Cama para doz
ÁNGEL LUIS SUCASAS

Primera noche

—Blas.

—ZZZZZ…

—Blas…

—ZZZzzz…

—Anda, Blas, despierta.

—Zzzz-Aoouahh-mmhh-¿qué?

—Que despiertes.

—¿Qué hora es?

—¡HORA DE DESPERTAR!

—Ay, no grites, Epi.

—¿Por qué?

—Porque aún me duele la cabeza.

—¿Y por qué te duele la cabeza, Blas?

—Lo sabes bien.

—¡NO PODRÁ SER POR NUESTRA AVENTURA CON EL TRITÓN GRITÓN Y SUS TRES TRITONCITOS GRITONCITOS!

—Ayyy, que no grites.

—Perdona, es que me emocioné pensando en la aventura.

—Ya veo, Epi, ya veo. Bueno, si no te importa…

—Y me emociono aún más pensando en Tritona Gritona.

—¿Tritona Gritona?

—Sí, Blas, Tritona Gritona. ¿No te diste cuenta de que Tritón Gritón era Tritona Gritona?

—Pues… no.

—La verdad, Blas, qué poco ojo tienes para algunas cosas. Eres un despistado, ghghghghghgh.

—¡No te rías de mí!

—Si no me río. Ghghghghghgh.

—Te oigo, Epi.

—Ghghghghghgh.

—Bueno, si ya te has reído lo suficiente, yo me voy a do…

—¡Espera, Blas!

—¿Y ahora qué?

—¿No quieres saber por qué me emociono aún más pensando en Tritón Gritón, que es en realidad Tritona Gritona, que en nuestra aventura con el Tritón Gritón y sus tres tritoncitos gritoncitos?

—Pues lo cierto, Epi, es que no me interesa mu…

—Verás, estuve hablando con Gustavo después de grabar el episodio y me contó una historia muy triste: la historia de mamá Tritona Gritona y sus tres tritoncitos gritoncitos.

—Y seguro que es conmovedora, Epi, pero yo quiero do…

—Comienza en la ciudad de Las Gominolas, la ciudad más peligrosamente dulce de todo Muñecolandia, la ciudad donde todos los vecinos actúan como locos por culpa de comer tantas gominolas y pastelillos, y donde lo único que se hace es jugar, apostar y comer chucherías.

—Ay, Dios…

—Mamá Tritona Gritona era por entonces una joven bailarina en el club más exclusivo de Las Gominolas: ¡el Club Regaliz!

—Epi, ¿podrías abreviar?

—Podría, Blas, pero, entonces, ¿dónde quedaría la emoción de la historia, las ganas de saber qué va a pasar?

—Tienes razón, Epi. Toda la razón. Ya me callo. No puedo aguantar la emoción de escucharte. Cuéntame, cuéntamelo todo sin parar.

—Pues, como te decía, mamá Tritona Gritona se encontraba, antes de ser mamá, trabajando como bailarina en el Club Regaliz. Todas las noches, el club se llenaba para verla solo a ella, pues era la tritona con más clase y glamour que jamás se hubiera subido a un escenario. Nadie era capaz de gritar de esa forma a la vez que bailaba con tanto salero.

»Tritona Gritona tenía, como era natural, muchos pretendientes; la mayoría, grandes hombres de negocios como el Halcón Pachón o el Loro Mollejas, o como Eusebio Delfín, dueño del Club Regaliz y uno de los hombres más ricos de todo Las Gominolas. Sin embargo, el corazón de Tritona era de un solo hombre: el Zorro Manolo».

—¡Ejem!

—¿Te pasa algo, Blas?

—Nada, nada; tosía. Unos nombres muy dramáticos los de la historia.

—¿Verdad que sí?

—Sí, sí. Pero continúa, que dije que no iba a interrumpirte.

—¡Si a mí no me importa, Blas! Así la historia no se nos acaba tan pronto.

—¡Oh, pero es que estoy deseando saber cómo termina! Venga, por favor, continúa sin más interrupciones por mi parte.

—No me extraña que estés tan ansioso, Blas. Pero te cuento, te cuento.

»El Zorro Manolo, que no era tonto y sabía cuánto le gustaba a Tritona, pues esta solo lo miraba a él cuando bailaba, se hacía de rogar. Siempre se iba antes de la última actuación y dejaba su butaca vacía para que Tritona se preguntara: “¿Será esta la última? ¿Será la última vez que vea a mi amado zorro?”.

—Y seguro que nunca lo era.

—¡Qué avispado, Blas! Casi parece que conoces la historia mejor que yo.

—Y mira que es compleja y original…

—¡Ya lo creo! El caso es que así siguieron las cosas por un tiempo hasta que un día, por sorpresa, el Zorro Manolo se ausentó de la función y provocó que la Tritona Gritona se pusiera triste y anulase su número, y que se encerrara en el camerino a llorar desconsoladamente.

—Mucho me llama la atención, Epi, cómo crece tu vocabulario al contar historias.

—¡Lo sé, Blas! ¿A que es raro? Ghghghghghgh.

—Lo es. Sin duda, lo es.

—Bueno, volviendo a la historia, nuestra Tritona Gritona era entonces Tritona Llorona. Que si moquear, que si sollozar, que si contestarle groserías a Eusebio Delfín, el cual intentaba calmarla con dulzura al otro lado de la puerta de su camerino… Tan imposible se puso, que el pobre Eusebio perdió la paciencia y la amenazó con echarla del club. Pero ni por esas se animó Tritona a poner fin a su encierro.

»Así las cosas, el público abandonó el club, Eusebio se fue a su enorme y solitaria mansión, irritado y deprimido, y Tritona se quedó llorando, ya más despacito, a la luz de las candilejas.

»Y entonces, cuando ya se estaba quedando dormida frente al espejo, apareció…».

—¡El Zorro Manolo!

—¡Pero qué listo, Blas! No se te escapa ni una. Sí, allí estaba el Zorro Manolo, más guapo que nunca, con un esmoquin alquilado, las orejas sin un solo pelo fuera de sitio y el hocico reluciente. Llevaba entre las manos un hermoso ramo de caléndulas. «¡Pero si esta es mi flor favorita!», exclamó extasiada la Tritona. «Pues ha sido una feliz casualidad», respondió el Zorro Manolo, aunque de casualidad no tenía nada porque se había ocupado muy bien de saberlo.

»Sucedió lo que sucede siempre en momentos así: se dieron un precioso beso, pasaron la noche juntos y de ahí en adelante fueron inseparables. Todos los días se los veía paseando juntos de la mano y todas las noches Tritona resplandecía en el escenario como nunca lo había hecho.

»Y así ocurrió por tres largas semanas, las más felices en la vida de Tritona. Sin embargo, en el primer día de la cuarta, el Zorro Manolo dejó ver un atisbo de sus verdaderas intenciones».

—No me digas que esto acaba mal. ¡Parece imposible!

—Me temo que sí, Blas. Como ya te dije, es una historia muy triste. El Zorro Manolo tenía muy claro qué buscaba al ganarse el corazón de Tritona: meter la mano en el bolsillo sin fondo de Eusebio Delfín.

»Como todas las enamoradas, Tritona estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por su amor. Así que, cuando su amado le reveló su maquiavélico plan, robar la caja fuerte del señor Delfín y huir con el dinero, ella, aunque algo reticente en un comienzo, acabó aceptando.

»El plan eran tan sencillo como efectivo. Tras contarle que había roto con su amado zorro, Tritona pasaría una velada con Eusebio Delfín en su casa, lo entretendría con vino y coqueterías, le pediría que le mostrara su caja fuerte y memorizaría la combinación. Entonces, mientras ellos seguían con sus galanteos en la alcoba principal, Manolo entraría en el cuarto de la caja por la ventana que le habría dejado abierta Tritona, leería la combinación para abrirla, anotada en un papelito tirado en el suelo, y robaría todas las riquezas del inocentón delfín.

»Luego, cuando Eusebio estuviera ya más bien indispuesto por el alcohol, roncando alegremente y soñando con una pelota playera sobre su nariz, Tritona saldría de la casa con discreción y ambos se reunirían frente al Club Regaliz para partir juntos a un paraíso tropical y disfrutar de su nueva fortuna.

»Todo sucedió exactamente como estaba planeado. Salvo que, al llegar al club, el Zorro Manolo no estaba ahí.

»Y Tritona esperó y esperó y esperó…».

—Y el Zorro Manolo no apareció. Tritona fue acusada de robar el dinero por Eusebio y además se quedó embarazada. Huyó de milagro, vivió una vida muy triste por mil y una ciudades y ahora ha llegado aquí, a Barrio Sésamo, sin un chavo, y además (porque sabemos por Gustavo y Miss Piggy y sus muchas ranitas y cerditos que tal cosa es posible) con tres tritoncitos gritoncitos que no hacen otra cosa que ser fieles a su nombre. ¿Me equivoco?

—… Vaya, Blas, pensé que querías escucharla hasta el final.

—¿Acerté? ¡Vaya, lo siento, Epi, de verdad! ¡Es que no me aguantaba las ganas de saber qué pasaba! ¡Lo siento! ¡Siento haberte fastidiado la historia! ¿Me perdonas?

—… Bueno. ¿Te ha gustado?

—¡Muchísimo! ¡Y es muy, muy triste! ¡Toda la razón! Y ahora vamos a do…

—Gustavo me ha dicho que viven en la parte más pobre del barrio. Y que solo tienen lo que ganaron hoy como secundarios. Viven al día.

—Pues vaya… Eso la hace aún más triste, sí. Quizá podríamos ayudarlos a conseguir papeles.

—¡Qué buena idea, Blas! Sí-sí-sí-sí. ¡Qué gran corazón tienes! ¡Eso es lo que haremos! ¡Ayudar a Tritona Gritona y a sus tres tritoncitos gritoncitos!

—Pero lo haremos mañana, ¿vale?

—Vale. Y ahora…

—Ahora dormimos.

—¡Muy bien dicho! Que descanses, Blas.

—Que descanses, Epi.

—Eres un gran amigo, Blas.

—Gracias, Epi. Tú tampoco eres malo de todo.

—¿Entonces, a dormir?

—Zzzz…

—ZZZZZ…

«¡Whoa!».

—ZZZZzzzz…

«¡Whoa! ¡Whoa! ¡Whoa!».

—Zzzz-mmmmhhh-¿qué? ¿Qué?

«¡¡¡Whoaaaaaaaaaa!!!».

—¿Qué es eso? ¡Epi, despierta!

«¡¡¡¡Whooooaaaa!!! ¡¡¡Whooooaaaa!!! ¡¡¡Whooooaaa!!!».

—¡DESPIERTA YA!

—Mmmm, ¿qué pasa, Blas?

—¿Que qué pasa? ¡Te voy a dar yo a ti qué pasa! ¿Los oyes?

«¡¡¡Whoooooooooaaaaaaa!!!».

—Pues… sí.

—¿¡Y a qué te suenan!?

«¡¡¡Whoooooooaaaaaaaaa!!! ¡¡¡Whooooooaaaaa!!!».

—Mmm, no sé, me recuerdan a algo.

—¿Tal vez te recuerdan a tres tritoncitos gritoncitos?

—… Tal vez.

«¡¡¡¡Whooooooaaaaaaaaaaaaaa!!!!».

—Te lo voy a preguntar una sola vez. ¿Has traído a mi casa a los tres tritoncitos gritoncitos?

—…

—¡Contéstame, Epi! ¡Contéstame y…!

«¡WHOA!».

—¡Ay! Pero ¿qué ha sido eso?

—No los iba a dejar sin su madre…

—¿Mad…?

«¡¡WHOA, WHOA, WHOA!!».

Segunda noche

—Jo, qué día más guay, ¿verdad, Blas?

—Sí. Guay y largo…

—Venga, hombre. Si te lo has pasado genial en el concierto de los Fraggle. No hubo nadie que gritara y bailara más que tú.

—Eso es porque estaba celebrando que ya no tenemos que aguantar a Tritona y a sus tritoncitos.

—Pero ¿qué dices, Blas? Si eran adorables…

—Adorables, sí. Sobre todo ahora que están lejos.

—No te creo una palabra. Siempre estás gruñendo, pero tienes un corazón enorme bajo esa pelusa amarilla.

—Si tú lo dices…

—Lo digo. Y digo también que no solo gritaste y bailaste en el concierto porque hoy vayas a dormir bien. Bailaste y gritaste porque te encantó la música.

—Bueno… Reconozco que no estuvo mal.

—¿No estuvo mal? ¡Blas, al salir no dejabas de decir que era el mejor concierto troglo-rock de la historia!

—Vale, lo reconozco; me gustaron mucho.

—¿Tanto como para volver a oírlos?

—… Sí, claro, no veo por qué…

—¡Pues estás de suerte, porque hoy los Fraggle Rock tocan en nuestro dormitorio!

—Pero-pero-pero…

—¡Adelante, chicos! ¡Y UN, DOS, TRES!

«¡UNGAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!».

Tercera noche

—ZZZZZZZZ…

—Blas.

—Zzzzzz…

—¿Blas?

—Zzzz…

—¡BLAS!

—¿QUÉ?

—Nada, hombre. Que estabas ahí, tan callado, y… me asusté.

—¿Te asustaste?

—Sí.

—¿Tú qué crees que hacía?

—… ¿Dormir?

—Pero qué amigo más listo tengo.

—¿A que sí? ¡Ghghghghghgh! ¿Y qué soñabas?

—Soñaba… algo maravilloso.

—¿Qué era?

—Que dormía. Soñaba que dormía.

—¿Y qué soñaba el Blas que dormía?

—Que dormía.

—¿Y el Blas que soñaba que soñaba que dormía?

—Que dormía también.

—¿Y el…?

—¡Que dormía, que dormía, que dormía! ¡Todos los Blases dormían!

—No te enfades…

—…

—No te lo tomes a mal, Blas, pero me parece un sueño un poco bobo.

—… Ya.

—¿Para qué malgastar un sueño en algo que puedes hacer todas las noches? ¿Para qué soñar con dormir cuando podrías soñar con cazar tigres con burbujas de jabón, sorber el mar con una pajita o… ¡O PARTICIPAR EN EL PRIMER CONCURSO UNIVERSAL DE GÁRGARAS EN JÚPITER!?

—Pero… Pero ¿qué haces vestido de astronauta?

—¿No me has oído, Blas? ¡A JÚPITER!

—¿Qué? A Júpiter te voy a mandar vía exprés como no te quites eso y te metas bajo las sábanas.

—No, Blas, ahora no hay marcha atrás. Ya está listo el cohete.

—¿Qué? ¿Cohete?

—Sí-sí-sí-sí-sí. Coco y Gustavo lo han arreglado todo. ¡Nos vamos en diez minutos!

—En diez minutos…

—¡Sí, Blas, en diez minutos! ¿Qué haces ahí parado? ¡Tienes que vestirte!

—Epi…

—¡Será maravilloso participar en un concurso de gárgaras en Júpiter!

—Epi…

—Ya veo al público rendido ante nuestro grrrlagrrrlagrrrlagrrrlagrrrla. ¿Cómo te suenan mis gárgaras, Blas? Grrrlagrrrlagrrrlagrrrla. ¡A mí me suenan genial!

—¡Epi!

—¿Qué? Pero ¿aún no te has vestido, Blas? ¡Vamos a perder nuestro cohete!

—Vamos a perderlo, me temo. O, al menos, voy.

—Pero ¿por qué, Blas? ¿Por qué no quieres ir conmigo a hacer gárgaras a Júpiter?

—¿Por qué? ¿De verdad necesitas que te lo explique?

—¡De verdad de la buena, Blas!

—Está bien… ¿Por dónde podría empezar…?

—¡Por el principio, Blas! Las historias se empiezan siempre por el principio.

—Ya… Gracias, Epi, gracias… Pues el principio de esta historia es que estoy cansado. Siempre estoy cansado. Trabajamos mucho, mucho, mucho; demasiado. Y cuando llega la noche… Cuando llega la noche y creo que ya voy a poder descansar, vienes tú con una de tus tonterías…

—¿Tonterías, Blas? ¡Pero cómo…!

—Una de tus tonterías: que si la Tritona Gritona y sus pobres tritoncitos gritoncitos, que si un concierto de troglo-rock en mi dormitorio, que si un puñetero concurso de gárgaras en Júpiter… Y, claro, aunque uno es tonto y suele decir que sí sin pensar lo que dice, cuando por fin lo piensa un poco empieza a calentarse. A calentarse mucho. Piensa que no basta con pasarse todo el puñetero día rodando el show y compartiendo apestosas caravanas con tíos peludos y de dudosa higiene. No basta con firmar un contrato por ocho horas diarias y rodar catorce para acabar cobrando seis. No basta con que, tres días de cada dos, algo que ayer era «maravilloso», «sublime», «una nueva cima de la sitcom», sea hoy «inaceptable», «mediocre», «una medianía que tiene que ser prontamente erradicada». Y, después de soportar a directores, maquilladores, productores, guionistas y fans, los puñeteros fans, con sus fotitos y sus muñequitos y sus cartelitos que firmar, llego a casa, más muerto que vivo, y te tengo que soportar a ti, a la Tritona Gritona y a la madre que os parió a todos. Pues se acabó, ¿me oyes? Se a-c-a-b-ó. ¿Tanto pido? ¿Tanto es pedir dormir bien por una puñetera noche?

—Blas…

—¿Sí, Epi?

—Has dicho cuatro veces puñetero.

—¿Cuatro?

—Bueno, dos veces «puñetero», una vez «puñeteros» y otra «puñetera». Así que, sumándolos todos, hacen uno, dos, tres y cuatro. Cuatro, sí.

—¿Cuatro?

—Cuatro, Blas.

—¡PUES POR MI PUTA VIDA QUE LO DIRÉ CUATROCIENTAS! ¡ESTOY EN MI PUTA CASA QUE PAGO CON MI PUTO TRABAJO PARTIÉNDOME LA PUTA ESPALDA TODOS LOS DÍAS EN DIRECTO, AGUÁNTANDOME LAS GANAS DE DECIRLE A TODOS ESOS CRÍOS DE MIERDA QUE SE VAYAN…

—Blas…

—… A TOMAR POR CULO PARA SIEMPRE! ¡A TOMAR POR CULO LOS CRÍOS, SUS PADRES, SUS PROFES Y EL MUNDO ENTERO! Pero me aguanto, joder, me hago el puto estoico, porque las facturas no me las pagan por guapo. Y en mi único momento de relax, en mi puto santuario, llegas tú y… ¡TE CAGAS! ¡TE CAGAS EN MI TEMPLO, EPI! ¡TE CAGAS CON TUS PREGUNTITAS AMABLES Y TUS AVENTURITAS DE GILIPOLLAS! PERO YA ESTOY HARTO, ¿ME OYES? ¡¡¡HARTO!!!

—…

—¿ME HAS OÍDO BIEN?

—Muy bien, Blas.

—¿Y AHORA TE HACES EL DIGNO? Hay que tenerlos como sandías… ¿Pues sabes qué te digo?

—¿Qué, Blas?

—Que eres el peor compañero de cama que haya existido nunca y que existirá jamás.

—…

—Y ahora me voy a dormir, ¿me oyes? ¡A DORMIR!

—¿Epi?

—…

—¿Epi?

—…

—¡¿Epi?!

—…

—Yo lo-lo…

—…

—Lo siento…

Cuarta noche

—ZZZZZZZZZZZZ…

—¿Epi?

—ZZZZZZZZZZZZZZZ…

—¿Epi?

—ZZZZZZZZZZZZzzzzzzz.

—Epi, por favor, ¿puedes hablar?

—Mmmm…

—Es que, desde que discutimos, estoy algo preocupado.

—Mmmm…

—Aquella noche la pasé entera pateándome el barrio en pijama, timbrando a los amigos y dándoles la paliza. Me puse tan pesado que Miss Piggy me tiró una olla entera de fideos pasados por encima. ¿Qué gracia, no?

—Mmmm…

—El caso es que, que no te parezca mal, estás un poco raro. Toda tu vida has roncado como un búfalo; nunca lo has sabido, pero parte de mis problemas de sordera vienen por los tapones de metacrilato que gasto para poder dormir. Y desde la noche en que nos… enfadamos, nada, ni un ronquido. Pareces la bella durmiente. Y no es que no me alegre de este plácido silencio, pero… me inquieta. Casi es como si no respiraras.

—Mmmm…

—Que conste que eso es un detalle. Lo que realmente me inquieta es… todo lo demás. Llevas una semana sin trabajar y en el plató están muy preocupados. Yo también. Es cierto que no eres el único que falta, porque tanto el Conde como Elmo tampoco han venido los seis últimos días… Pero en ti es tan… raro.

—Mmmm…

—Y luego esto. Llevo ya seis días yéndome a la cama tan tranquilo y pudiendo dormir a la primera. Cierto es que, antes de hacerlo, me espero hasta que llegas a la cama, siempre muy tarde, pero luego duermo tan tranquilo. Y duermo así porque… porque ya nunca me hablas. Ya no más aventuras extraordinarias de madrugada. Ya no más tritonas gritonas y concursos de gárgaras intergalácticos. Y no es que quiera decir que no me guste el cambio, pero… No sé… Supongo que lo que quiero preguntarte es: ¿Estás bien, Epi? ¿Estás bien, amigo?

—Zi, muy bien. Y ahora vamoz a dormir.

—… Vale. Vale, amigo, vale.

—ZZZZZZZZZ…

Noche Z

—Epi, tenemos que hablar.

—…

—Sé que no te vas a dar la vuelta y mirarme, porque llevas sin hacerlo ya un mes. Pero tenemos que hablar.

—…

—No sé que está ocurriendo contigo. Siendo sinceros, no sé qué está ocurriendo en general. Cada vez se escuchan cosas más raras por el barrio. Cosas… violentas. Muertes. Muertes, Epi, muertes en Barrio Sésamo…

—…

—Hoy ha sido el octavo ya del mes, uno de los hermanos Bocinillas, el último que quedaba vivo…

—…

—Lo encontraron tirado en un callejón, con un brazo de menos y la barriga abierta, el relleno todo desparramado…

—…

—Dicen que tenía la cara… destrozada. Y que le habían arrancado una de las trompetas. ¿Me escuchas, Epi? ¿Qué loco malnacido le arrancaría una de las trompetas como recuerdo a un hermano Bocinilla?

—…

—El caso es que me puse a hablar con Gustavo para ver si él sabía algo más. Ya sabes cómo se las gasta, oye mucho y recuerda mucho. Y siempre tiene los ojos bien abiertos.

—…

—Lo que me dijo me dio mucho más miedo que todo lo que pudiera imaginarme, y ya sabes que cuando me pongo puedo imaginarme mucho. Las primeras sospechas apuntaban a un asesino en serie, tal vez a unos sicarios de Eusebio Delfín que hubiesen encontrado a Tritona Gritona y que estuvieran causando estragos. Pero esa teoría ha quedado descartada. Aún no lo han sacado por la tele, pero ayer encontraron a Tritona Gritona muerta en su casa…

—…

—Al hacerle la autopsia, vieron que tenía algo en el estómago a medio digerir…

—…

—Lo-los tres… ¡Los tres tritoncitos, Epi, los tres tritoncitos! Se los habían hecho comer. ¡Crudos!

—…

—¿No dices nada? Tritona y sus tritoncitos, Epi. Los tuvimos en casa tres meses. ¿Es que ya no los recuerdas?

—…

—Ya veo. Bueno, vuelvo a lo mío. Gustavo me dijo que el gobierno estaba metido en ello. Altas esferas. Llamó a Gonzo a la Casa Blanca y él le contestó. Ya sabes que siempre ha respetado a Gustavo; a él no lo mira por encima del hombro. Le dijo que no podía contarle nada, y menos que cualquier cosa que había un virus fuera de control, un virus que cambia a la gente y la transforma en… horrores. Horrores andantes. Horrores que no respiran, comen gente y…

—…

—… Cecean.

—…

—Me vine a casa muy deprimido. No tuve ni fuerzas para ir al funeral de Bocinilla rojo. Han sido tantos estos días… tantos que he tenido que aguantar solo, sin tenerte a mi lado…

—…

—El caso es que, al hacer la colada y recoger la ropa que dejaste tirada como siempre, tu suéter de rayas rojas y azules, cada vez más zarrapastroso, y tus vaqueros gastados, noté por casualidad un bulto en el bolsillo izquierdo trasero. Y miré qué había dentro.

—…

—¿Sabes qué había dentro, Epi?

—…

—Una trompeta. Pequeña y amarilla.

—…

—Sé que no he sido el mejor amigo del mundo, Epi. Siempre me quejo, nunca me entusiasmo por nada de lo que hacemos y me enfurruño con facilidad. Además, y aunque tú siempre piensas en cosas divertidas que hacer juntos y siempre te pegas todo el trabajo para que sean posibles, nunca te lo he agradecido. Nunca. Ni una sola vez.

—…

—Por eso quiero decirte, algo, Epi.

—…

—Quiero decirte gracias. Quiero decirte que para mí eres más que un amigo. Quiero decirte que todas las noches en vela de mi vida, todas aquellas noches en las que me quejaba y te pedía que me dejaras dormir, han sido, todas ellas, noches inolvidables. Quiero decirte que me da igual que estés enfermo, que ya no respires, que hayas dejado de comer zanahorias y ensaladas y ahora te ventiles poco a poco a todo nuestro reparto, y que de las cuatro o cinco palabras con eses que te he oído decir no hubiera eses, sino zetas…

—…

—Supongo que lo que quiero decirte es que te…

—Grrrrrrrrrr…

—¿Epi, qué te pasa?

—¡GRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR…!

—Epi, no, para, no, ¡por favor!

—¡¡¡¡GRRRRROOOOAAAAAAAGGG!!!

—¡EPI, NO!

—¡¡¡GROAAAGHH, ÑAMPF, GLOUPGH!!!

—¡AHÍ NO MUERDAS!

—¡¡¡GROMPF, GROAG, ÑAUGH!!!

—¡¡¡PERO AHÍ TAMPOCO!!!

—¡¡¡CHOMP, CHOMP, CHOMP!!!

—Bueno, supongo que…

—¡¡¡ÑAMPF, GROUPF, BURRRPP!!!

—… Esto es lo que tenía que pasar…

—¡¡¡ÑAAAAMPF, GUAAAARRGHHH, GROOOOAAAUGGGHHH!!!

—A fin de cuentas…

—¡¡¡GOMPF, GOMPF, GOMPF!!!

—… Nadie ez perfecto.