CAPÍTULO 8
Lamín colgó eufórico el auricular del teléfono público, sin dar del todo crédito a su fortuna. Finalmente, iba a conseguir lo que necesitaba, y mucho más fácilmente de lo que había supuesto. Antes de echar a andar por la bulliciosa calle, miró a su alrededor, tratando de encontrar alguna señal de alarma, pero todo parecía completamente normal, así que se encaminó hacia su cita.
Habían llegado esa misma tarde a la ciudad de Mbour, a mitad de camino entre Dakar y Kaolak. La influencia del señor Dacour se extendía también hasta esta zona, por lo que tendría que andarse con mucho ojo. Buba, Lamín y Amath se habían quedado descansando en una casa de huéspedes de las afueras, mientras que él había salido por la puerta de atrás llevando consigo su mochila.
Desde que se enteró de que su luchador competía en el campeonato de Saint Louis, había tratado de conseguir el dinero por todos los medios. Durante el camino, fue llamando a todos sus contactos, desesperándose poco a poco por las negativas recibidas, hasta que un prestamista de poca monta de Mbour, aceptó financiarle. Cierto que las condiciones del préstamo eran tan abusivas como las de Dacour, pero Lamín no tenía nada que perder, así que aceptó. Después del numerito de la prótesis, no le costó gran cosa convencer a Buba de que lo mejor era ir de Birkelane a Mbour y dormir allí, antes de llegar a Dakar al día siguiente.
Era una ciudad importante y estaba a una distancia razonable, pero Lamín no tenía ninguna intención de pasar la noche en esa ciudad. En cuanto recogiese el dinero, cogería un sept-place, uno de los taxis comunitarios que se utilizaban en Senegal para cubrir largas distancias, y partiría a Saint Louis. Tenía que estar allí a la mañana siguiente, con tiempo suficiente para llegar al lugar del combate y buscar los mejores corredores para su apuesta.
En el fondo, le daba un poco de pena irse así, sin despedirse de Buba, y especialmente de Amath. Tenía que reconocer que le había tomado cariño al chaval. «Al cuerno, no eres su niñera», pensó y dedicó el resto del camino a fantasear con lo que haría con la pequeña fortuna que estaba a punto de conseguir. Probablemente se iría al sur, a la Cassamance y se dedicaría a despilfarrar el dinero en las playas de Cap Skiring, rodeado de chicas y diversión. Tal vez montase algún negocio de su agrado, un restaurante, un bar nocturno o su propia correduría de apuestas. Ya iba siendo hora de pensar en establecerse.
Lamín llegó al lugar convenido con una hora de antelación. Estudió los alrededores atentamente y se dedicó a observar a los variopintos personajes que entraban y salían del local, sin que ninguno le pareciera fuera de lugar. Era un edificio bajo, situado en una calle poco iluminada de la zona vieja y muy apropiada para los negocios que allí se trataban. Cuando finalmente se decidió a entrar, los últimos rayos del sol agonizaban en el horizonte y unas espesas nubes cubrían el cielo. Lamín no fue consciente de que alguien le observaba atentamente desde la oscuridad, al otro lado de la calle.
El local era un bar de copas con pocas aspiraciones, con unas cuantas personas colgadas de una barra poco surtida y una despoblada pista de baile. Lamín pidió una cerveza y se dirigió al barman.
―Estoy buscando a Charlie.
El camarero le miró desconfiado.
―¿Y quién le busca?
―Soy Emmanuel, tengo una cita con él.
―Nina, échale un vistazo a la barra.
El hombre se dio la vuelta y desapareció por una puerta situada a su espalda. Varios minutos después regresó por donde había salido y le hizo una seña para que pasase al otro lado.
― El jefe te verá fuera, es la última puerta al fondo. Espera allí.
Lamín traspasó la puerta y avanzó por un mal iluminado pasillo con varias habitaciones situadas a los lados. No podía oír con claridad lo que pasaba en su interior, pero por los ruidos que le llegaban amortiguados, se hacía una idea bastante exacta. Alcanzó la puerta del fondo y antes de abrirla se palpó el bulto que tenía a su espalda, sintiendo la seguridad de su pistola. Le había quitado el seguro y la tenía dispuesta para cualquier problema que se pudiese presentar.
Lamín abrió la puerta y salió a un sucio patio que daba a la calle de atrás. Estaba completamente desierta y apenas iluminada. Más allá del círculo de luz que se escapaba del local, no se veía nada. Lamín esperó en tensión y al poco tiempo vislumbró una figura que avanzaba hacia él desde el otro extremo de la calle. No sabía si era el tal Charlie, pero de ser así, era un tipo muy grande. El hombre se aproximó aún más hasta que la luz le alcanzó, mostrando su rostro.
―¡Mierda! ―exclamó Lamín, alarmado al reconocer a Rachid, el matón de Dacour que le había golpeado en su baño. El tipo estaba aún a unos cuantos metros, así que Lamín se dispuso a sacar la pistola.
―Tranquilo, muchacho. Será mejor que no te muevas.
Una voz conocida sonó a su costado. Yves, el saco de huesos repelente, salió de la oscuridad, apuntándole directamente con una pistola. Por un momento, se le pasó por la cabeza sacar el arma y abrir fuego sobre el mafioso, pero estaban demasiado cerca y sabía que estaría muerto antes de desenfundar la pistola.
―Cachéale.
Rachid se acercó y le sonrió estúpidamente, a pocos centímetros de su cara. Apestaba a alcohol y a sudor. Lamín pensó reducirle y usarle como escudo, pero aun suponiendo que estuviese algo bebido, era una montaña demasiado grande para derribarla. Además, su compinche no dudaría en dispararle aunque el hombretón estuviese de por medio. El hombre comenzó a cachearle y no tardó en encontrar la pistola.
―Mira, es un tipo duro.
Rachid le lanzó el arma a su compañero y volvió a sonreír dejando al descubierto más huecos que dientes.
―De rodillas.
Lamín no obedeció inmediatamente y el matón le dio un puñetazo que le dobló por la mitad, obligándole a ponerse de rodillas sobre el suelo.
―¿Sabes, Lamín? Rachid y yo hemos tenido muchos problemas por tu culpa. El señor Dacour se enfadó bastante cuando te escapaste. Es normal que estemos cabreados contigo.
―Tenía un buen negocio, y aún lo tengo, pero necesito tiempo ―replicó Lamín nervioso, tratando de buscar una posible salida.
―Es un poco tarde para eso. El señor Dacour se ha cansado de esperar y yo voy a disfrutar con esto.
Yves se aproximó y levantó la pistola apuntándole a la cabeza.
―No lo hagas, podemos ir a medias. Hay mucho dinero en juego y Dacour no tiene por qué enterarse ―dijo desesperado.
El escuálido mafioso pareció evaluar la propuesta y bajó el brazo armado.
―Es una apuesta segura, te lo garantizo. Puedes ganar en un día más que en diez años ―añadió Lamín tratando de reforzar su ofrecimiento.
Yves le miró con gesto malvado y soltó una risita desagradable.
―Lo único seguro es tú estarás muerto en cinco segundos, te lo garantizo. ¿Te apuestas algo, Lamín?
Rachid acompañó la gracia con una estúpida risotada, mientras Yves levantaba el arma de nuevo.
―Adiós, necio.
Lamín cerró los ojos temblando, dispuesto a recibir la bala en su cabeza. En ese instante comenzó a llover. Le pareció que el tiempo transcurría lentamente, mientras las gotas le mojaban la piel, hasta que el sonido de un disparo estalló, ensordeciendo sus oídos.
Amath se encontraba en el patio trasero de la casa de huéspedes, escribiendo con un palo sobre la arena. Hacía una buena noche, aunque el ambiente estaba cargado de la humedad previa a una tormenta. El joven se encontraba intranquilo. Mañana llegarían a Dakar, su nuevo hogar, sin saber qué le depararía el destino. Dejaba atrás toda su vida pasada, todos sus amigos de la infancia, sus parientes, su pueblo.
Y también dejaba atrás a Awa. Aunque había pasado con ella menos de un día, no podía evitar echarla de menos como si fuese una amiga de toda la vida. Algo más que una amiga, en realidad. Amath estaba absorto, escribiendo sobre la arena, cuando la pequeña y achaparrada figura de Tian se acercó y se agachó con esfuerzo junto a él.
―Esta noche va a diluviar. No hay nada mejor que el olor antes de la tormenta, muchacho.
Amath no contestó, ensimismado en sus pensamientos.
―¿Qué te pasa, chico? ¿Estás preocupado por lo que pasará mañana?
―Estoy un poco nervioso, nada más ―contestó esquivo.
―Vaya, vaya. ―Tian estaba leyendo lo que Amath había escrito sobre la arena y una palabra en concreto le había llamado la atención.
―«Awa» ―leyó en voz alta―. Así que es por la muchacha por lo que estás así...
Tian rió en voz baja y se rascó la calva.
―No te preocupes mucho por ello, la chica estaba muy bien, pero en Dakar encontrarás cientos de ellas mucho más guapas y verás cómo se te olvida pronto.
―No me olvidaré de ella. Volveré a buscarla ―dijo Amath convencido.
Tian sonrió para sí.
―Bueno, bueno, muchacho. Te has enamorado.
Amath se sonrojó y bajó la vista al suelo.
―Es una buena amiga, nada más, y quiero volver a verla.
―Verás, muchacho, las mujeres son de lo mejor que hay en la vida, pero aún te quedan muchas por conocer. Y cuando encuentras aquella que te haga sentir mejor persona, que haga que te levantes con ganas de luchar por los dos cada día, entonces sabrás que es la mujer adecuada. Eso es estar enamorado.
Amath le miró interesado con los ojos muy abiertos.
―¿Tú te enamoraste de la señora Fátima?
―No, aquello fue distinto. Era solo un juego entre dos viejos que se aburren ―dijo entre risas―. Y recuerda cómo acabé al final, muchacho.
Amath no sabía exactamente a qué se refería Tian, no entendía muy bien que se hubiese arreglado tanto si no estaba enamorada de ella, pero aún entendía menos lo que quería decir con eso de que había acabado mal.
―¿Qué es lo que pasó? ―preguntó intrigado.
―¿Cómo que qué pasó? Te lo conté a la mañana siguiente. La serpiente, hombre.
Amath se quedó aún más desconcertado, no sabía de qué serpiente estaba hablando, y la única charla que mantuvieron esa mañana fue aquella en la que Tian le confesó, abatido, que había estado rebuscando entre las cosas de Buba.
―¿Qué serpiente?
―Lo de mi serpiente, chaval, no me gusta recordarlo. Esa noche no estuve a la altura requerida. Bueno, en realidad, no estuve a ninguna altura ―rió.
Amath le miró confuso, sin tener ni idea de lo que quería decir el anciano, hasta que Tian estalló enojado.
―¿Te estás burlando de mí, chaval? No pude hacer nada con la señora Fátima. Mi serpiente no funcionó y yo te lo conté todo. Me dijiste que tal vez habría que decírselo a Buba, pero te pedí que no lo hicieses porque ese viejo malicioso se habría estado riendo de mí una semana.
En ese instante Amath lo comprendió todo, en realidad había sido un malentendido. No fue Tian quien entró esa noche en la habitación a rebuscar entre las cosas de Buba. Todo lo que le contó a la mañana siguiente, estaba relacionado con la cita poco exitosa con la señora Fátima y no con el intento de robo.
―¿Entonces no estuviste en la habitación de Buba buscando el dinero aquella noche? ―Amath quería confirmar lo que prácticamente era seguro.
Ahora fue Tian el que le miró extrañado.
―¿De qué dinero me estás hablando, muchacho? ¿Te encuentras bien?
A Amath no le quedó más remedio que explicarle lo sucedido aquella noche. Cómo al subir a su cuarto, escuchó una puerta que se cerraba rápidamente y sus sospechas de que alguien había estado en la habitación de Buba, husmeando entre sus pertenencias. Al principio pensó que había sido Lamín, pero a la mañana siguiente Tian le confesó el error que había cometido esa noche. Amath creyó, por sus palabras, que se refería al asunto de la búsqueda del dinero, pero ahora veía que no era así.
Al terminar el relato, la cara de Tian era un poema.
―¿De verdad pensaste que sería capaz de hacer algo así? Buba y yo somos como hermanos. ―El anciano no pudo ocultar por completo su decepción.
―Me costaba creerlo, pero me lo estabas contando tú mismo. Lo siento mucho, Tian ―dijo arrepentido.
―Bueno, bueno. No es para tanto ―respondió conciliador―. Lo más importante ahora es que Buba sepa lo que su querido sobrino persigue. Por cierto, ¿dónde está tu abuelo?
―Salió hace un buen rato. Dijo que iba a comprar algo para la cena.
―Bueno, pues le esperaremos aquí, y en cuanto llegue le contaremos esta bonita historia. Espero que le dé una patada en el culo a Lamín en cuanto se entere de todo.
Amath no dijo nada. Se sentía mal por dos cosas. Se había equivocado completamente con Tian, y pese a que el anciano había tratado de restarle importancia, había notado su irritación y su pena. Por otra parte, estaba Lamín, se había alegrado mucho al creer que no tenía nada que ver con el asunto y ahora se llevaba una gran decepción al enterarse de que era el responsable.
―Vamos dentro, muchacho, está comenzando a llover.
Amath se quedó fuera unos instantes, dejando que la lluvia corriese por su piel y empapase su ropa. Aún se sentía mal cuando entró en el edificio y se puso a resguardo de la lluvia.
Lamín no podía creer que siguiese vivo. Abrió los ojos extrañado y la escena que contempló le dejó atónito. Yves yacía en el suelo aturdido, bajo una cortina de agua, con la pistola tirada en el barro. Su compañero, el gorila, estaba forcejeando con un desconocido casi tan corpulento como él. La pelea parecía igualada, pero Rachid consiguió zafarse de su oponente y le dio un tremendo puñetazo, haciéndole caer al suelo. Se quedó impactado al reconocer al hombre tendido. Era Buba.
Lamín reaccionó ágilmente y antes de que el corpulento mafioso llegase a su altura, recogió la pistola del suelo mojado y le encañonó.
―No te muevas o estás muerto.
Rachid se quedó quieto, mirándole boquiabierto. Su compinche se había recuperado ligeramente y se estaba levantando para recuperar la otra pistola. Lamín se acercó hasta él y le dio un rodillazo en la cara. Le debía unas cuantas y con esta embestida comenzaba a saldar la deuda. Yves cayó como un saco, sollozando entre quejidos. La sangre comenzó a manar profusamente de su boca, mezclándose con la lluvia.
―Perdiste la apuesta, necio ―dijo Lamín.
El joven se acercó a Buba sin dejar de apuntar al grandullón. Su tío respiraba pesadamente. Al notar su presencia, el anciano abrió los ojos y trató de incorporarse, hablando con dificultad.
―Hemos podido con ellos, ¿verdad?
―Sí, lo hemos hecho ―contestó, mientras le ayudaba a recostarse contra la pared.
No sabía cómo, pero su tío le había seguido desde el hostal hasta aquel antro de mala muerte, y había intervenido en el momento oportuno, salvándole la vida con toda seguridad.
―¿Podrás andar?
―Creo que sí.
Lamín dejó a su tío allí sentado y rebuscó entre unas cajas situadas en el patio. Encontró una vieja manta y un trozo de cuerda, que lanzó a Rachid.
―Ata a tu amigo bien fuerte en ese poste.
El hombretón recogió con suma facilidad a su compañero, que comenzaba a despejarse, y le ató con fuerza al madero. Al parecer, tenía bastante miedo a las armas de fuego.
―¡No tan fuerte, idiota! ―se quejó Yves―. No podrás huir con ese viejo malherido. Te voy a encontrar y te voy a coser a balazos.
Lamín se acercó a él y le golpeó en el rostro con la culata de la pistola, rompiéndole varios dientes. Luego, sacó un pañuelo sucio y se lo puso a modo de mordaza.
―Cuida tu lengua, un día te va a perder. ―Lamín se encaró con el gigante y le apuntó al pecho―. ¿No vais a seguirnos verdad?
El matón asintió estúpidamente, tratando de mostrarse amistoso. Lamín enrolló la pistola en la manta, y sin previo aviso, le pegó un tiro en la pierna, a la altura de la rodilla. El hombretón cayó al suelo retorciéndose y aullando de dolor.
Lamín se acercó rápidamente a Buba y le ayudó a incorporarse.
―Tenía que asegurarme ―le dijo.
Al anciano le costaba respirar y no podía andar si no era con la ayuda de su sobrino, pero lograron abandonar el callejón y se internaron en la ciudad bajo un espeso manto de lluvia.
Tian estaba sentado junto a Amath, protegidos de la lluvia torrencial bajo el amplio porche de la casa de huéspedes. Buba había salido hacía más de dos horas y aún no había regresado. El joven no parecía preocupado por su abuelo, pero Tian se preguntaba por qué tardaba tanto en regresar. Había comprobado que las pertenencias de Buba, incluyendo el dinero, se hallaban a buen recaudo en su habitación, lo que debería tranquilizarle, pero tenía el presentimiento de que algo no andaba bien.
Diez minutos más tarde, sus temores se confirmaron. Dos formas surgieron de la cortina de agua, una de ellas tambaleándose y apoyándose en su compañero. Tian reconoció al instante a la pareja y se lanzó apresuradamente a su encuentro.
―¿Buba, estás bien? ¿Qué ha pasado?
―¡Abuelo! ―Amath gritó alarmado al verle en aquel estado.
Buba estaba pálido y tenía los labios amoratados, le costaba respirar y temblaba perceptiblemente. Lamín se encargó de contestar a la pregunta de Tian.
―Un par de tipos nos han atacado en la ciudad. Buba se enfrentó a ellos y recibió un golpe muy fuerte.
Entre los tres llevaron a Buba bajo el porche, donde Tian comprobó que su amigo tenía un ojo amoratado y un hilillo de sangre manaba de su boca. Indignado, se encaró con Lamín.
―Tú has tenido algo que ver, ¿verdad? ¿Qué hacíais juntos y quién os ha atacado?
―Me siguió sin que lo supiera. Yo no le pedí que se metiese ―contestó a la defensiva.
―Como le pase algo por tu culpa, te vas a enterar. ―Tian se contuvo y decidió actuar con pragmatismo. Más tarde arreglaría las cuentas con Lamín.
―Acostadle en su cama. Yo voy a buscar a un médico.
El doctor Diouf abandonó del cuarto de Buba con gesto grave.
―La cosa es seria. Tiene el corazón muy débil y es muy posible que vaya a peor.
―¿Qué tenemos que hacer doctor? ―preguntó Tian. La preocupación se reflejaba en su rostro.
Al fondo, en la habitación, podía ver a Amath reclinado sobre la cama, sosteniendo la mano de su abuelo enfermo.
―Le he dado unas pastillas y ahora está descansando. No debe hacer ningún esfuerzo y debería ir lo antes posible al hospital de Dakar. Allí le atenderán mejor.
―Así lo haremos ―asintió Tian―. Muchas gracias por todo, doctor Diouf.
Tian asumió la responsabilidad y decidió pasar aquella noche junto a su amigo, velando su sueño, mientras que los dos jóvenes dormirían en la otra habitación. A la mañana siguiente, cuando Buba estuviera en disposición de viajar, irían directamente al hospital. Un poco más tarde, aprovechando que Amath había ido a ver a su abuelo, Tian habló a solas con Lamín, dejándole muy claro que cuando llegasen a Dakar no quería volver a verle nunca más. El joven, aparentemente apesadumbrado, no puso ninguna objeción.
Tian bajó a la cocina y pidió que le hicieran una cafetera para pasar la noche. Luego subió a su cuarto, cerró con llave y acercó una silla a la cama de Buba. Su respiración era más tranquila, pero seguía teniendo mal aspecto, con los labios ligeramente amoratados y los ojos hundidos. Tian tenía la intención de mantenerse despierto toda la noche al cuidado de Buba, atento a cualquier señal de alarma que pudiese observar. El anciano se sirvió la primera taza de café y comenzó a leer una revista, inclinándose cada poco tiempo hacia el enfermo para comprobar su estado. Iba a ser una noche muy larga.
Lamín estaba tendido en la oscuridad con los ojos abiertos. Se recostó ligeramente e iluminó su reloj con una pequeña linterna: eran las cuatro de la mañana. En la cama de al lado yacía Amath, dormido plácidamente, aunque había tenido el sueño intranquilo durante toda la noche. Lamín se incorporó en silencio y se acercó a su primo pequeño, contemplándole unos instantes. Su mano se acercó al hombro del joven, pero en el último instante vaciló y la retiró torpemente. Tras el momento de duda, Lamín cogió su mochila y abandonó el cuarto, cerrando la puerta tras de sí sin hacer ruido. Una sola lágrima cayó de sus ojos, resbalándole por la mejilla.