Lo que ahora no es puede serlo en un futuro

Anton estuvo pensando.

—¿No sabes si Geiermeier fuma?

—¡Seguro que no! —contestó Lumpi.

—Lo que ahora no es puede serlo en un futuro —opinó Anton—. Deberías regalarle una pipa… y tabaco. Así fumará por las noches en el cementerio y estaréis siempre prevenidos cuando se acerque.

Lumpi hizo con los labios una mueca burlona.

—No eres tan estúpido como yo pensaba, ni mucho menos… Pero, ¿de dónde voy a sacar la pipa y el tabaco? —preguntó. De repente se le iluminó la cara—. lo comprarás —dijo—. ¡Como amigo!

—¿Y si no me queda dinero? —replicó Anton.

—¿Si no te queda dinero? —dijo Lumpi con una risita—. Pues ya lo conseguirás de alguna manera. ¡El dinero está para cogerlo, ji, ji, ji!

—Sí…, igual que conseguiste los abetos, ¿no? —observó rabioso Anton—. ¿Sabes que la policía está ahora buscando al autor de los hechos?

Durante un instante Lumpi se quedó sin habla.

—¿La policía?

—¡Efectivamente! Y en el periódico venía un amplio informe. Con foto.

—¿Con foto? —repitió Lumpi, que ahora estaba absolutamente desconcertado—. ¿Una foto mía? Pero si eso es completamente imposible… Nosotros los vampiros no salimos en las fotografías…

—¡Tuya no! ¡Del tejado de los grandes almacenes! —puntualizó Anton.

—Ah. Bueno… —dijo Lumpi suspirando aliviado—. Bah, ¿y que hay que ver en el tejado de los grandes almacenes? —se burló, probablemente para ocultar su turbación.

—¡Pues precisamente de eso se trata! —dijo Anton—. En la foto sólo se ve el tejado vacío… ¡porque tú fuiste tan imprudente que robaste los abetos!

—Yo no diría imprudente —le contradijo Lumpi con una risita orgullosa—. Yo diría audaz, audaz y… ¡heroico!

—¿Heroico? Pronto vas a poder demostrar si eres un héroe o no —observó Anton.

—¿Qué…, qué quieres decir? —preguntó desconcertado Lumpi.

—Muy sencillo: ¡cuando os registren la cripta!

Lumpi abrió los ojos de par en par.

—¿Nuestra cripta? ¿Quién iba a registrarnos la cripta?

—Imagínate que descubren que no fueron escaladores de fachadas ni gente con un helicóptero, como suponía el artículo del periódico. ¡Entonces tendrán que figurarse que fueron vampiros! ¿Y dónde los buscarán? ¡En el cementerio, naturalmente!

—¡Anton! —exclamó Lumpi, y su voz sonó de pronto completamente alterada—. Me estás asustando… La policía en nuestro cementerio… ¡Por Drácula, tenemos que emigrar!

—Tampoco es para tanto —le tranquilizó Anton—. Hoy ya no venía nada de ello en el periódico. Y mi padre dice que los reporteros ya tendrán otros temas más importantes.

—Los reporteros quizá sí, pero ¿y la policía qué? —repuso Lumpi.

—Bueno, pues… yo en tu lugar devolvería los abetos —declaró Anton.

—¿Devolverlos? ¿Y a quién le sirve que haga eso?

—¡A ti! ¡¿A quién va a ser?! ¡Si los árboles vuelven a estar en el tejado, la policía ya no tendrá ningún motivo para hacer nada!

—¡Sí, eso es! —exclamó Lumpi dándose una palmada en la frente como si aquella idea se le hubiera ocurrido a él—. No te desanimes nunca y pregúntale a Lumpi —anunció con fanfarronería. Y luego añadió:

—Pues entonces tendré que marcharme… Sí, y por desgracia, tendré que llevarme este magnífico ejemplar —dijo señalando el árbol de plástico de Anton.

—¡Realmente es una lástima! —contestó Anton, al que le costó mucho permanecer serio.

Lumpi agarró el árbol de plástico y se lo colocó debajo del brazo.

—Que no se te olvide hacerte con los regalos de Navidad —le advirtió a Anton, y con una carcajada como un graznido, añadió—: ¡Amigo mío!

Luego salió volando hacia el cielo nocturno.