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Decisiones

Era raro que Gomph y Triel Baenre celebraran audiencia con su madre al mismo tiempo, y más extraño aún que también asistieran a ella Berg'inyon, Sos'Umptu y las otras dos hijas Baenre principales, Bladen'Kerst y Quenthel. Sólo seis de las siete personas presentes se hallaban sentadas cómodamente en los sillones colocados alrededor del estrado de la capilla. Bladen'Kerst, la drow más sádica de la casa primera, paseaba como un animal enjaulado, con el entrecejo fruncido y los labios prietos. Era la segunda hija, nacida a continuación de Triel, y debería haber abandonado la casa a estas alturas, quizá como matrona de la Academia o como madre matrona de su propia -e inferior- casa. Pero la matrona Baenre no lo había permitido, temerosa de que la actitud de su hija, brutal incluso para las costumbres drows, deshonrara a la casa Baenre.

Triel alzaba la vista y sacudía la cabeza con desdén cada vez que Bladen'Kerst pasaba frente a ella. Rara vez pensaba siquiera en su hermana. Al igual que Vendes Baenre, la hermana menor que había muerto a manos de Drizzt Do'Urden durante la fuga del renegado, Bladen'Kerst era un instrumento de tortura de su madre y nada más. Era un bufón, una pieza de exhibición, y no representaba un verdadero peligro para nadie de la casa Baenre que estuviera por encima de la categoría de soldado raso.

Quenthel era harina de otro costal, y en los largos intervalos entre las idas y venidas de Bladen'Kerst, la mirada severa y escrutadora de Triel no se apartaba de ella.

Y Quenthel le devolvía la mirada con abierta hostilidad. Había ascendido al rango de gran sacerdotisa en un tiempo récord, y se decía que gozaba del pleno favor de Lloth. Quenthel sabía lo precaria que era su situación; de no ser por el hecho de tener el respaldo de la reina araña, Triel la habría destruido hacía mucho tiempo, ya que Quenthel no ocultaba sus ambiciones, entre las que estaba incluido el trampolín que representaba el cargo de dama matrona de Arach-Tinilith, una posición a la que Triel no pensaba renunciar.

–¡Siéntate! – instó la matrona Baenre finalmente a la incordiante Bladen'Kerst. La vieja matrona tenía uno de los ojos cerrados por la hinchazón, y en ese mismo lado de la cara todavía se veía la contusión ocasionada por el choque contra la pared. No estaba acostumbrada a tener tales marcas, ni los otros a verla de esta guisa. Normalmente, un hechizo de curación le habría borrado las señales de la cara, pero los tiempos que corrían no eran normales.

Bladen'Kerst se detuvo y miró a su madre fijamente, concentrándose en aquellas heridas. Llevaban implícita una significación doble. En primer lugar, demostraban que los poderes de Baenre no eran como deberían ser, que la madre matrona, más que ninguno de ellos, podía ser muy vulnerable. En segundo lugar, unidas al ceño que ensombrecía permanentemente los rasgos preocupados de la matrona, esas heridas reflejaban cólera.

Una cólera que excedía la ostensible vulnerabilidad, probablemente temporal, fue la sensata deducción a la que llegó Bladen'Kerst, que tomó asiento en su sillón. Su pie, calzado con una bota dura, poco habitual en un drow pero muy efectiva para dar patadas a los varones, taconeó repetidamente en el suelo, con impaciencia.

Nadie le prestó atención, sin embargo. Todos siguieron la previsible y peligrosa mirada que la matrona Baenre dirigió a Quenthel.

–No es el momento para ambiciones personales -dijo la matrona con tranquila seriedad. Quenthel abrió mucho los ojos, como si estuviera sorprendida-. Te lo advierto -insistió su madre, sin ablandarse un ápice por la expresión inocente.

–¡Y yo también! – intervino Triel rápida y resueltamente. No solía interrumpir a su madre, pues sabía a qué atenerse, pero pensó que este asunto tenía que quedar zanjado de una vez por todas, y que la matrona apreciaría su respaldo-. Te has valido del favor de Lloth para protegerte durante estos años, pero, por alguna razón que no entendemos, la reina araña no está ahora con nosotros. Eres vulnerable, hermana mía, mucho más que cualquiera de la familia.

Quenthel se adelantó en su asiento, e incluso se las ingenió para esbozar una sonrisa.

–¿Correrías el riesgo sabiendo que Lloth regresará a nosotros, como las dos sabemos que hará? – siseó la joven hija Baenre-. ¿Y qué puede haber sido lo que alejó a la reina araña de esta familia? – Mientras hacía la última pregunta, su mirada cayó sobre su madre, en lo que era la actitud más osada que nadie se había atrevido a mostrar jamás ante la madre matrona.

–¡No lo que tú supones! – espetó Triel. Había esperado que Quenthel intentara hacer responsable a la matrona Baenre. La destitución de la madre matrona sólo podía beneficiar a la ambiciosa Quenthel y posiblemente devolver cierto prestigio a la casa que estaba cayendo en desgracia tan rápidamente. A decir verdad, también Triel había considerado esta posibilidad, pero la había desestimado posteriormente, convencida de que los recientes fracasos de su madre no tenían nada que ver con los extraños sucesos que estaban ocurriendo-. Lloth ha abandonado a todas las casas.

–Esto está por encima de Lloth -añadió intencionadamente Gomph, el hechicero cuya magia no provenía de ninguna deidad.

–Basta -dijo Baenre mientras su mirada pasaba alternativamente de uno a otro hijo, consiguiendo calmar los ánimos-. Ignoramos qué ha provocado los acontecimientos actuales. Lo que debemos considerar es cómo afectarán a nuestra posición esos acontecimientos.

–La ciudad quiere un pera'dene -razonó Quenthel, el término drow que significaba «chivo expiatorio». Su mirada, prendida con fijeza en la madre matrona, manifestaba con claridad quién tenía en mente.

–¡Necia! – espetó Baenre-. ¿Crees que se conformarían con mi corazón? – El rotundo comentario pilló desprevenida a Quenthel.

»Para algunas de las casas inferiores, nunca ha habido, y nunca habrá, una oportunidad mejor para desbancar a esta casa -prosiguió la matrona Baenre, dirigiéndose a todos-. Si estáis pensando en derrocarme, entonces hacedlo, pero sabed que con eso no detendréis la rebelión que se está fraguando contra nosotros. – Resopló y levantó los brazos en un gesto exasperado-. Sólo estaríais ayudando a nuestros enemigos. Soy vuestro vínculo con Bregan D'aerthe, y sabed que nuestros enemigos también rondan a Jarlaxle como moscones. ¡ Yo soy Baenre! No Triel o Quenthel. Sin mí, todos vosotros os hundiréis en el caos, luchando por el control, cada uno respaldado por su correspondiente facción partidaria de la guardia. ¿Dónde estaréis cuando K'yorl Oblodra entre en el recinto?

Era una idea que hacía entrar en razón. La matrona Baenre había informado a sus hijos que los Oblodra no habían perdido sus poderes, y todos los Baenre sabían cuánto los odiaba la casa tercera.

–No es el momento para ambiciones personales -reiteró la madre matrona-. Es el momento de permanecer unidos y conservar nuestra posición.

Los gestos de asentimiento que hubo a su alrededor eran sinceros y la matrona lo sabía, bien que Quenthel se había abstenido de hacerlo.

–Reza para que Lloth no venga a mí antes que a ti -manifestó la ambiciosa hermana con atrevimiento, dirigiendo su comentario a Triel.

La hija mayor no parecía preocupada. – Y tú deberías rezar para que Lloth regrese alguna vez -replicó con tranquila indiferencia-. De lo contrario, te arrancaré la cabeza y haré que Gomph la ponga en lo alto de Narbondel para que así tus ojos brillen cuando sea pleno día. Quenthel iba a contestar, pero Gomph se adelantó. – Será un placer, mi querida hermana -le dijo a Triel. No había cariño entre estos dos, pero, mientras que los sentimientos de Gomph por Triel eran ambivalentes, su odio por Quenthel y sus peligrosas ambiciones era rotundo. Si la casa Baenre caía, también caería él.

La alianza insinuada entre los dos hijos Baenre mayores obró maravillas en la actitud de la arrogante hermana menor, que no pronunció palabra durante el resto de la reunión.

–¿Puedo hablar ahora sobre K'yorl y el peligro que nos amenaza a todos? – preguntó la matrona Baenre.

Al no producirse ninguna objeción (y hacerlo habría agotado la paciencia de la madre matrona, que habría dado una muerte lenta al osado), Baenre entró en el tema de la defensa de la casa. Explicó que todavía podía confiarse en Jarlaxle y su banda, pero advirtió que el mercenario era de los que cambiarían de bando si el curso de la batalla tomaba mal cariz para la casa Baenre. Triel les aseguró que la Academia al completo les seguía siendo leal, y el informe de Berg'inyon sobre la disposición animosa de la guardia fue optimista.

A pesar de las prometedoras noticias y la merecida reputación de la guarnición Baenre, la conversación acabó ciñéndose al único modo seguro de rechazar a K'yorl y su familia con poderes psíquicos. Berg'inyon, que había tomado parte en la lucha con el enano Gandalug, fue el primero en plantearlo en voz alta.

–¿Qué hay de Methil y del centenar de illitas que representa? – preguntó-. Si están de nuestra parte, la amenaza de la casa Oblodra queda minimizada.

Los demás mostraron su conformidad asintiendo con la cabeza, pero la matrona Baenre sabía que no se podía contar con aliados como los desolladores mentales.

–Methil sigue de nuestra parte porque él y su gente saben que somos la piedra angular para la seguridad de su pueblo. La población illita no es ni la centésima parte de los drows de Menzoberranzan. Ése es el alcance de su lealtad. Si Methil llega a la conclusión de que la casa Oblodra es la más fuerte, dejará de respaldarnos. – La matrona soltó una risita irónica en la que se advertía impotencia.

»Puede que incluso los otros illitas tomen partido por K'yorl -razonó-. Esa bruja es semejante a ellos con sus poderes mentales. Quizá se entiendan entre ellos.

–¿Podemos hablar tan abiertamente? – preguntó Sos'Umptu, que miró a su alrededor con expresión preocupada, y los demás comprendieron que temía que Methil estuviera allí, invisible, escuchando cuanto decían, leyendo todos sus pensamientos.

–No importa -contestó la matrona Baenre con indiferencia-. Methil ya está al tanto de mis temores. No puede ocultarse nada a un illita.

–Entonces ¿qué vamos a hacer? – inquirió Triel.

–Tenemos que aglutinar nuestras fuerzas -respondió Baenre con determinación-. No debemos demostrar temor o debilidad. Y no debemos hacer nada que nos aleje de Lloth aún más. – Dirigió esta última advertencia a las dos sacerdotisas rivales, Quenthel y Triel, en especial a la dama matrona de la Academia, que parecía más que dispuesta a aprovechar la ausencia de Lloth para librarse de su hostil hermana.

»Debemos demostrar a los illitas que seguimos siendo el poder dirigente de Menzoberranzan -prosiguió Baenre-. Si se convencen de esto, entonces tomarán partido por nosotros y no querrán que la casa Baenre se debilite con los ataques de K'yorl.

–Vuelvo a Sorcere -dijo Gomph, el archimago.

–Y yo a Arach-Tinilith -manifestó una resuelta Triel.

–No me hago ilusiones respecto a la amistad entre mis rivales -añadió Gomph-. Pero unas cuantas promesas de compensación cuando las cosas hayan vuelto a su cauce serán determinantes para encontrar aliados.

–No se ha permitido que las novicias se pongan en contacto con nadie fuera de la escuela -informó Triel-. Están enteradas de los problemas en general, por supuesto, pero no saben nada de la amenaza a la casa Baenre. En su ignorancia, permanecen leales.

La madre matrona hizo un gesto de asentimiento a sus dos hijos.

–Y tú celebrarás reuniones con las casas inferiores que hemos establecido -le encomendó a Quenthel, una misión de importancia vital. Gran parte del poder de la casa Baenre radicaba en una docena de casas menores que estaban dirigidas por nobles pertenecientes a la familia Baenre. Dada la obvia predilección de Lloth por Quenthel, su elección para llevar a cabo tal misión era perfecta.

La expresión de la hija menor ponía de manifiesto que lo que la había persuadido eran las amenazas de Triel y Gomph más que el caramelo que su madre acababa de arrojarle.

Baenre sabía que el principal ingrediente para diluir las rivalidades era dejar que Triel y Gomph salvaran las apariencias y se sintieran importantes. En consecuencia, esta reunión había sido un éxito, y todo el poder de la casa Baenre estaría coordinado en una única fuerza defensiva.

No obstante, la sonrisa esbozaba por Baenre era parca. Sabía lo que Methil era capaz de hacer, y sospechaba que K'yorl no le andaba muy a la zaga. Toda la casa Baenre podía estar preparada, pero, sin la magia clerical proporcionada por Lloth y sin la hechicería de Gomph, ¿sería suficiente?

En el nivel superior de Mithril Hall, pared con pared con la sala de audiencias de Bruenor, había un pequeño cuarto que el rey enano había reservado para los artesanos que trabajaban en la restauración de la estatuilla de la pantera. En su interior había una pequeña forja y herramientas delicadas, junto con docenas de retortas y redomas que contenían diversos ingredientes y ungüentos.

Drizzt estaba realmente ansioso cuando lo llamaron a aquella habitación. Por supuesto, había ido allí una docena de veces a diario, pero sin haber sido invitado, y en todas las ocasiones encontró a los enanos apiñados alrededor de la estatuilla todavía rota y sacudiendo sus barbudas cabezas. Había transcurrido una semana desde el incidente, y Guenhwyvar permanecía tumbada frente a la chimenea del cuarto de Drizzt, tan exhausta que no podía ponerse de pie, ni siquiera alzar la cabeza recostada en las zarpas.

La espera era lo peor.

Ahora, sin embargo, el drow había sido llamado a aquella habitación. Sabía que un emisario de Luna Plateada había llegado aquella mañana; sólo podía esperar que Alustriel tuviese alguna solución positiva que ofrecerles.

Bruenor lo vio acercarse a través de la puerta abierta de la sala de audiencias. El barbirrojo enano le hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia un lado, y Drizzt dobló la esquina y abrió la puerta sin molestarse en llamar antes.

Se encontró con la escena más curiosa que Drizzt Do'Urden había visto nunca. La figurilla rota -¡todavía rota!– descansaba sobre una pequeña mesa redonda. Regis estaba al lado trabajando afanoso con un mortero y un majador, machacando una sustancia negruzca.

Al otro lado de la mesa, frente a Drizzt, había un enano bajo y fornido, Buster Brazal, el notorio maestro armero, el que, de hecho, había forjado la flexible cota de malla de Drizzt cuando todavía vivían en el valle del Viento Helado. El drow ni se atrevió a saludar al enano por temor a sacarlo de su profunda concentración. Buster estaba plantado con los pies muy separados. De vez en cuando, hacía una exagerada inhalación y luego se quedaba totalmente inmóvil; en sus manos, descansando sobre un paño húmedo de la tela más fina, sostenía… unos globos oculares.

Drizzt no tenía ni idea de lo que estaba pasando hasta que una voz, familiar y bulliciosa, lo sacó de su pasmo con un sobresalto.

–¡Saludos, oh el de piel negra como la medianoche! – dijo el incorpóreo mago alegremente.

–¿Harkle Harpel? – se extrañó Drizzt.

–Quién si no -comentó Regis con acritud.

Drizzt reconoció que el halfling tenía razón.

–¿Qué pasa aquí? – inquirió dirigiéndose a Regis, ya que sabía que cualquier respuesta proveniente de Harkle sólo embrollaría más una situación ya confusa de por sí.

–Un emplasto de Luna Plateada -explicó el halfling, esperanzado, mientras levantaba un poco el recipiente de mezcla-. Harkle ha supervisado la elaboración.

–Lo que significa -añadió el ausente mago con guasa-, que han sostenido mis ojos encima del mortero.

El jocoso comentario no consiguió arrancar una sonrisa a Drizzt, que tenía muy presente la figurilla rota, con la cabeza caída todavía a los pies del cuerpo esculpido.

Regis soltó una risita desdeñosa.

–Está listo ya -explicó-, pero quería que fueras tú quien lo aplicara.

–¡Los dedos drows son tan hábiles! – intervino Harkle.

–¿Dónde estás? – preguntó Drizzt, impaciente y nervioso con la extravagante situación.

Harkle pestañeó, y los párpados aparecieron de la nada.

–En Nesme -contestó el mago-. Pasaremos al norte de los Pantanos de los Trolls dentro de poco.

–Y después a Mithril Hall, donde te reunirás con tus ojos -dijo Drizzt.

–Estoy deseando volver a verlos -bromeó Harkle, pero, de nuevo, él fue el único que rió su chiste.

–Como siga así voy a echar los condenados ojos a la forja -rezongó Buster Brazal.

Regis puso el recipiente sobre la mesa y cogió una pequeña herramienta metálica.

–La capa de emplasto tiene que ser fina -instruyó el halfling mientras le tendía el delicado instrumento a Drizzt-. Y Harkle ha advertido que debemos evitar que la mezcla penetre al interior de las piezas unidas.

–Es sólo un pegamento -añadió la voz del mago-. La magia de la estatuilla será la fuerza que realmente hará del objeto un todo completo. Dentro de unos días, habrá que retirar el emplasto rascándolo. Si funciona como esperamos, la figurilla estará… -Hizo una pausa, buscando la palabra adecuada-. Estará curada -finalizó.

–Si funciona -repitió Drizzt. Se tomó unos instantes para tantear el instrumento que sostenía entre los dedos y para asegurarse de que las quemaduras sufridas cuando la magia de la estatuilla se había alterado estaban ya curadas y que podía sentir el tacto de la herramienta a la perfección.

–Funcionará -le aseguró Regis.

Drizzt inhaló profunda y lentamente; luego cogió la cabeza de la pantera. Miró los ojos esculpidos, tan semejantes a los de Guenhwyvar. Con el cuidado de un padre que atiende a su hijito, Drizzt colocó la cabeza contra el cuerpo y empezó con la concienzuda tarea de extender el pegajoso emplasto alrededor del perímetro del cuello.

Transcurrieron más de dos horas antes de que Drizzt y Regis abandonaran el cuarto y entraran en la sala de audiencias, donde Bruenor seguía reunido con el emisario de la dama Alustriel y varios enanos más.

Bruenor no parecía muy contento, pero sí más tranquilo de lo que había estado desde que habían empezado los extraños acontecimientos.

–¡No es un truco de los drows -gruñó el rey enano tan pronto como Drizzt y Regis estuvieron a su lado-, o los malditos elfos oscuros son más poderosos de lo que nadie había imaginado! Está ocurriendo en todo el mundo, según dice Alustriel.

–La dama Alustriel -lo corrigió el emisario, un enano de aspecto muy pulcro, vestido con una ondeante túnica blanca, que lucía una barba corta y bien cuidada.

–Saludos, Fredegar -dijo Drizzt al reconocer a Fredegar Triturarrocas, más conocido como Fret, el bardo y consejero favorito de la dama de Luna Plateada-. Así que por fin se te ha presentado la ocasión de ver las maravillas de Mithril Hall.

–Ojalá las circunstancias fueran otras -contestó Fret con expresión sombría-. Y dime, ¿qué tal le va a Catti-brie?

–Está bien -respondió Drizzt. Sonrió al pensar en la joven, que había vuelto a Piedra Alzada llevando cierta información de Bruenor.

–No es un truco de los drows -repitió Bruenor con más énfasis, dejando claro que no le parecía el momento ni el lugar oportunos para una conversación tan intrascendente y sin sentido.

Drizzt hizo un gesto de asentimiento; desde el principio le había asegurado a Bruenor que su gente no tenía nada que ver con lo que estaba ocurriendo.

–Sea lo que sea, ha inutilizado el rubí de Regis -dijo Drizzt. Alargó la mano y levantó el colgante que el halfling llevaba al cuello-. Ahora sólo es una simple gema, aunque innegablemente hermosa. Y la fuerza desconocida ha afectado a Guenhwyvar y ha llegado hasta los Harpel. Ninguna magia drow es tan poderosa. En caso contrario, habrían conquistado el mundo de la superficie hace mucho tiempo.

–¿Algo nuevo? – preguntó Bruenor.

–Los efectos se han dejado sentir desde hace varias semanas -intervino Fret-. Aunque sólo ha sido en los últimos quince días cuando la magia se ha vuelto tan impredecible y peligrosa.

Bruenor, que nunca había sido partidario de la magia, resopló.

–¡Entonces, es algo bueno! – decidió-. Los malditos drows dependen más de la magia que nosotros o que los hombres de Piedra Alzada. ¡Ojalá desaparezca del todo, es lo que yo digo, y entonces que los drows vengan y nos divertiremos un poco!

Thibbledorf Pwent dio un brinco de contento ante semejante perspectiva. Se plantó de un salto junto a Bruenor y a Fret, y palmeó la espalda del pulcro enano con su mugrienta y maloliente mano. Pocas cosas podían calmar al camorrista cuando se excitaba, pero la mirada horrorizada y ofendida de Fret lo consiguió, al sorprender totalmente a Pwent.

–¿Qué sucede? – inquirió el camorrista.

–Si vuelves a tocarme, te aplastaré el cráneo -prometió Fret con un tono sin inflexiones; y, aunque no era ni la mitad de fuerte que Pwent, por alguna razón inexplicable, éste lo creyó y retrocedió un paso.

Drizzt, que conocía muy bien al pulcro enano de sus numerosas visitas a Luna Plateada, sabía que Fret no aguantaría ni diez segundos en un enfrentamiento con Pwent… a menos que éste se centrara en un debate sobre la suciedad. Drizzt apostaría todo su dinero por Fret, y sería la apuesta más segura que el drow habría hecho nunca.

Pero no era probable que se diera esta situación, ya que Pwent, con todo lo pendenciero que era, jamás haría algo perjudicial para Bruenor, y saltaba a la vista que el rey enano no quería tener ningún problema con un emisario, en particular con una emisario enano de la amistosa Luna Plateada. En verdad, todos los presentes en la sala se divirtieron de lo lindo con el enfrentamiento de los dos personajes, y además parecían más tranquilos al comprender que los extraños acontecimientos no estaban relacionados con los misteriosos elfos oscuros.

Todos, excepto Drizzt Do'Urden. El drow no se sentiría tranquilo hasta que la estatuilla estuviera reparada, su magia restaurada, y la pobre Guenhwyvar pudiera regresar a su hogar en el plano astral.