Tercera
parte
LAS VEINTIOCHO ENCARNACIONES
LA FASE UNO Y EL INTERCAMBIO DE TINTURAS
COMO se verá al describir las últimas fases, cada realización de un ser, después de la Fase 22, es una eliminación del intelecto individual y un descubrimiento de la vida moral. Cuando el intelecto individual subsiste, hay arrogancia, presunción, abstracción estéril, ya que la creciente tintura primaria fuerza al ser a aceptar el servicio del Todo primario —objetividad sensual o suprasensual—, para quedar posteriormente absorbido en él.
Cuando lo viejo antitético se convierte en nuevo primario, el sentimiento moral se transforma en un sistema organizado de experiencia que a su vez debe buscar la unidad, la totalidad de la experiencia. Cuando lo viejo primario se convierte en nuevo antitético, la antigua realización de una ley moral objetiva se transforma en instinto turbulento y subconsciente. El mundo de costumbres y leyes rígidas es aniquilado por «el misterio incontrolable de fundamento bestial».
Dado que la Fase 1 no es humana, es mejor abordar su descripción después de la Fase 28. Ninguna de estas fases en que las tinturas se abren al Todo, salvo la Fase 27, dan un personaje lo suficientemente destacado como para llegar a histórico.
FASE DOS
Voluntad. Principio de la energía.
Máscara (de la Fase 16). Verdadera: El tañedor de la flauta de Pan. Falsa: Furia.
Mente creadora (de la Fase 28). Verdadera: Esperanza. Falsa: Taciturnidad.
Cuerpo del Sino (de Fase 14). «Ninguno, salvo monotonía.»
Cuando el hombre vive fuera de fase y desea la Máscara, permitiendo que ésta domine la Mente creadora, copia la explosión emocional de la Fase 16 en la medida en que lo permite la diferencia de fase. Se entrega a una violenta afirmación de la animalidad, y sólo es capaz de destruir: hiere a izquierda y derecha. Incapaz de participar de la absorción espiritual propia de la Fase 28, su Mente creadora le llena de ignorancia y melancolía.
Pero al encontrar al Niño amenazante,
el terror recorre la región.
Gritan: «¡El niño! ¡Fia nacido el niño!».
Y huyen en todas direcciones.
Pero si vive según la fase, utiliza el Cuerpo del Sino para purificar el intelecto de todo influjo de la Máscara. Se libera a sí mismo de la emoción; y el Cuerpo del Sino, derivado de la Fase 14, hace retroceder la mente a su propio impulso suprasensual hasta volverla obediente a todo lo que se repite; y la Máscara, ahora enteramente forzada, es un impulso rítmico. Se entrega a la Naturaleza del mismo modo que el Loco (Fase 28) se entregó a Dios. No es ni inmoral ni violento, sino inocente; es, por así decir, un hálito que sopla en el rostro del abismo; la sonrisa en el rostro de un niño semidormido. Nadie de nuestra época, quizá, se ha encontrado con él; desde luego, no existe constancia alguna de que haya habido tal encuentro; aunque de tener lugar, tal hombre sería recordado como una forma de alegría, porque parecería más completamente vivo que el resto de los hombres, la personificación o quintaesencia de la vida natural. Decidiría sobre esto o aquello, no según la balanza de la razón sino por el gozo indefectible; y si bien ha nacido en el seno de un orden rígido y maquinal, se hará un sitio, como el perro que se hace un agujero en la tierra suelta.
Aquí, como en la Fase 16, se invierte a veces el estado ordinario, y en vez de la fealdad característica de ésta y de todas las fases primarias, hay belleza. La nueva tintura antitética (el viejo renacimiento primario) es violenta: y cuando ésta es producto de un contraste extremo en la vida pasada del individuo, un nuevo nacimiento es a veces tan violento que, al carecer de mezclas extrañas, prefigura su último destino físico. Impone a lo primario y a sí mismo una forma bella. Posee el equilibrio muscular y la fuerza de un animal alegre con toda la gracia que adorna al Fauno danzante. Si no se produce este raro accidente, el cuerpo es tosco; no deforme, sino tosco por falta de sensibilidad, y es totalmente apto para el esfuerzo físico rudimentario.
Visto por esos poetas líricos que sacan sus Máscaras de fases anteriores, el hombre de la Fase 2 se transfigura. Exhausto de una energía que juzga y define, cansado de autoexpresión intelectual, desea alguna clase de «escondite», alguna clase de embriaguez trascendente. Los instintos corporales, percibidos subjetivamente, se convierten en la copa adornada de hiedra. Incluso puede que un Cuerpo del Sino de cualquier fase inicial sea suficiente para crear esta Imagen; pero cuando afecte a la Fase 13 y a la Fase 14, la Imagen será más sensual, más parecida a la experiencia inmediata. La Imagen es un mito, una mujer, un paisaje, o cualquier cosa que constituya expresión externa de la Máscara.
Los reyes de la India lloran sus cetros enjoyados
y de sus tesoros esparcen perlado granizo.
El gran Brahma gime en su místico cielo,
y todo su cuerpo sacerdotal se lamenta;
y palidecen ante el guiño del joven Baco.
FASE TRES
Voluntad. Principio de la ambición.
Máscara (de la Fase 17). Verdadera: Inocencia. Falsa: Necedad.
Mente creadora (de la Fase 27). Verdadera: Simplicidad. Falsa: Abstracción.
Cuerpo del Sino (de la Fase 13). Interés.
Fuera de fase, y copiando la fase opuesta, se entrega a una especie de estupidez grosera que hace que su intelecto se desenvuelva entre ideas convencionales, con una especie de simulación. Incapaz para el pensamiento discursivo y el objetivo moral, vive una vida desventurada, tratando de conservar la integridad de algún plan coherente de vida, pegando remiendo sobre remiendo, porque eso es lo que se espera de él, o de su egoísmo. Si, por otro lado, utiliza su Cuerpo del Sino para purificar su Mente creadora de la Máscara, si está conforme en permitir que sus sentidos y su naturaleza subconsciente dominen su intelecto, se deleita en todo lo que pasa; pero dado que no reclama nada como suyo propio, ni elige nada, y piensa que no hay ninguna cosa que sea mejor que otra, no sentirá dolor porque todo pasa. Casi sin intelecto, se trata de una fase de perfecto sentido común corporal; porque aunque el cuerpo está todavía en estrecho contacto con el ritmo suprasensual, no se encuentra ya absorbido en este ritmo; los ojos y los oídos están abiertos; un instante equilibra a otro; cada estación aporta su gozo.
Aquel que desvía hacia sí el vuelo de un gozo,
destruye la alada vida;
pero aquel que le lanza un beso al verlo pasar,
vive en el alba de la eternidad.
Visto por los poetas líricos, de los que tantos han pertenecido a la fantástica Fase 17, el hombre de esta fase se convierte en una Imagen en la que la simplicidad e intensidad van unidas; parece moverse entre trigales amarillos o bajo emparrados llenos de racimos. Él fue quien dio a Landor sus pastores y sus hamadríadas, a Morris su Agua de las Islas Maravillosas, a Shelley sus amantes y sabios vagabundos, y a Teócrito todos sus rebaños y pastos; ¿y en qué otro pensaba Bembo cuando exclamó: «¡Ojalá fuese yo pastor para poder contemplar Urbino desde lo alto todos los días!»?. Imaginados en alguna mente antitética, el cambio estacional y el equilibrio corporal parecen imágenes de pasión duradera y de belleza física.
FASE CUATRO
Voluntad. Deseo de mundo exterior.
Máscara (de la Fase 18). Verdadera: Pasión. Falsa: Voluntad.
Mente creadora (de la Fase 26). Verdadera: Primera percepción del carácter. Falsa: Mutilación.
Cuerpo del Sino (de la Fase 12). Búsqueda.
Cuando está fuera de fase, se esfuerza en la sabiduría antitética (porque ha comenzado la reflexión), se separa del instinto (de ahí la «mutilación»), y trata de imponer a los demás y a sí mismo toda suerte de ideas abstractas o convencionales que, al ser ajenas a su experiencia, son para él mero fingimiento. Falto de capacidad antitética y de observación primaria, anda tropezando y sin rumbo; no posee nada, salvo la conciencia de que hay algo que los demás saben, y que no es mero instinto. Cuando es fiel a la fase, su interés por todo lo que sucede, por todo lo que excita su instinto («búsqueda»), es tan intenso que no siente deseos de reclamar nada por propia voluntad: la naturaleza domina todavía su pensamiento en forma de pasión; sin embargo, su instinto se vuelve reflexivo. Está lleno de saber práctico, de un saber de máximas y proverbios, o fundado en ejemplos concretos. No puede ver más allá de los sentidos, pero los sentidos se dilatan o se contraen para satisfacer sus necesidades y las necesidades de los que confían en él. Es como si despertase de repente y a continuación viese y recordase más que otros. Tiene «la sabiduría del instinto»; una sabiduría perpetuamente excitada por todas esas esperanzas y necesidades que se relacionan con su bienestar o el de la especie (Mente creadora procedente de la Fase 12, la cual actúa, por tanto, desde todo aquello que en la especie corresponda a la personalidad unificada en el pensamiento). Los hombres de la fase opuesta, o de las fases casi opuestas, cansados de una sabiduría mantenida con incertidumbre y esfuerzo, ven a las personas de esta fase como imágenes de paz. Dos pasajes de Browning me vienen al pensamiento:
Un viejo cazador, hablando con los dioses, o navegando con multitud de amigos hacia Tenedos.
Vivía un rey hace tiempo,
en la madrugada del mundo,
cuando la Tierra estaba más cerca del Cielo que ahora;
un rey cuyos bucles ondulados caían,
separándose, sobre su frente llena
como el espacio lechoso entre cuerno
y cuerno de un toro sacrificial…
aunque plácido como un recién nacido;
pues tenía inclinación al sueño,
y se había librado a tal punto de la decrepitud,
de la ruina inexorable de la vejez
(tanto le amaban los dioses mientras soñaba)
que, habiendo vivido tanto, no parecía
que hubiera menester que muriese un día.
APERTURA Y CIERRE DE LAS TINTURAS
Desde la Fase 26, ha predominado de tal modo la tintura primaria, se ha hundido tanto el hombre en el Sino, en la vida, que no hay reflexión, no hay experiencia; porque lo que reflexiona, lo que adquiere experiencia, se ha ahogado. El hombre no puede imaginarse a sí mismo como algo distinto de lo que ve con los ojos del cuerpo o de la mente. No ama ni odia, aunque puede instalarse en el odio o en el amor. En El agua de las Islas Maravillosas, Birdalone (una mujer de la Fase 3 reflejada en una mente antitética) se enamora del amante de su amiga, y él de ella. Esto genera un gran sufrimiento, aunque no lucha: su decisión de desaparecer es repentina, como inspirada por algún poder sobre el que ella no tiene ningún control. ¿No decide, quizá, según el imperativo de sus padres y madres desconocidos, con arreglo a los rasgos propios de su raza? ¿No es hija del «misterio», no son los de la mayoría de las fases primarias hijos del «misterio», y ejercen una discriminación inconsciente respecto a todo lo que antes de la Fase 1 define su Sino, y después de la Fase 1 su raza? Cada consecución de sus almas, una vez pasada la Fase 1, brota del cuerpo, y su tarea consiste en sustituir una vida en la que todo es Sino solidificado en norma y costumbre por una vida en la que todo lo funde el instinto; en ellas, saborear, desear, pasar hambre, es hacerse sabio.
Entre la Fase 4 y la Fase 5 las tinturas han cesado de ahogarse en lo Uno, y empieza la reflexión. Entre las Fases 25 y 26 y las Fases 4 y 5 hay una aproximación al abandono absoluto de la Voluntad, primero a Dios, luego, una vez pasada la Fase 1, a la Naturaleza; abandono que es la forma más completa de la libertad del Cuerpo del Sino, la cual ha ido en aumento desde la Fase 22.
Cuando el Hombre se identifica con su Sino, cuando es capaz de decir: «Tu Voluntad es nuestra libertad», o cuando es completamente natural, es decir, completamente parte de su entorno, entonces es libre, aun cuando puedan predecirse todas sus acciones, aun cuando cada acción sea consecuencia lógica de las que la precedieron. Es todo Sino, aunque carece de Destino.
FASE CINCO
Voluntad. Separación respecto de la inocencia.
Máscara (de la Fase 19). Verdadera: Exceso. Falsa: Limitación.
Mente creadora (de la Fase 25). Verdadera: Intelecto social. Falsa: Limitación.
Cuerpo del Sino (de la Fase 11). Ley natural.
Fuera de fase, en pos de emociones antitéticas, este hombre es estéril, pasando de una actitud insincera a otra, y moviéndose a través de una sucesión de imágenes morales arrancadas de su contexto y carentes por tanto de significado. Está tan orgulloso de cada una de sus rupturas con la experiencia que se convierte en una especie de Polichinela airado o sonriente, con una estaca entre sus brazos de madera, y golpeando a diestro y siniestro. Su Cuerpo del Sino es forzado, porque ha invertido la condición de su fase y se halla en conflicto con el mundo que no le ofrece más que tentación y afrenta. Fiel a la fase, se opone frontalmente a todo eso. A decir verdad, ha empezado la abstracción; pero le llega como una porción de experiencia separada de todo lo que no es ella misma y apta, por tanto, para convertirse en objeto de reflexión. Ya no come, bebe, toca, piensa y siente la Naturaleza, sino que la ve como algo de lo que se está separando, como algo que puede dominar, aunque sólo por un momento, y mediante alguna sensación o pensamiento fragmentarios y violentos. Puede que la naturaleza parezca medio borrada, pero han surgido sus leyes, y conociéndolas, el hombre en esta fase puede cambiar sus ritmos y sus estaciones. No vive más que el momento presente, pero con una intensidad que jamás conocieron las Fases 2, 3 y 4; la Voluntad se acerca a su apogeo, ya no parece un hombre medio dormido. Es un corruptor, un agitador, un errabundo, un fundador de sectas y pueblos; actúa derrochando energía, y su recompensa consiste en vivir en su esplendor.
Visto por un poeta de la fase opuesta, por un hombre que oculta sus pálidas emociones tras un énfasis discordante, es el don Juan de Byron o su Giaour.
FASE SEIS
Voluntad. Individualidad artificial.
Máscara (de la Fase 20). Verdadera: Justicia. Falsa: Tiranía.
Mente creadora (de la Fase 24). Verdadera: Idealidad. Falsa: Irrisión.
Cuerpo del Sino (de la Fase 10). Humanidad.
Ejemplo: Walt Whitman.
De haber vivido Walt Whitman fuera de fase, su deseo de demostrar que todas sus emociones eran sanas e inteligibles, de poner su sensatez por encima de todos los que no estaban hechos como él, de gritar: «¡Treinta años y en perfecta salud!», le habría convertido en una especie de demagogo burlón; y el pensar en él nos recordaría a Thoreau recogiendo una quijada de cerdo con todos sus dientes, y comentando que también ella gozaba de perfecta salud. A fin de poder creer en sí mismo, habría obligado a otros a creer. No estando fuera de fase, utilizó su Cuerpo del Sino (su interés por las multitudes, por los amores y afectos fortuitos, por toda breve experiencia humana) para purificar el intelecto de emociones antitéticas (siempre insinceras desde la Fase 1 a la Fase 8); y acosado y perseguido por la Máscara ahora involuntaria, creó una Imagen vaga de hombre semicivilizado, cuyo pensamiento e impulsos son producto de cierta afabilidad democrática, de las escuelas, de las universidades, del debate público. Había nacido la abstracción; pero queda como abstracción de una comunidad, de una tradición, iniciándose una síntesis, no como en las Fases 19, 20 y 21 en forma de deducción lógica a partir de un hecho observado, sino desde la experiencia entera o desde una experiencia del individuo o de la comunidad: «Tengo tal o cual sentimiento. Tengo tal o cual creencia, ¿qué se sigue de este sentimiento, de esta creencia?». Mientras Tomás de Aquino, cuya época histórica casi corresponde a esta fase, resumía en categorías abstractas toda experiencia posible, no para poder conocer sino para poder sentir, Walt Whitman hace catálogos de todas las cosas que le conmueven, o recrean sus ojos, a fin de alcanzar un más alto grado poético. La experiencia lo absorbe todo subordinando el hecho observado ahogando incluso la misma verdad, si se concibe ésta como algo aparte del impulso o instinto, y de la Voluntad. El impulso o instinto comienza a adquirir importancia. Dentro de poco —aunque no ahora—, tras suprimir todo catálogo y categoría, va a llenar la mente de terror.
FASE SIETE
Voluntad. Afirmación de la individualidad.
Máscara (de la Fase 21). Verdadera: Altruismo. Falsa: Eficiencia.
Mente creadora (de la Fase 23). Verdadera: Sentimiento heroico. Falsa: Sentimentalismo dogmático.
Cuerpo del Sino (de la Fase 9). Aventura que excita la individualidad.
Ejemplos: George Borrow, Alejandro Dumas, Thomas Carlyle, James Macpherson.
En las Fases 2, 3 y 4 el hombre se movía dentro de los límites tradicionales o propios de la época; pero a partir de la Fase 5 los límites se vuelven imprecisos; los códigos públicos —todo lo que depende del hábito— se han disuelto casi; ni siquiera los catálogos y categorías de la Fase 6 son ya suficientes. Fuera de fase, el hombre quiere ser hombre de la Fase 21; deseo imposible, porque tal hombre no es sino culminación de la complejidad intelectual, mientras que los hombres comprendidos entre la Fase 2 y la Fase 7, ambas inclusive, son intelectualmente simples. Sus instintos, en esta fase, están casi en la cumbre de su complejidad; así que está perplejo, y no tardará en sentirse impotente. El carácter, que se está disolviendo fuera de fase, desea la personalidad que se desmorona, y si bien no puede poseerla ni concebirla, al ver que sus pensamientos y emociones son comunes a todos, puede crear un fantasma gradilocuente y, engañando a los demás, engañarse a sí mismo; más adelante descubriremos a la Fase 21, fuera de fase, alardear de una imaginada ingenuidad.
El hombre de la Fase 7, cuando es fiel a su fase, se somete al Cuerpo del Sino, el cual, dado que proviene de la fase en que aparece por primera vez la personalidad, es incitado a adoptar formas de carácter tan disueltas en la Voluntad, en el instinto, que apenas se distinguen de la personalidad. Dichas formas de carácter, al no ser independientes como la personalidad, son inseparables de las circunstancias: un gesto, una postura que nace de una situación y cae en el olvido tan pronto como ésta pasa; un último acto de valor, un desafío a los perros que no tardarán en despedazarle. Tales hombres tienen pasión por la historia, por los escenarios, por la aventura. Se deleitan en las acciones, que no pueden concebir sino en medio de una puesta de sol, de una tempestad en el mar o de alguna gran batalla, y están inspirados por emociones que conmueven a todos sus oyentes porque son de las que todos entienden.
Alejandro Dumas representa la fase en su perfección; George Borrow, cuando ésta se interrumpe un poco; porque Borrow tuvo momentos en que estaba suficientemente fuera de fase como para darse cuenta de que era ingenuo y para alardear de una imaginaria subjetividad intelectual, como cuando hacía ostentación de increíbles accesos de horror, o de su dominio de múltiples lenguas. Carlyle, al igual que Macpherson, representa la fase en su aspecto peor. Ni podía ni quería interesarse en otra cosa que en los personajes de la historia, pero los utilizó como otras tantas metáforas en una vasta retórica popular para expresar sentimientos que, aunque parecían suyos, eran obra de predicadores y de congregaciones irritantemente ignorantes. Fue tan atronadora, tan agresiva su retórica, y tan grande su energía, que pasaron dos generaciones antes de que los hombres se diesen cuenta de que no había escrito ni una sola frase de tosco humor que perdurase en la memoria. Sin duda la impotencia sexual había debilitado su Cuerpo del Sino, fortaleciendo así la Máscara falsa; aunque es dudoso que una mera plasta de huevos de hormiga pudiera contribuir en algo, cuando había tan grande falta de sinceridad.
FASE OCHO
Voluntad. Guerra entre individualidad y especie.
Máscara (de la Fase 22). Verdadera: Valor. Falsa: Miedo.
Mente creadora (de la Fase 22). Verdadera: Flexibilidad. Falsa: Impotencia.
Cuerpo del Sino (de la Fase 8). Principio de la fuerza.
Ejemplo: el Idiota de Dostoievski, quizá.
Fuera de fase, un estado de terror; fiel a la fase, de valor no quebrantado por la derrota.
De la Fase 1 a la Fase 7 ha habido un debilitamiento gradual de todo lo que es primario. El carácter (la Voluntad analizada en relación con la Máscara forzada) se ha convertido en individualidad (la Voluntad analizada en relación consigo misma); pero ahora, aunque la individualidad subsiste a lo largo de otra fase, debe predominar la personalidad (la Voluntad analizada con relación a la Máscara libre). En tanto predominaba la tintura primaria, la tintura antitética aceptaba su modo de percepción; las facultades vegetativas y sensibles, excitadas por el Cuerpo del Sino, ensanchaban el carácter y la individualidad, que es lo más que puede acercarse una naturaleza primaria a la emoción antitética. Pero ahora hay que hacer estallar la botella. Tiene que decidirse la lucha del pensamiento idealizado o habitualmente teologizado en el instinto, de la mente con el cuerpo, de lo primario menguante con lo antitético creciente, y deben predominar durante un tiempo las facultades vegetativas y sensitivas. Sólo entonces puede verse obligada la Voluntad a reconocer la debilidad de la Mente creadora, al no ser ayudada por la Máscara, permitiendo de ese modo que la Máscara forzada se cambie en libre. Cada nueva modificación o codificación de la moral ha sido empeño de la Voluntad, actuando por medio de la Mente creadora para poner orden en las facultades instintivas y vegetativas, y ahora tiene que darse cuenta de que no puede seguir creando orden. Es la misma naturaleza de una lucha en la que el alma debe perder toda forma recibida de la conciencia objetivamente aceptada del mundo la que nos niega un ejemplo histórico. Uno piensa en posibles ejemplos sólo para concluir que Hartley Coleridge no está entre ellos, que el hermano de las Bronté puede parecer que está solo porque sabemos muy poco de él, pero que el Idiota de Dostoievski es un ejemplo casi seguro. Pero el Idiota de Dostoievski era un tipo demasiado maduro, ha recorrido demasiadas veces las veintiocho fases, para que nos ayude a comprenderlo. Aquí, son en su mayoría desechos humanos que parecen incapaces de librarse de una tentación sensual —la bebida, las mujeres, las drogas— y que en el curso de una vida de crisis continuas no pueden crear nada duradero. Se dice que el ser nace a menudo hasta cuatro veces en esta fase, antes de que la tintura antitética alcance predominancia. El ser se agarra a una paja como el que se está ahogando; y es precisamente este esfuerzo por agarrarse, este intento aparentemente vano por hacer acopio de fuerza, en medio del hundimiento de todos los pensamientos y hábitos públicos que constituyen el apoyo del hombre primario, lo que le permite iniciar por fin la Fase 9. Tiene que encontrar su fuerza mediante una transformación de ese mismo instinto que hasta aquí ha sido su debilidad, y por tanto reunir los miembros rotos y esparcidos. La unión de la Mente creadora y la Máscara en oposición al Cuerpo del Sino y la Voluntad intensifica esta lucha, dividiendo la naturaleza en dos mitades cuyas cualidades son intercambiables. El hombre es inseparable del sino, no puede verse aparte, ni puede distinguir entre emoción e intelecto. Está sin voluntad, es arrastrado de un lado para otro, y su embotado intelecto, refugiado en la matemática Fase 22, le muestra perpetuamente como objeto de deseo una emoción que es como una energía mecánica, un pensamiento que es como una rueda y un pistón. Está en suspenso, sin tendencia; y hasta que llegue esa tendencia, hasta que empiece a buscar fuerzas a tientas dentro de su propio ser, su pensamiento y su emoción le empujan a juzgar, aunque no pueden ayudarle. Así como los hombres de la Fase 22 deben disolver la Máscara dramatizados en la mente abstracta para poder descubrir el mundo concreto, el de esta fase debe disolver el pensamiento en el puro instinto personal, en la pura especie, para poder descubrir la Máscara dramatizados; se elige a sí mismo, no a su Sino. Su Máscara verdadera es el valor; y la diversidad, que carece de objeto habitual, su verdadera Mente creadora; porque esto es todo lo que la fase de máxima debilidad puede tomar de la fase de máxima fuerza. Cuando sus dedos se cierran en torno a una paja, ése es el valor; y su flexibilidad consiste en que cualquier ola puede hacer flotar la paja. En la Fase 7, por ambición, había intentado cambiar su naturaleza; como si un hombre pudiera amar no teniendo corazón; pero ahora un «shock» puede devolverle el corazón. Sólo un «shock» causado por el mayor conflicto posible puede producir el mayor cambio posible: de primario a antitético, o de antitético a primario otra vez. Nada puede mediar. No debe tener conciencia de nada, salvo del conflicto; su desesperación es necesaria. Es el más tentado de los hombres: «¡Elohi, Elohi!, ¿por qué me has abandonado?».
FASE NUEVE
Voluntad. Creencia en vez de individualidad.
Máscara (de la Fase 23). Verdadera: Facilidad. Falsa: Oscuridad.
Mente creadora (de la Fase 21). Verdadera: Autodramatización. Falsa: Anarquía.
Cuerpo del Sino (de la Fase 7). Sensualidad forzada.
Ejemplo: un artista anónimo.
Torpe e ignorante fuera de fase, cuando se halla dentro de ella el hombre se torna poderoso y realizado: toda esa fuerza como de biela y rueda metálica que ha descubierto dentro de sí. Debe intentar librar la Máscara del Cuerpo del Sino con la ayuda de la Mente creadora…, es decir, tallar ahora la Máscara libre, y ponérsela para protegerse y dar forma externa a la Imagen. Mientras hace esto, reina una inmensa confianza en la expresión del yo, de un yo vehemente que opera mediante el cálculo matemático y se deleita en la línea recta y el ángulo recto; pero si trata de vivir conforme a la tintura primaria, de utilizar el Cuerpo del Sino para librar de su Máscara a la Mente creadora, vivir con ambición objetiva y curiosidad, todo es confuso, la Voluntad se impone con salvaje, aterrada violencia. Todas estas fases de la personalidad incipiente son brutales cuando el hombre se halla fuera de fase; pero después de la Fase 12, en que comienza la verdadera personalidad, la brutalidad deja paso a una frialdad caprichosa y evasiva —falso, huidizo, perjuro Clarence—, a una falta de buena fe en su relación primaria, acompañada con frecuencia, en su relación antitética, de los más grandes escrúpulos torturadores. Cuando un hombre antitético está fuera de fase, reproduce la condición primaria, pero con una inversión de las emociones: el amor por la Imagen o la Máscara se convierte en pavor o, después de la Fase 15, en odio, y la Máscara se adhiere al hombre o le persigue en la Imagen. Incluso puede ser que éste se obsesione por la esperanza ilusoria, acariciada en secreto o proclamada en voz alta, de llegar a heredar el Cuerpo del Sino y la Máscara de una fase opuesta a la suya propia. Trata de evitar el conflicto antitético aceptando lo que se le opone, con lo que su vida antitética es invadida. En la Fase 9, el Cuerpo del Sino, que podría purificar de una unidad irreal la mente de un Carlyle o de un Whitman, hace estallar con sensualidad (el flujo creciente del instinto de la Fase 7) una nueva unidad real, y el hombre en vez de dominar esta sensualidad mediante la dramatización de sí como forma de autodominio apasionado, en vez de buscar una forma parecida como Imagen, se vuelve torpe y estúpido. De ahí que encontremos en esta fase, con más frecuencia que en ninguna otra, hombres que temen, desprecian y persiguen a las mujeres que aman. No obstante, detrás de ese yo fangoso, anegado, brutal, hay quizá un alma vaga y tímida que se sabe atrapada en una antítesis, una alternancia que no puede controlar. Se dice de ella: «El alma, habiendo descubierto en la Fase 8 su debilidad, inicia su disciplina interior en la furia de la Fase 9». Y también: «La Fase 9 contiene la más sincera fe que un hombre haya podido concebir en su propio deseo».
Cierto artista, hablando de un hombre notable, de su amante y de los hijos de ambos, dijo a un estudioso de estos símbolos: «Ella no siente ya interés por su obra, ya no le da la comprensión que él necesita; ¿por qué no la deja, qué le debe a ella o a sus hijos?». El estudioso averiguó después que este artista era un cubista de poderosa imaginación, y observó que su cabeza sugería una hosca obstinación, pero que sus modales y palabras eran simpáticos y amables por lo general.
FASE DIEZ
Voluntad. El destructor de imágenes.
Máscara (de la Fase 24). Verdadera: Organización. Falsa: Inercia.
Mente creadora (de la Fase 20). Verdadera: Dominación mediante construcción emocional. Falsa: Reforma.
Cuerpo del Sino (de la Fase 6). Emoción forzada.
Ejemplo: Parnell.
Si vive como la fase opuesta, concebida como estado primario —la fase en la que muere la ambición—, carece de todo poder emocional (Máscara falsa: «Inercia»), y se entrega al cambio sin rumbo, a la reforma sin visión de la forma. Acepta la forma (Máscara e Imagen) que admiran los de su alrededor y, al descubrir que le es extraña, la arroja con brutal violencia para escoger otra forma igualmente extraña. Perturba su propia vida, y la de todo el que se acerca a él, más que la Fase 9; porque la Fase 9 no se interesa por otros, salvo con relación a ella misma. Si, por otro lado, es fiel a la fase y utiliza su intelecto para liberarse de la mera especie (Cuerpo del Sino de la Fase 6, donde es codificada la especie), y crear así un código de conducta personal —el cual implica siempre «derecho divino»—, se vuelve orgulloso, dominador y práctico. No logra escapar por entero a la influencia de su Cuerpo del Sino, pero estará sujeto a su forma más personal: en vez de a simpatías gregarias, casi con seguridad al amor trágico de alguna mujer. Aunque el Cuerpo del Sino debe tratar de destruir su Máscara, ahora puede imponerle una lucha en la que aún le es posible la victoria. Al acercarse una a otra la fase del Cuerpo del Sino y la fase de la Máscara, participan en cierto modo de ambas naturalezas; el efecto de su odio mutuo se vuelve más difuso, menos agrio y evidente. El efecto del Cuerpo del Sino de la Fase 10, por ejemplo, es ligeramente menos agrio y evidente que el de la «sensualidad forzada» de la Fase 9. Ahora es «emoción forzada». La Fase 9 carecía de trabas; pero ahora ha llegado la constricción, y con ella el orgullo: es menos necesario insistir en la brutalidad de los hechos de la vida para que pueda el hombre escapar a sus encantos; la furia subjetiva es menos irreflexiva, y la oposición de la Voluntad y la Máscara no incita ya a complacerse en una precisión y un poder impersonales como los de la maquinaria (de esa maquinaria que es la emoción y el pensamiento), sino más bien en una especie de ardiente constricción, en algo que hace pensar en una estatua salvaje a la que se ofrece sacrificio. Tal sacrificio es código, personalidad ya no percibida solamente como poder. Con su ayuda, el hombre trata de liberar la fuerza creadora respecto de la emoción de las masas, aunque nunca lo consigue enteramente, y la vida continúa turbada, sumida en un conflicto entre el orgullo y la especie, y va de crisis en crisis. En la Fase 9 había poca discriminación sexual; ahora hay emoción generada por las circunstancias más que por alguna belleza excepcional de cuerpo o de carácter. Uno recuerda a Fausto, el cual, una vez que ha tomado el bebedizo de las brujas, descubrirá en cada fulana una Helena, aunque ama a su Gretchen con toda su alma. Quizá, nos hace pensar también en ese hombre que consagró su vida entera al amor de una joven que, con caprichosa indolencia, había escrito con el paraguas su nombre sobre la nieve. Aquí hay furia, deseo de escapar, pero ahora no mediante la mera destrucción del sino opuesto; pues una sensación vaga y abstracta de algún mundo, de alguna imagen, de alguna circunstancia en armonía con la emoción, ha comenzado; o de algo en armonía con la emoción, que puede colocarse en el pedestal vacío una vez que el mundo visible, la imagen o las circunstancias, ha sido destruido. Con menos deseos de expresión que en la Fase 9, y con más deseos de acción y de mando, el hombre (Mente creadora de la Fase 20, fase del más grande poder dramático) ve su vida entera como una obra de teatro donde se representa sólo un buen papel; sin embargo, nadie le acusará de actor, porque llevará siempre esa Máscara pétrea (Fase 24, «fin de la ambición» antitéticamente percibido). El también, si triunfa, puede dar fin a la ambición mandando a las multitudes, pues es como ese dios de la mitología escandinava que se colgaba en el borde del precipicio durante tres días como sacrificio de sí mismo. Quizá Moisés llevaba una Máscara de piedra parecida cuando descendió del monte, y había tallado las Tablas y la Máscara de una misma roca.
John Morley dice de Parnell, cuya vida se revela de esta fase, que tenía la mente menos discursiva que había conocido, y que es siempre característica de una fase en la que se pierde toda curiosidad práctica desde el instante en que no media alguna meta personal, y en tanto siguen sin descubrirse la curiosidad filosófica y artística. Parnell dio a sus contemporáneos una impresión de impasibilidad; sin embargo, uno de sus seguidores ha escrito que, tras un discurso duro y violento, tenía las manos llenas de sangre debido a que se había clavado las uñas. Uno de sus seguidores se escandalizó, en el curso de la apasionada discusión —en el Despacho de Comisiones n.° 15— que le llevó a dimitir, ante la falta de reserva con que este hombre sumamente reservado hizo alusión al acto sexual: con una indiferencia semejante a la del matemático tratando de alguna operación aritmética; sin embargo, la señora Parnell cuenta cómo una noche de tormenta, en el muelle de Brighton, en el apogeo de su fuerza, la levantó sobre el agua, permaneciendo ella inmóvil, tendida entre sus dos manos, consciente de que si se movía se ahogarían los dos.
FASE ONCE
Voluntad. El consumidor. El constructor de piras. Máscara (de la Fase 25). Verdadera: Rechazo. Falsa: Indiferencia moral.
Mente creadora (de la Fase 19). Verdadera: Iconoclasia moral. Falsa: Presunción.
Cuerpo del Sino (de la Fase 5). Creencia forzada.
Ejemplos: Spinoza, Savonarola.
Mientras que la Fase 9 se mantenía alejada de su subjetividad mediante las relaciones personales, la sensualidad y diversas clases de tosquedad espiritual, y la Fase 10 mediante asociaciones de hombres con fines prácticos y las emociones que nacen de tales asociaciones, o mediante algún amor trágico en el que hay un elemento de interés común, la Fase 11 se ve estorbada por la excitación que suscita la convicción, por el contagio de la creencia organizada, o por su interés en la organización por la organización. El hombre de esta fase es semisolitario, un ser que defiende una soledad que no puede o no quiere habitar, porque su Máscara, procedente de una fase de creencia abstracta, le ofrece siempre un puñado de fórmulas matemáticas, o cosa equivalente, opuestas a su naturaleza. Más adelante veremos cómo el hombre de la Fase 25 crea un sistema de creencias allí donde esté la Máscara, del mismo modo que el de la Fase 24 crea un código para excluir todo lo que resulta demasiado difícil para los bobos o los bribones; pero el hombre de la Fase 11 sistematiza, se entrega a un frenético deseo de convencer, de hacer posible el intelecto por el intelecto mismo, y quizá, en su furia contra el pensamiento zafio y rutinario, de hacerlo todo casi imposible salvo el intelecto. En caso de ser conquistado por su Cuerpo del Sino (de la Fase 5, en la que el instinto común se une por primera vez a la reflexión), se convertirá en antítesis de todo esto, siendo arrastrado por alguna creencia contagiosa, algún interés general, y obligado a sustituir la furia intelectual por alguna forma de orgullo personal, y a convertirse de este modo en prelado inflado de tradición.
En Spinoza encontramos la fase en su forma más pura y poderosa. Él vio la energía divina en todo lo que era la expresión más individual del alma, y se pasó la vida mostrando que tal expresión existía para el bienestar del mundo y no era, como podría parecer, una forma de anarquía. Su Máscara, bajo la influencia de su Cuerpo del Sino, le forzaba a buscar la felicidad en la sumisión a algo severo y externo; pero la Máscara, liberada por una Mente creadora que destruía la sanción externa popular, hace posible por primera vez la concepción solitaria de Dios. Uno le imagina entre los teólogos de su tiempo, que andaban buscando siempre alguna fórmula, quizá algún perro pastor para las mentes vulgares, y convirtiéndose en puro lobo y huyendo a la espesura. Ciertamente, su panteísmo, aunque agradase a su propio banco de eruditos, es poco probable que sirviese a la oratoria de ningún banco de jueces u obispos. A través de todas sus frías definiciones, de cuya forma matemática se enorgullecía, uno adivina su pelea con las ideas de sus padres y parientes, que le imponían quizá casi hasta partirle el corazón: ninguna naturaleza, sin el golpe de su sino, se parte en dos.
FASE DOCE
Voluntad. El precursor.
Máscara (de la Fase 26). Verdadera: Exageración del yo. Falsa: Falta de moderación.
Mente creadora (de la Fase 18). Verdadera: Filosofía subjetiva. Falsa: Guerra entre dos formas de expresión.
Cuerpo del Sino (de la Fase 4). Acción intelectual forzada.
Ejemplo: Nietzsche.
Fuera de fase, el hombre de esta fase está siempre en reacción, es llevado de una pose envanecida a otra, está lleno de dudas; fiel a la fase, es una copa que no recuerda más que su propia plenitud. Su fase se denomina del «Precursor» porque es fragmentaria y violenta. Las fases de acción en las que el hombre se define principalmente por sus relaciones prácticas han terminado o están a punto de terminar y comienzan o van a comenzar las fases en las que se define principalmente a través de una imagen mental; las fases de odio a un sino externo dejan paso a las de odio a sí mismo. Es una fase de inmensa energía porque las Cuatro facultades son equidistantes. Las oposiciones (Voluntad y Máscara, Mente creadora y Cuerpo del Sino) están contrapesadas por las discordias; y éstas, siendo equidistantes entre identidad y oposición, se encuentran en su punto de máxima intensidad. La naturaleza es consciente de haber alcanzado el grado más extremo de engaño, y le viene un frenético deseo de verdad del yo. Si la Fase 9 tenía la máxima «fe posible en su propio deseo», ahora se trata de la máxima fe posible en todos los valores creados por la personalidad. Es pues, ante todo, la fase del héroe, del hombre que se vence a sí mismo, y por tanto ya no le hace falta, como en la Fase 10, la sumisión de los demás, o como en la Fase 11, la convicción de los demás para probar su victoria. Al fin ha nacido la soledad, aunque se trata de una soledad invadida y difícil de defender. Tampoco hace falta ya la desnuda anatomía de la Fase 11: cada pensamiento aflora con sonido y metáfora, y la cordura del ser ya no deriva de su relación con los hechos, sino de su aproximación a su propia unidad, y en adelante nos encontraremos con hombres y mujeres para quienes los hechos son un peligroso narcótico o sustancia embriagadora. Los hechos proceden del Cuerpo del Sino, y el Cuerpo del Sino proviene de la fase en la que el instinto, antes de las complicaciones de la reflexión, alcanzó el máximo de su fuerza persuasiva. El hombre es perseguido por una serie de accidentes que, a menos que los afronte antitéticamente, le arrastran a toda suerte de ambiciones temporales opuestas a su naturaleza, y le unen quizá a alguna pequeña secta protestante (la familia o el vecindario de la Fase 4 intelectualizados). Y estas ambiciones las defiende con algún tipo de superficial acción intelectual: el panfleto, la soflama, la espada del bravucón. Se pasa la vida vacilando entre la afirmación violenta de alguna postura vulgar, y un dogmatismo que, separado de la circunstancia que lo generó, no significa nada.
Si afronta esos accidentes, empero, haciendo que despierte su ser antitético, hay una doble prodigalidad, una fuente sobreabundante de vida personal. Se vuelve hacia la Máscara verdadera, y teniéndola por intelecto filosófico (Mente creadora) liberado de cuanto es tópico y temporal, anuncia una filosofía que es expresión lógica de una mente que está a solas con el objeto de su deseo. La Máscara verdadera, derivada de la terrible Fase 26, llamada fase del Jorobado, es lo inverso a cuanto es emocional, siendo emocionalmente frío; no matemático, pues la abstracción intelectual ha cesado en la Fase 11, sino puro mármol. En presencia de la Máscara, la Mente creadora tiene el aislamiento de una fuente bajo la luz de la luna; sin embargo, uno debe distinguir siempre entre la Voluntad emocional —ahora aproximándose a su máximo grado de sensibilidad, y cada vez más consciente de su fragilidad— y lo que sería la Máscara solitaria, imperturbable y orgullosa, así como entre la Voluntad y su discordia en la Mente creadora, donde no hay retraimiento respecto de la vida. El hombre sigue una Imagen creada o escogida por la Mente creadora de entre lo que le ofrece el Sino; quiere perseguirla, dominarla; y esta Imagen fluctúa entre concreta y sensual. Se ha vuelto personal; hay ahora, aunque no de manera tan decisiva como más adelante, una sola forma de belleza escogida, y la Imagen sexual se dibuja como un diamante, y se tiñe de esos colores pálidos que los escultores dan a veces a una estatua. Como todos los anteriores a la Fase 15, el hombre se siente abrumado ante la idea de su propia debilidad y no conoce otra fuerza que la de la Imagen y la Máscara.
FASE TRECE
Voluntad. El hombre sensual.
Máscara (de la Fase 27). Verdadera: Autoexpresión. Falsa: Ensimismamiento.
Mente creadora (de la Fase 17). Verdadera: Verdad subjetiva. Falsa: Morbosidad.
Cuerpo del Sino (de la Fase 3). Amor forzado a otro.
Ejemplos: Baudelaire, Beardsley, Ernest Dowson.
Se dice que ésta es la única fase donde es posible la completa sensualidad, a saber: la sensualidad sin mezcla de ningún otro elemento. Ahora es posible una total unidad intelecual. Unidad del Ser aprehendida a través de imágenes de la mente; y a esto se opone el Sino (la Fase 3, en la que el cuerpo se vuelve deliberado y global), el cual ofrece idéntica redondez y plenitud de sensación. La Voluntad es ahora espejo de la experiencia emocional, o sensación, según sea gobernada por la Máscara o por el Sino. Aunque de cera respecto a cualquier huella de emoción o de sensación, no obstante, debido a una pasión por la verdad (Mente creadora), se convierte en su opuesto y recibe de la Máscara (Fase 27), que está en la fase del Santo, una virginal pureza de emoción. Si vive objetivamente, es decir, si se abandona a las sensaciones, se vuelve morbosa, ve las sensaciones separadas unas de otras bajo la luz de su análisis perpetuo (Mente creadora en una fase de dispersión). La Fase 13 es una fase de gran importancia, porque es la más intelectualmente subjetiva, y porque sólo aquí puede culminar en perfección aquello de la vida antitética que corresponde a la santidad en lo primario: no la negación de sí, sino la expresión por la expresión misma. Su influencia sobre ciertos escritores ha hecho que la crítica literaria de éstos exaltase la sinceridad intelectual al lugar de la literatura que en teología corresponde a la santidad. En esta fase el yo descubre dentro de sí, mientras lucha con el Cuerpo del Sino, formas de morbosidad emocional que otros reconocen como propias; del mismo modo que el Santo puede tomar sobre sí las enfermedades físicas de otros. Hay casi siempre una preocupación por esas metáforas y símbolos e imágenes mitológicas a través de las cuales definimos todo lo que parece más extraño o más morboso. El odio a sí mismo alcanza ahora su grado máximo, y a través de este odio llega la lenta liberación del amor intelectual. Hay momentos de triunfo y momentos de fracaso, cada cual en su forma extrema, porque el entendimiento subjetivo no sabe nada de moderación. Como la tintura primaria se ha debilitado, se ha debilitado la sensación de cantidad; porque la tintura antitética está preocupada con la calidad.
Desde ahora, si no desde la Fase 12, y hasta pasada la Fase 17 ó 18, es raro el amor afortunado, pues dado que el hombre debe encontrar una mujer cuya Máscara caiga dentro o cerca de su propia Máscara y Cuerpo del Sino, si ha de hallar una fuerte atracción sexual, el ámbito de elección se reduce, y toda vida se hace más trágica. A medida que la mujer se vuelve más difícil de encontrar, es más difícil de encontrar el objeto del amor. Carente de objetos de deseo apropiados, la relación entre hombre y Daimon se vuelve más claramente un forcejeo o incluso una relación de enemistad.
FASE CATORCE
Voluntad. El hombre obsesionado.
Máscara (de la Fase 28). Verdadera: Serenidad. Falsa: Falta de seguridad en sí mismo.
Mente creadora (de la Fase 16). Verdadera: Voluntad emocional. Falsa: Terror.
Cuerpo del Sino (de Fase 2). Amor forzado al mundo.
Ejemplos: Keats, Giorgione, muchas mujeres hermosas.
A medida que nos acercamos a la Fase 15 aumenta la belleza personal, y ya en la Fase 14 y la Fase 16 se hace posible la más grande belleza humana. La meta del ser debe consistir en liberar aquellos objetos que son imágenes del deseo, la excitación y el desorden del Cuerpo del Sino, y en ciertas circunstancias imprimir en ellos el carácter pleno de la Máscara, la cual, siendo de la Fase 28, es un replegarse o fundirse en sí mismos. Es este acto del intelecto, iniciado en la concepción, el que ha dado al cuerpo su belleza. El Cuerpo del Sino, procedente de la fase de máxima energía posible —aunque de una energía sin finalidad, como la del niño—, actúa contra este replegarse, si bien ofrece pocos objetos aparte de su excitación, de su miel esencial. Las imágenes de deseo, liberadas del Cuerpo del Sino y sometidas a la Máscara, se hallan separadas e inmóviles (Mente creadora de una fase de dispersión violenta). Las imágenes de la Fase 13 e incluso de la Fase 12 tienen, en menor grado, este carácter. Cuando las comparamos con las de cualquier fase posterior, cada una parece estudiada por sí misma: flotan como en el aire sereno, o descansan ocultas en algún valle, y si se mueven es debido a una música que vuelve siempre sobre la misma nota; o en una danza que vuelve sobre sí misma, de forma que parecen inmortales.
Cuando el ser está fuera de fase, cuando es seducido por la curiosidad primaria, tiene conciencia de su debilidad primaria y su intelecto se convierte en un apasionado temor, u horror a la soledad; incluso puede volverse loco; o puede utilizar su debilidad consciente y su consiguiente terror a modo de imán sobre la simpatía de los otros, como medio de dominación. En la Fase 16 se descubrirá un deseo de aceptar toda posible responsabilidad; pero ahora el ser renuncia a las responsabilidades, y esta renuncia se convierte en un instrumento de poder, toda vez que las cargas de las que se ha desprendido han sido asumidas por otros. Aquí nacen esas mujeres de belleza más conmovedora. Helena pertenece a esta fase; y se presenta a los ojos de la mente como desarrollando una delicada disciplina personal, como si hiciese de su vida entera una imagen de energía antitética unificada. Aunque aparenta una imagen de dulzura y placidez, dibuja perpetuamente sobre el cristal con un diamante. Sin embargo, entre sus pecados no se contará nada que no viole esa disciplina personal, independientemente de lo que pueda parecer según la disciplina de otros; pero si falla en su propia disciplina, no se engañará a sí misma; y pese a toda la languidez de sus movimientos, y a su indiferencia respecto a las acciones de los otros, su mente nunca está en paz. Vagará mucho sola, como si meditase concienzudamente su obra maestra, que ejecutará durante la luna llena, aunque oculta a los ojos humanos; y cuando regrese a su casa, mirará a los suyos con ojos tímidos, como si se diera cuenta de que la han despojado de todos los poderes de autoprotección, de que de su en otro tiempo violenta tintura primaria no queda sino una inocencia extraña e irresponsable. La primera parte de su vida ha sido peligrosa, quizá debido a esa nobleza —ese exceso de energías antitéticas— que puede haber constreñido de tal manera a lo primario evanescente que, en vez de convertirse en expresión de tales energías, no es sino un vacilante batir de alas, o un plegarse éstas y quedarse melancólicamente quietas. Cuanto más grande es el peligro, más se acerca ella a la unión final de lo primario y lo antitético, en que no deseará nada; quizá, a causa de la debilidad del deseo, no comprende ya nada, aunque parece comprenderlo todo; no sirve ya para nada, aunque la única impresión que da es de servir. ¿No es porque desea tan poco, da tan poco, por lo que los hombres morirán o matarán por ella? Uno piensa en el «ídolo eterno» de Rodin: ese hombre arrodillado con las manos juntas detrás de la espalda en humilde adoración, besando a una muchacha un poco más abajo de su seno, mientras ella mira hacia abajo sin comprender, con sus párpados semicerrados. Quizá si pudiéramos verla un poco después echando su dinero, con las mejillas encendidas, sobre una mesa de juego, nos asombraría el modo de contradecirse gesto y figura, ignorando que su disfraz escogido es la Máscara del Loco, y que lo que la aterra es la muerte y la quietud. Uno piensa también en las mujeres de Burne-Jones, aunque no en las de Botticelli, que tienen demasiada curiosidad, ni en las de Rossetti, que tienen demasiada pasión; y al contemplar con los ojos de la mente esos rostros puros reunidos alrededor del Sueño de Arturo, o apiñados en la Escalera de oro, nos preguntamos si no nos habrán llenado de sorpresa, o de espanto, por la locura, el deseo incontenible de excitación, o la esclavitud a las drogas que reflejan.
En los poetas que son de esta fase, también, encontramos la huella del Cuerpo del Sino como algo embriagador o estupefaciente. Wordsworth, que se estremecía de su soledad, ha llenado todo su arte, salvo unas pocas páginas, de ideas vulgares, de sentimentalismo vulgar; mientras que en la poesía de Keats, de escasa pasión sexual, hay una sensualidad exagerada que nos sugiere irresistiblemente la pimienta en la lengua como si fuese su símbolo. El pensamiento se disuelve en imágenes; y en Keats, que en determinados aspectos es el tipo perfecto de esa fase, la curiosidad intelectual se encuentra en su nivel más bajo; no hay imagen, en lo más selecto de su poesía, cuya subjetividad no hayan realzado mediante su uso multitud de grandes poetas, escultores y artífices. El ser ha alcanzado casi el final de esa elaboración de sí que tiene como punto culminante una absorción en el tiempo, en el que el espacio no puede ser más que símbolos o imágenes mentales. Hay poca observación incluso en los detalles de expresión, todo es ensueño; mientras que en Wordsworth, la soledad cada vez más profunda del alma ha reducido la humanidad, objetivamente considerada, a unas cuantas figuras endebles recortándose unos momentos en medio de montañas y lagos. El genio correspondiente en pintura es Monticelli, después de 1870, y quizás el de Conder, aunque en Conder hay elementos que sugieren la fase anterior.
Todos los nacidos en fases antitéticas anteriores a la Fase 15 están sujetos a violencia debido a la energía indeterminada del Cuerpo del Sino; esta violencia parece accidental, imprevisible y cruel… y aquí hay mujeres secuestradas por bandidos y violadas por villanos.
FASE QUINCE
El Cuerpo del Sino y la Máscara son ahora idénticos, e idénticas la Voluntad y la Mente creadora; o más bien, la Mente creadora se ha disuelto en la Voluntad y el Cuerpo del Sino en la Máscara. Pensamiento y voluntad son indistinguibles, así como el esfuerzo y el logro, y esto es la culminación de un lento proceso; nada es evidente salvo la Voluntad soñando y la Imagen que sueña. Desde la Fase 12, todas las imágenes y cadencias de la mente han sido satisfactorias para dicha mente en la medida en que han expresado tal convergencia de pensamiento y voluntad, esfuerzo y logro. Los términos «musical» y «sensual» no son sino formas de designar ese proceso convergente. El pensamiento se ha ejercido, no como un medio sino como un fin en sí mismo: el poema, el cuadro, el ensueño son suficientes en sí. Sin embargo, no es posible separar en el entendimiento el unificarse de la Voluntad y la Mente creadora y el de la Máscara y el Cuerpo del Sino. Sin la Máscara y el Cuerpo del Sino, la Voluntad no tendría nada que desear, y la Mente creadora nada que aprehender. Desde la Fase 12, la Mente creadora ha quedado tan mezclada de tintura antitética que cada vez reduce más su contemplación de cosas reales a aquellas que semejan imágenes mentales deseadas por la Voluntad. El ser ha seleccionado, modelado, remodelado y estrechado su círculo de vida, se ha vuelto cada vez más artista, cada vez más «distinguido» en todas sus preferencias. Ahora la contemplación y el deseo, integrados en uno, habitan un mundo en donde toda imagen amada tiene forma física, y toda forma física es amada. Este amor no sabe nada de deseo, porque el deseo implica esfuerzo, y aunque aún hay separación respecto del objeto amado, el amor acepta la separación como algo necesario para su propia existencia. El Sino se concibe como el límite que configura nuestro Destino y —puesto que no podemos desear nada fuera de ese límite— como expresión de nuestra libertad. El Azar y la Elección se han vuelto intercambiables sin haber perdido su identidad. Como ha cesado todo esfuerzo, todo pensamiento se ha vuelto imagen, porque ningún pensamiento podría existir si no se llevase hacia su propia extinción, en medio del temor o de la meditación; y cada imagen está separada de las otras; porque si la imagen estuviese enlazada con la imagen, el alma despertaría de su trance inmutable. Todo lo que el ser ha experimentado como pensamiento es visible a sus ojos como algo global, y de este modo percibe todos los órdenes de existencia, no como son para los demás, sino según su propia percepción. Su propio cuerpo posee la más grande belleza posible, consistente efectivamente en ese cuerpo que el alma habitará de manera permanente cuando haya repetido todas sus fases según el número asignado: lo que nosotros llamamos el Cuerpo celestial depurado. Si el ser ha vivido fuera de fase, tratando de recorrer las fases antitéticas como si fuesen primarias, sentirá ahora el terror de la soledad, que aceptará obligada, dolorosamente, y su vida se verá acosada por terribles sueños. Incluso para los más perfectos, hay un tiempo de dolor, un paso a través de una visión, donde el mal se revela con su significado último. En este paso, Cristo, se dice, lloró la interminable longitud del tiempo y lo indigno de la suerte del hombre para el hombre, mientras que su precursor lloró y su sucesor llorará la brevedad del tiempo y lo indigno del hombre respecto a su suerte; pero esto aún no se puede comprender.
FASE DIECISÉIS
Voluntad. El hombre positivo.
Máscara (de la Fase 2). Verdadera: Ilusión. Falsa: Delirio.
Mente creadora (de la Fase 14). Verdadera: Vehemencia. Falsa: Voluntad obstinada.
Cuerpo del Sino (de la Fase 28). Ilusión forzada.
Ejemplos: William Blake, Rabelais, Aretino, Paracelso, algunas mujeres hermosas.
La Fase 16 contrasta con la Fase 14, pese a la extrema subjetividad común a ambas, en que su Cuerpo del Sino procede de la fase del Loco, fase de energía sin objeto, de la vida física por la vida física; mientras que el Cuerpo del Sino de la Fase 14 procedía de la fase del Niño y su Máscara de la del Loco. El Sino infunde una excitación sin objeto a la Fase 14. La Fase 14 encuentra dentro de sí un sueño autoabsorbente antitético. La Fase 16 vive un sueño parecido, y encuentra dentro de sí una excitación sin objeto. Esta excitación y este sueño son ilusiones, de manera que la Voluntad, que es en sí misma una energía violenta dispersándose, tiene que hacer uso del intelecto (Mente creadora) para discernir entre una y otro. Las dos son ilusiones, dado que —así de pequeña es la naturaleza primaria— la sensación de realidad es imposible. Si emplea su intelecto, que es el más estricto, el más firme, incluso el más cruel para el hombre, para liberar al niño sin objeto (es decir, para descubrir la Máscara y la Imagen en el juguete del niño), descubre la más radiante expresión del alma, y se rodea de una especie de país mágico, de alguna mitología culta o burlesca. Su misma dispersión, su mera precipitación en lo desordenado y sin límites, después del trance de inmovilidad de la Fase 15, encuentra su antítesis, y por tanto el dominio y conocimiento de sí.
Si, no obstante, subordina su intelecto al Cuerpo del Sino, dicho intelecto despliega toda su crueldad y estrechez al servicio de un fin absurdo tras otro, hasta que no queda más que la idea fija y cierto odio histérico. Por estos fines, derivados de una fase de absorción, el Cuerpo del Sino hace retroceder la Voluntad a su subjetividad, deformando la Máscara hasta que la Voluntad sólo puede ver el objeto de su deseo en estos fines. No odia el deseo opuesto, como les ocurre a las fases de creciente emoción antitética, sino lo que se opone al deseo. Incapaz de nada, salvo de un idealismo incapaz (porque no tiene pensamiento sino en forma de mito, o en defensa del mito), debe ver —puesto que ve el lado blanco de todo— el lado negro; ¿quién sino un dragón podría soñar con frustrar a un san Jorge? En los hombres de esta fase concurrían estas dos naturalezas, porque ser fiel a la fase supone una lucha incesante. En un momento se llenan de odio —Blake habla de «demonios flamencos y venecianos» y de cierto cuadro suyo destruido «por alguno de los viles encantamientos de Stoddart»—, odio siempre rayano en la locura, y al momento siguiente producen la comedia de Aretino y de Rabelais o la mitología de Blake, y descubren el simbolismo para expresar la crecida y desbordamiento de la mente. Siempre hay algo de frenesí y, casi siempre, una complacencia en ciertas imágenes encendidas o luminosas de fuerza concentrada: en la fragua del herrero, en el corazón, en la figura humana en su momento de máximo vigor, en el disco solar, en ciertas representaciones simbólicas de los órganos sexuales; porque el ser ha de jactarse de haber triunfado de su propia incoherencia.
Desde la Fase 8, el hombre ha juzgado cada vez más lo que está bien con relación al tiempo: una acción justa, un motivo justo, eran algo que él consideraba posible o deseable pensar o hacer eternamente; su alma «entraría en posesión de sí misma para siempre en un solo instante», pero ahora empieza otra vez a juzgar la acción o el motivo con relación al espacio. Una acción justa, un motivo justo, tienen que serlo así en seguida para cualquier hombre en circunstancias parecidas. Hasta ahora, una acción o un motivo han sido justos precisamente porque son exactamente así para una persona solamente, aunque siempre para esa persona. Después del cambio, la creencia en la inmortalidad del alma declina, aunque el declive es lento, y sólo podrá recobrarse dicha creencia una vez pasada la Fase 1.
Entre los que pertenecen a esta fase puede haber grandes escritores satíricos, grandes caricaturistas; pero se apiadan de lo bello, pues ésa es su Máscara, y odian lo feo, pues ése es su Cuerpo del Sino, y por tanto son muy distintos de los de las fases primarias —de Rembrandt, por ejemplo—, quienes sienten piedad por lo feo, identifican lo bello con lo sentimental, o lo tildan de insípido, y se apartan de ello secretamente o lo desprecian y lo odian. Hay aquí, también, mujeres hermosas cuyos cuerpos han adoptado la imagen de la Máscara verdadera, y hay en ellas una intensa radiación, algo de «El bebé ardiendo» de la lírica isabelina. Caminan como reinas, y parece que llevan en la espalda una aljaba repleta de flechas, pero son amables sólo con aquellos a los que han elegido o sometido, o con los perros que las siguen pegados a sus talones. De generosidad e ilusiones sin límites, se entregarán a un pordiosero porque se parece a un cuadro religioso y le serán fieles toda la vida; o si les da por elegir una docena de amantes, morirán convencidas de que ninguno sino el primero o el último tocó jamás sus labios, porque son de ésas cuya «virginidad se renueva como la luna». Fuera de fase, se vuelven arpías si sus amantes dan un paso en falso en un baile en el que todas las figuras son invento de ellas y las cambian a su antojo sin aviso previo. De hecho, si el cuerpo posee, quizá, una gran perfección, su mente tiene siempre algo imperfecto, algún rechazo o desajuste de la Máscara: Venus fuera de fase escogió al lisiado Vulcano. Aquí hay también varias personas muy feas, de cuerpo contrahecho y retorcido por la violencia del nuevo primario; pero el cuerpo, aunque tiene esa fealdad, puede contener una gran belleza espiritual. Esta es, en realidad, la única fase antitética en la que es posible la fealdad, dado que es complementaria de la Fase 2, única fase primaria en la que es posible la belleza.
A partir de esta fase tropezaremos con los que practican la violencia, en vez de los que la sufren; y nos preparamos para encontrarnos con los que aman a una persona viva y no a una imagen de la mente; pero, hasta aquí, ese amor es poco más que la «idea fija» de fidelidad. A medida que crezca el nuevo amor, se irá desvaneciendo el sentido de la belleza.
FASE DIECISIETE
Voluntad. El hombre daimónico.
Máscara (de la Fase 3). Verdadera: Simplificación por la intensidad. Falsa: Dispersión.
Mente creadora (de la Fase 13). Verdadera: Imaginación creadora mediante la emoción antitética. Falsa: Autorrealización forzada.
Cuerpo del Sino (de la Fase 27). Pérdida forzada.
Ejemplos: Dante, Shelley, Landor.
Se le llama hombre daimónico por la Unidad del Ser; y la consiguiente expresión del pensamiento daimónico es ahora más fácil que en cualquier otra fase. Al contrario que en la Fase 13 y la Fase 14, en las que las imágenes mentales estaban separadas unas de otras de manera que pudiesen ser objeto de conocimiento, ahora manan, cambian, fluctúan, gritan o se mezclan formando algo distinto; pero lo hacen, como en la Fase 16, sin destrozarse ni herirse unas a otras; porque la Fase 17, fase central de su tríada, carece de frenesí. La Voluntad, se cae a pedazos, pero sin explosión ni ruido. Los fragmentos separados buscan las imágenes más que las ideas, y éstas trata en vano de sintetizarlas el intelecto, instalado en la Fase 13, trazando con su compás una línea que representará el perfil de un capullo recién abierto. El ser tiene por supremo objetivo, como en la Fase 16 (y como en todas la fases antitéticas subsiguientes), ocultarse a sí mismo y a los demás esta separación y este desorden; y oculta ambas cosas bajo la Imagen emocional de la Fase 3, como en la Fase 16 ocultaba su más grande violencia bajo la de la Fase 2. Cuando es fiel a la fase, el intelecto debe poner en esta empresa toda su capacidad de síntesis. Descubre, no el mito apasionado que descubrió la Fase 16, sino una Máscara de simplicidad que es también intensidad. Esta Máscara puede representar la pasión intelectual o la pasión sexual, parecerse a un Ahasverus o a un Atanasio, ser el Dante descarnado de la Divina Comedia; su imagen correspondiente puede ser la Venus Urania de Shelley, la Beatrice de Dante, o incluso la Gran rosa amarilla del Paraíso. La Voluntad, cuando es fiel a la fase, adopta con la Máscara una intensidad que nunca es dramática, sino siempre lírica y personal; y esta intensidad, aunque adoptada siempre de manera deliberada, no es para otros sino el encanto del ser; no obstante, la Voluntad tiene siempre conciencia del Cuerpo del Sino que destruye perpetuamente esta intensidad, abandonando así la Voluntad a su propia «dispersión».
En la Fase 3, no en cuanto Máscara sino en cuanto fase, debe haber un total bienestar o equilibrio físico, aunque no belleza o intensidad emocional; pero en la Fase 27 están los que se apartan de todo lo que representa la Fase 3 y buscan aquellas cosas para las que dicha fase es ciega. El Cuerpo del Sino, por tanto, derivado de una fase de renuncia, es «pérdida», y contribuye a hacer imposible la «simplificación mediante la intensidad». El ser, por medio del intelecto, selecciona algún objeto de deseo para una representación de la Máscara como Imagen, una mujer quizá, y el Cuerpo del Sino arrebata el objeto. Entonces el intelecto (Mente creadora), que en las fases más antitéticas se definía mejor como imaginación, debe reemplazar el objeto arrebatado con alguna nueva imagen de deseo; y en la medida de su poder y capacidad para lograr la unidad, relacionar lo perdido, lo arrebatado, con la nueva imagen de deseo; y lo que amenaza a la nueva imagen, con la unidad del ser. Tanto si su unidad ha pasado ya como si ha de venir aún, puede a pesar de todo ser fiel a la fase. Utilizará desde entonces su intelecto sólo para aislar la Máscara y la Imagen como formas elegidas o como concepciones de la mente.
Si está fuera de fase, evitará el conflicto subjetivo, consentirá, esperará que el Cuerpo del Sino acabe por desaparecer; y entonces la Máscara se adherirá a él y le seducirá la Imagen. Se sentirá traicionado y perseguido hasta que, enzarzado en el conflicto primario, se revolverá contra todo lo que destruye la Máscara y la Imagen. Estará sujeto a la pesadilla, porque su Mente creadora (desplazada de la Imagen y la Máscara al Cuerpo del Sino) da una forma mitológica o abstracta aislada a todo cuanto despierta su odio. Puede incluso soñar con escapar a la mala suerte apropiándose del Cuerpo del Sino impersonal de la fase opuesta a la suya y de la intercambiable pasión por la mesa de escritorio y el libro mayor. Debido al hábito de síntesis, a la creciente complejidad de la energía que proporcionan los múltiples intereses, y a la todavía débil percepción del peso y la masa de las cosas, los hombres de esta fase son casi siempre partidistas, propagandistas y gregarios; sin embargo, a causa de la Máscara de simplificación, que pone ante ellos la vida solitaria de los cazadores y los pescadores, y «los bosques que ama la pálida pasión», detestan las fiestas, las multitudes, la propaganda. Shelley, fuera de fase, escribe panfletos y sueña con convertir al mundo, o con hacerse hombre de negocios y derribar gobiernos; y no obstante, vuelve una y otra vez a estas dos imágenes de soledad: un joven cuyo cabello ha encanecido bajo el agobio de sus pensamientos, un anciano recluido en una cueva sembrada de conchas al que es posible calificar, cuando se habla de él al sultán, de «inaccesible como Dios o como tú». Por otro lado, ¡cuán sujeto está Shelley a la pesadilla! Ve al diablo recostado contra un árbol, es atacado por asesinos imaginarios y, obedeciendo a lo que considera una voz sobrenatural, crea a Los Cenci a fin de poder dar a Beatrice Cenci su increíble padre. Sus enemigos políticos son imágenes monstruosas y sin sentido. Y a diferencia de Byron, que pertenece a dos fases después, no puede ver nunca lo que se le opone como realmente es. Dante, que lloraba su exilio como la peor de las desgracias para un hombre como él y suspiraba por su perdida soledad, y que sin embargo no era capaz de sustraerse a la política, era tan partidista, según un contemporáneo suyo, que si un niño o una mujer hablaban contra su partido les apedreaba.
Sin embargo Dante, tras alcanzar como poeta la Unidad del Ser, veía como poeta todas las cosas en orden, tenía un intelecto que estaba solamente al servicio de la Máscara, al punto que forzaba incluso las cosas que se le oponían a servirla, y le satisfacía igualmente ver el bien y el mal. Shelley, en cambio, que incluso como poeta había alcanzado la unidad sólo en parte, encontró compensación a su «pérdida», a habérsele privado de sus hijos, a sus disputas con su primera mujer, a las posteriores decepciones sexuales, a su exilio, a su difamación —sólo había tres o cuatro personas, decía, que no le consideraban un monstruo de iniquidad—, en su esperanza en el futuro de la humanidad. Carecía de visión del mal, no podía concebir el mundo como un conflicto continuo; así que, aunque fue evidentemente un gran poeta, no fue de los más grandes. Dante, al sufrir la injusticia y la pérdida de Beatrice, descubrió la justicia divina y la Beatrice celestial; pero la justicia de Prometeo desencadenado es una emoción vaga y propagandística, y las mujeres que esperan su llegada son como las nubes. Esto es así en parte porque la época en que vivió Shelley estaba tan fragmentada que era casi imposible la verdadera Unidad del Ser, pero en parte también porque, estando Shelley fuera de fase en lo referente a su razón práctica, se hallaba sujeto a un automatismo que él confundía con la invención poética, especialmente en sus poemas más largos. Los hombres antitéticos (una vez pasada la Fase 15) utilizan este automatismo para escapar al odio, o más bien para ocultarlo a sus propios ojos; quizá en ocasiones, en momentos de fatiga, dan todos ellos rienda suelta a imágenes fingidas y fantásticas, o a una risa casi maquinal.
He analizado el caso de Landor en Per Amica Silentia Lurue. Hombre violento donde los haya, utiliza su intelecto para liberar una imagen visionaria de perfecta cordura (la Máscara en la Fase 3) vista siempre en el arte más sereno y clásico imaginable. Quizá tenía toda la Unidad del Ser que su tiempo le permitía, y poseía, aunque no de manera plena, la Visión del Mal.
FASE DIECIOCHO
Voluntad. El hombre emocional.
Máscara (de la Fase 4). Verdadera: Intensidad a través de las emociones. Falsa: Curiosidad.
Mente creadora (de la Fase 12). Verdadera: Filosofía emocional. Falsa: Atractivo forzado.
Cuerpo del Sino (de la Fase 26). Desilusión forzada.
Ejemplos: Goethe, Matthew Arnold.
La tintura antitética concluye en esta fase; el ser va perdiendo conocimiento directo de su antigua vida antitética. Terminado el conflicto entre esa porción de la vida sensible que pertenece a su unidad y esa otra que tiene en común con los demás, empieza a destruir su conocimiento. Ya no son posibles, probablemente, un «Nocturno de amor» o una «Oda al viento del oeste»; desde luego, ya no son característicos. Apenas puede recrear el hombre, si se le priva de la acción y el intelecto que concierne a la acción, su vida onírica; y cuando dice «¿Quién soy yo?», encuentra difícil analizar sus pensamientos en relación unos con otros, sus emociones en relación unas con otras, pero comienza a serle fácil analizarlas en relación con la acción. Puede analizar esas mismas acciones con una claridad nueva. Ahora, por primera vez desde la Fase 12, se hace casi verdad la frase de Goethe: «El hombre se conoce a sí mismo sólo por la acción, jamás por el pensamiento». Entretanto, la tintura antitética empieza a alcanzar, sin lucha ni autoanálisis previos, su forma activa, que es amor —amor en tanto en cuanto unión de la emoción y el instinto— o, cuando está fuera de fase, sentimentalismo. La Voluntad, mediante alguna forma de filosofía emocional, trata de librar una forma de belleza emocional (Máscara) de una «desilusión» distinguiéndola de las «ilusiones» de la Fase 16, que son continuas, en que permite un despertar intermitente. Con su final antitético, la Voluntad se aparta de la vida de las imágenes para volverse hacia la vida de las ideas, es vacilante y curiosa, y busca en esta Máscara (que procede de una fase en la que todas las funciones pueden ser perfectas) lo que se convierte, cuando se considera antitéticamente, en un saber de las emociones.
En su fase siguiente, el ser se habrá fragmentado; ya sólo puede conservar su unidad mediante un equilibrio deliberado de experiencias (Mente creadora en la Fase 12, Cuerpo del Sino en la Fase 26), así que debe desear esa fase (aunque transformada en vida emocional), en la que la sabiduría parece un accidente físico. Su objeto de deseo ya no es una única imagen de pasión, pues debe relacionarlo todo con la vida social; el hombre intenta convertirse no en un sabio, no en un Ahasverus, sino en un rey prudente, y busca una mujer con aspecto de madre prudente de sus hijos. Quizá es ahora, y por primera vez, el amor de una mujer viva (una vez aceptada la «desilusión»), prescindiendo de la belleza o de la función, una meta admitida, aunque aún no enteramente alcanzada. El Cuerpo del Sino procede de la fase en la que la «sabiduría del conocimiento» ha empujado a la Máscara y la Imagen a convertirse no en objetos de deseo sino en objetos de conocimiento. Goethe no se casó, como dice Beddoes, con su cocinera, pero desde luego no se casó con la mujer que habría deseado; y su dolor a la muerte de ésta reveló que, a diferencia de la Fase 16 o de la Fase 17 que olvidan sus juguetes rotos, podía amar lo que le producía desilusión. Cuando trate de vivir objetivamente, sustituirá la sabiduría emocional por la curiosidad, inventará artificialmente objetos de deseo; dirá quizá —aunque esto lo ha dicho un hombre que probablemente es de una fase posterior—: «Jamás me enamoraré de una encantadora de serpientes»; la Máscara falsa le acosará, le perseguirá y, renunciando a la lucha, huirá de la Máscara verdadera en cada elección artificial. El ruiseñor rechazará la espina, permaneciendo así entre las imágenes en vez de pasar a las ideas. El hombre de esta fase está todavía desilusionado; pero ya no puede suplir, mediante la filosofía, el deseo que la vida le ha arrebatado con el amor por lo que la vida ha aportado. La Voluntad está cerca del lugar asignado a la Cabeza en la gran carta, lo que le permite escoger su Máscara aun cuando sea fiel a la fase de manera casi fría y siempre deliberada, mientras que la Mente creadora procede del lugar asignado al Corazón y es, por tanto, más apasionada y menos delicada y sutil que si las Fases 16 o 17 fuesen sede de la Voluntad, aunque todavía no fogosa ni discutidora. La Voluntad situada en la Cabeza utiliza el corazón con total maestría y, debido a lo primario creciente, empieza a darse cuenta de que tiene un auditorio, aunque aún no dramatiza deliberadamente la Máscara para producir efecto, como hará la Fase 19.
FASE DIECINUEVE
Voluntad. El hombre afirmativo.
Máscara (de la Fase 5). Verdadera: Convicción. Falsa: Dominación.
Mente creadora (de la Fase 11). Verdadera: Intelecto emocional. Falsa: El infiel.
Cuerpo del Sino (de la Fase 25). Fracaso forzado de la acción.
Ejemplos: (quizá) Gabriele d’Annunzio, Oscar Wilde, Byron, cierta actriz.
Esta fase es el principio de lo artificial, de lo abstracto, de lo fragmentario y lo dramático. Ya no es posible la Unidad del Ser, porque el ser se ve constreñido a vivir en un fragmento de sí y a dramatizar ese fragmento. Está concluyendo la tintura primaria, está dejando de ser posible el conocimiento de sí con relación a la acción. El ser sólo conoce de manera completa esa porción de sí mismo que juzga la realidad en función de la acción. Cuando el hombre vive conforme a la fase, es gobernado ahora por la convicción y no por un estado de ánimo dominante, y es eficaz sólo en la medida en que es capaz de encontrar dicha convicción. Su meta es hacer uso de un intelecto que tiende fácilmente a la declamación, al énfasis emocional, que hace de convicción en una vida donde el esfuerzo, en la medida en que su objeto es deseado apasionadamente, se reduce a cero. El hombre de esta fase quiere ser fuerte y estable, pero como han desaparecido la Unidad del Ser y el conocimiento de sí, y es demasiado pronto para adherirse a otra unidad por medio de la mente primaria, va de énfasis en énfasis. La fuerza de la convicción, proveniente de una Máscara antitéticamente transformada del primer cuarto, no se funda en el deber social, aunque pueda parecer así a otros, sino que se forma en el temperamento para adaptarse a cualquier crisis de la vida personal. Su pensamiento es inmensamente eficaz y dramático, surgiendo siempre de una situación inmediata, de una situación fundada o creada por él mismo, y puede tener un valor grande y permanente como expresión de una personalidad apasionante. Dicho pensamiento es siempre un ataque abierto; o un énfasis repentino, una extravagancia, o la proclamación apasionada de alguna idea general, que es un modo más velado de atacar. Al provenir la Mente creadora de la Fase 11, el hombre se ve condenado a tratar de destruir todo lo que rompe o pone obstáculos a la personalidad; pero esta personalidad se concibe como dotada de una intensidad fragmentaria y momentánea. Puede, no obstante, recuperarse totalmente el dominio de las imágenes, amenazado o perdido en la Fase 18; pero hay menos símbolos, más realidad. Ha desaparecido la vitalidad de los sueños, y ha empezado a aparecer una vitalidad de los hechos concretos que tiene como fin último el dominio del mundo real. El curso del río, tras un salto abrupto, prosigue a un nivel inferior; el hielo se convierte en agua, y el agua en vapor: se inicia una nueva fase química.
Cuando se vive fuera de fase, hay desprecio u odio a los demás, y en vez de buscar la convicción por la convicción misma, el hombre adopta opiniones con las que poder imponerse a los demás. Es tiránico y caprichoso, y su intelecto es llamado «El infiel», porque, siendo utilizado sólo para la victoria, cambia de terreno en un segundo y se complace en algún nuevo énfasis, sin importarle si entre esto y aquello hay coherencia. La Máscara procede de esa fase donde comienza la perversidad, donde comienza el artificio, y obtiene su discordia de la Fase 25, la última en la que es posible lo artificial; el Cuerpo del Sino es por tanto fracaso forzoso de la acción, y muchos de esta fase quieren acción por encima de todas las cosas como medio de expresión. Tanto si está dentro o fuera de fase, hay en el hombre un deseo de escapar a la Unidad del Ser o a cualquier aproximación a ella; porque ahora la Unidad puede ser un simulacro. Y en la medida en que el alma guarda memoria de esa Unidad potencial, hay debilidad antitética consciente. Ahora tiene que dramatizar la Máscara a través de la Voluntad y teme a la Imagen, profundamente interior, de la vieja tintura antitética en su momento de mayor fuerza; y no obstante, esta Imagen puede parecer infinitamente deseable, si puede encontrar el deseo. Cuando, de este modo, se encuentra desgarrado en dos, su huida, cuando tiene lugar, puede ser tan violenta que le arrastra a la Máscara falsa y a la falsa Mente creadora. Cierta actriz es típica de esta fase, porque se rodea de dibujos del último período de Burne-Jones y los venera como si fuesen representaciones sagradas, mientras que su manera de ser es violenta, dominadora y egoísta. Hay rostros de mujeres calladas, aunque ella no se calla ni un momento; sin embargo, esos rostros no son, como yo pensaba en otro tiempo, la Máscara verdadera, sino parte de esa incoherencia que la Máscara verdadera debe ocultar. Si tuviera que rendirse a su influencia, su arte se volvería insincero y explotaría una emoción que ya no es suya. Encuentro en Wilde, también, algo precioso, femenino, insincero, que proviene de su admiración por los escritores del siglo XVII y de las primeras fases, y gran parte de lo que es violento, arbitrario e insolente en él proviene de su deseo de escapar.
La Máscara antitética llega a los hombres de la Fase 17 y de la Fase 18 como una forma de fuerza, y cuando se sienten tentados a dramatizar, la dramatización es caprichosa y no comporta ninguna convicción de fuerza, porque detestan el énfasis; pero ahora ha empezado la debilidad de lo antitético, pues aunque aún es el más fuerte, no puede ignorar que va creciendo lo primario. Ya no es monarca absoluto, y permite que pase el poder al estadista o al demagogo, a los que, sin embargo, cambiará continuamente.
Aquí encontramos hombres y mujeres que aman a quienes les roban o les pegan, como si el alma se embriagase con el descubrimiento de la naturaleza humana, o encontrase, incluso, un secreto placer en la destrucción de la imagen de su deseo. Es como si gritase: «Quisiera ser poseída por», o «quisiera poseer lo que es humano. ¿Qué me importa que sea bueno o malo?». No hay «desilusión», porque han encontrado lo que buscaban; aunque lo que buscaban y han encontrado es sólo un fragmento.
FASE VEINTE
Voluntad. El hombre concreto.
Máscara (de la Fase 6). Verdadera: Fatalismo. Falsa: Superstición.
Mente creadora (de la Fase 10). Verdadera: Dramatización de la Máscara. Falsa: Autoprofanación.
Cuerpo del Sino (de la Fase 24). Exito forzado de la acción.
Ejemplos: Shakespeare, Balzac, Napoleón.
Como la fase que la precede y las que la siguen inmediatamente es una fase de fragmentación y subdivisión del ser. La energía anda siempre buscando aquellos hechos que por ser separables pueden verse más claramente, o expresarse más claramente; pero cuando hay fidelidad a la fase hay una semejanza con la antigua unidad, o más bien una nueva unidad, que es no Unidad del Ser, sino unidad del acto creador. El hombre ya no trata de unificar lo que ha roto la convicción imponiendo esas mismas convicciones a los demás y a sí mismo, sino proyectando una o muchas dramatizaciones. Puede crear exactamente en la misma medida en que puede ver dichas dramatizaciones como separadas de sí, y, no obstante, como compendio de su naturaleza entera. Su Máscara proviene de la Fase 6, en la que el hombre se convierte por primera vez en una forma generalizada, conforme a la tintura primaria, como en la poesía de Walt Whitman; pero esta Máscara tiene que rescatarla, mediante dramatización, de un Cuerpo del Sino surgido de la Fase 24, cuya dominación moral se extingue ante la del mundo exterior concebido como un todo. El Cuerpo del Sino se llama «éxito forzado»: un éxito que se despliega y se alisa, que se disuelve creando, que parece complacerse en todo lo que fluye hacia afuera, que lo impregna todo de grasa y aceite, que convierte la dramatización en profanación: «Me he convertido en un fárrago para la vista». Debido a la necesidad de ver la imagen o imágenes dramáticas como individuos, es decir situadas en un entorno fijo y concreto, busca un campo de acción, un espejo que no sea de su creación. A diferencia de la Fase 19, fracasa en situaciones creadas por él mismo, o en obras de arte cuyo carácter o historia no sacan ningún provecho de la historia. Su fase se llama del «Hombre concreto» porque el aislamiento de las partes iniciado en la Fase 19 es superado en la segunda fase de la tríada: se ha conseguido la subordinación de las partes merced al descubrimiento de las relaciones concretas. Su capacidad de abstracción, afectada también por estas relaciones, puede no ser más que un interés emocional por generalizaciones tales como «Dios», «Hombre»; un Napoleón puede limitarse a señalar el cielo estrellado y decir que es la prueba de la existencia de Dios. Hay una complacencia en las imágenes concretas que, a diferencia de las imágenes apasionadas de la Fase 18, o de las imágenes declamatorias de la Fase 19, revela a través del complejo sufrimiento el destino general del hombre. Sin embargo, para expresar este sufrimiento, debe personificar más que caracterizar; crear, y no limitarse a observar esa multitud que no es sino su Máscara reflejada en un espejo multiplicador; porque lo primario aún no es lo bastante fuerte como para suplir la perdida Unidad del Ser con la del mundo exterior percibido como hecho. En el hombre de acción, esta multiplicidad confiere la más grande riqueza de recursos si no tiene en contra su horóscopo, una gran ductilidad, un don especial para asumir cualquier papel que excite su imaginación, una filosofía del impulso y de la audacia; pero en el hombre de acción debe sofocarse una parte de su naturaleza, debe preferirse una sola dramatización principal o grupo de imágenes a todas las demás.
Napoléon se ve a sí mismo como Alejandro marchando a la conquista de Oriente: Máscara e Imagen deben adoptar una forma histórica y no mitológica u onírica; una forma encontrada, no creada: es coronado vestido de emperador romano. Shakespeare, la otra figura suprema de esta fase, fue —a juzgar por los pocos datos biográficos, y por los calificativos de «dulce» y «afable» que le aplicaron sus contemporáneos— un hombre cuya personalidad real parecía débil y falta de pasión. Al contrario que Ben Jonson, no se batió jamás en duelo; se mantuvo apartado de las querellas en una época en que abundaban; ni siquiera se quejaba cuando alguien plagiaba sus sonetos: no dominó ninguna Taberna de la Sirena, pero —a través de la Máscara y la Imagen reflejadas en un espejo multiplicador— creó el arte más apasionado que existe. Fue el más grande de los poetas modernos, en parte porque fue completamente fiel a la fase, creando siempre a partir de la Máscara y la Mente creadora, y jamás de la situación sola, jamás del Cuerpo del Sino; y si lo supiéramos todo acerca de él, encontraríamos que el éxito le llegó, al igual que a otros de esta fase, como algo hostil e imprevisto; como algo que trataba de imponer una intuición del Sino (la condición de la Fase 6) procedente del exterior, y por tanto como una forma de superstición. Shakespeare y Balzac utilizaron la Máscara falsa en el plano de la imaginación, la exploraron para imponer la verdadera; y lo que Thomas Lake Harris[20], americano visionario y medio charlatán, dijo de Shakespeare podía haberlo dicho de los dos: «Se le erizaba el pelo a menudo, y toda su vida fue caja de resonancia de las cámaras de la tumba».
En la Fase 19 creamos mediante la Máscara exteriorizada un mundo imaginario, en cuya existencia real creemos, mientras que permanecemos separados de él; en la Fase 20 entramos en ese mundo y nos convertimos en parte de él: lo estudiamos, acumulamos pruebas históricas y, a fin de poderlo dominar mejor, expulsamos el mito y el símbolo, y lo obligamos a que parezca el mundo real donde viven nuestras vidas.
Es una fase de ambición: en Napoleón, es la ambición propia del dramaturgo; en Shakespeare, la de las personas de su arte; no es la ambición del legislador solitario, la de la Fase 10 (donde se ha situado la Mente creadora), que rechaza, resiste y reduce, sino una energía creadora.
FASE VEINTIUNO
Voluntad. El hombre codicioso.
Máscara (de la Fase 7). Verdadera: Autoanálisis. Falsa: Autoadaptación.
Mente creadora (de la Fase 9). Verdadera: Dominio del intelecto. Falsa: Deformación.
Cuerpo del Sino (de la Fase 23). Triunfo forzado de la hazaña.
Ejemplos: Lamark, Bernard Shaw, el señor Wells, George Moore.
La tintura antitética tiene tan ligera predominancia que casi la igualan la Mente creadora y el Cuerpo del Sino en el control del deseo. La Voluntad apenas puede concebir una Máscara separada de la Mente creadora y del Cuerpo del Sino o que predomine sobre una y otro; sin embargo, dado que puede hacerlo, hay personalidad, no carácter. Es mejor, sin embargo, emplear un término diferente; así que las Fases 21, 22 y 23, igual que las opuestas, se definen como fases de individualidad en las que se estudia la Voluntad menos en relación con la Máscara que en relación consigo misma. En la Fase 23 aparecerá claramente la nueva relación con la Máscara como algo de lo que hay que escapar.
La tintura antitética es noble y, juzgada por las normas de lo primario, mala; mientras que la primaria es buena y banal; y esta fase, la última antes de que lo antitético abandone su control, sería casi enteramente buena si no odiase su propia banalidad. La personalidad tiene casi la rigidez, casi la estabilidad de carácter; pero no es carácter porque aún sigue siendo fingida. Cuando contemplamos a Napoleón podemos vernos a nosotros mismos, quizá pensar incluso que somos Napoleones; pero el hombre de la Fase 21 tiene una personalidad que parece creación de su circunstancia y de sus defectos, una manera de ser propia e imposible para los demás. Decimos en seguida: «¡Qué individualista es!»; en teoría, cualquier cosa que uno haya elegido debe estar dentro de lo que los demás pueden elegir en determinado momento o para determinado fin; pero en la práctica encontramos que nadie de esta fase tiene imitadores personales, ni ha dado su nombre a un modo de comportamiento. La Voluntad ha llevado la complejidad intelectual a su embarullamiento final, un embarullamiento generado por la continua adaptación a nuevas circunstancias de una secuencia lógica; y la meta del individuo, cuando es fiel a la fase, es alcanzar, dominando por entero toda circunstancia, una simplicidad autoanalizadora, autoconsciente. El hombre de la Fase 7 se estremecía ante su simplicidad intelectual, mientras que el de ésta deberá estremecerse ante su complejidad.
Fuera de fase, en vez de buscar esta simplicidad a través de su propia voluntad dominadora y constructiva, hará ostentación de una ingenuidad imaginaria, incluso meterá la pata en su trabajo, fomentará dentro de sí rencores o sentimientos estúpidos, o cometerá indiscreciones calculadas simulando impulsos. Se halla bajo la Máscara falsa (autoadaptación emocional) y la falsa Mente creadora (deformación: la furiosa Fase 9 ha actuado por «sensualidad forzada»). Ve lo antitético como un mal, y desea el mal, porque está sometido a una especie de posesión maligna; que no es en relidad más que teatro. Precisamente porque su adaptabilidad puede volverse en cualquier dirección, por haber vivido conforme a lo primario, el hombre se ve empujado hacia todo lo que es extraño o grotesco, hacia las pasiones creadas por la mente, las emociones simuladas; adopta todo lo que puede sugerir ese corazón ardiente que él anhela en vano; se vuelve fanfarrón o payaso. Como cierto personaje del Idiota de Dostoievski, invita a otros a contar sus peores acciones a fin de poder confesar que robó media corona permitiendo que una criada cargase con la culpa. Cuando todos se vuelven contra él, se queda asombrado; porque sabe que la confesión no es cierta, o si lo es, que su acción no era sino una broma, o una pose, y que está todo el tiempo lleno de una bondad que le inunda de vergüenza. Tanto si vive conforme a la fase y mira la vida sin emoción, como si vive fuera de fase y simula emoción, su Cuerpo del Sino le aleja de la unidad intelectual; pero en la medida en que vive fuera de fase, atenúa el conflicto; renuncia a resistir, se deja llevar por la corriente. Dentro de la fase, intensifica el conflicto al máximo rechazando toda actividad que no sea antitética: se vuelve intelectualmente dominante, intelectualmente único. Percibe la simplicidad de su fase opuesta como una vasta sistematización en la que la voluntad se impone a la multiplicidad de las imágenes vivas, o acontecimientos, especialmente en Shakespeare, en Napoleón incluso, que se complacía en su vida independiente; porque es un tirano y tiene que matar a su adversario. Si es novelista, sus personajes deben marchar por su camino personal, no por el de ellos, y anda demostrando continuamente su tesis: preferirá la construcción al flujo de la vida, y como dramaturgo creará personajes y situaciones carentes de pasión y de gusto; sin embargo, es un maestro de la sorpresa, porque nunca se puede estar seguro de dónde va a dar el tiro. Ahora hay estilo, pero como signo de la obra bien hecha, de cierta energía y precisión de movimiento; en el sentido artístico, ya no es posible, porque la tensión de la voluntad es demasiado grande para permitir la sugestión. Los escritores de esta fase son grandes hombres públicos y sobreviven después de su muerte como monumentos históricos, porque carecen de significado fuera del tiempo y de la circunstancia.
FASE VEINTIDÓS
Voluntad. Equilibrio entre ambición y contemplación.
Máscara (de la Fase 8). Verdadera: Autoinmolación. Falsa: Autoafirmación.
Mente creadora (de la Fase 8). Verdadera: Amalgamamiento. Falsa: Desesperación.
Cuerpo del Sino (de la Fase 22). Tentación por la fuerza.
Ejemplos: Flaubert, Herbert Spencer, Swedenborg, Dostoievski, Darwin.
La meta del ser, hasta que haya alcanzado el punto de equilibrio, será la de la Fase 21, salvo que la síntesis será más completa y la sensación de identidad entre el individuo y su pensamiento, entre su deseo y su síntesis, será más íntima; pero lo característico de esta fase es precisamente que aquí se alcanza y se sobrepasa el equilibrio; aunque se ha constatado que el individuo puede tener que regresar a esta fase más de una vez —aunque no más de cuatro— antes de sobrepasarlo. Una vez alcanzado el equilibrio, la meta ha de ser utilizar el Cuerpo del Sino para liberar de la Máscara a la Mente creadora, y no utilizar la Mente creadora para liberar a la Máscara del Cuerpo del Sino. Esto lo hace el ser utilizando de tal modo el intelecto en hechos del mundo que desaparece el último vestigio de personalidad. La Voluntad, empeñada en su última batalla con el hecho exterior (Cuerpo del Sino), debe someterse, hasta que se ve a sí misma como inseparable de la naturaleza percibida como hecho, y verse como fundida en esa naturaleza a través de la Máscara, bien como conquistador perdido en lo que conquista, bien muriendo en el momento de la conquista, tanto si lo hace por la fuerza de la lógica, por la fuerza del drama, o por la fuerza de la mano. Desde la Fase 8, la Voluntad se ha visto a sí misma, cada vez más, como una Máscara, como una forma de poder personal; pero ahora debe ver roto ese poder. De la Fase 12 a la Fase 18, era o debía haber sido un poder ejercido por la naturaleza entera, pero algo cada vez más profesional, temperamental o técnico.
Se ha vuelto abstracto; y cuanto más buscaba la totalidad del hecho natural, más abstracto se ha ido haciendo. Uno piensa en un líquido derramado que va perdiendo densidad a medida que se extiende, hasta convertirse en mera película. Lo que en la Fase 21 era ardiente deseo de simplicidad consciente de sí como huida de la complicación y la subdivisión lógicas, es ahora (merced a la Máscara de la Fase 8) deseo de que muera el intelecto. En la Fase 21, todavía trataba de cambiar el mundo, poder ser un Shaw, un Wells; pero ahora no intentará cambiar nada, no necesita nada, aparte de lo que llamamos «realidad», «Voluntad de Dios»: la mano, cansada y confusa al tratar de coger demasiado, tiene que aflojar.
Aquí se opera un intercambio entre porciones de la mente semejante al que tiene lugar entre lo antiguo y lo nuevo primario, entre lo antiguo y lo nuevo antitético de las Fases 1 y 15. Es reflejo, sin embargo, de la Rueda de los Principios que describiré en el Libro II. La mente, que ha mostrado un carácter predominantemente emocional llamado de la Víctima a través de las fases antitéticas, muestra ahora un carácter predominantemente intelectual llamado del Sabio (aunque, hasta que pase la Fase 1, sólo puede utilizar el intelecto, cuando es fiel a la fase, para eliminar el intelecto); mientras que la mente que ha sido predominantemente la del Sabio adopta ahora el de Victimage. Un elemento de la naturaleza se ha agotado en el punto de equilibrio, y el elemento opuesto controla la mente. Esto nos hace pensar en los accesos de sentimentalismo que se apoderan de los hombres violentos, en los accesos de crueldad que acometen a los sentimentales. En la Fase 8, fase ciega y asfixiada, no hay intercambios como éste. En el Libro II volveré sobre esta omisión. Un hombre de la Fase 22, por lo general, no sólo sistematizará hasta agotar su voluntad, sino que descubrirá tal agotamiento en todo lo que estudia. Si Lamark, como es probable, era de Fase 21, Darwin fue probablemente un hombre de Fase 22; porque su teoría de la evolución por la supervivencia de variedades accidentales afortunadas parece ser expresión de ese agotamiento. En sí mismo, el hombre de esta fase jamás es débil, jamás es indeciso o vacilante cuando piensa; porque si reduce a todos al silencio, es un silencio debido a la tensión; y hasta el momento del equilibrio, nada que no contribuya al más grande esfuerzo de que es capaz le interesa. El supremo genio literario de esta fase es Flaubert, y su Tentación de San Antonio y su Bouvard y Pécuchet son los libros sagrados de la fase, uno porque describe su efecto sobre una mente en la que todo es concreto y sensual; el otro, sobre la mente moderna, más lógica, práctica y curiosa. En ambos, la mente agota todo el conocimiento a su alcance y se hunde agotada en una curiosa futilidad. Pero de esta fase no es tanto el tema como el método. No hay ninguna duda de que Flaubert era de esta fase: todo tenía que ser impersonal; no tenía que gustarle o desagradarle el personaje o el suceso; es «el espejo que se pasea por un camino» de Stendhal, con una luminosidad que no es de Stendhal; y cuando hacemos nuestro su talante, nos parece renunciar a nuestra propia ambición por influencia de una mirada extraña, penetrante, imparcial.
Tenemos la impresión, también, de que este hombre que sistematizó relacionando tan sólo una asociación emocional con otra se ha vuelto extrañamente duro, frío e invulnerable; de que este espejo no es frágil, sino de acero irrompible. El único término que nos viene a la mente es «sistematizado»; pero implica demasiada deliberación, mientras que la asociación se efectúa en él como se agrupan los trocitos de papel o las motitas de serrín sobre el agua de un cuenco. En Dostoievski, el «amalgamamiento» es menos intelectual, menos ordenado: ha alcanzado, nos damos cuenta, el punto de equilibrio a través de la vida, no a través del proceso deliberado de su arte; su voluntad entera, no sólo su voluntad intelectual, ha sido sacudida. Sus personajes, al contrario que los de Bouvard y Pécuchet, incluso que los de la Tentación, en los que se refleja esta voluntad rota, son conscientes de la existencia de un Todo inasible al que se ha dado el nombre de Dios. Por un momento, se ha roto ese fragmento, esa relación que es nuestro mismo ser; son un Udan Adan «llorando en el borde de la nada, llorando por Jerusalén, con débiles, casi inarticulados gemidos»; aún no ha llegado la completa sumisión.
Swedenborg rebasa su periodo de equilibrio después de los cincuenta años; mente increíblemente seca y árida, tangible y fría como los minerales que ensayaba para el gobierno sueco, estudia una nueva rama de la ciencia: la economía, la historia natural del Cielo; observa que no existe nada sino la emoción, el amor soberano. Ha desaparecido tan por completo el deseo de dominar, ha penetrado de tal modo tal «amaigamamiento» en el subconsciente, en lo que es oscuro, que podemos llamarla visión. De haber estado fuera de fase, de haber intentado ordenar su vida conforme a la Máscara personal, habría sido pedante y arrogante, un Bouvard, o un Pécuchet, yendo de absurdo en absurdo, desesperado e insaciable.
En el mundo de la acción, tal absurdo puede llegar a ser terrible; porque los hombres morirán o matarán por una síntesis abstracta, y cuanto más abstracta más les alejará de los escrúpulos y del compromiso; y a medida que aumentan los obstáculos para esa síntesis, aumenta la violencia de su voluntad. Es una fase tan trágica como su opuesta, y más terrible, porque el hombre de esta fase puede convertirse, antes de haber alcanzado su punto de equilibrio, en un destructor y un perseguidor, en una figura tumultuosa y violenta; o lo que es más probable —porque la violencia de este hombre debe ser frenada por momentos de resignación o de desesperación, por atisbos de equilibrio—, su sistema se convertirá en instrumento de destrucción y de persecución en manos de otros.
La búsqueda de la Unidad de lo Real por una única facultad, en vez de la Unidad del Ser mediante el uso de todas, ha separado al hombre de su genio. Esto se simboliza en la Rueda con la separación gradual (al apartarnos de la Fase 15) de la Voluntad y la Mente creadora, de la Máscara y el Cuerpo del Sino. Durante la encarnación sobrenatural de la Fase 15, nos veíamos empujados a adoptar una absoluta identidad de la Voluntad —o el yo— con su poder creador, de la belleza con el cuerpo; pero durante algún tiempo el yo y el poder creador, aunque separándose, han sido vecinos y parientes. Un Landor, o un Morris, por muy violento, por muy niño que pueda parecer, es siempre un hombre notable; en las Fases 19, 20 y 21, el genio se convierte en profesional, en algo aceptado cuando acepta un trabajo; comienza a ser posible recopilar las estupideces de los hombres geniales en un álbum de recortes; Bouvard y Pécuchet guardan ese refugio para su vejez. Alguien ha dicho que Balzac era a mediodía muy ignorante, pero que a medianoche, ante una taza de café, lo sabía todo en el mundo. En el hombre de acción, digamos en un Napoleón, las estupideces subyacen ocultas, porque la acción es una forma de abstracción que ahoga todo lo que no puede expresar. En la Fase 22, la necedad es evidente; la descubrimos en la correspondencia de Karl Marx, en su insolencia vulgar, mientras que para Goncourt, Flaubert, como hombre parecía lleno de pensamiento irreflexivo. Flaubert, dice Anatole France, no era inteligente. Dostoievski parecía a los que primero aclamaron su genio, cuando dejaba la pluma, un loco histérico. Recordamos a Herbert Spencer, en una casa de huéspedes, embadurnando las uvas con un corcho manchado de tinta para teñirlas de su color favorito, «el rojo impuro». Por otra parte, a medida que la Voluntad se aleja de la Mente creadora, se va acercando al Cuerpo del Sino, con lo que se va manifestando una creciente complacencia en la energía impersonal y en los objetos inanimados; y a medida que la Máscara se aparta del Cuerpo del Sino y se acerca a la Mente creadora, nos complacemos cada vez más en todo lo que es artificial, en todo lo que es deliberadamente inventado. Los símbolos pueden volvérsenos detestables, y delicioso lo feo y lo arbitrario, a fin de poder matar más rápidamente toda memoria de la Unidad del Ser. Nos identificamos a nosotros mismos en nuestro entorno —en nuestro entorno percibido como hecho concreto—, mientras que al mismo tiempo el intelecto escapa fuera de nuestro alcance, por así decir, de manera que contemplamos sus energías como algo que ya no podemos controlar, y damos a cada una de esas energías nombre propio como si fuese un ser animado. Ahora que la Voluntad y el Cuerpo del Sino son uno, la Mente creadora y la Máscara son una sola cosa también: ya no somos cuatro sino dos; y la vida, una vez alcanzado el equilibrio, se convierte en un acto de contemplación. Ya no hay un objeto deseado como algo distinto del pensamiento mismo; ya no hay una Voluntad como algo distinto del proceso de la naturaleza visto como hecho concreto; y así, el pensamiento mismo, viendo que no puede ni empezar ni terminar, permanece estacionario. El intelecto se conoce a sí mismo como su propio objeto de deseo; y la Voluntad se conoce a sí misma como el mundo; no hay cambio ni deseo de cambio. De momento, ha cesado el deseo de alcanzar una forma y se hace posible un realismo absoluto.
FASE VEINTITRÉS
Voluntad. El hombre receptivo.
Máscara (de la Fase 9). Verdadera: Sabiduría. Falsa: Autocompasión.
Mente creadora (de Fase 7). Verdadera: Creación por la piedad. Falsa: Deseo autoimpulsado.
Cuerpo del Sino (de la Fase 21). Exito.
Ejemplos: Rembrandt, Synge.
Cuando está fuera de fase, por razones que aparecerán más adelante, este hombre es tiránico, pesimista y encerrado en sí mismo. Dentro de la fase, su energía tiene un carácter análogo al anhelo de la Fase 16 por escapar de la completa subjetividad; escapa de la sistematización y la abstracción en un estado de alegría explosiva. El reloj se ha parado y hay que volver a darle cuerda. La tintura primaria es ahora mayor que la antitética, y el hombre debe liberar el intelecto de todos los motivos fundados en el deseo personal con la ayuda del mundo externo, ahora por primera vez estudiado y dominado por su interés mismo. Debe matar todo pensamiento que tienda a sistematizar el mundo, haciendo una cosa, no porque quiera o porque deba hacerla, sino porque puede; es decir, ve todas las cosas desde el punto de vista de su propia técnica, toca y prueba e investiga técnicamente. Es, sin embargo, por la naturaleza de su energía, violento, anárquico, como todo el que pertenece a la primera fase de un cuarto. Y por carecer de sistematización está sin maestro y sólo mediante el dominio técnico puede librarse de la impresión de ser frustrado y enfrentado por otros hombres; y su dominio técnico debe existir, no por sí mismo, aunque por sí mismo lo ha adquirido, sino por lo que revela, porque pone de manifiesto —a la mano y al ojo, en cuanto son distintos del pensamiento y la emoción— la humanidad general. No obstante, este poner de manifiesto es una sorpresa perpetua, una recompensa imprevista a la habilidad. Y a diferencia del hombre antitético, debe utilizar su Cuerpo del Sino (ahora siempre su «éxito») para librar su intelecto de la personalidad; y sólo cuando lo haya conseguido, sólo cuando escape de la Máscara voluntaria, encontrará su verdadero intelecto, y será encontrado por su Máscara verdadera.
La Máscara verdadera proviene de la frenética Fase 9 en la que la vida personal se hace visible por primera vez; pero de esa fase dominada por su Cuerpo del Sino, «sensualidad forzada», proviene la Fase 7, en donde la oleada del instinto liega casi más arriba de los labios. Se la llama «sabiduría», y esta sabiduría (personalidad reflejada en un espejo primario) es la humanidad general experimentada como una forma de emoción involuntaria y complacencia involuntaria en los «pequeños detalles» de la vida. El hombre limpia su aliento del cristal de la ventana, y se ríe complacido de todo el variado panorama. Porque su Mente creadora está en la Fase 7, donde la vida instintiva, alcanzando la máxima complejidad, sufre una síntesis abstracta externa; su Cuerpo del Sino, que le empuja a la vida intelectual, está en la Fase 21; y su Voluntad está en una fase de rebelión frente a todo resumen intelectual, frente a toda abstracción intelectual; esta complacencia no es mera complacencia: el hombre quiere construir una totalidad, pero esta totalidad ha de parecer todo acontecimiento, todo cuadro. Esta totalidad, empero, no debe ser instintiva, física, natural, aunque pueda parecerlo; porque en realidad le interesa sólo lo humano, lo individual, lo moral. Puede que a otros les parezca que a él le interesa sólo lo inmoral y lo inhumano, porque será hostil o indiferente a los resúmenes morales e intelectuales; si es Rembrandt, descubre a su Cristo a través de la curiosidad anatómica, o de la curiosidad respecto a las luces y sombras, y si es Synge, se complace maliciosamente en el contraste entre su héroe, al que descubre con su talento para la comedia, y cualquier héroe creado por la mente de los hombres. Efectivamente, sea un Synge o un Rembrandt, está dispuesto a sacrificar cualquier conversión —quizá todo lo que los hombres han acordado respetar— a un tema alarmante, o a un modelo que le complace pintar; sin embargo, durante todo el tiempo, debido a la naturaleza de la Máscara, hay otro resumen que actúa a través de cada nervio y cada hueso. Jamás es este hombre el mero técnico que parece, aunque cuando le preguntamos qué quiere decir se callará, o dirá alguna incoherencia o puerilidad.
El artista y el escritor de la Fase 21 y de la Fase 22 han eliminado de su estilo todo lo que es personal, buscando el frío metal y el agua pura; pero se deleitará en el color y en la idiosincrasia, aunque debe descubrir estas cosas más que crearlas. Synge debe encontrar el ritmo y la sintaxis en las islas Aran, y Rembrandt deleitarse en todos los detalles del mundo visible; sin embargo, ni el uno ni el otro, cualquiera que sea su fruición de la realidad, lo manifestará sin exageración, porque uno y otro se complacen en todo lo que es deliberado, en todo lo que se burla de la coherencia intelectual, y conciben el mundo como si fuera un caldero desbordante. Los dos trabajarán con esfuerzo y dolor, encontrando lo que no buscaban; porque, después de la Fase 22, el deseo ya no crea, la voluntad ha ocupado su lugar; pero lo que ellos revelan es gozoso. Mientras que Shakespeare revelaba, a través de un estilo lleno de alegría, una visión melancólica buscada muy lejos, un estilo que jugaba, una mente que servía, Synge tiene que llenar muchos cuadernos, pegar el oído al agujero del techo; y qué paciencia ha debido de emplear Rembrandt para pintar un cuello de encaje, aunque para encontrar su tema no tenía más que abrir los ojos. Cuando el hombre está fuera de fase, cuando trata de elegir su Máscara, es pesimista con el pesimismo de los otros, y tiránico con la tiranía de los otros, porque no puede crear. La Fase 9 estaba dominada por el deseo, se describía como dotada de la más grande fe en su propio deseo de que el hombre era capaz, aunque la Fase 23 no recibe de ella deseo sino compasión, no creencia sino sabiduría. La compasión necesita sabiduría igual que el deseo necesita creencia; porque la compasión es primaria, mientras que el deseo es antitético. Cuando la compasión se halla separada de la sabiduría tenemos la Máscara falsa, una compasión como la del ebrio, autocompasión, ya dirigida fingidamente a otro o sólo a sí mismo: compasión corrompida por el deseo. ¿Quién no siente compasión en Rembrandt, en Synge, y sabe que es inseparable de la sabiduría? En las obras de Synge hay mucha autocompasión, ennoblecida por una compasión por todo lo que vive. Una vez una actriz, representando a su Deirdre, puso todo esto en un gesto. Conchubar, que ha matado al marido de Deirdre y a sus amigos, tiene un altercado con Fergus, que clama venganza: «Apártate un poco —exclama ella— de las peleas de imbéciles»; y un momento más tarde, avanzando como una sonámbula, tocó a Conchubar en el brazo, con un gesto lleno de dulzura y compasión, como si dijese: «Tú también vivirás». En una obra primeriza de Synge, no publicada, escrita antes de descubrir los dialectos de Aran y Wicklow, hay melancolía latente y morbosa autocompasión. Tuvo que sufrir una transformación estética, análoga a la conversión religiosa, antes de convertirse en el hombre audaz, alegre, irónico que conocemos. La vida emocional, en la medida en que era deliberada, tenía que ser transferida de la Fase 9 a la Fase 23, de un estado de melancólica autocomplacencia a su opuesto directo. Esta transformación debió de parecerle un descubrimiento de su verdadero ser, de su verdadero ser moral; mientras que la de Shelley llegó en el instante en que creó una imagen apasionada que le hizo olvidarse de sí mismo; llegó, quizá, al pasar de la retórica litigante de Queen Mab a las ensoñaciones solitarias de Alastor. El arte primario valora sobre todo la sinceridad con el yo o la Voluntad, pero con un yo activo que transforma, que percibe.
El cuarto del Intelecto era un cuarto de dispersión y generalización, un jugar al volante con el primer cuarto de retoño animal. Pero el cuarto cuarto es un cuarto de repliegue y concentración en el que el hombre moral activo debe recibir en su interior —y transformar en simpatía primaria— la autorrealización emocional del segundo cuarto. Si no la recibe y la transforma, se hunde en la estupidez y en el estancamiento, no percibe otra cosa que sus propios intereses, o se convierte en un instrumento en manos de otros; y en la Fase 23, dado que ha de deleitarse en lo imprevisto, puede ser brutal e injurioso. Sin embargo, no odia, como el hombre del tercer cuarto, dado que ignora los sentimientos de los demás, o es indiferente a ellos. Rembrandt compadecía la fealdad, porque lo que llamamos fealdad era para él una huida de todo lo que es resumido y conocido; pero de haber pintado un rostro bello, como hombre antitético que comprende la belleza, habría seguido siendo para él un convencionalismo, la habría visto a través de un espejismo de aburrimiento.
Cuando comparamos la obra de Rembrandt con la de David, cuya fase era la Fase 21, o la obra de Synge con la de Wells, estamos comparando hombres cuya tintura antitética se está fragmentando y disolviendo con hombres en los que —como para una última resistencia— se está tensando, concentrando, nivelando, transformándose, clasificándose. Rembrandt y Synge se contentan con mirar y aplaudir. Fíay en realidad tanta selección de los acontecimientos en un caso como en el otro; pero en la Fase 23 los acontecimientos parecen alarmantes porque eluden el intelecto.
Todas las fases, después de la Fase 15 y antes de la Fase 22, destejen lo que han tejido las fases equivalentes anteriores a la 15 y posteriores a la 8.
El hombre de la Fase 23 tiene en la Máscara, en Fase 9, un contrario que parece su mismo yo, hasta que utiliza la discordia de ese contrario, su Cuerpo del Sino en Fase 21, para alejar la Máscara, liberar el intelecto, limpiar la compasión de todo deseo y convertir la creencia en sabiduría. La Mente creadora, discordia para la Voluntad, proviene de una fase de dispersión instintiva, y debe convertir la violenta objetividad del yo o Voluntad en una complacencia en todo lo que respira o se mueve: «Los peces alegres sobre las olas cuando la luna absorbe el rocío».
FASE VEINTICUATRO
Voluntad. Fin de la ambición.
Máscara (de la Fase 10). Verdadera: Confianza en sí mismo. Falsa: Aislamiento.
Mente creadora (de la Fase 6). Verdadera: Emoción constructiva. Falsa: Autoridad.
Cuerpo del Sino (de la Fase 20). Acción objetiva.
Ejemplos: la reina Victoria, Galsworthy, Lady Gregory.
Como la Máscara parece ahora el yo natural, del que debe escapar, el hombre se esfuerza en convertir cuanto hay dentro de él procedente de la Fase 10 en alguna cualidad de la Fase 24. En la Fase 23, cuando el hombre se hallaba en lo que parecía ser su yo natural, se sumía en la autoabsorción y las abstracciones propias de ese estado; pero ahora las abstracciones son de las que alimentan el fariseísmo y el desprecio de los demás, que es lo más que el yo natural se puede acercar al dominio de la autoexpresión de la Fase 10. La moralidad, que se ha vuelto pasiva y pomposa, se disuelve en formas y fórmulas sin sentido. Bajo influencia del Cuerpo del Sino destejedor y de la discordia de la Fase 10, el hombre libra su intelecto de la Máscara mediante una infatigable actividad personal. En vez de quemar la abstracción intelectual en un fuego técnico como hacía en la Fase 23, muele la abstracción moral en un molino. Este molino, creado por el intelecto liberado, es un código de conducta personal, el cual, por haberse formado a partir de la tradición social e histórica, permanece siempre de forma concreta en la mente. Todo se sacrifica a este código: la fuerza moral alcanza su punto culminante; la furia de la Fase 10 que pretendía destruir cuanto obstaculiza al ser desde el exterior es ahora todo renuncia. Hay una gran humildad —«moría cada día que vivía»—; y un orgullo enorme, un orgullo en aceptar el código, un orgullo impersonal, como si fuese uno a firmar: «siervo de siervos». No hay capacidad filosófica, ni curiosidad intelecual; pero no hay aversión alguna a la filosofía ni a la ciencia: forman parte del mundo, y acepta ese mundo. Puede haber una gran intransigencia con todo el que quebranta el código o se resiste a él, y una gran tolerancia con todo el mal del mundo que se sitúa claramente fuera de él, tanto arriba como abajo. Dicho código debe estar en vigor; y puesto que no puede consistir en una elección intelectual, será siempre una tradición ligada a la familia, o al oficio, o al comercio, y formará siempre parte de la historia. Parece siempre predeterminado; porque su meta subconsciente es forzar a la renuncia de toda ambición personal; y aunque lo obedece con dolor —¿puede haber compasión en un código rígido?—, el hombre se siente inundado de gozo con la renuncia de sí; e inundado de compasión —¿qué otra cosa puede haber en la renuncia de sí?— por aquellos sobre quienes el código no tiene derecho alguno, por los niños y la multitud anónima. Despiadado con los que sirven y consigo mismo, es piadoso contemplando a los que son servidos: jamás se cansa de perdonar.
Los hombres y mujeres de esta fase crean un arte en el que los individuos sólo existen para expresar algún código histórico, o alguna tradición histórica de la acción y el sentimiento, de cosas escritas en lo que Raftery llama el Libro del Pueblo o establecidas por el uso social u oficial, y consignadas incluso en los directorios o libros nobiliarios. El juez en el estrado no es más que un juez, el prisionero en el banquillo no es más que el eterno malhechor, a los que podemos observar en las leyendas o en el «libro azul». Desprecian al vagabundo más que a ningún hombre, hasta que éste se convierte en gitano, estañador, presidiario o algo parecido, y es así sancionado por la historia, y alcanza por así decir un código heredado o una relación reconocida con dicho código. Someten todas sus acciones al examen más inflexible; sin embargo, carecen de psicología, o de norma particular; porque preguntan sin cesar: «¿He cumplido con mi deber tan bien como fulano de tal?». «¿Soy tan estricto como lo fueron mis padres antes que yo?»; y aunque son capaces de vivir completamente solos, impasibles aunque les condene el mundo entero, eso no significa que se hayan encontrado a sí mismos, sino que se les encuentra fieles. A sus ojos, ni siquiera los vagabundos son totalmente individualistas, y no hacen sino cumplir la maldición que Dios o la necesidad social lanzó sobre ellos antes de nacer.
Fuera de fase, buscando la emoción en vez de la acción impersonal, hay —dado que es imposible el deseo— autocompasión, y por tanto descontento con la gente y con las circunstancias, y una abrumadora sensación de soledad, de estar abandonado. Se recibe mal toda crítica, y los pequeños derechos y privilegios personales, especialmente soportados por hábito o por posición, se hacen valer con violencia; hay una gran indiferencia respecto a los derechos y privilegios de los demás; tenemos aquí al burócrata o al eclesiástico de la sátira, a un tirano incapaz de discernir o de vacilar.
De intelecto proveniente de la Fase 6, pero de energía, voluntad o tendencia de la Fase 24, si están dentro de la fase deben ver expresado su código en la multiforme vida humana: es el espíritu de la reina Victoria en su cénit, distinto del de Walt Whitman. Su vida emocional es lo inverso de la Fase 10, del mismo modo que lo que había de autocrático en la reina Victoria era lo inverso de la autocracia personal de Parnell. Huyen de la Máscara que puede convertirse, cuando es forzada, en esa forma de orgullo y humildad que mantiene la coherencia de un orden profesional o social.
Cuando están fuera de fase adoptan el aislamiento de la Fase 10, que es bueno para esa fase pero destructivo para una fase que debe vivir para los demás y de los demás: y toman de la Fase 6 un puñado de instintos raciales y los convierten en moral abstracta o en convencionalismo social, y así contrastan con la Fase 6, como el espíritu de la reina Victoria en su momento peor contrasta con el de Walt Whitman. Cuando están dentro de la fase, convierten esos instintos en un código concreto fundado en ejemplos de muertos y vivos.
Empieza ahora a hacerse claro, con creciente intensidad, lo que caracteriza a todas las fases del último cuarto: la persecución del instinto —la raza se transforma en un concepto moral—, mientras que las fases intelectuales perseguían la emoción con creciente intensidad, a medida que se acercaban a la Fase 22. La moralidad y el intelecto persiguen, respectivamente, el instinto y la emoción que buscan su protección.
FASE VEINTICINCO
Voluntad. El hombre condicional.
Máscara (de la Fase 11). Verdadera: Conciencia de sí. Falsa: Timidez.
Mente creadora (de la Fase 5). Verdadera: Retórica. Falsa: Arrogancia espiritual.
Cuerpo del Sino (de la Fase 19). Persecución.
Ejemplos: Cardenal Newman, Lutero, Calvino, George Herbert, George Russell (A. E.).
Nacido al parecer para la arrogancia de la fe, igual que el de la Fase 24 nació para la arrogancia moral, el hombre de esta fase tiene que volverse al revés, tiene que cambiar de la Fase líala Fase 25, utilizar el Cuerpo del Sino para librar de la Máscara el intelecto, hasta que este intelecto acepta cierto orden social, cierta condición de vida, cierta creencia organizada: las convicciones del cristianismo, quizá. Debe eliminar de la creencia todo lo que es personal; eliminar la necesidad de intelecto por contagio de algún acuerdo común, como lo fue la Fase 23 por su técnica o la Fase 24 por su código. Con una Voluntad, en declive, intelecto que tiende a soltarse y a separarse, el hombre, como en la Fase 23 o en la Fase 24, ha de encontrarse en tal situación que se vea obligado a efectuar una síntesis concreta (Cuerpo del Sino en la Fase 19, la discordia de la Fase 11); pero esta situación fuerza a la voluntad, si persigue la Máscara falsa, a la persecución de otros, y, si es encontrado por la Máscara verdadera, a sufrir persecución. La Fase 19, fase del Cuerpo del Sino, es una fase de ruptura y, cuando la Voluntad está en la Fase 25, de ruptura por la creencia o por la condición. En ella encuentra ímpetu y deleite. Se llama del Hombre condicional, quizá porque todo el pensamiento del hombre deriva de alguna condición particular de la vida actual, o es un intento de cambiar esa condición por medio de la conciencia social. Es fuerte, y está lleno de iniciativa, lleno de intelecto social; el ensimismamiento apenas ha empezado; pero su objeto es limitar y atar, hacer mejores a los hombres, haciendo imposible que sean de otro modo, para lo cual dispone prohibiciones y hábitos a fin de que los hombres puedan ser naturalmente buenos, como son naturalmente negros, blancos, o amarillos. Puede haber una gran elocuencia, un dominio de todas las imágenes concretas que no son expresión personal; porque aunque hasta aquí no ha habido ninguna inmersión en el mundo, sino clara distinción, identidad manifiesta, hay una desbordante conciencia social. Ningún hombre de cualquier otra fase puede producir el mismo efecto instantáneo en las grandes multitudes; porque ha pasado el tiempo de los códigos, y la conciencia universal ocupa su lugar. Este hombre no apelará a un interés personal, hará poco uso de argumentos que requieran una larga serie de razones, un montón de términos técnicos porque su poder descansa en ciertas convicciones simplificadoras que ha desarrollado con su carácter; necesita el intelecto para darles expresión, no para probarlas; y, privado de esas convicciones, se encuentra sin emoción, y sin ímpetu. Sólo tiene una pasión dominante: hacer buenos a todos los hombres; y esta bondad es a la vez algo concreto e impersonal; y aunque hasta aquí le ha dado nombre a alguna iglesia, o a algún estado, está dispuesto en todo momento a darles nuevo nombre; porque, al contrario que el hombre de la Fase 24, no tiene un orgullo que alimentar de pasados. Conmovido por cuanto es impersonal, se vuelve poderoso como —en una comunidad cansada de comidas complicadas— podría volverse poderoso el hombre que tiene el más grande apetito de agua y pan.
Cuando está fuera de fase, este hombre puede —porque la Fase 11 es una fase de personalidad difusa y de sueño panteísta— volverse vago y sentimental, caer en alguna abstracción emocional, llenársele la cabeza de imágenes muy alejadas de la vida y de ideas muy alejadas de la experiencia, perder el sentido del tacto y del gusto, afirmar su posición con la más grande arrogancia de que el hombre es capaz. Incluso cuando es casi enteramente bueno, apenas puede sustraerse a la arrogancia; ¿con qué viejo amigo rompió el cardenal Newman por una minúscula diferencia teológica?
Vivir en la falsa Mente creadora produce en todas las fases primarias insensibilidad, igual que vivir en la Máscara falsa produce emoción convencional y banalidad; porque esa falsa Mente creadora, al no haber recibido influencia del Cuerpo del Sino ni molde de individuos e intereses, se encuentra por así decir suspendida en sí misma. En la Fase 25, esta insensibilidad puede ser la del juez que envía a un hombre a la tortura, la del estadista que acepta la matanza como una necesidad histórica. Uno piensa en la aparente indiferencia de Lutero ante las atrocidades cometidas, unas veces por los campesinos, otras contra ellos, según la dirección que él imprimía a sus instigaciones.
He definido el genio de Synge y de Rembrandt como típico de la Fase 23. La primera fase de una tríada es expresión de poder inconexo. Ambos sorprendían a la multitud, no pretendían dominarla; en cambio, los escogidos como ejemplos de la Fase 24 convierten a la multitud en norma moral. En la Fase 25, los hombres tratan de gobernar a la multitud, no expresándola, no sorprendiéndola, sino imponiéndole una norma espiritual. Synge, renacido en la Fase 25, podría interesarse, no por el vigor primario y la tragedia de sus compatriotas de las islas Aran, sino por sus condiciones de vida, por sus creencias y, debido a cierta excentricidad (no de fase sino de horóscopo), no por las compartidas con los católicos como él, como Newman quería, sino por compartidas con los campesinos japoneses, o por su creencia como parte de toda creencia popular considerada como religión y filosofía. Utilizaría esta religión y filosofía para matar dentro de sí el último vestigio de especulación abstracta individual; si bien esta religión y esta filosofía, presentes ante su mente, serían artificiales y seleccionadas, aunque siempre concretas. No es aún posible, ni concebible siquiera, buscar la paz, o sumergirse en lo primario espiritual.
Los poetas de esta fase son siempre transportados a un estado de intensa imaginación por alguna forma de propaganda. George Herbert era sin duda de esta fase; y George Russell (A. E.); aunque los indicios están oscurecidos por la influencia que ejercieron algunos poetas y pintores de fases intermedias antitéticas en sus años de juventud. Ni la pintura visionaria de Russell, ni sus visiones de los «espíritus de la naturaleza» son, en este supuesto, fieles a la fase. Cada poema, cuando él se siente impulsado a escribir por alguna forma de propaganda filosófica, es preciso, delicado y original; mientras que en su pintura visionaria descubrimos influencias de otros. De Gustave Moreau, por ejemplo. Esta pintura es, como muchas de sus «visiones», un intento de vivir en la Máscara ocasionado por ideas críticas fundadas en el arte antitético. Lo que fue el dialecto para Synge, para él fue su trabajo práctico como organizador de cooperativas, y encontró ideas precisas y sincera emoción en la expresión de la convicción. Aprendió prácticamente, no de manera teórica, que debía huir de la Máscara. Su obra no debía ser ni conscientemente estética ni conscientemente especulativa, sino imitadora de un Ser central —la Máscara como su perseguidor— conscientemente aprehendido como algo distinto, como algo jamás inmanente aunque eternamente unido al alma.
Su Máscara falsa le mostró qué había que entender por «espíritus de la naturaleza»; porque todas las fases anteriores a la Fase 15 están en la naturaleza, en cuanto distinta de Dios; y en la Fase 11, esa naturaleza se vuelve intelectualmente consciente de sus relaciones con todos los seres creados. Cuando el hombre quiere la Máscara, en vez de huir para que pueda seguirla, ésta le proporciona, no la intuición de Dios, sino una intuición simulada de la naturaleza. Esta intuición simulada se presenta en forma de imágenes sensibles convencionales ideales, en vez de hacerlo en forma de opinión abstracta, debido al carácter de su horóscopo.
FASE VEINTISÉIS
Voluntad. El hombre múltiple, también llamado «el Jorobado».
Máscara (de la Fase 12). Verdadera: Autorrealización. Falsa: Falta de moderación.
Mente creadora (de la Fase 4). Verdadera: Principio de lo suprasensual. Falsa: Fascinación del pecado.
Cuerpo del Sino (de la Fase 18). El Jorobado es su propio Cuerpo del Sino.
Es la más difícil de las fases, y la primera de aquellas para las que se encuentran pocos o ningún ejemplo en la experiencia personal. Creo que no sería difícil encontrar en Asia ejemplos al menos de las Fases 26, 27 y 28, fases finales de un ciclo. Si se dan tales personificaciones en nuestra actual civilización europea, permanecen ocultas por falta de mecanismos con que poder manifestarse. Así que hay que crear el tipo a partir de sus símbolos, sin ayuda de la experiencia.
Toda la vieja abstracción, ya sea de la moralidad o de la creencia, se ha agotado ahora; pero en el hombre supuestamente natural de la Fase 26 fuera de fase hay un intento de sustituirla por una abstracción nueva, por un simulacro de autoexpresión. Deseoso de emoción, este hombre se vuelve el más completamente solitario de todos; porque toda comunión normal con su especie, la de un estudio en común, la del interés por una obra hecha, la de una condición de la vida, de un código, de una creencia compartida, pertenece al pasado; y sin personalidad, el hombre se ve obligado a crear una apariencia artificial de personalidad. Tal vez sea una calumnia de la historia la que hace que veamos a Nerón así, porque le faltaba la deformidad física, que es, se nos ha dicho, la primera causa de las inhibiciones de la personalidad de esta fase. La deformidad puede ser de cualquier tipo, grande o pequeña, y está simbolizada en la joroba, que frustra lo que parece ser la ambición de un César o de un Aquiles. Comete crímenes no porque quiere cometerlos o, como el hombre de la Fase 23 fuera de fase, porque puede, sino porque quiere asegurarse de que puede cometerlos; y está lleno de maldad porque, no encontrando impulso sino en su propia ambición, se siente celoso del ímpetu de otros. Es todo afectación; y cuanta más afectación, más incapaz de emoción se muestra, y más revela su esterilidad. Si vive entre personas de talante teológico, su mayor tentación puede ser desafiar a Dios, convertirse en un Judas que traiciona, no por treinta monedas de plata, sino para poder llamarse a sí mismo creador.
Al examinar cómo se ajusta la fase, uno se siente perplejo ante la oscura definición del Cuerpo del Sino: «El Jorobado es su propio Cuerpo del Sino». Este Cuerpo del Sino procede de la Fase 18, y (reflejándose en el ser físico de la Fase 26) no puede ser sino una separación de función —una deformidad— tal que rompe la engreída Máscara falsa (siendo la Fase 18 la ruptura de la Fase 12). Todas las fases, de la 26 a la 28, cuando la fase es vivida con autenticidad, hay contacto con la vida suprasensual o inmersión del cuerpo en su fuente suprasensual, o deseo de este contacto y de esta inmersión. Con la Fase 26 ha llegado un agotamiento subconsciente de la vida moral, bien en la creencia o bien en la conducta, así como de la vida de imitación, de la vida del juicio y de la aprobación. La Voluntad debe encontrar un sustitutivo; y como siempre en la primera fase de su tríada, la energía es violenta y fragmentaria. Al no ser ya posible la abstracción moral, la Voluntad debe buscar ese sustitutivo en el conocimiento de las vidas de los hombres y los animales, arrancados de raíz, por así decir, carentes de toda relación recíproca; puede haber odio a la soledad, una afabilidad perpetuamente forzada; sin embargo, lo que busca está fuera de la moral social, es algo radical e increíble. Cuando Ezequiel se acostaba sobre su «costado derecho y su costado izquierdo», y comía excrementos para elevar a «otros hombres a la percepción del infinito», quizá buscaba eso; igual, quizá, que el sabio o santo indio que copulaba con la corza.
Si el hombre de esta fase busca, no la vida, sino el conocimiento de cada vida separada con relación a la unidad suprasensual, y sobre todo el de cada vida física separada, o acción —que es la única enteramente concreta—, verá, porque puede ver las vidas y las acciones en relación con su fuente y no en sus relaciones mutuas, verá con extraordinaria agudeza sus deformidades y sus incapacidades. Sus propias acciones pasadas debe juzgarlas también aisladas y cada una en relación con su fuente; y esta fuente, experimentada no como amor sino como conocimiento, estará presente en su mente como un juicio terrible e inexorable. Hasta aquí, podía decir al hombre primario: «¿Soy tan bueno como Fulano de Tal?», y cuando era antitético, podía decir: «Al fin y al cabo, en conjunto no he fallado en mis buenas intenciones»; podía perdonarse a sí mismo. Pero ¿cómo perdonar allí donde cada acción es juzgada aisladamente y ninguna buena acción puede cambiar el juicio de la mala acción que tiene a su lado? El hombre se halla en presencia de una luz terrible y cegadora, y quisiera, si fuera posible, haber nacido gusano o topo.
De la Fase 22 a la Fase 25, el hombre está en contacto con lo que se denomina lo primario físico, o lo objetivo físico; desde la Fase 26 y la Fase 4, lo primario es espiritual; luego, durante tres fases, vuelve lo primario físico. Lo espiritual, en esta conexión, puede entenderse como una realidad conocida sólo por analogía. ¿Cómo podemos conocer lo que depende sólo del yo? En el primero y último crecientes lunares, la naturaleza no es sino un velo tenue; los ojos están fijos en el sol y se deslumbran.
FASE VEINTISIETE
Voluntad. El santo.
Máscara (de la Fase 13). Verdadera: Renunciación. Falsa: Emulación.
Mente creadora (de la Fase 3). Verdadera: Receptividad suprasensual. Falsa: Orgullo.
Cuerpo del Sino (de la Fase 17). Ninguno, salvo la acción impersonal.
Ejemplos: Sócrates, Pascal.
En este hombre de apariencia natural, derivada de la Máscara, hay un deseo extremo de autoridad espiritual, y el pensamiento y la acción tienen por objeto manifestar celo o alguna pretensión de autoridad. La emulación es tanto más grande cuanto que no se basa en el razonamiento sino en la diferencia psicológica o fisiológica. En la Fase 27, fase central del alma, de una tríada preocupada por las relaciones del alma, el hombre afirma, cuando está fuera de fase, su derecho a una facultad o privilegio hipersensible que sobrepasa al de los otros hombres: posee un secreto que le hace mejor que los demás.
Fiel a la fase, sustituye la emulación por una emoción de renuncia, y el antiguo esfuerzo de juzgar y descubrir el pecado por el golpe de pecho y el llanto extático, porque debe hacer penitencia, porque es incluso el peor de los hombres. No percibe, como ocurría en la Fase 26, más claramente las vidas y las acciones separadas que la vida total, pues la vida total ha revelado súbitamente su fuente. Si posee entendimiento, lo utilizará, pero para ponerlo al servicio de la percepción y la renunciación. Su alegría es no ser nada, no hacer nada, no pensar nada, sino permitir que la vida total, expresada en su humanidad, fluya en él y se manifieste a través de sus pensamientos y sus actos. No se identifica con ella, no es absorbido por ella, pues si lo fuera no sabría que no es nada, que ya ni siquiera posee su propio cuerpo, que debe renunciar incluso a su deseo de salvación, y que esta vida total está enamorada de su propia nihilidad.
Antes de que el yo deje atrás la Fase 22 se dice que alcanza lo que se denomina «Emoción de la Santidad»; emoción que se describe como un contacto con la vida más allá de la muerte. Ocurre en el instante de abandonar la síntesis, cuando se acepta el sino. En las Fases 23, 24 y 25 se nos dice que utilicemos esta emoción, pero que no pasemos de la Fase 25 hasta haber comprendido intelectualmente la naturaleza de la santidad, y quede descrita esta santidad como la renuncia a la salvación personal. La «Emoción de la Santidad» es lo inverso de esa comprensión de la personalidad incipiente de la Fase 8 que la Voluntad relacionaba con la acción colectiva hasta que la Fase 11 hubiera pasado. Después de la Fase 22, el hombre toma conciencia de algo que el intelecto no puede captar; y ese algo es un entorno suprasensual del alma. En las Fases 23, 24 y 25 reprime todo intento de comprenderlo intelectualmente, al tiempo que lo relaciona con sus sentidos y facultades corporales por medio de la realización técnica, de la moralidad, de la creencia. En las Fases 26, 27 y 28 permite que esos sentidos y esas facultades se hundan en su entorno. Si es posible, no tocará, ni saboreará, ni verá siquiera: «El hombre no percibe la verdad; Dios percibe la verdad en el hombre».
FASE VEINTIOCHO
Voluntad. El loco.
Máscara (de la Fase 14). Verdadera: Olvido. Falsa: Maldad.
Mente creadora (de la Fase 2). Verdadera: Actividad física. Falsa: Astucia.
Cuerpo del Sino (de la Fase 16). El Loco es su propio Cuerpo del Sino.
El hombre natural, el Loco deseando su Máscara, se vuelve malvado, no como el jorobado que tiene celos de los que aún pueden sentir, sino mediante el terror, y porque está celoso de todo el que actúa con inteligencia y eficacia. Su verdadera preocupación está en convertirse en su propio opuesto, en pasar de una apariencia de la Fase 14 a la realidad de la Fase 28; y esto lo hace bajo la influencia de su propia mente y de su propio cuerpo —él es su propio Cuerpo del Sino—; porque al carecer de inteligencia activa, no posee nada del mundo exterior, salvo su cuerpo y su mente. Sólo es una paja arrastrada por el viento, sin otra mente que la del viento ni otra actividad que el anónimo ir a la deriva; y a veces es llamado «El hijo de Dios». En su momento peor, sus manos, sus pies y sus ojos, su voluntad y sus sentimientos, obedecen a oscuras fantasías subconscientes, mientras que en los mejores momentos querría saberlo todo si pudiese saber algo. El mundo físico sugiere a su mente cuadros y sucesos que no tienen la menor relación con sus necesidades o siquiera con sus deseos; sus pensamientos son una quimera sin objeto; sus actos son tan sin objeto como sus pensamientos; y es en esta falta de objeto en donde encuentra su alegría. Su importancia como hombre se pondrá de manifiesto a medida que se vaya configurando el sistema; aunque de momento no hace falta añadir nada más, salvo que encontramos sus múltiples formas al pasar del loco del pueblo al Loco de Shakespeare.
Subiendo de la charca,
donde yace el amor del asesinado con el amor del asesino,
borbotea el júbilo pálido del triste loco.
FASE UNO
Ésta es una encarnación supranatural, como la Fase 15, porque hay completa objetividad, y la vida humana no puede ser completamente objetiva. En la Fase 15, la mente era totalmente absorbida por el ser; pero ahora el cuerpo es absorbido totalmente en su entorno supranatural. Las imágenes de la mente dejan de ser incongruentes porque ya no hay nada con lo que puedan guardar congruencia, y los actos ya no pueden ser inmorales o estúpidos porque no hay ninguno que se pueda juzgar. Pensamiento e inclinación, realidad y objeto del deseo, son indistinguibles (la Máscara se ha sumergido en el Cuerpo del Sino, la Voluntad en la Mente creadora); es decir, hay completa pasividad, completa plasticidad. La mente se ha vuelto indiferente al bien y al mal, a la verdad y a la falsedad; el cuerpo se ha vuelto indiferenciado, pastoso; cuanto más perfecta es el alma y más indiferente la mente, más pastoso será el cuerpo; y la mente y el cuerpo adoptan cualquier forma, admiten cualquier imagen que se imprima en ellos, llevan a cabo cualquier fin que se les imponga, son, a decir verdad, instrumentos de la manifestación supranatural, el vínculo último entre los seres vivos y más poderosos. Puede haber gran alegría; pero es la alegría de una plasticidad consciente; y es por esta plasticidad, por esta licuación, o trituración, por lo que todo lo que era conocimiento se convierte en instinto y facultad. No todas las plasticidades obedecen a todos los maestros, y cuando estudiemos el ciclo y el horóscopo, veremos cómo las que son instrumento de voluntad sutil y supranatural difieren de las que son instrumento de una energía más tosca; pero todas son iguales, las más elevadas y las más bajas, dado que son automáticas.
Terminado en Thoor Ballylee, 1922,
en tiempos de Guerra Civil.