El Guardián de la Palabra

Dos días más tarde nos convocaron, a Stone, Thimble y a mí, frente al Guardián de la palabra. Él había tenido tiempo para considerar el tema de la tarjeta blanca. Aunque sabía que no habíamos hecho nada malo, mi estómago aún se encogía de miedo.

No era tan viejo como Whitewall, pero había algo en él que me ponía nerviosa. El Guardián de la palabra era alto y delgado, con los brazos como huesos. Se sentó frente a nosotros con una mirada adusta en los ojos.

—Tras examinar el bote, he determinado que no teníais ningún conocimiento previo sobre lo que contenía. Los declaro a todos inocentes. —Sentí cómo me invadía el alivio mientras continuaba—. Hicieron bien al traerme el documento. Lo añadiré a nuestros archivos. —Se refería a una caja gris de metal en la que almacenaba todos los papeles de importancia—. Pero, como recompensa por su honestidad, he decidido leérselo. Pónganse cómodos.

Eso era una novedad. La mayoría de nosotros sabía leer lo justo como para entender las señales de advertencia, pero no mucho más. Nuestro entrenamiento se centraba en otras áreas, aquellas de más valor para el conjunto. Ante su invitación, tomé asiento, replegando las piernas frente a mí. Thimble y Stone hicieron lo mismo, a cada uno de mis lados.

El Guardián de la palabra se aclaró la garganta. —Están cordialmente invitados a la boda de Anthony P. Cicero y Jennifer L. Grant, el martes, dos de junio, del año de Nuestro Señor 2009 a las cuatro en punto.

Treinta y cinco de la Avenida East Olivet. S.R.C.[3] adjunta. Tras la ceremonia tendrá lugar una recepción.

Todo sonaba muy misterioso. Quería hacer algunas preguntas, pero ya nos había concedido un favor. Cuando terminó de leer, el Guardián de la palabra hizo evidente que ya no se requería nuestra presencia, así que encabecé la marcha hacia el área común.

A Thimble se la veía pensativa. —¿Qué creéis que es una boda?

—¿Algún tipo de fiesta? Tal vez como la que tenemos por el día de nombramiento. —Lo que yo me preguntaba era por qué el papel había sido sellado en una caja llena de polvos de olor dulzón, pero ya hacía tiempo que había aceptado que nunca lo entendería todo. En el enclave lo que más importaba era desempeñar bien los roles que nos habían sido asignados. La vida no te permitía tener una amplia curiosidad, no disponíamos de tiempo para eso.

—¿Tienes algún otro objeto de contrabando? —bromeó Stone—. Podemos echarle un vistazo antes de volver al trabajo.

Thimble lo miró con severidad, directamente a los ojos. —Eso no tiene gracia. Ahora van a vigilarnos durante semanas, solo para asegurarse de… —contuvo sus palabras, evitando pronunciar el posible delito.

Para asegurarse de que no estábamos acaparando objetos. El año pasado, habían descubierto a un chico llamado Skittle en posesión de documentos y tecnología en su lugar de residencia, algunos bajo su camastro, otros escondidos en el interior de objetos huecos. Los Cazadores habían cogido toda su colección y se la habían llevado a Whitewall y al Guardián de la palabra para examinarla y dictaminar sentencia. La mayor parte de ella fue considerada de importancia para nuestro desarrollo cultural y lo exiliaron. Dejando de lado a Fade, nunca había oído de nadie que hubiese sobrevivido fuera del asentamiento.

Había otros aquí abajo, por supuesto. No estábamos solos. De vez en cuando negociábamos con los enclaves más próximos, pero eso requería una caminata de tres días a través de un territorio peligroso. Los recursos naturales no permitían que grupos grandes habitaran en la misma zona.

Desde pequeños, cada uno de los ancianos nos repetía incesantemente sobre la importancia de mantener un balance equilibrado, sin él estaríamos condenados. Y nosotros lo creíamos porque era cierto.

Habíamos escuchado historias sobre otros enclaves; enclaves cuyos habitantes habían muerto porque no habían hecho cumplir las reglas.

Habían procreado demasiado y muerto por inanición, o no habían seguido los procedimientos de higiene y perecieron a causa de la sucia enfermedad. Aquí las reglas existían por un motivo. Salvaban nuestras vidas.

Así que me mostré de acuerdo con Thimble, sacudiendo mi cabeza hacia Stone. —Si vas a comportarte así, no quiero que vengas con nosotras.

Su bondadoso rostro se ensombreció. —No lo decía en serio.

—Sé que no —dijo Thimble con suavidad—. Pero otras personas podrían no entenderlo.

Probablemente no. No conocían a Stone como lo conocíamos nosotras.

Sí, a veces hablaba antes de pensarse las cosas, pero no había malicia en él. Nunca haría nada que pudiese dañar al resto del enclave. Solo debías verlo con un pequeño en cada brazo para entenderlo, pero Whitewall y el Guardián de la palabra debían decantarse por la crueldad, cuando lo que estaba en juego era el bien mayor. No quería que expulsaran a mi amigo.

—Tendré más cuidado. —Se le veía verdaderamente escarmentado.

Poco después nos separamos, de camino a nuestros diferentes trabajos.

Una parte de mí sabía que nuestra amistad no podría mantener sus estrechos vínculos. Con el tiempo Thimble crearía lazos con otros Constructores; tendrían más cosas en común, cosas de las que hablar.

Stone permanecería con los Criadores, y yo me sentiría más a gusto con los Cazadores. No me gustaba pensar en lo inevitable porque me recordaba lo rápido que nuestras vidas iban a cambiar para siempre.

Llegué a la base de operaciones justo cuando Silk empezaba a hablar. Me lanzó una penetrante mirada, pero no me avergonzó delante de todos. Le envié un agradecimiento en silencio. Esperaba que ella supiera que esto no se convertiría en un hábito; cualquier otro día hubiese sido de las primeras en llegar a la asamblea. Estaba muy orgullosa de llevar las marcas de Cazador en mis brazos.

Silk repasó las prioridades del día. —Ignoro a qué pueda deberse el aumento de sus números, pero, incluso tras aumentar las patrullas, tenemos más Freaks en el área.

No conocía los nombres de todos los Cazadores, pero un chico de corta estatura dijo: —Tal vez han transformado a la población de alguno de los asentamientos más próximos.

Un murmullo se extendió a través del grupo y Silk les lanzó una furibunda mirada a los más escandalosos. Habían circulado rumores con respecto a la posibilidad de que los Freaks no solo nacieran, sino que además pudiesen crearse, y que, si algo sucediese, el peor de ese algo, todos podíamos acabar convirtiéndonos en lo que eran ellos. Siempre había considerado que aquello era basura supersticiosa. Existían Cazadores a los que habían mordido y, a no ser que la herida estuviese séptica, habían regresado a los túneles sin el menor problema. No se habían transformado en demonios babeantes.

—Es suficiente —espetó Silk—. Si vais a convertiros en pequeños mocosos asustadizos, ¿por qué no se unen a los Criadores?

—Ellos no quieren su fea cara, —bromeó una chica.

Todos nos reímos nerviosamente, mientras el rostro del chico bajito se puso de un color rojo intenso. No era feo, pero carecía de las cualidades que los ancianos buscaban en los Criadores. Escogían o a los habitantes atractivos o a los inteligentes, sin excepciones. Hasta la fecha, su programa parecía funcionar bastante bien. Al menos yo no tenía quejas.

Silk nos miró fijamente hasta que estuvimos todos en silencio. Satisfecha de habernos intimidado, continuó. —Encuentren la fuente de las incursiones Freaks. Algo en los túneles los está conduciendo hacia nosotros. —Se volvió hacia Fade y hacia mí—. Los relevo de su servicio de carne. Algún otro se encargará de su ruta. En vez de eso quiero que revisen las vías traseras.

Y ahí estaba mi castigo por llegar tarde. A Silk no le gustaba demasiado Fade, en el mejor de los casos —claro que, ni a ella ni a nadie. Él era reservado. Nunca se había integrado completamente en el enclave, ni aun habiendo sido nombrado y marcado.

—¿Tiene claro todo el mundo cuál es su trabajo hoy?

Asentí, sintiéndome miserable. Me era imposible no considerar esto como una reprimenda. Las vías traseras eran asquerosas, algunas estaban inundadas y otras desafiaban cualquier descripción. Nunca las había visto personalmente, pero cuando era una niña tenía la costumbre de sentarme cerca de los Cazadores para escucharlos. Había vivido a través de sus historias, tratando de imaginarme las cosas que habían visto o hecho.

—Entonces, buena caza. —Silk saltó de la caja que siempre llevaba con ella para las reuniones de información. No le gustaba mirar a la gente desde abajo.

Fade vino a mi encuentro cuando se disolvía la reunión. —¿Tenías algo más importante que hacer hoy?

Así que me culpaba por nuestra nueva asignación… y tal vez con buenos motivos.

—No podía ignorar una convocatoria de audiencia con el Guardián de la palabra.

Eso me hubiera hecho ganarme algo peor que un día de patrulla por las vías traseras. Sobreviviríamos, ¿no? Otros Cazadores lo habían hecho.

Volvían sucios y abatidos, pero no era una sentencia de muerte.

—Supongo que no. Acabemos con esto.

—Entonces, ¿vamos a buscar señales que nos indiquen qué está conduciendo a los Freaks hacia nosotros?

—El hambre, —dijo—. No encontraremos ninguna otra respuesta allí.

Pero soy un buen chico y hago lo que se me ordena. —Su tono era burlón, como si creyese que eso era algo malo.

Me dispuse a tratar de explicárselo, pero me contuve. En vez de eso, le seguí en silencio. No tenía ningún sentido intentar hacérselo comprender, si no lo entendía ya. Con esa actitud nunca sería uno de nosotros. Solo se preocupaba por sí mismo y por sus propios deseos.

Antes de dirigirme a la barricada, revisé mis armas. Teníamos apostados guardias permanentemente, por si se diera el caso de que nuestros enemigos consiguiesen eludir nuestras trampas; se trataba de Cazadores que habían cometido alguna pequeña infracción y, por tanto, se les había castigado con la asignación más aburrida.

Desde mi nacimiento no había habido ninguna incursión Freak, pero la gente contaba que en los viejos tiempos los ataques eran frecuentes.

Fade está loco, pensaba, frunciendo el ceño a su espalda. Las reglas existían para protegernos a todos y la gente que acataba órdenes hacía que la vida fuese mejor y más segura para todo el mundo.

En lugar de seguir nuestra ruta habitual de patrulla, que me conocía de memoria, torció a la izquierda y bajó por un túnel que estaba parcialmente inundado. Como el túnel en el que habíamos encontrado a los Freaks, la parte superior se había agrietado y el agua caía en cascada sobre un arroyo de agua sucia. Él pasó bordeándolo, y yo seguí sus pasos. Existía un reborde de piedra a lo largo de su cauce que se elevaba por encima del resto del túnel. Si permanecía sobre él, podría evitar acabar cubierta de porquería hasta la cintura.

Apestaba y aparté la mirada de lo que fuera que estaba flotando allí… o peor, lo que fuera que estaba nadando allí. A medida que avanzamos ascendiendo a lo largo del túnel, el nivel de agua fue decreciendo hasta convertirse en mera humedad. Allí la luz era tenue, pero no estaba tan oscuro como algunos otros túneles. En un bloque de pared había una desdibujada señal en la que se leía, PR HIBIDA L E TRADA S LVO A PERSO AL DE MA TENI IENTO. Dado que leer no era mi punto fuerte, ignoraba cuáles podían ser las letras que faltaban.

Por delante de mí, Fade se detuvo, escuchando. Yo no oía nada. Pero no dije nada. Una buena Cazadora respetaba los instintos de su compañero, incluso aunque este fuera socialmente inepto.

Silencié mis otros sentidos… y entonces lo capté también, un débil sonido en la distancia, como algo golpeando rítmicamente sobre metal. Fade empezó a dar zancadas en esa dirección, armas en mano. Desenvainé mis dagas y lo seguí, deslizándome en el lodo.

—¿Qué es eso?

Me lanzó una mirada por encima de su hombro.

—Una llamada de auxilio.

Ahora que lo había mencionado escuché un patrón en la repetición. El sonido se propagaba de manera engañosa allí abajo, así que llegar hasta su origen nos llevó más tiempo del que hubiese imaginado, incluso yendo a plena carrera. Era una suerte que hubiese sido entrenada o me hubiera quedado atrás. Dado que así era, mantuve su ritmo. El paso que marcó nos llevó a una gran distancia, fuera de las vías traseras y al interior de un túnel más amplio. Perdí mi sentido de la distancia, ignoraba cuán lejos estábamos ya del asentamiento, a causa de las vueltas que habíamos dado.

Doblamos una curva y vimos una de esas gigantescas cajas de metal, volcada de lado. El sonido procedía de allí. Fade me hizo señas con la mano, indicándome que rodeara la caja por el otro extremo. Llegaríamos desde ángulos diferentes, así si se trataba de una trampa, no nos atraparían a ambos.

Trepé sobre metal aplastado y cristales rotos, vigilando dónde colocaba mis manos y pies. Cuando ambos estuvimos en posición, nos dejamos caer en la oscuridad del compartimento. Olía a sangre vieja y a heces.

Mis ojos se adaptaron a la oscuridad, un rasgo valioso para un Cazador; había estado practicando desde nuestra última patrulla, habituándome a la privación visual y había merecido la pena.

Eché un vistazo en el interior. Nunca había estado en el interior de uno de estos refugios de emergencia. Estaba reforzado con postes metálicos y tenía asientos atornillados al suelo. Allí no había monstruos, solo un pequeño y extenuado niño humano. A un pequeño así nunca se le hubiera permitido abandonar el enclave; no podía imaginar qué estaba haciendo allí. Era imposible que hubiese aprendido a cazar ya. Sostenía un pedazo de metal en una mano, que podía utilizarse tanto de arma potencial, como de dispositivo de localización. Estaba tendido sobre su lateral, golpeándolo contra el suelo en un patrón repetitivo con lo que parecían ser sus últimos vestigios de energía. Al principio ni tan siquiera pareció percibir nuestra presencia.

Me arrodillé a su otro lado, fuera del alcance del fragmento de metal mellado que sostenía. Entonces reaccionó, atacando salvajemente.

Su puntería era tan mala que ni siquiera necesité esquivarlo. —No te vamos a hacer daño. Hemos venido a ayudarte.

Giró el rostro hacia mi voz. Incluso en la oscuridad pude ver sus ojos brillando con una extraña tonalidad blanca. El chiquillo estaba completamente ciego. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. En nuestro enclave, no hubiera sobrevivido a la infancia. Los ancianos no malgastaban recursos en aquellos que no serían capaces de mantenerse por sí mismos.

—Eres humana, —exhaló.

—Sí, no te encuentras lejos de College, ese es nuestro enclave.

El mocoso bajó su cabeza, aliviado, y soltó su arma.

—Debo hablar con tus mayores.

No estaba segura de que a ellos les gustase que hubiésemos desobedecido órdenes, abandonando las vías traseras, y llevado a un extraviado, especialmente a uno como él. Pero tampoco podía abandonarlo allí para que muriera. Fade me observaba en silencio, como si me estuviese evaluando de alguna manera. Tomé mi decisión, a sabiendas de que por esto probablemente me enfrentaría a algo bastante peor que un día patrullando por las vías traseras.

—¿Puedes cargarlo? No creo que pueda caminar.

—No pesará mucho. Puedo hacerlo, pero si nos metemos en problemas, tendrás que estar a la altura de las circunstancias por ambos. ¿Podrás hacerlo, novata?

Disfruté el ligero deje nervioso en su voz.

—Supongo que ya lo descubriremos.

En respuesta, Fade cargó al pequeño sobre los hombros y trepó para salir del contenedor. Envainé uno de mis cuchillos y sujeté el otro con los dientes y lo seguí. Afortunadamente había estado controlando y contando nuestros cambios de dirección; me adelanté y marqué un ritmo que él pudiese seguir, cargando al niño.

—Es bastante probable que nos topemos con problemas —dijo en voz baja, por debajo del sonido de nuestros pies chapoteando sobre el agua estancada.

—Los Freaks pueden oler la debilidad —me mostré de acuerdo.

Y si Fade tenía razón y era el hambre lo que los estaba conduciendo hasta nuestro enclave, entonces eso nos convertía en comida en movimiento.

Una buena cantidad de ellos podrían abatir a una pareja de Cazadores.

Los Cazadores morían, era parte del trabajo, pero nunca sin luchar.

En el cruce de cuatro caminos, cayeron sobre nosotros desde todas las direcciones.