CAPÍTULO 1
Nos escurrimos a través de los túneles, con Mr. Crepsley abriendo la marcha, Vancha y yo en el medio y Harkat en la retaguardia. Hablamos lo menos posible, y hacía callar a Steve de un manotazo cada vez que empezaba a hablar: no estaba de humor para escuchar sus insultos o amenazas.
No llevaba reloj, pero había estado contando los segundos en el interior de mi cabeza. Calculé que habrían pasado unos diez minutos. Habíamos salido de los túneles modernos, y nos encontrábamos de regreso en el laberinto de los viejos y húmedos conductos. Aún nos quedaba un largo camino por delante: tiempo de sobra para que los vampanezes nos pillaran.
Llegamos a un cruce de caminos y Mr. Crepsley tomó el que iba hacia la izquierda. Vancha comenzó a seguirle, pero entonces se detuvo.
—¡Larten! —llamó.
Cuando Mr. Crepsley se volvió, Vancha se acuclilló. Era casi invisible en la oscuridad de los túneles.
—Tenemos que intentar sacárnoslos de encima —dijo—. Si vamos derechos a la superficie, caerán sobre nosotros antes de que estemos a medio camino.
—Pero si nos desviamos, podríamos perdernos —dijo Mr. Crepsley—. No conocemos esta área. Podríamos toparnos con un callejón sin salida.
—Sí —suspiró Vancha—, pero es un riesgo que tendremos que correr. Yo haré de señuelo y regresaré por donde hemos venido. Los demás intentareis encontrar una ruta alternativa de salida. Volveré con vosotros más tarde, si la suerte de los vampiros me acompaña.
Mr. Crepsley se lo pensó un momento, y luego asintió rápidamente.
—Suerte, Alteza —dijo.
Pero Vancha ya se había ido, desapareciendo en la oscuridad en un instante, moviéndose con el silencio casi perfecto de los vampiros.
Descansamos un momento, y luego tomamos el túnel de la derecha y continuamos, con Harkat ahora a cargo del vampcota que Vancha había secuestrado. Nos movíamos rápida pero cautelosamente, intentando no dejar señal alguna de nuestro paso por allí. Al final del túnel, nos desviamos otra vez a la derecha. Al entrar en un fresco tramo de túnel, Steve tosió ruidosamente. Mr. Crepsley cayó sobre él al instante.
—¡No vuelvas a hacer eso o te mato! —le espetó, y sentí la hoja de su cuchillo apretarse contra la garganta de Steve.
—Era una tos de verdad… no una señal —replicó Steve en un furioso gruñido.
—¡No importa! —siseó Mr. Crepsley—. La próxima vez, te mataré.
Steve se quedó en silencio después de eso, como el vampcota. Caminamos con paso firme hacia arriba, navegando instintivamente por los túneles, vadeándolos a través del agua y los desechos. Me sentía fatal, agotado y demacrado, pero no aminoré la marcha. Ya debía haber amanecido allá arriba, o estar a punto de hacerlo. Nuestra única esperanza era salir de los túneles antes de que nos encontraran los vampanezes: la luz del Sol les impediría perseguirnos mucho más lejos.
Poco después, oímos a los vampanezes y a los vampcotas. Subían por los túneles a gran velocidad, sin tener que preocuparse ya del sigilo. Mr. Crepsley retrocedió un poco, para comprobar si nos estaban siguiendo, pero al parecer no habían encontrado nuestro rastro: todos parecían ir detrás de Vancha.
Continuamos subiendo, acercándonos cada vez más a la superficie. Nuestros perseguidores entraban y salían de nuestro campo auditivo. Por los ruidos que hacían, se habían dado cuenta de que no estábamos volviendo por la ruta más corta, y se habían detenido y desplegado para buscarnos. Imaginé que estábamos al menos a media hora del nivel del suelo. Si nos localizaban antes de tiempo, estaríamos condenados, sin lugar a dudas. Los túneles eran tan estrechos como oscuros: un vampcota solo y bien situado no tendría dificultad alguna en abatirnos con un rifle o una pistola de flechas.
Nos estábamos abriendo camino entre un montón de escombros en un túnel derruido cuando fuimos finalmente descubiertos. Un vampcota con una antorcha entró en el túnel por el otro extremo, nos distinguió bajo una fuerte chispa de luz y rugió triunfalmente:
—¡Los he encontrado! ¡Están aquí! ¡Están…!
No logró seguir. Detrás de él, una figura salió de entre las sombras, le agarró la cabeza y se la giró bruscamente a la izquierda y luego a la derecha. El vampcota cayó al suelo. Su atacante se detuvo el tiempo justo para apagar la antorcha, y luego pasó corriendo por encima. Supimos, sin necesidad de verlo, que se trataba de Vancha.
—Justo a tiempo —murmuró Harkat cuando el desaliñado Príncipe se reunió con nosotros.
—Os he estado vigilando durante un rato —dijo Vancha—. No es el primero que me cargo. Este sólo llegó un poco más cerca de vosotros que los demás.
—¿Alguna idea de lo lejos que estamos de la superficie? —pregunté.
—No —dijo Vancha—. Antes iba por delante de vosotros, pero he estado retrocediendo durante el último cuarto de hora para cubriros y dejar unas cuantas pistas falsas.
—¿Qué hay de los vampanezes? —inquirió Mr. Crepsley—. ¿Están cerca?
—Sí —fue la respuesta de Vancha, y seguidamente volvió a escabullirse, para seguir cubriéndonos.
Un poco más adelante nos encontramos en unos túneles familiares. Habíamos explorado una vasta porción de la infraestructura de la ciudad cuando buscábamos a los vampanezes, y estado en esta sección tres o cuatro veces. No estábamos a más de seis o siete minutos de la salvación. Mr. Crepsley dio un silbido, haciéndole señas a Vancha. El Príncipe se reunió velozmente con nosotros y seguimos adelante con renovadas energías ante aquella nueva esperanza.
—¡Van por ahí!
El grito vino del túnel que estaba a nuestra izquierda. No nos detuvimos a comprobar lo cerca que estaban: agachando las cabezas, empujamos a Steve y al vampcota al frente y corrimos.
Los vampanezes no tardaron mucho en surgir detrás de nosotros. Vancha retrocedió y los mantuvo a raya con sus shuriken: estrellas arrojadizas con múltiples bordes afilados que resultaban letales cuando las lanzaba alguien tan experimentado como Vancha March. Por la histeria de sus voces, supimos que la mayoría (si no todos) de los vampanezes y vampcotas se habían congregado ahora detrás de nosotros, pero el túnel por el que huíamos discurría en línea recta, sin apenas túneles laterales por los que entrar o salir de él. Nuestros enemigos eran incapaces de escurrirse alrededor para atacarnos desde los lados o de frente: se veían obligados a seguirnos desde atrás.
Cuanto más nos acercábamos al nivel de la calle, más luminosos se volvían los túneles, y mis ojos de semi-vampiro se adaptaron rápidamente a la tenue luz. Ahora podía ver a los vampanezes y vampcotas persiguiéndonos… ¡y ellos podían vernos a nosotros! Los vampanezes, como los vampiros, habían jurado no utilizar armas de largo alcance, como pistolas o arcos, pero los vampcotas no estaban limitados por ese juramento. Comenzaron a disparar en cuanto tuvieron un campo visual claro, y tuvimos que correr el doble. Si hubiéramos tenido que cubrir una larga distancia agachados de aquella forma tan incómoda, seguramente nos habrían liquidado uno por uno, pero al cabo de un minuto de empezar a disparar, llegamos a una escalera de acero que ascendía hacia una boca de alcantarilla.
—¡Vamos! —ladró Vancha, arrojando una granizada de shuriken hacia los vampcotas.
Mr. Crepsley me agarró y me empujó escaleras arriba. No protesté por ser el primero. Era lo más sensato: si los vampanezes nos alcanzaban, Mr. Crepsley estaba mejor preparado para rechazarlos.
En lo alto de la escalera, me sujeté bien y seguidamente lancé los hombros contra la tapadera de la alcantarilla. Salió disparada, despejando la salida. Me icé hacia fuera e inspeccioné rápidamente los alrededores. Estaba en medio de una pequeña calle; era por la mañana temprano y no había nadie por allí. Inclinándome sobre la boca de la alcantarilla, grité:
—¡Vía libre!
Segundos más tarde, Steve Leopard salió arrastrándose de la alcantarilla, haciendo una mueca ante la luz del Sol (casi cegador después de haber pasado tanto tiempo en los túneles). Luego vino Harkat, seguido del vampcota. Después de eso, se produjo una breve demora. Bajo el túnel resonaron furiosos disparos. Temiéndome lo peor, estuve a punto de bajar por la escalera para ver qué había pasado con Mr. Crepsley y con Vancha, cuando el vampiro de pelo naranja salió como una exhalación por la boca de la alcantarilla, jadeando furiosamente. Casi de inmediato, Vancha salió disparado tras él. La pareja debió haber saltado consecutivamente.
En cuanto Vancha estuvo fuera de la alcantarilla, crucé la calle a trompicones, recogí la tapadera de la alcantarilla, regresé arrastrándola y la coloqué en su sitio. Luego, los cuatro nos reunimos alrededor, Vancha empuñando varios shuriken, Mr. Crepsley sus cuchillos, Harkat su hacha, y yo mi espada. Esperamos diez segundos. Veinte. Medio minuto. Un minuto entero. Mr. Crepsley y Vancha exhalaban un sudor ardiente bajo el débil fulgor del Sol de la mañana.
No salió nadie.
Vancha miró a Mr. Crepsley, enarcando una ceja.
—¿Crees que han renunciado?
—Por el momento —asintió Mr. Crepsley, retrocediendo cautelosamente, y volviendo su atención hacia Steve y el vampcota para asegurarse de que no intentaban escapar.
—Deberíamos salir de… esta ciudad —dijo Harkat, limpiándose una costra de sangre seca de su rostro gris lleno de costuras. Al igual que Mr. Crepsley y Vancha, presentaba rasguños en muchos sitios después de su combate con los vampanezes, pero no eran cortes serios—. Sería un suicidio quedarse.
—Corred, conejos, corred —murmuró Steve, y volví a darle un manotazo en la oreja, haciéndole callar.
—No abandonaré a Debbie —dije—. R. V. es un asesino desquiciado. No voy a dejarla con él.
—¿Qué le hiciste a ese maniaco para enfurecerlo tanto? —preguntó Vancha, mirando de reojo hacia uno de los agujeritos de la tapadera de la alcantarilla, aún no del todo convencido de que estuviéramos fuera. Las pieles púrpura que vestía colgaban en jirones de su cuerpo, y su cabello teñido de verde estaba veteado de sangre.
—Nada —suspiré—. Tuvo un accidente en el Cirque du Freak. Él…
—No tenemos tiempo para recuerdos —me interrumpió Mr. Crepsley, arrancándose la manga izquierda de su camisa roja, que había sufrido tantos desgarrones como las pieles de Vancha. Entornó los ojos hacia el Sol—. En nuestro estado, no podremos soportar permanecer mucho tiempo al Sol. Decidamos lo que decidamos, debe ser pronto.
—Darren tiene razón —dijo Vancha—. No podemos irnos. Y no por Debbie (que aunque me guste mucho, no me sacrificaría por ella), sino por el Señor de los Vampanezes. Sabemos que está ahí abajo. Debemos ir tras él.
—Pero está demasiado bien protegido —protestó Harkat—. Esos túneles están llenos de vampanezes… y vampcotas. Pereceríamos sin lugar a dudas si volviéramos… a bajar. Yo digo que huyamos y volvamos… más tarde, con ayuda.
—Olvidas la advertencia de Mr. Tiny —dijo Vancha—. No podemos pedir ayuda a otros vampiros. No me importa lo escasas que sean las posibilidades: debemos intentar atravesar sus defensas y matar a su Señor.
—Estoy de acuerdo —dijo Mr. Crepsley—. Pero ahora no es el momento. Estamos heridos y exhaustos. Deberíamos descansar y preparar un plan de acción. La cuestión es a dónde retirarnos: ¿a los apartamentos que hemos estado utilizando, o a algún otro sitio?
—A otro sitio —respondió Harkat al instante—. Los vampanezes saben dónde… hemos estado viviendo. Si nos quedamos, tendríamos que estar locos para volver donde… pueden venir a atacarnos cuando quieran.
—No sé —murmuré—. Es extraña la forma en que nos dejaron ir. Ya sé que Gannen dijo que quería preservar las vidas de sus compañeros, pero si nos hubieran matado, habrían garantizado su victoria en la Guerra de las Cicatrices. Creo que hay algo más de lo que dijo. Si nos perdonaron cuando nos tenían atrapados en su terreno, dudo que ahora vayan a subir hasta aquí para luchar en nuestro territorio.
Mis compañeros reflexionaron en silencio.
—Creo que deberíamos volver a nuestra base e intentar sacar algo en claro de todo esto —dije—. Y aunque no lo consigamos, podremos descansar un poco y atender nuestras heridas. Luego, cuando se haga de noche, atacaremos.
—A mí me parece bien —dijo Vancha.
—Es un plan tan bueno como cualquier otro —suspiró Mr. Crepsley.
—¿Harkat? —pregunté a la Personita.
Sus redondos ojos verdes estaban llenos de duda, pero hizo una mueca y asintió.
—Creo que estamos locos al quedarnos, pero si… vamos a hacerlo, supongo que al menos allí tendremos armas… y provisiones.
—Además —añadió Vancha lúgubremente—, la mayoría de los apartamentos están vacíos. Es un lugar tranquilo. —Deslizó un dedo amenazador a lo largo del cuello del vampcota que había capturado, un hombre con la cabeza afeitada y la oscura V de los vampcotas tatuada por encima de cada oreja—. Hay algunas preguntas que quiero hacer, pero el interrogatorio no va a ser agradable. Será mejor que no haya nadie alrededor para escucharlo.
El vampcota miró despectivamente a Vancha como si aquello no le impresionara, pero pude ver el miedo en sus ojos bordeados de sangre. Los vampanezes poseían fortaleza suficiente para resistir horribles torturas, pero los vampcotas eran humanos. Un vampiro podía hacerle cosas terribles a un humano.
Mr. Crepsley y Vancha se enrollaron ropas y pieles alrededor de la cabeza y los hombros para protegerse del Sol. Luego, empujando a Steve y al vampcota delante de nosotros, subimos a los tejados para orientarnos, y nos dirigimos fatigadamente hacia la base.