Mis hijos vienen,
cuando el sol se desintegra con un suspiro,
para ver las naranjas
que cuelgan bajo la techumbre de mi cabaña
y dejar que sus rostros suenen como campanas.
Donde la tristeza crece contra el muro
el mirlo me canta en la piedra
que la muerte ha enviado desde mis campos,
canta
y canta
en el fondo de la silenciosa noche de julio.
Entre las vigas se precipitan jubilosas las gaviotas
con corazón rebelde hacia el mar,
oigo las voces de Oriente de frutos dulces
nuevamente
en el mal sueño
que me castiga con la luna abandonada
y el silbido agudo de la serpiente.