LA FORMA VERDADERA DE LA COSTA
John Lutz
Cuando La forma verdadera de la costa se publicó por primera vez en Ellery Queen’s Mystery Magazine en 1971, Ellery Queen escribió a modo de presentación: «Un ambiente de lo más insólito para el crimen y la detección, la Institución estatal de dementes criminales incurables, y unos personajes que también se apartan de lo corriente, sobre todo los seis pacientes de la cabaña D. Pero no es su médico, como podría esperarse, el detective, ni tampoco el enfermero ni ninguna persona cuerda. El detective es uno de los pacientes. ¿Un demente criminal incurable es el detective? Sin duda es un “primero”, quizás el “primero” más peculiar desde que creó a Dupin, con su cordura fuera de lo común». Un relato vigoroso y turbador…
Allá donde la delgada península se dobla como un dedo que hace una seña en las cálidas aguas, donde las olas del océano levantan nubes de espuma al romper con las rocas bajas, en su flujo y reflujo sobre las playas de arena blanca, hay una serie de edificios rectangulares y bajos, rodeados de altas vallas: es la Institución estatal de dementes criminales incurables. Veinte son los edificios con esos ángulos agudos, y la masa de ladrillo de cada uno de ellos se levanta del suelo arenoso como un hecho innegable. Alrededor de cada edificio hay una valla de madera de secoya de tres metros de altura, coronada por alambre espinoso, y estas vallas avanzan hasta la orilla del mar, para proseguir como una telaraña de alambre espinoso que se extiende hasta las rocas.
En cada uno de los edificios rectangulares viven seis hombres, y los días en que el mar está en calma, nadar forma parte de sus hábitos cotidianos, es incluso parte de su terapia: bajan a la playa y se bañan en la orilla, o bien se tienden bajo el sol inclemente y adquieren un hermoso bronceado. A veces, poniéndose fuera del alcance de las olas, los hombres levantan construcciones en la arena húmeda, pero esos objetos efímeros habrán desaparecido al atardecer. Sin embargo, se han construido cosas muy interesantes en la arena.
Los habitantes de los edificios rectangulares no se limitaban a pasar allí el tiempo hasta su muerte. De hecho, lo de «dementes incurables» que formaba parte del nombre de la institución, no era una denominación muy exacta; significaba solamente que la esperanza en la recuperación de aquellos hombres era mínima. Vivían en grupos de seis no sólo por razones de seguridad, sino también para que pudieran formar un grupo sensibilizador más o menos permanente: terapia de grupo a días alternos, con reuniones informales de vez en cuando supervisadas por el joven doctor Montaign. Allí, bajo los sutiles y hábiles sondeos del doctor Montaign, los hombres ponían sus almas al descubierto…, por lo menos algunos de ellos lo hacían.
La cabaña D iba a ser pronto objeto del agudo interés del doctor Montaign. De hecho, se proponía estudiar lo que ocurriera allí durante el próximo año y escribir una serie de artículos que se publicarían en influyentes revistas científicas.
La primera señal de que algo iba mal en la cabaña D fue el hallazgo de uno de los pacientes, un tal señor Rolt, una noche en la playa. Estaba muerto, tendido boca arriba cerca de la orilla, y con unos pantalones caqui por toda indumentaria. A primera vista parecía haberse ahogado por accidente, pero resultó que tenía la boca y gran parte de la garganta atiborradas de arena y una miríada de diminutas y pintorescas conchas.
Roger Logan, que vivía en la cabaña D desde que le declararon culpable del asesinato de su esposa tres años antes, permanecía sentado en silencio, observando al doctor Montaign que paseaba por la habitación.
—Esto no puede ser —decía el médico—. Uno de vosotros ha despachado al señor Rolt, y ésta es exactamente la clase de cosa que hemos de evitar y es por eso por lo que estamos aquí.
—Pero no lo investigarán a fondo, ¿verdad? —dijo Logan en voz baja—. Como cuando en la cárcel matan a un asesino convicto.
—Debo recordarte —dijo en voz entrecortada un paciente llamado Kneehoff— que el señor Rolt no era un asesino.
Kneehoff había sido un próspero hombre de negocios antes de que le encerraran, y ahora se dedicaba a hacer unas excelentes carteras de piel que vendía por correo. Ahora estaba sentado ante una mesita con unas cartas viejas extendidas encima, como si fuera un presidente de consejo de administración presidiendo una reunión.
—Podría añadir —dijo altivamente— que resulta difícil dirigir los negocios en una atmósfera como ésta.
—No he dicho que Rolt fuera un asesino —dijo Logan—, pero está…, tenía que estar durante el resto de su vida. Ese hecho va a suponer un estorbo para la justicia.
Kneehoff se encogió de hombros y revolvió sus cartas.
—Era un hombre de escasa importancia…, es decir, comparado con los jefes de las empresas gigantes.
Era cierto que el señor Rolt había sido un carnicero y no un capitán de industria, un carnicero que había puesto cosas en la carne, algunas de las cuales ni se pueden mencionar. Pero Kneehoff, al fin y al cabo, se había limitado a dirigir una cadena de tres tintorerías.
—Quizá le consideraba usted lo bastante insignificante para asesinar —le dijo a William Sloan, el cual estaba allí por haber arrojado al vacío a su hija desde la ventana de un decimocuarto piso—. Nunca le gustó el señor Rolt.
Kneehoff empezó a farfullar.
—¡Usted es el asesino, Sloan! ¡Usted y Logan!
—Yo no he matado a nadie —se apresuró a protestar Logan.
Kneehoff sonrió.
—En el juicio demostraron que era culpable…, de matar a su mujer.
—¡A mí no me lo demostraron! ¡Y yo debo saber si soy culpable o no!
—Conozco su caso —dijo Kneehoff, contemplando desapasionadamente sus viejas cartas—. Golpeó a su esposa en la cabeza con una botella de vino francés, matándola en el acto.
Logan replicó acaloradamente:
—¡Le advierto que esa afirmación de que golpeé a mi esposa con una botella de vino, nada menos que de buen vino francés, es invitarme a entablar un litigio por libelo!
Visiblemente trastornado, Kneehoff guardó silencio y pareció sumirse en el estudio de los papeles que tenía delante. Logan hacía mucho tiempo que sabía cómo tratar con él; sabía que la «empresa» de Kneehoff no podría soportar un juicio.
—Es preciso hacer justicia —siguió diciendo Logan—. Hay que capturar y ejecutar al asesino del señor Rolt, un auténtico asesino.
—¿No le parece que ese es un trabajo para la policía? —preguntó el doctor Montaign amablemente.
—¡La policía! —rió Logan—. ¡Mire cómo metieron la mata en mi caso! No, éste es un trabajo para nosotros. Pasar el resto de nuestras vidas con un asesino sería intolerable.
—¿Pero qué me dice del señor Sloan? —preguntó el doctor Montaign—. Está viviendo con él.
—Es un caso diferente —replicó Logan—. El hecho de que le declarasen culpable no significa que lo sea. Dice que no recuerda nada de lo ocurrido, ¿no es cierto?
—¿Cuál es su punto de vista? —inquirió Brandon, el bombardero misterioso fracasado—. Ustedes siempre tienen un punto de vista, algo que se reservan. En las únicas personas en las que pueden confiar realmente son en los pobres.
—Mi punto de vista es la justicia —dijo Logan con firmeza—. ¡Tenemos que hacer justicia!
—¡Justicia para todo el mundo! —gritó Brandon de súbito, poniéndose en pie. Miró airadamente a su alrededor y volvió a sentarse.
—Justicia —dijo el viejo señor Heimer, que había estado en otros mundos y tenía la facultad de escuchar lo que dicen los metales—. La justicia cuidará de sí misma. Siempre lo hace, en todas partes.
—Llevan mucho tiempo esperando —dijo Brandon, con la mandíbula sobresaliente bajo el negro bigote—. Me refiero a los pobres.
—¿Tiene la policía algún indicio? —preguntó Logan al doctor Montaign.
—Saben lo mismo que ustedes —dijo el médico en tono sosegado—. El señor Rolt file asesinado en la playa entre las nueve y cuarto y las diez… ¿Por qué estaría fuera de la cabaña D?
El señor Heimer se llevó una mano delgada y moteada a los labios y soltó una risita.
—Bueno, tal vez eso sea justicia.
—Ya sabe usted cuál es la sanción por abandonar el edificio en horas no autorizadas —dijo Kneehoff severamente al señor Heimer—. No la muerte, sino el confinamiento en su habitación durante dos días. Es preciso que el castigo sea adecuado al delito y hemos de obedecer las reglas. Toda operación ha de ceñirse a unas reglas para que tenga éxito.
—Eso es exactamente lo que digo —dijo Logan—. Habría que capturar al hombre que mató a Rolt y condenarlo a muerte.
—Las autoridades están investigando —dijo el doctor Montaign en tono conciliador.
—¿Igual que investigaron mi caso? —planteó Logan, airado y alzando la voz—. ¡No llevarán al criminal ante la justicia! ¡Y le digo que no debemos temer un asesinato aquí en la celda D!
—La cabaña D —le corrigió el doctor Montaign.
—Quizá mató al señor Rolt algún ser marino —sugirió pensativamente William Sloan.
—No —dijo Brandon—. He oído decir a la policía que había una sola clase de huellas cerca del cadáver, que iban y venían de la cabaña. Evidentemente, ha sido obra de un subversivo del interior.
—Pero, ¿qué tamaño tenían esas huellas? —preguntó Logan.
—No eran lo bastante claras como para determinar su tamaño —explicó el doctor Montaign—. Partían de la escalera de madera que sube al patio trasero, y volvía a ella; por lo demás, el suelo era demasiado duro para dejar huellas de pisadas.
—Tal vez eran las huellas del propio señor Rolt —dijo Sloan.
Kneehoff soltó un gruñido.
—¡Estúpido! El señor Rolt fue a la playa, pero no volvió.
—Bueno… —El doctor Montaign se levantó lentamente y fue hasta la puerta—. Ahora tengo que ir a visitar otras cabañas. —Sonrió a Logan—. Es interesante que le preocupe tanto la justicia —le dijo.
Una gaviota chilló en el momento en que el doctor salía.
Los cinco pacientes restantes de la cabaña D permanecieron sentados en silencio tras la salida del médico. Logan observó cómo Kneehoff recogía sus cartas y golpeaba con fuerza los bordes para alinearlas, antes de guardárselas en el bolsillo de la camisa. Brandon y el señor Heimer parecían sumidos en profundos pensamientos, mientras que Sloan miraba por encima del hombro de Kneehoff hacia el mar ondulante.
—Es posible que ninguno de nosotros esté a salvo —dijo Logan de repente—. Tenemos que llegar al fondo de este asunto por nosotros mismos.
—Pero estamos en el fondo —dijo plácidamente el señor Heimer—, todos nosotros.
Kneehoff soltó un bufido.
—Habla por ti, viejo.
—El crimen contra los pobres es lo que debería investigarse —dijo Brandon—. Si hubiera estallado la bomba que puse en la estatua de la Libertad… Y aquel año empleé toda mi semana de vacaciones para ir a Nueva York.
—Llevaremos a cabo nuestra propia investigación —insistió Logan—, y podríamos empezar ahora mismo. Que cada uno me diga lo que sepa del asesinato del señor Rolt.
—¿Quién te ha encargado esa misión? —preguntó Kneehoff—. ¿Y por qué tenemos que investigar el asesinato de Rolt?
—Porque era nuestro amigo —dijo Sloan.
—En cualquier caso —intervino Logan—, debemos llevar a cabo una investigación ordenada, y alguien tiene que estar al frente.
—Supongo que tienes razón —dijo Kneehoff—. Sí, una investigación ordenada.
Hubo un intercambio de información, y se decidió que el señor Rolt había anunciado que iba a acostarse a las nueve y cuarto, dando las buenas noches a Ollie, el enfermero, en la sala de televisión. Sloan y Brandon, los otros dos hombres que estaban en la sala, recordaban la hora porque estaba en pantalla el anuncio que salía siempre a la mitad del programa Los monstruos de la calle Mayor, ése en el que la caja de detergente se remonta en el aire y arrebata a todo el mundo la camisa. A las diez en punto, cuando empezaban las noticias, Ollie fue a echar un vistazo a la playa y descubrió el cadáver del señor Rolt.
—Así pues, se ha establecido la hora aproximada de la muerte —dijo Logan—, y yo estaba en mi habitación con la puerta abierta. Dudo de que el señor Rolt pudiera haber cruzado el pasillo para salir al exterior sin que yo lo viera, por lo que debemos suponer que fue a su habitación a las nueve y cuarto, y en algún momento entre las nueve y cuarto y las diez salió por la ventana.
—Conocía las reglas —dijo Kneehoff—. No habría salido sin más, arriesgándose a que le vieran.
—Cierto —concedió Logan—, pero es mejor no dar nada por sentado.
—Claro, claro —cacareó el señor Heimer—, no dar nada por sentado.
—¿Y dónde estaba usted entre las nueve y las diez? —le preguntó Logan.
—En el consultorio del doctor Montaign —respondió el señor Heimer con una sonrisa—, hablándole de algo que escuché en el poste de acero. Casi le hice comprender que todas las cosas metálicas son receptores y sintonizan con diferentes frecuencias, mundos y vibraciones distintos.
Kneehoff, que una vez había tenido prisioneros a dos de sus contables durante cinco días sin comida, se echó a reír.
—¿Y dónde estaba usted? —le preguntó Logan.
—En mi oficina, revisando mis comprobantes de artículos de piel.
La «oficina» de Kneehoff era su habitación, en el otro extremo del pasillo desde la habitación de Logan.
—Ahora hemos de considerar el motivo del crimen —dijo Logan—. ¿Cuál de nosotros tenía alguna razón paran matar al señor Rolt?
—No lo sé —respondió Sloan en tono distante—. ¿Quién haría una cosa así…, llenarle la boca de arena al señor Rolt?
—Tú eras su amigo más íntimo —le dijo Brandon a Logan—. Siempre jugabas al ajedrez con él. ¿Quién sabe lo que tramabais los dos?
—¿Y tú qué? —le dijo Kneehoff a Brandon—. Intentaste asfixiar al señor Rolt la semana pasada.
Brandon se irguió airadamente con el bigote erizado.
—¡Eso no fue la semana pasada sino la anterior! —Se volvió hacia Logan—: Y Rolt siempre ganaba a Logan al ajedrez… Por eso Logan le odiaba.
—No siempre me ganaba al ajedrez —protestó Logan—, y no le odiaba. La única razón de que me ganara al ajedrez en algunas ocasiones era que si perdía, tiraba el tablero.
—No te gusta que nadie te gane —observó Brandon, sentándose de nuevo—. Por eso mataste a tu mujer, porque te ganaba en todo. Qué propio de la clase media, matar a alguien por ese motivo.
—Yo no maté a mi mujer —dijo Logan pacientemente—, y ella no me ganaba en todo, aunque era una mujer de negocios muy buena —añadió lentamente—, y una estupenda tenista.
—¿Y qué hay de Kneehoff? —preguntó Sloan—. Siempre amenazaba al señor Rolt diciéndole que le mataría.
—¡Porque se reía de mí! —exclamó Kneehoff—. Rolt era un fanfarrón y un necio, y siempre se reía de mí porque tengo una ambición y él no la tenía. Se creía en todo mejor que los demás… Y a ti, Sloan, Rolt solía ridiculizaros, a ti y a Heimer. No hay ninguno de nosotros que no tuviera motivos para eliminar a una escoria como Rolt.
Logan se había puesto en pie, y casi gritó:
—¡No permitiré que hables así de los muertos!
Kneehoff sonrió, con una expresión de superioridad por haber molestado a Logan.
—Lo único que decía es que no te será fácil descubrir al asesino de Rolt. Ha sido un tipo listo, ese asesino, más listo que tú.
Logan no cedió a la provocación.
—Ya veremos eso cuando compruebe las coartadas —musitó, y salió de la habitación para caminar descalzo por la orilla del mar.
Al día siguiente, en la playa, Sloan formuló la pregunta que todos se habían hecho.
—¿Qué vamos a hacer con el asesino si lo descubrimos? —inquirió, con la mirada fija en un barco lejano que sólo era una irregularidad en el horizonte.
—Haremos justicia —dijo Logan—. Le condenaremos y luego lo ejecutaremos… ¡Le eliminaremos de nuestra sociedad!
—¿Crees que debemos hacer eso? —preguntó Sloan.
—¡Claro que sí! —replicó Logan con brusquedad—. A las autoridades no les importa quién mató al señor Rolt. Al contrario, probablemente se alegran de que haya muerto.
—No estoy de acuerdo en que eso de ejecutar a un hombre sea una jugada acertada —dijo Kneehoff—. Propongo que no hagamos eso.
—No oigo a nadie que te secunde —dijo Logan—. Hay que actuar como yo digo si hemos de mantener el orden aquí.
Kneehoff reflexionó un momento y luego sonrió.
—Estoy de acuerdo en que debemos mantener el orden a toda costa. Retiro mi moción.
—¡Qué coño de moción! —exclamó Brandon, escupiendo en la arena—. Lo que hemos de hacer es descubrir al asesino y liquidarlo. No es momento de mociones, ¡es momento de acción!
—El señor Rolt aprobaría eso —dijo Sloan, dejando correr un puñado de arena entre los dedos.
Ollie, el enfermero, llegó a la playa y se quedó allí, sonriente, la brisa marina haciendo ondear su uniforme blanco. El grupo que estaba en la playa se disgregó con lentitud y naturalidad, y cada hombre se encaminó en una dirección distinta.
Pisoteando la arena calentada por el sol con los pies descalzos, Logan se acercó a Ollie.
—¿Una partidita de ajedrez, señor Logan? —le preguntó el enfermero.
—No, gracias. Usted encontró el cuerpo del señor Rolt, ¿no es cierto, Ollie?
—Así es, señor Logan.
—Al señor Rolt le mataron probablemente mientras usted, Sloan y Brandon estaban viendo la televisión.
—Probablemente —convino Ollie, con su ancho rostro impasible.
—¿Cómo es que salió a las diez para bajar a la playa?
Ollie se volvió para mirar a Logan con su semblante inexpresivo.
—Usted sabe que siempre echo un vistazo a la playa por la noche, señor Logan. A veces los pacientes pierden cosas.
—Desde luego, el señor Rolt perdió algo —dijo Logan—. ¿Le ha preguntado la policía si Brandon y Sloan estaban en la sala de televisión con usted durante el tiempo en que se cometió el asesinato?
—Sí, me lo preguntaron, y les dije que sí. —Ollie encendió un cigarrillo con uno de esos encendedores transparentes que tienen una mosca artificial en el fluido—. ¿Estudia para ser detective, señor Logan?
—No, no —rió Logan—. Sólo estoy interesado en la forma de trabajar de la policía, después del lío que se armaron en mi caso. Cuando creyeron que era culpable, no tuve una sola oportunidad.
Pero Ollie ya no le escuchaba. Se había vuelto para mirar el mar.
—¡No vaya demasiado lejos, señor Kneehoff! —gritó, pero el aludido fingió que no le oía y empezó a moverse en el agua, paralelo a la playa.
Logan se alejó para reunirse con el señor Heimer, que estaba en la orilla, con los pantalones enrollados por encima de las rodillas.
—¿Ha descubierto algo gracias a Ollie? —le preguntó el señor Heimer, balanceando ligeramente el cuerpo mientras la resaca arrastraba la arena y las conchas por debajo de sus pies.
—Algunas cosas —dijo Logan, cruzando los brazos y disfrutando de la sensación del oleaje frío alrededor de sus piernas.
Los dos hombres, más que el océano, parecían moverse mientras las olas llegaban y se retiraban, moviendo la arena debajo de las plantas sensibles de sus pies descalzos.
—Es como el océano…, quiero decir, descubrir quién mató al señor Rolt. El océano trabaja continuamente la orilla, inundándola una y otra vez hasta que sólo quedan la arena y las rocas…, la forma verdadera de la costa. Elimina la tierra y te queda la roca pura; elimina las mentiras y te queda la pura verdad.
—No son muchos los que pueden soportar la verdad —dijo el señor Heimer, agachándose para sumergir la mano en una ola que llegaba—, incluso en otros mundos.
Logan alzó los hombros.
—No son muchos los que aprenden alguna vez la verdad —replicó.
Dio media vuelta y caminó por la arena húmeda hacia la playa. Cuando le alcanzó la próxima ola, le pareció que avanzaba hacia atrás, hacia el mar…
Dos días después Logan habló con el doctor Montaign; le encontró a solas en la sala de televisión, cuando el médico pasó por allí para una de sus visitas del mediodía. La sala estaba muy silenciosa. Incluso el tictac del reloj parecía lento, perezoso y sin ritmo.
—Estaba pensando, doctor, en la noche del asesinato del señor Rolt. ¿Se quedó el señor Heimer hasta muy tarde en su consultorio?
—La policía me hizo esa misma pregunta —dijo el doctor Montaign, sonriendo—. El señor Heimer estuvo en mi consultorio hasta las diez, y luego vi que venía aquí y se reunía con Brandon y Sloan para ver las noticias.
—¿Estaba Kneehoff con ellos?
—Sí, Kneehoff estaba en esta sala.
—Yo estaba en mi habitación —dijo Logan—, con la puerta abierta al pasillo, y no vi pasar al señor Rolt para salir afuera, de modo que debió de salir por la ventana de su cuarto. Tal vez a la policía le gustaría saber eso.
—Se lo diré de su parte —dijo el doctor Montaign—, pero saben que el señor Rolt salió por la ventana de su cuarto, porque su única puerta estaba cerrada por dentro. —El médico miró a Logan inclinando la cabeza a un lado, como tenía por costumbre—. Yo no trataría de hacer un trabajo de detective —dijo suavemente, y colocó una mano con las uñas bien arregladas sobre el hombro de Logan—. Le aconsejo que se olvide del señor Rolt.
—¿Como la policía? —preguntó Logan.
El médico le dio unas palmaditas consoladoras en el hombro.
Después de que el médico se marchara, Logan tomó asiento en el frío sofá de plástico y reflexionó. Brandon, Sloan y Heimer tenían una coartada perfecta, y Kneehoff no habría podido abandonar el edificio sin que Logan le viera pasar por el corredor. Los dos hombres, asesino y víctima, podrían haber salido juntos por la ventana del señor Rolt… Sólo eso explicaría la única serie de huellas de pisadas frescas que iban hasta el cadáver y volvían. Y la policía había encontrado huellas del señor Rolt en la parte de la playa en la que estuvo, más lejos de la cabaña, y luego, al parecer, caminó por la playa a través del oleaje, hasta donde su camino y el del asesino se cruzaron.
Y entonces Logan vio la única posibilidad restante, la única respuesta posible.
Ollie, el hombre que había descubierto el cuerpo… ¡Sólo Ollie había tenido la oportunidad de matar! Y después de acabar con el señor Rolt debía de haber observado que sus huellas iban hasta el cuerpo y partían de él. Así pues, al llegar a los escalones de madera, se volvió y regresó hacia el mar en otra dirección, y luego subió por la playa para efectuar su «descubrimiento» y alertar al doctor.
¿Cuál sería su motivo? Logan sonrió. Cualquiera podía tener motivos suficientes para matar al jactancioso y ofensivo señor Rolt. Era un hombre al que se odiaba con facilidad.
Logan salió de la sala de televisión para reunirse con los demás pacientes en la playa, procurando no mirar la distante figura de Ollie enfundado en su uniforme blanco, que estaba pintando unas tumbonas en el otro extremo del edificio.
Con un tono dramático, Logan les dijo:
—Esta noche nos reuniremos en la sala de conferencias, cuando se marche el doctor Montaign, y os prometo deciros quién es el asesino. Entonces decidiremos la mejor manera de eliminarlo de nuestro entorno.
—Sólo si es culpable —dijo Kneehoff—. Tienes que presentar unas pruebas positivas y convincentes.
—Tengo la prueba —dijo Logan.
—¡El poder para el pueblo! —gritó Brandon, poniéndose en pie de un salto.
Riendo y gritando, todos corrieron como escolares hacia las olas.
Los pacientes tuvieron su sesión nocturna con el doctor Montaign, respondiendo preguntas mecánicamente y charlando de cosas intrascendentes, y el médico percibió en ellos cierta tensión y expectación. ¿Por qué estaban inquietos? ¿Por temor? ¿Quizá Logan había insistido en lo del asesinato? ¿Por qué Kneehoff no miraba sus cartas ni la vista de Sloan se perdía a través de la ventana?
—He dicho a la policía que no espero tropezar con más cadáveres en la playa —les dijo el médico.
—¿Usted? —Logan se puso rígido en su silla—. Creí que era Ollie quien encontró al señor Rolt.
—Y así fue, realmente —dijo el doctor Montaign, ladeando la cabeza—. Después de que me dejara el señor Heimer, acompañé a Ollie a revisar la playa, para hablarle a la vez de algunas cosas. Fue él quien vio el cuerpo primero y echó a correr para averiguar qué era.
—Y era el señor Rolt, con la boca rellena de arena —murmuró Sloan.
Logan tenía un torbellino en la cabeza. ¡Había estado tan seguro! Por un proceso de eliminación, tenía que ser Ollie. ¿O quizás habían sido los dos hombres, Ollie y el doctor Montaign? ¡Eso tenía que ser! ¡Pero era imposible! No había más que una serie de huellas.
¡Kneehoff! ¡Tenía que haber sido él! Habría convenido una cita secreta con Rolt en la playa y le habría matado. Pero Rolt había caminado solo hasta encontrarse con el asesino, ¡que también estaba solo! Y alguien había dejado las huellas de pisadas frescas, la única serie de pisadas, que iban hasta el cuerpo y regresaban de él.
Kneehoff debía de haber visto a Rolt, salió por su ventana, le interceptó y le mató. ¡Pero la habitación de Kneehoff no tenía ventana! Sólo las dos habitaciones de los extremos tenían ventanas, ¡la de Rolt y la de Logan!
Una sola serie de huellas…, ¡sólo podían ser suyas! ¡Las suyas propias!
A través de una neblina, Logan vio que el doctor Montaign consultaba su reloj, sonreía, les daba las buenas noches y se marchaba. La brisa nocturna entró por las anchas ventanas abiertas de la sala de conferencias, junto con el rumor del oleaje, las olas que desgastaban la tierra hasta dejar la roca desnuda.
—Bien —dijo Kneehoff a Logan, y la luna pareció iluminar sus ojos—. ¿Quién es exactamente nuestro hombre? ¿Quién mató al señor Rolt? ¿Y cuáles son tus pruebas?
A la mañana siguiente, Ollie encontró el cuerpo de Logan, de bruces en la playa, el suave oleaje tratando de llevárselo. La cabeza de Logan estaba semienterrada, y sus miembros rotos estaban torcidos en ángulos extraños. A su alrededor, la arena húmeda presentaba, además de la suya, otras cuatro series diferentes de huellas.