De París a Cádiz
«Madame, En elmomento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría, no una cartasino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía razón. Ya conocía el ardor conque me entrego a las grandes cosas, mi tendencia a olvidar las pequeñas, migusto por dar, y que no me gusta dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve,al llegar a Bayona empiezo a cumplir mi promesa. No me hagoel modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le envío serán impresas.Confieso además, con la impertinente ingenuidad que, según sea el carácter dequienes me rodean, me hace tan buenos amigos de los unos y tan fervientesenemigos de los otros; confieso, decía, que las escribo con esa convicción;pero esté tranquila, tal convicción no cambiará en nada la forma de misepístolas. El público, desde que entré en relación con él hace ya quince años,siempre ha querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y enocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura, desiertosiempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros. También esta vez,así lo espero, el público me acompañará con su habitual benevolencia por elcamino familiar y caprichoso al cual lo llamo a seguirme, y en el que retozarépor primera vez. Por lo demás, nada perderá por ello el público: un viaje comoéste que emprendo, sin itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viajesometido, en España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al caprichode los vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en lalibertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a losdetalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados». Alexandre Dumas