CAPÍTULO II
Y ENTONCES apareció Colin.
Colin se había resistido a entrar en la firma mientras vivió su padre. Había dicho que nada lo induciría a tener algo que ver con Metcliffe. Pero cuando vio el éxito que tuvo allí su hermano menor, comenzó a sentir envidia.
En la superficie no habían señales de celos. Colin y su esposa venían a menudo a comer y a almorzar los domingos, y su madre se ocupaba de él como siempre lo había hecho, y él y David bromeaban juntos en su vieja y habitual forma, un tanto áspera y hostil. Pero había en ello algo más que el antiguo antagonismo de los hermanos. David fue el único en sentirlo; pero invariablemente, había sido el primero en percibir los cambios de humor de Colin, y sabía que estaba en lo cierto.
Tal vez Sheila, la esposa de Colin, tuviera algo que ver con ello. Era una muchacha delgada, con un rostro exquisito, pero vacío, y era ambiciosa. Le gustaban las cosas que el dinero podía comprar, y sentía que Colin debía hacer más dinero; no era que fuera codiciosa; sólo que tenía un astuto sentido de los valores y sabía que Colin no estaba produciendo tanto dinero —como podría haberlo hecho si hubiera manejado sus negocios en forma diferente. Era el hijo mayor de la familia y había sido postergado por su hermano menor. Por supuesto, era mejor ser un profesional y tener una actividad independiente; pero sólo si las ganancias se ajustaban a la indudable superioridad social.
Sheila sentía animosidad contra David, a pesar de lo cual se mostraba siempre encantadora y flirteaban en Navidad, los cumpleaños y otras reuniones familiares. Preguntaba una y otra vez por qué no se había casado, y sugería que era un estupendo partido. Decía delante de su marido que adoraba a David, y se preguntaba por qué no había tratado de casarse con él. Colin sonreía, resentido y hosco como un niño: pero, a pesar de todo, Shelia era en verdad la que estaba profundamente resentida. Cualquiera hubiera sido el sentimiento da Colin, era ella quien alimentaba su envidia. David podía imaginar los comentarios que se hacían, las insinuaciones que se dejaban caer, las malignas y despectivas indirectas. Hasta ahora había evitado el matrimonio, pero por las mujeres que había conocido..., aprendió, unas veces divertido y otras indignado... las muchas maneras en que puede ser lastimado el amor propio de un hombre.
Vio, y sintió pena, por la amargura de la cara de Colin, cuando éste vino para preguntarle si había alguna posibilidad de que Metcliffe pudiera utilizar sus servicios.
—Todo está difícil —dijo Colin—. Tengo algunos clientes buenos, y mi nombre está comenzando a significar algo. Pero uno no puede manejarse en estos días sin un par de trabajos estables y de cierta importancia. Pensé que tal vez hubiera alguna forma en que yo podría ayudar a Metcliffe.
Estaban sentados en la oficina de David. Colin podía haber estado sentado en el sillón de David, si hubiera elegido esa alternativa algunos años antes. Ambos lo sabían.
—No creo que tengamos mucho que ofrecer, Colin —explicó David—. Cruickshank ha sido nuestro abogado durante tanto tiempo, que no podemos sacarlo por la borda; e internamente tenemos un sistema de contabilidad que camina solo. La firma matriz tiene su propia sección, y las subsidiarias son más o menos autónomas.
—Más o menos... —refunfuñó Colin.
No estaba en posición de parecer cínico. David contestó con rapidez:
—Sabes perfectamente lo que quiero decir. Hemos gastado mucho tiempo y dinero organizando el aspecto financiero y administrativo de las cosas, lo mismo que hemos gastado tiempo y dinero en publicidad, ventas, distribución, y todo lo demás, y no hay un lugar que no esté ocupado. Si hubiera algo que pudiera hacer, Colin, tú sabes...
—Sé que no he venido aquí a arrastrarme —dijo Colin.
David hubiera querido enojarse con su hermano. Pero cuando era más joven había adorado al muchacho mayor, y Colin había respondido a todo lo que debe ser un hermano mayor, Ahora, era difícil tratarlo desapasionadamente... y aun más difícil, ser duro con él.
—Si algo aparece en el futuro, te lo haré saber. Pero no tenía la menor idea de que quisieras entrar en la compañía.
—No hablaba de entrar en la compañía.
—Pero si algo aparece... si nos expandimos como esperamos hacerlo, y reconstruimos nuestro sistema contable…
—No estoy pidiendo ser aceptado como un pariente pobre —dijo Colin con mal humor—. Nunca he querido entrar en Metcliffe. Lo que quiero es trabajar afuera; no me importaría ayudar.
—Si algo se presenta —repitió David— te lo haré saber.
Así quedó. David advirtió que Sheila estaba aun más efusiva y afectiva que antes, y dedujo que había fastidiado a Colin para que fuera a verlo, y que ahora le resultaba más antipático que nunca. Deseaba explicarle a Sheila que no había lugar en la firma par a Colin, ningún trabajo externo que pudiera realizar, y ningún justificativo para emplearlo en nada. Otros directores se opondrían a cualquier síntoma de nepotismo. Y después de todo, Colin era precisamente el que más se había burlado de Metcliffe. Había tenido su oportunidad y la había desdeñado.
Pero, ¿por qué tenía que dar explicaciones? No debía ninguna explicación a Colin y Sheila.
Sin embargo, se preocupó por ellos. Y seis meses después hubo buen motivo para preocuparse.
Esta vez no fue Colin el que vino a ver a David. Esta vez, Sheila habló por teléfono y le preguntó si podía verlo en privado, en su casa; o mejor, si podría ir a veda la tarde siguiente, cuando Colin no estuviera.
Se preguntó por qué tenía que ser cuando Colin no estuviera... ¿estaría ella tratando de aparentar un juego, implicando traviesamente que estaban envueltos en un ligero asunto amoroso? Pero la voz de Sheila permanecía dura y angustiada. David dijo que iría a la hora indicada. Le hubiera gustado saber qué andaba mal, pero ella no quiso agregar una palabra más por teléfono.
Cuando se encontraron, su cara delgada estaba más bonita que nunca. Sus mejillas pálidas, y la piel parecía estirada hacia atrás, como en torturada protesta. Los labios, retocados con un lápiz de color malva pálido, eran delgados y casi invisibles. Era un rostro lleno de amargura, vacío de resolución.
—Te agradezco el haber venido, David —las palabras eran podadas, escogidas, y sin significado—. Amontillado . ¿como siempre? —pasó por todos los movimientos de llevarlo hasta una silla colocada a la derecha, caminar normalmente y servirle Jerez. Sus manos estaban firmes, pero tan tensas como su boca.
David quebró las formalidades. Si le iban a dar una mala noticia, que fuera en seguida.
—¿Qué ha hecho Colin? —pregunté—. Ella se sirvió un vaso de gin, y bebió la mitad de un trago.
—No dije que...
—Se trata de Colin —dijo él—. Vamos... dímelo
—Si lo hubieras ayudado cuando lo necesitaba —exclamó en una queja aguda y repentina—. Tenías la oportunidad de salvarlo, y ahora...
—Mejor es que me cuentes toda la historia —la urgió David con tranquilidad.
Sheila termino su gin y sirvió más en el vaso. Luego se sentó. en la silla de siempre. A menudo habían estado allí, por lo general con Colin sentado en el sillón cerca del fuego. Sheila estaba sentada como siempre lo hacía, con las rodillas apretadas y las puntas de los pies contra un almohadón de cuero. Mantenía los codos a los costados, como siguiendo una regla de una clase de gimnasia. Dijo:
—Colin está en apuros. Uno de sus clientes ha hecho un enredo y ha arrastrado a Colin.
—¿Qué clase de enredo?
—Oh, nunca he comprendido el lenguaje técnico. Es ese espantoso impuesto a las ventas. Todo el asunto es inicuo. ¿Cómo puede esperarse que esté todo perfecto...? ¿Y por qué se permite que sigan manteniendo ese espantoso impuesto sobre las cosas...?
—¿Uno de los clientes de Colin —dijo David con paciencia—, ha estado evadiendo los impuestos?
—Un hombre odioso llamado Green. Dirige una firma llamada Calday.
—¿Y Colin lo ha estado ayudando?
—¡No! —exclamó Sheila—; ¡es todo una equivocación. Pero la apariencia es espantosa.
—¿Es responsable Colin por la contabilidad de la firma?
—SI, pero si un hombre quiere quemar sus libros, no es culpa de Colin.
—¿Puedes darme una idea clara de lo que realmente sucede? —continuó David.
—Ya te he dicho que para mí es un galimatías. Pero tiene que haber una forma de aclarar las cosas, ¿no es así? No hubiera sucedido si Colin no hubiese estado desesperado... quiero decir tan desesperado que en verdad no prestó atención a lo que estaba sucediendo, de manera que algo ilegal se deslizó sin que él lo advirtiera.
Ella quería que él notara que eso no habría sucedido si se le hubiera dado a Colin algún tipo de ocupación en Metcliffe. Sheila no estaba tanto pidiendo ayuda, sino descargando la culpa sobre sus hombros Quería que él hiciera algo, sin poder siquiera decirle qué era lo que necesitaba. Se esperaba que él arreglara todo, de acuerdo a la forma en que ella lo decía.
—Es mejor que hable con Colin —manifestó David.
—Tienes que ayudarlo —dijo Sheila—. Esta vez lo ayudarás ¿no es así?
David ignoró la indirecta.
—Veré cuál es la situación.
—Después de todo —dijo ella—, tienes que agraderer a Colin por estar donde estas. Si él no lo hubiera rechazado, tú no estarías hoy dirigiendo a Metcliffe.
En pocos minutos más, su amargura vencería la conciencia que tenía de la necesidad de la ayuda de David. y podría decir algo que luego lamentaría. David, con premura, terminó su Jerez y se levantó.
—Veré a Colin y haré que tenga la mejor defensa posible.
—¿Lo ayudarás? —urgió ella—. ¿Cualquier cosa que suceda estarás a su lado y lo sacarás de este ridículo enredo?
—Hasta que no sepa los detalles —contestó David—, no sé qué se podrá hacer.
Los detalles, cuando los consiguió, eran bastante claros y desagradables. La firma Calday producía agendas y calendarios. Tenía varias líneas populares buenas, y hacía un rápido negocio en el Reino Unido y con ultramar. Las agendas y calendarios vendidos en Gran Bretaña, estaban sujetos al impuesto a las ventas, pero aquellos producidos para la exportación estaban libres de impuestos. Después de algunas discusiones con la Aduana y con las autoridades de impuestos internos, Mr. Green de la Calday, por sugestión de su contador, había llegado a un acuerdo por el cual todo material podía ser entregado bajo fianza, en lugar de ser facturado directamente, y luego dividido en consignaciones, con obligaciones o sin ellas, con todo el papelerío resultante que era necesario para reclamar los impuestos. El contador en cuestión era Colin Newman. Él y su cliente encontraron un sistema por el cual no se pagaba ninguna obligación hasta la terminación del año fiscal, cuando se producían las informaciones para demostrar qué cantidad de agendas y calendarios se habían vendido en Gran Bretaña o en el exterior. Otros bloques de papel se retenían por separado. Las facturas también se computaban por separado. Las facturas con números en serie, y las notas de entrega eran cuidadosamente controladas todos los años por la Aduana y los impuestos internos.
Fue una pena que Mr. Green decidiera tener talonarios de facturas y notas impresas por duplicado, y que no hubiera sido demasiado escrupuloso para dar entrada a distintas transacciones en el mercado interno en los correspondientes libros mayores.
No cabía duda de la culpabilidad del manufacturero. Había tratado de defraudar a sabiendas a la Aduana y a los impuestos internos, y había sido descubierto sólo porque él mismo, distraído, había llenado dos notas separadas de entrega, con el mismo número y serie, en el mismo sujetador. El único interrogante era la responsabilidad de Colin. Los libros habían sido minuciosamente llevados: Colin podía haber ayudado a cubrir la falsificación, o podía haber sido tan inocente como para no advertirlo. Era un criminal o un tonto.
Fue una cosa rápida. El caso duró sólo dos horas... no hubo complicaciones, y la firma no tenía defensa que ofrecer No hubiera durado ni siquiera eso, de no ser por la incertidumbre con respecto a Colin. Al fin, el caso contra él se terminó por no haber posibilidades de probarlo. Era un caso de "falta de pruebas", más bien que de inocencia.
Hubo poca publicidad. Por poco que fuera podría haber causado un pequeño aumento en el trabajo de Colin, desde que ciertos hombres de negocios trataron con mucha cautela de pedirle su consejo para resolver sus propios problemas. Pero Colin no iba a dejarse atrapar otra vez... o a ser acusado injustamente, como podría darse el caso..., y para equilibrar a estos clientes, estaban los otros... los que preferían que sus contadores fueran criminales y no tontos, y que pensaban que Colin era esto último.
Todo ello significaba que Colin no ganaba lo suficiente para mantener a Sheila y a sus dos hijos (uno de los cuáles era ahijado de David) en la forma en que Sheila quería.
Metcliffe continuó ampliándose. David vio que ahora había un lugar para Colin: pero ¿sería prudente para Metcliffe que entrara? La idea de utilizar su influencia para hacer entrar a su hermano a la firma con un alto sueldo, sólo para asegurar una tranquilidad relativa en el hogar de Colin, le resultaba repugnante.
Pero cuando se lo planteó a Theo, Theo rió y aprobó que David, al fin, comprendiera los factores económicos de la vida.
—Por supuesto que debe hacerlo entrar. Para eso son los hermanos, ¿no es cierto? No puedo pensar que haya otra razón para que existan los hermanos
—Pero, ¿si los otros se sienten inquietos por sus antecedentes...?
—¿Sus antecedentes? —repitió Theo—. Lo dice como si hubiera sido. condenado a la cárcel. No lo mencione, eso es todo. Los otros no lo saben. No leen las informaciones jurídicas. La mayoría son ignorantes... ¡loado sea el cielo! Siendo Colin Newman, será considerado como una ventaja por la mayoría, si lo "juega" usted bien.
—No quiero "jugar" nada de ninguna manera —protestó David—. Sólo quiero estar seguro de que si se le ofrece un cargo a Colin, esa función realmente existe... que no es algo creado para él.
—Un negocio no es una entidad en sí mismo —respondió Theo—. Está formado por hombres... y si valen algo, quieren cosas para sí mismos y sus amigos. Se utiliza el negocio por lo que puede darles, y si usted desea que su hermano entre, David, está bien. Eso es lo que debe ser.
—Hablaré con Cruickshank. Que él resuelva —dijo David.
No era tanto el hecho de esquivar la decisión, sino de buscar confirmación. El viejo Cruickshank había sido su abogado durante tanto tiempo, que había adquirido el status de un tío honorario de la familia Newman. Sabía todo cuanto había que saber con respecto a la firma y podía resumir el carácter y potencialidades de cada uno de los individuos integrantes, en una frase escueta y acertada. Cruickshank sabía el asunto y los problemas de Colin, y podía resultar útil que dijera lo que pensaba.
Lewis Cruickshank era un hombre bajo, acicalado, que representaba cincuenta años de edad desde que David lo conocía. Era un escocés que había afirmado su acento más que abandonarlo. Los números eran su vida, pero tenía una habilidad poco común para relacionar los números con los seres humanos. Le gustaban las estadísticas; cuando hablaba de ellas, dejaban de ser una cosa árida. Para Lewis Cruickshank, los balances tenían su propia y misteriosa poesía. Cuando estaba en un estado de ánimo eufórico, comunicaba su entusiasmo a otros; cuando estaba con un estado de ánimo amargo, era seguro que se convertiría en lo que Colin llamaba un "endemoniado escocés". Cualquiera fuera su humor, era una parte esencial del conjunto de Metcliffe, una parte esencial de su trama y urdimbre.
David le explicó la situación de Colin. Lo hizo en una forma sucinta y objetiva. En cierta forma, estaba tratando de modelar su estilo de acuerdo con el de Cruickshank... formando un balance, mostrándole la columna de cifras en la cual se le podría incluir.
Cuando David terminó. Cruickshank respondió:
—Una excelente idea, muchacho. Eres un buen hermano para Colin, y él lo apreciará. Será muy útil a Metcliffe.
—No cree que es injusto pedirle a los otros directores que...
—Tú no se lo pides —dijo Cruickshank—, tú se lo informas. Todos deben su subsistencia al nombre de Newman, de manera que no seas demasiado blando con ellos. Colin entra, y eso es todo. No tienes necesidad de decirles lo que ha sucedido hace poco tiempo. Si ellos no lo saben, no tienes por qué andar informándoles.
—¿Cree usted que eso está bien? —David sólo deseaba creerlo.— ¿Que sólo tres de nosotros conozcan el asunto... usted, yo y Theo?
—Está bien —dijo Cruickshank secamente—. porque al menos dos de nosotros están advertidos de antemano. Pero no tengo temor con respecto al mismo Colin. Creo que una vez establecido, será un crédito para el nombre Newman. La fuerza de la necesidad. más bien que el mérito intrínseco, tal vez, pero andará bien, te lo aseguro.
—Muy bien, Lewis.
—Pero ... —Cruickshank apretó sus finos y rosados labios. Este gesto lo hacía aparecer demasiado sutil y estirado, como si estuviera caricaturizando a algún ministro puritano de la iglesia escocesa—. Pero, obsérvalo, David. No te querrá por lo que estás haciendo por él. Recuerda que todos los hombres odian a sus benefactores.
David no quiso tomar en cuenta esta advertencia. Había en Cruickshank el tipo de fervor que existe en el Viejo Testamento, que uno puede aceptar o ignorar, pero no había ningún objeto en discutir con él particularmente sobre generalizaciones filosóficas.
Theo era un asunto diferente. Algo en él despertaba el deseo de discutir y protestar.
—De manera que está arreglado —dijo Theo—. Estoy encantado de oírlo. Una adquisición muy útil. Después de todo, no sabemos lo que sucedió en el pasado... y eso significa que tenemos a su hermano Colin donde queremos que esté, si alguna vez lo necesitamos.
—De ninguna manera se va a utilizar a Colin para... bien... para... —objetó David con rapidez.
—¿Para transacciones ilegales? —se le adelantó Theo—. ¡Por supuesto que no! Metcliffe no necesita ese tipo de cosas. Pero tendremos una persona que cooperará, si entiendes lo que quiero decir. Alguien con un poco... er... de libertad de imaginación, y ciertos puntos de vista flexibles, si puedo expresarlo así. Significa un cambio agradable, con respecto a ese computador escocés calvinista.
—Colin tendrá que demostrar que vale. Tiene que ganarse la vida. Yo no lo traería si no pensara que puede borrar el pasado, y dar lo mejor de sí mismo para Metcliffe —dijo David.
—Por supuesto que no lo haría —replicó Theo suave y despectivamente.
Colin entró en Metcliffe. Hubo una bienvenida oficial, en la que se habló mucho de la tradición Newman. Sheila insistió en dar una fiesta ostentosa. Fue en esta fiesta donde David encontró a la mujer con quien había de casarse.