CAPÍTULO 7
La posibilidad de rechazar el reto nunca se me pasó por la cabeza. Seis años viviendo entre los vampiros me habían infundido sus valores e ideales. Cualquier vampiro daría su vida por el bien del clan. Por supuesto, esto no era tan simple como ofrecer mi propia vida (tenía una misión que cumplir, y si fallaba, todos sufrirían), pero el principio era el mismo. Había sido elegido, y un vampiro elegido nunca dice «no».
Hubo un pequeño debate, en el cual Paris nos dijo a Mr. Crepsley y a mí que no se trataba de un deber oficial, y que no teníamos por qué aceptar representar al clan… ni sentir vergüenza por negarnos a cooperar con Mr. Tiny. Al final de la discusión, Mr. Crepsley dio un paso al frente, con la capa roja agitándose como unas alas a su espalda, y dijo:
—Acepto esta oportunidad de perseguir al Lord Vampanez.
Yo le seguí, lamentando no llevar mi imponente capa azul, y en un tono que esperaba sonase lo suficientemente valiente, dije:
—Yo también.
—El chico sabe ir al grano —murmuró Mr. Tiny, guiñándole un ojo a Harkat.
—¿Y qué pasa con los demás? —preguntó Mika—. Me he pasado cinco años detrás de ese maldito Lord. ¡Quiero acompañarles!
—¡Sí! ¡Yo también! —exclamó un General entre la multitud, y pronto estuvieron todos gritándole a Mr. Tiny que les diera permiso para unirse a nosotros en la búsqueda.
Mr. Tiny meneó la cabeza.
—Deben buscarlo tres cazadores. Ni más, ni menos. Los no vampiros pueden ayudarlos, pero si los acompañara alguien de su misma especie, fracasarían.
Furiosos murmullos acogieron aquella aclaración.
—¿Por qué deberíamos creerte? —inquirió Mika—. Seguramente diez tendrían más oportunidades que tres, y veinte más que diez, y treinta…
Mr. Tiny chasqueó los dedos. Se produjo un sonido agudo y crujiente y empezó a caer polvo desde lo alto. Al mirar hacia arriba, vi que unas grietas largas e irregulares aparecían en el techo de la Cámara de los Príncipes. Otros vampiros las vieron también y lanzaron gritos de alarma.
—¿Cómo os atrevéis vosotros, que no llegáis a los tres siglos, a hablarme a mí, que mido el tiempo en los flujos continentales, de los mecanismos del destino? —preguntó amenazadoramente Mr. Tiny. Volvió a chasquear los dedos y las grietas se extendieron. Pedazos de techo se desmenuzaron hacia dentro—. Ni mil vampiros podrían desconchar las paredes de esta Cámara, mientras que yo, con sólo chasquear los dedos, puedo hacer que se desplomen. —Levantó los dedos, dispuesto a chasquearlos de nuevo.
—¡No! —gritó Mika—. ¡Discúlpame! ¡No pretendía ofenderte!
Mr. Tiny bajó la mano.
—Piensa en esto antes de volver a desafiarme, Mika Ver Leth —gruñó, y con un gesto de la cabeza indicó a las Personitas que había traído consigo que se dirigieran a las puertas de la Cámara—. Ellos arreglarán el techo antes de marcharnos —dijo Mr. Tiny—, pero la próxima vez que me hagáis enfadar, reduciré esta Cámara a escombros, abandonándoos a vosotros y a vuestra preciosa Piedra de Sangre al capricho de los vampanezes.
Tras soplarle el polvo a su reloj en forma de corazón, Mr. Tiny volvió a sonreír ampliamente a la Cámara.
—Entonces, decidido. ¿Tres?
—Tres —aceptó Paris.
—Tres —musitó lúgubremente Mika.
—Como he dicho, los no vampiros pueden (de hecho, deben) tomar parte, pero durante el próximo año ningún vampiro deberá ir en busca de los cazadores, a menos que sea por razones no relacionadas con la búsqueda del Lord Vampanez. Sólo ellos pueden ir, y sólo de ellos dependerá el éxito o el fracaso.
Con esto, dio por concluida la reunión. Se despidió de Paris y Mika agitando arrogantemente una mano, nos llamó por señas a Mr. Crepsley y a mí, y nos dedicó una amplia sonrisa mientras desocupaba mi trono. Se había quitado una de sus botas de agua mientras hablaba. No llevaba calcetines, y me sorprendí al ver que no tenía dedos: sus pies terminaban en una maraña de la que sobresalían seis zarpas diminutas, como las de un gato.
—¿Asustado, señor Shan? —inquirió, con la malevolencia brillando en sus ojos.
—Sí —respondí—, pero estoy orgulloso de poder ayudar.
—¿Y si no puedes? —se mofó—. ¿Y si fracasas y condenas a los vampiros a la extinción?
Me encogí de hombros.
—Aceptaremos lo que venga —dije, repitiendo un dicho común entre las criaturas de la noche.
La sonrisa de Mr. Tiny se ensombreció.
—Te prefería cuando no eras tan inteligente —rezongó, y luego miró a Mr. Crepsley—. ¿Y tú? ¿Te asusta el peso de tus responsabilidades?
—Sí —respondió Mr. Crepsley.
—¿Crees que podrás arreglártelas?
—Podré —dijo Mr. Crepsley sin que se alterase su voz.
Mr. Tiny hizo una mueca.
—No sois nada divertidos. Es imposible haceros perder los estribos. ¡Harkat! —llamó. Harkat se acercó automáticamente—. ¿Tú qué opinas? ¿Te importa el destino de los vampiros?
—Sí —repuso Harkat—. Me importa.
—¿Cuidarás de ellos? —Harkat asintió—. Hummm… —Mr. Tiny frotó su reloj, que resplandeció por un instante, y luego tocó la sien izquierda de Harkat. Este emitió un jadeo y cayó de rodillas—. Has tenido pesadillas —observó Mr. Tiny, sin retirar los dedos de la sien de Harkat.
—¡Sí! —gimió Harkat.
—¿Quieres que cesen?
—Sí.
Mr. Tiny soltó a Harkat, que lanzó un grito, y luego rechinó sus afilados dientes y se puso en pie rígidamente. Pequeñas y verdes lágrimas de dolor se deslizaron por el rabillo de sus ojos.
—Ya es hora de que sepas la verdad sobre ti —dijo Mr. Tiny—. Si vienes conmigo, te la revelaré, y las pesadillas cesarán. Si no, continuarán y empeorarán, y en un año serás una ruina aullante.
Harkat se estremeció ante la idea, pero no se precipitó hacia Mr. Tiny.
—Si espero —dijo—, ¿tendré… otra oportunidad para conocer… la verdad?
—Sí —respondió Mr. Tiny—, pero mientras tanto, sufrirás mucho, y no puedo garantizar tu seguridad. Si mueres antes de saber quién eres en realidad, tu alma seguirá perdida para siempre.
Harkat frunció el ceño, vacilante.
—Tengo un presentimiento —farfulló—. Alguien me susurra… —se tocó el lado izquierdo del pecho—… aquí. Siento que debo ir con Darren… y Larten.
—Si lo haces, aumentarán sus posibilidades de derrotar al Lord Vampanez —dijo Mr. Tiny—. Tu participación no es decisiva, pero podría ser importante.
—Harkat —dije suavemente—, no nos debes nada. Ya me has salvado la vida dos veces. Vete con Mr. Tiny y descubre la verdad sobre ti.
Harkat frunció el ceño.
—Creo que si… os dejo para descubrir esa verdad, a la persona que fui… no le va a gustar que lo haya hecho.
La Personita se lo pensó arduamente durante unos cuantos segundos más, y luego levantó los ojos hacia Mr. Tiny.
—Iré con ellos. Para bien o para mal, siento que mi lugar está… con los vampiros. Todo lo demás tendrá que esperar.
—Que así sea —suspiró Mr. Tiny—. Si sobrevives, nuestros caminos volverán a encontrarse. Si no… —Su sonrisa murió.
—¿Y qué hay de nuestra búsqueda? —preguntó Mr. Crepsley—. Has mencionado a Lady Evanna. ¿Empezamos por ella?
—Si queréis… —dijo Mr. Tiny—. Ni puedo, ni quiero dirigiros, pero yo empezaría por ahí. Después, haced lo que os diga el corazón. Olvidar la búsqueda e ir allí donde sintáis que pertenecéis. El destino os conducirá a donde él quiera.
Ese fue el fin de nuestra conversación. Mr. Tiny se esfumó sin despedirse, llevándose a sus Personitas (que habían reparado completamente el techo mientras hablaba), sin duda ansioso por presenciar esa fatal erupción de su volcán al día siguiente.
Aquella noche, en la Montaña de los Vampiros reinaba el alboroto. La visita de Mr. Tiny y la profecía fueron detenidamente debatidas y analizadas. Los vampiros aceptaban que Mr. Crepsley y yo tuviéramos que marcharnos por nuestra cuenta, para unirnos al tercer cazador (quienquiera que fuese), pero estaban divididos en lo concerniente a lo que el resto de ellos debía hacer. Algunos pensaban que, ya que el futuro del clan dependía de tres cazadores solitarios, deberían olvidarse de la guerra contra los vampanezes, pues, al parecer, ya no servía a ningún propósito. La mayoría no estaba de acuerdo, y decían que sería una locura abandonar la lucha.
Mr. Crepsley nos sacó a Harkat y a mí de la Cámara poco antes del amanecer, dejando a los Príncipes y a los Generales en medio de su discusión, argumentando que necesitaríamos descansar bien ese día. No fue fácil dormir con las palabras de Mr. Tiny resonando en mi cerebro, pero conseguí cerrar los ojos algunas horas.
Desperté tres horas antes del ocaso, tomé una comida ligera y embalé nuestras escasas pertenencias (me llevaría una muda de ropa, algunas botellas de sangre y mi diario). Nos despedimos en privado de Vanez y Seba (el viejo intendente se sentía especialmente triste por vernos partir), y luego nos encontramos con Paris ante la puerta que conducía fuera de las Cámaras. Nos dijo que Mika se quedaría para ayudarle con los asuntos cotidianos de la guerra. No tenía buen aspecto cuando le estreché la mano, y tuve el presentimiento de que no le quedaban muchos años de vida: si nuestra búsqueda nos mantenía alejados de la Montaña de los Vampiros durante un largo periodo de tiempo, esta podría ser la última vez que le viera.
—Te echaré de menos, Paris —dije, abrazándole bruscamente tras el apretón de manos.
—Y yo a ti, joven Príncipe —dijo él, y estrechándome con fuerza me susurró al oído—: Encuéntralo y mátalo, Darren. Siento frío en los huesos, y no es el frío de los años. Mr. Tiny dijo la verdad: si el Lord Vampanez adquiere todos sus poderes, estoy seguro de que todos pereceremos.
—Lo encontraré —juré, mirando a los ojos al anciano Príncipe—. Y si tengo ocasión de matarlo, no erraré el golpe.
—Entonces, que la suerte de los vampiros te acompañe —dijo.
Me reuní con Mr. Crepsley y Harkat. Saludamos a aquellos que se habían congregado para vernos partir, y luego bajamos por los túneles y salimos. Anduvimos con paso veloz y seguro, y en dos horas habíamos dejado atrás la montaña y corríamos campo a través, bajo un despejado cielo nocturno.
¡Nuestra búsqueda del Lord Vampanez había comenzado!