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A veces me impresiono a mí mismo con mi brillantez —graznó Thomas Lynd al entrar en el despacho de Jasper, con el sombrero en la mano.

A Lynd no le gustaba que los mayordomos lo anunciaran. Podía tolerar a los lacayos, pero no a los mayordomos, que, a pesar de formar parte del servicio, eran mucho más expertos en protocolo que él.

Jasper se echó hacia atrás en la silla con una sonrisa de bienvenida.

—Esta vez te has superado a ti mismo.

Como de costumbre, la ropa de Lynd era excesiva y el resultado poco satisfactorio. Es lo que pasa cuando se lleva una tela de calidad a un sastre que no sabe cómo utilizarla. A pesar de todo, Lynd tenía un aspecto más elegante que muchos de sus colegas de profesión. Su objetivo era provocar respeto entre las clases bajas y, al mismo tiempo, que su apariencia no resultara amenazadora para la buena sociedad.

Se sentó en una de las dos sillas situadas frente al escritorio de Jasper.

—En cuanto mencionó a Montague, no lo dudé ni un segundo.

Aunque Lynd visitaba a Jasper con regularidad, miró a su alrededor como si estuviera viendo la habitación por primera vez. Clavó la mirada en la estantería de caoba que cubría una de las paredes y en las cortinas azules que colgaban en los ventanales de la pared opuesta.

—Además —siguió diciendo—, quería un maldito perro faldero, y ninguno de nuestros conocidos tiene un pedigrí como el tuyo.

—Ser un bastardo nunca es una ventaja.

Lynd no tenía ninguna dificultad en cruzar la barrera de clases. Jasper en cambio no lo tenía tan fácil, pero, curiosamente, esa incapacidad solía ayudarlo en su trabajo, ya que muchas veces la clase alta lo contrataba precisamente porque en su mundo nadie lo conocía. En el caso de Eliza Martin, podría hacerse pasar por su pretendiente, ya que nadie en su entorno sabía quién era.

—En este caso lo será. —Lynd se pasó una mano por su pelo castaño, que aún no se veía afectado por el paso del tiempo—. Te hará falta toda la paciencia del mundo para aguantar a esa pandilla de idiotas pomposos que rodean a la sobrina de Melville. Y tampoco te irá nada mal tu capacidad de pasar inadvertido, crea ella lo que crea.

Jasper se acercó a las licoreras que tenía sobre la consola, junto a las ventanas. Lynd era una de las pocas personas del mundo que conocían sus orígenes. Jasper confiaba en él, ya que en el pasado había mostrado una gran amabilidad hacia su madre que ésta había necesitado desesperadamente.

Mientras servía dos copas de armañac, levantó la cortina con un dedo y vio a los dos lacayos de aspecto no muy respetable que esperaban junto a la puerta principal. Eran los hombres de Lynd.

A Jasper no le había sido fácil encontrar casa en una zona respetable que tolerara sus actividades. Sus vecinos aceptaban las incomodidades de sus continuas idas y venidas a cambio de la seguridad que les daba tenerlo en el barrio. Gracias a su presencia, se había reducido la delincuencia en los alrededores. Le parecía un precio tolerable para no tener que vivir en Fleet Street o en The Strand, o en cualquiera de las calles donde vivían Lynd y la mayor parte de sus colegas. Odiaba aquella zona. Allí era imposible librarse del hedor que subía de las cloacas que desembocaban en el río, pues ese olor impregnaba los muros mismos de los edificios.

Volvió a su asiento y dejó uno de los vasos frente a Lynd.

—He quedado con la señorita Martin esta tarde. Me informaré sobre el interés real de Montague en conseguir su mano. Tal vez esté ya tan desesperado que haya empezado a hacer tonterías.

—El asunto es absurdo de principio a fin —refunfuñó Lynd—. Si alguien quiere casarse con ella, que se lo pida directamente. Aunque me imagino que los candidatos son tontos o están desesperados por mezclar su sangre con la de los Tremaine. La muchacha debe sentirse agradecida de que su padre dejara la herencia a su nombre. De otro modo, le habría resultado imposible atraer a un hombre.

Jasper alzó las cejas. Él se había sentido atraído por ella desde que la había oído hablar.

—Francamente —siguió diciendo Lynd—, debería decidirse por uno de ellos y olvidarse del tema. Es lo que haría cualquier mujer. A esa chica la han dejado muy suelta. Lo de contratar a un detective fue idea suya. El conde está demasiado ocupado recorriendo su laberinto mental como para controlarla. Cuando me reuní con ellos, las únicas veces que Melville abrió la boca fue para hablar solo.

—¿Quieres llegar a alguna parte con tus críticas o sólo estás pasando el rato?

—Seis semanas se te harán eternas, estoy seguro. No hay compensación económica capaz de devolverle a nadie la cordura. Y la señorita Martin es testaruda como pocas. No es una mujer normal. Tuvo el descaro de mirarme de arriba abajo, lo que tiene mérito, porque soy bastante más alto que ella, y decirme que debería buscarme un buen sastre. No tiene modales. No sé cómo la aguanté tanto rato. Me sacó de mis casillas.

—En ese caso, hiciste bien en no aceptar su oferta —bromeó Jasper—. No habrías sido un pretendiente nada convincente.

—Si tú lo consigues, te diré que has errado la vocación y que tu lugar estaba en los escenarios.

—Haré todo lo necesario para evitar que Montague consiga el dinero que le hace falta para recuperar el documento de propiedad.

Y si la manera de impedir que conquistara a Eliza Martin era seducirla él personalmente, todo eso que saldría ganando.

—La venganza es peligrosa, muchacho. Se vuelve contra el que la practica, no lo olvides.

Él sonrió con ironía.

Lynd se encogió de hombros.

—Haz lo que quieras. Siempre lo haces.

El documento de propiedad al que se refería Jasper correspondía a una parcela de terreno en Essex donde se levantaba una modesta casa. Era, con diferencia, la propiedad más pequeña de Jasper, pero tenía un valor incalculable para él. Representaba años y años de tenaz trabajo para conseguir vengarse. Si Montague no conseguía el dinero para recuperarla en seis semanas, sería suya definitivamente, para destruirla o para hacer con ella lo que quisiera.

Jasper abrió el cajón del escritorio y sacó un saquito de monedas.

Lynd dudó un poco antes de cogerlo.

—Ojalá pudiera permitirme no aceptarlo.

—Bobadas. Nunca podré pagarte todo lo que te debo.

Jasper acompañó a Lynd a la puerta y, cuando éste se hubo marchado, echó un vistazo al reloj situado sobre la repisa de la chimenea.

Faltaban pocas horas para que volviera a ver a la señorita Eliza Martin y estaba más impaciente de lo razonable. No debería estar pensando en una mujer que le había dicho que era un saco de músculos sin cerebro.

Pero en su trabajo era importante resolver los problemas de uno en uno, a medida que se iban presentando. Aún faltaban horas para su cita con Eliza y de momento había otros asuntos que requerían su atención.

Sin embargo, permaneció apoyado en el quicio de la puerta de su oficina, preguntándose cómo debería vestirse para la entrevista. ¿Debería tratar de impresionarla con su aspecto u optar por un estilo sobrio, parecido al suyo propio?

Se sorprendió al darse cuenta de que la opinión de ella le importaba. No era una mujer fácil de impresionar, por eso su aprobación tenía más valor.

—Me haré un nudo trône d’amour —murmuró, tocándose el pañuelo que llevaba al cuello. Una vez decidido eso, se sentó, dispuesto a centrarse en el trabajo al menos durante una hora.

Jasper cruzó el umbral de casa de los Melville a las once en punto. Tras cerrar la tapa de su reloj de bolsillo, esperó unos instantes mientras el mayordomo se ocupaba del sombrero y el bastón. Sólo fueron unos instantes, pero se le hicieron eternos. Se preguntó cuál sería la causa de su impaciencia y llegó a la conclusión de que la capacidad de Eliza para sorprenderlo era lo que más le gustaba de ella.

Al darse cuenta de esto, también llegó a otra conclusión: hacía mucho tiempo que nada lo sorprendía. Siempre sabía lo que los demás iban a decir antes de que lo dijeran. Sabía cómo iban a responder antes de que abrieran la boca. Todo el mundo seguía las normas de etiqueta, las normas de comportamiento. Asistir a un acto social era como ir al teatro. Todos conocían el fragmento de texto que les tocaba recitar y sabían cuándo debían hacerlo.

En cambio, Eliza no había dicho ni una palabra previsible.

—Por aquí, señor.

Jasper siguió al mayordomo hasta un despacho y se detuvo en el umbral mientras aquél lo anunciaba. Con las manos detrás de la espalda, echó un vistazo a la habitación. Se fijó en que los muebles eran eminentemente masculinos, pero el efecto quedaba suavizado por las cortinas floreadas y los cuadros de paisajes campestres. Daba la sensación de que la estancia hubiese pertenecido a un hombre en el pasado y que hubiera cambiado de dueño.

—Ah, buenos días, señor Bond.

Con una reverencia, el mayordomo se apartó, dejando al descubierto a la esbelta mujer que hasta entonces había quedado oculta tras él. Eliza estaba sentada ante un escritorio de nogal tan grande que se veía muy pequeña en comparación. No levantó los ojos de su trabajo, lo que permitió a Jasper contemplar sus rizos, que llevaba recogidos en la coronilla, y los hombros, parcialmente cubiertos por un vestido de fino encaje.

Se acercó a una de las dos sillas que había frente al escritorio y, antes de sentarse, se fijó en lo que Eliza estaba haciendo. Eran libros de contabilidad. Estaba revisándolos a gran velocidad, escribiendo en la última columna números pequeños pero muy claros.

—Una vez más es usted muy puntual —murmuró ella.

—¿Un defecto más para añadir a mi lista?

Eliza alzó la vista y lo miró entre sus espesas pestañas.

—¿Le apetece una taza de té?

—No, gracias.

Dejando la pluma a un lado, despidió al mayordomo con un gesto.

—Su puntualidad me indica que valora su tiempo. Quiero creer que también indica que valorará el mío, cosa que agradezco.

—¿Qué más cosas valora, señorita Martin?

—¿Qué importancia tiene eso?

Él sonrió.

—Ya sea como pretendiente enamorado o como cazafortunas, se supone que tengo que saber cosas sobre usted.

—Claro. —Eliza frunció el ceño antes de decir—: Valoro la intimidad, la soledad, los libros de mi biblioteca, mi caballo y mi dinero.

Jasper observó cómo tamborileaba con los dedos sobre el libro de contabilidad.

—¿Lleva los libros personalmente?

—Como mi padre antes que yo.

—¿Por qué no se ha casado?

Eliza se retrepó en la silla y se cruzó de brazos.

—¿Está usted casado, señor Bond?

—Jasper —la corrigió él, esperando oírla pronunciar su nombre con aquella voz suave e implacable a un tiempo—. Y no, no estoy casado.

—Entonces, le hago la misma pregunta: ¿por qué no se ha casado usted?

—Mi modo de vida no es compatible con el matrimonio. Tengo horarios raros y compañías aún más raras.

—Hum, pues yo no me he casado porque todavía no he encontrado a nadie que merezca la pena, el esfuerzo y el gasto. —Eliza se encogió de hombros—. Francamente, el matrimonio me parece algo exageradamente caro. Aparte de que con él perdería el control de mis finanzas, debería invertir una gran cantidad de tiempo en otra persona. Sé que soy rara, o tal vez sólo soy Tremaine hasta la médula, pero las relaciones sociales me agotan. Tengo que pensar cada cosa antes de decirla y pasarla por varios filtros para que mi interlocutor no se ofenda.

Ya había encontrado la clave para meterse en su cama: animarla a ser ella misma. Era una solución perfecta, ya que a Jasper nada le gustaba más que escuchar sus ideas tal como salían de su mente, sin filtrar. Iba a disfrutar muchísimo descubriendo qué clase de mujer se escondía tras ese cerebro.

—Eliza —dijo Jasper observando con atención cómo reaccionaba ante su inesperada familiaridad: la ligera dilatación de las pupilas, el batir de las pestañas y la aceleración del pulso en el cuello—, debo confesar que estaba ansioso por que llegara nuestra cita, precisamente para poder oír las cosas que salen de su boca.

Lo que lo llevó a pensar en qué otras cosas le gustaban de ella. Como por ejemplo, la curva del carnoso labio inferior y cómo lo adelantaba un poco cuando la provocaba. Incluso el modo en que movía la boca cuando hablaba.

Las cosas que quería hacerle a esa boca lo escandalizaban incluso a él. Quería sentirla sobre la piel, susurrándole palabras atrevidas, cubriéndolo de suaves besos, provocándolo, succionando…

Inspiró hondo, disgustado por primera vez en su vida con su instinto, en el que tanto confiaba y que tantas veces le había salvado la vida. Pero una cosa era que una mujer lo atrajera sexualmente, algo que le parecía agradablemente estimulante, y otra cosa muy distinta que dicha atracción le causara ese efecto.

—No es nada habitual que un cliente sea tan directo. Pero lo agradezco mucho. El resultado de la investigación es mucho más útil.

Eliza ladeó la cabeza y un mechón de pelo le cayó cerca de su delicada oreja. Parecía estar a punto de hablar, pero no lo hizo. En vez de eso, sacó una hoja de papel de debajo del libro de contabilidad y se la entregó.

Jasper se echó hacia delante para coger el papel y le dio la vuelta para leerlo. Al igual que en los libros de contabilidad, las columnas eran precisas y ordenadas, pero el modo de formar las letras era algo distinto al que usaba para los números. Éstas le quedaban un poco inclinadas, no como los números, que escribía muy rectos. Alargaba las letras por arriba y por abajo y a veces les sobraba un poco de tinta, como si no tuviera paciencia para sacudir el exceso antes de ponerse a escribir. Jasper se fijaba en estos detalles mientras leía.

Decía mucho de ella el mimo con que escribía los números y la poca atención que le merecía un listado de nombres. En éste había catalogado a sus pretendientes por rango. Especificaba el título nobiliario —si lo había—, el tiempo que llevaban cortejándola, la edad, una concisa descripción física y algún rasgo característico, como una tendencia a aclararse la garganta o un tic en la nariz. Con la información que le había suministrado, a Jasper no le costaría demasiado asignarle un nombre a cada cara.

—Estoy impresionado con su capacidad de observación —dijo Jasper, alzando los ojos de la lista.

Cuando ella hizo amago de sonreír, Jasper se dio cuenta de que todavía no la había visto hacerlo de verdad.

—Gracias. Anoche llegué a la conclusión de que ésta iba a ser mi última temporada en sociedad. Cuando hice mi presentación, llegué a un acuerdo con mi tío. Seis temporadas como máximo. Pero últimamente me lo había estado replanteando. Lo hago por él, que me pide tan pocas cosas.

—Ya veo.

Mejor que mejor. No tendría que lidiar con cargos de conciencia por disfrutar de ella si no había querido casarse.

—Así que he decidido utilizar sus servicios durante las seis semanas restantes, señor Bond. Si me dice usted a cuánto ascienden sus honorarios, me aseguraré de que le paguen mañana mismo.

Jasper se echó hacia atrás en la silla, reflexivo. Había algo en el modo que tenía Eliza de mirarlo que lo ponía en guardia. Le gustaba cobrar por los servicios prestados, como a cualquiera, pero se preguntó si habría algo detrás de su oferta, aparte del deseo de cuadrar los libros de contabilidad y de saldar sus deudas.

Para algunos miembros de la nobleza, abonar sus servicios era una manera de ponerlo en su sitio. Una vez que había cogido el dinero, dejaban de verlo como a un hombre de negocios y se convertía en alguien a quien habían pagado y al que podían usar a su antojo.

Normalmente, a Jasper no le importaba qué sistema usaran sus clientes para quedarse a gusto con su conciencia, pero no iba a permitir que Eliza creyera que podía controlarlo a base de dinero.

—Habíamos llegado a un acuerdo —replicó, sonriendo levemente para compensar la rigidez de su opinión sobre el asunto—. Dos semanas a prueba. Si al cabo de ese tiempo está satisfecha con el resultado, puede pagarme entonces.

Ella lo miró con recelo durante un instante.

—Pero yo no tengo intención de reemplazarlo…

—Excelente. No tenía intención de dejarme reemplazar. —Jasper levantó la lista—. ¿Por casualidad los ha colocado por orden de más a menos sospechoso?

—Sí, por supuesto —respondió ella, poniéndose en pie y rodeando la mesa.

Jasper también se levantó y vio sorprendido que la joven ocupaba la silla que había a su lado, haciéndole un gesto para que volviera a sentarse.

—Si tiene alguna duda, trataré de aclarárselas lo mejor que sepa.

Mientras se sentaba, le llegó el aroma de su perfume, mucho más exótico de lo que su conservador modo de vestir haría sospechar. Aquella mujer era una contradicción andante. Su aspecto físico, su voz, su caligrafía… nada en ella era lo que uno esperaba.

—¿Por qué está el conde de Montague tan cerca del final?

Eliza ladeó la cabeza para ver mejor la línea que le indicaba. Nunca la había tenido tan cerca. A esa distancia pudo ver las pecas que le salpicaban la nariz.

—¿Por qué no debería estarlo? El conde es guapo, encantador y…

—Cargado de deudas.

Jasper tuvo que hacer un gran esfuerzo para no arrugar la lista en el puño. La atracción natural que sentía hacia ella había aumentado al oírla hablar bien de su rival. Era un hombre muy posesivo y no iba a permitir que Montague pusiera las manos encima de Eliza ni de su dinero.

—Lo sé. Como la mayoría de los demás que aparecen en la lista. O están cargados de deudas o tienen escasos recursos económicos. —Al ver que él alzaba las cejas, volvió a dirigirle una media sonrisa—. Me he informado de las circunstancias de todos mis pretendientes, incluso de los que no parecen tener motivos ocultos.

—¿Cómo lo ha hecho?

—Tal vez no haya contratado los servicios de un detective, señor Bond, pero…

—Jasper —volvió a corregirla él.

Ella echó los hombros hacia atrás.

—No me gustan estas familiaridades en asuntos de negocios.

—Lo comprendo, pero en este caso es necesario. Entiendo que le cueste mostrarse cariñosa conmigo, ya que no soy su tipo de hombre, pero creo que llamarnos por el nombre de pila y pasar tiempo juntos es imprescindible si queremos que la gente se crea que mi interés por usted es personal.

—Dijo que usted se encargaría de eso.

—Cierto. Yo le diré lo que hay que hacer, pero debe seguirme la corriente —replicó Jasper, usando un tono de voz que nunca fallaba cuando quería que siguieran sus instrucciones. Sabía que si le daba la menor oportunidad, Eliza lo apabullaría—. Y bien. ¿Cómo consiguió la información?

Ella frunció los labios. No estaba acostumbrada a que nadie le marcara el camino. «A esa chica la han dejado muy suelta», había dicho Lynd.

Jasper no quería cambiarla, pero tampoco podía consentir que lo llevara atado de una correa.

—Tengo a un hombre de confianza para cuando debo hacer alguna indagación discreta —explicó ella—. Hay que tener cuidado.

Él se echó hacia atrás para disfrutar más de la conversación.

—¿Y qué ha averiguado su hombre de confianza? ¿Sabe hasta qué punto está endeudado lord Montague?

—Sé lo suficiente como para andarme con cuidado.

—Entonces, ¿por qué lo ha colocado en una posición tan poco sospechosa?

—Como le he dicho, es encantador y podría aspirar a alguien mejor que yo. Creo que me utiliza para poner celosas a otras mujeres. Mi madre solía decir que no hay nada más atractivo que un hombre que pertenece a otra mujer. Montague tiene problemas económicos, pero poca gente lo sabe. Ha logrado que no se corra la voz. Y es lo bastante atractivo como para que muchas mujeres pasen por alto otros defectos. —Entornando los ojos, lo examinó de arriba abajo—. De hecho, se parece bastante a usted, tanto en altura como en el color de pelo. En constitución también, aunque él no es tan… ancho.

Jasper trató de no tensarse bajo su escrutinio. Aquella mujer era demasiado perspicaz.

—Y, sin embargo, dijo que la gente se daría cuenta en seguida de que yo no soy su tipo de hombre.

—Tiene muy buena memoria, señor Bond.

—Jasper.

Eliza respiró hondo.

—Su memoria es admirable… Jasper.

—Gracias, Eliza. —Reprimió una sonrisa de triunfo ante el pequeño avance—. Sí, es una cualidad útil en mi profesión. Aunque confieso que estoy sorprendido por sus contradicciones.

—He dicho que hay similitudes, no que sean iguales. —Seguro que la mirada de ella no pretendía ser excitante, pero lo estaba siendo—. Él también es guapo, pero usted lo es de un modo… muy llamativo. Es francamente sorprendente el efecto que tiene sobre el cerebro. Cuando lo vi por primera vez, tardé unos momentos en poder pensar con claridad.

—Me alegra que me encuentre atractivo.

Y sobre todo, se sentía aliviado. Al parecer, ya se había olvidado de buscar parecidos entre él y Montague.

—Tonterías. Estoy segura de que está acostumbrado a ser el centro de atención allá donde vaya. ¿Qué se siente cuando todo el mundo te mira al entrar en un salón o al cruzarse contigo por la calle?

—No me fijo.

—¿De veras?

—Cuando entro en un sitio, estoy pensando en la razón que me ha llevado hasta allí.

—Claro. —Eliza asintió—. Es usted un hombre muy centrado, de los que no se distraen con facilidad. Sí, es una de las cosas que más destacan en su manera de ser.

Jasper aprovechó la ocasión que le ofrecía su curiosidad.

—Mañana la llevaré a la Royal Academy of Arts. Así podrá ver por sí misma cómo me miran los demás.

—¿Una visita al museo? —Eliza frunció el ceño. Curiosamente, a Jasper el gesto le gustó tanto como su media sonrisa. Tenía una cara tan expresiva que resultaba fácil saber qué estaba pensando—. Supongo que una salida es la mejor manera de provocar al culpable para que actúe.

—No pretendo usarla como cebo. Lo que quiero es que nos vean juntos, para así convertirme en el objetivo de los ataques. —Dobló la lista con cuidado—. Durante las próximas semanas pasaremos mucho tiempo juntos. Cuantas más veces nos vean, mejor. El culpable se convencerá de que soy una auténtica amenaza.

Ella lo miró guardarse la lista en el bolsillo del chaleco.

—Además, también tendré que reunirme con su hombre de confianza.

—¿Por qué?

—A algunas personas no les gusta que se metan en sus asuntos, por muy discretamente que se haga. Y también necesitaré conocer sus inversiones y las actividades de lord Melville.

La cara de Eliza mostró un gran interés.

—¿Se está planteando que pueda haber otras motivaciones tras los ataques?

—No podemos descartar esa posibilidad. Las agresiones pueden deberse a muchas cosas: el amor, el dinero y la venganza ocupan siempre los primeros puestos. Es usted una mujer rica y hay mucha gente que no lo es. Si alguien se ha sentido perjudicado por alguna de sus inversiones o intereses, tenemos a un culpable en potencia. Y si alguien odia a Melville, dañar a su pariente más cercano es causa suficiente. —Jasper la miró fijamente—. Entiendo bien que alguien se tome muchas molestias para obtener su mano, pero llegar al punto de hacerle daño… no me entra en la cabeza. Tengo muchas ganas de descubrir al asaltante. Espero con impaciencia el momento en que me lo presenten.

Ella no pareció alarmada por su agresividad.

—Le agradezco su fervor y dedicación al caso.

—Usted no se conformaría con menos.

Eliza se levantó. Cuando él la imitó, la joven alzó la cara para mirarlo.

—Tanto el señor Lynd como el agente que se ocupó del caso al principio parecían pensar que yo era tonta. No es agradable que te traten como si fueras retrasada. Fue una demostración, breve pero muy desagradable, de lo que debe sufrir mi tío cada día.

—¿Es ésa otra de las razones por las que se resiste a casarse? ¿Por su tío?

—No. Mi tío es perfectamente capaz de cuidar de sí mismo. El servicio que lo atiende es leal y eficiente y se ocupa de todas las cosas para las que él no tiene paciencia. —Se volvió hacia el reloj que había sobre la repisa de la chimenea para mirar la hora—. Hoy recibo visitas en casa. ¿Se quedará?

—¿Estará más tranquila si lo hago?

Ella negó con la cabeza.

—En casa me siento segura.

—En ese caso, no. Creo que será mejor que no me perciban como uno más. Mañana será nuestra primera aparición en público y contaré con su total atención. Eso hará que nuestro trato llame más la atención. Necesitaremos una carabina a la que le guste mucho hablar. Cuanto más chismosa, mejor. ¿Tiene alguna que se ajuste al papel?

—Ya me encargaré de conseguirla. ¿Qué debo decir a los que me pregunten por usted, por su familia o su ocupación?

Jasper aspiró hondo, disfrutando de su perfume. Fue su último instante de anonimato antes de revelar una verdad que muy pocos conocían.

—Puede decirles que soy el sobrino del difunto lord Gresham del condado de Wexford, y que nuestras familias eran viejas conocidas.

—Oh.

Jasper apenas conocía a la familia de su madre. Diana Gresham había sido desheredada cuando su embarazo se hizo evidente, una circunstancia que le había impedido salir del infierno en el que acabó muriendo. Cuando él fue a pedirle cuentas a lord Gresham años más tarde, lo único que lamentó al enterarse de la muerte de su tío fue haber perdido la oportunidad de hacerle pagar el calvario de su madre.

—Es usted un auténtico enigma —dijo Eliza en voz baja—. Me encantaría resolverlo.

—Si tiene dudas, pregúnteme.

—¿Me responderá?

Jasper sonrió. Cuando ella contuvo el aliento, su depredador interior se relamió los labios y ronroneó. A pesar de todas sus protestas sobre su aspecto, no podía negar que se sentía atraída por él.

—Mi pasado y mi futuro no tienen importancia. Pero mi presente es suyo. Pregunte lo que quiera. Le responderé.

—Sabía que me iba a traer problemas, señor Bond.

—Jasper.

—Pero también creo que resolverá el caso y eso me consuela. —Volvió a su sitio al otro lado de la mesa. Su actitud se tornó más distante. Abrió un cajón y sacó un pequeño cuaderno—. Ésta es una copia de mi calendario social para lo que queda de temporada. Lo mantendré actualizado con las futuras invitaciones que acepte.

—Su meticulosidad es admirable.

—Creo que trabajaremos bien juntos. ¿Me olvido de algo o ya estaríamos listos por hoy?

Jasper habría deseado quedarse más tiempo. Al fin y al cabo, aún era pronto. Cuando saliera de allí, la parte más interesante del día quedaría atrás.

—De momento, trabajaré con lo que me ha dado. Otro día seguiremos hablando de los temas que le he comentado: las inversiones, su hombre de confianza y todos los acontecimientos del pasado de Melville que pudieran poner a un ser querido en peligro.

—Tengo un fondo de inversiones, del que se ocupa lord Collingsworth, y varias propiedades alquiladas —explicó Eliza con la cabeza baja y la pluma en la mano—. Se trata de locales comerciales y de viviendas. Puedo enseñárselos si quiere.

—Sí, me gustaría visitarlos.

—¿Le parece bien pasado mañana? Podemos ir a ver las fincas y luego podría presentarle a mi hombre de confianza, el señor Reynolds.

—Me parece bien. También necesitaré una lista de los inquilinos.

Ella alzó la vista.

—Es usted muy minucioso.

Él hizo una reverencia.

—Lo intento. Vendré a buscarla mañana a la una.

—Estaré lista.

Jasper se dispuso a marcharse, pero al alcanzar la puerta se detuvo y la miró por encima del hombro, sonriendo al ver que ella lo estaba observando, aunque fuera con el ceño fruncido. Al verse sorprendida, bajó la vista en seguida.

Al llegar al vestíbulo, se sacó el reloj del bolsillo y se sorprendió al ver la hora que era. Iba a llegar tarde a su próxima cita.

Maldición. Se le había pasado el tiempo volando.