Volver con la frente empapada
El teléfono de baquelita de la roñosa pared demandaba atención en el momento en el que los ñaques entraban por la puerta. Tarugo se dirigió a su padre.
—Cógelo, papa, después de la función necesito un rato para descomprimirme y no me apetece hablar con nadie. La inmersión en los personajes es peor que una inmersión en las pozas marianas. Te deja exhausto, no querrás que me quede cianótico y se me suelten los esfínteres en medio del salón.
Curro da la vuelta a la barra, se restriega el agua y el sudor de la frente y descuelga. Tarugo sigue hablando, ahora en tono grave.
—Espero que después de esta experiencia te hayas dado cuenta de que las musas de la escena no te han llamado para formar parte de su corte. En nueve palabras: como actor no te vas a ganar la vida.
Curro, auricular en la oreja, manotea en el aire suplicando silencio a su hijo.
—Hola, Atanasio. ¿Pepita? Supongo que estará en su habitación… Voy a avisarla.
Curro atraviesa el salón ignorando a su hijo.
—Aunque, papa, si lo que quieres es ganarte un apodo ridículo tipo el troncomovil o la percha ambulante lo tienes chupado gracias a ese don que el cielo te negó. Qué actor más malo. Ronald Reagan o Mariano Rajoy son Laurence Olivier comparados contigo. Qué vergüenza me has hecho pasar. Papa, retírate de la farándula porque es ya lo que te faltaba en este pueblo: ser el hazmerreír de toda la comunidad, como si no tuvieras suficiente sambenito con tu condición de calvo, viudo y padre irresponsable.
Curro llega a la habitación de Pepita, abre con cuidado y ve que la cama está vacía. El peluche favorito de Pepita, un ornitorrinco con un cuerno, mira a Curro con desamparo e incomprensión. Una premonición atraviesa la frente de Curro. Ay, ay, ay, ay…
Curro recoge el auricular de encima de la barra sin ninguna prisa.
—Atanasio, llama más tarde o mejor mañana. La niña está tan dormida que no se despierta. Trabaja tanto… Venga, un abrazo. Sí, yo se lo doy de tu parte. Adiós, adiós.
Cuelga. Se queda mirando a su hijo.
—Hijo mío, estamos en un problema.
—Pues a mí no me mires porque yo estoy de paso en esta vida.
—¿Sabes lo que es la intuición femenina? Es una cosa que tienen las hembras y los animales en general, una inteligencia misteriosa. Pues esa clarividencia para desentrañar la realidad, para vislumbrar en el mundo oculto, me dice que nuestra querida Pepita va a dar la espantada.
Tarugo mira a su padre con un bisbiseo en los ojos.
—A mí, con la suerte de los tontos, esa especie de infalible puntería que carga el diablo, esa habilidad para restañar la mugre que oculta la realidad, te digo que ya estaba tardando. Pepita se ha demorado más de lo que su inteligencia auguraba en salir por la puerta y dejar de sufrir el calvario al que nos sometes.
Y ahora los lectores se preguntan: ¿dónde está Pepita? Y yo, el titiritero en la sombra celeste, les cuento por dónde se desperdigan estos personajes movidos por el azar y el capricho.
Pepita está de tiendas, llenando su cesta de la compra de amor.