Introducción

Galfridus Monemutensis nació c. 1100 en Monmouth (Gales), no lejos de Caerleon-on-Usk, donde tienen lugar las más famosas cortes de la Historia regum Britanniae («Historia de los reyes de Britania»). Su padre se llamaba Arturo, lo que resulta premonitorio. Su sangre era británica, sin duda, pero ignoramos si galesa o bretona. Muchos bretones pasaron a Inglaterra a raíz, de la conquista normanda (1066), y es posible que los ascendientes de Geoffrey se contasen entre ellos y llegaran a Monmouth en el curso del avance normando hacia Gales del Sur. En 1075, la ciudad tenía un señor bretón, Winehoc, y un priorato benedictino con el que acaso nuestro cronista tuviera alguna conexión.

La primera noticia fidedigna que de él conservamos (1129) lo sitúa en Oxford, no en el Gwent, como enseñante y canónigo seglar del colegio de Saint George. Aunque todavía no había sido fundada su famosa universidad, Oxford era, en la primera mitad del siglo XII, una ciudad floreciente en el aspecto cultural. Pues bien, entre 1129, fecha en que Geoffrey figura como testigo en la carta fundacional de Osney Abbey, y 1152, encontramos su firma en seis cédulas diferentes relacionadas con fundaciones religiosas en o cerca de Oxford. En dos de esos documentos firma como magíster, lo que revela su condición docente. El colegio de Saint George fue cedido en 1149 a Osney Abbey. La sexta cédula fue firmada a finales de 1151, pocos meses después de la muerte de Walter, archidiácono de Oxford, preboste del desaparecido colegio y gran amigo de Geoffrey. También formó parte del claustro de Saint George como canónigo Roberto de Chesney, que sería obispo de Lincoln a partir de 1148.

A comienzos de 1151, poco antes de morir Walter, Geoffrey fue nombrado obispo de Saint Asaph, en Gales del Norte. Un año después (febrero de 1152) sería ordenado sacerdote en Westminster y consagrado en Lambeth una semana más tarde por el arzobispo Teobaldo. No parece probable que visitara alguna vez su diócesis, pero no por desidia ni por negligencia culpable, sino porque su cargo era normando y el caudillo galés Owain Gwynedd se hallaba por aquel entonces en guerra contra los normandos, sobre los que había obtenido una resonante victoria en Coleshill (1150). Saint Asaph se encontraba dentro del territorio controlado por Gwynedd.

Las crónicas galesas registran que Geoffrey murió en 1155, probablemente en Oxford (acaso en Londres, pues a fines de 1153 es uno de los obispos que testifican en la carta de Westminster del rey Esteban, que preparaba la venida al trono de Enrique II Plantagenet).

Durante su estancia en Oxford, Geoffrey escribió tres obras, o al menos son sólo tres obras las que han llegado hasta nosotros.

Completó la primera de ellas, unas Prophetiae Merlini («Profecías de Merlín»), antes de 1135. Dichas Prophetiae constituyeron en principio un libro exento, un Libellus Merlini, pero muy pronto se incorporaron a la Historia regum Britanniae (§106-§118). Geoffrey escribe las Profecías a petición de su superior eclesiástico, Alejandro, obispo de Lincoln, a quien dedica cumplidas alabanzas.

Hacia 1136, en todo caso no antes de diciembre de 1135 (muerte de Enrique I Beauclerc) ni después de 1138 ó 1139, completa Geoffrey la más importante de sus obras, la Historia regum Britanniae, dedicada —junto con las Profecías a ella incorporadas— a Roberto, duque de Gloucester, hijo natural de Enrique I, y a Calerán, conde de Meulan, hijo de Roberto de Beaumont (en un manuscrito de Berna aparecen como destinatarios del libro el rey Esteban y Roberto de Gloucester; Esteban, yerno de Guillermo el Conquistador, comenzó a reinar en 1138).

La Vita Merlini («Vida de Merlín») es la tercera y última obra de Geoffrey, un poema de 1.529 hexámetros terminado en 1148 o poco después. Va dedicada a Roberto de Chesney, colega de Geoffrey en el colegio oxoniense de Saint George y sucesor de Alejandro en el obispado de Lincoln (1148-1167).

El propósito de Geoffrey al escribir la Historia regum Britanniae no es otro que trazar el devenir histórico de los britanos a lo largo de un período de mil novecientos años, desde Bruto, bisnieto del troyano Eneas (siglo XII a. C.), hasta su último rey, Cadvaladro (siglo VII d. C.).

Geoffrey asegura haberse limitado a traducir un libro en lengua británica que le proporcionó su amigo Walter, archidiácono de Oxford. El libro de Walter nunca existió. Geoffrey urdió esa ficción para prestar más autenticidad a su Historia. No hubo original galés ni bretón. La Historia regum Britanniae tiene fuentes, no fuente única. No es una traducción, sino una composición de elementos hábilmente ensamblados. Sus fuentes son, sobre todo, el De excidio et conquestu Britanniae, de Gildas; la Historia ecclesiastica gentis Anglorum, de Beda, y la Historia Britonum, atribuida a Nenio, pero también las crónicas de sus contemporáneos Guillermo de Malmesbury y Enrique de Huntingdon, diversas comunicaciones orales de Walter y de otros, el mundo clásico latino (Cicerón, Juvenal, Lucano, Apuleyo, Floro, Orosio, Estacio, Virgilio), la tradición bíblica y last, pero no least, las leyendas autóctonas y el folklore céltico. Fundiendo en un mismo crisol tan heterogéneo material, Geoffrey se nos revela como un auténtico profesional de las letras, como un clericus en el sentido medieval del término, como un escritor de talento que sabe dotar a su Historia de movilidad y de fuerza y que maneja con soltura los resortes del arte de narrar.

¿Cómo cautivó una historia de los britanos a una audiencia anglonormanda? La respuesta es sencilla: grande había de ser el mérito de un pueblo que logró conquistar la tierra que perteneciera a tan ilustres conquistadores. Además, Geoffrey concluye su Historia en el siglo VII, esto es, lo suficientemente lejos en el tiempo, cuando los britanos degeneraron en galeses (los reyes de Gales los confía a la pluma de su amigo Caradoc de Llancarfan). La Historia es, pues, antisajona, pero pronormanda. Las virtudes que se alaban en sus personajes son las de los barones normandos: eficiencia, largueza, brutalidad, coraje. Los normandos son ahora dueños de un país cuyos caudillos Bruto, Belino y Brenio, y Arturo[1] sometieron a Francia, y, por tanto, encuentran en la Historia argumentos para defenderse de su condición de vasallos del rey de Francia como duques de Normandía. Además, la figura de Arturo, el mayor héroe de los britanos, presenta una imagen inequívocamente normanda.

Una quinta parte del libro está referida a Arturo, y es esta zona de la Historia la que justifica su impresionante éxito desde el siglo XII hasta el XX. Guillermo de Newburgh dirá irónicamente, c. 1198, que Geoffrey escribe guiado por un desordenado amor a la mentira y por el deseo de agradar a los britanos. Bien venido sea el amor a la mentira si viene acompañado de un rey como Arturo.

De Arturo se habló antes de Geoffrey, pero su fama estaba restringida a Gales, Irlanda, Cornualles y Bretaña, a la leyenda y al folklore. Hubo quizá un Arturo histórico que combatió a los invasores sajones c. 500. Los Annales Cambriae (siglo X) mencionan la fecha de 537 para la batalla de Camlann (Kamblan en la Historia regum Britanniae), «en la que Arturo y Medraut (Mordred) cayeron».

Así, pues, Geoffrey convirtió a un personaje borroso del folklore británico en un deslumbrante monarca. Hizo de una fantasmagórica banda guerrera una corte feudal. La coronación de Arturo en Caerleon el día de Pentecostés, rodeado de sus barones, era el tipo de fiesta que los normandos conocían y admiraban, y, como los normandos, el resto de los pueblos del occidente europeo. Cuando Arturo se enfrenta a los aliados de Roma (Grecia y Partía, Egipto y Babilonia), no deja de enfrentarse, para los lectores normandos, con los enemigos de una raza que ha conquistado Inglaterra, triunfado en Sicilia y combatido al emperador de Bizancio y a las hordas del Islam. De héroe folklórico Arturo ha pasado a ser el rey aglutinador de los ideales no sólo de la nación normanda, sino de todo el mundo occidental. Cuando es herido mortalmente en Kamblan, es trasladado a la isla de Avalón para restablecerse de sus heridas. Y allí sigue, muerto y vivo a la vez, en la penumbra feérica de un lugar imposible. Los celtas de Britania todavía aguardan su regreso para liberar a su patria del dominio extranjero.

Cerca de doscientos manuscritos de la Historia regum Britanniae se nos han conservado, incluyendo unos cincuenta que presentan el texto completo y dos fragmentos del siglo XII. Pronto hubo versiones galesas del original latino. El normando Wace la tradujo al francés con el nombre de Brut en 1155, texto del que deriva el Brut inglés de Layamon. Los escritores franceses de la segunda mitad del siglo XII se impregnaron del espíritu de Geoffrey. Citaré los Lais de Marie de France[2] y los romans courtois de Chrétien de Troyes[3], seguidos en el siglo XIII por la Vulgata artúrica en prosa, compuesta fundamentalmente de tres largas novelas[4]. En Alemania, Wolfram de Eschenbach produjo su espléndido Parzival, y Hartmann de Aue sus Erec e Iwein. Sin la Historia de Geoffrey tampoco hubieran sido escritas en Inglaterra dos obras formidables: Sir Gawain and the Green Knight[5] (siglo XIV). y la Morte d’Arthur, de Malory (siglo XV).

Holinshed se sirve generosamente de Geoffrey en sus Chronicles, surgiendo de ahí piezas como The Tragedy of Ferrex and Porfex, tragedia senequista de Sackville y Norton estrenada en 1562, o El rey Lear y Cimbelino, de William Shakespeare. Sin la Historia regum Britanniae, Lear no existiría. También utilizaron a Geoffrey autores de la categoría de Spenser, Milton (en su History of Britain, de 1670), Wordsworth (Artegal and Elidure, 1820) y Tennyson. Sin Geoffrey no habría existido literatura artúrica.

La editio princeps de la Historia es parisiense, de 1508, por Ivo Cavellatus. En 1587, Jerome Commelin la editó en Heidelberg, siendo el primero en dividir el texto en doce libros, aunque no aportara gran novedad a la mediocre tarea filológica de Cavellatus. J. A. Giles volvió a editar la Historia en 1844 (Londres), siguiendo a Commelin, y Schulz reprodujo el texto de Giles (Halle, 1854).

La primera edición crítica es la de Acton Griscom (Londres, 1929), con la tradicional división de la obra en doce libros. La segunda (París, 1929) se debe a Edmond Paral y ocupa gran parte del volumen III de su Légende arthurienne. En 1951, Jacob Hammer publicó una versión basada en cinco manuscritos tardíos que no siguen el texto habitual de la Historia regum Britanniae; por eso se la llama «variant version».

Un traductor moderno debe tener en cuenta las ediciones de Griscom y Paral. A mí me ha parecido más depurado el texto que ofrece el estudioso francés, que no divide en libros la Historia. Es el que ofrezco, en versión castellana, a continuación.

Sólo conozco traducciones inglesas de la Historia regum Britanniae. Thompson publicó la primera en 1718, sobre el texto de Commelin. Giles reimprimió la versión de Thompson en 1842 y 1885, convenientemente revisada. Sebastian Evans trasladó la Historia por vez primera en 1896, pasando a formar parte de la Everyman’s Library en 1912; la traducción de Evans, que seguía el texto de Schulz, fue revisada y puesta al día por Charles Dunn en 1963. De 1966 data, por último, una cuidada versión de Lewis Thorpe, varias veces reimpresa.

Luis Alberto de Cuenca

Madrid, 29-XII-1983