16. La complicidad de los medios
Aún después de la fuga de Succar y su posterior detención, la prensa escrita y la televisión locales no se enfocaban en asunto penal, en la gravedad de los actos delictuosos, en los dimes y diretes entre Maribel Villegas, abogada del DIF municipal, y Leidy Campos, quienes deseaban a toda costa, y ya con evidente encono personal, inculpar a las madres de las víctimas. El enemigo más evidente, el pederasta, se desdibujó rápidamente en un extraño debate sobre las niñas y adolescentes lo provocaron a cometer el delito, incluso si ellas, las menores, se le ofrecieron a cambio de dinero y el pobre adulto había caído en sus redes.
En «El Café» se escuchaban los debates de voces predominantemente masculinas entre humo de cigarrillos. El tema era si una niña de doce años es o no capaz de gozar las relaciones sexuales, si no era para tanto que al «viejo Succar le gustara la carne joven». Escuchamos, incluso, a un veterano periodista decir, entre risas de sus colegas: «A los trece ya lloran…, pero cuando se la sacas». Los demás corearon y otro añadió: «Son cancha reglamentaria». En manos de esos reporteros y editores estaba la investigación periodística.
Muy contados fueron quienes dedicaron tiempo a exponer los hechos sin prejuicios sexistas, con respeto a su labor periodística.
Entre ellos se encuentra el trabajo de las reporteras locales Adriana Varillas y Cristina Pequeño, junto a los reporteros David Sosa y Hugo Martoccia. También la participación de dos reconocidos periodistas nacionales, Ricardo Rocha y Carlos Loret de Mola; cada uno de ellos, en su espacio televisivo y radial, dio cuenta de la noticia desde un análisis más formal, profundo y serio. Al igual que Joaquín López Dóriga, Rocha y Loret de Mola tuvieron en sus manos el video en el cual aparecen dialogando Jean Succar Kuri y Emma, la valiente joven que lo denunció, video grabado bajo la supervisión de la Subprocuraduría de Justicia del Estado de Quintana Roo. Loret de Mola y Rocha hicieron un seguimiento puntual del caso, desde la fuga hasta la detención del prófugo Succar en Estados Unidos. Ricardo Rocha dedicó dos de sus programas nocturnos, llamados Reporte 13, al caso.
Tiempo después, el ex abogado de Succar confesaría el gran impacto que estos reportajes de fondo causaron para que su cliente perdiera apoyos políticos.
A continuación aparece la transcripción textual —en forma y lenguaje— de este video, el cual es, sin lugar a dudas, de una frialdad desgarradora. La J es por «Johny», el mote que Succar pedía a las niñas que usaran para él. La E corresponde a Emma, la joven que lo entrevista, una de sus más de cien víctimas.
Comienza el video aficionado…
J: …con una niña de quince años ya no lo hago; ¿sabes por qué ya no lo hago? Porque solamente lo hago cuando estoy aislado; por ejemplo, a Marina, cuando estaba en mi casa y se esfumó y le dije: «Háblame»…
E: ¿Quién es Marina?
J: La que conocí en tu escuela, antes de conocerte a ti.
E: Ahhh… Marina.
J: ¿Cómo se llamaba?
E: Leticia Marina.
J: Pero tiene otro nombre, a mí me dijo otro nombre. Le dije: «¿Dónde estás?» ya a los dos días, sí fuimos y nos vimos simplemente en la recámara, gritaba mucho.
E: Pero yo cuando fui, fui con Sandra. Bueno, al principio…
J: Sí, pero venían las dos. Sandra venía sola en ese tiempo. Cuando yo te conocí me acababa de acostar con Sandia y fue cuando ella sangró, le salió un chingo de sangre y ella me dijo: «Mi mamá me va a cagar».
E: ¿Por qué? ¿Era señorita?
J: Mira, eso yo no lo puedo decir.
E: ¿Cuántos años tenía?
J: Dieciséis o diecisiete años. Todas sangran conmigo, mi esposa sangró, varias gatas que me he cogido sangran; es más, no sangran por señoritas, sangran porque están muy angostas. Yo no sabía nada de ésta.
E: ¿La conociste desde los quince años?
J: No, ya te dije, una vez me acerqué a tu amiga porque ella me estaba buscando, por lo que me acerqué al papá de la niña y no hubo problema.
E: Pero cuando te la llevaste la tocaste.
J: Eso es otra cosa, mientras que no tengas relación, que no se consuma el acto, no pasa nada. Pero de ti hay un pasado que no me gusta…
E: (Usa un tono burlón.) ¿Por qué no te gusta mi pasado?
J: Olvídalo, no importa. (Juguetea con el popote en el vaso de jugo.)
E: Sí importa, porque esos tres años que estuve contigo, dime con quién me metí de niña, con nadie, yo te lo estoy diciendo, con nadie.
J: Tú lo que quieres es borrarlo.
E: Yo quiero borrar…
J: Yo todos tus actos cuando estabas ahí con ellas, yo sacaba las botellas…
E: Yo no sabía, tú me pedías y prendías tu camarita para que yo me acostara con ellas…
J: Ya estuvo. Si te gustaba o te gusta es tu problema, yo no te estoy diciendo si lo haces o no lo haces, es que es tu vida privada.
E: Es que entiende una cosa, tú agarras a una niña de trece años que no tiene conocimiento de nada y le empiezas a enseñar que así es el mundo, que así se vive, que todo esto es normal, mayormente aprende que todo esto es normal.
J: Tú no te acuerdas de muchas cosas, pero yo me acuerdo cuando estábamos en la alberca te dije: «M’ija, ya me dijeron que tú eres lesbiana» y te dije: «Ya me lo dijo Lesly, ya me lo dijo hasta Nadia»…
E: No es cierto.
J: Pero no trates de justificar, pues hay cosas que no te acuerdas, pero lo más coherente de ti, lo más chingón, chingón, es que no te acuerdas de todo lo que te di.
E: Sí, sí me acuerdo…
J: Sí, pero cuando no te conviene no te acuerdas.
E: Me acuerdo de muchísimas cosas. ¿Qué es lo que no me puede convenir según tú? A ver…
J: Mira, es como te digo, yo no sabía que eras lesbiana, hasta que vi que estabas agarrando a Nadia.
E: Nada de eso…
J: Y ahora tú sales con que yo te enseñé, que yo te obligué.
E: Tú me enseñaste a hacer eso, tú me enseñaste que si necesitas medicinas, te la tenía que dar tu medicina (el sexo), ¿por qué?, porque te dolía…
J: Sí, te dije que yo era mujeriego y me gustaban las niñas, y si tú me quieres me tienes que traer niñas, pero yo no te dije: «chúpalas»…
E: Tú me decías…
J: ¡Chingada madre! Yo no te decía… mira, vamos a hacer un trato.
E: Va.
J: Mira, va a ser algo muy fácil, lo ponemos con testigos, unas gentes, te lo juro por mis hijos. Te traigo una muchacha y vamos a ver si la vas a chupar, y sino, te quedas conmigo un rato.
E: Pero ¿para qué?
J: Para ver si eres o no lesbiana.
E: Pero ¿para qué?
J: Porque si no eres lesbiana, no hay forma de que la chupes, no hay forma, no hay forma, por ningún dinero del mundo. Tú no puedes… hay cosas… escucha, tú puedes hacerlo por obligación, necesidad, pero la otra pareja ¿qué culpa tiene?, ¿qué necesidad, qué obligación?
E: Todas las niñas que estaban ahí… eran igual. (Según declaraciones las forzaba a tener cunilingus entre ellas mientras él videogrababa.)
J: ¿Quiénes?
E: Caty, Pocahontas, este… Citlalli.
J: No, esto tuyo no es cosa de principios, es cosa de sentido.
E: Tú me decías que ésta era la única forma en que las niñitas no iban a hablar, porque estaban comprometidas, ¡acuérdate de tus palabras!
J: Está bien (intenta tranquilizarla, se ve nervioso, mira a los lados), yo te quiero mucho y todavía descubrí que te sigo queriendo… Este, mejor cambiamos de tema. Hablamos mejor de otra cosa.
E: ¿De qué?
J: Estoy preocupado por esta otra niña que está en la casa, pues está diciendo que va a hablar.
E: ¿Por qué te preocupa?
J: Porque es una niña y el día de mañana su pinche madre se da cuenta que está cogida y lo primero que va a pensar es en mí.
E: Pero si se va a su casa…
J: Es lo que te digo, pero si la niña confiesa yo ya estoy tranquilo.
E: ¿Pero ya se quiere ir a su casa?
J: Yo no voy a cargar con una culpa que no es mía.
E: Sí, yo sé, pero es que…
J: Lesly fue a mi casa desde los ocho hasta los doce años, Lesly se bañaba conmigo, estuvo conmigo mucho tiempo, dormía semanas enteras conmigo y jamás le hice nada.
E: Pero la besabas y la tocabas.
J: ¡Te estoy diciendo que eso está permitido!, porque ése es el riesgo de ir a casa de un pinche viejo que está solo, es parte del riesgo; los papás nada más decían: «Me cuida a mi hija, me cuida a mi hija». Eso está permitido. Por ejemplo, yo le digo a Lesly: «A mí tráeme una de cuatro años» y si ella me dice: «Ya está cogida» y yo veo si ya está cogida, veo si le meto la yerga o no. Tú lo sabes que esto es mi vicio, es mi pendejada y sé que es un delito y está prohibido, pero esto es más fácil, pues una niña chiquita no tiene defensa, pues la convences rápido y te la coges. Esto lo he hecho toda mi vida, a veces ellas me ponen trampas, porque se quieren quedar conmigo, porque tengo fama de ser un buen padre…
El video fue grabado en el jardín de un restaurante del centro de la ciudad.
El sonido es muy claro, las imágenes del rostro de Jean Succar Kuri se observan mientras él habla, bebe un jugo natural y juguetea con el popote; ocasionalmente sonríe cuando habla. Pocas veces se ve el rostro de la entrevistadora. Se escucha su voz nerviosa, que denota la ansiedad de la víctima que se expone ante su agresor con la finalidad de obtener pruebas, en este caso una confesión tácita.
El material videograbado fue entregado a la Subprocuraduría de la PGJE en la zona norte. El subprocurador Miguel Ángel Pech Cen sacó copias y lo presentó a los medios de comunicación, al dar a conocer la investigación en torno a la red de pornografía y prostitución infantil comandada por el empresario de origen libanés.
Luego de haber grabado el video, la joven testigo aseguró que Leidy Campos, la funcionaria de la PJE, estaba escondida junto con dos agentes judiciales a unos metros de donde se entrevistara con el libanés; además, que escuchó a la perfección lo que hablaron y que se transcribe en estas páginas. A la jovencita le pareció extraño que no detuvieran al sujeto después de oír lo que decía y se sorprendió aún más cuando Campos Vera le pidió que hiciera otra cita para el día siguiente con él. Le prometió que llegaría con más agentes para —«ahora sí»— detener a Succar, quien en ese momento no iba armado y se encontraba solo. La joven, obediente de la autoridad, miró a su violador salir alegremente del restaurante sin ser arrestado. El jueves siguiente llegó al restaurante donde acordaron verse y poco después se presentó Jean Succar de nuevo. Pasaron más de diez minutos y ni los agentes ni la subdirectora de Averiguaciones Previas aparecieron. Según ella misma y los integrantes de la asociación civil Protégeme, la muchacha empezó a mostrarse nerviosa y el sujeto observó su ansiedad; de pronto sospechó que algo sucedía, se incorporó, miró a su alrededor, subió a su lujoso automóvil (un Mercedes Benz convertible) y arrancó rechinando llantas.
—Casualmente —comenta la joven Emma—, segundos después llegaron varios agentes judiciales y, pese a que ya tenían los datos del vehículo de Succar, ni siquiera lo reportaron por radio o implementaron un operativo para apresarlo.
Allí se quedaron, de pie junto a la mesa del restaurante, con la confesión grabada, la víctima, la subdirectora Campos Vera y los policías judiciales, acompañados por su comandante, Francisco Argüelles Mandujano, alias «El Rayo», conocido protector de las narcotienditas de Cancún, mientras Succar Kuri recorría en libertad las calles de la ciudad. Francisco Argüelles fue detenido por la PGR un año después de estos sucesos, por su relación con una masacre de policías y narcotraficantes ocurrida en Cancún.
Al hacer un recuento de los hechos, ahora se tiene la certeza de que la misma policía judicial dio aviso al Johny sobre los días en que se harían inspecciones policíacas en sus villas, y para que finalmente escapara. El 27 de octubre dicho cuerpo policiaco reunió toda la información necesaria. El martes 28 estaba listo para actuar y aprehenderlo, pero no pudo. Leidy Campos y Miguel Angel Pech no habían turnado la averiguación previa al Juzgado Penal ni a la PGR, según correspondía. A pesar de todas las pruebas, incluidos el video de la confesión y la grabación en la que la esposa de Succar admite tener en su poder videos grabados de las niñas sosteniendo sexo y con ello amenaza a Emma, no se contaba con una orden de aprehensión. Succar asegura en sus declaraciones que el 28 recibió una llamada de Leidy Campos en la que le solicitó que «le diera un millón de dólares y todo se callaba». Leidy niega estas acusaciones.
Un agente judicial indica al respecto:
—En otros casos nos dicen que realicemos la detención del acusado antes de que salga su boleto (orden de aprehensión); lo tenemos uno o dos días detenido en las cabañitas de Puerto Morelos y luego lo presentamos de forma oficial. Así evitamos que se escapen delincuentes que tenemos identificados. No sé qué pasó esta vez. Es evidente que está protegido.
Mientras los medios locales se debatían en una guerra de declaraciones que ponía en entredicho la «honorabilidad» y credibilidad de las víctimas, ya casi nadie hablaba del pederasta y su culpabilidad. Comenzaron a llamarlo «monstruo», «psicópata» y «enfermo mental», con lo que, de acuerdo con la psicóloga Claudia Fronjosá Aguilar, especialista en atención a víctimas de violencia, «el imaginario social condona al victimario y se centra en las víctimas como coadyuvantes». La psicóloga asegura que los pederastas como Succar Kuri «no son monstruos ni enfermos; son hombres con una patología social que, en pleno uso de sus facultades y de su poder, deciden planear, protegerse y ejecutar sistemáticamente un delito, cuidando todos los flancos para no ser detenidos».
—El problema —explica la especialista— es que la sociedad, a través de los medios, va tejiendo una historia distorsionada, en la cual se pierde el centro del verdadero problema. Aquí tenemos a un criminal y a un grupo de víctimas, rodeadas de cómplices, directos e indirectos, que permitieron los sucesos delictivos. En nuestra sociedad se atenúa con facilidad la culpabilidad de un violador o pederasta transfiriendo una corresponsabilidad imaginaria y totalmente falsa a sus víctimas.