigo dos semanas mientras hacéis los deberes.
Sacudió la cabeza, que seguía teniendo agachada, y estiró una pierna.
—No es así.
Finley se detuvo un instante y volvió a subir el ritmo.
—¿Entonces, a ti no te gusta?
—Esta conversación es irrelevante, y también la forma que tienes de distraerme del tema de la solicitud de Mansfield. —Tomó un sorbo de la botella de agua—. Envíala, Fin —le dijo sin mirarla, y se dirigió a la puerta.
Solo volvió la cabeza antes de salir de la sala: Finley tenía el ceño fruncido y estaba increíblemente guapa con esa estúpida camiseta.
* * *
F
Más tarde, Finley bajaba corriendo las escaleras cuando oyó voces procedentes de la planta baja. Redujo el paso y creyó escuchar su nombre.
—... Vengo a recoger a Finley, Juliette y Ollie. Nos vamos al partido de béisbol de Raleigh —estaba diciendo Emma.
—Oh, querida, lamentablemente mi hermana no puede prescindir de Finley —respondió Nora a Emma.
A Finley le ardió el pecho por la sensación de humillación. Pensó que ojalá Emma no la hubiera puesto en ese compromiso. ¿Por qué no podía contentarse con Oliver y Juliette? Oyó unos pasos detrás de ella y se dio la vuelta. Era Oliver, que bajaba por las escaleras. «Lo que faltaba.» Fue incapaz de mirarlo a los ojos.
—Vaya, seguramente no la entendí bien cuando hablamos antes. —La voz de Emma resonaba en el hueco de la escalera—. Pensaba que la señora Bertram se encontraba bien hoy. Ella mismo acordó en que Finley viniera.
Oliver bajó unos cuantos escalones más y se detuvo al lado de su amiga para escuchar. En la pausa que siguió a las palabras de Emma, la muchacha sintió que Oliver la estaba mirando.
—Bueno, espero encontrar otro modo de evitar que Raleigh sospeche de mi hermano y Juliette... ya sabe —continuó la vecina—, yo había pensado que la presencia de Finley haría que no fuera tan evidente que los demás..., bueno, que se trata de una cita doble. —Oyeron un suspiro—. Pero supongo que es inevitable que Raleigh se sienta intimidado por mi hermano. No hay nadie por aquí con aspiraciones políticas y que necesite al senador Rushworth, ¿no es así? —La risa de Emma era de pura inocencia, y Finley se dio cuenta de lo magníficos actores que eran los hermanos Crawford.
Oliver también parecía impresionado.
—Supongo que puedo quedarme con Mariah esta noche, por lo que no necesitará a Finley —comentó Nora—. Disfrutad del partido.
Fin se quedó boquiabierta, y miró de reojo a su amigo.
—¿En serio acaba de pasar esto?
Oliver sonrió y bajó los escalones que quedaban.
—Creo que sí.
Corrieron hasta Emma cuando llegaron al último tramo de las escaleras.
—Vengo a recogeros, ¿estáis listos?
El mechón de pelo era ese día de un rojo vivo y lo tenía enrollado en la cabeza mientras que el resto le caía en cascada en unas ondas gruesas y perfectas hasta los omóplatos. Parecía una Audrey Hepburn punk, con unos pantalones pitillo de color negro que le llegaban hasta unos botines de plataforma con pinchos.
—Has estado fantástica, Emma —dijo Oliver.
—¿Perdona? —preguntó al tiempo que posaba la mano en la barandilla.
—Te hemos oído hablar con mi tía. Ha sido estupendo lo que has hecho.
—Ah, no ha sido nada. —Miró a Finley—. Me parecía ridículo que no pudieras venir.
La muchacha no supo qué responder. Aparte de Oliver, nadie la había defendido nunca de esa manera. Le costaba hablar, sobre todo con Emma.
—Gracias. Por..., ya sabes, preocuparte —le dijo y se quedó callada. Deseó no haber escuchado nada. Deseó no estar en deuda con esa chica preciosa y segura de sí misma. Deseó que Ollie no se hubiera enterado—. Voy a buscar a Juliette.
—Voy contigo —dijo Emma—. Ollie, ¿recoges a mi hermano y nos vemos fuera en diez minutos?
El muchacho asintió y Finley subió de nuevo las escaleras seguida de Emma.
—Gracias de nuevo. No me lo esperaba.
Emma la miró de soslayo.
—Oh, vamos. Eres muy negativa, Finley.
—No, eso solo que... —¿Cómo podía decírselo?—. No quiero subestimar lo buenos que son los Bertram conmigo.
—¿A qué te refieres?
En ese momento le habría gustado que Emma fuera un poco como Harlan: ajeno a todo el mundo, excepto a sí mismo. Se rascó el hombro derecho.
—Mi padre murió hace unos años, y mi madre... ella no podía cuidar de Liam y de mí. Mi hermano ya tenía dieciocho años, así que podía valérselas por sí mismo. Si no fuera por los Bertram... ahora mismo yo estaría con una familia de acogida.
Emma puso cara de asombro.
—¿Cómo murió tu padre, si no te importa que te pregunte?
Sí le importaba, pero habría sido grosero no responder después de cómo había salido en su defensa. Tragó saliva.
—Un accidente de automóvil. Lo mató un conductor borracho cuando iba al trabajo.
—Dios mío. Qué injusto. —Dieron varios pasos en silencio y llegaron a la tercera planta, donde estaba la habitación de Juliette, justo entre la de sus dos hermanos—. ¿A qué se dedicaba?
Por suerte, a Finley no le dio tiempo a responder. Juliette abrió la puerta cuando estaban a punto de tocar con los nudillos. La encontraron escribiendo un mensaje en el teléfono.
—Dos segundos, ya casi estoy —indicó sin levantar la mirada. Todo lo que llevaba era nuevo: botas, jeans blancos ajustados, accesorios. Volvió a entrar en la habitación, que parecía como si una tienda de ropa hubiera explotado allí mismo, y desapareció en el baño en medio de una nube de perfume y fijador de pelo. Al menos se había preocupado de quitar los pósteres de Harlan.
—Perdona, Fin... No te he oído. ¿A qué se dedicaba tu padre?
Finley puso una mueca y apartó la mirada. Emma no era para nada como su hermano.
—Era actor.
La chica ladeó la cabeza y entonces abrió los ojos de par en par en un gesto de asombro.
—Oh, Fin. Tu padre era Gabriel Price. ¿no? No puedo creerme que no haya caído antes. ¡Claro...! Te pareces mucho a él. Excepto por los ojos...
Finley sacudió la cabeza.
—Por favor, para. Y no se lo cuentes a tu hermano, ¿de acuerdo?
—¿A mi hermano? ¿Por qué no?
—No quiero que esto se convierta en un problema. Por favor, hazlo por mí.
—Claro, entendido. Pero deberías saber que a mi hermano le encantaba tu padre. Lo idolatraba. Era una persona excepcional.
Finley asintió y se escurrió como pudo.
—Voy... voy abajo, ¿de acuerdo? Nos vemos ahora.
Bajó corriendo las escaleras y se dejó caer en un peldaño cerca de la planta baja. Pero no lloró, a pesar de lo mucho que deseaba hacerlo. Simplemente respiró. Respiró hondo y lo echó de menos. Pensó en cómo su padre nunca la hacía sentir inferior; todo lo contrario. Añoró que la llamara dos veces al día por Skype cuando iba a rodar a otro sitio. Añoró cómo siempre le decía que llegaba a casa un día más tarde para así sorprenderla en el colegio o con un ataque de cosquillas en medio de la noche tras tomar un vuelo nocturno a casa. Añoró cómo la abrazaba durante horas cuando tenía una pesadilla o un mal día. Añoró no sentirse una intrusa; no sentir que tenía una deuda con alguien por haberla salvado. Añoró cómo la hacía sentirse querida de manera pura e incondicional.
Sí. Lo echaba muchísimo de menos.
Varios minutos más tarde oyó a las chicas bajar. Con un respingo, bajó corriendo, alcanzó el abrigo y el gorro del armario de la entrada y salió de casa para encontrarse con Oliver y Harlan. Estaban hablando. Dos hombres fornidos vestidos con unas camisas y jeans negros idénticos flanqueaban a Harlan. Eran sus guardaespaldas. Le costó no poner una mueca de burla.
—Eh, ¿vienen ya las demás? —le preguntó Oliver al tiempo que se fijaba en la expresión de su rostro.
Finley agachó la cabeza y se ajustó el gorro de lana.
—Sí, llegarán en un minuto.
—Bien. Por cierto, llegas justo a tiempo para participar en un debate sobre la segunda parte de El padrino. ¿Crees que es mejor que la original o no?
—No vas a engañarme para que hable de esto contigo, Oliver. Prefiero debatir sobre Solo en casa y Solo en casa 2.
Los chicos rompieron a reír.
Se abrió la puerta y salieron Emma y Juliette. Cuando esta vio a Harlan, se le iluminó el rostro y rápidamente guardó el teléfono. Se acercó a él directamente y se subieron en el deportivo negro de él, acompañados por los guardaespaldas. Solo había medio kilómetro hasta el instituto, pero Emma entrelazó un brazo con el de Oliver, y el otro con el de Finley. Y así, juntos, se dirigieron hasta su vehículo.
* * *
Cuando llegaron al campo de béisbol, el partido estaba empezando. Raleigh saludó a Juliette desde el montículo donde se colocaba el lanzador. Se sentaron unas cuantas filas por debajo de la parte alta de las gradas, y los compañeros de clase y familiares abordaron a Harlan pidiéndole autógrafos. Este sonrió, dio abrazos y posó para las cámaras, siempre con los guardaespaldas cerca. Pero cuando una de las compañeras de Juliette le apuntó su número de teléfono en el móvil de Harlan, Juliette se puso en pie de inmediato. Bajó corriendo por las gradas y se colocó al lado del chico. La admiradora, que por supuesto no quería cometer un suicidio social por culpa de Juliette, se marchó. Durante el primer inning la joven se quedó al lado de Harlan para vigilar cada autógrafo que él daba.
—¿Siempre es así? —preguntó Oliver a Emma—. Me refiero a la fama.
—No te haces una idea —respondió esta y puso una mueca de resignación—. Lo siento, Fin. Tú tienes que saberlo muy bien.
Volvieron la cabeza cuando un jugador golpeó la bola. El jugador de la izquierda salió corriendo y se lanzó al suelo para agarrar la pelota. Raleigh pareció aliviado en el montículo.
Finley pronunció las palabras de carrerilla:
—Déjalo, Emma, vamos a hacer como si no hubiera pasado nada, ¿vale? Porque no pasa nada. —No le importaba su tono desesperado. Harlan y Juliette subían lentamente por las gradas.
—Hablando de actores —le dijo Oliver a Emma—, ¿cómo van los ensayos? Harlan me ha contado que acabas de unirte a la obra.
La aludida arrugó la cara y sonrió dulcemente.
—Agotadores, sobre todo con el instituto. Se me había olvidado la de noches que tendría que dedicarle, y eso que solo llevo un par de semanas ensayando. No hay nada como ser suplente de última hora, creedme.
—¿Cuándo es el estreno?
—En tres semanas.
—¿Y qué papel representas?
—El de Helena. Y Harley hará de Lisandro.
—¿Lisandro? —Finley esbozó una media sonrisa—. ¿A tu hermano le van a dar una poción para que se pase media obra enamorado de ti?
Emma asintió.
—Sí. Gracias al director, por esta pequeña broma.
Oliver soltó una carcajada.
—¿No quedará raro?
—Teniendo en cuenta que Helena quiere a Demetrio y no a Lisandro, no está tan mal. Es divertido. En realidad, el actor que hace de Demetrio me hace sentir más rara que actuar con mi hermano.
—¿Por qué? —se interesó Finley.
—No sé... Me pone nerviosa. Se toma demasiado en serio las escenas y no se detiene cuando el director dice que paremos.
—Qué mal. —Oliver frunció el ceño—. Deberías decírselo al director.
La chica se encogió de hombros.
—Solo quedan unas cuantas semanas. Prefiero no ocasionar ningún problema. Pero... —Miró a Oliver y después apartó la mirada. Y lo hizo con ingenio—. Nada. Da igual.
—¡Qué! —preguntó él, pero ella negó con la cabeza—. Venga, ¿qué pasa? —insistió.
Emma se quedó un instante en silencio, mirándole fijamente.
—Solo estaba pensando en lo bien que me vendría ensayar mi papel con alguien que respetara las normas del espacio personal. Pero seguro que estás muy ocupado...
«Buen trabajo —pensó Finley—. La desesperación justa en la mirada, la duda exacta en la voz... Qué maestría.»
Oliver parpadeó, sorprendido.
—¿Quieres... quieres que te ayude a ensayar?
—Lo sé, es una tontería. Es que aún no tengo muchos amigos por aquí y...
«Ya, porque ¿quién querría ser amiga de la famosísima Emma Crawford?»
—Sería mejor que ensayaras con Fin —indicó él, sacando a su amiga de sus pensamientos mordaces.
—¿Qué? —murmuró Finley—. No, no lo creo. —«Porque no nos necesita a ninguno de los dos.»
Emma negó con la cabeza.
—Olvidadlo, no quería darle tanta importancia. —Pero Finley atisbó el tono de angustia, el toque perfecto para contradecir sus palabras y ablandar el corazón de Oliver.
Por supuesto, el chico intercambió una mirada con Finley, y a ella también se le ablandó el corazón.
—Igual podemos ayudarte los dos —señaló Oliver—. Fin sabe más de interpretación que nadie, y yo no tengo ningún cargo por acoso sexual en mi contra. Todavía.
Finley se atragantó con una carcajada, y Emma tosió un poco para volver a recuperar la atención.
—¿De verdad me vais a ayudar?
Oliver se rio.
—Por supuesto.
«Exactamente como tenías planeado», pensó Finley, aunque sabía que estaba siendo injusta. Emma había sido muy amable con ella, ¿por qué, entonces, le irritaba tanto?
Cuando iban por el sexto inning, a Raleigh seguían sin relevarlo como bateador, y el partido estaba tan interesante que incluso Juliette lo seguía. Iban ganándole al equipo visitante por nueve a cero, lo cual significaba que su récord seguía a salvo y que las gradas continuaban llenas. Todo el mundo quería ver si Raleigh triunfaba.
Harlan había ido a por algo de comer en la segunda parte del cuarto inning, pero estaba claro que lo habían abordado las fans. Durante todo el partido se les habían acercado amigos y admiradores para saludarlos, incluso un compañero de Finley del club de teatro con el que Oliver estuvo bromeando después. Pero ni siquiera Emma —«pobrecita Emma, tan famosa y sin amigos»— tenía tantas visitas como Juliette.
—¡Raleigh se está saliendo!
—Qué suerte tienes, ¡Raleigh Rushworth es muy guapo!
—Seguro que triunfamos si sigue así.
—He oído que hay un ojeador de los Cubs merodeando por aquí hoy. ¿Es cierto?
—Debes de ser un amuleto de la suerte.
Cuando no estaba con el club de admiradoras de Raleigh, contestaba a sus mensajes. Cuantos más cumplidos le hacían a su novio, ella más parecía acordarse de que eran pareja.
Harlan regresó con bebidas y golosinas, pero Juliette apenas le prestó atención.
—Mmm, gracias —fue todo lo que le dijo cuando le pasó la Coca-Cola light, y acto seguido se concentró en los mensajes de texto con una sonrisa bobalicona.
La multitud exclamó un gran «¡Oooh!» al unísono, y Juliette alzó la mirada cuando el árbitro gritó «¡Segundo strike!». Dos strikes, un error y una base por bolas después, ya había corredores en la primera y la segunda marca, pero Raleigh seguía como bateador. Volvió a lanzar una bola y Finley se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración. El bateador hizo tres bolas y dos strikes. Raleigh se limpió el sudor de la frente con la manga.
—No sabía que te gustaba el béisbol —le dijo Harlan en voz baja a Juliette.
Finley miró el banco que tenía debajo. Vio que Juliette ladeaba ligeramente la cabeza.
—A mí lo que me gusta es mi novio.
Raleigh lanzó la pelota, que salió disparada como una bala. El bateador la golpeó con fuerza hacia la derecha. La multitud se quejó y gritó improperios por la bola enloquecida.
—¡Fuera! —gritó Juliette, levantando los brazos—. ¡Fuera, fuera!
La bola voló por la derecha, por encima de la primera base. El jugador de la derecha pasó la línea que limitaba el campo, en dirección a la verja. Saltó en el aire y estiró la mano enguantada. La bola cayó en el guante.
—¡Fuera!
La multitud estalló en vítores. Se había acabado otro inning y Raleigh seguía sin suplente para batear.
Finley vio que Harlan le susurraba algo a Juliette en la oreja, pero esta lo apartó. Se puso en pie y corrió hasta el banquillo, haciendo señas y gritando a Raleigh, que sonreía de oreja a oreja. Harlan frunció el ceño. Tecleó algo en el móvil y se volvió hacia su hermana.
—Me voy a Vows a ensayar. Luego te veo en casa —le dijo. Hizo un gesto a Oliver y ninguno a Finley.
Empezó a bajar por las gradas y Emma se puso en pie.
—¡Espera, Harley! —Se volvió un segundo hacia Oliver—. Gracias por la ayuda, luego te escribo. —Sonrió y fue a seguir a su hermano, pero se detuvo, se volvió y le dio un beso a Oliver en la mejilla. Después echó a correr sin mirar atrás.
Varios de los compañeros de clase de Oliver silbaron. Tenía las mejillas encendidas.
—No sé a qué ha venido eso, de verdad —le dijo a Finley.
Pero ella sí lo sabía, lo sabía muy bien. Toda la tarde había sido perfectamente orquestada para culminar en ese momento. Lo único que le gustaría saber era por qué le molestaba tanto.