CAPITULO VIII
—¿Señora Ray?
—¡Señorita Ray!
William Corey sonrió contemplando a la anciana de rostro ajado.
—Disculpe, señorita Ray. ¿Me permite pasar?
—Sí, por supuesto. Empezaba a temer que no harían caso a mi llamada. No oí muy bien por el portero eléctrico. Es usted agente de policía, ¿verdad?
—William Corey. Y estoy aquí para que me amplíe datos de su denuncia —dijo Corey, adentrándose en el apartamento sin responder a la pregunta de la anciana.
—El personal de su departamento es sumamente grosero, sargento Corey. Me tomaron por una loca histérica cuando les informé de....
—No se altere, señorita Ray. El estar yo aquí significa que se ha considerado muy en serio su llamada. ¿Quiere decirme exactamente lo que ocurrió?
Natalie Ray había deslizado la puerta corredera que separaba el living del salón.
—Yo estaba durmiendo, teniente —dijo la anciana, aumentando inconsciente la graduación—. Me retiro siempre muy temprano. Me despertó Henry. Se encontraba algo indispuesto. Fui a la cocina en busca de un vaso de leche. Me pareció oír unos ruidos por la escalera de incendios y acudí al salón. Fue horrible... espantoso...
—Tenga valor, señorita Ray.
La anciana asintió.
Animada por la sonrisa de Corey.
—No llegué a abrir el ventanal del salón. Sólo aparté las cortinas. Y entonces le vi. Bajaba como alma que lleva el diablo. Aunque... tal vez fuera el mismísimo Satanás. Cayó aquí — Natalie Ray había deslizado el cortinaje señalando la plataforma de la escalera de incendios—; pero de inmediato se incorporó. Y entonces pude ver su rostro. Con un solo ojo en la frente. Sí, capitán. Un solo ojo.
El que William Corey no hiciera ningún comentario ni expresara asombro o incredulidad pareció molestar a la mujer.
—Siga, señorita Ray.
—Bueno... era un rostro deforme. Monstruoso. Y sus manos. ¡Santo Dios!... Le vi gatear por el suelo antes de levantarse. ¿Imagina cómo eran sus manos?
—Con diez dedos cada una.
La anciana quedó con la boca abierta.
Reaccionó parpadeando repetidamente.
—Sí... diez dedos... o tal vez más. No fui capaz de ponerme a contarlos. Corrí a mi dormitorio para telefonear a la policía. Escuché más pasos por la escalera de incendios. Creo que Henry vio algo más, pero yo no tuve valor para asomarme de nuevo. Aquello era demasiado horrible.
—Me gustaría hablar con Henry.
—Tampoco él ha podido conciliar el sueño desde entonces —Natalie Ray ladeó la cabeza para exclamar—: ¡Henry!... ¡Henry, ven en seguida!
—¿Cuándo ocurrió todo, señorita Ray?
—Pues... hace aproximadamente un par de horas. Tal vez algo menos. Estoy muy nerviosa y creo que he perdido la noción del tiempo. ¡Ah!... Aquí tenemos a Henry. Henry... saluda al inspector Corey.
Una instintiva mueca se reflejó en el rostro de William Corey.
Contempló a... Henry.
Un gato siamés. De ojos azules. De pelo claro contrastando con las oscuras manchas de la cara, patas y cola.
—Pensándolo mejor su declaración es ya más que suficiente, señorita Ray. Ha sido muy amable.
—¿Cazará al monstruo?
Corey ya estaba en el living.
Sonrió.
—Tranquila, señorita Ray. Soy especialista en cazar monstruos. Buenas noches.
—Adiós, comisario.
William Corey abandonó el apartamento. Se encontraba en la cuarta planta del 883 de Craig Street. Caminó hacia el elevador. Ya en el interior de la cabina pulsó el botón correspondiente al noveno piso.
Salió a un ancho corredor.
Y frente a la puerta señalizada con las siglas 97-D descubrió a la mujer.
Joven y atractiva. De unos veintidós años de edad. Cabello lacio envolviendo un rostro ovalado de bellas facciones. Un cuello frágil entroncaba con un seductor cuerpo. Lucía un vestido en crépe georgette azul y negro con lazo y abotonadura delantera.
William Corey se detuvo junto a la muchacha.
Intercambiaron una mirada.
—Hola.
La joven demoró unos instantes la respuesta.
La sonrisa de Corey, aunque atractiva y cordial, no se acompasaba con el brillo de sus ojos. Unos ojos fríos e inexpresivos.
—Hola... ¿Vienes a visitar a Cathy?
—Ahá.
—Pues los dos nos hemos desplazado en vano —suspiró la muchacha—. Llevo más de cinco minutos insistiendo y no responde. Me había citado.
—¿A estas horas de la noche?
La joven clavó sus oscuros ojos en Corey.
Suspicaz.
—¿Quién eres tú?
—William Corey. Un amigo de Cathy. ¿Y tú?
—Kristine Clark. También amiga de Cathy. Bueno... volveré mañana.
—Puedes telefonearla.
—Eso he hecho antes de venir, pero el teléfono de Cathy debe estar averiado. ¿Bajas conmigo?
—No. Esperaré a Cathy. Me es muy urgente hablar con ella.
—También lo es para mí. Si consigues verla dile que me llame sin falta.
—Okay.
—Buenas noches, William.
—Adios, Kristine.
William Corey contempló como la muchacha se alejaba por el corredor haciendo oscilar su bolso de mano.
Se introdujo en el elevador.
Y fue entonces cuando Corey llevó su diestra a uno de los bolsillos de la chaqueta. Extrajo un pequeño objeto cilíndrico que acopló a la cerradura de la puerta. Tras manipular unos segundos logró abrir la puerta.
Justo en el momento en que sonaba una voz a su espalda.
—Te felicito, William. Un buen trabajo.
Corey giró.
Lentamente.
Kristine le estaba encañonando con una pequeña automática Wilkinson. El bolso en bandolera. Su mano izquierda sostenía los zapatos.
—Y tú muy astuta, nena. Has descendido a la planta inferior, te has descalzado y subido a pie para sorprenderme.
—Eso es. ¡Adentro, William! ¿Es ése tu nombre?
—Por supuesto. Desde pequeñito me enseñaron a no decir mentiras. ¿Eres tú realmente Kristine Clark?
—Soy yo la que hace las preguntas. Un sólo movimiento sospechoso y disparo sin contemplaciones. ¡Muévete!
Corey empujó la hoja de madera.
Penetró en el apartamento.
Sin apartar la diestra de la puerta. Y bruscamente proyectó la hoja hacia atrás. Golpeando con violencia a Kristine.
William Corey giró acompañando el trazo de la puerta.
El grito de dolor de Kristine coincidió con el trallazo en su mejilla. Un seco golpe que la impulsó contra la pared.
Corey le arrebató con facilidad el arma.
Cerró la puerta accionando el interruptor del living.
—Bueno, nena. Ahora estamos mejor —empujó a la muchacha hacia el contiguo salón—. Enciende la luz.
Kristine obedeció.
Por sus gordezuelos labios asomaba un hilillo de sangre.
—Maldito bastardo...
—Esas no son palabras propias de una mujer bonita. ¿Me permites? —Corey le arrebató el bolso volcando el contenido sobre uno de los sillones del salón. Tomó una cédula de identidad—. Pues sí... Kristine Clark. ¡Y nada menos que periodista de la Selter Press! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué querías ver a Cathy Ward?
—Si crees que voy a contestar a tus preguntas estás muy...
Kristine no pudo seguir hablando.
La zurda de William Corey dibujó un veloz semicírculo.
Un segundo trallazo al rostro de la joven. Ahora más violento. Kristine cayó aparatosamente al suelo. Con gran revuelo de faldas. Sus muslos al descubierto. Incluso fugazmente quedó visible el suave encaje del negro slip.
Corey no apreció el turbador espectáculo.
Se inclinó apoyando el cañón de la Wilkinson sobre la mejilla izquierda de Kristine.
—Si algo detesto es perder el tiempo, nena. Por las buenas resulto un pedazo de pan. Incluso paso por tipo simpático, pero por las malas... ¿te gustaría ver tu linda cara destrozada por el punto de mira?
La joven palideció ante el frío contacto del cañón.
Denegó con un leve movimiento de cabeza.
Incapaz de articular palabra.
William Corey sonrió ayudándola a levantarse.
—Perfecto, Kristine. Puede que lleguemos a ser amigos. ¿Te sirvo algo? Un brandy, ¿eh? Lo necesitas.
Corey se aproximó al carro-bar.
Sirvió una copa de brandy apartando también una botella de Izmira para llenar un vaso de vodka.
—A tu salud, Kristine. Bueno... empecemos de nuevo. ¿Qué haces aquí?
—Esta mañana Cathy Ward trató de localizarme —respondió la muchacha, con voz apenas audible—. Yo no estaba en mi apartamento ni en la Selter Press. Dejó aviso para que me pusiera urgentemente en contacto con ella. Yo he permanecido todo el día ausente de San Francisco. Al llegar a la Selter Press me pasaron la nota y llamé telefónicamente a Cathy. El teléfono parece estar averiado y decidí por desplazarme hasta aquí.
—¿Qué tratos tienes con Cathy?
Kristine dudó unos instantes.
—Es... es una amiga.
—Ya. ¿Y esa urgencia en hablar contigo? —Ante la nueva vacilación de la joven, añadió—: Responde sin mentir.
—Tenía... tenía un reportaje para mí. Una noticia que causaría sensación. No me habló de más.
William Corey chasqueó la lengua.
—Mientes, Kristine. Sí te habló de La Granja y del doctor Woos, ¿no es cierto?
La muchacha agrandó los ojos.
Dirigiendo a Corey una atemorizada mirada.
—Eres... eres uno de ellos... Perteneces a los servicios de seguridad de La Granja.
—Eres muy ingenua, pequeña. Ya te has delatado. Ya has reconocido estar al corriente de la existencia del doctor Woos; pero no te inquietes. No soy uno de ellos. Y para demostrártelo...
Corey ofreció la Wilkinson a la perpleja muchacha.
Kristine tomó el arma.
—¿Quién eres?... ¿Un policía?
—No. Soy un luchador solitario, Kristine. No puedo decirte más ni te interesa saberlo.
—¡Sí me interesa! Esa clínica... La Granja... Cathy Ward me habló de una serie de Campos de Experimentación Biológica. Dijo que me proporcionaría pruebas. Una información que horrorizaría al país. No le di crédito. Conocí a Cathy el pasado año. En Long Beach.
Ambas disfrutábamos de unas cortas vacaciones en Los Angeles. Entablamos amistad. Yo le comenté que era periodista de la Selter Press. Ella dijo ser enfermera. En San Francisco coincidimos en varias ocasiones e incluso nos citamos para conversar. Poco a poco me fue dando detalles... tenía miedo a hablar. Sólo hace una semana se decidió por confesarme todo. La alucinante verdad de La Granja. Me aseguró que tenía pruebas y que me las daría.
—Cathy no te mintió.
—Entonces... ¿existen esos monstruos? ¿Son verdad esos experimentos en cobayas humanas?
—Sí.
—Dios mío... ¿Dónde está Cathy?
—Tal vez en La Granja.
—No. Tenía una semana de permiso —dijo Kristine—. Ella misma me lo comunicó. Y las pruebas... las tenía en su apartamento...
—Okay, Kristine. Busquémoslas.
William Corey comenzó a abrir los cajones del mueble principal del salón.
—Yo buscaré en el dormitorio.
La muchacha abandonó la estancia.
Corey terminó de remover en los cajones del mueble. Avanzó hacia el buró. Sus ojos quedaron fijos en un cuaderno de negras tapas de piel depositado sobre la tabla escritorio.
Al abrirlo escuchó el desgarrador grito de Kristine.
Un espeluznante alarido que resonó en todo el apartamento.
William Corey salió precipitadamente del salón.
Kristine estaba bajo el umbral de entrada a una de las habitaciones del corredor. Apoyada en el marco. Temblando convulsiva.
Corey no necesitó preguntar qué ocurría.
Incluso él mismo hubiera gritado de buen grado ante la macabra visión.
Cathy Ward colgaba del techo.
Cathy... o lo que quedaba de ella.