CAPITULO II

 

Andrew Novak pronto cumpliría los sesenta años de edad.

Sienes nevadas. Frente abombada, cejas alicaídas, ojos diminutos y nariz recta. Vestía discreto traje color gris. Por su aspecto semejaba a un vulgar funcionario o chupatintas de oficina.

La realidad era muy distinta.

Y el historial de Andrew Novak ponía la carne de gallina.

Había prestado servicio en diferentes departamentos de Inteligencia de los Estados Unidos. Después de un período de espía en Europa y Sudamérica. Actualmente jefe en Nueva York del organismo fantasma denominado D.I.S.

—¿Sorprendido, Corey?

—Un poco.

Andrew Novak sonrió.

Moviendo de un lado a otro la cabeza.

—Lo dudo. Muy pocas cosas consiguen llegar a sorprenderle, Corey. Máxime desde que presta servicios en el Departamento Investigación Secreta. Nuestro misterioso jefe supremo coordina las misiones más insólitas. ¿Recuerda la operación Clover? Asaltar un furgón blindado del Chase Manhattan Bank. Usted personalmente dirigió la operación. Con éxito total. ¿Nunca se preguntó el destino de aquellos millones de dólares que entregó al D.I.S.?

—No soy curioso, pero quedó muy tranquila mi conciencia al conocer la noticia de que Ralph Lewis, del F.B.I., logró recuperar el botín y detener a los... culpables. Lo que le valió ser designado como candidato al quinto piso del Departamento de Justicia de Washington. A la sede del Federal Bureau of Investigation.

—No creí que fuera capaz de realizar con éxito la Operación Clover. Reconozco que dudé, Corey. De fracasar se hubiera pasado Una muy larga temporada entre rejas. De poco le hubiera servido el declarar que actuaba por órdenes del D.I.S. Este es un organismo desconocido.

—Afortunadamente. Al pueblo norteamericano no le gustaría saber que con sus impuestos se mantienen organizaciones como el D.I.S.

—El Departamento Investigación Secreta es necesario, Corey. Cierto es que siempre nos señalan las misiones más... sucias.

—¿Sucias? Es usted demasiado benévolo, señor.

—Dejémoslo estar. Alguien tiene que hacer los trabajos sucios y esos somos nosotros. —Novak abrió un portafolios depositado sobre la mesa. Tomó una cuartilla mecanografiada que tendió hacia su subordinado—. Eche un vistazo, Corey. Es un informe médico fechado hace veinte años. Redactado por el doctor David Sherman, de Chicago.

William Corey atrapó el papel.

A lo largo de la hoja se leía, en tinta roja, la advertencia de «top secret» junto con unas siglas.

Eran pocas las líneas mecanografiadas.

 

«CONFIDENCIAL: Al grupo Investigación BIO-352.

«Paciente internada: Martha Borgges. Parto prematuro. Acaba de nacer un niño deforme. Macrocéfalo. Posee un único ojo formado por dos pupilas. Boca grande carente de labios. Brazos y piernas proporcionados, aunque las manos, al igual que en los pies, con diez dedos cada una, colocados al revés. Imposible definir con exactitud el color de su piel. El niño está sano y su respiración es correcta. A la madre se le ha comunicado el fallecimiento de la criatura. Espero instrucciones.

»David Sherman, jefe médico de la Segunda Planta. Clínica Sabots, Chicago. Illinois.»

 

William Corey alzó la mirada del papel.

Fijando sus inexpresivos ojos en Andrew Novak.

—¿Y bien?

—Marty Gardand, con ese nombre fue registrada esa extraña criatura, celebró recientemente su veinte cumpleaños. En uno de los Campos Experimentación Biológica repartidos por el país.

—Desconocía la existencia de esos campos.

—También yo, Corey. Hasta ayer mismo me eran del todo ignorados. Incluso sigo desconociendo el número de clínicas existentes. La habitada por Marty Gardand está emplazada en California. Cerca de Milesville. Una magna extensión de terreno conocida por La Granja. Para todo el mundo es una mansión de recreo propiedad de un avinagrado magnate que busca la soledad; pero en realidad es una clínica de investigación y experimentación biológica. Con capacidad para un centenar de internos. Todos ellos son seres deformes.

—¿Cuál es el problema?

Andrew Novak se hizo nuevamente cargo del folio mecanografiado.

Comenzó a pasear por la estancia.

Algo nervioso. Como si no encontrara las palabras adecuadas para responder a William Corey.

—Esas investigaciones y experimentos son importantes, Corey. No se trata de crear una morbosa galería de monstruos. Cualquier criatura deforme o extraña es conducida a esas clínicas, siempre que es detectada. También son internados los que padecen radiaciones o mutaciones.

—Sigo ignorando el problema, señor.

Novak detuvo su nervioso deambular.

Enfrentándose a Corey.

—Cuatro de ellos han escapado, Corey. Cuatro seres monstruosos han logrado escapar de La Granja. Son peligrosos. Sus cerebros están igualmente tarados. Acorde con sus cuerpos.

—¿Cuándo fue la fuga?

—En la mañana de ayer. Y ya han ocasionado las primeras víctimas. Dos hombres de Milesville que conducían un Pontiac. Fueron atacados y destrozados. De sus mutilados cuerpos no se encontró una sola gota de sangre.

—Antes mencionó... mencionó a un...

—Un vampiro. Sí, Corey. Ese es el nombre. El caso más asombroso y enigmático de La

Granja. Se le puede definir como vampiro. Su nombre es Peter MacGrath. Fue internado hace ocho años. Los experimentos realizados sobre Peter MacGrath han sido catalogados como espeluznantes y sobrenaturales. Yo no puedo adelantar mucho más, pero sí el doctor Herbert Woos. Es el director de La Granja. Saldrá esta misma noche hacia California, Corey. Tiene ya plaza reservada en el vuelo nocturno Nueva York-San Francisco.

William Corey endureció las facciones.

También sus ojos adquirieron un leve destello.

—¿Por qué nosotros? ¿Por qué el D.I.S.? La policía californiana o el Federal Bureau of Investigation podrían hacerse cargo del asunto.

—¡Maldita sea, Corey!... ¿No lo comprende? Esos campos de experimentación biológica no son del dominio público. Ni tan siquiera altos cargos del gobierno conocen la existencia de esas clínicas ni el trabajo que en ellas se desarrolla. No todos aprobarían esas investigaciones en seres deformes ni el experimentar con... con... No puedo adelantarle más explicaciones, Corey. No estoy autorizado para ello. El doctor Woos despejará todas sus dudas y le informará ampliamente sobre los cuatro evadidos.

William Corey se incorporó.

Lentamente.

—No creo que la opinión pública llegara a escandalizarse. La C.I.A. experimentó drogas nuevas con reclusos, inyectó virus a supuestos voluntarios, manipuló en la mente de...

—¡Esas acusaciones fueron desmentidas!

—Sí, claro. Por supuesto. La C.I.A. y el F.B.I, tienen ya formularios impresos para desmentir acusaciones de todo tipo.

Andrew Novak apartó una carpeta del portafolios para seguidamente empujar el maletín hacia su subordinado.

—Ahí tiene cincuenta mil dólares, Corey. Como siempre puede actuar con toda libertad de acción. Carta blanca. Sin rendir cuentas a nadie. ¿Quiere alguna relación de agentes del Departamento Investigación Secreta emplazados en California? Puedo recomendarle a...

—No, gracias —interrumpió Corey, haciéndose cargo del maletín—. Yo seleccionaré mi propio equipo de colaboradores. No confío en los agentes del D.I.S. Todos son basura.

Andrew Novak sonrió al sarcasmo.

—Como quiera. Tenga esta cartulina. Le abrirá las puertas de La Granja. ¿Alguna pregunta?

—La misión está clara. Cazar a cuatro evadidos. Cuatro hombres que, dadas sus características, no pasarán desapercibidos.

—Se equivoca. Ellos son conscientes de su monstruosidad, Corey. No se dejarán ver. Y matarán a todo aquel que les descubra.

—Contradice sus anteriores palabras, señor. Sus mentes igualmente taradas y enfermas, ¿recuerda? Dudo que razonen. De seguro la policía californiana habrá dado con ellos.

—Eso no nos gustaría, Corey. Estaríamos obligados a explicar quiénes son esos .hombres y de donde proceden. Debe capturarlos usted. El D.I.S.

—Okay. Una sola pregunta, señor. —Corey se detuvo junto a la puerta de la habitación—. Supongamos que doy con ellos. ¿Qué debo hacer?

—Una pregunta absurda, Corey. ¡Reintegrarlos a La Granja! ¡Con todo tipo de precauciones para no ser visto!

William Corey sonrió.

Fríamente.

—No me he expresado bien, señor. Disculpe. Entregarlos... ¿vivos o muertos?

—No se dejarán cazar con vida, Corey.

—Quiero una respuesta concreta, señor. ¿Vivos o muertos?

Las facciones de Andrew Novak se ensombrecieron. Entornó los ojos acentuando las arrugas de su rostro.

—Vivos... o preferiblemente muertos.