CAPITULO X

 

Marty Gardand cayó aparatosamente por los peldaños de la escalera de incendios. Al incorporarse contempló el rostro de la anciana que le contemplaba horrorizada desde el ventanal.

Gardand prosiguió la huida. En desenfrenada carrera. Consciente de que Christopher Streep iba tras él y de que le exterminaría sin piedad.

En el último tramo de la escalera de incendios se detuvo jadeante.

Del boquete de su boca y de los orificios nasales brotaba un visible vaho. Las dos pupilas de su esférico ojo dilatadas.

Aquel callejón desembocaba en Craig Street.

Una única salida.

Marty Gardand, temeroso de que MacGrath le saliera al encuentro, corrió hacia el muro situado al fondo del callejón. Lo trepó con dificultad. Al saltar al otro lado volvió a perder el equilibrio y caer.

Gateó por el suelo.

Se levantó reanudando la carrera.

Buscando las calles poco iluminadas, pegado a las fachadas... Los faros de un auto le obligaron a introducirse en un portal. Esperó a que el vehículo se alejara para asomarse. Y entonces descubrió a Christopher Streep.

Al final de la calle.

Marty Gardand dudó.

Ya no podía salir. Y permanecer allí, inmóvil, corría el riesgo de ser visto por Streep.

Se decidió por subir la escalera del edificio.

Hasta el último piso.

Era una casa antigua. De húmedas y agrietadas paredes.

Llegó a la terraza. Y de allí pasó al edificio contiguo saltando por el tejado. Fue entonces cuando descubrió aquella buhardilla. Con el ventanal entreabierto.

Marty Gardand alzó levemente la hoja.

Penetró en el interior.

Apenas había posado los pies en el suelo cuando se abrió una puerta iluminando la estancia.

Gardand quedó cegado por la súbita luz.

Sólo reaccionó al oír el desgarrador grito femenino.

Una muchacha le contemplaba horrorizada bajo el umbral. El vaso que portaba en su diestra se deslizó estrellándose contra el suelo.

Marty Gardand se precipitó hacia la joven taponándole la boca con la mano izquierda. Aquella espeluznante mano de diez dedos vueltos al revés.

La muchacha desorbitó los ojos.

—No voy a hacerte daño... no tengas miedo...

¿Miedo?

Era pánico lo que dominaba a la joven que contemplaba alucinada aquel monstruoso rostro. Aquel único ojo fijo en ella. Aquellos boquetes de boca y nariz, aquellas manos...

—No vuelvas a gritar —aconsejó Gardand—. No me obligues a hacerte daño. No te haré nada, pero si gritas... Estás sola en la casa?

La muchacha asintió con nervioso movimiento de cabeza.

Marty Gardand desvió la mirada hacia la puerta. Por el pequeño corredor. Ciertamente nadie parecía acudir al grito de la joven.

Se encontraban en una reducida cocina.

—Voy a soltarte... me iré pronto. Sólo unos minutos. No grites... no grites, por favor... No quiero hacerte daño.

Gardand fue separando lentamente su zurda.

No.

La muchacha no gritó.

Estaba muda de terror.

Marty Gardand sonrió. Y aquello agrandó aún más el boquete de su boca incrementando la monstruosidad de su rostro.

—Gracias... Pronto me marcharé —Gardand se aproximó al ventanal—. Me siguen, ¿sabes?... Creo que les he despistado...

El miedo hizo audaz a la muchacha.

Sobre el frigorífico estaba el cuchillo. Lo cogió velozmente para de inmediato clavarlo en la espalda de Marty Gardand. Este gimió de dolor, pero su grito fue ahogado por los alaridos de la joven.

Gardand giró.

La muchacha mantenía en su diestra el cuchillo. Volvió a levantar la hoja. Sin cesar de gritar.

Gardand le arrebató el cuchillo a la vez que la retenía por el brazo.

—¿Por qué lo has hecho?... Yo no te iba a hacer daño... ¿Por qué?

Ninguna respuesta,

Sólo los aterrados ojos femeninos.

—No grites... no grites... ¡No grites!...

Marty Gardand hundió el cuchillo en la garganta de la muchacha. Y luego en su rostro. En los ojos. En la boca...

Una y otra vez.

—¡No grites!... ¡No grites!...

Cada exclamación de Gardand era acompañada por una descarga del cuchillo sobre el rostro de la joven.

Marty Gardand se detuvo.

Jadeante.

Con el brazo derecho en alto. Con el cuchillo bañado en sangre. Goteando sobre el rostro de la muchacha convertido en una masa sanguinolenta. Con los ojos reventados, la boca desgarrada, los pómulos rasgados...

Se escucharon unos violentos golpes en la puerta de entrada a la buhardilla.

Los gritos de la joven habían alertado a todo el vecindario.

Marty Gardand corrió hacia el ventanal.

Y su salida coincidió con la de un individuo que llegaba a la terraza por la escalera del edificio.

La iluminación de la cocina permitió divisar perfectamente a Gardand.

Y el individuo comenzó a aullar retrocediendo espantado.

—¡Un monstruo!... ¡Un monstruo!...

 

* * *

 

Acosado como si se tratara de la más peligrosa de las bestias. Sin tregua. Sin piedad.

Una jauría humana en su persecución.

Y ya le habían cazado.

Tenía tres impactos de bala en el cuerpo. Tres proyectiles que hacían insignificante la herida de la espalda.

Sí.

Marty Gardand estaba agonizando.

En las cloacas de la ciudad.

A lo lejos le llegaban las voces de los cazadores, pero no darían con él. Sabiéndose mortalmente herido había buscado refugio en las alcantarillas.

Allí podría morir en paz.

Una rata gruesa, de vientre hinchado y sucio pelo, le observaba desde uno de los recodos. Atraída por el olor de la sangre.

La rata escapó bruscamente.

Como si algo la alarmara.

También Marty Gardand se alarmó al oír las pisadas resonar por el canalón. No intentó huir. Tampoco podría hacerlo.

Contempló al hombre que se aproximaba.

Con un cigarrillo en los labios.

—Hola, Marty.

Gardand se sorprendió.

No por el hecho de que el individuo le llamara por su nombre. Aquel hombre le miraba con indiferencia. Sin reflejar en su rostro miedo o repugnancia.

—¿Quién... quién eres?

William Corey se inclinó para colocar el cigarrillo en la deforme boca de Gardand.

—Eso no importa. Al menos ahora. Has encontrado un buen escondite, Marty. Dudo que den contigo. Yo descubrí las huellas de sangre cerca de la tapa del alcantarillado, pero no te preocupes. Las he borrado.

—¿Tú... tú no me tienes miedo?

Corey sonrió.

—¿Sabes una cosa, Marty? Me dan más miedo esos de arriba. Todos esos que se han movilizado para darte caza. Esos también son monstruos.

—Me... me estoy muriendo... Cathy...

—Cathy ha muerto, Marty. Sin duda víctima de alguno de tus compañeros.

—Fred... él fue... Cathy muerta...

—Sí, Marty.

Una bocanada de sangre brotó de Gardand arrastrándole el cigarrillo de la boca.

Sufrió un estertor.

—Entonces... no me importa morir... Cathy era la única... la única que...

—¿Dónde están los otros, Marty? ¿Cuál era vuestro refugio?

—Un... un bungalow... no recuerdo la calle... en Barrio Rodd... sólo recuerdo que era habitado por una familia llamada Taylor...

—Es suficiente para mí, Marty. ¿Quieres algo?

—No... Tu nombre... me gustaría conocer tu nombre... Eres el único hombre que no me ha mirado con miedo o repugnancia... Moriré pensando en Cathy y en ti...

—William Corey.

—Adiós, William...

—Adiós, Marty.

William Corey se alejó hacia la escalerilla que conducía al exterior.

La rata de vientre hinchado se fue aproximando lentamente a Marty Gardand.