CAPÍTULO 13

Pasamos el sábado y el domingo explorando los túneles. Harkat y Steve llevaban pistolas de flechas. Eran fáciles de usar: se cargaba una flecha, se apuntaba y se disparaba. Mortal a una distancia de veinte metros. Como vampiro, yo había jurado no utilizar tales armas, así que tuve que conformarme con mi habitual espada corta y mis cuchillos.

Empezamos por el área donde Steve había descubierto a Garfito por primera vez, con la esperanza de hallar alguna pista suya o de sus compañeros. Recorrimos los túneles uno por uno, examinando las paredes en busca de marcas de uñas de vampanezes o garfios, con el oído atento a cualquier indicio de vida, sin perdernos de vista unos a otros. Al principio nos movimos con rapidez (ya que Steve conocía esos túneles), pero cuando nuestra búsqueda se extendió a secciones nuevas y desconocidas, avanzamos con más cautela.

No encontramos nada.

Aquella noche, tras un largo baño y una cena sencilla, hablamos un poco más. Steve no había cambiado mucho. Seguía siendo tan alegre y divertido como siempre, aunque a veces aparecía en sus ojos una mirada distante y se quedaba callado, tal vez pensando en los vampanezes que había matado o en el camino que había escogido en la vida. Se ponía nervioso siempre que la conversación giraba en torno a Mr. Crepsley. Steve nunca había olvidado la razón por la que el vampiro le rechazó (Mr. Crepsley había dicho que Steve tenía mala sangre y que era malvado) y no creía que el vampiro fuera a alegrarse de verlo.

—No sé por qué pensó que yo era malo —refunfuñó Steve—. Yo era inquieto, como cualquier crío, por supuesto, pero malo, qué va… ¿Lo era, Darren?

—Claro que no —respondí.

—Puede que confundiera determinación con maldad —reflexionó Steve—. Cuando creo en una causa, me entrego a ella con todo mi corazón. Como mi cruzada para matar vampanezes. La mayoría de los humanos no podría matar a otro ser vivo, ni siquiera a un asesino. Prefiere entregarlo a la justicia. Pero yo me dedicaré a matar vampanezes hasta que me muera. Puede que Mr. Crepsley viera mi capacidad para matar y la confundiera con el deseo de matar.

Tuvimos muchas conversaciones sombrías como aquella, hablando del alma humana y de la naturaleza del Bien y del Mal. Steve había dedicado muchas horas a darle vueltas al cruel juicio de Mr. Crepsley. Estaba casi obsesionado con ello.

—No puedo esperar a demostrarle que se equivocó —sonrió—. Cuando comprenda que estoy de su lado, ayudando a los vampiros a pesar de su rechazo… Lo estoy deseando.

Cuando el fin de semana llegó a su fin, tuve que tomar una decisión respecto al colegio. No quería tener que preocuparme por Mahler (que me parecía una pérdida de tiempo), pero debía tener en cuenta a Debbie y a Mr. Blaws. Si me ausentaba repentinamente, sin una razón, el inspector vendría a buscarme. Steve dijo que eso no era un problema, que podíamos cambiarnos a otro hotel, pero yo no quería irme hasta que volviera Mr. Crepsley. La situación de Debbie era aún más complicada. Los vampanezes sabían ahora que ella estaba relacionada conmigo, y dónde vivía. De algún modo tendría que convencerla de que se mudara a un nuevo apartamento… pero ¿cómo? ¿Qué clase de historia podía inventar para persuadirla de abandonar su hogar?

Decidí ir al colegio aquel lunes por la mañana, principalmente para aclarar las cosas con Debbie. Con mis otros profesores, fingí que había pillado un virus, para que no sospecharan nada cuando no acudiera al día siguiente. No creía que a Mr. Blaws lo enviaran a investigar antes del fin de semana (desaparecer durante tres o cuatro días no era algo muy raro), y para cuando lo hiciera, esperaba que Mr. Crepsley ya hubiera regresado. Y cuando estuviera de vuelta, podríamos sentarnos a elaborar un plan concreto.

Steve y Harkat seguirían cazando vampanezes mientras yo estaba en la escuela, pero acordaron ser cuidadosos, y prometieron que si encontraban alguno no se enfrentarían solos a él.

En Mahler, busqué a Debbie antes de que empezaran las clases. Iba a decirle que un enemigo del pasado había descubierto que yo me veía con ella, y que temía que planeara hacerle daño para fastidiarme a mí. Le diría que él no sabía dónde trabajaba ella, sólo dónde vivía, así que si se buscaba un sitio nuevo durante algunas semanas y no volvía a su antiguo apartamento, estaría a salvo.

Era una historia endeble, pero no se me ocurría nada mejor. Le suplicaría si era preciso, y haría todo lo que estuviera en mi mano para persuadirla de hacer caso a mi advertencia. Si eso no funcionaba, tendría que pensar en secuestrarla y encerrarla para protegerla.

Pero no había ni rastro de Debbie en el colegio. Fui a la sala de profesores durante el descanso, pero no había venido a trabajar y nadie sabía dónde estaba. Mr. Chivers se encontraba con los profesores y estaba furioso. Le sentaba fatal que la gente (profesores o estudiantes) no lo llamara antes de ausentarse.

Volví a clase con una sensación de vacío en las tripas. Deseé haberle pedido a Debbie que se pusiera en contacto conmigo desde su nueva dirección, pero no pensé en ello cuando le dije que se mudara. Ahora no tenía forma de saber de ella.

Las dos horas de clase y los primeros cuarenta minutos del recreo fueron uno de los momentos más desdichados de mi vida. Quería escaparme de la escuela y salir corriendo hacia el antiguo apartamento de Debbie, para ver si allí había algún rastro de ella. Pero comprendí que era mejor no hacer nada, que actuar llevado por el pánico. Eso me estaba destrozando, pero era mejor esperar a que se me aclarase la cabeza antes de ir a investigar.

Entonces, dos minutos después de las diez, ocurrió algo maravilloso: ¡llegó Debbie! Yo estaba deprimiéndome en el aula de Informática (Richard había notado que no estaba de buen humor y me había dejado solo) cuando la vi venir en un coche que se detuvo en la parte posterior del colegio, acompañada por dos hombres y una mujer… ¡los tres con uniforme de policía! Salió, y entró en el edificio con la mujer y uno de los hombres.

Salí corriendo y la alcancé de camino al despacho de Mr. Chivers.

—¡Señorita Hemlock! —grité, alarmando al policía, que se volvió rápidamente, con la mano en busca del arma que pendía de su cinturón. Se detuvo al ver mi uniforme escolar y se relajó. Levanté una mano, saludando—. ¿Puedo hablar un minuto con usted, señorita?

Debbie preguntó a los oficiales si podía hablar un momento conmigo. Ellos asintieron, pero se quedaron vigilándonos de cerca.

—¿Qué está pasando? —susurré.

—¿Es que no lo sabes?

Había estado llorando y tenía la cara hecha un desastre. Meneé la cabeza.

—¿Por qué me dijiste que me fuera? —preguntó, y en su voz había una sorprendente amargura.

—Es complicado.

—¿Sabías lo que iba a ocurrir? ¡Si es así, te odiaré para siempre!

—Debbie, no sé de qué estás hablando, sinceramente.

Estudió mi rostro, buscando algún indicio que le probara que mentía. Al no hallar ninguno, su expresión se suavizó.

—Lo oirás pronto en las noticias —murmuró—, así que supongo que da igual que te lo cuente ahora, pero no se lo digas a nadie más. —Respiró profundamente—. Me fui el viernes, cuando tú me lo dijiste. Me registré en un hotel, pese a pensar que estabas loco.

Hizo una pausa.

—¿Y? —la insté.

—Alguien atacó a la gente de los apartamentos contiguos al mío —dijo—. A Mr. Andrews y a su esposa, y a Mr. Hugon. Nunca los conociste, ¿verdad?

—Vi una vez a la señora Andrews. —Me humedecí nerviosamente los labios—. ¿Los han matado?

Debbie asintió. Nuevas lágrimas acudieron a sus ojos.

—¿Y los desangraron? —pregunté con voz ronca, temiendo la respuesta.

—Sí.

Aparté la mirada, avergonzado. Nunca pensé que los vampanezes irían a por los vecinos de Debbie. Sólo pensaba en su seguridad y en la de nadie más. Debería haber vigilado el edificio, anticipando lo peor. Tres personas estaban muertas porque no lo había hecho.

—¿Cuándo ocurrió? —pregunté débilmente.

—Entre la noche del sábado y la madrugada del domingo. Los cuerpos fueron descubiertos ayer por la tarde, pero la policía no me encontró hasta hoy. Lo han mantenido en secreto, pero creo que ya se conoce la noticia. Había grupos de periodistas pululando alrededor del edificio cuando venía hacia aquí.

—¿Por qué quería encontrarte la policía? —pregunté.

Me miró furiosa.

—Si mataran a la gente que vive a ambos lados del apartamento donde te alojas, y a ti no te encuentran por ninguna parte, ¿no crees que la policía también iría a buscarte? —me espetó.

—Lo siento. Fue una pregunta estúpida. No sé en qué estaba pensando.

Bajó la cabeza y preguntó con voz muy queda:

—¿Tú sabes quién lo hizo?

Vacilé antes de contestar.

—Sí y no. No conozco sus nombres, pero sé lo que son y por qué lo hicieron.

—Debes decírselo a la policía —dijo.

—No serviría de nada. Esto está más allá de sus posibilidades.

Mirándome a través de sus lágrimas, dijo:

—Me dejarán ir esta tarde. Ya me han tomado declaración, pero quieren revisarla unas cuantas veces más. Cuando me suelten, te haré algunas preguntas serias. Si no me satisfacen tus respuestas, te entregaré a ellos.

—Gra…

Se giró bruscamente y se alejó, reuniéndose con los agentes de policía y prosiguiendo su camino hacia el despacho de Mr. Chivers.

—… cias —concluí para mí mismo, y luego volví lentamente a clase. Sonó la campana, señalando el final del recreo… pero a mí me sonó como si tocara a difuntos.