XIII. Los secretos del Corazón Verde

Nos despertamos sobresaltados por el ruido de cazos, gritos y maracas que desde el exterior hacían unos niños al tiempo que nos llamaban a Nick y a mí por nuestros nombres.

Galpi entró en la cabaña sin siquiera pedir permiso, invitándonos a vestirnos rápidamente.

—Venga, venga perezosos, si ayer hubieran venido a la cita, sabrían que hoy ustedes y yo marchamos al interior de la selva a realizar «la dieta». Cojan una muda y papel higiénico, lo demás lo llevamos Deonel, Hilario y yo.

Aturdidos por el extraño comportamiento de Galpi, nos vestimos lo más rápido que pudimos. Cogí una bolsa con nuestras cosas de aseo, un botiquín y puse nuestras mudas dentro.

Nos rociamos con el repelente de insectos. Nick se cargó la mochila en la que llevaba su cámara de bolsillo, libretas para tomar apuntes y un cuchillo de survival, entre otros enseres, y yo cogí nuestros sombreros de algodón.

Nick fue el primero en salir de la cabaña. Fuera había un montón de bultos que cargaban al hombro Deonel y otro joven que habíamos visto algunas veces ayudando a Galpi en las cocciones y preparación de la ayahuasca. Con un gesto, el curandero nos indicó que le siguiéramos, así que partimos detrás del reducido grupo en fila india hasta el embarcadero. Allí nos esperaba una lancha rápida. Cargamos los bultos y embarcamos para adentrarnos en el río.

—¿Hacia dónde vamos? —le preguntó Nick—. En esta dirección el río va a desembocar al Amazonas.

Galpi nos miró fijamente y sin responder la pregunta de Nick comenzó a hablarnos:

—Desde aquel recodo del río en adelante, todo lo que ocurra es importante, todo tendrá un motivo, una razón, una lección, así que observad con los ojos bien abiertos. El lugar al que nos dirigimos es un lugar mágico, especial, donde los espíritus de la selva han enseñado a mis ancestros y a mí mismo el manejo de las plantas sagradas, pero también la comprensión de la vida.

»Tú, Nick, buscas lo sagrado; allí lo encontrarás. Tú, mi niña, vas buscando sin saber el qué; allí lo encontrarás.

»Todos somos animales racionales y como especie tenemos programada en nuestro interior la necesidad de evolucionar, unos lo hacen inventando cosas, otros no queriendo ser nada, otros a través de la política, otros a través de las profesiones y otros a través de la insatisfacción, pero todos por igual luchamos por ser seres humanos «mejores», más evolucionados. Lo único distinto es que cada uno llega a su manera y a su tiempo justo. —Hizo una breve pausa para observar la exhibición de baile acuático que nos estaba ofreciendo un bufeo colorado en aquellos instantes, y luego prosiguió—: En el viaje del curandero para encontrar el conocimiento, todo tiene importancia. Este bufeo colorao —señaló el lugar donde instantes antes lo habíamos visto—, con su baile alegre, nos ha augurado un buen comienzo. El delfín es un animal mágico, así que la magia nos acompaña, nos da permiso para que vosotros la entendáis. Apuntad en vuestras libretas todo lo que vayáis viendo o encontrando que os llame en especial la atención.

Con un gesto de su mano nos indicó que cogiéramos ya las libretas que guardábamos en la mochila. Mientras yo las buscaba, Nick le preguntó:

—¿Cómo sabremos descifrar los significados de las señales?

Galpi le sonrió y, con el dedo pulgar y el índice y con una actitud un tanto irónica, hizo el típico gesto de la palabra americana «okay».

—¡Buena pregunta! Pero será contestada allá, en el Corazón Verde; si no, perderás parte de tus mensajes.

—Galpi, ¿debemos apuntar la dirección en la que hemos visto «el mensaje»? —pregunté desasosegada para no perderme algo importante por no saber hacerlo bien.

—Mira que llegáis a ser idiotas los blancos —me respondió algo molesto—. Intentando entenderlo todo os perdéis la mitad de la sabiduría. Si es importante que sepas la dirección, ya notarás que ese detalle es importante.

Nos callamos y a partir de ese instante Nick y yo fuimos apuntando todo lo que nos pareció, sin entender, sin preguntar, solo observando y sintiendo la emoción que las cosas producían en nuestro cuerpo.

Al cabo de mucho tiempo me di cuenta de que mi mente no analizaba, ni enjuiciaba, simplemente se había creado una conexión entre la naturaleza y mi cuerpo. Los colores de las plantas, de las flores y de las plumas de las aves que había ido viendo eran más brillantes y llamativos que de costumbre, y sus formas perfectas, todo era armonioso. Se despertó en mi pecho una extraña vibración que poco a poco fue extendiéndose por todo mi cuerpo. Pensé que aquella sensación era parecida a la que sentía cuando veía a Nick. Así que deduje que aquello era «amor», pero un amor diferente, pues no esperaba nada de las plantas ni tampoco ellas de mí. Era un amor que lo llenaba todo. Me sentí hermosa, me sentí libre, me sentí segura. Nada podía pasarme, todo era como debía ser. Dios estaba en todo lo que veía, incluso en mí.

Deseé compartir con ellos mis emociones. Al girarme vi lágrimas deslizándose por las mejillas de Nick y un brillo limpio e intenso en los ojos de los demás. No hacía falta decir nada, todos estábamos experimentando lo mismo.

Dudé unos segundos si debía o no coger la mano de Nick; temía molestarle. Observé que, al experimentar el miedo al rechazo, aquella vibración y armonía que veía y sentía se debilitaba.

Respiré con profundidad y me repetí mentalmente: «Me merezco ser aceptada, soy hija del Universo, me merezco ser amada, soy hija del amor, soy el Universo».

Las palabras sugestivas hicieron el efecto deseado y recuperé la conexión con mi interior y con la naturaleza, así que, decidida, cogí la mano de Nick, que estrujó la mía, dejando que sus lágrimas brotaran con fuerza al contacto amoroso. Me abracé a él. Besó mi frente.

—Tenía la necesidad de compartir esto contigo —me susurró—, pero temía que tú no lo deseases. ¿Es amor?

Con mi pañuelo de cabeza, sequé sus lágrimas y besé cariñosamente sus mejillas antes de responderle.

—Esto es lo que los místicos debían experimentar al entender que Dios estaba en todo y en todos. En clase siempre les explico a mis alumnos que nosotros somos Dios, y pongo un ejemplo muy concreto: les digo que si analizamos una simple gota del océano Pacífico, los datos nos confirmarán que esa gota de agua es océano Pacífico, pero una sola gota no es un océano; la suma de todas las gotas son el océano. Tú, yo, él, somos gotas de Dios, todos juntos configuramos a Dios. En este momento sé que es así. Hasta hoy ese pensamiento estaba en mi mente analítica, pero ahora es una verdad interior.

Nos abrazamos, dejando que el silencio nos envolviera, y poder seguir disfrutando de ese momento místico.

Las cinco horas de navegación nos resultaron divertidas y se nos hicieron cortas por lo ocupados que estábamos en descifrar y recibir mensajes del entorno.

La lancha rápida paró en un gran recodo del río con aspecto de playa. Allí desembarcamos todo el equipo para adentrarnos caminando en la selva. Los dos hombres nos iban abriendo camino a machetazos. Aun así, resultaba penoso caminar por el lugar. Agradecí llevar encima mi mosquitera, ya que los insectos nos atacaban en formaciones estratégicamente integradas.

Teníamos que detenernos a menudo, ya que debido al calor y la humedad me era imposible seguir el ritmo de los hombres. Odiaba hacer el ridículo de aquella manera, lamentaba no ser atlética y deportista, pero nunca me habían gustado el gimnasio ni los deportes, así que mi resistencia física en aquellos momentos era nula.

Nick se me acercó en uno de los descansos forzosos, pues en mi tozudez por ser como ellos me había casi desvanecido.

—Cariño, no debes esforzarte, yo estoy cansado también, me cuesta seguir su ritmo. Ellos están criados en este ambiente, la humedad y el calor son normales, pero nosotros debemos luchar con el entorno, el clima y los insectos, y es lógico que no podamos seguir su ritmo.

—No hace falta que me justifiques —le dije enfadada por la frustración que me causaba mi sensación de limitación—, soy poco resistente y muy torpe, siempre lo he sido, mi padre no me dejaba hacer nada porque siempre me caía. —Suspiré—. Cuánta razón tenía al decir que era capaz de tropezar con tan solo una raya de lápiz pintada en el suelo.

Galpi se dirigió enfadado hacia mí.

—Deja ya de lamentarte. Si dejaras a un lado tu orgullo perfeccionista y te permitieras disfrutar de esto en lugar de intentar demostrar que puedes ser perfecta en todo, ya habríamos llegado.

—¡Como puedes decirle esto! —Nick salió en mi defensa.

—Mimándola su ansiedad hace que sude más —Galpi se le encaró—, tense más su espalda y sus piernas, y así que se convierte en torpe. —Cambió su aspereza por un tono de voz dulce, conciliador y nostálgico—. Yo la he visto corriendo, saltando, montando a caballo y ¡era salvaje y desbocada! Si lo fue cuando no se sentía observada, también puede serlo mirándola nosotros. Recuerda, «mamita», lo que te decía de niña: «Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, tendrás siempre razón». Así que tú decides.

Me puse a llorar mientras me miraban fijamente.

—Por Dios, Galpi, ¿cómo puedes castigarme así? Si Nick ve que soy miedosa y torpe no podrá seguir admirándome y dejará de quererme como hacen todos: mi padre, mi madre, los chicos, mis amigos… —le respondí.

—Venga, «mamita», que tú puedes —me animó Galpi mientras me tendía su mano para ayudarme a levantarme del suelo—. Piensa que no hay regreso, solo la posibilidad de ir hacia delante y llegar al lugar como tú puedas y sepas.

Me dejé ayudar por Galpi. Sequé mis lágrimas y temí mirar el rostro de Nick. Solo pensar que pudiera ver en él una mueca de rechazo o decepción me hubiera hundido, así que no me fijé en su gesto de apoyo y sin quererlo le herí, pues se sintió rechazado. De ello me di cuenta días después, cuando los dos nos peleamos por nuestras sensaciones de distanciamiento y frialdad.

Dejé de quejarme, presté el máximo de atención al ritmo del grupo y poco a poco fui disfrutando del camino y de la naturaleza. Era bastante torpe, pero, al no importarme a mí, tampoco le importó a nadie más del grupo.

Por fin llegamos a un lugar mágico en medio de la salvaje espesura de la selva. Se abrió ante nosotros un enorme hueco de luz en medio de un sorprendente círculo de árboles gigantescos en cuyas ramas y copas lucían hermosísimas orquídeas y lianas de ayahuasca en flor. Fuera del círculo distinguimos una cabaña y restos de algunas hogueras. Sonriente, Galpi, señaló el lugar.

—Ya hemos llegado al Corazón Verde —nos informó—. Aquí es donde renaceréis a la vida o quedaréis atrapados en vuestras propias mentiras.

Los otros hombres entraron en la cabaña y dejaron dentro los enseres para acondicionarla para nuestra estancia.

—Mientras organizamos el lugar, dad una vuelta, pero sin alejaros demasiado para haceros con su energía.

Nick y yo le obedecimos, aunque nos comenzamos a sentir incómodos el uno con el otro. Yo estaba segura de haberle decepcionado y él estaba preocupado por mi cambio de actitud. Los silencios siempre me habían molestado, así que busqué la manera de romperlo.

—¿Has visto como atacan de nuevo los mosquitos? Yo creía que ya estábamos inmunizados, pero los de aquí nos están dando su bienvenida.

Nick rió mientras nos rociaba con repelente a los dos.

—Es hermoso este lugar. Si el Edén existe, seguro que Dios quiso que fuera aquí. Ojalá fuéramos tú y yo los primeros seres de la creación —me respondió cariñosamente Nick.

Me dejé rodear por sus brazos y besar, pero no me permití entregarme en cuerpo y alma a él. Cogidos de la mano, más relajados y admirados por la exuberancia del lugar, regresamos al círculo.

Deonel nos enseñó la sencilla cabaña. Estaba dividida en dos estancias, una que destinaron para nosotros y la otra que iba a ser comunitaria durante el día y su dormitorio durante la noche. Al lado de la cabaña habían montado una letrina que al tiempo servía de ducha, pues tenía una regadera metálica colgada del techo.

Galpi e Hilario estaban limpiando con unas ramitas flexibles el centro del círculo. Mientras uno barría, el otro iba colocando grandes piedras de colores en distintos puntos del círculo, así como plantas, flechas, plumas y unas alfombritas. Cuando hubieron terminado, Galpi desapareció y Deonel nos pidió que entráramos en el lugar.

—Allá donde el curandero puso esa esmeralda es el Norte; donde el rubí, el Este; esa amatista, en el Oeste; el citrino marca el Sur. —Deonel nos iba explicando—. Acá en el centro está el cuarzo y esta fluorita representa el arriba y el abajo.

Nick y yo íbamos mirando los cristales a medida que el nativo los iba señalando, y asociamos los supuestos puntos cardinales con las piedras.

Deonel nos indicó cómo debíamos sentarnos.

—Galpi me indicó que usted, señorita, se sentara en el Sur —me dijo—, encima de la manta, y usted, señor, en el Norte también encima de la manta, para que esté cómodo.

Así lo hicimos y, en silencio, esperamos al chamán. Ya habíamos aprendido a no preguntar.

Galpi apareció vestido de forma ceremonial. Lucía en su cabeza una enorme corona de plumas rojas y azules de guacamayo, sendos collares de pepitas y huairuros adornando su cuello y tórax. Tenía los ojos pintados con una franja negra, como si de un antifaz se tratara. Por vestimenta solo llevaba un taparrabos.

Se sentó en el círculo frente a los dos.

—Los blancos habéis perdido la noción de lo importante —nos dijo—. Vivís creyendo que habéis aprendido a dominar la naturaleza, que con vuestra tecnología podíais crear poblados que sobrevivan a cualquier situación de emergencia y construís en medio de ríos aparentemente secos, en las laderas de volcanes dormidos, levantáis rascacielos en tierras de terremotos, en medio del paso de tornados colocáis granjas y cuando la naturaleza se mueve para equilibrar las energías, os lamentáis, lloráis, os sorprendéis o maldecís al Creador o a la tecnología por haber fallado y haber causado tanto dolor. Estas situaciones que se van repitiendo deberían enseñaros algo, pero por lo visto no sabéis preguntaros o bien sois tan codiciosos que ni siquiera amáis a vuestros hijos y decidís que es más importante no perder lo comprado, y volvéis a levantarlo en el mismo lugar una y otra vez, sin pensar que lo que ocurrió hoy volverá a ocurrir aunque construyamos mejores puentes o hagamos mejores vehículos apagafuegos o nos organicemos mejor para la próxima vez, pues volverán a morir muchos. Demasiados.

»También he visto por vuestras enfermedades que os debéis creer inmortales. Cuando uno guarda tanto rencor en su corazón es que está convencido de que tiene todo el tiempo del mundo para solucionarlo. Los indígenas sabemos por las leyes naturales que nada es controlable, que la vida es un regalo y que un día, tal vez mañana, se habrá ido; así que construimos donde la propia naturaleza nos protege, observamos sus ciclos para construir nuestras chozas y jamás guardamos una ofensa para mañana. Da mal dormir, pues tal vez mañana él puede morir o tal vez yo, y deberé vivir con eso en mi corazón.

»No sabes cuántos blancos vienen a mí buscando solución, intentando encontrar la forma de librarse de su padre o madre difuntos. Sus propios remordimientos les tienen atrapados por no haberles dicho lo mucho que les querían o no haber sido capaces de pedirse perdón en la vida y liberarse de los rencores.

»Os quejáis de vuestros hijos, pero ellos no son más que un reflejo de la sociedad que vosotros habéis construido. La culpa es vuestra, no de los políticos, ni de los filósofos, ni del dinero, ya que los políticos los escogéis, los filósofos también y el dinero debería ser una herramienta pero lo habéis convertido en un fin, y eso no lo cambian la política ni la religión, sino que es una labor individual de cada uno en su casa.

Galpi no nos dio opción a hablar, estaba claro que no quería un diálogo, sino abofetearnos con verdades para que tuviéramos que observar nuestras reacciones internas. Así, creándonos un estado de enfado o de culpabilidad, nos obligaba a reflexionar. Si nos hubiera dejado argumentar, habríamos buscado la forma de sentirnos justificados, por lo tanto no hubieran servido de nada sus intentos por provocar nuestra reflexión.

Ahora se dirigió directamente a mí:

—Sé que por tu trabajo lo que ahora voy a decir te sonará conocido. Los humanos occidentales en su mayoría os consideráis originales, diferentes e incluso insistís en que no tenéis nada en común con vuestros padres. Pretendéis ser «setas de aparición espontánea». Cuando venís a los poblados indígenas en busca de plantas de poder, os molesta que las usemos según nuestra tradición, pues solo vais buscando… —Hizo un breve silencio, buscaba una palabra y no debía ser de su vocabulario—. Ah, sí, ya recuerdo: «un pelotazo», «un viaje». Y cuando os encontráis que para nosotros «es sagrado» y que solo sirve para curar, os enfadáis. Y por ese motivo los curanderos no os tratan, solo los charlatanes, que os dan un brebaje que os dé «el viaje», alucináis y os han sacado la plata.

Nick buscaba mis ojos, me di cuenta de que necesitaba encontrarse con mi mirada, así que le miré con dulzura y abrí mi corazón de nuevo a él. Galpi tenía razón, la vida era demasiado corta para perderla con tonterías del orgullo. Debió ver el amor en mi mirada, pues se tranquilizó. Yo también, había hecho lo correcto.

—Hasta ahora habéis participado de la ayahuasca curativa física nativa —continuó Galpi—. Hoy conoceréis la ayahuasca espiritual. Pero para ello, para poder sentir «los vuelos» en lugar de solo las mareaciones de la planta, debéis entender quiénes sois, despertar vuestros ancestros y perdonaros y perdonarles por lo que no comprendisteis hasta este momento. Cuando hayáis hecho esto podréis entrar en el hogar del espíritu, de donde todos procedemos, y volveréis del viaje siendo «Hombres».

Galpi hizo un gesto y Deonel entró en el círculo dándole agua para beber, saboreó el agua y nos dio un poco a cada uno. Había mucha humedad, así que debíamos beber para mantener nuestra salud en equilibrio y no deshidratarnos por el excesivo sudor.

—El psicoanálisis dura años, así que vamos a emplear la idea indígena de saber quiénes somos. Pensad cada una de las preguntas que yo os haré. Si necesitáis algo más de tiempo, lo pedís, pues aquí el reloj no existe, y desde hoy si trabajáis bien tampoco existirá para vosotros en el mundo blanco.

»Repetid conmigo antes de empezar: “Yo Elenita, Yo Nick, me comprometo con mi espíritu a vivir la vida por el camino de la ternura, la amabilidad, la compasión, la aceptación y el aprecio”.

Nos miramos los tres como niños que jugaban a boys scouts que, imitando a los apaches, hacían su juramento de sangre.

Las voces de Nick y las mías sonaron altas y claras en nuestra aceptación de compromiso a la vida.