CAPÍTULO 7
POR el tono que Jarvis usó, daba la
impresión de que se sentía con derecho a saber quién era Oliver.
Según Bevin, estaba llevando el falso compromiso demasiado lejos.
Pero eran demasiadas sorpresas al mismo tiempo. La joven le
preguntó, tratando de parecer molesta:
—¿Cómo has averiguado dónde vivo?
—¡Vamos, no es ningún misterio! Recuerda que
dejaste tus papeles en mi coche —respondió él de inmediato. Sin
soltarle el brazo, repitió:
—¿Quién era ése?
—Eso no tiene por qué interesarte —replicó—,
pero... me estás haciendo daño. Además, Oliver es simplemente un
buen amigo.
Jarvis la soltó, pero añadió furioso:
—¡Vaya, no sabía que los “buenos” amigos se
besaban con tanta pasión!
—¿Pasión, Oliver? ¿Qué tratas de decir?
—preguntó. No deseaba discutir con Jarvis, pero parecía que él no
comprendía nada.
—¿Que qué trato de decir? —él se detuvo un
momento, y después añadió—: ¿Le contaste que estamos
comprometidos?
—¡No estamos comprometidos! —lo interrumpió,
recordando la manera en que la hermana de Jarvis la había
acorralado. No estaba dispuesta a permitir que eso sucediera otra
vez.
—¡Tu madrastra así lo cree! —repuso
él.
—¿Has hablado con Irene? —preguntó con
calma.
—No, llamé antes —le explicó— de hecho, me
invitó a venir, pero tenía un compromiso, así que no pude
aceptar.
—Oh Jarvis —exclamó Bevin, entendiendo de
repente lo que Jarvis estaba haciendo en su casa—. ¿Viniste a ver
si me encontraba bien?
—¿Después de haberte cuidado tanto, creíste
que permitiría que te alejaras así como así? —le preguntó con
ternura. Después, irónico, continuó—: ¿Estás bien aquí,
Bevin?
Ella quería gritar: “¡No! ¡llévame
contigo!”, pero respondió con una mentira.
—Sí, claro —lo miró con tranquilidad,
sonriendo. ¡Cómo deseaba apoyar la cabeza sobre su pecho y rogarle
que la llevara consigo, decirle que lo había echado de menos con
todo su corazón! Pero no hizo nada de eso.
—Entonces, buenas noches —repuso y,
tomándola de los hombros, la besó en la frente. Después se volvió y
se dirigió hacia su coche.
Bevin deseaba correr tras él y decirle lo
mucho que lo amaba, pero lo único que hizo fue entrar en la casa,
refugiarse en su habitación y estallar en sollozos. Por suerte,
Irene estaba viendo la televisión, así que no se dio cuenta de la
presencia de Bevin. Sollozando, pensó con tristeza que nunca
volvería a verlo. No podía dejar de pensar en él. Sabía que tenía
razón al haberse molestado tanto. Ella le había contado que no
existía hombre alguno en su vida, ¡y era verdad! Por desgracia,
después de presenciar la manera en que Oliver se había despedido,
Jarvis difícilmente podría creerla. También estaba segura de que él
no estaría de acuerdo en que confesara la verdad acerca de su
compromiso. Tampoco había podido explicarle que ésa había sido la
única vez que Oliver la había besado.
Por fin, se durmió. A la mañana siguiente,
después de ducharse, bajó a la cocina y preparó un poco de té. Pudo
darse cuenta de que el tiempo había mejorado y que el día prometía
ser cálido.
Cuando Irene se levantó, parecía encontrarse
especialmente molesta. Al entrar en la cocina, exclamó:
—Tu prometido llamó ayer buscándote.
Bevin estuvo a punto de decirle que lo había
visto y que no necesitaba sus estúpidos recados, pero prefirió
callarse. No tenía por qué hablar de Jarvis con esa mujer.
—¡Oh! —trató de aparentar sorpresa.
—Así es —respondió Irene—, lo menos que
puedes hacer es darme las gracias por haber mentido por ti.
—¿Mentiste por mí? —exclamó Bevin sabiendo
que absolutamente todo lo que Irene hacía era para obtener alguna
recompensa.
—¡Sí! Le dije que habías ido a Dereham a ver
a una amiga.
—Gracias —repuso para quitársela de
encima.
—Claro, sin embargo, podría contarle la
verdad a Jarvis —añadió Irene con malicia—, que esa “amiga” tuya no
es tal, y que de hecho tú te habías citado con un hombre.
Bevin sabía muy bien que Irene trataría de
chantajearla, así que repuso:
—Sí, podrías decírselo, Irene —dijo con
determinación y, sintiendo la necesidad de respirar aire fresco,
salió al jardín.
El fin de semana transcurrió lentamente para
Bevin. Se dio cuenta de que no le era posible seguir viviendo con
su madrastra.
El lunes, Bevin se sintió peor, deprimida y
fuera de lugar. Sí, el hecho de que en ese momento Irene fuera la
dueña de la casa la hacía sentirse muy mal. Pero sabía que eso no
era lo principal. Lo que la mantenía en ese estado era el amor que
sentía por Jarvis. ¡Lo echaba tanto de menos! Pero sabía que la
posibilidad de volver a verlo era tan remota como que Irene se
marchara de su casa y desapareciera de su vida.
El martes, Bevin decidió buscar un empleo,
así que compró el periódico y se puso manos a la obra. No encontró
ningún puesto, para el cual estuviera calificada. Decidió enviar
algunas solicitudes de todas maneras. Se disponía a escribirlas
cuando Irene entró en su habitación.
—Si deseas redactar un contrato de
matrimonio o algo por el estilo, yo podría...
—¿Contrato de matrimonio? —la interrumpió
Bevin, indignada.
—¡Debes proteger tus intereses! —exclamó
Irene—. Es por tu bien.
—¿Desde cuando te preocupas por mi bien?
—preguntó sin poder creer lo que estaba oyendo. Irene no respondió;
se limitó a sonreír con malicia.
Se dispuso a terminar lo que había empezado
y no bajó a la sala hasta que oyó que Irene se marchaba. Cogió la
guía telefónica y se dedicó a llamar a varias agencias para
preguntar a cuánto ascendían los alquileres de los apartamentos. Se
dio cuenta que le resultaría bastante difícil pagar el alquiler si
no encontraba antes un empleo. En ese momento, sonó el
teléfono.
—¿Cómo está mi paciente favorita? —le
preguntó Jarvis. Reponiéndose de la sorpresa, Bevin
respondió:
—¡Gracias a unos excelentes cuidados
médicos, creo que sobreviviré!
—¿Te estás alimentando bien, pequeña Bevin?
—preguntó él.
—¡Claro! —añadió la joven, después de unos
segundos de titubeo.
—¡Lo que significa: “Claro que no”! —repuso
él—. No sé que hacer contigo, pequeña —añadió con dulzura.
“Llévame de vuelta a tu casa”, pensó en
responder Bevin, pero no dijo nada. En ese momento, Jarvis
continuó:
—¿Te gustaría salir a cenar conmigo?
—¿Cuándo? —preguntó de inmediato, esperando
no parecer demasiado ansiosa, pero fue inútil. Se dijo que era
imposible ocultar un amor tan grande.
—Veamos —respondió él mientras consultaba su
agenda. Era como si la invitación a cenar se le hubiera acabado de
ocurrir en ese mismo momento—. ¿Qué te parece mañana?
—¡Estaré lista! —respondió ella con
entusiasmo.
—Pasaré a recogerte a las siete y media —se
despidió y colgó.
Al colgar el auricular, Bevin permaneció en
estado de euforia durante la siguiente hora. Todos los pesares que
la habían aquejado hasta ese momento parecían haberse esfumado. Al
día siguiente vería a Jarvis. Ninguna otra cosa podría importarle.
Sin embargo, se dijo pensándoselo mejor, sí había algo que
importaba: no tenía ninguna ropa que ponerse. Miró su reloj. Era
demasiado tarde para ir de compras, pero decidió que al día
siguiente se levantaría muy temprano e iría a Dereham.
—¡Vaya! ¡Vas de estreno! —exclamó Irene al
verla bajar de su habitación a las siete y veinte luciendo su nuevo
vestido—. Es nuevo, ¿no?
—¡Sí! —respondió Bevin con tono indiferente.
Había adquirido un traje de falda y chaqueta de color crema. Nunca
se había vestido con tanta elegancia. Tenía una apariencia
estupenda.
—¿A quién le toca hoy? —preguntó la mujer
con ironía—. ¿A tu prometido o a ese farmacéutico?
—Jarvis —repuso y, disculpándose, subió a su
habitación de nuevo; quería asegurarse de que su apariencia era tan
buena como pensaba.
Desde la ventana, pudo ver el coche de
Jarvis y se dirigió hacia la puerta. Bajó de inmediato, pero sabía
que sería inútil tratar de impedir que Irene abriera la puerta, ya
que, según ella, la chica vivía en “su” casa.
—Señor Devilliers —dijo al ver a
Jarvis.
—Buenas noches, señora Pemberton —la saludó
con cortesía; pero sonrió a Bevin, que se encontraba detrás de
ella—. ¡Hola, querida! —se dirigió a la joven; a pesar de saber que
simplemente estaba fingiendo, a Bevin le temblaron las piernas de
emoción.
—¡Hola! —respondió, y se quedó boquiabierta
cuando él la tomó del brazo y la besó en la mejilla.
—¡Que os divirtáis! —los interrumpió Irene,
recordándole a Bevin que había alguien más en esa habitación aparte
del hombre que amaba.
—¡Gracias! —respondió y volviéndose se
dirigió con Jarvis hacia el coche. Bevin sabía que probablemente
ése era el momento más feliz de su vida.
Jarvis cerró la verja y le abrió la puerta
del coche. En ese momento, Bevin notó que se ponía serio. Su
corazón latió con más fuerza. Después, él comentó:
—Creo que eres consciente de que estás
preciosa ———comentó mirándola.
—Gra—gracias —tartamudeó la joven tomando
asiento, y Jarvis cerró la puerta.
Aunque conocía a Jarvis desde hacía muy poco
tiempo, Bevin tenía la sensación de que eran viejos amigos;
conversar con él era absolutamente diferente que hacerlo con
Oliver. Jarvis entró en Dereham tomando la autopista, y después se
dirigió al norte. Bevin se dio cuenta de que la llevaría al hotel
más elegante de Dereham.
Mientras lo seguía por entre las mesas del
restaurante del hotel, se sentía como si estuviera en las nubes. Se
sentaron, y esperaron a que les entregaran el menú.
En realidad, Bevin no tenía experiencia
alguna sobre cómo comportarse en un lugar tan elegante, pero
tampoco le importaba; al lado de Jarvis se sentía la mujer más
feliz del mundo. Por otra parte, sabía que su nuevo atuendo le
quedaba muy bien, y eso la hacía sentirse más segura. Se dijo que
esa noche sería memorable, tal vez la más feliz de su vida.
Recordaba haber pedido algo con salmón para
empezar, y después pollo asado. Pero después de que alguien se
acercó a ella y se ofreció a llevarse su chaqueta, ya no pudo
recordar nada más. Su atención estaba fija en Jarvis. A veces, la
hacía reír comentando algo agradable; otras, llamaba su atención
preguntándole algo más serio. Cuando terminaron el postre su
expresión se volvió seria y, mirándola fijamente con sus expresivos
ojos grises, le preguntó:
—¿Has vuelto a ver a Oliver desde el
viernes?
Instintivamente ella quiso responder con un
“no”, e incluso explicarle que creía casi imposible que volviera a
verlo, pero en ese momento, titubeó. Jarvis era un hombre que lo
poseía todo. ¿No era mejor que se imaginara que había otro hombre
en su vida?
—Salió de la ciudad por unos días —respondió
con resolución y, de inmediato, preguntó—: ¿Y tú?
—¿Yo? —preguntó él extrañado.
—¿Existe alguna... mujer en tu vida?
—¿Cómo? ¿Un hombre comprometido como yo?
—preguntó con ironía y, a pesar de que Bevin se daba cuenta de que
estaba eludiendo su pregunta, soltó una carcajada. Después de un
momento dijo:
—Ya me basta con una. ¡Me ha dejado tan
tranquilo mi familia!
Bevin volvió a reír. Sabía que la familia de
Jarvis lo había estado presionando desde la muerte de su abuelo,
así que estaba contenta de haberlo ayudado. Pero su felicidad se
fue abajo cuando, al cabo de diez minutos, el camarero que los
había atendido se presentó con la cuenta y otro le entregaba su
chaqueta. Eso significaba que la noche más feliz de su vida estaba
a punto de terminar.
Se dirigían hacia Dereham cuando Jarvis le
sugirió de repente:
—¿Tomamos el café en mi casa?
—¡Es mucho mejor que en la mía! —respondió
feliz Bevin, con el corazón acelerado.
Estar en la casa de Jarvis otra vez era para
ella como cerrar aquella noche con un broche de oro. Tenía tantos
recuerdos felices de aquel lugar... Pero no, no debería volver
atrás, lo que importaba era el presente, ella no sabía cuándo
volvería a verlo, así que decidió disfrutar hasta el último segundo
al lado del hombre al que secretamente amaba.
—Estoy segura de que deseas que llegue
pronto el viernes —comentó ella, sabiendo que ése era el día en que
la señora Underhill hacía la limpieza.
—Si lo dices por el desorden que hay, lo
único que puedo ofrecer como disculpa es este café que estoy
preparando para ti.
“Es la excusa perfecta”, pensó. Le encantaba
estar con él. Su corazón albergaba la esperanza de que él sintiera
lo mismo por ella. De otro modo, no la hubiera invitado a tomar
café en su apartamento.
Al volver de la cocina con el café, Jarvis
fijó la mirada por un momento en sus ojos y después en sus labios.
Al darse cuenta de ello, Bevin sintió que su corazón se aceleraba.
En ese momento, la llamó.
—¡Ven aquí!
Sin pensarlo dos veces, se acercó a él. ¡Ése
era el lugar donde deseaba estar, entre sus brazos!
Cuando él la abrazó, ella le ofreció sus
labios sedientos. Después de besarla, Jarvis hundió el rostro en su
dorada cabellera. Sin atreverse a soltarla ni por un momento, la
guió hacia la sala y después, con rapidez, se despojó de su
chaqueta. Al tiempo que se sentaba en un sillón, la ayudó a hacer
lo mismo. Fue el único instante en que dejaron de abrazarse.
Después se besaron con pasión. Bevin no se dio cuenta del momento
en el que se quitó los zapatos. Lo único que sabía era que se
encontraban juntos; deseaba que ese momento fuera eterno. Él
abandonó sus labios y empezó a besarle en el cuello. Bevin se
olvidó de su timidez; sintió cómo la iba desabrochando la blusa al
tiempo que recorría sus senos con los labios. Al fin, Jarvis le
despojó de la prenda y exclamó:
—¡Qué hermosa eres, Bevin! —en ese momento,
su pasión creció y la abrazó todavía con más fuerza.
—¡Oh Jarvis! —murmuró al sentir que, después
de quitarle el sostén, Jarvis continuaba explorando sus senos con
sus ardientes labios. Al sentir la caricia de sus manos, gimió de
placer. Nunca en su vida había experimentado un anhelo tan
frenético. Trató de ayudarlo a quitarse la camisa; después emitió
un pequeño grito al sentir su piel bajo sus dedos. Le parecía algo
glorioso.
—Eres preciosa, Bevin —le murmuró al oído
mientras le acariciaba.
—¡Jarvis! —gimió otra vez; sabía que no le
negaría nada. Le pertenecía. Se sentía fuera de sí.
—¿Te quedarás conmigo? —preguntó sin dejar
de acariciarla. Bevin no era capaz de pensar en nada que no fuera
él.
—¿Quieres decir que puedo quedarme en la
habitación donde me quedaba antes? —preguntó riendo como una niña
traviesa.
—Bueno, no me refería a esa habitación
—murmuró para delicia de Bevin.
Sin poder pensar con claridad, la joven
trató de apartarse un poco. No estaba segura de si debía estarle
agradecida a Jarvis o no. Al notarlo, él la ayudó a incorporarse y
ambos permanecieron sentados.
—¿Algún problema? —preguntó Jarvis, pasando
el brazo sobre sus desnudos hombros. Ella trató de cubrirse.
Bevin no estaba segura de nada. Jarvis no le
estaba pidiendo que volviera a vivir con él, sino que se quedara
solamente por esa noche. En ese momento se dio cuenta de que no era
eso lo que ella deseaba, acostarse simplemente con él, y si eso era
lo que él, quería, sólo le estaba demostrando que no la
amaba.
No supo cómo pudo alejarse de él sintiendo
su tibio pecho tan cerca. De inmediato se dio cuenta de que Jarvis
no la obligaría a nada; sintió que él bajaba el brazo y la dejaba
ir.
—Yo... —empezó ella tratando de disculparse,
pero no pudo continuar, era la segunda vez que se negaba. Por otra
parte, no quería que esa maravillosa velada terminara de una manera
tan brusca, así que con renovado aliento continuó—: ¿Crees correcto
consumar nuestro compromiso?
Bevin deseaba que Jarvis sonriera o hiciera
algún comentario bromista, cualquier cosa que la hiciera saber que
la había perdonado, pero Jarvis no sonrió. Después de un momento de
silencio, respondió:
—No estoy en condiciones de decidir lo que
es correcto y lo que no —después, mirándola a los ojos, añadió—:
Sí, tal vez tengas razón. Vístete. Creo que te llevaré a casa —al
decir eso, le entregó su ropa.
Ella obedeció y Jarvis la llevó a su casa.
El jueves por la mañana se despertó en su propia cama, deseando que
fuera la de Jarvis. En ese momento se arrepentía. Se preguntaba si
acaso no habría sido mejor pasar una sola noche con él que estar
tan alejada.
Bevin pasó un día terrible, pero el viernes
fue peor. No podía dejar de pensar en lo que había pasado, todavía
una parte de ella deseaba haber permanecido con él. ¿Pero, y
después... qué habría sucedido?
El lunes por la mañana, decidida a dar un
nuevo rumbo a su vida, puso manos a la obra para seguir buscando
empleo. Sabía que lo que había hecho había sido lo mejor, y no
pensaba torturarse más con remordimientos. Enviaría algunas
solicitudes a Illington, y, si surgía algo, podría trasladarse
allí.
—¡Vaya! ¡Para estar comprometida con el
mejor partido de Dereham, no pareces muy feliz! —exclamó Irene,
cuando la vio el martes.
Había miles de cosas que Bevin podría
haberle respondido, pero no lo hizo. No deseaba mencionar a Jarvis,
y mucho menos, hablar de él con su madrastra.
—Tienes razón —repuso y se marchó dejando a
Irene totalmente confundida.
Se dijo que en ese momento debía pensar en
su futuro. Un futuro en el que Jarvis no estaba incluido. No
saldría con él otra vez; estaba decidida a no hacerlo. Había
transcurrido casi una semana desde la última vez. Se había
despedido de ella con un beso en la mejilla y un simple “adiós,
Bevin”; después se había marchado.
Pero si alguna vez volvía a llamarla para
preguntar por su salud, respondería sin titubear. No permitiría
que, de nuevo, cargara con la responsabilidad de cuidarla. Había
sido tan amable y la había ayudado tanto... Pero eso formaba ya
parte del pasado, ya no vivía bajo su techo. Siempre le estaría
agradecida por eso, pero trataría de olvidarlo. Estaba demasiado
enamorada de él para poder verlo solamente como a su
benefactor.
El miércoles transcurrió sin novedad; nadie
la llamó por teléfono. Bevin se fue a la cama temprano. Había
pasado una semana desde la última noche que pasó con Jarvis.
El jueves pensó que no llamaría nunca más, y
eso significaba que el resto de su vida sería tan gris como había
sido hasta ese momento, sin él. Al llegar el viernes, se sentía
desesperada. Trataba de no pensar en Jarvis, pero le resultaba
imposible, ya que Irene se encargaba de recordárselo a cada
momento.
—Algo anda mal, ¿verdad? —le comentó Irene,
mirando el calendario. Llevaba un exacto control de los días que
habían transcurrido desde la última vez que Jarvis había llamado—.
¿Acaso habéis discutido? ¡Es mejor que te comportes con precaución!
¡No es fácil encontrar hombres como ése! Y a juzgar por el curso de
las cosas, no me extrañaría que...
Bevin sabía cómo librarse de Irene. Lo mejor
era ignorarla. Se alegró al oír que estaría fuera toda la tarde.
Luego se dirigió á; su habitación, quería elegir la ropa que se
llevaría en caso de que se marchara pronto. El teléfono sonó en ese
momento, sobresaltándola. De inmediato dejó lo que estaba haciendo
y fue a contestar. Antes de hacerlo, recordó por un momento lo que
había decidido y después levantó al auricular.
—¿Diga?
—¿Cómo está la pequeña Bevin? —preguntó
Jarvis.
“Te amo, Jarvis”, pensó la joven, pero se
apresuró a contestar:
—¡De maravilla!
—¡Qué bien! —comentó él y añadió—: Me
pregunto si te gustaría...
—No, creo que no... —se apresuró a responder
antes de que Jarvis pudiera terminar, arrepintiéndose de inmediato
por lo que acababa de decir.
Reinó un silencio inquietante. Después,
Jarvis continuó hablando, en ese momento mucho más relajado. Bevin
incluso podría haber jurado que estaba sonriendo.
—¡Basta de temores irracionales, pequeña
virgen! La invitación no proviene de mí, sino de mis padres.
—¿De tus padres? —exclamó asustada.
—No es culpa mía —se disculpó—, pero me han
estado presionando toda esta semana. Desean conocerte y yo... —se
detuvo; después de una pausa, continuó—: bueno, yo accedí a
visitarlos mañana... contigo.
—¿Cómo?
—Sí, tú y yo. Desean conocerte —repuso él
con determinación.
—Pero, ¡no puedo! —protestó.
—¿Por qué no? —preguntó él—, creo que ya
habíamos aclarado esto, Bevin, tú accediste a ayudarme.
—Sí, lo hice... pero...
—¡Pero nada! —la interrumpió alterado—,
mañana pasaré a recogerte —hizo una pausa y añadió—: llévate una
muda de ropa. Pasaremos la noche con ellos.
Y a continuación colgó.
Bevin se quedó boquiabierta. Con lentitud
colgó el auricular a su lugar y se dirigió a su habitación.
“No lo veré más”, pensó, pero después sonrió
y corrigió su pensamiento anterior. Amándolo como lo amaba, ¿qué
otra cosa podía hacer, sino seguirlo hasta el fin del mundo si
fuera preciso?