James Dean
Alec Guinness es un cagado. Hace una semana, al verme llegar conduciendo mi flamante Spyder 550, que aceleré en sus narices, pegó un salto brusco hacia atrás y me dijo que estaba loco de atar. Me eché a reír a carcajadas y se quedó todavía más aterrorizado. ¡Estos ingleses son la monda! ¡Y me chifla verles perder su flema!
Alec está convencido de que un día de estos me van a encontrar hecho puré en la carrocería de mi coche. Se equivoca, por supuesto. Pero en el fondo, preferiría una muerte así a la agonía de los viejos. Comentarios como este a Alec no le hacen ninguna gracia. Él cree que soy un morboso, pero a mí lo único que me interesa es la velocidad.
Salí de Los Ángeles hace un rato, después de llenar el depósito en Ventura Boulevard. Mañana tengo una carrera en Salinas. Se me hace un poco raro volver a esa ciudad que se ha convertido para mí en un decorado de cine, porque allí es donde rodamos Al este del Edén. Bah, ¡que le den al cine! La única cosa importante es la carrera.
Le pedí a Rolf que me acompañase. Es un mecánico muy competente que hace auténticas virguerías con los reglajes de mi Little Bastard. Tengo plena confianza en él. Un tipo que fue piloto de caza de la Luftwaffe tiene que tener por fuerza nervios de acero y gestos de una precisión mortífera, y eso es justo lo que necesito.
Y por si fuera poco, es un hombre guapísimo, cosa que nunca está de más. El viento alborota sus cabellos y hace flamear su camisa. Pienso que no vamos a ser jóvenes eternamente. Nos para la policía porque conduzco demasiado rápido. Me cascan una multa. Rolf se parte de risa y a mí me preocupa que eso nos traiga problemas con el agente. Pero no, solo me aconseja que respete los límites de velocidad. ¿De qué vale tener un Porsche si hay que respetar los límites de velocidad?
Por pura casualidad, nos hemos cruzado con Lance Reventlow en una gasolinera. Hacía meses que no lo veía. Normalmente no me gustan demasiado los hijos de papá ni los playboys, pero él es un conductor de primera e increíblemente precoz, ¡qué demonios! Y su Mercedes cupé vuela. Quedamos en vernos en Paso Robles para tomar algo.
Llevamos conduciendo dos horas y pico. Estamos cerca de Cholame. Me encanta este asfalto sinuoso de las colinas. Tan pronto como enfilamos una recta, aprovecho para pisar el acelerador. Me divierte espantar a los hombres de pro que conducen como tortugas en sus viejos cacharros.
¡Vaya!, ¿qué demonios hace ese Ford? El conductor no parece saber adónde va. Más vale que ese tipo nos vea.