Una flor,

una flor blanca

se ha bebido mi cólera

en la ciudad perdida

y no quiere saber ya nada

de nubes ni de árboles.

En sus ojos se marchitan los niños

de carne inquieta

y canciones tristes

que no se pueden ya cantar.

¿Dónde puedo colgar esta hora desesperada

la hora que me borra

antes de que la nieve ahogue

las lenguas y las rosas del yermo

bajo el blanco desgarrado?

Una flor,

una flor blanca

se ha bebido mi cólera

en la ciudad perdida

y no quiere saber ya nada

de nubes ni de árboles.