Cuarto Independiente
Pero como ya se temía Anton, pasó aquella noche y pasaron las noches siguientes sin que el pequeño vampiro o Anna llamaran a su ventana.
Y llegó el sábado, el día que sus padres salían por la noche.
—¿Ya has invitado a Anna y a Rüdiger? —preguntó su madre cuando apareció en la habitación de Anton con su entallado vestido negro.
—No —dijo él.
—¿Y por qué no?
Anton miró hacia otro lado y dijo:
—Porque todavía no les he visto.
—¡Pero si les ibas a llamar por teléfono!
—Sí…
—¿Y entonces?
A Anton le costó mucho trabajo permanecer serio.
—No me ha cogido nadie el teléfono —dijo, y aquello ni siquiera era mentira, ¡porque en la Cripta Schlotterstein no había ningún teléfono!
—Pues entonces síguelo intentando —dijo su madre—, porque hoy ya estamos a nueve de diciembre. Y a mí me gustaría saber si en Navidad vamos a tener invitados o no… Además, necesitaremos regalos para Rüdiger y para Anna, si es que vienen.
—Sí, si es que vienen —dijo suspirando Anton.
Cuando sus padres se marcharon encendió la televisión de su habitación. Por fin, después de innumerables semanas, los padres de Anton la habían arreglado. De todas formas, no había merecido la pena, teniendo en cuenta los programas que ponían: Anton podía elegir entre Los alegres músicos populares, una película del oeste que era un rollo y que era la décima o la undécima vez que la ponían, y un programa «cultural» con cuatro ancianísimos señores y una señora sentados en unos grandes sillones de cuero y que discutían sobre libros aburridos.
Anton decidió seguir pintando un poco el calendario que iba a regalarles a sus padres por Navidad. Tenía una hoja por cada mes. Anton ya había llenado dos hojas con escenas de la «vida» de los vampiros. Se regocijaba por anticipado al pensar en lo que dirían sus padres de los dibujos: en enero se veía a tres vampiros echando una guerra con bolas de nieve. En febrero los vampiros celebraban una fiesta de carnaval. Anton todavía estaba pensando cuál podía ser el dibujo de marzo. Debería tener algo que ver con vampiros y con la primavera.
Mientras Anton se dedicaba a afilar sus lápices de colores oyó de repente un ruido en la ventana. Sonó como si unas uñas terriblemente largas estuvieran rasgando el cristal a cámara lenta.
A Anton se le pusieron los pelos de punta. ¡¿Por qué no habría echado las cortinas?! ¡Ahora el vampiro que estaba allí fuera —y seguro que no era ni Rüdiger ni Anna— con la luz de la lámpara del escritorio podía ver tan bien como si aquello fuera un escenario iluminado!
¿Y si resultaba que era tía Dorothee?…
Anton miró fijamente el negro rectángulo de la ventana con la esperanza de reconocer aún a tiempo a quien estaba acechando allí… cuando oyó una voz primero de pito y luego profunda y atronadora:
—Eh, ¿qué pasa, que te ha dado un soplo en los oídos? ¿O es que te has quedado pegado a la silla?
¡Era Lumpi, el hermano mayor del pequeño vampiro!
En un primer momento Anton sintió un cierto alivio, pero en seguida le invadió una sensación de inquietud. ¡El motivo que le había llevado a Lumpi hasta él no podía ser nada bueno!
Con las rodillas temblorosas, Anton fue a la ventana y la abrió.
—Tendrás un cuarto independiente, ¿no? —preguntó Lumpi mirando desconfiado hacia la puerta.
Anton asintió con la cabeza y pensó: «¡Por desgracia!»
—¡Eso está bien!
Con una sonrisa de satisfacción Lumpi entró de un salto. La nube de «aroma» que le acompañaba le cortó a Anton la respiración. Era un fuerte olor a moho con el que se mezclaba un tufo acre y penetrante, como en la consulta del médico.
—Pues sí, sí —dijo locuaz Lumpi—. Esta vez ha dado resultado.
—¿Ha dado resultado?
—¡Sí! ¿No notas nada?
—No…
Anton quería, como fuera, no meter la pata para no enfadar a Lumpi.
—Pues entonces esfuerza un poco tus pupilas —dijo Lumpi «con una risita y girando la lámpara del escritorio de Anton para que la luz le diera en la barbilla—. ¿Y ahora?
—Tu piel…
—Es fabuloso, ¿verdad? —dijo Lumpi riéndose como un descosido—. ¡Buenas relaciones, Anton Bohnsack, buenas relaciones!
—¿Buenas relaciones?
—¡Sí señor! Cuando uno las cuida puede llegar lejos en la vida.
¿En la «vida»? Ahora le tocó el turno de reírse a Anton.
Lumpi bufó furioso inmediatamente:
—Schnuppermaul dice que estos pocos granitos que aún nae quedan también desaparecerán en seguida. ¡Y es que su «Granos-Ex» es un remedio milagroso!
—¿Te ha dado el remedio Schnuppermaul? —se sorprendió Anton—. ¿Y qué es lo que opina Geiermeier de eso?
¡Y es que el guardián del cementerio no podía estar de acuerdo con que Schnuppermaul le ayudara a un vampiro a tener la piel más sana!
—¿Geiermeier? ¡Bah, ése está siempre en la cama! —repuso Lumpi.
—¿Está siempre en la cama? —repitió Anton.
—Bueno, siempre no, pero casi siempre —precisó Lumpi—. Por lo menos… Schnuppermaul dice que desde que Geiermeier tuvo el ataque al corazón ya no es el mismo. Ya está pensando en cambiar de profesión.
—¿Geiermeier quiere cambiar de profesión?
—¡No! —dijo Lumpi dándole golpecitos a Anton en la frente con su dedo índice—. ¡Realmente no eres muy listo que digamos! Schnuppermaul es el que quiere cambiar de profesión. Se está pensando si estudiar para peluquero. En principio eso para mí no estaría nada mal. Sólo que no podría ponerme espejos en su peluquería, ¡ji, ji, ji!