4. Formar un hogar

Ser pareja

Pensando en la posibilidad de que las parejas hablen de temas que parecen intocables, como el del abuso sexual durante la infancia, me quedó claro que se necesita ser una pareja feliz, bien avenida, para transitar por estos caminos. Por ello entrevisté al psiquiatra y doctor en filosofía Mario Zumaya, especialista en parejas y presidente de la Sociedad Interamericana de Counseling (SIC). Le pedí su definición de una pareja bien avenida y feliz.

«No sé quién decía, Tolstoi me parece, que todas las parejas felices se parecen, mientras que las infelices lo son, cada una, a su muy particular manera. Lo que se traduce, a mi parecer, en que la creatividad humana para complicarse la vida es, verdaderamente, infinita.»

Efectivamente, hay características comunes en las parejas bien avenidas:

  • Similar, que no igual, medio socioeconómico de origen.
  • Educación formal universitaria o equivalente.
  • Los dos tienen o han tenido trabajo remunerado. Independencia económica.
  • Misma religión (o ausencia de ella).
  • Similar, que no igual, nivel de desarrollo emocional y cognitivo.
  • Se ríen juntos por lo menos una vez al día. Bromean.
  • Buen ajuste sexual (traducido en comunicación erótica eficiente y confianza).
  • Habilidades de comunicación: claridad, ajustarse al tema que se plantea o discute, tomar turnos en la conversación, verificar que lo que el otro o la otra entiende es, en efecto, lo que se dijo o se quiso decir, hablar «acerca de» los sentimientos o hablar «en» o «desde» el sentimiento o emoción.
  • No temor al conflicto.
  • No temor a emociones «negativas»: enojo, vergüenza, ansiedad.
  • Cautela, que no temor, ante la intimidad emocional.
  • Respeto por los proyectos individuales.
  • Red social individual y compartida.
  • Paciencia y «sacrificio» en el sentido de poder posponer, no indefinidamente, las gratificaciones individuales cuando la pareja está pasando por periodos o procesos difíciles, como pérdida de trabajo, duelos, enfermedades, etc.
  • Paradójica y fundamentalmente: capacidad de estar sin la pareja y «estar bien».

Al terminar su lista para definir a una pareja avenida, el doctor Zumaya aseguró que «ser pareja» es todo un trabajo y se debe asumir así.

En todos los correos que he recibido tras la publicación de mi investigación sobre redes de pornografía infantil he encontrado un sinfín de cartas de mujeres cuyos padres, suegros o abuelos violaron a su nena o nene. Afortunadamente, muchas parejas se han unido para enfrentar el trauma y están decidiendo si denunciarán y si se alejan por completo de la familia y del pedófilo. Esta decisión sólo puede tomarse en un ambiente de amor, honestidad y claridad. Ya vimos en los primeros capítulos las razones culturales por las cuales buena parte de la sociedad protege a los maltratadores y a los violadores. Estas situaciones, por difíciles que parezcan, se convierten siempre en una oportunidad para fortalecer los vínculos amorosos, acercarse más y construir una familia diferente, libre de violencia. El mensaje que le transmitimos a nuestro niño o nuestra niña abusada es fundamental para ayudarle a superar el trauma del abuso sexual. En los casos de familias compuestas, la madre o padre soltero, las redes de apoyo sólidas son fundamentales.

Masculinidad y feminidad

Es un hecho que la televisión, los videojuegos, el cine e incluso las caricaturas hablan de sexualidad. Por desgracia casi siempre lo hacen de manera burda, sexista y simplista. En las décadas de los setenta y ochenta todavía algunas familias podían salirse del embrollo de hablar de sexo con sus niños y niñas con la excusa de que «todo a su propio tiempo». Ahora, si no les explicamos todo, alguien más lo hará, y desafortunadamente ese alguien puede ser un abusador o un amiguito con acceso libre a internet, o cuyos padres tengan vídeos de pornografía. A veces olvidamos que el abuso puede venir de un hermano mayor de los amiguitos de nuestros hijos y nuestras hijas. Varios estudios han demostrado que la pornografía incita a formas violentas de interacción sexual.

Una falsa noción, producto del tabú, es que las madres deben hablar con las niñas y los padres con los varones, porque sólo ellas o ellos entienden y conocen a su género. Tras la publicación de mi libro Esta boca es mía y tuya también, un orgulloso padre de 38 años me escribió que al leerlo se animó a hablar con su niña de 12 años que apenas había comenzado a menstruar y la invitó a tomar un helado. Luego fueron juntos a comprar algo que ella eligiera, escogió un par de libros de cuentos y el padre aprovechó para obsequiarle uno que a él le marcó la infancia: Juan Salvador Gaviota. Él se había preparado durante una semana con el libro Quiúbole con… de Gaby Vargas y Yordi Rosado. Habló con su hija sobre el significado de la menstruación, de los ciclos de la Luna sobre su cuerpo y sobre la importancia de sentirse orgullosa de ser mujer. Estaba nerviosísimo, me dice, pero fue uno de los momentos más emocionantes de su vida. Yo puedo decirle que, seguramente, también lo será para su hija.

Lo ideal es que ambos, padre y madre, hablen con varones y mujeres y luego que cierta información se socialice en la familia. Es decir, no es conversación para la mesa si su niño mojó la pijama con un sueño húmedo a los 12 años, o si la niña descubrió que el chorro de agua de la tina le hace sentir placer en la vulva. Pero sí es sano que en la mesa nuestros hijos y nuestras hijas sientan la confianza para hablar sobre su primer beso, o sobre si les gusta una compañera o un compañero de la escuela. La confianza se nutre cada día; si el padre hace burlas sexistas frente a su hija, le manda el mensaje de que los hombres tienen privilegios sobre las mujeres. Después de todo, las niñas crecen con el paradigma masculino del padre (o la figura masculina al alcance en familias uniparentales). O si la madre le dice al adolescente que él sí puede salir con todas las chicas que quiera y que la hija debe ser más selectiva, le manda un mensaje de que los hombres tienen privilegios, que son siempre la autoridad, y que no deben cuidarse, mensaje que los abusadores usan sistemáticamente. El sexismo aplica para niñas y niños. La clave está en educarlos bajo tres principios fundamentales que les ayuden a:

  • Reconocer y apropiarse de su cuerpo sexuado, erótico y emocional. No sólo de sus genitales.
  • Aprender a conocer y expresar sus sentimientos, emociones e ideas vinculadas a ellos.
  • Aprender a amarse a sí mismos de tal manera que puedan decir NO, e identificar cuando alguien quiere imponerles algún acto que les incomoda o atemoriza.

Una de las grandes aportaciones del feminismo es la noción de apropiación del cuerpo. Enseñar a las niñas y los niños a apropiarse de su cuerpo —es decir, reconocerlo como propio y no de terceros—, cuidarlo, conocerlo y quererlo es la mejor manera de prevenir el abuso sexual y de que tengan una vida plena y feliz en el futuro.

Por desgracia algunos principios e interpretaciones religiosas sentaron las bases desde hace siglos para separar la sexualidad del cuerpo y de las emociones. Los «descubrimientos científicos» de otras épocas, plagados de tabúes y falsos preceptos, llevaron a líderes religiosos como san Agustín —quien por cierto tuvo una vida bastante promiscua antes de encontrar a Dios— a asegurar que las mujeres se quedaban embarazadas en calidad de incubadoras, porque el esperma del hombre era «el que aportaba el espíritu al embrión». Los hombres, la Iglesia y el Estado se apropiaron jurídicamente del cuerpo femenino y expropiaron ideológicamente el cuerpo masculino, arrebatándole lo amoroso y emocional. Todas y todos salimos perdiendo con esas viejas ideas.

¡Papá tiene una niña!

Casi todos los padres sienten una gran ansiedad respecto a sus hijas. Por un lado, haber tenido a una niña y saberse adorados por ella les cambia, en general, la vida. Por otro, la educación sexista que permea a nuestra sociedad, llena de dobles mensajes, les deja con la sensación de que no tienen herramientas para proteger a sus hijas de los hombres machos, misóginos, sexistas, maltratadores y abusivos que ellos conocen y ven todos los días en la calle, o que, incluso, son sus amigos. Por eso tener el privilegio de educar a niñas y niños nos abre la posibilidad de reeducarnos desde una nueva perspectiva de género.

El budismo plantea que todas las personas somos seres en constante evolución. Darnos la oportunidad de reeducarnos con los conocimientos contemporáneos sobre sexualidad, equidad de género y respeto a la diversidad nos permitirá convertirnos en mejores seres humanos. Si eres madre soltera, busca entre tus redes de apoyo a algún hombre que pueda ser modelo masculino para tu niña, hagan acuerdos y trabajen sobre cómo establecer vínculos sanos entre lo masculino y lo femenino.

Le pedí a la antropóloga feminista, una de mis maestras de la vida, Marta Lamas, que escribiera para este libro una lista de las 10 cosas esenciales que debería recibir una niña desde que nace. Éste es su decálogo:

DIEZ COSAS FUNDAMENTALES PARA EDUCAR A UNA NIÑA EN EL AMOR A SÍ Y A SU COMUNIDAD, Y EN EL RESPETO A LA DIVERSIDAD

  1. Repetirle, desde muy chica, que es un ser humano y que por el hecho de serlo tiene derechos humanos. Igual que todos los demás seres humanos. Y que debe aprender a defender tanto sus propios derechos como los de los demás. Algo básico es aprender a protestar bien: lo cortés no quita lo valiente.
  2. Inculcarle el gusto por aprender: leerle cosas interesantes, ubicarle los acontecimientos históricos, enseñarle a hacer pequeños experimentos científicos. Llevarla a museos, al cine, al teatro. Abrirla al mundo.
  3. Hablarle (mucho y muchas veces) de la diferencia sexual y del género. Explicarle en qué consiste la diferencia sexual y contarle cómo ha ido cambiando el género (las ideas sobre qué les toca hacer a las mujeres y a los hombres en la sociedad). Preguntarle cómo se siente siendo niña, qué cosas que hacen o tienen los niños le gustaría hacer o tener.
  4. Hablar con ella (mucho y muchas veces) del misterio que somos los seres humanos, de la existencia del inconsciente, de que no todo es mente y voluntad, de que tenemos dentro de nosotros sentimientos contradictorios y ambivalentes.
  5. Hablarle de la sexualidad, del deseo, de la pasión. Hablarle de la masturbación como la primera forma de sexo seguro. Hablarle de que nadie debe tocarla sin su consentimiento. Hablarle de que no debe dejarse presionar por sus amiguitos y amiguitas a hacer nada que no le guste. Explicarle qué significa «cuidarse».
  6. Contarle sobre la diversidad cultural, qué ocurre en otras sociedades con las niñas y los niños. Hay ejemplos muy positivos (Europa) y otros muy deprimentes (África e islam). Contarle cómo luchan las mujeres de esos países por sus derechos humanos.
  7. Hacer que conozca la historia de México, la pasada y la reciente. Debatir con ella sobre ciertos episodios de la vida nacional actual, de los problemas del ambiente, de la situación de nuestros compatriotas.
  8. Darle un animalito para que lo cuide, desde un pajarito o un hámster, hasta un gato o un perro. Hacerse cargo de un animal te vuelve más sensible.
  9. Enseñarle a disfrutar la música, de distintos tipos y de distintas partes. Si es posible, enseñarle a tocar un instrumento, a cantar y a bailar.
  10. Inculcarle el gusto por leer. Leyéndole cuentos e historias interesantes y comprándole libros de acuerdo con su edad.

¡Es un niño!

Durante siglos tener un varón aseguraba a las mujeres el respeto de sus esposos. En una cultura patriarcal y patrilineal en la cual el apellido del padre significa la permanencia de la estirpe, ser varón era un privilegio, ser mujer era una carga. Pero los tiempos cambian. A veces es importante recordar de dónde vienen nuestras costumbres y nos sorprende que éstas surgieron hace miles de años, producto de valores equivocados, de científicos que no entendían, en realidad, la mitad de sus inventos sobre sexualidad y género. Venimos de una sociedad que excluyó a las mujeres del desarrollo del pensamiento científico. Pero ¡las cosas han cambiado! Y debemos celebrarlo. Ahora sabemos que no hay razones de ningún tipo para discriminar a las mujeres. Sabemos que el sexismo y el machismo han hecho un gran daño a mujeres y hombres. Ahora entendemos por qué las madres y los padres reproducen esos valores sexistas al educar a sus niños y niñas. Y justo porque lo sabemos tenemos la posibilidad de buscar las herramientas para cambiar esos viejos paradigmas que tanto daño han hecho a la humanidad. Los valores de la masculinidad se relacionan con la fuerza física, la violencia, la manutención, la reproducción sexual sin responsabilidad afectiva o amorosa.

Ahora los expertos y las expertas como Luis Bonino, Miguel Llorente Acosta, Marina Castañeda, Marcela Lagarde y Daniel Cazés, entre otros, nos han trazado un nuevo camino para entender por qué somos una sociedad machista y cómo podemos eliminar ese machismo y crear relaciones más sanas y equitativas entre mujeres y hombres.

Se ha mal utilizado tanto la noción de teoría de género que hay miles de personas que creen que hablar de género significa hablar de mujeres. Nada más errado. La antropóloga feminista Marcela Lagarde ha explicado que «en los últimos años se ha iniciado un desarrollo en el campo de la masculinidad crítica: algunos hombres reconocen los orígenes de sus propias aportaciones en las obras y las acciones de las feministas, analizan las formas dominantes de la condición masculina y plantean alternativas no sexistas y antisexistas para las relaciones entre hombres, y de los hombres con las mujeres».

Los estudios sobre violadores, asesinos seriales de mujeres al estilo Jack, el destripador, y pedófilos revelan que entre esos sujetos hay un factor común de misoginia y machismo. Así que cuando hablamos de prevención no solamente nos referimos a evitar que nuestros hijos sean víctimas de pedófilos o pederastas, sino también a evitar que ellos se conviertan en abusadores. Recordemos que muchos pedófilos crecieron en hogares que sus vecinos consideraban «normales». Por ejemplo, si nuestros hijos están expuestos a la pornografía habrá una mayor posibilidad de que eventualmente se atrevan a forzar a alguien a tener sexo con ellos. La exposición a la pornografía desinhibe la capacidad de los hombres para entender y respetar los límites en la realidad. Los temas centrales de la pornografía son el dominio, la hipersexualización y la fantasía de que a la gente le gusta ser violada. La pornografía es esencialmente violenta y transgresora.

Los siguientes 10 puntos son propuestos por el psicólogo Jorge Garaventa, especialista en temas de abuso sexual y violencia contra la mujer, como principios para educar a una niña segura y feliz y a un niño seguro y feliz:

DECÁLOGO PARA PRESERVAR LOS VALORES DE LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS

  1. La diferencia física entre niños y niñas no implica ningún tipo de jerarquías, sino horizontes distintos y creativos en las formas de relación de ambos sexos. Un buen paso es incentivar el juego entre ambos sexos, incluso en aquellas etapas en que los expertos señalan que indefectiblemente ocurrirá lo contrario, ya que se trata de construcciones culturales caprichosas.
  2. El rechazo a la diferencia, incluso en sus más inocentes disfraces, es siempre una debilidad. Educar en el respeto a lo diverso previene la violencia racial y de género.
  3. La sexualidad es un acto de amor complementario. Es fundamental desarmar desde los primeros años cualquier concepto que tienda a ubicar a algun@ de los integrantes del encuentro sexual en una situación de dominio o sometimiento.
  4. Mujeres y varones suelen utilizar distintas lógicas de pensamiento y acción, además de sensibilidades diversas. Educar en la empatía, proyectarse al lugar de la otra persona, permite aprender que la existencia de múltiples cosmovisiones no implica la natural predominancia de unas sobre otras.
  5. Aunque más compleja, la apuesta a una educación pacífica, con predominio de la palabra y la razón, garantiza un crecimiento en el respeto hacia el otro y hacia sí mismo. Quien ha sido golpeado aprende que su cuerpo no tiene valor, está expuesto a la violencia y el abuso en la niñez y en la edad adulta y supone que los conflictos se resuelven a golpes.
  6. El libre ejercicio de la sexualidad implica acciones de mutuo consentimiento. Un no es siempre un no. La educación desde los primeros tramos ha de poner especial énfasis en el respeto de la voluntad ajena. Puede entenderse que una relación sexual no sea un acto de amor, pero no ha de admitirse que no sea un acto de respeto.
  7. Así tengan miles de años y se les denomine sabios en algunas ocasiones, los escritos que denigren a la mujer son discriminatorios y violentos y han de ser señalados como responsables de la violencia de género. Algunas religiones y filosofías han sido el sostén del patriarcado, doctrina que sostiene «el natural predominio del hombre sobre la mujer».
  8. El fundamento de una educación para la igualdad debe basarse en una perspectiva de género, esto es, una herramienta que permita decodificar la violencia hacia la mujer y la niñez que se inscribe en la cultura occidental vigente y que se transmite a través de «inmodificables preceptos tradicionales», «construcciones científicas» o «manifestaciones graciosas inocentes». Ha de enseñarse que a través de estas modalidades u otras se trafica violencia.
  9. Recalcar que decir y escuchar son las formas más respetuosas de comunicarse. Valorizar la palabra del niño y de la niña presupone adultez sana. Los niños y las niñas son graciosos@s cuando se están divirtiendo. Burlarse cuando razonan seriamente siembra sentimientos de impotencia y desvalorización y es siempre un abuso de poder.
  10. Las reflexiones y sugerencias de este decálogo son aplicables a la educación de niñas y niños en todas las etapas de la educación. Madres y padres adecuarán las formas de diálogo a la edad de las niñas y los niños, pero los contenidos son pertinentes desde el comienzo mismo del proceso. Si se espera «que sean grandes para comprender», estaremos dando una ventaja irrecuperable a los contenidos patriarcales que son el germen rico en proteínas de maltrato, abuso, desvalorización… violencia en todas sus formas. La confianza en el diálogo con la niñez es un tesoro preciado para quienes soñamos con una sociedad mejor e igualitaria.

La diversidad sexual

A principios de los años noventa trabajé con un grupo de jóvenes en la fundación de una asociación para apoyar a personas portadoras del virus de inmunodeficiencia humana (VIH). La mayoría de las personas que acudían a los servicios de salud, en el albergue que construimos, eran jovencitos homosexuales. Durante una de las sesiones de contención, uno de ellos me dijo con una honestidad brutal que él no sabía que era gay hasta que conoció a un señor de 40 años, cuando él tenía 14, y el señor fue tan bueno y cariñoso que se enamoraron. «Él me dijo que yo era homosexual, primero no lo creí, pero luego de un año de tener sexo con él, ya lo acepté», aseguró.

La curiosidad me llevó a preguntarles a todos cómo habían aceptado su homosexualidad. Otros tres contaron historias similares, muchos más lo sabían desde pequeños, pero no estuvieron expuestos a sexo con adultos ni a la explotación sexual comercial. La homosexualidad no es producto de la inducción, sino tiene que ver con preferencias emocionales y eróticas y con pulsiones naturales. Sin embargo, está claro que en situaciones en que las familias rechazan los mensajes de los adolescentes sobre su preferencia sexual, éstos podrán estar expuestos al abuso con mayor facilidad.

Los pederastas tienden a buscar a niños que viven en situaciones de abandono, de aislamiento, que tienen malas relaciones familiares. Gustan de asumir una falsa figura paterna, les compran juguetes y hasta libros para la escuela. A raíz de esa experiencia comencé una campaña en la revista en la que trabajaba como editora: «Si tú no hablas de sexo y de sida con tus hijos… alguien más lo hará». Ahora, pasado el tiempo y luego de conocer a muchos niños y adolescentes víctimas de pederastas, les diría a los padres y madres: «Si tú no hablas de preferencias sexuales con tus hijos… alguien más lo hará». Es inadmisible exponerles a una situación de riesgo para experimentar su búsqueda de identidad sexual porque las personas adultas tenemos miedo.

¿Valores masculinos?

«Ser hombre es, ante todo, NO ser mujer», asegura el doctor Mario Zumaya. El extraordinario suplemento Letra S, del periódico La Jornada, publicó un texto impecable de Michael Kimmel, un reconocido masculinólogo. En él cita a otro sociólogo feminista, Irving Goffman, quien describe los valores modernos de masculinidad: «Sólo existe un hombre ideal, completo y orgulloso de sí mismo: joven, casado, blanco, urbano, heterosexual, religioso, padre, con educación universitaria y empleo de tiempo completo, buena complexión física, peso, estatura y un récord deportivo reciente. El hombre que no pase cualquiera de estos requisitos se verá a sí mismo como devaluado, incompleto e inferior. El machismo es una consecuencia psicológica de esta sensación.

Un psicólogo acuñó las cuatro reglas de la masculinidad que tienen que ser suscritas por los hombres todo el tiempo. La primera y más importante es: nada de mariconadas. No se puede hacer nada que remotamente sugiera la feminidad. La masculinidad es el repudio de lo femenino. Todo lo demás no es más que una elaboración de esa primera regla. La segunda regla: sé importante. Medimos tu masculinidad por el tamaño de tu chequera, poder, estatus. La tercera regla: sé duro como un roble. Lo que define a un hombre es ser confiable en momentos de crisis, parecer un objeto inanimado, una roca, un árbol, algo completamente estable que jamás demuestre sus sentimientos. La cuarta regla: chíngatelos. Ten siempre un aura de atrevimiento, agresión, toma riesgos, vive al borde del abismo».

Kimmel plantea que mientras la idea de feminidad ha variado dramáticamente, la ideología de la masculinidad no ha cambiado en los últimos 50 años. «Pero el problema no son los hombres, sino la definición tradicional de masculinidad, la cual heredamos y tratamos de incorporar a nuestra vida, aunque finalmente nos deje una sensación de vacío. En Estados Unidos, los movimientos más grandes de hombres son motivados por la espiritualidad, porque sienten que su vida no tiene sentido, no es coherente. Por eso pienso que los hombres no son el enemigo en la lucha por la salud sexual y reproductiva, y la equidad de género. Es su educación en la masculinidad tradicional lo que mantiene a muchos hombres a la defensiva cuando se les presenta una ideología de equidad ante las mujeres.»

Cuando una mujer decide transformarse y salir de los valores tradicionales de sumisión, de inmediato se encontrará con grupos de mujeres que la recibirán con los brazos abiertos en su nueva forma de vida. Cuando un hombre quiere salirse de los patrones de masculinidad tradicional, se convierte en un paria social, en un mandilón, poco hombre. Difícilmente se encontrará con grupos de varones que se reúnan a reconstruir su idea de masculinidad, a hacer búsquedas espirituales y a crear organizaciones civiles para ayudar a otros individuos a descubrir otras formas de masculinidad. Resulta curioso preguntarse por qué la mayoría de grupos de masculinidad y contra la violencia masculina creados por hombres en México ha desaparecido.

Sabemos que en un país como México las crisis económicas, el deseo de prosperar, los altísimos impuestos y los bajos salarios exigen que madre y padre trabajen, aunque quisieran pasar más tiempo educando a sus criaturas. O cuando es una familia uniparental, generalmente las redes de apoyo también trabajan. Entre las estadísticas de menores víctimas de pedófilos encontramos incontables historias de pequeños encargados casi con cualquiera, o dejados solos, cercanos a algún vecino pedófilo, porque no hay otras opciones para su cuidado.

Mucha gente que no entiende las condiciones multifactoríales del abuso, al saber de un niño o una niña violada, de inmediato pregunta: «¿Y dónde estaba la madre?» Casi nadie pregunta: «¿Y dónde estaba el padre?» Se entiende que la paternidad presente no es un valor en México. Pero a millones de hombres les gustaría que sí lo fuera, aunque simplemente no saben cómo hacerlo y por qué no pueden estar allí, compartiendo con equidad, en vez de «ayudar cuando se puede» a la tarea de educar y cuidar. Michael Kimmel nos da pistas de lo que sucede en realidad.

El especialista nos dice que para que los hombres sean buenos padres no basta con la motivación, también se requieren políticas adecuadas tales como licencias de paternidad. Las mujeres demandan guarderías apropiadas, horarios flexibles y licencias de maternidad, pero eso es asunto no sólo de ellas, sino también de las parejas. Cuando los hombres se identifiquen como padres también exigirán esos derechos. Sin embargo, dice Kimmel, la invisibilidad de la masculinidad lo dificulta mucho. La exigencia de ser importante y conservar poder y estatus implica pasar más tiempo en el trabajo y alejarse del hogar, la familia y los hijos; ser duro como un roble significa no cultivar las habilidades emocionales para cuidar, amar y criar a nuestros hijos.

En cuanto a la violencia, el masculinólogo nos pide recordar la cuarta regla de la hombría: chíngatelos, es decir, sé atrevido, agresivo, toma riesgos. En Estados Unidos, asegura, cada vez que hay una balacera en una escuela primaria se desatan grandes debates que nunca dan en el clavo: se habla sobre la cultura del sur, sobre las armas, sobre la ausencia de los padres en la familia, etc. Resulta que todos esos niños tenían padres en sus casas y de hecho ellos les habían enseñado a disparar. La mayoría de los pandilleros chicanos en Los Ángeles viene de familias intactas. Sin embargo, la masculinidad permanece invisible en esta discusión. Mientras no confrontemos las ideas de «chingarse a los demás» y el ambiente de atrevimiento y agresión que existe, perderemos la oportunidad de discutir la violencia con otros hombres, asegura Kimmel.

Mientras presentaba mi libro Memorias de una infamia en la Feria del Libro de Guadalajara, un hombre se sintió aludido con algún comentario sobre la violencia machista y la violación como arma contra mujeres y niñas. En realidad él estaba enojado porque interpretó equivocadamente lo que yo dije. Al decir «algunos hombres» o «muchos hombres» cuando nos referimos al poder del patriarcado o a la violencia, algunos hombres se sienten señalados y agredidos. Cierran las compuertas en lugar de revisar el porqué de su enojo. Kimmel nos explica por qué sucede esto tan a menudo.

«Pareciera que los hombres tienen todo el poder; sin embargo, de manera individual, ellos no se sienten poderosos. El feminismo ha dicho que los hombres tienen el poder como grupo; sin embargo, al observar a los hombres reales en su cotidianidad nos damos cuenta de que no tienen ningún poder. Sus mujeres, sus hijos y sus jefes les exigen una serie de cosas ante las cuales se sienten sin poder, devaluados, incompletos e inferiores, de ahí que estén a la defensiva. ¿Cómo podemos hablar acerca de la violencia sexual y las violaciones sin confrontar la ideología de la masculinidad que exige que los hombres se sientan poderosos cuando en realidad no lo son? Es exactamente en esa disyuntiva donde debemos intervenir.»

Los padres de un adorable niño de nueve años me buscaron porque su hijo fue violado, en el baño del colegio Cumbres, por otros niños tres años mayores. Ni el padre ni la madre podían entender lo sucedido. «¡Es una escuela religiosa, que les da valores!», decía la madre. «El pobre no se pudo defender», dijo el padre con los ojos rasados de lágrimas y las manos, como una roca, entrelazadas a las de su esposa. Eligieron guardar silencio y sacar a su hijo de la escuela: temían que el niño fuera ridiculizado por sus compañeros. Él mismo les pidió que no dijeran nada, ellos le respetaron y toda la familia fue a terapia. Meses después, el padre fue a visitarme, estaban mejor; sin embargo, a él lo carcomía la duda: ¿Qué tipo de engendros serían esos adolescentes que violaron a su hijo? «Es la educación —le respondí—, les hacen creer a los niños que su sexualidad les controla como si fuesen animalillos silvestres. Las bromas sobre la vida propia del pene no son casualidad». Le obsequié algunos textos sobre masculinidad y meses más tarde me dijo que todos los hombres deberían leer documentos como éste de Michael Kimmel.

«Los investigadores apuntan que hay tres disfunciones sexuales principales entre los hombres: la disfunción eréctil, el deseo inhibido, es decir, no querer tener relaciones sexuales todo el tiempo, y la eyaculación precoz. Recordemos que la ideología nos dicta que ‘hay que tirárselas’, estar siempre listos para el sexo, buscarlo siempre, tener un pene de diez pulgadas, duro como un fierro y usarlo sin parar, lo cual me parece un modelo bastante hidráulico de la sexualidad masculina. Esos tres problemas se relacionan con el placer sexual; sin embargo, cuando acuden a terapia, los hombres no lo hacen por falta de placer sino porque no se sienten suficientemente hombres. Su problema no tiene que ver con el placer sino con la masculinidad. Si abordamos únicamente el placer sexual no estamos dando en el blanco. Los hombres ven al sexo como una manera de confirmar su identidad como hombres. La adecuación sexual masculina es la combinación de ser como un roble que no siente nada y chingar, es decir, buscar sexo continuamente, buscar situaciones en las que no se sienta nada, pero que reafirmen su masculinidad».

La sociedad, en vez de intentar sanar esa mutilación en los hombres, acepta las reglas del mercado y los laboratorios farmacéuticos se hacen millonarios vendiendo pastillas azules para la disfunción eréctil. Un amigo de 52 años, con una pésima relación luego de 30 años de matrimonio, me confesó que compró Viagra, sí le funcionaba y aparentemente su esposa estaba contenta porque tenían más sexo. «El problema, me dijo, es que luego de terminar tengo que ir al baño y creo que el medicamento me deprime porque me pongo a llorar, me siento ridículo.» Platicamos un largo rato, descubrimos que lloraba porque su pene se conectaba con el cuerpo de su esposa, pero el vacío emocional entre ambos era brutal, y el desamor se siente más cerca con un sexo desapasionado y mecánico. Esas pastillas, tomadas sin más, son como tomar aspirina contra el dolor de cabeza cuando en realidad lo que se tiene es un tumor cerebral. Afectar los síntomas sin tocar aquello que los provoca debilita el espíritu y el sentimiento de soledad y aislamiento.

En capítulos posteriores analizaremos el impacto del abuso sexual en las distintas edades y sus diferencias entre niños y niñas. Precisamente porque analizar este tema nos lleva a la construcción de la masculinidad y la feminidad, le pregunté al doctor Mario Zumaya por qué no tiene el mismo impacto el abuso sexual en una niña que en un niño. El psiquiatra asegura que es por los constructos o guiones sociales, genéricos.

«La identidad masculina se construye negativamente. Es decir, ser hombre es, antes que nada, NO ser mujer. Las niñas son más o menos víctimas históricas (o ‘naturales’, como diría cualquier macho) de todas las formas de abuso, lo que no quiere decir que no se produzcan en ellas consecuencias a nivel de desarrollo psicológico, dependiendo de factores tales como edad, intensidad, frecuencia y duración del abuso, de quién lo ejerce y qué tipo de relación tiene el abusador con la niña. Para el varón el abuso en términos de su desarrollo produce más o menos el mismo impacto dependiendo de las características señaladas, pero a todo ello se suma un mayor sentimiento de vergüenza y una sistemática duda a largo plazo sobre su identidad sexual. Por otra parte, habrá que recordar que tenemos el cerebro ‘alambrado’ de manera diferente. Ya sé que lo que sigue es una generalización y que existen excepciones, pero los varones somos más competitivos, las mujeres más cooperadoras; los varones no hacemos amigos en el baño, las mujeres sí las hacen; las mujeres expresan más abiertamente, sobre todo entre ellas, estados emocionales; los varones no lo hacemos, excepto que se trate del enojo, la fanfarronería, y la agresividad disfrazada de ironía y broma. Todo ello hace más difícil el manejo del impacto del abuso en varones, al no tener ni buscar interlocución.»

Así que atrévete como madre a educar a niños y niñas por igual, reconociendo sus emociones dulces, como la ternura, el amor, la compasión, la inteligencia emocional. Enciende tus alarmas personales cuando te descubras pensando que si tu niño se niega a ejercer violencia, a jugar fútbol o a hacer «cosas de hombres» o si es «demasiado tierno», se va a convertir en homosexual. Si eres papá, o el tutor en ausencia de padre, y en verdad quieres hacer de éste un mundo mejor, no tienes que ir afuera, sino trabaja contigo mismo tu propia masculinidad y educa a los niños con esos valores más sanos. Te aseguro que si todos los hombres de una generación lo hicieran, este país se transformaría antes de lo que soñamos. Está en los hombres utilizar su creatividad para intercambiar los viejos valores masculinos por otros nuevos. El feminismo ya hizo su trabajo, ahora toca a los varones andar juntos el camino de la masculinidad sana.