CAPÍTULO SEIS

¿Qué haces aquí? —preguntó Jared.

A su espalda, oyó que Simon y Mallory exclamaban «¡papá!» a coro. El cabello negro de su padre estaba un poco despeinado y llevaba uno de los faldones de la camisa por fuera del pantalón, pero no cabía duda de que era él.

Su padre abrió mucho los ojos.

—¡Jared! ¡Simon! ¡Mallory! Gracias al cielo que estáis bien.

Jared arrugó el entrecejo. Algo de todo aquello le olía pero que muy mal. De nuevo echó un vistazo alrededor de la habitación. Al otro lado del balcón divisó a unos trasgos que se apiñaban en la penumbra, sujetando antorchas. ¿Qué estaba ocurriendo?

—Deprisa —urgió Mallory—. Hay que poner manos a la obra cuanto antes. Jared, desata a mamá. Yo me ocupo de papá.

Jared se agachó y le tocó la pálida mejilla a mamá. Estaba fría y sudorosa. No llevaba las gafas.

—Mamá está inconsciente —dijo.

—¿Respira? —preguntó Mallory.

Jared acercó un dedo a los labios de su madre y notó el leve soplo de su respiración.

—Está bien. Está viva.

—¿Has visto a Mulgarath? —le preguntó Simon a su padre—, ¿el ogro?

—Fuera se armó un buen alboroto —contestó el señor Grace—. Después no vi nada más.

Mallory se puso a manipular la polea y logró bajar las manos de su padre.

—¿Cómo te atraparon, si estabas en California?

Papá sacudió la cabeza con gesto cansado.

—Vuestra madre me llamó porque estaba muy preocupada. Me dijo que los tres os habíais estado comportando de forma extraña y que después habíais desaparecido. Vine lo antes posible, pero cuando llegué los monstruos ya habían irrumpido en la casa. Fue espantoso. Al principio no podía creer lo que estaba ocurriendo. No dejaban de hablar de un cuaderno de campo. ¿De qué va todo esto?

—Tío Arthur... —empezó a decir Jared.

—Es el tío abuelo de mamá, o sea, nuestro tío bisabuelo —puntualizó Mallory mientras intentaba deshacer los nudos.

—Sí, eso. El caso es que le interesaban los seres sobrenaturales —prosiguió Jared al tiempo que desataba a su madre, quien permanecía inconsciente. Jared le alisó el cabello, deseando que abriese los ojos.

—A su hermano se lo comió un trol —intervino Simon.

Jared asintió con la cabeza y lanzó una mirada inquieta alrededor. ¿Cuánto tardarían en descubrirlos? ¿De verdad tenían tiempo para explicaciones? Ahora que habían encontrado a mamá, debían poner pies en polvorosa enseguida.

—De modo que escribió un libro sobre los seres sobrenaturales, un cuaderno que contenía información que ni ellos mismos conocían.

—Porque al parecer no están muy interesados los unos en los otros —agregó Mallory.

¿Cómo iban a bajar a su madre por las escaleras? ¿Podría llevarla su padre en brazos? Jared intentó concentrarse. Debían exponer la situación a su padre y asegurarse de que la entendiera.

—Pero los seres sobrenaturales no querían que una persona tuviera tanto poder sobre ellos, así que intentaron arrebatarle el libro. Como él se negó a dárselo, se lo llevaron a él.

—Se lo llevaron los elfos —precisó Simon.

—¿Ah, sí? —preguntó papá con un extraño brillo en los ojos.

Jared exhaló un suspiro.

—Bueno, ya sé que parece increíble, papá, pero mira a tu alrededor. ¿Crees que esto es un decorado, como los de tus películas?

—Os creo —afirmó su padre en voz baja.

—En resumidas cuentas —continuó Mallory—, encontramos el cuaderno.

—Pero lo hemos perdido de nuevo —dijo Simon—. El ogro se ha apoderado de él.

—Además, tiene un plan demencial para conquistar el mundo —añadió Mallory.

Papá arqueó las cejas, pero se limitó a decir:

—Entonces ahora que habéis perdido el cuaderno, la sabiduría que contenía se ha perdido también. ¿No conserváis una copia? Sería una pena que...

—Jared memorizó buena parte del contenido —explicó Simon—. Seguro que él podría escribir un libro por su cuenta.

Mallory asintió con un gesto.

—Y en los últimos tiempos hemos aprendido unas cuantas cosas, ¿verdad, Jared?

Jared sonrió y bajó la vista.

—Supongo —dijo al fin—. Pero desearía acordarme de más cosas.

Papá flexionó las muñecas recién liberadas y estiró las piernas.

—Lamento no haber estado aquí antes. No debí abandonaros a vosotros ni a vuestra madre. Quiero compensaros por lo que hice. Quiero quedarme.

—Nosotros también te hemos echado de menos, papá —dijo Simon.

—Sí —reconoció Mallory, mirándose las botas.

Jared guardó silencio. Lo que estaba ocurriendo le parecía demasiado bueno para ser cierto. Todo aquello era sospechoso.

—¿Mamá? —murmuró y la sacudió con suavidad.

Papá extendió los brazos.

—¡Venid a darme un abrazo!

Simon y Mallory se acercaron a abrazarlo. Jared miró a su madre y, de mala gana, se dispuso a cruzar la habitación, cuando su padre dijo:

—Quiero que estemos todos juntos para siempre.

Jared se quedó petrificado. Deseaba con toda su alma que eso sucediera, pero no acababa de creérselo.

—Papá nunca diría eso —replicó.

Su padre lo agarró del brazo.

—¿Es que no quieres que volvamos a ser una familia?

—¡Claro que sí! —gritó Jared, soltándose y retrocediendo un paso—. Quiero que papá deje de portarse como un tonto y que mamá ya no esté triste. Quiero que papá deje de hablar de sí mismo y de sus películas y de su vida todo el tiempo; que se acuerde de que soy el perdedor a quien por poco expulsan del colé, que Simon es al que le gustan los animales y que Mallory es la que practica esgrima. Pero eso no va a ocurrir, ¡porque tú no eres él!

Jared notó que los familiares ojos color avellana de papá empezaban a adquirir tintes amarillentos. Su cuerpo comenzó a alargarse y ensancharse hasta convertirse en una figura descomunal vestida con los andrajosos restos de un traje que en otros tiempos fue elegante. Sus manos se transformaron en zarpas y sus cabellos oscuros se entretejieron para formar ramas.

—Mulgarath —dijo Jared.

El ogro agarró a Mallory por el cuello con un brazo y a Simon con el otro.

—¡Ven aquí, Jared Grace! —atronó la voz de Mulgarath, mucho más grave que la de su padre. Se dirigió al balcón a grandes zancadas, sin soltar a sus presas—. Si no te rindes, tiraré a tus hermanos al foso de vidrio y hierro.

—Déjalos en paz —ordenó Jared con voz temblorosa—. Tú tienes el cuaderno de campo.

—No puedo dejaros ir —repuso Mulgarath—. Conoces el secreto para acelerar el crecimiento de los dragones y también para matarlos. Conoces los puntos débiles de mis trasgos. No puedo permitir que escribas otro cuaderno.

—¡Corre! —gritó Mallory—. ¡Llévate a mamá y corre! —Le pegó un mordisco al ogro.

Mulgarath soltó una siniestra carcajada y apretó el brazo en torno a su cuello, levantándola en vilo.

—¿Crees que tus miserables fuerzas bastan para detenerme, niña humana?

Simon pataleó, pero el monstruo gigantesco no se dio por enterado.

«Tú no eres él»

«Tú no eres él»

Se oyó un quejido en el otro extremo de la habitación, y Jared se volvió a medias. Mamá se rebulló y abrió los párpados. De pronto miró alrededor con los ojos desorbitados.

—¿Richard? Me ha parecido oír... ¡Oh, Dios mío!

—Todo irá bien, mamá —le aseguró Jared, esforzándose por mantener un tono firme.

El hecho de que ella viese lo que estaba ocurriendo hacía que todo fuese aún más horrible.

—¡Mamá, dile que corra! —insistió Mallory—. ¡Corred los dos! ¡Rápido!

—Silencio, niña, o te romperé el cuello —gruñó el ogro, aunque acto seguido se dirigió a Jared con una actitud más serena—. Es un trato justo, ¿no crees? Tu vida a cambio de las de tus hermanos y tu madre.

—Jared, ¿qué pasa? —preguntó mamá.

El muchacho intentó conservar la calma. No quería morir, pero sería mucho peor que hicieran daño a sus hermanos y a su madre delante de él. Parecía que el ogro empezaba a relajar la presión con que sujetaba a Simon y Mallory, como si se dispusiera a soltarlos de un momento a otro.

—¿No nos dejarás ir... aunque te prometa que no escribiremos un nuevo cuaderno de campo?

Mulgarath negó lentamente con la cabeza, con una oscura satisfacción en la mirada.

—¡Déjalos! —exigió su madre, presa del pánico—. ¡Suelta a mis hijos! Jared, ¿qué estás haciendo?

Fue entonces cuando Jared reparó en la espada de Mallory, que estaba en el suelo. Esto lo ayudó a concentrarse. Debía trazar un plan. Recordó lo que Arthur había dicho sobre los ogros: que les gustaba alardear. Esperaba que Mulgarath no fuera una excepción.

«¿Por qué haces todo esto?»

«¿Por qué haces todo esto?»

—Me rendiré y me entregaré a ti.

—¡No, pedazo de idiota! —bramó Mallory.

—¡Jared, no lo hagas! —gritó Simon.

—Pero antes... —Jared tragó saliva y rezó para que el ogro mordiera el anzuelo— me gustaría saber una cosa. ¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué ahora?

Mulgarath sonrió, mostrando los dientes.

—Vosotros los humanos arrambláis con todo y os quedáis con lo mejor. Vivís en palacios, os dais grandes banquetes y os vestís con seda y terciopelo finos como si fuerais reyes. En cambio, se supone que nosotros, que vivimos para siempre y tenemos poderes mágicos, debemos inclinarnos ante vosotros y permitir que nos pisoteéis. Pues bien, eso se acabó.

»Llevo mucho tiempo planeando este golpe. Primero creí que tendría que esperar a que mis dragones crecieran. El tiempo está de mi parte. Pero el cuaderno de campo me permitió acelerar el proceso. Siempre y cuando se les proporcione suficiente leche, los dragones son bastante dóciles, ¿sabes? Y estoy seguro de que habrás notado con qué rapidez se desarrollan gracias a la leche y lo poderosos que se vuelven. Los elfos son demasiado débiles para detenerme, y los humanos ni siquiera se imaginan lo que les espera. Se acerca una nueva era... ¡la era de Mulgarath! ¡La era de los trasgos! ¡Esta tierra tendrá un nuevo señor!

Jared ladeó la cabeza, confiando en que Mulgarath estuviera demasiado ocupado hablando para darse cuenta, y susurró a su capucha:

—Dedalete, ¿puedes conseguir que las cadenas de la baranda queden sujetas a las piernas de Mallory y de Simon?

El duende se agitó.

—Sin hacer ruido ponme en el suelo, y ya veremos entonces si puedo —musitó.

—Seguiré dándole palique —susurró Jared y acto seguido alzó la voz, dirigiéndose al ogro—. Pero ¿por qué tuviste que matar a los enanos? No lo entiendo. Ellos querían ayudarte.

—Acariciaban su propio sueño de un mundo hecho de hierro y oro. Pero ¿qué gracia tendría dominar un mundo como ése? No, yo quiero un mundo de carne, sangre y hueso. —El ogro sonrió de nuevo, complacido por el sonido de sus propias palabras, y bajó la vista hacia Jared—. Ya hemos charlado bastante. Acércate.

—¿Y qué pasa con el cuaderno de campo? —preguntó Jared— . Al menos dime dónde está.

—No tiene mucho sentido que te lo diga —replicó Mulgarath—. No se encuentra a tu alcance.

—Sólo tengo curiosidad por saber si habría sido capaz de encontrarlo —insistió Jared.

Una sonrisa cruel deformó las facciones del ogro.

—De hecho, si hubieras sido más astuto, habrías dado con él. Es una pena que no seas más que un niño humano; no eres rival para mí. El cuaderno ha estado debajo de mi trono durante todo este tiempo.

—¿Sabes una cosa? —dijo Jared—. Hemos matado a tus dragones. Espero que eso no afecte demasiado a tu ingenioso plan.

La expresión de Mulgarath revelaba auténtica sorpresa, aunque su rostro enseguida se crispó con furia.

Jared vio con el rabillo del ojo que unas cadenas se deseslabonaban y serpenteaban por el suelo como víboras. Una de ellas se enroscó en torno a la pierna de Mallory, otra rodeó la cintura de Simon. Cuando el metal le rozó la piel, Mallory dio un respingo. Una tercera cadena reptó hacia el tobillo de Mulgarath y Jared esperó que el ogro no se percatara.

Por desgracia, la pausa que hizo Jared bastó para llamar la atención de Mulgarath. Éste miró hacia abajo y descubrió a Dedalete, que corría por el suelo. El ogro tomó impulso con su gigantesco pie y propinó al duende una patada que lo mandó al otro extremo de la habitación, donde cayó como un guante arrugado junto a la señora Grace.

—¿Qué es esto? —rugió Mulgarath, quitándose de un pisotón los eslabones que le rodeaban el tobillo —. ¿Pretendías gastarme una mala jugada?

Jared se abalanzó hacia delante y recogió la espada plateada de Mallory.

Con una carcajada, Mulgarath arrojó a Simon y a Mallory por encima de la baranda del balcón. Ambos profirieron un grito que enseguida se apagó, mientras el alarido de su madre se prolongaba indefinidamente. Jared no sabía si las cadenas habían resistido. No sabía nada.

Sintió náuseas. La rabia se apoderó de él. Todo lo veía pequeño y lejano. Notaba el peso de la espada en la mano como si fuera lo único real en el mundo. Levantó el arma en alto. Alguien, a lo lejos, pronunciaba su nombre en voz alta, pero le daba igual. Ya nada le importaba.

Entonces, justo cuando se disponía a atacar, reparó en la mirada de satisfacción del ogro, como si estuviese haciendo precisamente lo que Mulgarath esperaba..., como si Jared le estuviese siguiendo el juego. Si le lanzaba un golpe con la espada, estaría midiendo sus fuerzas con el ogro, que sin duda vencería.

De improviso, Jared desvió el golpe inclinando la espada hacia abajo, de tal manera que clavó la punta en el pie a Mulgarath.

El ogro soltó un berrido de sorpresa y dolor al tiempo que levantaba el pie herido. Jared dejó caer la espada, agarró el extremo de la cadena que Mulgarath estaba pisando y tiró de ella con todas sus fuerzas. El ogro se tambaleó hacia atrás, pugnando por recuperar el equilibrio, pero justo en el momento en que sus pantorrillas chocaban contra las cadenas que formaban la barandilla, Jared lo embistió de nuevo. El peso de Mulgarath arrancó las cadenas de la pared, y el monstruo se precipitó al vacío.

Jared corrió hasta el balcón. Inmensamente aliviado, constató que Simon y Mallory colgaban de sus cadenas sobre el foso, Simon sujeto por la cintura, y Mallory por la pierna. Lo llamaron con voz débil.

Jared empezaba a sonreír cuando Mulgarath empezó a escalar hacia ellos valiéndose de otra cadena, mientras su cuerpo adquiría la forma sinuosa de un dragón.

—¡Cuidado! —advirtió Jared.

Simon, que se encontraba suspendido más cerca del monstruo, intentó darle una patada, pero sólo consiguió que las cadenas se balancearan de manera peligrosa.

Mallory y Simon chillaron cuando Jared se inclinó lo más que pudo, blandiendo la espada de nuevo. Esta vez la hoja golpeó la cadena de la que pendía el ogro, cortándola e incrustándose en la pared del palacio. Mulgarath empezó a transformarse de nuevo. Mientras el ogro caía a toda velocidad hacia los afilados cristales del foso, su cuerpo se redujo hasta convertirse en el de una golondrina. El pájaro salió volando del foso haciendo un viraje y se dirigió hacia la muchedumbre de trasgos que se había reunido. En unos segundos, Mulgarath conduciría a ese ejército al palacio, y la familia Grace no tendría escapatoria.

Pero entonces, cuando el ave emprendió un giro para volar de regreso a donde se encontraban los chicos, un trasgo extendió el brazo y cazó al pájaro al vuelo. Todo ocurrió tan deprisa que Jared no tuvo tiempo de sorprenderse y el ogro no tuvo tiempo de cambiar de forma otra vez.

Cerdonio le arrancó la cabeza a la golondrina de un mordisco y la masticó dos veces con evidente delectación.

—Avechucho chamagoso —dijo tragando.

Jared no pudo evitarlo. Rompió a reír.