Capítulo 10
Harriet aguantaba sin ganas los halagos de un admirador. Por dentro, ardía de rabia por el ridículo que acababa de hacer. Tenía que haberlo previsto, después del fracaso que supuso el intento de seducción.
Jason Smith la observaba desde un lateral con el cigarro en la boca. Se acercó, decidido a echarle una mano librándola de aquel pesado.
—Señorita Keller —dijo tendiéndole la mano.
Aceptó la invitación y él la atrajo por la cintura. Se dejó llevar encantada, también era una excelente pareja de baile.
—Estás muy bella esta noche, Harriet —susurró mirándola a los ojos—. Siempre lo estás.
Harriet se sintió como una reina en sus brazos, pero decidió mantener la cautela. No se iba a dejar seducir tan fácilmente, aunque ese hombre le atraía como un imán.
—Apuesto a que le aburren a usted estos bailes de pueblo.
—Son la excusa perfecta para abrazar a una mujer y, por favor, no me hables de usted.
Harriet se dejó envolver por el embrujo de su loción de afeitar mezclada con el olor a tabaco. Su pelo negro hasta los hombros conseguía hechizarla.
Junto a ellos paso la pareja formada por el sheriff y Linette. Ambos bailaban al tiempo que mantenían una conversación al parecer muy divertida. A Jason Smith no le paso por alto la mirada furibunda de Harriet.
—Es curioso, tan diferentes y tan parecidas.
—Esa mujer y yo no nos parecemos en nada —aseguró desdeñosa.
—Yo creo que sí. Rubias, porte elegante...
—¿Elegante ésa? —bufó.
—De edad similar —continuó—. Pero tú eres más lista, ¿verdad Harriet? ¿Sabes que ese parecido podría ser una ventaja? McNabb nunca reparó en ello, pobre diablo.
Se acercó a su oído y Harriet escuchó helada un plan, a su juicio, rocambolesco. Aquel hombre lo tenía todo calculado. La música cesó. Ella se quedó mirándolo fijamente. Así que conocía la historia por McNabb y ése era el asunto que lo había traído a Indian Creek.
Jason Smith se inclinó y rozándole el cuello con los dedos se acercó a su oído.
—Piensa en ello —susurró.
Cuando Jason Smith salió por la puerta del salón, Harriet aún permanecía parada en medio de la pista ajena a la música que ya comenzaba a sonar.
—Señorita Harriet, no puede negarme este baile.
Harriet hizo una mueca de asco. Su rendido admirador no parecía dispuesto a dejarla en paz. Apoyó la mano en su hombro manteniendo el codo bien rígido para guardar las distancias, y durante los minutos que duró el vals trató de fingir que lo estaba pasando bien. Hizo lo posible por mostrarse sonriente, aunque cada vez que veía girar a la nueva señora Gallagher cerca de ella le entraban náuseas. Se obligo a escuchar a su pareja, porque no soportaba el crujir de la seda que se oía a su paso. ¡Estúpida mujer! Al lado de aquel satén azul, su elegante vestido de percal granate parecía de medio pelo.
Linette, ajena a sus miradas, bailaba en brazos de Ramón, el más joven de los peones del rancho. Cuando paró la música, ambos se reunieron con Grace y Aaron, que esa noche no tocaba el violín. Pero Linette se disculpó porque Minnie y Hanna le hicieron unas señas para que se acercase a la mesa del ponche.
Harriet descansaba con su pareja a un lado de la pista, harta ya de baile.
—Hace rato que se ha agotado la cerveza —comentó el hombre.
—Sí, el reverendo Barttlet no permite más de un barril. Cuando se acaban los treinta y un galones no se sirve ni una gota más —aclaró Harriet—. Y por supuesto, ni hablar de whisky o cualquier otra bebida fuerte.
—No hay nada como venir preparado —adujo él sacando petaca del bolsillo de su chaleco.
Harriet contempló cómo daba un buen trago de whisky a escondidas. Giró la cabeza hacia la mesa de las bebidas. Allí estaba ésa con sus dos amiguitas. Se le ocurrió que no estaría mal verla hacer el ridículo delante de todo el mundo en su noche de gloria.
Le arrebató la petaca a su acompañante y se apresuró a ocultarla en un bolsillo de su falda. Sin escuchar las protestas del hombre, se dirigió muy tiesa hacia la mesa de las bebidas, bastante concurrida en ese momento.
Linette, Minnie y Hanna charlaban en una esquina de la mesa. Ni se percataron de la llegada de Harriet, que con mucha amabilidad se ofreció a ocupar el turno de encargada. Su llegada fue muy bien recibida por la esposa del predicador, que se encontraba abrumada atendiendo a tanta gente.
Linette dejó su taza a medio terminar sobre la mesa. Harriet aprovechó el descuido para terminar de llenar la taza con whisky.
El detalle no paso desapercibido a Hanna, que era de naturaleza despierta. Comprendió lo que intentaba hacer Harriet y, cuando un par de hombres la distrajeron solicitando más bebida, retiró hacia atrás la taza con alcohol y entregó a Linette otra que había cerca. Antes de hacerlo, probó un sorbo para asegurarse de su contenido.
—Minnie, vámonos de aquí. Esto está lleno de gente —sugirió Hanna.
No entendía qué se proponía Harriet, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo de convertirse en blanco de sus bromas pesadas.
—Hanna, ¡va a empezar un baile de cuadrillas! —anunció Minnie—. Date prisa. ¿Vienes, Linette?
—Id vosotras, creo que ya he bailado bastante por esta noche.
Hanna pensó en contar a su madre lo sucedido, pero se le fue del pensamiento en cuanto David le tendió la mano para sacarla a bailar.
Los músicos volvieron a sus puestos y un solo del fiddle atacó los primeros acordes de «La chica me olvidó», anunciando que reanudaban su actuación, melodía que fue recibida con gritos de júbilo por los más jóvenes. Los alegres compases hacían pensar que quién compuso aquella canción, más que pena, debió de sentir alivio ante el olvido de la chica.
Linette buscó a Ethan con la vista. Supuso que debía de estar fuera, porque hacía bastante calor. Después de tanto esperar, solo habían bailado un vals. Estaba decidida a no separarse de él durante el resto de la noche.
Lo buscó por él porche. Algunos niños, cansados de tanta música, corrían de un lado a otro de la calle. Medio en penumbra, apoyado en un poste, distinguió la inconfundible figura de su marido que la observaba en silencio.
—¿Querías matarme de celos ahí dentro?
Su voz profunda no era de reproche, a oídos de Linette sonó como un halago.
—Si hay celos es que hay algún sentimiento —dijo ella en un susurro, recordándole las palabras que él había pronunciado en la cascada.
—Linette, yo a veces... —añadió con gesto de arrepentimiento.
—Ssshh. —Ella selló sus labios con el dedo índice.
Un grito de los chicos hizo que ambos mirasen hacia la calle.
—Más de cinco niños... —comentó Ethan—. Por fin has retomado tus sueños.
—¿Cuándo entenderás que el que ocupa todos mis sueños es el padre?
Ethan la atrajo por la cintura y la estrechó entre sus brazos, loco por sumergirse en la deseada calidez de su boca. Ella se agarró con fuerza a su nuca pidiéndole más. Con osadía jugueteó con la lengua de una manera tan seductora que arrancó un gemido de la garganta de Ethan. Tras un largo beso, Linette se retiró mirándole a los ojos: tenía los labios húmedos y palpitantes. Puso la mano en el pecho de Ethan, que subía y bajaba al ritmo de los vigorosos latidos de su corazón. Deslizó la mano hacia el interior de la camisa y se aferró con deseo.
El suave tirón provocó en él un dolor dulce y excitante. La tomó por los hombros separándola un poco.
—A casa. —Era un ruego y una orden.
—¿Sin despedirnos de nadie?
—Ya los verás mañana —dijo arrastrándola de la mano.
Linette casi volaba tras él mientras se dirigían hacia el caballo a grandes zancadas. Una vez llegaron, desató al enorme semental y poniendo un pie en el estribo se encaramó al caballo en un rápido movimiento. Ella alzó los brazos e intentó montar detrás pero de pronto la elevó tomándola por el talle y la sentó sobre sus piernas.
—Te quiero aquí.
Se aferró a su cintura con ambos brazos y reclinó la cabeza sobre su hombro a la vez que Ethan golpeó con los talones los flancos del animal para que iniciase el trote. Linette disfrutaba de tenerlo tan cerca. Alzó la cara hacia la de él y le acarició el pecho metiendo su mano de nuevo por dentro de la camisa. Él frenó en seco tirando de las riendas. La tomó por la nuca y la besó con furia, cada vez exigía más y ella se lo dio gozosa. Con una mano le acarició los pechos sobre el vestido, que le dieron la bienvenida endureciendo los pezones. Ella notaba en su muslo la potente erección y se sintió intensamente excitada. Ethan alzó el rostro en un intento de controlar la pasión que se apoderaba de él.
—Así no vamos a llegar nunca —susurró en su cabello.
—No tenemos prisa.
Ethan no pudo evitar sonreír ante la inexperiencia de su mujer en lo referente a las necesidades de un hombre.
El caballo reanudó la marcha y durante un rato permanecieron callados. Ella abrazada a él. Un vez más, sus miradas se buscaron. Linette entreabrió los labios que él le acariciaba con la yema de un dedo.
—No sabes el poder que tienen esos labios. Cuando llegaste no sabías qué hacer con ellos y ahora eres capaz de volverme loco.
—Tú me has enseñado —respondió en un susurro—. Quiero aprenderlo todo contigo. Quiero que tu boca me bese donde nadie lo ha hecho.
Ethan cerró los ojos, aquellas palabras acababan de atravesarle el pecho.
—No seré siempre delicado y cortés, habrá momentos en que me verás demasiado brusco, seré exigente.
Linette hundió la cara en su cuello inundándose de su aroma y lo abrazó aún más fuerte. Jamás se había sentido así, tan poderosa mente femenina al comprobar las reacciones que su cuerpo provocaba en el de su esposo.
—Quiero que tus manos recorran lo que nadie ha tocado —murmuró sacándole la camisa del cinturón.
Necesitaba el tacto ardiente de su piel. Al sentir las caricias en la espalda y el estómago, Ethan tensó todos los músculos. Aquello, a fuerza de controlarse, se estaba convirtiendo en una tortura. En una deliciosa tortura.
De nuevo tiró de las riendas. Le levantó la barbilla besándola con renovada pasión y sintió como un latigazo cuando le clavó los dientes en el labio inferior. Soñó con una loba hambrienta y allí la tenía. Sin miramiento, desabotonó como pudo la parte delantera del vestido, maldijo el corsé y con una mano le abrió la camisa. Se deleitó con la visión de sus pechos rotundos, que se agitaban ante él apenas iluminados. Hundió la cara en ellos respirando su tibio aroma, besándolos con la boca abierta. Ella le tomó la cabeza, cuando le rozó con los labios los pezones erectos. Los acarició con la nariz, con la mejilla, los envolvió con su cálido aliento, provocando los gemidos de Linette cuya respiración era cada vez más entrecortada.
Ethan se irguió de golpe, sorprendiéndola con su brusquedad.
—Monta a horcajadas. —Ella lo miró sin entender—. Haz lo que te digo.
No discutió. Pasó una pierna por encima del cuello del caballo y se agarró con fuerza al cuerno de la silla. Acababa de comprender que iban a cabalgar al galope.
—No hay suficiente luz.
—Sí la hay.
Y, sin darle tiempo a replicar, asió las riendas con fuerza, asegurando a Linette entre sus brazos, y clavó espuelas. El caballo inició un rápido galope por el camino que iluminaba la luna. A lo lejos, ya se veía el resplandor de la lámpara que dejara encendida junto a la ventana. De pronto, tenía prisa, mucha prisa por llegar al rancho.
Cuando llegaron a casa, Ethan la tomó por la cintura y, antes de dejarla en el suelo, la pegó a su cuerpo. Linette rodeo su cuello mientras la besaba. Esa vez su boca encerraba una promesa cargada de lujuria.
—Entra en casa y ve quitándote ese vestido —dijo deslizándola despacio.
Cuando estaba ya en el porche, la llamó.
—Linette, no te des demasiada prisa.
El appaloosa debió de pensar que esa noche se acababa el mundo, de lo rápido que lo desensilló y acomodó en el establo. Ethan entró en casa unos minutos después. Ya en el porche se había quitado las botas. Las lanzó a un rincón y cerró la puerta. La camisa y los calcetines siguieron el mismo camino. En la puerta de la habitación paró un momento y, mientras se quitaba el cinturón, contempló cómo Linette se deshacía del corsé.
Ethan se tumbó en la cama con una pierna sobre otra y los brazos bajo la cabeza. Linette lo observó de reojo mientras apoyaba el pie sobre el colchón para quitarse las medias. Después, se bajó el calzón de espaldas a él, sin dejar de mirarlo a los ojos a través del espejo.
—Lo primero que pienso hacer cuando venda el ganado es comprar un espejo de cuerpo entero —murmuró mirando su trasero y sus piernas con deleite—. Quiero disfrutar viéndote de espaldas y de frente al mismo tiempo.
Linette lanzó la camisa a un lado y, ya completamente desnuda, empezó a quitarse las horquillas. Ethan se incorporó y la cogió por la cintura para sentarla sobre sus piernas.
Una a una las fue sacando. Cada horquilla que quitaba era un beso en la nuca, un mordisco en el cuello... Con la última, le recorrió la espina dorsal con la lengua. Apartó su melena y empezó a respirar más rápido. Se acercó con mucho cuidado. Linette cerró los ojos al notar su aliento. Ethan lamió despacio antes de morderle la nuca, la tentación más codiciada. Linette gimió echando la cabeza atrás. Él le besó los hombros con media sonrisa orgullosa. Su mujer tenía la piel erizada y él también. Cuando ella se inclinó a dejar las horquillas sobre la mesilla, evitó que apagase el quinqué.
—¿Te sientes incómoda? —susurró sentándola a horcajadas.
Linette negó con la cabeza.
—Me gusta verte —dijo ella poniendo ambas manos sobre su pecho—. Pero no sé qué debo hacer.
Ethan comenzó un recorrido de besos por su escote, su cuello y sus mejillas. Con las manos moldeaba cada curva de su cuerpo y Linette se dejó llevar por la creciente sensación que le pedía más de él.
—Lo que a ti te da placer —murmuró él mordisqueándole los labios—, me lo da a mí.
La inclinó hacia atrás y se inclinó sobre sus senos. Una nueva y desconocida sensación recorrió el cuerpo de Linette como una centella, desde el pecho hasta las ingles. Él decidió demorar el placer y se dedicó a recorrerla con suavidad, negándole lo que ella pedía y dándoselo cuando no lo esperaba. Mordisqueo un pezón mientras con la mano acariciaba el otro, lo introdujo en su boca succionándolo y lamiéndolo con avidez. Ella intentó retenerlo cuando apartó su boca, pero antes de darse cuenta estaba regalándole el mismo placer al otro pezón. Linette le tomó la cabeza con las manos y le alzó el rostro.
—Eres preciosa. Linette... —musitó.
Casi entró en trance cuando la oyó susurrar en lengua lakota, una letanía en voz baja dedicada solo a él.
— ¿Ista Hehin?
Ella selló su boca con un dedo y lo miró a los ojos.
—Ojos castaños.
Ethan sintió un aleteo en el corazón. Se tumbó de espaldas y de un tirón la hizo caer de bruces entre sus brazos. La besó con una urgencia posesiva estrechándola con fuerza contra su pecho. Le cogió las dos manos y lentamente las deslizó hasta su bragueta. Ella no se hizo de rogar. Uno a uno fue desabrochando los botones. Descendió al suelo y, sin dejar de mirarlo a los ojos, le quitó los pantalones y los calzoncillos. Ethan volvió a sentarla sobre él, quería demorar el momento todo lo posible.
Linette enterró los dedos en su pelo y lo besó cerca de la oreja, como él acababa de hacer. Ethan inclinó la cabeza hacia un lado invitándola a seguir.
— ¿Nazute? —Ethan apenas reconocía su propia voz.
—Cuello —susurró.
— ¿Wayaspa?
—Morder.
Ethan recostó la mejilla sobre su hombro y exhaló un gemido profundo cuando le clavó los dientes en la nuca. Aún no se había repuesto y de nuevo le mordió el cuello. Y la garganta. Sus dientes su ponían un dolor delicioso, exquisito.
Linette le tomó la cabeza entre las manos y le alzó el rostro. Parecía quedar hipnotizado con el movimiento de sus labios mientras le susurraban aquella lengua desconocida. Apenas retenía palabras sueltas, sólo las más dulces a sus oídos.
— ¿Ci? —preguntó recorriéndole las nalgas.
—Deseo —dijo acercándose a sus labios.
— ¿Cezi?
—Lengua.
Ethan cerró los ojos y entreabrió la boca ofreciéndose a ella. Para entenderla solo tenía que dejarla hacer.
Linette se retiró y lo miró a los ojos. Sentía su miembro duro y palpitante atrapado entre los dos. Se acercó a su oído y lo hizo estremecer con su cálido aliento.
— ¿Ce? —gimió él.
Linette guardó silencio. Con la frente apoyada en la de él, deslizó la mano por su pecho, su estómago y, entonces, sus dedos le dieron la respuesta. Se deleitó con su dureza, lo ciñó en una lenta y placentera caricia. Sus dedos cosquillearon uno a uno su glande como cinco plumas sutiles. Ethan le atrapó la mano. Si la dejaba seguir un instante más estaba perdido.
La agarró por la nuca y la besó dejándose caer hacia atrás. Con cuidado acomodó su cabeza sobre la almohada y se colocó de costado. No hubo ni una parte de su cuerpo que no recorrieran sus manos. Ethan la besó en el cuello y cuando sintió en los labios que el pulso se le aceleraba, bajó hasta sus pechos para lamerlos con lentitud.
Linette jadeaba con los ojos cerrados, jamás había imaginado el placer tan intenso que podía proporcionarle su boca. Y quería más. Notó cómo su sexo ardía entre los muslos y gritó cuando él decidió demostrarle lo que era el placer con las yemas de los dedos.
—Ethan... —susurró.
Él se colocó encima y la miró a los ojos mientras se hundía en ella. Era tal como la había soñado, cálida y tersa. Se abrió camino despacio y, cuando Linette le clavó las uñas en la espalda exhalando un quejido, permaneció muy quieto sin dejar de besarla. Su lengua y sus labios se recrearon en una seducción sabia e incitante hasta que notó de nuevo su respiración entrecortada.
Linette no dejó de mirarlo mientras se mecía dentro de ella. Su piel brillaba a la luz del quinqué como metal bruñido. Cerró los ojos y todo desapareció. Oyó tambores, pero eran sus corazones; creyó ver danzas, pero eran sus cuerpos. Cayó en el fuego al oír cantos de guerra, pero solo estaban ellos dos elevándose como llamas para tocar el cielo hasta que se hizo el silencio. Gimió y se aferró a sus hombros. Y poco a poco, su pecho se serenó, porque abrazada a él todo fue calma.
Ethan se incorporó sobre los codos y la miró a los ojos.
—Y yo creía que ya no me quedaba nada por descubrir —murmuró besándola con ternura.
Las palabras se negaron a salir de la garganta de Linette, porque aunque una vez le aseguró no creer en él, la mirada de Ethan no sabía fingir. Sus iris castaños reflejaban más amor del que podía sonar.
Él se tumbó de lado y Linette apoyó la cabeza sobre su brazo. Feliz. Más feliz que nunca.
—Escandalosa —le susurró al oído.
Linette rio tapándose la cara con las manos. Ethan trataba de apartárselas, pero ella lo miraba entre los dedos.
—¿Quieres que te recuerde todo lo que decías tú? —contraatacó con las mejillas del color de las fresas silvestres.
Al fin consiguió verle la cara. La besó en los labios y apoyó la mejilla sobre su cabeza.
—Ethan...
—¿Mmm...? —murmuró con los ojos cerrados.
Linette se incorporó sobre su oído.
—Ha sido maravilloso. Quiero que hagamos esto muchas veces.
Ethan se echo a reír recordando la espantosa noche de bodas, y el mes y medio infernal que acababan de vivir.
—Linette, ¿qué voy a hacer contigo?
La estrechó entre sus brazos y la acarició lentamente. Linette lo abrazó pegando la mejilla a su pecho. Sus manos parecían tener una extraña magia. Lo imitó y deslizó la mano hasta detenerla entre sus piernas. Se recreó en las caricias y se sintió poderosa al notar su creciente dureza.
Ethan la volteó de golpe quedando de nuevo sobre ella. Linette lo miraba con ojos de sorpresa.
—No me detengas ahora, he esperado demasiado —rogó en voz baja.
Linette se aferró a su espalda arqueándose para él. Ethan la colmó de besos al tiempo que sus caderas se movían en busca del placer.
—Cariño, llevo esperándote toda la vida —susurró en su boca.
Lo despertó el frío de la madrugada. La habitación se encontraba a media luz y, todavía confuso, le costó situarse. Miró hacia su izquierda y no tardó en recordar lo que había pasado hacía unas horas al ver a Linette desnuda, durmiendo plácidamente a su lado. Se desperezó y se levantó dispuesto a cerrar la ventana.
El ruido debió de despertarla porque la oyó moverse en la cama. Ethan la observó por encima del hombro y sus miradas se cruzaron con una complicidad diferente.
Ella se desperezó con indolencia sobre las sábanas y al momento la tuvo a su lado buscando el camisón.
—No te lo pongas —le pidió quitándoselo de las manos.
Linette obedeció con una sonrisa y se abrazó a su cintura sin dejar de contemplar sus hombros y su pecho. Ethan la separó un poco de él y disfrutó con su belleza que destilaba feminidad en cada pulgada de su piel, sin dejar de recorrer las curvas de sus senos con la yema de un dedo.
—¿Es lo que esperabas? —preguntó ella consciente por primera vez de su atractivo.
—Mucho más —respondió mirándola a los ojos—. Jamás he visto un cuerpo que incite a la lujuria tanto como el tuyo. Y lo que más me fascina es que no sientes ningún pudor de mostrarte ante mí.
—¿Debería?
Ethan negó con la cabeza. Linette cada vez se sentía más a gusto, era una delicia disfrutar a un tiempo de la vista y del contacto de su piel.
—Ha merecido la pena esperar —confesó él con sinceridad.
—Yo también lo deseaba. Hace días. ¿Por qué has tardado tanto? —preguntó en voz baja besándole un diminuto pezón.
—Al principio me sedujo la idea de poseer tu cuerpo; pero dejó de ser una prioridad cuando me di cuenta de que el desafío era conseguir a la mujer que va dentro.
—¿Y si esa mujer viene dentro de un cuerpo como el mío? —añadió cada vez más osada.
—Mejor para mí —rio por lo bajo lamiéndole el lóbulo de la oreja.
Linette hundió la cara en el vello de su pecho embebiéndose de él.
—A mi me paso lo contrario —le reveló—. Primero me interesó tener al hombre y luego descubrí que lo quería todo, también deseaba tu cuerpo.
—¿Ah, sí? —dijo sin dejar de besarle el cuello—. Mi cuerpo lo descubriste el día que nos conocimos y desde entonces no has dejado de verlo noche tras noche.
—No me fijaba —replicó ella mirando hacia otro lado.
—Sabes que mientes —susurró él en su oído. Con ello arrancó una risa nerviosa de Linette—. Espero no haberte defraudado.
—Tengo un hombre extraordinario que además tiene el cuerpo más atrayente que jamás pude imaginar. —Ella era toda sinceridad.
—Lo dices porque es el único que has visto.
—Ahora me dirás que no te has dado cuenta de cómo te comen las mujeres con la mirada.
—No presto atención a eso —dijo con la honestidad de quien ha vivido su atractivo como algo natural—. Pero tú no dejarás que me coman, ¿verdad?
—Como alguna se atreva a fijarse más de la cuenta, no necesitaré sacar el cuchillo. Le bastará con mirarme a la cara y huirá si quiere seguir de una pieza —aseguró mordisqueándole el hombro.
—En ti también se fijan los hombres —se quejó recorriéndole la nuca con la boca—. Te miran mucho, demasiado.
—¿Y tú, dejarás que me coman? —preguntó con fingida inocencia.
Linette acababa de descubrir que la coquetería resultaba un juego muy estimulante.
—Aquí solo como yo —atajó él con voz autoritaria a la vez que le arañaba la garganta con los dientes.
Aquella caricia provocó en Linette un escalofrío que le erizó todo el vello del cuerpo.
—¿Te molesta que me miren? —insistió maliciosa, porque la respuesta era obvia.
Ethan la alzó en vilo y la sostuvo por la cintura. Los pechos de Linette quedaron incitantes a la altura de su boca.
—No juegues conmigo, Linette —respondió en tono grave deleitándose con su sabor—. Eres mía... mía...
Con los ojos entrecerrados, ella acarició la tensa musculatura de sus brazos y sus hombros. La boca de Ethan era puro fuego, su lengua un delicioso tormento.
Con exquisita lentitud la deslizó sobre él hasta que puso los pies en el suelo. Linette le dedicó una sonrisa cargada de deseo.
—¿Sabes que me fascinan los hoyuelos que se te forman en las mejillas cuando sonríes? —Los ojos de Ethan despedían un brillo especial.
—No me lo habías dicho nunca —susurró.
—Pues te lo digo ahora. Me entran ganas de morder cuando me los muestras —añadió con sensualidad—. Todo tu cuerpo es tan... apetitoso.
Ethan continuó intensificando el juego de caricias, mordisqueándola primero en las mejillas, luego en el cuello y los hombros. La pegó a su torso para notar la presión de sus pechos, estrechándola más para saborear cada pulgada que recorría con la punta de la lengua. Linette dio la bienvenida satisfecha a ese latente cosquilleo íntimo que ahora reconocía sin dudar y, con total ausencia de pudor, lo asió por las caderas, deseosa de sentir su dureza.
—¿Hay alguna parte que te guste en especial? —lo incitó.
—No me hagas elegir no podría. Y a ti, ¿qué parte de mí te gusta más? —preguntó él con orgullo masculino.
Linette le acarició los glúteos muy despacio con las manos abiertas.
—Esto —susurró clavándole las uñas.
Ethan decidió que ya bastaba de juegos. La alzó agarrándola por las nalgas y la obligó a enroscar las piernas alrededor de su cintura. Estuvo tentado de penetrarla de pie, tal como la tenía, pero optó por el goce de hacerla enloquecer primero. Estaba decidido a mostrarle en qué consistía la verdadera pasión, esta vez sin contenerse. Atrapó su boca con codicia y saqueándola con la lengua la llevó a la cama.
—Llegaremos tarde al sermón —jadeó ella en sus labios sin mucha convicción.
—Que empiecen sin nosotros.
Se dejó caer en el lecho de espaldas con ella en brazos. Linette buscó la boca de Ethan y su melena rubia los envolvió en un íntimo escondite. Fue ella la que buscó su boca. Él la atrajo por la nuca sin dejar de acariciarle la espalda y, con un gemido, profundizó el beso hasta límites todavía inexplorados. Ella jadeaba mientras le mordisqueaba los labios y acercó su parte más sensible a la erección de Ethan, haciéndolo temblar con aquel leve roce al que imprimía un ritmo lento con el vaivén de sus caderas. La alzó sintiéndose a punto de estallar y le lamió los pechos con deleite, provocando que ella arquea se la espalda echando la cabeza atrás.
Giró con ella entre sus brazos y la contempló por un momento bajo su cuerpo. Ambos respiraban agitados. Se colocó entre sus muslos y, sin dejar de mirarla a los ojos, entró en ella con un envite enérgico. Se vio reflejado en sus pupilas cuando ella tomó aire al recibirlo. Quería verla, ansiaba que sus ojos azules lo miraran de frente al llegar al éxtasis, e inició sus profundas embestidas jadeando al tiempo que hundía los dedos en su pelo y le sujetaba la cabeza con ambas manos para que no apartase la mirada.
Ella ciñó las piernas a su alrededor y se alzó ansiosa por tenerlo muy dentro. Cuando él intensificó el ritmo, Linette sollozó aferrada a sus hombros al sentir que se convulsionaba por dentro. Ethan no quiso resistir más y se dejó llevar con ella. Exhaló un gemido ronco y se deshizo en espasmos, para luego caer desplomado sepultándola en el colchón.
Cuando aún tembloroso intentó ponerse de lado, Linette se lo impidió abrazándolo con fuerza. Ethan se refugió en el hueco de su cuello y ella le acarició el pelo empapado en sudor.
Si durante la noche él le hizo conocer la sensibilidad, ahora acababa de mostrarle lo que era la entrega salvaje. Así era él, ésa era su manera de entregarse, y así lo quería. Continuó acariciando su espalda con ternura y lo noto extenuado. Antes de caer dormido entre sus brazos lo oyó susurrar «Linette, te pertenezco». Y tuvo la certeza de que nada ni nadie lograría separarlos jamás.
Ya estaba el sol bastante alto cuando el matrimonio Gallagher saltó de la cama. Se vistieron a toda prisa sin dejar de reír porque, como habían supuesto de madrugada, iban a llegar tarde al sermón. A Linette solo le preocupaba la irrupción en la iglesia. Ya le parecía estar viendo todas las cabezas girándose a un tiempo cuando ellos hiciesen su entrada. Decidió no perder el tiempo en peinados y se limitó a darse un rápido cepillado y retirarse el pelo de la cara recogiéndolo en una coleta anudada con un lazo en la nuca. Se miró al espejo y el resultado le pareció demasiado juvenil para una mujer casada, pero lo dejó tal cual. Mientras terminaba de ajustarse el cinturón negro a la espalda, contempló con deleite a su marido, que ese día había decidido utilizar chaleco para poder lucir el reloj. La prenda, de doble botonadura, solapa estrecha y amplio escote en óvalo, estaba a la última moda.
Cuando terminó de peinarse fue hacia ella y la rodeó con los brazos. Estaba tan atractivo que a Linette le palpitó muy rápido el corazón.
—¿Dispuesta a exponerte a la mirada reprobadora de todo Indian Creek?
—Si tú estás a mi lado, no me importa —añadió ella con una amplia sonrisa.
—Estoy agotado —murmuró.
—Yo también, pero jamás hubiese imaginado que el cansancio podía ser tan dulce —dijo acariciando su mejilla.
—¿Te hice daño?
Ella negó en silencio y se abrazó a él. Ethan la acogió entre sus brazos estrechándola con fuerza y hundió el rostro en su pelo.
—Vamos —resolvió soltándola, con la certeza de que ahora sí que iban a llegar tarde de verdad.
Salieron a toda prisa, sin parar más que para tomar al vuelo el sombrero de vestir. Al entrar en el establo, decidieron ensillar solo un caballo para ahorrar tiempo.
Una vez en el patio, Ethan enganchó el pie en el estribo con intención de montar, pero Linette se lo impidió agarrándolo del brazo.
—Yo voy delante. Si monto detrás se me arrugará la falda.
—¿Y delante no se arruga? —preguntó con sorna.
—Se arruga menos.
Sin acabar de entender el asunto de las arrugas, montó tras ella y la acomodó entre sus piernas. Con el caballo al galope, Linette de mostró una estabilidad sorprendente enroscando su coleta para introducirla en el cuello de su blusa. Pareció notar la mirada confusa de Ethan en su nuca.
—Para que no se me enrede —le explicó girando un poco la cabeza.
Ethan no dijo nada. Aún no salía de su asombro al comprobar la transformación sufrida por su esposa.
El trayecto lo recorrieron en menos de la mitad del tiempo acostumbrado. Casi a las puertas de la herrería, Ethan frenó y desmontó de un salto. No esperó a que ella bajara por sus medios, la tomó por la cintura y la hizo descender con facilidad. Una vez puso los pies en el suelo, en el tiempo que él tardó en atar el caballo, Linette se sacó la coleta de la blusa y con dos movimientos de cabeza se recolocó el peinado. Ethan la tomó de la mano, la arrastró tras él y recorrieron veloces el breve trayecto hasta la iglesia para no demorarse más. Pero justo a las puertas se encontró con la oposición de su esposa, que de un tirón lo hizo parar en seco. Se giró y la vio alisarse la falda. Con el pelo cayéndole en ondas por la espalda, la blusa blanca y la falda verde con detalles negros en el bajo, le pareció que brillaba como un ángel.
—¿Cómo estoy? —preguntó ella girando sobre sí misma.
—¿Pretendes seducir al predicador? —inquirió él con mirada felina.
Ambos estallaron en carcajadas por lo descabellado de la idea. Para tranquilidad de Linette, el escándalo no se oyó dentro, ahogado por el himno que cantaban en ese momento a viva voz. Aún jadeantes, no podían dejar de mirarse, pues para ambos era la primera vez que oían la risa espontánea del otro.
Ethan rompió la magia tirando de nuevo de ella, dispuesto a entrar en la iglesia antes de que concluyese el canto, con la esperanza de que así su llegada a destiempo pasara desapercibida.
Irrumpieron cuando los feligreses tomaban asiento, por lo que la mayoría de los presentes giró la cabeza hacia ellos. Emma suspiró satisfecha al verlos cogidos de la mano con exultante complicidad. Linette bajó la vista convencida de que todo el mundo era consciente de sus problemas para contener la risa. Miró a su esposo y se quedo atónita al comprobar una vez más el férreo dominio que ejercía sobre sus emociones, porque su rostro en ese momento no dejaba adivinar ninguna. Ethan se sentó en el primer hueco que encontró libre y ella se acomodó junto a él. Trató de soltarse de su mano, pero él se lo impidió entrelazándole los dedos a la vez que retenía su mano entre las suyas. Pero no se sintió cohibida, muy al contrario, la llenó de felicidad aquella muestra de afecto en público.
Intentó atender a las palabras del predicador, pero se vio obligada a fijar la vista en el regazo porque cada vez que miraba a aquel hombre mellado y enjuto, con aquellas orejas y el pelo tan ralo y alborotado, la asaltaba una risa tonta al recordar la broma de un momento antes. Cabizbaja, se reconvino a sí misma a adoptar una actitud de seria escucha. Acertó a entender que el sermón de aquel domingo versaba sobre el demonio y sus tentaciones. No entendió el tono amargo del reverendo Barttlet y sus continuas referencias a la maldad que acecha a los puros de corazón en cada esquina. Alzó un poco la cabeza y vio en el primer banco a la señora Barttlet con los ojos enrojecidos, al igual que su hija Matilda. Ambas lucían un aspecto contrito, pero con la cara alta en señal de dignidad. Ojeó a su alrededor y pudo comprobar que la mayoría de los presentes asentían cariacontecidos. De reojo observó a Ethan que muy erguido miraba al frente, dando a entender que lo que allí se decía captaba todo su interés.
Una vez concluido el oficio, fueron de los primeros en salir. Esperaron en el porche la salida de Matt y su familia con intención de saludarlos, ya que su atolondrada partida la noche anterior les impidió despedirse.
—¿No te ha parecido muy severo el reverendo Barttlet? Parecía muy disgustado y no sé a qué ha venido esa arenga tan tétrica sobre el mal —comentó Linette todavía impresionada.
—No tengo la menor idea, porque no me he enterado de nada —respondió Ethan encogiéndose de hombros con absoluta indiferencia.
—¿No prestabas atención? —preguntó sorprendida.
—No.
—¿Y se puede saber en qué estabas pensando?
Él la observó de arriba abajo del modo que un ave rapaz miraría a su presa y ella le aguantó la mirada con una sonrisa.
—No solo en eso —su mirada se convirtió en una caricia—, pensaba también en todo lo que nos ha pasado desde hace días, en cómo has cambiado mi vida, en nosotros dos, en todos los años junto que nos quedan por delante, en nuestros hijos..., y en cosas que me importan mucho más que las monsergas de ese hombre que lleva toda su vida diciendo lo mismo.
—Ethan, tú nunca...
Él le tomó la mano y la sujetó sobre su propio corazón.
—Pero, por encima de todo, pensaba en la mujer que me ha elegido para formar parte de su vida y... Linette —murmuró con ternura—, ¿qué has hecho para meterte aquí de esta manera?
Linette se quedó sin palabras. Trató de tragar saliva, pero tenía la garganta seca y notó en los ojos un creciente escozor. Se sintió como en un dulce trance incapaz de apartar su mirada de la de él. Pero tuvo que dejar de hacerlo porque con la salida del resto de asistentes, el porche empezó a llenarse de gente. Con el estómago encogido, viró la cabeza y parpadeó varias veces en un intento por mantener la compostura.
Junto a ellos llegaron dos mujeres con las que había coincidido un par de veces en la tienda y con fastidio comprobó que al grupo se unía Harriet junto a su madre. Ethan de inmediato la rodeo por los hombros con instinto protector.
—¡Señora Gallagher! —la saludó una de ellas con sincera admiración—. Jamás he visto un encaje tan delicado. Ya había oído hablar de su habilidad, pero esta blusa es la más bonita que he visto nunca.
Linette, aún demasiado aturdida, recibió con gusto los elogios. El canesú de su blusa y buena parte de las mangas lucían unos calados tan refinados como costosos de tejer, pero la belleza del resultado no pasaba desapercibida.
—Me alegro de que le guste —agradeció distraída—. Si lo desea, puedo facilitarle una muestra.
—Si es tan amable, no sabe cómo se lo agradecería; pero no sé si tendré la paciencia suficiente. Quizá me atreva con algún pequeño adorno.
—Desde luego —aseguró la viuda Keller—, no he conocido a nadie con tanta maestría para los encajes como usted, señora Gallagher.
—Tan solo se trata de práctica —respondió, recordando tantas tardes aburridas en compañía de Cordelia.
—Es innegable —comentó Harriet dirigiéndose a Ethan— que tu esposa posee unas manos extraordinarias.
Si con el doble sentido de su comentario pretendió insultarla, no lo consiguió porque ella estaba tan ausente que ni la oía. Ethan la miró a los ojos con tanta intensidad que Linette sintió que el corazón empezaba a latirle descontrolado, pese a encontrarse ante la atenta mirada de aquellas mujeres.
—Toda ella es extraordinaria —aseguró apretándola por los hombros—. Si nos disculpan.
La viuda Keller, llave en mano, salió disparada hacia la tienda, mientras las demás mujeres continuaron en el porche con su conversación sobre la moda. Solo Harriet se mantuvo al margen. Su atención la acaparaba el feliz matrimonio, que poco a poco se alejaba de allí.
Linette recorrió el trecho que separaba la iglesia del centro de la calle principal inmersa en una nube. Oía lejana la voz de Ethan que muy animado le iba comentando el trabajo que tenía por delante durante la próxima semana, pero ella no lo escuchaba. Supo que pasaron junto a algunas personas y él los fue saludando, a algunos con un gesto, a otros con frases breves de cortesía, pero no reconoció a ninguno. En su cabeza sólo daban vueltas todas las palabras que acababa de escuchar de su boca. Si durante la noche y los días anteriores ha emocionó con confesiones tiernas, acababa de colmar su corazón de una dicha infinita. Notó que le faltaba el aire y frenó de pronto. Ethan paró también. Inquieto, le alzó la barbilla tratando de averiguar qué le sucedía. Linette apoyó las manos en sus hombros y lo encaró de frente.
—Te quiero, Ethan —murmuró solo para él.
El rostro de Ethan pasó de la inquietud a la sorpresa y de la sorpresa a la felicidad plena. Le enmarcó el rostro con las manos, la besó apenas rozándole los labios y volvió a mirarla todavía incrédulo.
—Repite eso —rogó.
—Te quiero.
No podía creerlo. Pudo decírselo durante la noche, en la cascada, en cualquier momento de intimidad. Pero así era su mujer: capaz de confesarle su amor un domingo por la mañana, en plena calle y con todo Indian Creek mirando.
Alzó la cabeza, el sol lucía con todo su esplendor y el azul del cielo le pareció inmenso y sublime. Como los ojos de ella. Sonrió encantado con aquel arrebato de espontaneidad, por fin se sentía libre. Como él la quería. La elevó por la cintura y la hizo girar a su alrededor indiferente a las miradas de asombro que suscitaban. Aún en el aire, la estrechó entre sus brazos y la besó de una manera tan apasionada que le enrojeció los labios. Cuando se separó de ella sintió que podría morir en ese momento al ver su sonrisa.
—Otra vez —susurró con ojos suplicantes.
—Te quiero.
Aquellas dos palabras resonaron en sus oídos como una música excelsa. De nuevo tomó su boca y sus lenguas se entrelazaron como si fuera el último beso de su vida. Cuando intentó separarse de ella, Linette se lo impidió aferrada a su cuello.
—Te quiero, te quiero, te quiero... —musitó en sus labios.
Y a Ethan Gallagher, al que jamás le había interesado el amor, por primera vez en su vida le temblaron las piernas.
Aquella demostración de lo que era un matrimonio bien avenido no pasó desapercibida para los habitantes de Indian Creek, que no dejaban de observarlos; los más, con aire divertido ante semejante explosión de cariño; los menos, con gesto severo por mostrar su entusiasmo amoroso en plena calle.
Matt y su familia contemplaron la escena desde lejos sin atreverse a interrumpir un momento tan íntimo. Emma rebosaba de alegría, pero al comprobar que medio pueblo estaba pendiente de las efusiones de la pareja, decidió que era el momento de poner fin.
—Vamos, Matt, si no paran ahora, el próximo domingo el sermón tratará sobre los peligros de la lujuria.
—Mujer, deja a los chicos —protestó sin dejar de reír—. ¿No ves que están en plena luna de miel?
—Si, y en medio de la calle. Vamos.
Se acercaron a ellos y se vieron obligados a iniciar la conversación, porque ellos continuaban mirándose a los ojos como si no hubiera nadie más a su alrededor.
—Buenos días —comentó Matt sibilino—, parece que se os han pegado las sábanas.
Como toda respuesta, Ethan se levantó un ápice el sombrero y le sostuvo la mirada con aire satisfecho. Linette, en cambio, se sonrojó como nunca, porque en ese momento adquirió plena conciencia de dónde se encontraba y de que no estaban solos. Tras intercambiar unas palabras sobre el baile, Ethan decidió que era hora de volver a casa. Rodeó a Linette por la cintura, pese a la presencia de su familia.
—Voy a por el caballo, espérame aquí.
De reojo vio a Emma que lo observaba alerta, temiendo que volviese a empezar el despliegue de pasión. Hizo un amago de acercarse a la boca de Linette y, en el último momento, se desvió para dar le un beso en la mejilla. Se giró sonriente hacia su hermana y le guiñó un ojo. Ella le reprendió en silencio con el dedo índice. Matt no pudo contener la risa ante aquel gesto de niño travieso tan impropio del rudo carácter de su cuñado, en tanto que Linette deseó volverse invisible. Hanna llegó corriendo y se colgó de su brazo acercándose a su oído.
—¡Linette! Ha sido lo más romántico que se ha visto nunca en Indian Creek. Seguro que se hablará de vosotros durante años.
—¡Hanna! —la reprendió su madre abriendo mucho los ojos.
—¡Ay, Dios! —imploró Linette tapándose la cara con las manos.
Joseph llegó con el niño en brazos enzarzado con Patty en una de sus habituales discusiones. Incluso Tommy, contagiado por ellos, intervenía en el rifirrafe enganchado al pelo de su hermano con una sonrisilla demoníaca.
Emma cogió al pequeño en brazos para evitar que dejase calvo a Joseph y trató de poner paz, harta de riñas. Amonestó al mayor, ya que a la hora de discutir con sus hermanos parecía olvidar sus diecisiete años. El chico adoptó un aire adulto y con displicencia se alejó en compañía de su padre. Emma rogó en silencio que aquella engorrosa etapa entre la niñez y la edad adulta pasase lo antes posible y se dirigió a Linette, que charlaba con Hanna ajena a la disputa.
—¿Te has enterado de lo que paso en el baile de anoche?
—Ya sabes que nos fuimos muy pronto —se excusó Linette.
—Si, nosotros volvimos a casa casi después de que lo hicierais vosotros, porque a Tommy empezó a entrarle sueño, pero lo he oído comentar antes de entrar en la iglesia. Al parecer, no se sabe quién llenó la taza de la señora Barttlet de whisky y ésta, sin darse cuenta, lo tomó de un trago. Como jamás había probado ese tipo de bebidas, por lo visto reaccionó fatal.
—Pobre mujer —se compadeció Linette.
—Dicen que empezó a tambalearse y tuvieron que llevarla a su casa entre dos personas. Su hija, al verla en ese estado, no paraba de llorar y al pobre predicador jamás se le había visto más avergonzado. Para colmo, algunos desalmados reían sin parar al verla balbucear incapaz de dar un paso. En fin, un auténtico espectáculo.
—Ahora entiendo el tono del sermón —comprendió pensativa—. ¿Y no se sabe cómo pudo suceder algo así?
La pregunta quedó en el aire porque Ethan acababa de llegar y la apremió para que montase. Ella le dio la mano y de un salto se colocó sobre sus piernas. Se despidieron de Emma y las chicas al tiempo que giraban grupa.
—Mamá, yo se quién echo el whisky en la taza —aseveró Hanna muy seria.
Emma se giró contrariada.
—Oye, Hanna —advirtió—, sabes muy bien que no me gustan las bromas.
—¡Mamá! —protestó indignada—. Fue Harriet Keller.
—Antes de afirmar algo así debes estar bien segura —la reprendió en voz baja.
—Durante el primer descanso, Linette, Minnie y yo nos acercamos a la mesa del ponche. Linette dejó un momento su taza sobre la mesa y yo vi cómo Harriet echaba licor en ella. Lo llevaba en una petaca de hombre.
—¿En la taza de Linette?
Emma ató cabos. Si su hija estaba en lo cierto, aquella taza podía estar destinada tanto a Linette como a Minnie, habida cuenta de la discusión que mantuvieron por la mañana.
—Entonces, ¿cómo explicas que llegara esa taza a manos de la señora Barttlet?
—Quizá fue culpa mía... —dijo afligida—, pero no pensé que pudiera pasar algo así.
—Explícamelo de una vez, cariño.
—Cuando vi lo que hacía Harriet, retiré la taza y le di otra a Linette. No imaginé que alguien pudiera confundirse y tomar la otra.
—Hiciste muy bien, Hanna —la tranquilizó su madre—. Pero tienes que prometerme que no dirás ni una palabra a nadie. Si solo lo viste tú, no hay manera de demostrar que dices la verdad. Esa Keller te acusaría de mentirosa y lo último que quiero es que te conviertas en el blanco de su ira. Y sobre todo, ni Ethan ni Linette deben saberlo. A fin de cuentas, a Linette no le pasó nada, pero tu tío no sé de qué sería capaz si se entera.
—No pensaba decir nada a nadie. Solo lo sabes tú.
—Que quede entre nosotras, ¿entendido?
Hanna asintió en silencio. Emma la cogió del brazo y llamó a Patty. Las tres se dirigieron hacia Matt, que en ese momento se despedía de un corro de hombres.
—¿Y Joseph? —preguntó Emma cuando llegó junto a él.
—Por ahí anda con Albert y otros muchachos. Cuando te lo cuente, no lo vas a creer.
Matt señaló con los ojos a sus hijas y Emma entendió que lo que deseaba decirle no debía ser escuchado por las chicas. Así que, pese a las protestas de Hanna, le encomendó el cuidado de los pequeños con el ruego de que buscara a sus hermanos para regresar a casa.
—Esta mañana en el saloon un hombre, con bastantes copas de más pese a ser tan temprano, ha contado a voz en grito que Harriet Keller le arrebató una petaca de whisky para hacer una diablura en el baile.
—Entonces Hanna tenía razón —exclamó pensativa.
Él la miró extrañado, pero ella le invitó a que continuase relatándole le sucedido.
—A todos los que estaban presentes les ha faltado tiempo para ir a contarlo por ahí y el chisme ya está en boca de todo el pueblo.
—Al menos la señora Barttlet ahora ya sabe a quién ha estado brindando su amistad.
Matt se encogió de hombros porque el asunto ni le interesaba ni le afectaba. Rodeó a su esposa con el brazo y miró al frente alzando el ala del sombrero. Hinchó el pecho de satisfacción al ver venir hacia ellos a sus cinco hijos: exhibían tal complicidad que, por un momento, dudó si realmente los que tenía ante él eran los chicos Sutton.