CAPITULO V
El cuerpo de Christopher Streep era el de un atleta.
Fornido y corpulento.
De membrudos brazos y poderoso tórax. Cualquier leve movimiento hacia destacar su pujante musculatura.
Streep aplicó el gollete de la botella a sus labios. Bebió largamente. Hasta casi vaciar el whisky. Surcos de líquido resbalaron por su barbilla goteando sobre el desnudo tórax.
Arrojó la botella.
—Bien, nena... Te ha llegado el gran momento. He esperado a que despertaras, ¿sabes? No hubiera sido correcto aprovecharme de tu desvanecimiento. No por mí, sino por ti. Sería poco galante privarte de todos los detalles.
Christopher Streep rio en desaforada carcajada.
Estaba inclinado sobre Paulette. En la amplia alfombra del salón. Las manos de Streep manipularon en la anudada blusa femenina hasta abrirla y dejar al descubierto los breves y puntiagudos senos de la joven.
Con la minifalda fue menos considerado. Tiró de la cintura rompiendo el zipper y rasgando la tela. Las manos de Christopher Streep, auténticas zarpas, también arrancaron violentamente el slip.
Al contemplar la desnudez femenina chasqueó la lengua.
Con sádica sonrisa.
—Una muñeca de porcelana... Me temo que demasiado frágil, pequeña. Al menos para mí. Yo soy un gigante. Un atleta. Puedes tocar mis músculos y comprobarlo.
Por supuesto Paulette no aceptó la invitación.
La mente de la muchacha estaba bloqueada por el terror. Era consciente de que iba a ser brutalmente violada por aquel corpulento individuo; sin embargo toda su atención, todo su indescriptible horror, se fundamentaba en Marty Gardand.
En aquella deforme criatura que deambulaba por el salón como una fiera enjaulada.
Sobre aquel monstruoso hombre se centraban los alucinados ojos de Paulette. De ahí que ni tan siquiera reaccionara a las caricias de Christopher Streep. A sus grandes manos que abarcaron con facilidad los breves senos.
—Sí, condenación —rio Streep, volcándose ahora sobre la inmóvil muchacha—. Una bella y frágil muñeca de porcelana...
Paulette sí gritó al ser salvajemente penetrada. Al recibir las sádicas caricias del individuo. Su cruel presión sobre los pechos. Los sañudos mordiscos. Las violentas sacudidas.
La instintiva resistencia femenina fue pronto doblegada a golpes. Volvió a quedar inmóvil. Presionada bajo aquel pesado cuerpo.
Marty Gardand había detenido su deambular frente a uno de los muebles del salón. Como si no deseara contemplar la brutal violación. Sus manos, aquellas manos de diez deformes dedos, se crisparon al oír los gritos femeninos entremezclados con el jadear de Streep.
Reflejado en uno de los cristales del mueble emergió la figura de Christopher Streep.
También resonó su risa.
—¡Eh, Marty!... ¿Por qué no te animas? Ahora la encontrarás dócil.
—¡Vete al diablo!
Streep procedió a vestirse.
Sin dejar de reír.
—Ah, sí... disculpa. Lo había olvidado, Marty. Tú eres fiel a tu amada. A la bella y dulce...
Gardand giró con rapidez.
Furioso.
Las dos pupilas de su ojo centellearon con siniestro brillo. Abrió la boca dejando escapar una especie de rugido. De aquel nauseabundo boquete asomaron unas gotas de espuma. Los dedos engarfiados.
—¡Cállate, Christopher!
Streep le dirigió una indiferente mirada.
Impasible a aquel espeluznante ser.
—A mí no puedes asustarme, Marty. Toda tu monstruosidad ni tan siquiera me hace pestañear. Y te advierto que no me gusta recibir órdenes. Recuérdalo. Recuerda también que puedo aplastarte como a una cucaracha.
Christopher Streep, sin esperar posible respuesta de Gardand, avanzó hacia el mueble-bar. Rebuscó entre las botellas allí alineadas para seleccionar una de Johnnie Walker.
—Voy a prepararte un whisky, Marty. Te calmará los nervios. Apuesto que jamás has probado el whisky.
—Tengo hambre...
—¿Hambre? Pues sí. Tienes razón. También yo, Marty. Espera aquí.
Christopher Streep abandonó el salón.
Retornó a los pocos minutos portando una bandeja que depositó sobre la circular mesa situada junto al sofá.
Fue entonces cuando posó los ojos en Paulette. La muchacha continuaba sobre la alfombra. La cabeza ladeada. Los brazos en cruz y las piernas entreabiertas. Manchas de sangre se habían dibujado sobre la alfombra.
—¡Eh, muñeca de porcelana! —Rio Streep, golpeándola con el pie derecho—. ¿Vas a permanecer mucho tiempo así? Creo que un buen trago de whisky te ayudará a recuperar fuerzas.
—Déjala ya, Christopher.
La silbante y aflautada voz de Marty Gardand hizo reír aún más a Streep.
Resultaba divertida una voz casi femenina en un ser monstruoso como Marty Gardand.
—Okay, Marty. Puede que tengas razón. Dejémosla reposar. Veamos... jamón trufado, queso, croquetas, fiambre... Una cena fría, —eh, Marty. Yo te serviré.
Streep atrapó el cuchillo comenzando a trocear la barra de pan de molde. También cortó varias rodajas del fiambre y láminas de queso.
—Peter y Fred... tardan mucho.
—No te extrañe —sonrió Christopher Streep, tendiendo a su compañero un descomunal sándwich—. La señora Taylor todavía estaba en buenas condiciones. Apetitosa para Fred. Y no digamos el señor Taylor. Peter lo habrá encontrado... jugoso.
La estridente carcajada de Streep resonó con fuerza. Aquel comentario sobre sus padres hizo reaccionar a Paulette que trató de incorporarse.
Su intento fue de inmediato cortado por Streep. Con un violento patadón al bajo vientre.
—Sigue ahí, muñeca. Quietecita. ¡Maldita sea...! No va a dejarnos cenar tranquilos. Vamos a la cocina,
Marty. Olvidé las cervezas. Y en el frigorífico quedaba mucho donde elegir.
Abandonaron el salón.
Justo en el momento en que se abría la puerta de entrada al bungalow.
En el living aparecieron Fred Sandrich y Peter MacGrath. Este último tenía la chaquetilla manchada de sangre.
—¡Eh, venid! —llamó Christopher Streep—. ¡A tiempo de cenar! Marty y yo ya hemos empezado.
—No contéis con Peter —rio Fred Sandrich—. El ya ha cenado.
La risotada de Sandrich fue de inmediato coreada por MacGrath y Streep.
Los cuatro siniestros personajes penetraron en la espaciosa cocina del bungalow. Al fondo de la estancia se veía la puerta que comunicaba con el jardín. Huellas de barro en el suelo delataban el paso de los intrusos a la casa.
Fred Sandrich se precipitó hacia el frigorífico. Con ambas manos rebuscó entre los alimentos.
—Pásame una cerveza, Fred —solicitó Christopher Streep—. ¡Y otra para el bueno de Marty!
Sandrich había hundido su diestra en una bandeja repleta de fresas con nata. Llevó un puñado a la boca.
—¡Infiernos...! Esto parece bien surtido.
Christopher Streep asintió con un movimiento de cabeza.
—Y no sólo eso, compañeros. Es el refugio ideal. Un bungalow aislado. Sin vecinos. Las viviendas lindantes están en alquiler. El vecino más próximo ocupa un bungalow al otro lado de Guest Boulevard. Esta casa está dotada de paredes aislantes. Ningún ruido nos delatará. Los Taylor recibían pocas visitas. El marido todo el día fuera de casa, la hija en la universidad...
Seleccioné bien la familia y el bungalow. Aquí estaremos tranquilos un par de días. Luego decidiré otro refugio más seguro.
—Ninguno mejor que Ball Street.
Todas las miradas se centraron en Marty Gardand.
—No seas estúpido, Marty —dijo Streep, tras vaciar de un solo golpe una lata de cerveza—. Permanecer en Ball Street era un gran riesgo. Cierto que se contaba con la protección, al menos momentáneamente, de Cathy Ward; pero estábamos condenados a no salir de allí. Encerrados en un apartamento. ¡En pleno San Francisco!
—Cathy nos hubiera ayudado.
—¡Maldita sea, Marty! ¿Ayudarnos? ¿Quién puede ayudarnos? ¡Ni el mismísimo Satanás puede hacer algo por nosotros! Somos despojos humanos. Carne de laboratorio. Tú, precisamente tú, debes saberlo mejor que ninguno. Ingresaste en los Campos Investigación Biológica apenas nacer. Puede que en aquel entonces no se denominaran así, pero eran clínicas secretas. Tienes veinte años, Marty. ¿Qué han hecho por ti? Has deambulado por los Campos Experimentación Biológica. Como cobaya humana. Obediente y sumiso. ¿Qué eres tú, Marty? ¿Qué han hecho por ti?
—Yo...
—¡Nada, condenados sean! —Vociferó Streep—. Podían haber paliado tu monstruosa deformidad. Hay actualmente muchos adelantos en el campo de la cirugía estética y prótesis biónica; pero eso no les interesa. Prefieren tener un monstruo sobre el que investigar. Yo sé lo que han hecho contigo, Marty. Tus dos corazones, tu doble pulso... eres una magnífica cobaya. Estaba en estudio la inseminación artificial de un nuevo Marty Gardand. Para ellos, a! igual que Fred, Peter y todos los demás internos, somos cobayas. ¡Sólo eso!
—Cathy es diferente... ella me ayudó. Gracias a ella estoy fuera de La Granja. Era nuestra enfermera y nos ayudó.
Christopher Streep volvió a mover afirmativamente la cabeza.
—Cierto, pero ya está arrepentida de ello. Y tarde o temprano terminaría por delatarnos al servicio de seguridad de La Granja. Ya dudó en hacerlo cuando supo de las dos víctimas de Milesville. Nuestras dos primeras víctimas. Eso no entraba en los planes de Cathy Ward.
—Ella sólo pensó en mi huida. Vosotros no...
Streep rio ruidosamente.
Interrumpiendo a Marty Gardand.
—¡Seguro! Cathy sólo se fijó en el bueno de Marty. ¿Sabes por qué eres bueno? Ellos te han programado así. Te han enseñado a ser dócil. Desde tu nacimiento han jugado contigo. Como con un perro faldero. No conoces otra cosa, muchacho. No has salido de los Campos Experimentación Biológica. Nosotros sí. Nosotros conocemos lo malo y lo bueno. ¡Y ellos son los malos! Fred, Peter, yo... todos los internos de La Granja somos basura para Cathy Ward. Monstruos. Física y moralmente. Con nosotros no pensó, por supuesto. Sólo te sacaría a ti.
—Y cometí el error de hablar contigo.
—En efecto. Ese fue tu error... o tu gran acierto. Conmigo sí saldrás adelante, Marty. Con la enfermera Cathy Ward, en su apartamento de Ball Street, terminarías cazado a tiros. Como una bestia. Sin que Cathy lograra impedirlo.
El ojo de Marty Gardand, aquella espeluznante esfera de dos pupilas, contempló alternativamente a sus tres compañeros.
—Fue un error... No debí contar nada. Vosotros...
Tú, Christopher... Te aprovechaste del plan ideado por Cathy. La fuga sólo estaba pensada para mí. Sólo yo tenía que estar fuera de La Granja. Con Cathy.
—¡Ya basta, maldita sea! —Christopher Streep arrojó con violencia la lata de cerveza—. De no salir del apartamento de Cathy hubiéramos caído en poder de los sabuesos del doctor Woos. Confiad en mí, compañeros. Yo tengo una inteligencia superior a la de todos ellos. Muy superior. Ellos me la han proporcionado... y con ella les derrotaré.
—Confiamos en ti —aseguró Fred Sandrich—. ¿No es cierto, Peter?
MacGrath también asintió.
En silencioso movimiento de cabeza.
—Perfecto, muchachos —sonrió Streep, complacido—. Celebraremos nuestro primer día de auténtica libertad. Mañana comenzaré a madurar un plan de acción, pero ahora es momento de celebrar nuestra libertad. ¡Por todos los diablos...! Termina ya de comer, Fred. Voy a por unas botellas de whisky.
Christopher Streep, riendo a carcajadas, abandonó la cocina.
Al llegar al salón sorprendió a Paulette Taylor tecleando desesperadamente sobre el soporte del teléfono.
La muchacha se había arrastrado desde la alfombra hasta la mesa donde se emplazaba el teléfono. Dejando tras de sí un rastro de sangre. Por los muslos femeninos también se dibujaban surcos de sangre.
—No te molestes, muñeca. Es inútil, Antes de entrar en la casa corté la línea telefónica.
La joven palideció ante la aparición de Streep.
—Mis padres... dónde están mis padres...
Christopher Streep se había aproximado hasta el mueble-bar.
Sonrió divertido.
—¿Tus padres? Muertos, por supuesto. ¿Qué otra cosa se podía esperar?
—No... Dios mío... no...
Streep no llegó a coger la botella de Johnnie Walker. Sus ojos habían quedado fijos en el cuchillo depositado sobre la bandeja.
Un cuchillo de cocina.
De larga y ancha hoja.
Muy afilado.
—¿Sabes una cosa, muñeca de porcelana? Si tus padres han muerto no es justo que tú permanezcas aquí. Debes seguirles al Más Allá. De seguro que te esperan impacientes en el infierno.
Christopher Streep había atrapado el cuchillo.
Avanzó hacia Paulette.
Las facciones desencajadas en una sádica y demoníaca mueca.
Paulette Taylor, al contemplar el rostro del individuo, comprendió que estaba sentenciada. Que le esperaba una muerte horrible. Que aquel hombre de apariencia normal era en verdad un monstruo.
Un monstruo más temible que la deforme criatura de un solo ojo.
Sí.
Christopher Streep era un monstruo de maldad.
Y lo iba a demostrar.
* * *
Las manos de Christopher Streep actuaban torpemente, sin embargo conocía a la perfección todo cuanto estaba haciendo. Cada corte, cada incisión, le eran familiares. Con un conocimiento que envidiaría el más afamado de los cirujanos.
Streep se alzó unos instantes.
Para mejor contemplar su obra.
El cuchillo, en su diestra, goteó abundantemente sobre la alfombra. Aquella lluvia de gotas rojas eran insignificantes comparadas con el gran charco de sangre ya formado.
La propia Paulette era un amasijo de carne sanguinolenta.
La garganta seccionada por completo. De oreja a oreja. El tronco abierto en brutal y profundo surco, de arriba abajo, entre los pechos y la vagina.
Christopher Streep sonrió.
Satisfecho.
La primera incisión la había realizado tras la oreja izquierda de Paulette. Profundizó la hoja. Le fue fácil seguir el tenue crujir del cartílago. Un manantial de sangre le salpicó, pero aquello no hizo más que incrementar el morboso placer de Streep.
Seguidamente realizó el corte principal iniciándolo en la concavidad de la garganta. Muy profundo. Un trazo de negruzca sangre que pasó entre los pechos de Paulette socavando aún más al llegar al ombligo.
Y luego la más alucinante y satánica de las disecciones.
Sí.
Christopher Streep conocía todo cuanto iba realizando.
Primero se dedicó al corazón. Cortó la vena cava superior e inferior. Con la zurda tiró de las viscosas venas suprahepáticas. Soltó el cuchillo para con ambas manos extraer la sanguinolenta víscera.
La alzó orgulloso.
Como si contemplara un trofeo.
Tomó de nuevo el cuchillo. La ancha, larga y afilada hoja teñida por completo en rojo.
Hasta el mango.
Apartó los intestinos colocándolos sobre el desencajado rostro de Paulette. Comenzó a trabajar en el riñón derecho, seccionando la arteria aorta y la vena cava. Al intentar extraerlo, y ante la leve resistencia, maldijo su olvido al no cortar el uréter.
Prosiguió.
Satánicamente.
Con las facciones transfiguradas en indescriptible mueca sádica.
El corazón, los riñones, los intestinos, los tubos falopianos, el hígado, vísceras...
Todo aquel amasijo de sanguinolenta carne eran familiares para Christopher Streep.
Se recreaba en cada una de aquellas vísceras.
Ni tan siquiera escuchó las voces y los pasos que se aproximaban al salón. Ni la estridente carcajada de Fred Sandrich.
—¡Eh, Christopher!... ¿Dónde está la chica? Me ha dicho Marty que es una linda jovencita que...
El mismísimo Fred Sandrich enmudeció alucinado por el espectáculo.
Christopher Streep. Inclinado sobre aquel cuerpo femenino ya convertido en magma sanguinolenta y viscosa. Bañado en la sangre de su víctima.
Peter MacGrath sí reaccionó.
Riendo en espeluznante carcajada se precipitó sobre el mutilado cuerpo de Paulette. Las blanquecinas manos de MacGrath pugnaron por coger el resbaladizo hígado extirpado. Una vez logrado su objetivo lo llevó a la boca. Clavando sus afilados colmillos. Fue como el pinchar un globo. La sangre salpicó por completo el rostro de Peter MacGrath.
Aquello hizo reír a Streep.
También Fred Sandrich coreó con su infernal carcajada. Y avanzó hacia aquellos despojos humanos. Con la mirada centrada en el ensangrentado corazón de Paulette.
El trío satánico inició una nueva orgía.
Marty Gardand estaba paralizado bajo el umbral de entrada al salón. El boquete de su boca se abría y cerraba convulsivo. Su propia deformidad impedía cualquier expresión a su rostro; sin embargo sí se delataba el horror en la doble pupila de su ojo. Contemplando aquella macabra y diabólica escena de canibalismo.
Y Marty Gardand, el monstruoso interno de La Granja, escapó horrorizado del bungalow.