I
CUANDO un romano religioso del siglo I antes de Cristo pensaba en el primer mes de un nuevo Gran Año, ¿pensaba en algún rey ideal como predijo Virgilio, o pensaba en Attis, que moría y volvía a nacer al principio de su antiguo año lunar? ¿Cuál de estas ideas incompatibles prefería, la de Triunfo o la de Sacrificio, la de Sabio o la de Víctima? ¿Cuándo esperaba lo uno o lo otro?
La imaginación popular atribuyó numerosos prodigios a la época en que Mario se encerró en casa a tramar la sedición que inició las guerras civiles en Roma: los soportes de madera de las águilas se inflamaron de repente; tres cuervos llevaron sus pollos a campo abierto, los picotearon hasta deshuesarlos, y luego devolvieron los huesos a su nido; un ratón royó el cuerno sagrado del templo y cuando lo atraparon parió cinco crías y las devoró; y la mayor maravilla de todas: de un cielo sereno y despejado brotaron sones de trompeta. Los etruscos proclamaron que esos seres significaban «un cambio de era y una revolución general del mundo». Una generación más tarde, cantó Virgilio: «Se acerca la última época que predice el canto Cumeo; de nuevo comienzan los ciclos en su vasto despliegue; ya llega la virgen Astrea, ya llega el reinado de Saturno, y de las alturas del cielo desciende una nueva generación de hombres… Apolo es rey ahora, y en tu consulado, Pollio, comienza la época de gloria e inician su curso los meses poderosos».
II
César y Cristo están siempre frente a frente en nuestra imaginación. ¿No puso Dante a Judas y Bruto en la boca de Satanás? Unos nueve meses antes del asesinato de César, su efigie fue llevada en procesión, junto con las de los dioses, a los ludi circenses, y a Cicerón le llegó un rumor, después desmentido, de que Cotta, la intérprete oficial de los oráculos, tenía intención de anunciar al Senado «que debe dársele el título de rey al que ya tenemos en realidad como tal, si queremos preservar nuestra seguridad». Si verdaderamente estaba esto en los libros sibilinos, ¿a qué hombre y a qué tiempo se refería[57]? Cicerón pensaba que tales libros habían sido escritos de modo que se adecuaran a cualquier época y hombre, y añade: «Pidamos a sus sacerdotes que saquen lo que sea de esos libros, en vez de un rey». Lo escribió después del magnicidio. ¿Había encontrado, el que Cicerón llama en otro lugar «partido religioso de la Sibila», esa profecía que Virgilio iba a cantar en la siguiente generación? ¿Esperaban que un rey místico restableciese la justicia, a la «joven Astrea»? ¿Qué esperaban los barrios bajos romanos cuando su población medio oriental, enardecida por un fanático, médico de vacas, de caballos o de ojos, los eruditos no se ponen de acuerdo sobre su ocupación —en Clare y Galway había personajes así, en mi juventud—, quemó el cadáver de César en el Capitolio, erigió su estatua, quizá con cierta ceremonia tradicional de apoteosis, y le adoró? Expulsaron a los tiranicidas de Roma; y cuando Dolabella, yerno de Cicerón, los dispersó y los castigó, Cicerón le agradeció la acción considerándola de igual valor e importancia que el magnicidio de César. ¿Heredó la familia juliana de esa apoteosis y esas plegarias el canto Cumeo? César fue asesinado el 15 de marzo, mes de las víctimas y los salvadores. Dos años antes, había instituido nuestro año solar juliano, y unas generaciones después, se empezó a conmemorar en ese día el descubrimiento del cuerpo de Attis entre las cañas, aunque antes de que los idus perdiesen su primer significado la ceremonia requería que fuese en luna llena, o el decimoquinto día de un marzo lunar. Incluso la Pascua, que el resto de la cristiandad celebraba en la primera luna llena del equinoccio de primavera, era celebrada a veces por los cristianos que vivían bajo influencia del año juliano la víspera del decimoquinto día del marzo solar[58]. Era como si transfiriesen el carácter mágico del plenilunio a un día y una noche en que la luna tenía, por así decir, una existencia meramente legal u oficial. Pienso en la convicción de Mommsen de que aunque César eligió el menor de los males, el Estado romano fue a partir de ese día, hasta el final, algo muerto, una mera maquinaria.
III
«De común acuerdo, los hombres miden el año —escribe Cicerón— por el retorno del sol, o en otras palabras, por la revolución de una estrella. Pero cuando todas las constelaciones vuelvan a las posiciones de las que partieron, rehaciendo así tras un largo intervalo el primer mapa del cielo, podremos llamar a esto el Gran Año, el cual no me atrevo a decir cuántas generaciones de hombres comprende.» Pero este Gran Año o Año Máximo estaba dividido en periodos más cortos por el retorno del sol y de la luna a una posición original, por el retorno de uno o todos los planetas a alguna posición original, o por la constitución de un aspecto astrológico con dicha posición; y a veces se disociaba de la posición real de los astros y se dividía en doce meses, con quince días de iluminación y quince de oscurecimiento cada mes, y al mismo tiempo quizá un año con sus cuatro estaciones. No recuerdo los quince días de iluminación y quince de oscurecimiento en ningún autor clásico, pero se encuentran en las upanisad y en las Leyes de Manu; porque el Gran Año y sus meses impregnaban el mundo antiguo. Quizás al principio fue un mero agrandamiento del año natural, y se hizo más complicado con la difusión de la astronomía griega; pero es siempre su forma más simple, más simbólica, con su conflicto de luz y tinieblas, calor y frío, lo que me interesa más.
IV[59]
Anaximandro, filósofo presocrático, creía que había dos infinitos: uno de coexistencia en el que nada envejece, y otro de sucesión y mortalidad en el que los mundos se suceden uno tras otro con un mismo número de años. Empédocles y Heráclito pensaban que el universo tenía primero una forma y luego la opuesta en perpetua alternancia, lo que significa, al parecer, que todas las cosas eran consumidas por el fuego cuando los planetas se situaban en el signo de Cáncer de tal manera que se podía trazar una línea uniendo todos sus centros con el de la Tierra, y destruidas por el agua cuando estaban en Capricornio; un fuego que no es lo que nosotros llamamos fuego, sino «el fuego del cielo», «fuego en el que todo el universo vuelve a su semilla», y un agua que no es lo que nosotros conocemos por agua, sino «un agua lunar», es decir, la Naturaleza. El Amor y la Discordia, el Fuego y el Agua, dominan alternativamente: el Amor volviendo todas las cosas al Uno, y la Discordia separándolas todas; pero tanto el Amor como la Discordia son la eternidad inmutable. Aquí se origina quizá el símbolo expuesto en este libro de una esfera sin fases que se vuelve fásica en nuestro pensamiento: la realidad indivisa de Nicolás de Cusa que la experiencia humana divide en opuestos; y aquí, también, como señala Pierre Duhem, descubrimos por primera vez la doctrina platónica de la imitación: los estados opuestos copian la eternidad.
Pero cuando vuelve la edad del Fuego o del Agua, ¿vuelve el mismo hombre, o un hombre nuevo que se le parece?; y si es el mismo, ¿debe tener la misma verruga en la nariz? Unos creían una cosa y otros otra. ¿Era destruido el mundo por completo en el solsticio, o adquiría meramente nueva forma? Filolao pensaba que el fuego y el agua destruían la vieja forma y alimentaban la nueva. ¿Se sucedían los mundos uno a otro sin solución de continuidad? Empédocles pensaba que debía de haber un estado intermedio de descanso.
Hasta aquí, las Ideas lo habían sido todo y el individuo nada; a Platón y a Sócrates sólo les importaba la belleza y la verdad, pero Plotino creía que cada individuo tenía su Idea, su propia réplica eterna; el Año Máximo y los Grandes Años que eran sus meses se convirtieron en un río de almas. A la generación siguiente le pareció claro que el Eterno Retorno, aunque perduraba para el río de almas en general, había cesado para el sabio, porque el sabio podía sustraerse a dicho ciclo. Proclo descubrió en el Número Aureo de la República un Año Máximo, que es «el mínimo número común de todas las revoluciones visibles e invisibles»; y en el Timeo, un año mucho más pequeño, «que es el mínimo común múltiplo» de las revoluciones de las ocho esferas, y pensó que este año más pequeño sólo podía calcularse por razonamiento.
Sin embargo, ahí están las afirmaciones de Platón, para que los eruditos puedan resolver el Número Áureo, al que han encontrado catorce soluciones diferentes. Para Taylor, sugieren 36.000 años, o 360 encarnaciones del platónico Hombre de Ur. Proclo pensaba que la duración del mundo se halla «cuando contemplamos la unidad numérica, único poder que se autodespliega, única creación que completa su obra, que llena todas las cosas de vida universal. Debemos ver que todas las cosas terminan su carrera y vuelven otra vez al punto de partida; debemos ver que todo retorna a sí mismo y completa en sí mismo el ciclo asignado a ese número; o esa unidad que encierra una infinidad de números contiene en sí la inestabilidad de la Diada, y determina no obstante el movimiento entero, su fin y su principio, y por esta razón se llama el Número y el Número Perfecto». Es como si innumerables esferas de reloj —unas señalando los minutos, otras los segundos, otras las horas, otras los meses, otras los años— completasen su recorrido al dar el Big Ben las doce de la última noche del siglo. Mis instructores ofrecen como símbolo las unidades menores que se combinan sin residuo en una obra de arte, pero podemos sustituirlas si queremos por los movimientos menores que se combinan en el círculo que en la Lógica de Hegel une, no solsticio de verano con solsticio de verano, sino absoluto con absoluto. «Los meses y los años están también numerados, aunque no son números perfectos sino partes de otros números. El tiempo del desarrollo del universo es perfecto, pues no forma parte de nada, es un todo y por esa razón se asemeja a la eternidad. Es, por encima de todo, una integridad; pero sólo la eternidad confiere a la existencia esa integridad completa que permanece en sí misma: la que el tiempo desarrolla; el desarrollo es efectivamente una imagen temporal de lo que permanece en sí mismo.»
V
Puede que una doctrina que mostraba que en el solsticio de verano del Gran Año todas las cosas retornan a la semilla del Fuego pareciese totalmente natural a un griego; porque los años atenienses empezaban en mitad del verano. Pero desde algún lugar del Asia Menor, desde Persia quizá, se propagó una doctrina que hizo que la atención se desplazara de Cáncer y Capricornio a Aries, de los extremos donde el mundo se destruía al punto medio donde se restablecía, donde el Amor empezaba a prevalecer sobre la Discordia, el Día sobre la Noche. El diluvio destructor se iniciaba en Capricornio, pero continuaba durante los dos signos siguientes, desapareciendo sólo cuando aparecía el Restaurador del mundo; la creación misma no había sido sino una mera restauración. Para muchos cristianos y judíos —aunque esta doctrina dejó de ser ortodoxa muy pronto—, no sólo el Mesías, sino el Espíritu que caminaba sobre las aguas, y Noé sobre el monte Ararat, fueron otros tantos restauradores del mundo. «Algunos cristianos —escribe Nemesio, obispo de Emessa— querrían que relacionásemos la Resurrección con la restauración del mundo; pero se engañan extrañamente; porque está probado por las palabras de Cristo que la Resurrección no puede ocurrir más que una vez, que no proviene de una revolución periódica, sino de la Voluntad de Dios»[60]. La doctrina, sin embargo, reaparece bajo diversas formas como reconocida herejía hasta el siglo XIII; aunque Francis Thompson, ese erudito, gran poeta y hombre devoto, no la tiene por tal cuando escribe:
No sólo del Hombre cíclico
disciernes aquí el plan;
no sólo del Hombre cíclico, sino del cíclico Yo;
no sólo de los grandes años mortales
asoma apenas el reflejo,
sino del año de tu propio pecho, girando aún
en órbita más amplia cada vez,
hacia la lejana conclusión, donde coronado,
el amor no consumado cantará en su propia pira.
VI
Cristo resucitó de entre los muertos una noche de luna llena del primer mes del año: el mes que hemos bautizado con el nombre de Marte, gobernador del primero de los doce signos.
No sé si mis instructores han sido los primeros en elaborar una nueva órbita lunar de igual importancia que la solar de ese mes arquetípico. Hasta ese mes, al abordar un simbolismo que yo he evitado hasta ahora para mayor claridad, propusieron un zodíaco aparte en el que la luna llena cae en Capricornio. Los dos zodíacos abstractos se superponen así, de manera que una línea trazada entre Cáncer y Capricornio del uno corta en ángulo recto la línea equivalente del otro. Como Capricornio es el signo más meridional —«el sur lunar es el este solar»—, una línea trazada de este a oeste en el uno corta en ángulo recto la línea trazada de este a oeste en el otro. Como cada periodo de tiempo es a la vez un mes y un año, pueden superponerse los círculos, girando los signos del círculo lunar de derecha a izquierda, y los del círculo solar de izquierda a derecha. Tienen el mismo carácter, siendo respectivamente particular y universal, como los círculos de lo Otro y lo Mismo del Timeo. En el primero, se mueven la Voluntad y su contrario; en el segundo, la Mente creadora y su contrario; o podemos considerar el primero como la rueda de las Facultades y el segundo la de los Principios.
VII
Hubo poco acuerdo sobre la longitud del Gran Año; cada filósofo lo calculaba de manera diferente, pero la mayoría lo dividió en 360 o 365 días, según la opinión predominante en cuanto al número de días del año. Los estoicos de la época de Cicerón pensaban que se dividía en 365 días de 15.000 años cada uno. Cicerón creía que había empezado con un eclipse en la época de Rómulo, o quería que los hombres lo creyeran así para confundir a la Madre Shipton local, que se había pasado a sus enemigos; y ¿por qué hizo Virgilio esa profecía que durante toda la Edad Media se aceptó como alusiva a Cristo? En todas partes surgieron profecías parecidas; porque el mundo tenía la impresión de que estaba al principio de un gran cambio; aunque no sé de ningún libro que las haya estudiado y rastreado hasta sus orígenes.
VIII
En el siglo II antes de Cristo, Hiparco descubrió[61] que las constelaciones zodiacales se movían, que durante cierto número de años el sol no salía por el equinoccio de primavera en la constelación de Aries; pero parece que su descubrimiento tuvo poca trascendencia hasta el siglo III después de Cristo, en que Ptolomeo fijó la velocidad del movimiento en 100 años[62] por grado, a fin de que Aries pudiera volver a su posición original cada 36.000 años: las 360 encarnaciones del Hombre de Ur. A estos 36.000 años los llamó Año Platónico, nombre por el que fue conocido desde entonces. Pero si la octava esfera, la esfera de las estrellas fijas, se movía, era preciso transferir el movimiento diurno a una novena esfera o zodíaco abstracto dividido en doce partes iguales; fueran a donde fuesen la constelaciones, el primer mes de dicho año debía contener la energía marcial del Carnero; a mitad del invierno, la humedad y el frío caprinos, aun cuando se hubiesen extraviado las constelaciones de Capricornio. Asimismo, la vida individual debe con servar hasta el final el sello impreso en ella al nacer.
Ptolomeo debió de añadir nuevo peso a la convicción de Plotino de que los astros no tienen efecto sobre el destino humano, sino que son manecillas que nos permiten calcular la situación del universo en un momento dado y por tanto su efecto sobre una vida individual[63]. «Es imposible que una forma singular surja a la existencia —dice Hermes en un pasaje del que ya he citado varias frases— exactamente igual a una segunda, si se originan en diferentes puntos y en momentos diferentes; las formas cambian a cada instante de cada hora de la revolución de la órbita celeste… Así, el tipo permanece inalterado, pero genera en momentos sucesivos copias de sí mismo tan numerosas y distintas como las revoluciones de la esfera celeste; porque la esfera celeste cambia al girar, pero el tipo ni cambia ni gira.» Pero las naciones también han recibido al nacer el sello de un carácter derivado del todo, y, como los individuos, han tenido sus periodos de crecimiento y decadencia. Cuando sonó en el cielo la trompeta de Sila, los sabios etruscos, según Plutarco, declararon que el ciclo etrusco de 11.000 años había llegado a su fin, y que «otra clase de hombres iba a surgir en el mundo».
IX
Syncellus decía que cuando la constelación de Aries volvía a su posición original comenzaba una nueva época, y que ésa era la doctrina de los «griegos y egipcios… como se consigna en la Genética, de Hermes y en los libros ciránicos»[64]. ¿Fue Ptolomeo el primero en poner fecha a ese retorno? El inventor de la novena esfera, ya sea Ptolomeo u otro, tuvo que hacer ese cálculo. ¿Qué fecha era? No he leído su Almagesto ni es probable que lo haga; tampoco la da ningún historiador ni comentarista de sus descubrimientos. Debió de depender del día que él seleccionó para el equinoccio (en Roma, el 25 de marzo), y de qué estrella parecía que señalaba el fin de Aries y el principio de Piscis. Desde luego, era lo bastante próxima a la del asesinato de César como para hacer que el Imperio romano pareciese milagroso, lo bastante cerca de la Crucifixión como para haber dado a la Iglesia primitiva, de no haberse enzarzado en una guerra con el fatalismo griego, el más grande de sus milagros:
Y entonces cantaron todas las Musas
en la primavera del Annum Magnus.
X
En la carta de las Veintiocho Encarnaciones —Libro I, 2.ª parte, sec. I—, el signo de Aries está entre las Fases 18 y 19. Transcurrieron unos años antes de que comprendiese yo el significado de éste y de los demás signos cardinales de la carta automática original. Es la posición que ocupará el equinoccio de primavera en el momento central de la próxima era religiosa, o al principio de la civilización antitética subsiguiente; porque la posición del equinoccio marca la fase de la Voluntad en la rueda de 26.000 años. Es el Aries o este solar del doble cono de su era particular situado dentro de la revolución del Gran Año. En la actualidad se acerca al punto central de la Fase 17, donde debe producirse el influjo siguiente. Pasó por la Fase 16 a fines del siglo XI, en que comenzó nuestra civilización. Se dice que esa posición entre las Fases 18 y 19 determina el más grande de los poderes intelectuales, porque es el centro de ese cuarto de la Rueda simbólica del entendimiento lógico, y porque es uno de los cuatro momentos en que las Facultades son equidistantes: el conflicto, y por tanto la intensidad de la conciencia, se hallan repartidos por el ser entero.
El momento correspondiente en la rueda más pequeña de nuestra civilización gótica llegó hacia finales del siglo XVII, justo antes de ese primer decenio del XVIII, en el que Oliver cree que el intelecto europeo alcanzó el máximo de autoridad y poder. Es un momento de suprema abstracción; y no pienso en Spinoza, Leibniz y Newton solamente; pienso en esos monjes de Port Royal que practicaban la vivisección con perros para estudiar la circulación de la sangre, convencidos de que los animales inferiores no son sino autómatas construidos de tal modo que simulan con bramidos y silbos los gritos de la agonía. Que tal momento se reprodujera en el periodo más grande que iba a venir le ha dado importancia, un especial poder para modelar los espíritus. No nos ayuda, empero, a juzgar qué forma puede adoptar la abstracción en una era religiosa que debe caminar hacia una civilización antitética y hacia la unidad concreta y sensual de la Fase 15. Un simbolismo histórico que comprenda un periodo de tiempo demasiado grande para poderlo abarcar la imaginación o explicarlo la experiencia puede parecer demasiado teórico, demasiado arbitrario para que contribuya a un fin práctico; no obstante, es necesario para el mito, si no queremos caer, como le ocurrió a Vico, en la idea de una civilización retornando perpetuamente al mismo punto.
XI
Al principio del Libro V hay un diagrama cuyas fechas han sido fijadas por mis instructores. Han adoptado un sistema de conos no utilizado en ninguna otra parte de esta exposición. Si hacemos caso omiso de los números en negrita, es bastante simple. Muestra la rotación de la religión expandiéndose a la vez que se contrae la de la vida secular, hasta que en el siglo XI se invierten los movimientos. La Máscara y el Cuerpo del Sino son religión, la Voluntad y la Mente creadora son vida secular. Mis instructores han introducido los números en negrita porque les permiten incluir en una línea recta los cuatro periodos correspondientes a las Cuatro Facultades que son, en el sentido que el término tiene en Flinders Petrie, «contemporáneos». Si seguimos hacia abajo esta línea de las Facultades, desde su punto de arranque en el nacimiento de Cristo (año 1 y Fase 1 en las letras en rojo) hasta el siglo XI —con la Voluntad en la línea roja de la izquierda, el Cuerpo del Sino en la línea negra de la izquierda, la Máscara en la siguiente, y así sucesivamente—, la recorremos luego hacia arriba, cambiando el orden de las Facultades por el que figura en el diagrama, cada momento de la era se revela constituido por cuatro períodos actuando recíprocamente unos sobre otros. Si damos a la línea recta que pasa por las Cuatro Facultades la misma longitud que las bases de los triángulos, podemos marcar en ella las veintiocho fases, situando la Fase 1 a la izquierda; y la línea mostrará cuál sería la posición de las Facultades en un cono doble normal que completara su movimiento en los dos mil años de la era. Mis instructores garabatearon una o dos veces en el margen del texto automático, mientras se referían a otra cosa, una figura con una línea así marcada, dejando que infiriera por mi cuenta su relación. Cuando examinamos la línea dividida de este modo, descubrimos que en el momento actual, aunque estamos pasando a la Fase 23 del cono de la civilización, nos encontramos entre las Fases 25 y 26 del cono de la era. Considero que ha de ser un conflicto entre el pensamiento religioso y el secular, puesto que gobierna lo más íntimo y espiritual que hay en mí, el que proporcione un proyecto a la era; y lo encuentro en este cono de movimiento lento. Las Cuatro Facultades así halladas son cuatro períodos de tiempo eternamente coexistentes, cuatro actos coexistentes; vistas en el tiempo, explicamos su efecto diciendo que los espíritus de los tres periodos que nos parecen pasados están presentes entre nosotros, aunque invisibles.
Cuando nuestra era histórica se acerca a la Fase 1, o al principio de una nueva era, el este antitético engendrará en el oeste primario, y el hijo o era que nazca de esta unión será antitético. El hijo primario o era es predominantemente occidental, pero con cuerpo oriental, dado que ha sido engendrado por el este; y no me equivoco al pensar que mis instructores se refieren no sólo al este simbólico sino también al geográfico, al Oriente asiático. Unicamente cuando ese cuerpo empiece a marchitarse puede predominar de manera visible la Iglesia occidental.
XII
Josef Strzygowski, arqueólogo sumamente filosófico, obsesiona mi imaginación. Oriente para él, como desde luego para mis instructores, no es China o India, sino el Oriente que influyó en la civilización europea: Asia Menor, Mesopotamia, Egipto. Del Oriente semítico hace derivar todo el arte que asocia a Cristo con los atributos de la realeza. Sustituye el dulce y barbado Cristo helénico por el Cristo pantocrátor, hace la Iglesia jerárquica y poderosa. El Oriente, en mi simbolismo, ya sea en el círculo de los Principios o en el de las Facultades, es siempre poder humano, bien de la Voluntad, bien del Espíritu, desplegado al máximo. En el decorativo diagrama del Speculum Angelorum et Hominum, reproducido al principio del Libro I, el este está marcado por un cetro. Hace proceder del sur, sea India o Egipto, toda representación naturalista de la forma humana; ¿y no ha comparado Dante la Unidad del Ser, la unidad del hombre, no la de Dios, y por tanto de la tintura antitética, con un cuerpo humano perfectamente proporcionado? Sin embargo, no estoy muy seguro, aunque sí más que medio convencido, de que el norte geográfico de Strzygowski y mi norte simbólico son una misma cosa. El encuentra entre los arios nómadas del norte de Europa y de Asia la fuente de todo ornamento geométrico, de todo el arte no figurativo. Sólo cuando se pone a explicar este arte como una subordinación de los detalles a la decoración de una superficie dada, y a asociarlo con edificios rematados con bóvedas y cúpulas en los que nada se opone al efecto general de unidad del edificio, y a una teología que exalta de tal modo a la deidad que hace desaparecer de ella todo rasgo humano, empiezo a preguntarme si no será el arte no figurativo de nuestro tiempo un primer síntoma de nuestro retorno a la tintura primaria. Strzygowski no da las características del oeste, aparte de describirlo como un espejo en el qué se reflejan todos los movimientos. Está simbolizado en el diagrama de la «Gran Rueda» por una copa, porque es una embriaguez emocional o natural. Traduciendo su simbolismo geográfico al lenguaje del sistema, diré que el sur y el este son forma humana y autoridad intelectual, mientras que el norte y el oeste son forma suprahumana y libertad emocional.
XIII
El viajero alemán Frobenius descubrió entre los indígenas africanos dos formas simbólicas, una fundada en el símbolo de la Caverna, y otra en el de un Altar central del que partían radialmente dieciséis caminos; y las razas de la Caverna parecían de origen oriental, mientras que las de los caminos se habían desplazado hacia el este desde la costa atlántica. Estas razas y sus formas habían pasado por todas partes. Frobenius encontró métodos de adivinación basados en el simbolismo de los caminos en el extremo este, y el simbolismo de la Caverna en el oeste. Imagino ambas formas coexistiendo juntas como la cabellera rubia del norte y la negra del sur. No sé hasta dónde han confirmado su teoría otros etnólogos, pero desde luego, la vasta especulación de Spengler se funda parcialmente en dicho descubrimiento; y creo que mis instructores[65], que parecían conocer bastante a fondo a Spengler, sabían algo de Frobenius. Spengler se refiere continuamente al símbolo de la Caverna y cita a Frobenius como su autoridad, pero me da la impresión de que invierte su significado; jamás hace alusión al altar y los caminos radiales, aunque en todas sus interpretaciones de la mente moderna o faustiana se nota que lo tiene presente. En los Fragmentos herméticos, la Caverna se identifica con el cielo, igual que la identifica Spengler; pero para el autor hermético el cielo era la órbita de las estrellas y los planetas, la fuente de todos los calendarios, el símbolo del nacer y el renacer del alma. La Caverna es el Tiempo, y llamarla Espacio como hace Spengler es permitir que la noción moderna de un espacio infinito volviendo siempre a sí mismo obsesione nuestro pensamiento; y nada sino una obsesión parecida por lo que alguien ha llamado la «filosofía del Tiempo» de nuestros días puede haber movido a Spengler a identificar el alma faustiana —que, como él señala, ha creado los grandes vanos de las catedrales y está continuamente moviéndose hacia afuera, buscando siempre lo ilimitado— con el Tiempo. Los caminos radiales y esa concepción, que también yo considero esencialmente occidental, jamás podrían haber sugerido al hombre antiguo otra cosa que el Espacio. Aunque Spengler invierte el significado de sus símbolos, los describe tan invariablemente como si no lo hubiera hecho, de modo que, dejando aparte sus grandes conocimientos y mi falta de ellos, no puedo por menos de ver que nuestros pensamientos corren a la par. Es probable que guardara silencio sobre el Altar y los caminos radiales por un temor de erudito a que una metáfora demasiado simplificadora arrojara alguna duda sobre la sinceridad de su investigación.
XIV
Según algunos eruditos, sólo las últimas upanisad tienen en cuenta el renacimiento del alma. Sustituyen el sacrificio y la purgación ritual por la doctrina del karma. Al principio, el sacrificio era casi la única fuente de símbolo: su humo tenía tal o cual significado; sus llamas ascendentes, tal otro; y junto a él estaban el brahmán y el sacerdote; luego llegó la nueva doctrina «que ningún brahmán había conocido jamás»[66]. En vez de un panteísmo nivelador, surgieron una infinidad de almas, todas diferentes, una creencia de que nada más existe o de que nada existe, una doctrina enseñada al principio no por un sacerdote sino por un rey, una disciplina que siempre ha parecido aristocrática, solitaria y antitética. No sé qué ha escrito Frobenius en alemán, porque no domino esa lengua, pero parece posible que encontrara su Altar y su Caverna en la India antigua, donde yo he encontrado la primera distinción entre civilizaciones primarias y civilizaciones antitéticas.
XV
Cuando empezamos con la escritura automática, ni mi esposa ni yo sabíamos, o pensábamos que sabíamos, que nadie hubiera intentado explicar la historia filosóficamente. Por lo que a mí respecta, habría sido capaz de afirmar que todo lo que se había escrito sobre el particular era un párrafo de mi Per Amica Silentia Lunae; tan ignorante puede ser el poeta o el artista. Cuando me aconteció resumir con palabras o por escrito lo que contenían los textos automáticos, ningún otro tema me volvió más tímido. Luego Gerald Heard, que desde entonces ha elaborado su propia filosofía de la historia, me habló de dos ensayos de Henry Adams, donde encontré algunos de los datos que me habían sido facilitados y gran parte de la interpretación de los mismos; de las Revoluciones de la civilización de Petrie, donde hice más descubrimientos; y unos meses después de publicarse la primera edición de Una visión, salió una traducción de la Decadencia de Occidente de Spengler, donde encontré un paralelismo demasiado grande para llamarlo coincidencia entre la mayoría de sus datos esenciales y los que yo había recibido antes de la publicación de su primera edición alemana. Más tarde descubrí por mí mismo la principal fuente de Spengler en Vico, y que la mitad de los pensamientos revolucionarios de Europa eran una perversión de la filosofía de Vico. Marx y Sorel han tomado del ciclo de Vico, dice Croce, su «idea de la lucha de clases y de la regeneración de la sociedad mediante la vuelta al estado primitivo de la mente y a una nueva barbarie»[67]. Desde luego, mis instructores han elegido un tema que ha inquietado vivamente la mente de los hombres, aunque los periódicos guardan silencio al respecto; los periódicos tienen el dichoso «contramito» del progreso; tema tan importante, quizá, como Henry Adams creía cuando dijo en la Boston Historical Association que si llegaba a convertirse en ciencia, habría poderosos intereses que impedirían que se hiciese pública.
XVI
Evidentemente, mis instructores no esperan que se produzca ni un «estado primitivo» ni un retorno a la barbarie, tal como entendemos normalmente los términos «primitivismo» y «barbarie»; la revelación antitética es un influjo intelectual que ni procede de más allá de la humanidad ni nace de una virgen, sino que es fruto de nuestro espíritu y nuestra historia.
XVII
Con el nacimiento de Cristo tuvo lugar, y tendrá lugar con la llegada del influjo antitético, un cambio equivalente al intercambio de tinturas. El cono en forma de as de diamantes —en el diagrama histórico, el cono se halla plegado sobre sí mismo— es solar, religioso y vital; los que forman un reloj de arena, lunares, políticos y seculares; pero el Cuerpo del Sino y la Máscara están en los conos solares durante una doctrina religiosa primaria, y en los lunares durante una antitética, mientras que la Voluntad y la Mente creadora ocupan los conos opuestos. La Máscara y el Cuerpo del Sino son la mujer simbólica, y la Voluntad y la Mente creadora son el hombre simbólico: el hombre y la mujer del Viajero mental de Blake. Antes del nacimiento de Cristo, religión y vitalidad eran politeístas, antitéticas; a esto oponían los filósofos su pensamiento primario, secular. Platón concibe todas las cosas integradas en la Unidad, y es el «Primer cristiano». Con el nacimiento de Cristo, la vida religiosa se vuelve primaria, y la vida secular antitética: el hombre da al César lo que es del César. Una doctrina religiosa primaria que mira más allá de sí misma, hacia un poder trascendente, es dogmática, niveladora, unificadora, femenina, humana; sus medios y su fin son la paz; una doctrina religiosa antitética obedece a un poder inmanente, es expresiva, jerárquica, múltiple, masculina, hosca, quirúrgica. El influjo antitético, cada vez más cercano, y esa doctrina religiosa antitética particular por la que ha empezado la preparación intelectual llegará a su completa sistematización en el momento en que, como he mostrado ya, el Gran Año alcance su apogeo intelectual. Algo de lo que he dicho ha de acontecer, proclama el mito, porque deberá invertir nuestra era y subsumir en sí misma las eras pasadas; no se sabe qué otra cosa podría acontecer, puesto que, en el momento crítico, siempre interviene el Decimotercer Cono, la esfera, lo excepcional.
En algún lugar de las arenas del desierto
una figura con cuerpo de león y cabeza humana,
y una mirada vacía y despiadada como el sol,
mueve sus muslos lentos, mientras a su alrededor
dan vueltas las sombras de iracundas aves del desierto.
XVIII
La rueda de los Cuatro Principios completa su movimiento en cuatro mil años. La vida de Cristo corresponde al periodo medio entre el nacimiento y la muerte; el año 1050 de nuestra era, a la muerte; el influjo próximo, al punto medio entre la muerte y el nacimiento.