CAPÍTULO 12
Brillaba la Luna llena cuando llegamos al hogar de Lady Evanna. Aún así, habría pasado de largo ante el claro si Mr. Crepsley no me hubiera dado un codazo diciendo:
—Ya estamos aquí.
Más tarde supe que Evanna había lanzado un hechizo enmascarador sobre el lugar, así que, a menos que supieras dónde mirar, tus ojos se deslizarían sobre su hogar sin reparar en él.
Miré fijamente justo enfrente de mí, pero durante unos segundos no vi más que árboles. Luego, el poder del hechizo disminuyó, los árboles imaginarios se desvanecieron y me encontré mirando la superficie de un estanque cristalino, en el que resplandecía débilmente la blancura de la luz de la Luna. Al otro lado del estanque había una colina, y allí pude ver la oscura y arqueada entrada de una enorme cueva.
Mientras bajábamos paseando por una suave ladera hacia el estanque, el aire nocturno se llenó de croares. Me detuve, alarmado, pero Vancha sonrió y dijo:
—Ranas. Están avisando a Evanna. Se callarán en cuanto ella les diga que no hay peligro.
Momentos después, cesó el coro de ranas y volvimos a caminar en silencio. Al bordear la orilla del estanque, Mr. Crepsley y Vancha nos advirtieron a Harkat y a mí que no pisáramos ninguna rana, de las que había miles inmóviles o en las frescas aguas.
—Estas ranas dan miedo —susurró Harkat—. Siento como si nos estuvieran… vigilando.
—Lo están —dijo Vancha—. Vigilan el estanque y la cueva, protegiendo a Evanna de los intrusos.
—¿Qué podrían hacer un puñado de ranas contra unos intrusos? —reí.
Vancha se detuvo y cogió una rana. La sostuvo bajo la luz de la Luna, y le oprimió suavemente los costados. La rana abrió la boca y disparó una larga lengua. Vancha cogió la lengua con el índice y el pulgar de la otra mano, procurando no tocar los bordes.
—¿Ves esas bolsas diminutas que tiene a los lados? —preguntó.
—¿Esos bultos amarillo-rojizos? —dije—. ¿Qué pasa con ellos?
—Que están llenos de veneno. Si esta rana te enrosca la lengua en el brazo o la pantorrilla, esas bolsas explotarán y el veneno se filtrará a través de tu piel. —Movió torvamente la cabeza—. Morirías en treinta segundos.
Vancha dejó la rana sobre la hierba húmeda y le soltó la lengua. Ella se alejó saltando, continuando con lo suyo. ¡Harkat y yo anduvimos con extremada precaución después de aquello!
Al llegar a la entrada de la cueva, nos detuvimos. Mr. Crepsley y Vancha se sentaron, poniendo a un lado sus mochilas. Vancha sacó un hueso que había estado masticando durante las dos últimas noches y volvió a centrarse en él, deteniéndose sólo para escupir sobre alguna rana que ocasionalmente merodeara demasiado cerca de nosotros.
—¿No vamos a entrar? —pregunté.
—No sin ser invitados —respondió Mr. Crepsley—. Evanna no acoge amablemente a los intrusos.
—¿No hay ninguna campanilla para que podamos llamar?
—Evanna no necesita campanillas —dijo—. Sabe que estamos aquí y vendrá a recibirnos a su debido tiempo.
—Evanna no es una dama a la que se deba apresurar —coincidió Vancha—. A un amigo mío se le ocurrió una vez entrar silenciosamente en la cueva para darle una sorpresa. —Masticó el hueso con regocijo—. Ella lo llenó de enormes verrugas por todas partes. Parecía un… un… —Frunció el ceño—. Es difícil describirlo, porque nunca había visto nada igual… ¡y eso que he visto de todo en mi vida!
—¿Y tenemos que estar aquí, si es tan peligrosa? —pregunté, intranquilo.
—Evanna no nos hará daño —me aseguró Mr. Crepsley—. Tiene mucho temperamento y lo mejor es no irritarla, pero nunca mataría a nadie que lleve sangre de vampiro, a menos que la provoque.
—Tú sólo procura no llamarla bruja —advirtió Vancha; ya debía ser la centésima vez.
Media hora después de habernos instalado ante la cueva, docenas de ranas (más grandes que las que pululaban por el estanque) salieron saltando. Formaron un círculo a nuestro alrededor y se sentaron, parpadeando lentamente, rodeándonos. Me dispuse a levantarme, pero Mr. Crepsley dijo que me quedara sentado. Momentos después, una mujer surgió de la cueva. Era la mujer más fea y desaliñada que había visto nunca. Era bajita (apenas mayor que el achaparrado Harkat Mulds), con el cabello largo, oscuro y descuidado.
Tenía una marcada musculatura y piernas gruesas y fuertes. Sus orejas eran puntiagudas, su nariz, diminuta (parecía tener sólo un par de agujeros sobre el labio superior), y sus ojos, rasgados. Cuando se acercó más, vi que uno era marrón y el otro, verde. Pero más extraño aún era cómo se alternaban los colores: durante un instante, el ojo izquierdo era marrón, y al siguiente, lo era el derecho.
Era extraordinariamente peluda. Sus brazos y piernas estaban cubiertos de pelo negro; sus cejas eran como dos enormes orugas peludas; por sus orejas y fosas nasales asomaban matojos de pelo; tenía una barba tupida y un mostacho que habría dejado en ridículo al de Otto Von Bismarck.
Sus dedos eran sorprendentemente cortos. Al ser una bruja, yo había esperado que tuviera unas zarpas huesudas, aunque supongo que había sacado esa imagen de los libros y comics que leía cuando era niño. Llevaba las uñas cortas, excepto en ambos meñiques, donde crecían largas y afiladas.
No vestía ropa tradicional, ni pieles de animales como Vancha. En su lugar, iba vestida con cuerdas. Unas cuerdas largas, estrechamente entrelazadas, de color amarillo, que se enrollaban alrededor de su pecho y la parte inferior de su cuerpo, dejando al descubierto sus brazos, piernas y estómago.
Difícilmente habría podido imaginarme una mujer más pavorosa y repulsiva, y la inquietud me revolvió las tripas mientras se acercaba a nosotros arrastrando los pies.
—¡Vampiros! —bufó, abriéndose paso entre las filas de ranas, que se apartaban a medida que avanzaba—. ¡Siempre estos feos y condenados vampiros! ¿Por qué nunca llama a mi puerta un humano atractivo?
—Probablemente tendrán miedo de que te los comas —rió Vancha en respuesta, y seguidamente se levantó y la abrazó. Ella le devolvió el abrazo con fuerza, levantando del suelo al Príncipe Vampiro.
—Mi pequeño Vancha —lo arrulló, como si mimara a un bebé—. Has engordado, Alteza.
—Y tú estás más fea que nunca, Señora —gruñó él, boqueando sin aliento.
—Sólo lo dices para adularme —respondió ella, riendo tontamente, y luego lo bajó y se volvió hacia Mr. Crepsley—. Larten —dijo, con una cortés inclinación de cabeza.
—Evanna —respondió él, levantándose y dedicándole una reverencia.
Entonces, sin previo aviso, le lanzó una patada. Pero, a pesar de lo rápido que era, la bruja lo fue aún más. Le agarró la pierna y se la retorció, haciéndolo girar y caer de bruces al suelo. Antes de que pudiera reaccionar, Evanna saltó sobre su espalda, lo sujetó por la barbilla y le levantó la cabeza con brusquedad.
—¿Te rindes? —gritó.
—¡Sí! —resolló él, poniéndose colorado…, pero no de vergüenza, sino de dolor.
—Chico listo —rió ella, dándole un beso fugaz en la frente.
Luego se levantó y nos examinó a Harkat y a mí, recorriendo a Harkat con un curioso ojo verde, y a mí con el marrón.
—Lady Evanna —dije, tan educadamente como pude, intentando que no me castañetearan los dientes.
—Encantada de conocerte, Darren Shan —respondió—. Bienvenido.
—Señora —dijo Harkat, inclinándose cortésmente. Él no estaba tan nervioso como yo.
—Hola, Harkat —dijo ella, devolviéndole la reverencia—. Tú también eres bienvenido…, como lo eras antes.
—¿Antes? —repitió él.
—Esta no es tu primera visita —respondió ella—. Has cambiado en muchos sentidos, por dentro y por fuera, pero te reconozco. Tengo ese don. Las apariencias no pueden engañarme durante mucho tiempo.
—¿Quiere decir que… sabe quién era yo… antes de convertirme en una Personita? —preguntó Harkat, asombrado. Cuando Evanna asintió, avanzó ansiosamente hacia ella—: ¿Quién era yo?
La bruja meneó la cabeza.
—No puedo decírtelo. Eso es algo que debes descubrir tú.
Harkat quiso insistir, pero antes de que lo hiciera, ella clavó en mí su mirada y se me acercó, tomando mi barbilla entre varios dedos fríos y ásperos.
—Así que este es el Príncipe niño —murmuró, girando mi cabeza de izquierda a derecha—. Pensaba que eras más joven.
—Pasó la purga mientras veníamos hacía aquí —la informó Mr. Crepsley.
—Eso lo explica. —No había soltado mi rostro, y sus ojos aún me escudriñaban, como buscando algún signo de debilidad.
—Así que… —dije, sintiendo que debía decir algo, y soltando lo primero que se me pasó por la cabeza—… usted es bruja, ¿eh?
Mr. Crepsley y Vancha lanzaron un gemido.
Evanna echó fuego por las fosas nasales y disparó la cabeza hacia delante, de modo que sólo unos escasos milímetros separaban nuestros rostros.
—¿Qué me has llamado? —siseó.
—Hum… Nada… Perdone. No quería decir eso. Yo…
—¡A vosotros debería daros vergüenza! —rugió, volviéndome la espalda para encararse con los acobardados Mr. Crepsley y Vancha March—. ¡Le dijisteis que yo era una bruja!
—¡No, Evanna! —se apresuró a decir Vancha.
—Nosotros le dijimos que no te llamara así —le aseguró Mr. Crepsley.
—Debería sacaros las tripas a los dos —gruñó Evanna, levantando el meñique hacia ellos—. Y lo haría si Darren no estuviera aquí…, pero no me gustaría causarle una primera mala impresión.
Lanzándoles una intensa y furibunda mirada, relajó el meñique. Mr. Crepsley y Vancha se relajaron también. Yo apenas podía creerlo. Había visto a Mr. Crepsley enfrentarse a vampanezes completamente armados sin inmutarse, y seguro que Vancha tampoco perdía la calma ni ante el mayor de los peligros. ¡Y ahí estaban, temblando ante una mujer bajita y fea, que lo más amenazante que poseía eran un par de largas uñas!
Empecé a reírme de los vampiros, pero entonces Evanna se dio la vuelta y la risa murió en mis labios. Su rostro había cambiado, y ahora parecía más animal que humana, con una boca enorme y largos colmillos. Di un paso atrás, asustado.
—¡Cuidado con las ranas! —exclamó Harkat, cogiéndome del brazo para evitar que pisara a uno de los venenosos guardianes.
Miré hacia abajo para asegurarme de que no había pisado ninguna rana. Cuando volví a levantar la vista, el rostro de Evanna había vuelto a la normalidad. Estaba sonriendo.
—Apariencias, Darren —dijo—. Nunca dejes que te engañen.
El aire resplandeció a su alrededor. Cuando el brillo se apagó, ella era alta, esbelta y hermosa, con cabellos dorados y un vaporoso vestido blanco. Me quedé boquiabierto, mirándola con descaro, impresionado por su belleza.
Ella chasqueó los dedos y recuperó su forma original.
—Soy una hechicera —dijo—. Una norna. Una encantadora. Una sacerdotisa de los arcanos. No soy… —añadió, lanzando una penetrante mirada a Mr. Crepsley y a Vancha—… una bruja. Soy una criatura que posee muchas habilidades mágicas. Estas me permiten adoptar cualquier forma que elija… al menos en la mente de aquellos que me ven.
—Entonces, ¿por qué…? —empecé a decir, antes de recordar mis modales.
—¿…elijo esta forma tan fea? —terminó ella en mi lugar. Asentí, sonrojándome—. Me siento cómoda así. La belleza no significa nada para mí. Las apariencias son lo que menos importa en mi mundo. Esta es la forma que asumí la primera vez que tomé forma humana, y por eso es la forma que utilizo más a menudo.
—Yo te prefiero cuando eres hermosa —murmuró Vancha, y carraspeó ásperamente al darse cuenta de que había hablado en voz alta.
—Ten cuidado, Vancha —dijo Evanna, riendo entre dientes—, o me ocuparé de ti como hice con Larten hace muchos años. —Me miró enarcando una ceja—. ¿Nunca te ha contado cómo se hizo esa cicatriz?
Contemplé la larga cicatriz que recorría el lado izquierdo del rostro de Mr. Crepsley, y moví negativamente la cabeza. El vampiro se sonrojó hasta adquirir un intenso tono carmesí.
—Por favor, Señora —suplicó—, no hables de eso. Yo era joven y estúpido.
—Ya lo creo que lo eras —asintió Evanna, propinándome un malicioso codazo en las costillas—. Yo llevaba uno de mis rostros hermosos. Larten estaba un poco bebido e intentó besarme. Tuve que hacerle un arañacito para enseñarle modales.
Me quedé asombrado. ¡Siempre había pensado que se había hecho aquella cicatriz luchando contra un vampanez o algún fiero animal de los bosques!
—Qué cruel eres, Evanna —dijo Mr. Crepsley con tono abatido, acariciándose tristemente la cicatriz.
Vancha se reía tan fuerte que le chorreaban los mocos por la nariz.
—¡Larten! —aulló—. ¡Espera a que se lo diga a los otros! Siempre me había preguntado por qué eras tan modesto respecto a tu cicatriz. Normalmente, los vampiros alardeamos de nuestras heridas, pero tú…
—¡Cállate! —ladró Mr. Crepsley con inusual brusquedad.
—Yo podría haberlo curado —dijo Evanna—. Si se la hubiera cosido inmediatamente, ahora no se le notaría ni la mitad. Pero salió huyendo como un perro apaleado y no volvió en treinta años.
—No me sentía querido —repuso Mr. Crepsley con voz queda.
—Pobre Larten —dijo ella, sonriendo con satisfacción—. Creías ser un auténtico conquistador cuando eras un joven vampiro, pero… —Hizo una mueca y soltó una maldición—. Sabía que me olvidaba de algo. Pensaba colocarlas cuando llegarais, pero me distraje.
Murmurando para sí misma, se volvió hacia las ranas e hizo unos sonidos graves y croantes.
—¿Qué está haciendo? —le pregunté a Vancha.
—Habla con las ranas —dijo él, aún exhibiendo una amplia sonrisa por lo de la cicatriz de Mr. Crepsley.
Harkat jadeó y cayó de rodillas.
—¡Darren! —gritó, señalando una rana. Me acuclillé a su lado, y vi que en la espalda de la rana había una imagen inquietantemente fiel de Paris Skyle, en verde oscuro y negro.
—Qué raro —dije, y toqué suavemente la imagen, preparado para retirar la mano si la rana abría la boca. Con el ceño fruncido, recorrí las líneas con mayor firmeza—. Oye —le dije—, no está pintada. Creo que es una marca de nacimiento.
—No puede ser —dijo Harkat—. Ninguna marca de nacimiento podría parecerse tanto… a una persona, especialmente a una que… ¡Eh! ¡Ahí hay otra!
Me volví en la dirección que me indicaba.
—Ese no es Paris —dije.
—No —convino Harkat—, pero es una cara. Y allí hay una tercera. —Señaló una rana distinta.
—Y una cuarta —observé, levantándome y mirando atentamente a mi alrededor.
—Tienen que estar pintadas —dijo Harkat.
—No lo están —dijo Vancha. Se inclinó, cogió una rana y nos la tendió para que la examináramos. Al mirarla de cerca, a la brillante luz de la Luna, pudimos ver que las marcas estaban, efectivamente, bajo la capa superior de la piel de la rana.
—Os dije que Evanna criaba ranas —nos recordó Mr. Crepsley. Cogió la rana de las manos de Vancha y recorrió la forma de un rostro, recio y barbudo—. Es una combinación de naturaleza y magia. Busca ranas con acusadas marcas naturales, las acentúa mediante la magia y las cruza, produciendo rostros. Ella es la única en el mundo que puede hacerlo.
—Aquí estamos —dijo Evanna, apartándonos a Vancha y a mí y conduciendo a nueve ranas hacia Mr. Crepsley—. Me sentía culpable por causarte esa cicatriz, Larten. No debería haberte hecho un corte tan profundo.
—Está olvidado, Señora —sonrió él gentilmente—. Ahora, esta cicatriz es parte de mí. Estoy orgulloso de ella —miró ferozmente a Vancha—, aunque algunos sólo sepan burlarse.
—Aun así —dijo ella—, me fastidia. Te he hecho regalos durante años (como esos cacharros de cocina), pero no me he quedado satisfecha.
—No es necesario… —empezó Mr. Crepsley.
—¡Calla y déjame acabar! —rugió ella—. Creo que por fin tengo un regalo que te compensará. No es algo que se pueda tocar, sólo un poco… simbólico.
Mr. Crepsley bajó la mirada hacia las ranas.
—Espero que no estés pensando en darme estas ranas.
—No exactamente.
Evanna croó una orden y las ranas empezaron a reorganizarse.
—Supe que Arra Sails murió luchando con los vampanezes hace seis años —dijo.
Mr. Crepsley bajó la cara ante la mención del nombre de Arra. Había estado muy unido a ella y le costaba superar su muerte.
—Murió valerosamente —dijo.
—Imagino que no tendrás nada suyo, ¿verdad?
—¿Como qué?
—Un mechón de pelo, un cuchillo que ella apreciara, un pedazo de su ropa…
—Los vampiros no nos permitimos semejantes idioteces —repuso él con aspereza.
—Pues deberíais —suspiró Evanna. Las ranas dejaron de moverse, ella las miró, asintió y se apartó.
—¿Qué están…? —empezó Mr. Crepsley, pero se quedó callado cuando su mirada reparó en las ranas y en el enorme rostro extendido sobre sus espaldas.
Era el rostro de Arra Sails, una parte de él en la espalda de cada rana. Era un rostro perfecto en cada detalle, y ostentaba más colores que los de las otras ranas: Evanna trabajó con amarillos, azules y rojos, trayendo a la vida sus ojos, sus mejillas, sus labios, su cabello. Los vampiros no pueden ser fotografiados (sus átomos rebotan de una manera muy extraña, imposible de capturar en una película), pero aquello era lo más parecido a una foto de Arra Sails que uno pudiera imaginar.
Mr. Crepsley no se movía. Su boca era una delgada línea que atravesaba la mitad inferior de su rostro, pero sus ojos estaban llenos de calidez, tristeza… y amor.
—Gracias, Evanna —susurró.
—No hay por qué darlas —dijo ella, con una suave sonrisa, y luego se volvió hacia nosotros—. Creo que deberíais dejarlo solo un rato. Entremos en la cueva.
La seguimos en silencio. Hasta el habitualmente bullicioso Vancha March se quedó callado, y se detuvo sólo para oprimir un hombro a Mr. Crepsley en un gesto consolador. Las ranas vinieron saltando detrás de nosotros, excepto las nueve con los rasgos de Arra cubriendo sus espaldas. Se quedaron allí, conservando su forma, y haciendo compañía a Mr. Crepsley mientras él seguía mirando tristemente el rostro de la que una vez fue su compañera, rememorando vívidamente el doloroso pasado.