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Los niños del cubo
De entre todas las personas que habían contado sus experiencias en el kilómetro 159 de la N-340 en diversos foros de la red y a las que yo había intentado localizar, pocas llegaron a responder a mi solicitud de información. Uno de los que sí lo hicieron —y que acabaría acompañándome en mi primer viaje a Los Alfaques— fue Raúl Sacrest, con quien además llegaría a entablar una buena amistad.
Pero entre todos aquellos que no me respondieron había una persona con quien necesitaba contactar de la forma que fuera. Se trataba de L. T. D., la joven que había perdido incluso a un familiar directo en la tragedia de 1978 y que había llegado a ver la figura de varias alemanas en el arcén. De modo que le reenvié mi mensaje varias veces y con distintas modificaciones, prometiéndole que sólo quería hablar con ella y que nunca la identificaría si no lo deseaba. Intuía que el hecho de haber contado su experiencia le había traído ya más de un quebradero de cabeza. No me equivocaba: tras recibir, quizá abrumada, tantos correos electrónicos de un servidor, por fin se animó a responder.
De: L.T. D. laXXXX@gmail.com
Para: javier.perez.mp@gmail.com
Asunto: RE: Alfaques
Hola…
La verdad es que es curioso todo lo que pasa por allí… Supongo que te habrán hablado ya de visiones de niños con cubos de playa… Yo soy de La Rápita y aquí los conocen como los niños del cubo. Es lo que la gente más ve. Pero de lo mío, lo curioso es que, que yo sepa sólo lo vimos yo y unas amigas, y al cabo de unos años mi hermana con sus amigos… Fue en noviembre y lo que nos chocó fue que llevaban bañador. Eran dos mujeres muy altas, rubias. Por eso pensamos automáticamente que eran alemanas.
Gracias por escribirme, pero todo lo que vi, lo conté en el foro… Una vez nos dijeron que podría ser que alguna de las víctimas se quedó con algo pendiente de decirnos, que incluso podría ser un mensaje de mi tío, y que por eso casualmente lo vimos mi hermana y yo… Pero no tengo ni idea.
También he de decir que paso mucho por allí y que ya no he visto nada más durante todo este tiempo.
Si quieres alguna información, te la daré por aquí. Pero todo confidencial, por favor, ya que no me gustaría que volviera a salir mi nombre… Aparte, a mi madre no le hace mucha gracia, ya que como expliqué, perdió a un familiar directo allí…
Un saludo.
¿Los niños del cubo? ¿La gente de la zona había bautizado incluso las apariciones con aquel apodo? No podía dar crédito… El detalle del cubo me recordaba directamente la visión de Martín Moraleda en el año 2003. El último niño, con el rostro negro, llevaba un cubo en la mano izquierda. ¿Y qué decir del detalle de las mujeres alemanas, esperando en el arcén como paralizadas?
Eran imágenes de playa, de gente vestida de verano… en pleno invierno.
Automáticamente recordé una vieja historia que se contaba en los círculos del periodismo, narrada por quien llegó a conocer a los protagonistas, dos importantes reporteros del diario El País. Habían acudido a Los Alfaques unos meses después del suceso para elaborar un nuevo reportaje sobre la vida en el camping tras la tragedia. Después de pasar varias horas tomando las fotografías de rigor se subieron al viejo Citroën, y en ese instante empezaron a notar que algo los rodeaba. Como una presencia infantil que llegaba a escucharse entre los árboles que bordeaban el vehículo. En un momento determinado llegaron a bajar de nuevo para recorrer otra vez el terreno, pese a haber pasado allí las horas del atardecer en completa soledad. Allí seguían los sonidos de niños, como si estuvieran jugando entre los pinos y los matorrales. Pero no había ninguna presencia. Uno de ellos llegó a ver incluso una figura infantil.
Atemorizados y sin hallar explicación a lo que acababa de ocurrirles, se montaron en el coche y regresaron a la redacción casi sin habla. Nunca pudieron hacer pública su experiencia, pues era inconcebible para dos prestigiosos reporteros de un importante periódico. Fenómenos como aquél no se recogían en los libros de estilo, y divulgarlo no haría otra cosa que desprestigiar al medio.
Con un escalofrío naciente, alcancé el teclado y contesté casi sin levantar la mirada de la pantalla.
De: javier.perez.mp@gmail.com
Para: L.T. D. laXXXX@gmail.com
Asunto: RE: Alfaques
¡Hola, L.!
Ante todo, gracias por responder… Me has dejado sorprendido, ¿la gente de la zona estáis acostumbrados a escuchar este tipo de historias?
Sinceramente, hasta hace unos meses me parecía algo puntual, pero si realmente hay muchos más casos de gente que ha visto lo mismo en ese punto tan concreto, ya no sé bien qué pensar…
Lo envié sin corregir nada. Poco después me di cuenta de que ni siquiera me había despedido de ella; no importaba, ya estaba hecho.
Cinco minutos después recibí una nueva respuesta.
De: L. T. D. laXXXX@gmail.com
Para: javier.perez.mp@gmail.com
Asunto: RE: RE: Alfaques
Pues sí, hay bastante gente… De hecho tengo a un amigo que vive enfrente de allí, y toda la familia oye ruidos, y han llegado a ver niños…
¡Saludos!
Éstas fueron las últimas palabras que L. T. D. me escribió. Nunca más supe de ella. Quizá pensó que ya había hablado demasiado y no quiso seguir fomentando aquel intercambio de preguntas y respuestas. Ni siquiera llegó a responderme en mis posteriores viajes a la zona, cuando le propuse acudir a donde fuera necesario para hablar con calma de su experiencia.
Ligeramente irritado ante la ausencia de respuesta, acabé comprendiendo su actitud. Si para mí conocerla personalmente era entonces una de las mayores prioridades, para ella yo no era otra cosa que una preocupación más. Al fin y al cabo no me conocía de nada, y no tenía por qué fiarse de mi palabra. Más aún si se tiene en cuenta el modus operandi de algunos personajes del gremio que tanto han hecho por desvirtuarlo. Además, su familia había sufrido un drama personal y, posteriormente, un hecho inexplicable por partida doble: primero L. T. D., y años después su hermana. ¿Qué haría yo de encontrarme en su situación? Posiblemente lo mismo: cargar con ello para siempre; evitar las miradas críticas y los comentarios de los vecinos del pueblo, ahuyentando de paso los viejos fantasmas.
A fin de cuentas, el hacer públicas aquellas vivencias no aportaba ningún beneficio a los testigos. Tan sólo quitarse de encima la losa del silencio. Pero aquel nimio gesto debía merecer la pena lo suficiente como para estar dispuestos a hacer frente a las burlas y las críticas, por no hablar de los acosos, tal como había ocurrido en el caso del guardia civil de Menorca. Y aquel gesto de algunos valientes ayudaba a que otras personas dieran el salto y se animaran a hacer públicas —en ocasiones desde el anonimato— sus experiencias.
La verdad, yo no creía que aquello fuera a ocurrir nunca. Era demasiado el dolor, demasiado el hermetismo, demasiado el miedo al qué dirán en un pueblo de 15 000 habitantes. Pero en ese momento, sin ser yo consciente de ello, la losa del silencio estaba empezando a resquebrajarse, poco a poco. Y no tardaría en hacerse añicos.