Capítulo tres
Justicia

16 de agosto de 1987

Durlin Peace, Demandante

contra

Bingo Palace, Lyman Lamartine, Demandados

Durlin Peace trabaja como portero en el Bingo Palace y en el Casino, y está bajo las órdenes directas de Lyman Lamartine. Le despidieron el 5 de julio de 1987, dos días después de discutir con su jefe. Un testigo declaró que la discusión fue oída por varios empleados y giraba sobre una mujer con la que ambos salían.

El 4 de julio, la barbacoa para los trabajadores se celebró en el patio trasero del Bingo Palace. Durante esa barbacoa, Durlin Peace, que había estado arreglando algún equipamiento esa misma mañana, abandonó el recinto a pie. Lyman Lamartine le detuvo y le pidió que se vaciara los bolsillos. En uno de ellos, se encontraron seis arandelas, por un valor aproximado de 15 centavos cada una. Lyman Lamartine acusó entonces a Durlin Peace de intentar robar bienes de la empresa y le despidió.

Durlin Peace sostuvo que las arandelas eran suyas. Como dichas arandelas, examinadas por el juez Coutts, no mostraban marca alguna que las distinguiera, no existía ninguna prueba de que pertenecieran al Bingo Palace. Dado que no se han encontrado fundamentos válidos para despedir a Durlin Peace, se resuelve que sea readmitido en el Bingo Palace.

¡¿Arandelas?!, exclamé.

¿Qué pasa con ellas?, preguntó mi padre.

Miré de nuevo el expediente.

Aunque este no fuese un caso que señaláramos como importante, lo recuerdo muy bien. Aquí estaban. Los asuntos de gran enjundia a los que mi padre dedicaba su tiempo y su vida. Por supuesto, yo había estado en el tribunal cuando mi padre había tratado este tipo de casos. Pero siempre había creído que me apartaban de los asuntos más importantes, dolorosos, violentos o demasiado complejos, por mi edad. Me había imaginado que mi padre dirimía relevantes cuestiones legales, que trabajaba en pro de los derechos recogidos en los tratados, por recuperar las tierras, que miraba a los asesinos a los ojos, que arrugaba el ceño cuando los testigos tartamudeaban y cerraba la boca a los arteros abogados con un destello de ironía. No dije nada, pero a medida que iba leyendo, me invadió un creciente sentimiento de consternación. ¿Para qué había escrito ese manual Felix S. Cohen? ¿Dónde estaba la grandeza? ¿El dramatismo? ¿El respeto? Todos los casos que había juzgado mi padre eran casi igual de nimios, ridículos o de poca monta. Si bien algunos resultaban desgarradores, o una mezcla de tristeza e idiotez, como el caso de Marilyn Shigaag, que robó cinco perritos calientes de una gasolinera y se los comió en los aseos de la misma gasolinera, ninguno de ellos alcanzaba la grandeza que yo me había imaginado. Mi padre castigaba a ladrones de perritos calientes y examinaba arandelas —ni siquiera lavadoras—, tan solo arandelas que valían 15 centavos la pieza.

8 de diciembre de 1976

En presencia del juez Antone Coutts, presidente del tribunal,

la jueza Rose Chenois y el juez asociado Mervin «Tubby»

Ma’ingan.

Tommy Thomas et al., Demandantes

contra

Vinland Super Mart et al., Demandados

Tommy Thomas y los demás demandantes de este caso eran miembros de la tribu chippewa, y Vinland era y es una gasolinera y tienda de comestibles no india, que, aunque situada esencialmente en un terreno de pleno dominio (antigua parcela adquirida), se encuentra rodeada por terrenos tribales en fideicomiso. Los demandantes alegaron que durante las transacciones comerciales que se llevaban a cabo en Vinland Super Mart, se cobraba un recargo del 20% en todas las operaciones realizadas con miembros de la tribu que mostraran tener señales de demencia imputables a la edad, o inocencia debida a una juventud extrema, trastorno mental, estado de embriaguez o confusión general.

Los propietarios, George y Grace Lark, no negaron que en algunas ocasiones se cobrara un recargo del 20% en los tiques de la caja registradora. Defendieron sus actuaciones insistiendo en que era una manera de compensar las pérdidas ocasionadas por los hurtos en la tienda. Los demandados alegaron que el tribunal tribal no tenía jurisdicción sobre la persona de los demandados ni competencia por razón de la materia sobre dichas transacciones, en las que se fundamentaba la querella de los demandantes.

El tribunal resolvió que, si bien el edificio de la gasolinera se encontraba en la parcela número 122 093, la zona de aparcamiento, el área de los contenedores de basura, la acera que llevaba hasta allí, los surtidores, las bocas de incendio, el sistema de alcantarillado, el campo de drenaje de la fosa séptica, las vallas de hormigón del aparcamiento, las mesas exteriores y las macetas con plantas decorativas estaban situados en terrenos tribales en fideicomiso, de modo que para entrar en Vinland Super Mart, los clientes, miembros tribales en un 86%, tenían que conducir y luego caminar por terrenos tribales en fideicomiso.

Este tribunal alegó tener jurisdicción sobre la causa y, como no se presentaron pruebas que negaran la aplicación de los recargos, resolvió a favor de los demandantes.

Mi padre había puesto esa carpeta a un lado.

Parece un caso bastante anodino, comenté, intentando disimular la desilusión en mi voz.

En ese caso fui capaz de alegar jurisdicción limitada sobre una empresa propiedad de un no indio, dijo mi padre. El caso resistió la apelación. Había orgullo en su voz.

Eso fue gratificante, prosiguió, pero no es la razón por la que he seleccionado este caso. Lo he apartado para analizarlo más a fondo por las personas implicadas.

Miré la carpeta otra vez.

¿Tommy Thomas et al o los Lark?

Los Lark; aunque Grace y George han fallecido, Linda vive aún. Así como su hijo Linden, a quien no se menciona en el auto ni tuvo parte en el asunto, pero que no obstante aparece en otra demanda, más compleja emocionalmente. Los Lark eran el tipo de gente que alardeaba de su buena relación con los «indios buenos», a quienes despreciaban en secreto y trataban abiertamente con condescendencia, para demostrar su amor en general por los indios, a quienes se encargaban de engañar. Los Lark eran empresarios incompetentes y ladrones de poca monta, pero también se engañaban a sí mismos. Mientras sus principios morales para el resto del mundo eran inflexibles, siempre encontraban alguna justificación para sus propias deficiencias. Es ese tipo de gente, continuó mi padre, verdaderamente hipócrita, de tres al cuarto, que en determinadas ocasiones es capaz de cometer atrocidades a la menor oportunidad que se le presente. Los Lark, de hecho, eran fervientes detractores del aborto. Y sin embargo, cuando nacieron sus gemelos, estaban dispuestos a dejar morir al bebé más débil y (tal y como pensaron en su momento) con malformaciones: una niña. Toda la reserva se enteró de ello porque las enfermeras del hospital apartaron a la criatura deforme. Betty Wishkob, miembro de la tribu, que era una enfermera del turno de noche, consiguió adoptar a la niña. Lo cual nos conduce al otro caso.

En la causa de la herencia de Albert y Betty Wishkob

Albert y Betty Wishkob, ambos miembros inscritos de la tribu chippewa y residentes en la reserva, fallecieron dentro del estado, dejando cuatro hijos: Sheryl Wishkob Martin, Cedric Wishkob, Albert Wishkob Jr. y Linda Wishkob, nacida con el nombre de Linda Lark. Linda fue acogida por los Wishkob sin adopción formal y se crio en el seno de la familia como una niña india. A la muerte de sus padres adoptivos, los otros hijos, que se habían marchado de la reserva, accedieron a que Linda siguiera viviendo como siempre en la vivienda de Albert y Betty, situada en la parcela número 1002 874 de sesenta y cinco hectáreas, que había vuelto a ser otorgada en fideicomiso a la tribu por el Gobierno tras la Ley de Reorganización India de 1934. El 19 de enero de 1986, Grace Lark, madre biológica de Linda Lark Wishkob, presentó una apelación ante este tribunal para que se le otorgara la tutela legal de su hija Linda, ahora de mediana edad, a fin de administrar sus bienes.

Grace Lark alegó que una enfermedad contraída después de que Linda fuera sometida a una compleja intervención quirúrgica le había provocado una depresión severa y confusión mental. Grace Lark manifestó abiertamente que estaba interesada en urbanizar las sesenta y cinco hectáreas que, según reclamaba, habían sido legadas en herencia a Linda a la muerte de sus padres adoptivos.

El último párrafo estaba escrito a mano, solo para que lo viera mi padre.

Dado que Linda no es india de sangre, dado que no hay pruebas de que los Wishkob adoptaran legalmente a Linda, dado que Grace Lark no hizo el menor intento por contactar con los otros tres herederos implicados y, además, dado que Linda Lark Wishkob, en la opinión del tribunal, no solo estaba mentalmente capacitada sino que además estaba más cuerda que muchos de los que habían declarado ante el tribunal, incluida su madre biológica, se desestimó la demanda con efectos de cosa juzgada.

Qué raro, comenté.

Se vuelve más raro aún, añadió mi padre.

¿Cómo?

Lo que has oído no es más que la punta del iceberg de un psicodrama que, durante años, consumió tanto a los Lark, que entregaron a su hija, como a los Wishkob, que, con su bondad, salvaron y criaron a Linda. Cuando los hermanos Wishkob supieron de la demanda, un torpe, codicioso y mezquino intento por apropiarse y aprovecharse de una herencia que nunca fue, y de unas tierras que nunca podrían ser al dejar de tener propiedad tribal, se pusieron furiosos. Sheryl, la hermana adoptiva mayor de Linda, tomó medidas inmediatas y organizó un boicot a la gasolinera de los Lark. No se limitó a eso y ayudó a Whitey a conseguir un crédito. Ahora todo el mundo acude al negocio de Whitey. Whitey y Sonja han llevado a los Lark a la quiebra. Durante ese tiempo, Linden, el hijo de la señora Lark, perdió su empleo en Dakota del Sur y regresó a casa para ayudar a su madre con la alicaída empresa. La mujer falleció de un aneurisma fulminante. El hijo culpó a los Wishkob, a su hermana Linda, a Whitey y Sonja y al juez en esta causa, o sea, yo, de su muerte y de su probable bancarrota, que se antoja ahora inevitable.

Mi padre miró las carpetas con el ceño fruncido.

Le vi en el tribunal. La gente dice que tiene mucha labia, que es un autentico encantador de serpientes. Pero durante todo el juicio no dijo ni mu.

¿Podría ser él…?, pregunté.

¿Agresor? No lo sé. Es un caso extraño. Tras la muerte de su madre, se metió en política durante un tiempo. En el juicio, es posible que cayera en la cuenta, para su disgusto, de las cuestiones jurisdiccionales que afectan a la reserva y sus inmediaciones. Escribió una carta incendiaria al Fargo Forum. Opichi la recortó. Recuerdo que rebosaba de los habituales «hay que disolver las reservas», recurrió a la vieja arenga de los redneck[3], «les ganaremos con todas las de la ley». Nunca entienden que las reservas existen porque nuestros antepasados firmaron transacciones legales. Pero algo debió de calar porque enseguida tuve noticia de que Linden recaudaba fondos para Curtis Yeltow, que se presentaba a gobernador y compartía sus ideas. También he oído, por mediación de Opichi, por supuesto, que Linden aparece involucrado en un capítulo local y medio secreto de Posse Comitatus[4]. Ese grupo considera que los poderes del funcionario electo del Gobierno más importante han de residir en el sheriff local. Lo último que he oído es que Lark vive en la casa de su madre. Lleva una vida tranquila y viaja mucho. A Dakota del Sur, se supone. Se ha vuelto muy reservado. Opichi dice que hay una mujer, pero solo se la ha visto en un par de ocasiones. El hombre va y viene a horas extrañas, pero hasta el momento no hay ninguna señal de que trafique con drogas ni que quebrante la ley de modo alguno. Sí sé que la madre era una experta incitando a la violencia emocional. Otras personas absorbían su ira. Era una anciana blanca, enclenque y de aspecto frágil. Pero se creía en posesión de todos los derechos de modo autoritario y absoluto. Era puro veneno. Tal vez Lark siguió adelante o tal vez absorbió su veneno.

Mi padre se dirigió a la cocina a llenarse la taza. Observé las carpetas fijamente. Quizá fuera entonces cuando reparé en que cada una de las sentencias de mi padre estaban rubricadas con una pluma estilográfica, cuya tinta presentaba un lírico tono índigo. Su caligrafía era meticulosa, casi victoriana, con la floritura de otros tiempos. He aprendido desde entonces que siempre se dan dos constantes en la vida de los jueces. Todos tienen perros y todos tienen alguna extravagancia particular que los hace inolvidables. En este caso, me parece, era la pluma estilográfica, aunque en casa mi padre usaba un bolígrafo. Abrí el último expediente que había en el escritorio. Lo leí.

1 de septiembre de 1974

Frances Whiteboy, Demandante

contra

Asiginak, Policía Tribal, Vince Madwesin, Demandados

William Sterne, abogado, Hoopdance, de la parte demandante

y Johanna Coeur de Bois, abogada de la parte demandada

El 13 de agosto de 1973, se celebró una ceremonia de la Tienda Vibrante, en la vieja casa redonda al norte del lago de la reserva. La Tienda Vibrante es uno de los rituales ojibwes más sagrados, y no aparecerá descrito aquí salvo para mencionar que dicha ceremonia tenía por objeto curar a los solicitantes y dar respuesta a cuestiones espirituales.

Aquella noche, habían acudido allí más de cien personas, muchas de las cuales bebían, rodeando el gentío. Uno de los que bebían era Horace Whiteboy, hermano de Francis, el demandante en esta causa. El oficiante de la ceremonia, Asiginak, había solicitado a Vince Madwesin, de la policía tribal local, que se hiciera cargo de la seguridad del ritual. Vince Madwesin pidió a Horace Whiteboy y a los demás bebedores que abandonaran la zona.

Es culturalmente inaceptable, incluso es una ofensa, beber en una ceremonia de la Tienda Vibrante, y Madwesin actuó adecuadamente al pedir a los bebedores que se marcharan. Al darse cuenta de que cometían una violación flagrante del protocolo sagrado, varios de ellos abandonaron el lugar. Horace Whiteboy fue visto mientras se alejaba carretera abajo, dando tumbos, entre aquellos bebedores. Sin embargo, tal y como aseguran varios testigos, el espíritu de la tienda habitada por Asiginak advirtió a los que escuchaban que Horace Whiteboy se hallaba en peligro.

El cuerpo sin vida de Horace Whiteboy fue encontrado la tarde siguiente a la ceremonia. Después de dejar aparentemente el grupo de bebedores en la carretera, había dado media vuelta para intentar regresar a la casa redonda. Por lo visto, el joven decidió echarse a los pies de la colina. Fue hallado debajo de unos matorrales, tumbado boca arriba; se había ahogado con su propio vómito.

Francis Whiteboy, hermano de Horace, denuncia negligencia en las actuaciones de Asiginak (que se encontraba dentro de la tienda y tenía conocimiento por los espíritus de que su hermano estaba en peligro) y de Vince Madwesin (a quien se le encomendó la seguridad del acto, aunque no estaba de servicio y no recibió remuneración alguna).

El tribunal resolvió que la única responsabilidad de Asiginak era permitir que los espíritus expresaran, a través de su presencia, lo que ellos sabían. Y cumplió con esa responsabilidad.

Las actuaciones de Vince Madwesin para garantizar la seguridad de la ceremonia de la Tienda Vibrante fueron apropiadas y, puesto que no estaba de servicio ni recibió remuneración alguna por ello, no se pueden presentar acciones legales contra la policía tribal. La responsabilidad de Madwesin consistía en cerciorarse de que las personas ebrias abandonaran el lugar. No era responsable de los actos de los bebedores.

Un individuo que bebe hasta perder el conocimiento corre el riesgo de perecer de manera accidental. La muerte que sufrió Horace Whiteboy, por muy trágica que sea, fue el resultado de sus propios actos. Si bien la compasión debería ser la norma que rija respecto a los alcohólicos, cuidarlos como uno cuida de los niños no es lo que prescribe la ley. El comportamiento de Horace Whiteboy tuvo como resultado su propia muerte y sus propias decisiones sellaron su destino.

El tribunal falló a favor de los demandados.

Y este, ¿por qué?, pregunté cuando mi padre regresó.

Era tarde. Mi padre se sentó, bebió un sorbo de café y se quitó las gafas de leer. Se frotó los ojos y, tal vez por cansancio, habló sin pensar.

Por lo de la casa redonda, dijo.

¿La vieja casa redonda? ¿Ocurrió allí?

No respondió.

Lo que le pasó a mamá, ¿ocurrió allí?

Seguía sin contestar.

Revolvió los papeles y se levantó. La lámpara iluminó las arrugas de su rostro, transformándolas en profundos surcos. Parecía tener mil años.