Encubierto
Con el mismo movimiento, salté sobre mis pies y encontré mis armas. Le di un codazo en el costado a Fade. Se puso alerta bruscamente, comenzó a preguntar y yo levanté mi dedo a los labios. Escucha. Captó el sonido revelador de inmediato y se preparó para la pelea.
Garrote en mano, me acerqué al borde, me preparé y esperé. No había punto en esconderse; sabían que estábamos aquí. Olfatearon, buscándonos. Podía olerlos también, olían peor que el armario de desperdicios. Apestaban a carne enferma y putrefacta. En otro instante, salieron a la luz, enloquecidos por el aroma a carne fresca.
Se abalanzaron sobre la plataforma y el primero de ellos se encontró con un golpe demoledor de mi garrote. El cráneo se hundió con un crujido húmedo, y la sangre borboteó de la herida. Se cayó y no se levantó. Fade derribó a otro, pero dos más treparon y volvieron a caer, de modo que teníamos espacio suficiente para pelear. Basándome en mi limitada experiencia, odiaba los ojos de los Freak más que nada; en ellos podía ver un vestigio de algo humano, algo comprensible nadando en un mar de hambre, miseria y locura. Intenté no mirar sus ojos, como si me atacaran.
Después de un día de marcha y sin dormir, mis reflejos habían disminuido. En lugar de esquivarlas limpiamente, las garras se clavaron en mi brazo. Mi recuperación estaba desconectada, pero lo alejé de una patada lo suficientemente sólida para oír el crujido de los huesos. Seguí con una difícil oscilación, no tenía resistencia para delicadeza. Termínalo rápido.
Lo hice.
—Siento que no consiguieras dormir —dijo Fade—. Pero tenemos que movernos.
Tenía razón, por supuesto. Los cadáveres atraerían a más Freaks.
Desgarré la parte inferior de mi camiseta, utilicé mis dagas para cortarla en tiras y las até alrededor de la herida de mi bíceps para detener el sangrado. Un tratamiento con más precisión tendría que esperar.
—No importa —agarré mi bolsa y salté de la plataforma. Teníamos dos días que superar. Y entonces sería peor—. ¿Has estado en Nassau antes?
—Una vez —comenzó una carrera fácil.
—¿Cómo es? —Probablemente no deberíamos estar hablando, ni en susurros. Pero la curiosidad pudo más que yo y las palabras apartaban de mi mente el punzante dolor.
Fade se encogió de hombros. —Igual que cualquier asentamiento. Como el tuyo, pero peor.
Eso hizo que disminuyeran mis ganas de hacer preguntas. Habíamos estado corriendo durante un rato cuando me di cuenta de que todavía llevaba su reloj. A pesar de que no podía estar segura, pensé que habíamos estado avanzando durante, aproximadamente, una hora.
Notaba los ojos arenosos y secos; me dolía la cabeza. Solo tenía sentido correr tan lejos como pudiera antes de que tuviera que descansar. Una hora más tarde, tropecé.
—Esto tiene que ser lo suficientemente lejos, —le dije—. Tengo que dormir.
Estábamos en un túnel que mostraba escasos indicios de utilización en los últimos años. No había el persistente olor de ocupación Freak. Me enganché a la cornisa de piedra, que era lo bastante ancha como para que me acostara en ella, si me enroscaba sobre mi costado. Lejos de la comodidad del colchón de trapo relleno que tenía en casa; aquello era un nido acogedor en comparación, pero en aquel momento creía que podía dormir en cualquier parte.
—¿Mi reloj? —extendió una mano.
Me lo quité, con la cabeza dándome vueltas por el cansancio. Esta vez, el agotamiento evitaría que mi mente trabajase demasiado. —Lo siento. Tras envolverme en la manta, apoyé la cabeza en mi brazo, enrosqué las rodillas hacia el pecho y cerré los ojos. No me importaba si Fade me miraba. La marea oscura del sueño me llevó. Soñé con el mocoso de cara delgada, con sus blancos ojos ciegos. A diferencia de cómo estaba en vida, su cuello estaba doblado en un ángulo equivocado. Trastabilló hacia mí, con los brazos extendidos. Confiaba en ti. Sus pálidos dedos brillaban como huesos retorciéndose en el aire. —Ellos te mataron. —Tú me mataste —estaba más cerca de mí ahora, y yo estaba congelada por el blanco de sus ojos—. Y ahora no puedes matarme otra vez. No puedes matar a los muertos.
Fade me despertó. Me parecía haber dormido solo un instante, pero debía haber sido más tiempo. No me habría molestado a menos que mi tiempo hubiese acabado. Una dura respiración me estremeció, mientras me daba cuenta del frío que tenía, incluso bajo la manta. El sudor de temor hizo que mi camiseta se pegase a mi espalda, y cuando intenté guardar mis cosas me temblaban las manos.
—Estabas sollozando. ¿Quieres hablar de ello?
Cerré los ojos. Qué vergüenza. Me sentía como el bebé que él me había acusado de ser cuando nos conocimos. Pero yo no quería que pensase que era por algo menor, como un ataque Freak o estar alejados del enclave. —Soñaba con el pequeño.
Fade asintió. —Eso lo explica. ¿Estás bien ahora?
—Casi, —tomé un poco de agua para tranquilizarme y me puse de pie—. ¿Otras ocho horas?
—Sería lo mejor.
Aunque había creído que era resistente, me consideraba tan fuerte como cualquier Cazador veterano, pensé que ese día me mataría. Tomamos descansos mínimos porque los Freaks tenían el olor de mi sangre. Nos cazaban a través de los túneles, su número cada vez mayor. El movimiento se convirtió en una prueba de voluntad, poniendo un pie después del otro, hasta que no pensé en absolutamente nada.
Corrí al tiempo de los latidos de mi corazón. Con cada paso, mi pesadez aumentaba. Más de una vez me tropecé con el terreno accidentado. Fade nunca se detuvo. No sé si eso significaba que confiaba en mi fuerza o que me habría abandonado si me cayera. De cualquier manera, no lo comprobé. Puedo llegar tan lejos como él.
Finalmente nos detuvimos; habíamos hecho nuestras ocho horas y necesitábamos descansar. Fade nos encontró un refugio de metal vacío, como en el que habíamos encontrado al niño. Al contrario que ese, este no había sido volcado. Simplemente estaba abandonado en las líneas metálicas.
Nos turnamos para utilizar las instalaciones de las vías y después, combinando nuestras fuerzas, nos las arreglamos para hacer palanca en las puertas y deslizarnos dentro. Se cerraron de golpe inmediatamente, ofreciendo la ilusión de seguridad. Esto ayudaría, por supuesto. Los Freaks no tienden a considerar el trabajo en equipo. Si uno de ellos no podía abrir la puerta, buscarían otras formas de entrar y serían ruidosas.
Además de las sillas, este lugar tenía bancos atornillados al suelo.
Examiné el sitio, buscando posibles amenazas, pero a excepción de telarañas y polvo no vi nada que pudiera hacernos daño. Mi brazo latía con fuerza, el dolor se irradiaba hacia mi hombro y me encogí cuando dejé caer la bolsa.
—Tengo que ver eso —Fade se puso a mi lado, señalando mi herida.
Deslizándome hacia abajo, asentí bruscamente. —Adelante.
Desenrolló los improvisados vendajes. Estiré el cuello para poder verlo también. Cuatro marcas paralelas marcaban mi hombro, rojas, sangrientas e hinchadas. Juré, reconociendo los primeros indicios de la infección. Vamos, esta herida podía costarme el brazo y, después, la vida.
De vuelta en el enclave, atendiéndola, no habría ningún problema. Aquí fuera, bueno, el miedo me estremeció.
Como si no conociera el peligro, él bromeó. —Y aquí está tu primera cicatriz de batalla. ¿Qué te parece, novata?
—Duele.
—Lo sé. Yo tuve suerte. Sangré en mi primera patrulla. No era lo bastante rápido y el Freak me golpeó, —subió su camiseta para enseñarme la cicatriz en las costillas.
—¿Fue eso lo que le pasó al chico que murió? —Una manera poco elegante de preguntar, pero no se me ocurrió ninguna otra.
Fade negó con la cabeza. —He tenido dos compañeros. La primera era venerable. Aprendí muchísimo de ella. Finalmente tuvieron que sacarla de servicio. Murió de vejez.
—¿Cuándo?
—Hace un año.
—Y entonces conseguiste al novato. Quien no era tan bueno como Silk dijo que sería.
—Más o menos.
—Así que has estado cazando durante dos años, —eso hacía que fuera cerca de dos años mayor que yo. Toda una vida en experiencia de campo.
—Exacto. Bueno, mientras está de humor para responder…
—¿Cuánto tiempo estuviste por tu cuenta?
—¿Quieres decir fuera de un asentamiento, viviendo como un niño salvaje?
No sabía lo que eso significaba exactamente, pero sabía que habíamos tenido que enseñarle un comportamiento civilizado. —Sí.
—Alrededor de cuatro años, creo. —Me costó mucho creerlo, como a los demás, especialmente ahora que había visto cómo era estar fuera. Quería aprender sus secretos para aumentar mis propias posibilidades de sobrevivir.
Pero se dio la vuelta, dándome a entender que la conversación había terminado. Fade metió la mano en su bolsa y sacó una lata. A diferencia de la que casi nos mete en problemas con el Guardián de la palabra, esta era plateada y descolorida. Tiró de la parte superior y un fuerte olor me llegó; no era desagradable sino algo… medicinal. Después de embadurnarse las yemas de los dedos, lo untó en mi herida y eso me escoció, mucho.
—¿Qué es eso? —Me pareció una buena opción para una conversación segura.
—Es un bálsamo que uno de los Constructores me hizo. Es ideal para limpiar heridas. Pero no tengo ni idea de con qué está hecho, —me sonrió—. Con hongos, probablemente.
Eso me sorprendió. No el que tuviera algo bueno para limpiar heridas hecho con hongos, sino que hubiese un Constructor al que le gustase Fade lo suficiente como para hacer un trabajo especial. —¿Quién?
—Una chica llamada Banner.
Sabía quién era. Thimble me había hablado sobre ella, antes de mi nombramiento. Antes, cuando todavía estaba atrapada en el dormitorio de los niños, mientras que Stone y Thimble se habían mudado, solía tener celos de lo mucho que a ella le gustaba esa chica. «Banner me ha enseñado como hacer una bolsa de cuero», me contaba en la sala común.
Yo ponía los ojos en blanco porque, vale, ¿quién quiere hacer una estúpida bolsa? Yo iba a ser una Cazadora y me lo decía a mí misma cada noche, cuando volvía penosamente al dormitorio mientras Stone y Thimble se dirigían a sus espacios privados.
—¿Tal vez haría alguno para mí? —En cuanto dejó de escocerme me sentí mejor. Noté la limpieza y el endurecimiento de la piel. Me gustaría tener cicatrices limpias en vez de heridas sangrantes cualquier día.
—No veo porqué no. Te la presentaré, —la calidez de su voz me dijo que le gustaba Banner, al contrario que el resto de nosotros.
Fruncí el ceño. Primero Thimble, ahora Fade. Debía conocer a la chica aunque solo fuera para descubrir qué tenía de genial. Y pedirle algo de ese bálsamo. No me engañaría a mí misma con que esta fuera la última lesión que iba a sufrir. Suponiendo que viviésemos.
Corté otra tira de mi camiseta. Sus dedos rozaron los míos cuando le pasé la tela, y su tacto fue suave cuando envolvió mi hombro. Una parte de mi cabello se había aflojado del cordón y Fade lo apartó, manteniéndolo fuera de los nudos que hacía. Me sentí extraña, como si debiera apartarme en este momento, pero él lo hizo por mí. Le miré sin pretenderlo, sin querer, mientras guardaba el bálsamo.
A esas alturas me sentía casi demasiado cansada para comer. Fui a acostarme, pero él dijo: —De ninguna manera, novata. Come. Bebe.
Debes mantenerte fuerte, porque no voy a cargar contigo.
—No te lo he pedido —murmuré.
Gruñendo mentalmente sobre casi haber cometido un error de principiante, saqué mis provisiones. Me las tomé de forma mecánica. Él comió con un poco más de entusiasmo, pero había estado patrullando más tiempo que yo. Ningún tipo de entrenamiento podía sustituir la experiencia real. Me haría más fuerte. Tenía que hacerlo.
—Ambos deberíamos poder dormir, —dije—. Si nos encuentran los oiremos cuando intenten entrar.
—De acuerdo. Y si no conseguimos descansar una noche entera, lo pagaremos más adelante.
En reflejos, rapidez y resistencia, sin duda. No quería pensar en otros gastos. —¿Otro día corriendo nos llevará hasta allí?
—Debería.
—¿Qué haremos entonces?
Se encogió de hombros. —Es imposible decirlo hasta que comprendamos como están las cosas.
Un momento después, rebuscó en su bolsa otra vez y sacó una caja plateada. Fade accionó la parte superior, pasó el pulgar por un lado y surgió una pequeña llama. Me volví hacia él.
—¿Qué estás haciendo?
—Recordando.
—¿El qué?
—El pasado.
Mi paciencia se agotaba rápido; no me importaba que rememorase su pasado. —¿Qué es eso?
—Un encendedor, —por primera vez, ofreció información—. Antes era de mi padre. Igual que el reloj.
Me detuve mientras sacaba la manta de mi bolsa. —¿Te acuerdas de él?
—Sí.
Eso me sacudió. En el enclave, nosotros difícilmente sabíamos quiénes eran nuestros padres. La mayoría de ellos murieron antes de que nosotros tuviéramos la edad para reconocer sus caras; y no era como si eso importara. Todos los Criadores nos atendían hasta que tuviéramos la edad suficiente para ir a la escuela básica.
—Fade, —empecé.
—Ese no es mi nombre, —parecía enfadado, pero no conmigo.
—Lo es ahora. Tal vez alguien te dio un nombre diferente antes, pero te ganaste este. Eso hace que sea real, —yo creía en eso con cada fibra de mi ser.
Se le escapó un suspiro. —Sí, supongo. ¿Qué querías preguntarme?
—¿De dónde eres, en realidad?
Pensé que nombraría uno de los distintos asentamientos. La mayoría de la gente creía que se había perdido y, de algún modo, había sobrevivido por sí mismo en los túneles hasta que nuestras patrullas lo encontraron.
No me esperaba que dijera:
—De la superficie.
—Está bien, —murmuré—. Miénteme. No me importa.
Nadie vivía allá arriba. No crecía nada. El agua caía del cielo y lo marcaba todo. Todos habíamos oído las historias del Guardián de la palabra.
Disgustada, me envolví en la manta sobre un banco que discurría paralelo a la pared exterior. Desde este punto, los Freaks no serían capaces de verme desde fuera. Podían olernos por los alrededores de este compartimiento, pero no nos verían y, por lo general, no eran muy inteligentes. Ignoré a Fade deliberadamente, hasta que me quedé dormida.
Esta vez, el olvido no trajo pesadillas. Fui donde todo estaba oscuro y tranquilo y me quedé allí hasta que desperté por instinto. Fade parecía estar dormido mientras me apartaba el cabello de los ojos. Se había salido de la coleta que llevaba para mantenerlo limpio.
Su voz me paralizó, no era más que un hilo de sonido. —No te muevas.
—¿Por qué? —susurré.
Y entonces no necesité oír la respuesta. El movimiento de fuera me dijo todo lo que tenía que saber. Los Freaks rondaban alrededor del coche; no podría decir cuántos por los movimientos, pero sospechaban nuestra presencia. Nos olían.
Salté cuando uno se estrelló contra el cristal, intentando ver a través de las sombras del interior. Quise hacerme más pequeña. Otro ruido sordo —un Freak trepó sobre el techo. ¿Cuántos? Necesitaba conocer las probabilidades si comenzaban a golpear el cristal hasta que se esparciera por todas partes. Quizás se irán si estamos muy quietos.
Los instantes parecían interminables mientras gruñían y aullaban fuera.
Resistí el impulso de taparme los ojos como un bebé con la esperanza de que las cosas horribles desaparecieran. En lugar de eso, escuché y traté de obtener información. Basándome en el ruido y el movimiento, debía de haber quince de ellos ahí fuera. Quizás más.
Y nosotros estábamos atrapados.