0 INTRODUCCIÓN

Hace años que aseguras en tu curriculum que tienes un nivel de inglés intermedio, pero sabes que no es verdad. Cuando ves (si es que alguna vez la ves) una película americana en versión original, apenas entiendes nada. De vez en cuando te anima darte cuenta de que comprendes algún texto al leer. La pena es que después te pones con otro y descubres que te has perdido antes de llegar a la mitad, así que se puede decir que tu comprensión lectora en la lengua de Shakespeare depende el tema, de cómo el autor ha estructurado el texto o qué amplitud de vocabulario ha usado. La verdad es que la mayor parte de las veces lo que sabes no te sirve para entender un texto con todos sus matices.

Yendo por la calle, algunas palabras de lo que están diciendo esos turistas que caminan a tu lado te resultan comprensibles. Aguzas el oído y, como por arte de magia, la oscuridad vuelve a tu mente. El caso es que, si se les ocurre dirigirse a ti para preguntarte algo, no sabrás qué responder. El corazón te late desbocado solo de pensarlo.

Porque hablar lo has intentado, pero no consigues que salgan de tu boca más que algunas palabras trastabilladas. Empiezas una frase pero te falta una palabra, o dos o más, y además no consigues acordarte del tiempo verbal que debes usar en ese momento. Para colmo, los nervios se apoderan de ti y en un instante estás tan bloqueado que se te hace imposible pensar cualquier frase alternativa a la que ibas a decir. Gatillazo… y a esperar a la siguiente oportunidad.

Si lo anterior te ocurre ante cualquier oportunidad de conversación sin más trascendencia, ponte en la situación de una entrevista de trabajo. Delante de ti hay alguien de recursos humanos que busca tus defectos para compararlos con los del resto de candidatos.

Casi todos los que os presentáis tenéis nivel intermedio de inglés. Eso habéis dicho, al menos. Todos sabemos cuál es el resultado de esa entrevista: se lleva el trabajo el único que de verdad tenía ese nivel porque ha estado estudiando algunos veranos en Inglaterra.

Te voy a ser sincero: si no te esfuerzas, no lo vas a conseguir. Olvídate de métodos mágicos que con mil palabras memorizadas te ponen a un nivel aceptable, o que te lavan el cerebro y te lo reconfiguran made in Britain a base de escuchar grabaciones ininterrumpidamente mientras duermes. Cualquier aprendizaje está asociado a una voluntad y un esfuerzo, y este no es una excepción.

Este libro no es una receta mágica sino solamente un tratado del sentido común. En él, te recomiendo que te fijes objetivos, que te marques unas obligaciones y que te ciñas a ellas a través de una serie de actividades relacionadas con la práctica y aprendizaje del idioma. Sé constante y no te dejes vencer por la pereza o el desánimo, y lo conseguirás. Este no es un intento más: tiene que ser el definitivo. Si realmente lo quieres, así será.

Yo no soy profesor de inglés. De hecho, todavía me queda bastante por aprender. Pero este que describo es el método que ha supuesto el verdadero salto cualitativo en mi aprendizaje. Como tú, he pasado años acomplejado por este tema y esperando que el dominio de la lengua llegase después de un pequeño esfuerzo o incluso, por decirlo de algún modo, por combustión espontánea. Pero un día decidí enfrentarme a la realidad: o me ponía en serio o mejor me olvidaba de llegar un día a dominar el inglés. Y claro, me puse a ello…

He probado muchas cosas y las que te presento aquí son las que, en conjunto, mejor me han funcionado. Dado que me considero una persona de inteligencia media y aptitudes normales, estoy convencido de que también te funcionará a ti. Eso sí: intenta seguir todos los pasos. Verás como merece la pena el esfuerzo.