Capítulo 17

H

Después de ocho horas y once minutos de los mejores episodios de Supernova, Harlan y Finley salían del metro y se dirigían a su calle. En medio de los comentarios sobre la actuación de su padre en el papel del capitán Souza y las discusiones sobre si el episodio dieciséis era mejor que el veintitrés, Finley no podía dejar de darle las gracias. Lo estaba volviendo loco.

—En serio, aún no puedo creerme que hayas conseguido la versión del director de su último episodio. Liam y yo le escribimos después de... pero nunca nos respondió. Harlan, no puedo agradecértelo lo suficiente. Seguro que te has metido en más de un lío por esto.

Él levantó una mano.

—Por favor, basta ya. Ya sé que estás agradecida, pero no lo he hecho para que me lo repitas hasta el infinito, ¿de acuerdo?

Finley abrió la boca, pero enseguida la cerró. Estaban llegando a sus casas.

—Harlan, ¿por qué lo has hecho?

—Porque me encantaba esa serie. Y porque quería a tu padre como si fuera mi propio padre —admitió.

El corazón se le había acelerado. Era una sensación extraña. ¿Se estaba volviendo un blandengue o qué? Miró a Finley y la sensación se intensificó. La chica tenía el abrigo abotonado hasta arriba y le tapaba la boca y media nariz roja del frío. Estaba demasiado adorable.

Llegaron a sus casas y se encontraron con que las luces estaban apagadas, aunque las de la entrada estaban encendidas. Finley miró la puerta de su casa, vacilante. Se acercó a los escalones, pero él la tomó de la mano y le dio media vuelta.

—¿De verdad quieres saber por qué lo he hecho? ¿Por qué he preparado lo del teatro y he conseguido la versión del director del episodio? —La chica se mordió el labio y sus enormes ojos oscuros era dos charcos reflectantes. Parecía nervioso en el reflejo que proyectaban—. Por ti, ¿de acuerdo? Me gustas, Finley Price. Mucho. Más de lo que nunca me ha gustado nadie, y eso me está volviendo loco. Muy loco. Y por favor, deja de darme las gracias. Hacerte hoy feliz ha sido lo más egoísta que he hecho en mi vida.

Un millar de expresiones cruzaron el rostro de Finley. Cejas arqueadas y fruncidas; nariz arrugada y todavía más arrugada; boca abierta y cerrada con las comisuras tensas...

Finalmente mantuvo la mirada fija en el suelo.

—Eso es probablemente lo más bonito que nadie me ha dicho nunca.

Harlan exhaló ruidosamente.

—Me alegro de que no me digas que soy el idiota más egoísta que has conocido nunca.

—Aunque tampoco lo he negado. —Ella lo miró de reojo con una sonrisita.

El actor soltó una carcajada.

—¿Por qué no vamos a por algo de helado de mi tía antes de entrar en tu casa? —dijo Harlan, que todavía tenía la mano de ella.

Pero ella se dio cuenta y la apartó.

—No creo que sea buena idea, Harlan. Has sido muy amable...

—Por favooor, deja ya de darme las gracias.

—... al decirme eso —continuó—. Y hoy me lo he pasado muy bien. Pero no me gustas de ese modo. Estaría mal por mi parte darte esperanzas.

El chico sintió una punzada desconocida en el pecho. Le pasaron por la cabeza escenas de ella sonriendo, riendo y golpeándole el brazo a lo largo del día. Ayer no quería salir con él; y esta noche su subconsciente le había permitido que él la tomara de la mano.

Aún no estaba todo perdido.

—Señorita Price, solo le estoy ofreciendo helado, no mi amor eterno. Me ha costado mucho descubrir tu sabor favorito. Chicle, ¿no? Pues tienes que comértelo, porque te aseguro que nadie se va a comer esa porquería en mi casa.

—¿Qué dices? ¿Porquería? ¡Chicle es el mejor sabor del mundo!

—Quizá cuando tienes seis años..., bueno. Acéptalo, Price, y ven a por tu maldito helado asqueroso de niña pequeña que tengo en el congelador.

Finley sonrió y subió los escalones con él. Cuando él estaba metiendo la llave en la cerradura, lo detuvo.

—Así que solo Price, ¿eh? —dijo ella.

—¿Perdona?

—Normalmente me llamas señorita Price, pero antes me llamaste Finley Price. Y ahora solo por mi apellido. ¿Qué pasa?

La miró a los ojos y abrió la puerta.

—Anda, entra, Price.

La oscuridad de la casa apenas duró unos segundos.

Las luces se encendieron de golpe.

—¡¡¡Sorpresa!!!

Finley puso los ojos como platos. Más grandes y redondos aún. Le cubrían toda la cara. Entre los gritos y las felicitaciones de las veinte personas que había, buscó con la mirada a Liam. Esbozó una gran sonrisa cuando lo vio y este le hizo una reverencia.

Se volvió hacia Harlan y la sonrisa flaqueó.

—¿Tú... sabías esto? —dijo, confusa, y el chico asintió—. ¿Así que lo de hoy...?

Emma se acercó corriendo y la rodeó con los brazos.

—Sí, pero todo lo que te he dicho lo siento de verdad —le aclaró Harlan, sosteniéndole la mirada—. Todo.

La joven parpadeó y una sonrisa encontró el camino hacia su boca. Enseguida tenía delante a amigos de los clubes y de la clase de teatro, abrazándola y deseándole un feliz cumpleaños. A continuación se acercaron Oliver y sus padres.

—¿Me odias? —le preguntó su amigo al tiempo que la abrazaba—. He tenido que fingir y llevo todo el día torturándome por si creías que se me había olvidado.

Finley tenía los ojos húmedos. Miraba a todo el mundo embobada. Harlan contemplaba admirado su rostro como si se tratara una película increíble. Nunca la había visto mostrar sus emociones de forma tan abierta. La chica miró a Oliver y sonrió.

—Sería imposible odiarte, Ollie.

—Pero sabes que nunca se me podría olvidar, ¿verdad? —Le agarró la barbilla y la levantó para que lo mirara a los ojos—. Jamás, Fin.

El señor y la señora Bertram apartaron a su hijo a un lado.

—Vamos, vamos... Deja de acaparar a la cumpleañera.

Su familia de acogida la rodeó y Harlan se escapó en busca de comida. Con menos de treinta personas en su casa, esa fiesta le parecía solo una sombra de las que solía organizar él. Oliver había insistido en encargarse de la lista de invitados, la única cosa con la que había puesto pegas, y Harlan y Emma discutieron con él. Sin embargo, a Finley no parecía importarle que la fiesta fuera pequeña. En realidad, mientras Harlan la observaba desde las escaleras con el refresco en la mano, admitió que era mucho mejor así. Y lo supo por el modo en que Finley mantenía la cabeza alta y se elevaba sobre las suelas de las chanclas y no solo en las puntas de los pies.

Liam se le acercó en las escaleras.

—¿Qué tal va todo? Una fiesta estupenda.

—Sí, parece que está disfrutando —dijo Harlan satisfecho.

—¿Se lo ha pasado bien hoy?

—Sí, creo que se está divirtiendo de verdad. —Harlan tomó un sorbo de la bebida—. Tengo que irme un par de días de la ciudad, pero seguramente esté de vuelta el lunes, el martes, como muy tarde. ¿Cuándo se te acaban las vacaciones?

—Las clases empiezan el lunes siguiente, así que todavía estaré aquí cuando regreses.

Harlan asintió e hizo un gesto en dirección a Finley, que mantenía una animada conversación con Oliver.

—¿Y ella? —preguntó Harlan.

—¿A qué te refieres?

—A nada, no importa. —Se puso en pie y bajó las escaleras—. Voy a por un trozo de tarta. ¿Quieres algo?

—No, estoy bien.

Harlan se abrió paso por los invitados, deteniéndose para saludar a sus compañeros de clase. No reconocía a la mayoría, pero igualmente sonrió y chocó manos y juntó puños con los asistentes.

En la cocina vio a Emma hablando con una de las chicas que estaban en el club de teatro de Finley. Su hermana sonrió, dio alguna excusa a la joven y cruzó la cocina hasta Harlan. Apoyó una mano en la encimera gris pizarra.

—Mátame, por favor —le dijo ella, ocultando una sonrisa que apretaba los dientes—. ¿Podría ser más aburrida esta fiesta?

—¿Dónde está tu novio?

Emma levantó las manos.

—Ha insistido en que quiere estar con Finley esta noche. Lleva todo el día preocupado por si se sentía olvidada.

Harlan se encogió de hombros.

—Y tiene razón. Es la chica sexi más infravalorada que he conocido nunca.

—¿Sexi? ¿Ahora piensas que Finley es sexi?

—¡Qué!

Emma le dio un empujón.

—¡Dios mío! —exclamó ella, mirándolo fijamente—. ¡Te gusta! ¡Te gusta de verdad!

—¿Y...?

La chica puso los ojos en blanco.

—No hagas ninguna tontería, Harley. —Le amenazó con el dedo índice—. Voy a buscar a Ollie.

Alrededor de las diez la fiesta estaba en su máximo esplendor y había llegado mucha más gente sin invitación; entre ellos, Frost, su compañero de clase. El señor Bertram fue a acompañar a su esposa a casa, pero les prometió a Harlan y Emma que no tardaría en regresar. La promesa parecía más bien una advertencia.

Harlan encontró a Finley acurrucada en una silla de la biblioteca, observando el contenido de una cajita.

—Te estaba buscando —le dijo—. ¿Lo estás pasando bien?

La joven alzó la mirada y asintió.

—Sí, gracias. Gracias por todo, Harlan. No... no sé qué decir.

—Para empezar, puedes hacerme un favor: deja de darme continuamente las gracias.

—Vale, perdona. —Se rio entre dientes.

—Y también deja de disculparte.

—Lo sé, perdona.

—¡Price!

—De cuerdo, muy bien... No me perdones. Oh, Dios.

Se rio, pero después suspiró y levantó el regalo. Era una carcasa para el iPhone.

—Pero creo que no me va a servir de mucho.

—¿Por qué lo dices? —El chico se sentó a su lado y alcanzó la carcasa. Estaba personalizada y tenía una foto de Liam y ella de pequeños.

—Se me estropeó el teléfono cuando me caí en el charco, ¿no te acuerdas? Lo del arroz no ha funcionado, y no me he atrevido a contárselo a Liam, y tampoco puedo pedirle otro al tío Thomas.

Harlan se levantó y le tendió una mano.

—Siento que el arroz no haya funcionado, pero puedo arreglarlo. Ven conmigo.

Por increíble que pareciera, Finley permitió que la ayudara a levantarse.

Diez minutos más tarde estaban con Emma en su habitación. La actriz tenía sobre la cama cuatro teléfonos viejos de colores que Finley no habría imaginado siquiera.

—Elige uno. Cualquiera —le dijo Emma. Miró a Harlan y le hizo un gesto de asentimiento. Mientras Finley se lo pensaba, Emma colocó delante de la vista de su vecina un teléfono blanco sencillo. Harlan prácticamente podía ver cómo se movían los engranajes de su mente—. Verás, son todos viejos y yo no pienso usar un teléfono antiguo. —Dio un golpecito con el dedo en el blanco—. Te lo aseguro.

Finley asintió.

—Bueno, si estás segura...

—Oh, lo estoy. —Tomó el teléfono blanco, le puso la carcasa de Liam y se lo tendió a Finley—. Feliz cumpleaños, Fin.

Finley la abrazó y después sonrió a Harlan.

—Gracias. ¡Voy a enseñárselo a Liam! —Salió de la habitación corriendo y los hermanos la siguieron.

Abajo se encontraron con un puñado de gente que no reconocían, y todos saludaron a Finley. Ella los miró inexpresiva antes de devolverles el saludo. Un grupo de chicos empezaron a hablar con ella, ¡incluso a flirtear con ella!, y Finley miró con una expresión nerviosa a Emma y a Harlan. El actor se acercó con las fosas nasales dilatadas.

Llegaron a su lado justo al tiempo que Frost se unía al grupo.

—Vengo a felicitar a la cumpleañera —dijo, mirando a Finley. Después saludó a Harlan con un gesto de cabeza—. Crawford, ¿qué tal? Esperaba encontrarme con más gente.

—Y yo esperaba encontrarme solo a la gente que estaba invitada —replicó Emma, tomando a Finley por el brazo y apartándola de los dos caraduras.

—Amigo, congenias de verdad con los vecinos, ¿no? —le dijo Frost a Harlan—. Has conseguido a ese bombón de Price ahora que está buena. Buen trabajo.

Finley se volvió y miró a Harlan con el ceño fruncido pero los ojos muy abiertos. ¿Estaba herida? ¿Enfadada? Huyó corriendo, lejos de él.

—Pero ¿qué dices? —preguntó el actor—. ¿A qué has venido?

Frost retrocedió.

—Solo hacía una observación, amigo. No te pongas así.

—¿Conocías a Finley antes de esta semana?

—¿A quién?

—A Price.

—No.

—De acuerdo. Entonces sal de esta casa, Frost, y llévate a tus amigos contigo. Es una fiesta privada.

El chico se puso a maldecir.

—Te crees importante porque eres famoso, Crawford. ¡Yo soy dos veces más hombre que tú!

—Entonces puedes irte a comer dos veces más cacahuetes de mi basura —respondió, dándole la espalda.

Las risas inundaron la sala. Harlan no se volvió cuando oyó la puerta cerrarse, estaba demasiado ocupado buscando a Finley.

La encontró junto al equipo de música con Liam, Oliver y Emma.

—¿Puedo hablar un momento contigo? —le preguntó a Finley.

La chica miró a los demás como pidiendo su opinión y Liam le hizo un gesto para que accediera.

—Claro. Ve, Finny.

Finley se metió las manos en los bolsillos y siguió a su vecino por el pasillo hasta una habitación vacía.

—Oye, lo que ha dicho Frost... —comenzó a explicarle.

—No pasa nada, Harlan.

—Sí, sí que pasa. No es cierto, ¿entendido? —Se pasó una mano por el pelo, algo nervioso—. No es eso lo que intento hacer.

—¿Por qué iba a creérmelo? Después de lo que pasó con Juliette...

—Juliette no me importaba.

Finley asintió.

—Ya lo sé. Ese es el problema. Le hiciste daño y ni siquiera te importaba.

—¿Crees que habría sido mejor hacerle daño si me importara?

—Pues sí. Al menos habría sido de verdad.

—¿Quieres que me disculpe con Juliette? ¿Eso es lo que estás pidiendo? Vamos, Price. ¿Cómo puedo hacerlo bien? —Extendió los brazos en su dirección—. No quiero que me dejes fuera.

—No te estoy dejando fuera, Harlan. Simplemente pienso que una sola semana buena no puede cambiar toda una vida siendo tú mismo.

El chico puso un gesto de dolor.

—A lo mejor ya no quiero ser el de siempre. ¿Has pensado en eso? ¿Has considerado que la razón por la que me gustas es porque me haces querer ser mejor?

Finley le regaló una sonrisa burlona.

—Yo no soy tu salvadora. Pero puedo ser tu amiga. ¿Aceptas eso?

Harlan le dio la espalda y cabizbajo se quedó mirando a sus zapatillas Puma de edición limitada, sobre la alfombra persa. Se sacó un paquete pequeño del bolsillo trasero.

—No lo sé. —Le dio el regalo—. Feliz cumpleaños, Fin.

Finley lo abrió y se encontró con una versión del director del último episodio de su padre. Se llevó la mano a la boca.

—¡Oh, Harlan!

—De nada.

A la joven se le llenaron los ojos de lágrimas mientras miraba el DVD.

Harlan no quería ver gratitud en su rostro. No quería su gratitud. Se dio la vuelta para salir de la habitación, pero se detuvo y la miró de nuevo.

—Voy a estar fuera de la ciudad unos días. Espero que nos veamos cuando regrese.

—Claro —le respondió ella en voz baja—. Nos veremos a tu vuelta.

Harlan siguió en dirección a la puerta.

—¡Espera! —le pidió ella. Cruzó la habitación y lo rodeó con los brazos. Él aspiró el olor de su cabello—. Gracias —susurró.

—Sí, sí...

Soltó una carcajada y se aferró a ella todo el tiempo que le permitió. Más de lo que hubiera esperado, menos de lo que habría deseado.

—Nos vemos cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo Finley sonriendo.

—De acuerdo.