-¿Cuál es nuestra mejor baza? -pregunté mientras pensaba en la carita tersa y sonrosada de Kyra y en lo segura que parecía sentirse cuando estaba con su madre.
Hice esta pregunta con la esperanza de que John me contestara que los cargos eran completamente infundados. Pero me equivoqué.
-La edad de Devore. Debe de ser más viejo que Dios.
-Por lo que me han contado el fin de semana pasado, calculo que tendrá unos ochenta y cinco años, así que Dios es más viejo. -Sí, pero como padre potencial hace que Tony Randall parezca un adolescente -dijo John, esta vez con un tono decididamente perverso-. Piense en ello, Mike. Cuando la niña salga del instituto, el abuelo tendrá cien años. También cabe la posibilidad de que el viejo se haya pasado de listo. ¿Sabe lo que es un tutor ad litem? -No.
-Básicamente es un abogado que nombra el tribunal para que proteja los derechos del niño. El estado paga sus honorarios, pero paga una miseria. Casi todos los abogados que aceptan este papel lo hacen por cuestiones altruistas... pero no todos. El tipo tiene derecho a opinar en el proceso. El juez no está obligado a hacer caso de sus sugerencias, pero casi siempre lo hace. Quedaría como un idiota si no tuviera en cuenta la opinión de un hombre que él mismo ha designado, y si algo detestan los jueces es pasar por idiotas.
-¿Devore también tendrá un abogado? John rió.
-No uno, sino media docena. -¿Habla en serio?
-El tipo tiene ochenta y cinco años. Es demasiado viejo para comprarse Ferraris, hacer ala delta en el Tíbet o para acostarse con putas, a menos que tenga una potencia increíble. ¿En qué otra cosa puede gastar su dinero?
-En abogados -respondí con tristeza. -Exactamente.
-¿Y Mattie Devore? ¿Qué posibilidades tiene ella?
-Gracias a usted, me tendrá a mí -respondió John Storrow-. Es como una novela de John Grisham, ¿no? Oro puro. Ahora me interesa Durgin, el ad litem. Si Devore no esperaba oposición, tal vez haya cometido la imprudencia de intentar sobornar a Durgin. Y es probable que Durgin haya sido lo bastante estúpido para sucumbir. Es imposible predecir con qué nos encontraremos. Pero yo insistí en el tema anterior.
-Ella lo tiene a usted gracias a mí -dije-. Pero si yo no estuviera a su lado para ayudarla, ¿qué tendría a su favor? -Bubkes, lo que en yídish significa...
-Ya sé lo que significa -interrumpí-. Es increíble.
-No, simplemente es la justicia de Estados Unidos. ¿Recuerda a la señora de la balanza? ¿La que aparece en la puerta de los palacios de tribunales de la mayoría de las ciudades?
-Sí.
-Añádale unas esposas en sus gruesas muñecas y una mordaza a juego con la venda de los ojos, viólela y arrástrela por el barro. ¿Le gusta la imagen? A mí no, pero es una representación bastante precisa de cómo funciona la ley en los casos de custodia en que el demandante es rico y el demandado pobre. Y la igualdad entre los sexos ha empeorado las cosas, porque aunque las madres siguen teniendo menos recursos, ya no se les concede la custodia automáticamente.
-Mattie Devore necesita contar con usted, ¿verdad?
-Sí -se limitó a responder John-. Llámeme mañana y dígame que ella ha aceptado mis servicios.
-Espero poder hacerlo.
-Yo también. Ah, hay algo más. -¿ Sí?
-Usted le mintió a Devore por teléfono. -¡Tonterías!
-No, no, detesto contradecir al novelista favorito de mi hermana, pero usted mintió y lo sabe. Le dijo a Devore que la madre y la niña estaban juntas, que la pequeña estaba cogiendo flo res, que todo iba bien. Pintó una imagen idílica; sólo le faltó incluir a Bambi y al conejito.
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Me erguí en el sillón de la terraza. Estaba ofendido; Storrow subestimaba mi inteligencia.
-No, piénselo mejor. En ningún momento dije que supiera qué había ocurrido. Sólo dije que lo suponía, que lo había dado por sentado. Usé esa expresión más de una vez. Lo recuerdo con claridad.
-Bueno, si el viejo grabó la conversación, tendrá ocasión de contar cuántas veces la usó.
No respondí enseguida. Pensé en la conversación que había mantenido con Devore y recordé el zumbido en la línea, un zumbido que había oído en todos mis veraneos previos en Sara Risa. ¿Acaso aquel mmmmmm monocorde era más alto de lo normal el sábado por la noche?
-Admito que es posible que la haya grabado -dije a regañadientes.
-Sí. Y si el abogado de Devore le lleva la cinta al tutor ad litem, ¿qué impresión cree que le causará usted?
-La de un hombre cauto -respondí-. 0 tal vez la de un hombre que oculta algo.
-0 la de un hombre que se inventa una historia. Es una actividad que a usted se le da muy bien, ¿no? Al fin y al cabo, se gana la vida así. Es probable que el abogado de Devore mencione ese punto en la vista de la custodia. Y si luego presenta a algún testigo que haya visto a Mattie en el momento en que llegó al lugar... Una persona que testifique que la joven parecía nerviosa y asustada... ¿Cómo cree que quedará usted entonces?
-Como un mentiroso -respondí, y añadí-: Mierda. -No tenga miedo, Mike. Sea optimista.
-¿Qué debería hacer?
-Clavar la artillería antes de que disparen. Decirle a Durgin qué ocurrió exactamente. Añadirlo en la declaración. Hacer hincapié en el hecho de que la niña creía que estaba segura. Asegúrese de contar lo del paso de cebra. Me encanta esa parte.
-Pero si grabaron nuestra conversación telefónica, pondrán la cinta y quedaré como un embustero.
-No lo creo. Cuando habló con Devore no estaba bajo juramento, ¿no? Estaba tranquilamente sentado en la terraza de su casa, mirando los fuegos artificiales. Un viejo cascarrabias lo in
terrumpió y empezó a divagar por teléfono. Y usted ni siquiera le había dado su número, ¿verdad?
-No.
-Un número que no está en la guía telefónica. -Así es.
-De modo que aunque dijo que era Max Devore, podría haber sido cualquiera, ¿verdad?
-Sí.
-Podría haber sido el sha de Irán. -No. El sha está muerto.
-Vale, descartemos al sha. Pero podría haber sido un vecino cotilla o un bromista.
-Sí.
-Y usted dijo lo que dijo pensando en todas esas posibilidades. Pero ahora que debe intervenir en un procedimiento judicial oficial, dirá la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. -Ya lo creo.
La reconfortante sensación de "mi abogado" me había abandonado durante unos instantes, pero entonces regresó con más fuerza que nunca.
-No hay nada mejor que decir la verdad, Mike-declaró John con tono solemne-. Salvo en algunos casos, pero éste no es uno de ellos. ¿Ha quedado claro?
-Sí.
-Muy bien. Entonces hemos terminado por el momento. Espero que usted o Mattie Devore me llamen mañana a eso de las once. Preferiría que lo hiciera ella.
-Haré todo lo posible.
-Ya sabe lo que tiene que decirle si se niega, ¿no? -Supongo que sí. Gracias, John.
-Pase lo que pase, hablaremos pronto -dijo y colgó. Permanecí sentado en la terraza un buen rato. En cierto momento pulsé el botón del inalámbrico que daba tono de llamada, pero luego volví a pulsarlo para desconectar la línea. Tenía que hablar con Mattie, pero todavía no estaba preparado. Decidí que antes daría un paseo.
"Ya sabe lo que tiene que decirle si se niega, ¿no?"
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Desde luego. Tenía que recordarle que no podía permitirse el lujo de ser orgullosa. Que no podía permitirse el lujo de comportarse como una yanqui y rechazar la caridad de Michael Noonan, autor de Ser dos, El hombre de la camisa roja, además de La promesa de Helen, de inminente aparición. Debía decirle que podía quedarse con su orgullo o con su hija, pero no con ambas cosas. Eh, Mattie, tendrás que elegir.
Caminé casi hasta el final del camino, deteniéndome en Tidwell's Meadow, con su bonita vista del lago y de las White Mountains. El agua soñaba bajo un cielo brumoso; parecía gris si uno inclinaba la cabeza hacia un lado, azul si la inclinaba hacia el lado contrario. Era un misterio que coincidía con mi estado de ánimo, con mi sensación de estar en Manderley.
Más de cuarenta personas de color se habían instalado allí a principios de siglo, según Marie Hingerman (y también según La historia del condado de Castle y de Castle Rock, un voluminoso libro publicado en 1977, para el bicentenario del condado). Y eran personas muy especiales; casi todas emparentadas, casi todas brillantes, casi todas miembros de un grupo musical que en sus inicios se había llamado los Red-Top Boys y más tarde Sara Tidwell y los Red-Top Boys. Habían comprado la colina y una buena parte de las tierras que rodeaban el lago a un hombre llamado Douglas Day. Para ello habían ahorrado durante diez años, según Sonny Tidwell, que había hecho la transacción.
La noticia de la compra había conmocionado al pueblo, donde se había celebrado una asamblea para protestar por "la llegada de una horda de negros". Pero poco a poco los ánimos se tranquili zaron, como casi siempre sucede en estos casos. Las chabolas que los lugareños esperaban ver en Day's Hill (que no se llamó Tidwell's Meadow hasta 1900, cuando Son Tidwell compró las tierras para su clan) no aparecieron nunca. En cambio, el clan construyó una serie de casitas blancas alrededor de un edificio más grande que quizá hiciera las veces de lugar de reuniones, de ensayo o, en cierto momento, de sala de conciertos.
Sara y los Red-Top Boys (a veces había también una Red-Top zo9
girl, pues los miembros del grupo iban y venían, cambiaban con cada actuación) dieron conciertos en todo el oeste de Maine durante más de un año, quizá dos. En los mercadillos y ferias de los pueblos de un extremo a otro de la frontera oeste -Farmington, Skowhegan, Bridgton, Gates Falls, Castle Rock, Motton, Fryburg- todavía es posible encontrar los carteles que anunciaban sus actuaciones. Sara y los Red-Tops se ganaron la admiración de la gente de la zona y también acabaron conviviendo en paz con los habitantes del TR, cosa que nunca me sorprendió. Al fin y al cabo, Robert Frost -ese poeta utilitario y a veces antipático- tenía razón: en el noreste creemos que las buenas vallas hacen buenos vecinos. Primero protestamos y luego mantenemos una paz mezquina, de la que se refleja en miradas penetrantes y labios apretados. "Pagan sus facturas", decimos. "Nunca me he visto obligado a dispararle a uno de sus perros", decimos. "No se meten con nadie", decimos como si la hosquedad fuera una virtud. Y desde luego, la virtud que mejor nos define: "No aceptan caridad de nadie."
Y en cierto momento Sara Tidwell se convirtió en Sara Risa. Sin embargo, TR-90 no debía de ser el lugar que buscaban, porque después de tocar en un par de fiestas del condado a finales del verano de 1901, el clan siguió su camino. La familia Day alquiló las casitas blancas a los veraneantes hasta 1933, cuando éstas se quemaron en un incendio forestal que azotó la orilla este y norte del lago. Fin de la historia.
Salvo por la música de Sara, desde luego. La música sobrevivió.
Me levanté de la roca donde había estado sentado, estiré los brazos y la espalda y comencé a bajar por el camino, tarareando una de las canciones de Sara.
CAP IT IFIro 12
Durante la caminata hacia la casa traté de no pensar en nada. Mi primer editor solía decir que el ochenta y cinco por ciento de lo que pasa por la cabeza de un escritor no es de su incumbencia, una observación que nunca he creído que deba restringirse a los escritores. Me parece que la gente sobrestima el pensamiento supuestamente erudito. Cuando surgen problemas y es preciso tomar medidas, lo mejor es hacerse a un lado y dejar que los muchachos del sótano hagan su trabajo. Allí abajo unos tipos sin reivindicaciones sindicales pero con grandes músculos llenos de tatuajes hacen el trabajo pesado. Su especialidad es la intuición y sólo delegan el trabajo a las altas esferas, para que se rumie mejor, cuando no tienen otro recurso.
Cuando me disponía a llamar a Mattie Devore me ocurrió algo extraordinario, pero algo que no tenía nada que ver con fantasmas. Cuando pulsé el botón del inalámbrico para hablar, en lugar del habitual tono de llamada oí silencio. Entonces, cuando empezaba a pensar que había dejado descolgado el auricular del teléfono del dormitorio, me di cuenta de que el silencio no era abso luto. Tan lejano como una transmisión de radio del espacio exterior, con voz alegre y aguda como la de un pato, un tipo con marcado acento de Brooklyn cantaba: "Y pon la pierna derecha dentro, y la pierna derecha fuera y luego sacúdela..."
Abrí la boca para preguntar quién estaba ahí, pero antes de que pudiera hacerlo una voz confundida y titubeante de mujer dijo "¿Hola?".
-¿Mattie?
Estaba tan sorprendido que no se me ocurrió usar un tratamiento más formal, como señora Devore. Tampoco es extraño que la reconociera después de oír una sola palabra suya, a pesar de que nuestra única conversación previa había sido muy breve. Quizá los muchachos del sótano reconocieron la música de fondo y de inmediato la relacionaron con Kyra.
-¿Señor Noonan? -Parecía más sorprendida que antes-. El teléfono ni siquiera ha sonado.
-Debo de haber levantado el auricular en el mismo momento en que entraba su llamada -lije-. A veces pasa.
Pero ¿cuántas veces pasaba que la persona que llamaba era exactamente aquella a la que uno se proponía llamar? Tal vez muchas, de hecho. ¿Telepatía o coincidencia? Fuera como fuese, me pareció un fenómeno casi mágico. Miré al otro lado del largo salón, a los ojos de cristal de Bunter, el alce, y pensé: Sí, es posible que este lugar se haya convertido en mágico.
-Supongo -respondió ella sin demasiada convicción-. Antes que nada, quiero disculparme por llamar. Es una insolencia por mi parte. Sé que su número no está en la guía.
No te preocupes por eso, pensé. Ahora todo el mundo tiene este número. Hasta estoy pensando en ponerlo en las páginas amarillas.
-Lo saqué de su ficha de la biblioteca -prosiguió con tono avergonzado-. Yo trabajo ahí.
-No hay ningún problema -dije-, sobre todo porque acababa de coger el teléfono para llamarla precisamente a usted.
-¿A mí? ¿Por qué? -Las damas primero. Dejó escapar una risita nerviosa.
-Quería invitarlo a cenar. Mejor dicho, Ki y yo queremos invitarlo a cenar. Debería haberlo hecho antes. El otro día fue muy amable con nosotras. ¿Vendrá?
-Sí -dije sin dudar ni un segundo-. Encantado. De todos modos tenía que hablar con usted.
Hubo una larga pausa. -¿Mattie? ¿Sigue ahí?
-Ese maldito viejo lo ha involucrado, ¿no? -Ahora su voz no sonaba nerviosa sino casi
-De todos modos, estaré encantado de cenar con las dos. Además, sugiero que nosdejemos de formalidades y nos tuteemos. ¿Te parece bien? -Estupendo.
-¿Cuándo cenamos juntos? -¿Esta noche? ¿0 te parece -En absoluto. -Estupendo. Sin embargo, tendremos que cenar temprano para que mi pequeña no se duerma antes del postre. ¿Te parece bien a las seis?
-Sí.
-Dile que no lo estoy -dije-. 0 mejor no. Ya se lo diré yo. ¿Puedo llevar algo para la
-Entonces gracias por pensar en mí.
Cuando corté la comunicación, recordé que John Storrow me había dicho que si me encontraba con Mattie lo hiciera a la vista de todo el mundo para no dar más que hablar a los cotillas del pueblo. Si Mattie pensaba hacer hamburguesas en la barbacoa, probablemente cenaríamos en el jardín, donde todo el mundo podría ver que teníamos la ropa puesta... al menos durante la mayor parte de la velada. Sin embargo, ella tendría la cortesía de invitarme a entrar. Entonces yo tendría la cortesía de hacerlo y admirar sus carteles de Elvis o sus platos conmemorativos de Franklin Mint, o lo que fuera que decorara la caravana; permitiría que Kyra me enseñara su habitación y alabaría su colección de muñecos de peluche y su muñeca favorita. En la vida hay muchas prioridades. Tu abogado entiende algunas, pero no todas.
-¿Estoy llevando esto bien, Bunter? -le pregunté al alce disecado-. Ruge una vez para sí y dos para no.
Cuando estaba en la mitad del pasillo que conducía al ala norte, pensando únicamente en darme una ducha fría, oí detrás de mí el lejano y tenue tañido de la campanilla que colgaba del cue llo de Bunter. Me detuve con la cabeza vuelta y la camisa en la mano, esperando que la campanilla sonara otra vez. Pero no lo
hizo. Después de unos segundos reanudé la marcha hacia el cuarto de baño y abrí el grifo de la ducha.
La tienda Lakeview tenía una buena selección de vinos -supuse que no habría mucha demanda entre la gente del pueblo, pero sí entre los turistas- y escogí una botella de Mondavi tinto. Tal vez fuera un poco más caro de lo que había previsto Mattie, pero yo despegaría la etiqueta del precio y esperaba que ella no fuera capaz de notar la diferencia. Había cola para pagar: casi todas personas con las camisetas húmedas encima de los trajes de baño y las piernas cubiertas de arena de la playa pública. Mientras esperaba mi turno, me fijé en los artículos del expositor que estaba junto a la caja. Entre ellos había varias bolsas de plástico con un dibujo de un imán para nevera con el mensaje VUELVO PRONTO. De acuerdo con la información del paquete, dentro había imanes de letras: dos juegos completos de consonantes y vocales extra de regalo. Cogí dos bolsas, y luego añadí una tercera, pensando que la hija de Mattie Devore tenía la edad justa para disfrutar con ellas.
Kyra me vio entrar por el jardín delantero lleno de malezas, saltó del destartalado columpio situado junto a la caravana, corrió junto a su madre y se escondió detrás de su pierna. Cuando llegué junto a los leños que hacían de escalinata de entrada, de la niña que el sábado me había hablado con tanto desparpajo, lo único que vi fueron sus curiosos ojos azules, su naricita respingona y su mano rolliza cogida al vestido de su madre, por debajo de la cadera.
Sin embargo, dos horas después la situación había cambiado considerablemente. Entonces Kyra estaba sentada en mi regazo en el salón de la caravana, escuchando atentamente -aunque con cre ciente somnolencia- mi lectura del siempre fascinante cuento de la Cenicienta. El sofá donde estaba sentado tenía un tono de marrón que sólo se consigue en las mueblerías baratas, y además estaba lleno de bultos, pero a pesar de todo me sentí avergonzado por mis prejuicios sobre lo que encontraría en la caravana. En 215
la pared situada a mi espalda había una reproducción de un Edward Hopper -el mostrador solitario de un bar a última hora de la noche- y al otro lado de la estancia, por encima de la mesa de Formica de la pequeña cocina, una reproducción de Los girasoles de Van Gogh. Esta última parecía perfecta para la caravana de Mattie Devore, aun más que el Hopper. Yo no sabía por qué, pero era así.
-El zapato de cristal le cortará el pie -dijo Ki con un tono preocupado y encantador.
-De eso nada -respondí yo-. El zapato de cristal fue hecho especialmente en el Reino de Grimoire. Es suave e irrompible, siempre y cuando a uno no se le ocurra dar el do de pecho mientras lo lleva puesto.
-¿Podré comprarme un par?
-Lo siento, Ki -respondí-, pero ya cristal. Es un arte olvidado.
En la caravana hacía calor y Kyra me producía aún más calor en el pecho, donde apoyaba el torso, pero yo no quería que se fuera de allí. Tener a un niño sentado en mi regazo era una sen sación maravillosa. Fuera, su madre tarareaba mientras recogía la pequeña mesa donde habíamos cenado. Oírla cantar también era maravilloso.
-Sigue, sigue -dijo Kyra señalando la ilustración donde Cenicienta fregaba el suelo. La pequeña que me espiaba con nerviosismo desde detrás de la pierna de su madre había desaparecido; la caprichosa empeñada en ir a la playa el sábado por la mañana había desaparecido; allí sólo había una niña soñolienta, bonita, brillante y confiada-. Antes de que no aguante más.
-¿Tienes que ir a hacer pipí?
-No -respondió-. Ya he ido. Pero si no te das prisa me quedaré dormida.
-Las historias que tienen magia no se pueden contar deprisa, Ki. -Bueno, hazlo lo más aprisa que puedas.
-Muy bien. -Volví la página. Ahí estaba Cenicienta, tratando de ser una buena perdedora y saludando a las gilipollas de sus hermanas que se iban al baile vestidas como estrellas de cine-. En cuanto Cenicienta se despidió de Tammie Faye y de Vanna... -¿Así se llaman sus hermanas?
no se fabrican zapatos de
-Bueno, son los nombres que yo he inventado para ellas. ¿Te parece bien?
-Claro. -Se sentó mejor sobre mi regazo y volvió a apoyar su cabecita en mi pecho.
-En cuanto Cenicienta se despidió de Tammie Faye y de Vanna, una brillante luz apareció de repente en un rincón de la cocina. Y de ella salió una preciosa señora con un vestido plateado. Las joyas de su pelo brillaban como estrellas.
-El hada madrina -dijo Kyra con tono de entendida. -Sí.
Mattie entró con la botella de Mondavi y los ennegrecidos utensilios que había usado para la barbacoa. Llevaba un vestido de color rojo intenso y unas zapatillas de deporte tan blancas que parecían brillar en la oscuridad. Tenía el cabello recogido, y aunque todavía no se había convertido en la esplendorosa jovencita del club de campo que yo había imaginado, estaba muy bonita. Miró primero a Kyra, luego a mí, enarcó las cejas e hizo un ademán como para preguntarme si debía coger a la niña. Yo negué con la cabeza, dándole a entender que ninguno de los dos estaba preparado.
Volví a la lectura mientras Mattie lavaba los escasos cubiertos que había usado para cocinar. Seguía tarareando. Cuando llegó a la espátula, el cuerpo de Ki se relajó más y reconocí la señal de inmediato: se había quedado dormida. Cerré el libro y lo dejé en la mesa de centro junto a otros dos, que supuse debía de estar leyendo Mattie. Alcé la vista, vi que me miraba desde la pequeña cocina y le hice la señal de la victoria.
-Noonan ha ganado por puntos en el octavo asalto -declaré. Mattie se secó las manos en un paño de cocina y se acercó. -Dámela.
Pero yo me levanté con la niña en brazos. -Yo la llevaré. ¿Dónde está su cuarto? -A la izquierda -señaló.
Llevé a la niña al pasillo, que era tan estrecho que tuve que tener cuidado de no golpearle los pies en un tabique ni la cabeza en el otro. Al final del pasillo estaba el lavabo, limpio como una patena. A la derecha había una puerta cerrada que supuse condu 217
ciría a la habitación que en otros tiempos Mattie compartía con Lance Devore y donde ahora dormía sola. Si tenía un novio que pasaba la noche allí, aunque sólo fuera ocasionalmente, Mattie había borrado cuidadosamente cualquier señal delatora.
Crucé con cuidado la puerta de la izquierda y miré la estrecha cama, el arrugado edredón estampado con un motivo de coles, la mesa con una casa de muñecas encima, un cuadro de la Ciudad de Esmeralda en una pared y un cartel (hecho con brillantes letras adhesivas) en el otro que decía CASA KYRA. Devore quería llevarse a la niña de allí, de un sitio donde nada iba mal; donde, muy al contrario, todo iba perfectamente bien. Casa Kyra era la habitación de una niña que se desarrollaba con absoluta normalidad.
-Déjala en la cama y ve a servirte otra copa de vino -dijo Mattie-. Yo me reuniré contigo en cuanto le ponga el pijama. Sé que tenemos que hablar.
-De acuerdo.
Dejé a la niña en la cama y me incliné para darle un beso en la nariz. Vacilé un segundo en el último momento, pero finalmente la besé. Cuando salí de la habitación Mattie tenía una sonrisa en los labios, así que supongo que no le molestó.
Me serví otra copa de vino, regresé con ella a la sección del salón y eché un vistazo a los dos libros que estaban junto a la colección de cuentos de Kyra. Siempre siento curiosidad por lo que lee la gente; la mejor forma de hacerse una idea de la personalidad de otro es registrarle el botiquín, pero fisgonear entre los fármacos y curalotodo de los anfitriones no está bien visto.
Los dos libros eran lo bastante diferentes para calificar la elección de esquizofrénica. Uno, con un naipe de señalador a una tercera parte del final, era una edición en rústica de Silent Witness de Richard North Patterson. Aprobé el gusto de Mattie; Patterson y DeMille son tal vez nuestros mejores escritores populares. El otro, un pesado ejemplar de tapa dura, era Obras breves completas de Herman Melville. Nada más lejano a Patterson. A juzgar por el descolorido sello violeta estampado en el canto, el volumen pertenecía a la Biblioteca de Four Lakes, un bonito edificio
de piedra situado a siete kilómetros al sur del lago Dark Score, allí donde la carretera 68 deja atrás TR y entra en Motton. Era el lugar donde trabajaba Mattie. Abrí el libro en la página señalada con otro naipe y vi que estaba leyendo Bartleby, el escribiente.
-No lo entiendo -dijo a mi espalda, sobresaltándome tanto que estuve en un tris de dejar caer los libros al suelo-. Me gusta, es una buena historia, pero no tengo la más remota idea de qué significa. Con el otro, sin embargo, hasta adiviné quién era el culpable.
-Es una combinación extraña para leer al mismo tiempo -dije dejando los libros sobre la mesa.
-El Patterson lo leo por placer -explicó Mattie. Entró en la cocina, echó un rápido vistazo (con añoranza, me pareció a mí) a la botella de vino y sacó una botella de Kool Aid del frigorífico. En la puerta ya había un par de palabras que su hija había compuesto con los imanes que acababa de regalarle yo: xi y MATrie-. Bueno, de hecho los dos los leo por placer, pero pronto vamos a hablar de Bartleby en un pequeño grupo al que pertenezco. Nos reunimos en la biblioteca los jueves por la noche.
-Un grupo de lectores.
-Sí. Lo coordina la señora Briggs. Lo formó mucho antes de que yo naciera. Es la jefa de bibliotecarios en Four Lakes, ¿sabes? -Sí. Lindy Briggs es la cuñada del encargado de mantenimiento de mi casa.
Mattie sonrió.
-El mundo es muy pequeño, ¿no?
-No; el mundo es grande, pero este pueblo es pequeño.
Iba a apoyarse contra el mostrador de la cocina con el vaso de Kool Aid en la mano, pero luego se lo pensó mejor.
-¿Por qué no nos sentamos fuera? Así si pasa alguien verá que seguimos vestidos y que no hay nada raro entre nosotros.
La miré, sorprendido, y ella me devolvió la mirada con cierto cinismo. No era una expresión que pareciera natural en su cara. -Sólo tengo veintiún años, pero no soy tonta -dijo-. Sé que él me vigila, y sospecho que tú también lo sabes. En otras circunstancias pasaría de él, pero fuera se está más fresco y el humo de la barbacoa mantendrá a raya a los mosquitos. ¿Te he escandalizado? Si es así, lo siento.
219
-No -respondí, aunque hasta cierto punto lo había hecho-. No necesitas disculparte.
Bajamos las bebidas por los inestables peldaños de tronco y nos sentamos lado a lado en un par de sillones de jardín. A nuestra izquierda, las brasas de la barbacoa irradiaban un suave resplan dor rosado en la creciente penumbra. Mattie se reclinó, se puso brevemente el vaso frío sobre la frente y luego bebió casi todo lo que quedaba. Los cubitos de hielo tintinearon contra sus dientes. Los grillos cantaban en el bosque que estaba detrás de la caravana y en el camino. Al otro lado de la carretera 68 divisé las blancas luces fluorescentes de la gasolinera de Lakeview. Aunque el asiento de mi silla estaba algo hundido, con las tiras entretejidas deshilachadas, yo no hubiera querido estar en ninguna otra parte. La velada había sido un pequeño milagro, por lo menos hasta el momento. Todavía teníamos que hablar de John Storrow.
-Me alegro de que hayas venido un martes -dijo-. Las noches de los martes son difíciles para mí. No puedo evitar pensar en el partido de Warrington's. Ahora los muchachos deben de estar recogiendo sus cosas (los bates, las barreras, las máscaras de los catchers) y guardándolo todo en el armario que está detrás de la base del bateador. Bebiendo la última cerveza y fumándose el último cigarrillo. Allí conocí a mi marido, ¿sabes? Seguro que ya te lo han contado.
No le veía la cara con claridad, pero advertí un dejo de amargura en su voz y supuse que aún tenía una expresión de cinismo. Esa expresión la hacía parecer mayor, pero pensé que tenía dere cho a ella. Sin embargo, si no se cuidaba, echaría raíces y crecería. -Sí, he oído la versión de Bill, el cuñado de Lindy.
-Bueno, nuestra historia circula por todas partes. Puedes oírla en la tienda, en el Village Cafe, o en el taller de ese viejo bocazas... a quien, dicho sea de paso, mi suegro rescató de las garras de Western Savings. Intervino antes de que el banco lo desahuciara. Ahora Dickie Brooks y sus amigos piensan que Max Devore es Dios. Espero que el señor Dean te haya contado una versión más justa que la que oirías en el taller. Aunque estoy segura de que lo ha hecho, de lo contrario no te habrías arriesgado a comer hamburguesas con Jezabel.
220 Yo quería cambiar de tema; la furia de Mattie era comprensible, pero inútil. Desde luego, para mí era fácil verlo, pues nadie estaba forcejeando para arrebatarme a mi hija.
-¿Todavía juegan al softball en Warrington's? ¿A pesar de que Max Devore ha comprado la propiedad?
-Sí. Todos los martes por la noche va a ver el partido en su silla de ruedas motorizada. Desde que llegó aquí ha hecho muchas cosas para granjearse la simpatía del pueblo, pero creo que los partidos le gustan de verdad. La señora Whitmore lo acompaña. Lleva un balón de oxígeno extra en un carrito. Tengo entendido que también lleva un guante de béisbol por si una pelota salta cerca de donde se sienta. El año pasado atajó una a comienzo de la temporada y dicen que recibió una ovación de los jugadores y los espectadores.
-¿Crees que asiste a los partidos como una especie de homenaje a su hijo?
Mattie sonrió.
-No creo que el recuerdo de Lance se le cruce por la cabeza, por lo menos mientras está en el campo. En Warrington's se juega duro, se lanzan a la base meta con los pies por delante, se arrojan contra la alambrada para coger las pelotas que se escapan y se insultan cuando alguien hace una mala jugada. Eso es lo que le gusta a Max Devore y por eso no se pierde un solo partido. Le gusta ver cómo los jugadores caen y luego se levantan sangrando.
-¿Lance también jugaba así? Mattie reflexionó unos instantes.
-Él jugaba duro, pero no estaba loco. Estaba allí por diversión. Y nosotras también. Las mujeres (o más bien debería decir las niñas; en ese entonces Cindy, la mujer de Barney Therriault, sólo tenía dieciséis años) nos quedábamos al otro lado de la alambrada, del lado de la primera base, fumábamos cigarrillos, agitábamos abanicos para espantar a los mosquitos, animábamos a los muchachos cuando hacían algo bien y reíamos cuando metían la pata. Bebíamos refrescos o cervezas. Yo admiraba a los gemelos de Helen Geary y ella besaba a Ki en el cuello hasta que la pequeña reía. A veces, después del partido íbamos al Village Cafe y Buddy nos hacía pizzas, que pagaban los perdedores. Aunque
después del partido todos volvían a ser amigos. Reíamos, gritábamos y usábamos las pajitas como cerbatanas; algunos de los muchachos se emborrachaban, pero ninguno tenía maldad. En aquellos tiempos desfogaban toda la agresividad en el campo. ¿Y sabes una cosa? Ahora ninguno viene a verme. Ni siquiera Helen Geary, que era mi mejor amiga. Ni Ritchie Lattimore, que era el mejor amigo de Lance. Los dos hablaban de piedras, pájaros y de las especies de árboles que hay alrededor del lago durante horas y horas. Asistieron al entierro, y durante una breve temporada me visitaron, pero luego... ya sabes. Cuando yo era pequeña nuestro pozo se secó. Durante un tiempo había un hilo de agua cuando uno abría el grifo, pero después nada. Nada más que aire. -El cinismo había desaparecido y sólo quedaba dolor en su voz-. Vi a Helen en Navidad y prometimos reunirnos para el cumpleaños de los gemelos, pero nunca lo hicimos. Creo que tiene miedo de acercarse a mí.
-¿Por tu suegro?
-¿Por quién si no? Pero no pasa nada; la vida continúa. -Se sentó, apuró el resto del Kool Aid y dejó el vaso en la mesa-. ¿Y qué me dices de ti, Mike? ¿Has vuelto para escribir un libro?
¿Nombrarás el TR en él? -Ésta era una ocurrencia local que recordé con una punzada de nostalgia. Se decía que los lugareños con grandes planes tenían afición por nombrar el TR.
-No -respondí, y me sorprendí a mí mismo añadiendo-: Ya no escribo.
Esperaba que se pusiera en pie de un salto, arrojando la silla al suelo y lanzando un grito de horror. Creo que esto dice mucho de mí, y nada bueno.
-¿Te has retirado? -preguntó con voz serena y sin el más leve dejo de horror-. ¿0 sufres un bloqueo?
-Bueno, ciertamente no he decidido retirarme.
Me di cuenta de que la conversación había tomado un curioso giro. Yo había ido con la intención de convencerla de que aceptara la ayuda de Storrow (a obligarla a aceptarla, si era necesario), pero en lugar de eso, por primera vez estaba hablando de mi incapacidad para escribir.
-Entonces es un bloqueo.
-Eso creía, pero ahora no estoy seguro. Es probable que los novelistas vengamos al mundo provistos de una cantidad limitada de historias para contar; historias que están grabadas en el software. Y cuando se terminan, se terminan.
-Lo dudo -replicó ella-. Puede que vuelvas a escribir ahora que estás aquí. Tal vez ésa sea una de las razones por las que has venido.
-Quizá tengas razón. -¿Estás asustado?
-A veces. Sobre todo cuando me pregunto qué haré durante el resto de mi vida. No se me dan bien los barcos en las botellas, y mi mujer era el único miembro de la pareja que tenía condiciones para la jardinería.
-Yo también estoy asustada -dijo-. Muy asustada. Y todo el tiempo.
-¿Tienes miedo de que Devore gane el caso por la custodia? Mattie, precisamente...
-El caso por la custodia es sólo una parte -dijo-. Me asusta el solo hecho de estar aquí, en el TR. Todo empezó a principios del verano, antes de enterarme de que Devore quería quitarml a la niña. Y cada vez es peor. En cierto modo, es como ver que se forman nubes de tormenta en New Hampshire y luego se acumulan y avanzan sobre el lago. No se me ocurre una forma mejor de describirlo, salvo... -Cruzó las piernas y luego se inclinó para tirar de la falda del vestido hasta las pantorrillas, como si tuviera frío-. Salvo que últimamente me despierto por las noches convencida de que hay alguien más en la habitación. A veces es sólo una sensación (como un dolor de cabeza, pero en los nervios) y otras veces me parece oír murmullos o un llanto. Una noche, hace unas dos semanas, hice un pastel y me olvidé de guardar la harina. A la mañana siguiente la lata estaba volcada y la harina esparcida sobre el mármol. Alguien había escrito "hola" en ella. Pensé que había sido Ki, pero ella dijo que no. Además, no era su letra, que es poco más que garabatos. Ni siquiera sé si es capaz de escribir "hola". Bueno, puede que sí, pero... Mike, ¿no crees que Devore podría estar enviando a alguien para que me vuelva loca? Es una estupidez, ¿verdad? Sería absurdo, ¿no?
-No lo sé -respondí. Yo tuve la sensación de que alguien golpeaba los paneles aislantes en la oscuridad mientras estaba en las escaleras. Me pareció ver la palabra "hola" escrita con imanes; mi piel estaba algo más que fría, estaba agarrotada. Un dolor de cabeza en los nervios; esto estaba bien. Era exactamente lo que sentías cuando algo alcanzaba la pared del mundo real y te tocaba en la nuca.
-Puede que sean fantasmas -dijo entre asustada y divertida. Abrí la boca para contarle lo que había pasado en Sara Risa y luego la cerré otra vez. En ese momento teníamos que tomar una decisión clara: o nos distraíamos con una discusión sobre fenómenos paranormales o regresábamos al mundo de lo tangible. Aquel en que Max Devore intentaba apoderarse de una niña.
-Sí -dije-. Los espíritus están a punto de hablar.
-Ojalá pudiera verte mejor la cara, porque acaba de reflejar una expresión extraña. ¿Cuál?
-No lo sé -respondí-. Pero ahora mismo creo que deberíamos hablar de Kyra, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
En el suave resplandor de la barbacoa vi que se tensaba en su asiento, como para recibir un golpe.
-Me han citado para hacer una declaración en Castle Rock el viernes. Ante Elmer Durgin, que es el tutor ad litem...
-¡Ese sapo pomposo no es nada de Ki! -exclamó ella-. ¡Es un asalariado de mi suegro, igual que Dickie Osgood y el agente inmobiliario! Dickie y Elmer Durgin son compañeros de copas en The Mellow Tiger, o al menos lo eran hasta que empezó este asunto. Entonces probablemente alguien les dijo que no estaría bien visto y dejaron de encontrarse allí.
-El que me llevó la citación fue un agente llamado George Footman.
-Otro de los sospechosos -dijo Mattie en voz baja-. Dickie Osgood es una víbora, pero George Footman es un perro sarnoso. Lo han suspendido de la policía dos veces. Una más, y podrá trabajar para Max Devore todo el día.
-Bueno, me dio miedo, aunque procuré disimularlo. Y la gente que me da miedo me pone furioso. He llamado a mi agente en 224
Nueva York y contratado a un abogado. Uno especializado en casos de custodia.
La miré para ver cómo reaccionaba, pero ella aún tenía una expresión tensa, como si esperara que le asestaran un golpe. 0 quizá, para Mattie, los golpes ya habían empezado.
Sin apresurarme toqué el tema de John Storrow. Le conté lo que éste había dicho sobre la igualdad entre los sexos, que en su caso podía influir negativamente y contribuir a que el juez Ran court le quitara a Kyra. También hice hincapié en el hecho de que Devore podía contratar a cuantos abogados quisiera, por no mencionar a los testigos favorables a él, pues Richard Osgood iba por el pueblo repartiendo la pasta de Devore, pero que el tribunal no estaba obligado a tratarla con indulgencia. Acabé diciéndole que John quería hablar con alguno de nosotros dos a las once de la mañana del día siguiente, y que sería mejor que fuera con ella. Luego aguardé. El silencio se prolongó, roto sólo por el canto de los grillos y por el lejano zumbido de la moto de algún crío. En la carretera 68, los fluorescentes blancos de la tienda de Lakeview se apagaron, acabada otra jornada de ventas veraniegas. El silencio de Mattie no me gustó, pues parecía el preludio de una explosión. Una explosión yanqui. Me preparé para que me preguntara quién creía que era para meterme en sus asuntos.
Cuando por fin habló, su voz sonó baja y derrotada. Dolía oírla hablar de ese modo, pero igual que la expresión cínica que su cara había reflejado poco antes, no era sorprendente y endurecí mi actitud para protegerme.
-¿Por qué haces esto? -preguntó-. ¿Por qué contratas a un abogado caro de Nueva York para que se ocupe de mi caso? Porque eso es lo que me ofreces, ¿no? Tiene que ser así, porque está claro que yo no puedo contratarlo. Cuando Lance murió, recibí treinta mil dólares del seguro, y de chiripa. Había contratado una póliza a través de uno de sus amigos de Warrington's, casi como una broma, pero sin ella yo habría perdido la caravana el invierno pasado. Puede que en Western Savings quieran mucho a Dickie Brooks pero no dan un duro por Mattie Stanchfield Devore. En la biblioteca gano unos cien dólares a la semana. Así que me estás ofreciendo pagarle al abogado, ¿no es cierto?
-Sí.
-¿Por qué? Ni siquiera nos conoces.
-Porque... -Dejé la frase en el aire. Recuerdo que en ese momento deseé que Jo interviniera, que rogué escuchar sus palabras, que luego transmitiría a Mattie en mi propia voz, pero Jo no me habló. Estaba solo-. Porque últimamente no hago nada de provecho -dije por fin, y una vez más las palabras me sorprendieron-. Además, sí que os conozco. He comido tus hamburguesas, he leído un cuento a Ki y ella se ha dormido en mis brazos... y puede que le haya salvado la vida cuando la saqué de la carretera. Nunca lo sabremos con seguridad, pero es posible que lo haya hecho. ¿Sabes lo que dicen los chinos sobre esa clase de incidentes?
No esperaba una respuesta, la pregunta era retórica, pero ella me sorprendió. Y no por última vez.
-Que si salvas la vida de una persona, eres responsable de ella. -Sí. También es una cuestión de justicia, pero sobre todo es porque quiero hacer algo de provecho. Cuando pienso en los cuatro años que han pasado desde la muerte de mi esposa, no veo nada provechoso en ellos. Ni siquiera un libro en el que Marc Jolie, la tímida mecanógrafa, conoce a un hombre apuesto.
Mattie sopesó la cuestión, mientras miraba pasar un camión por la carretera, con las luces destellando y la carga de troncos moviéndose de un lado a otro como las caderas de una mujer obesa.
-Mike, no nos tomes de mascotas como hace el viejo con su equipo favorito en el campo de softball. Necesito ayuda y lo sé, pero no puedo aceptar que nos traten como si Ki y yo fuéramos un equipo de deportistas, ¿lo entiendes?
-Perfectamente.
-Sabes lo que dirá la gente del pueblo, ¿verdad? -Sí.
-Soy una chica con suerte, ¿no crees? Primero me caso con el hijo de un hombre muy rico, y cuando él muere quedo bajo el ala de otro tipo rico. Puede que en el futuro acabe mudándome a la casa de Donald Trump.
-Venga ya.
-Hasta es probable que yo misma lo creyera, si lo viera desde fuera. Sin embargo, me pregunto si alguien ha notado que la 226
afortunada Mattie sigue viviendo en una caravana y no puede permitirse pagar un seguro médico. 0 que a su hija le han puesto casi todas las vacunas en un centro de beneficencia. Mis padres murieron cuando yo tenía quince años. Tengo un hermano y una hermana, pero los dos son mucho mayores que yo y viven fuera del estado. Mis padres era alcohólicos; no sufrí malos tratos físicos, pero sí muchos de otra clase. Fue como criarse en un motel lleno de cucarachas. Mi padre transportaba madera, mi madre era una esteticista cuya única ambición era comprarse un Cadillac rosa. Él se ahogó en el pantano de Kewadin. Ella se ahogó en su propio vómito seis meses después. ¿Te parece una historia bonita? -No. Lo siento.
-Después del entierro de mi madre, mi hermano Hugh se ofreció a llevarme con él a Rhode Island, pero yo me di cuenta de que a su esposa no le entusiasmaba la idea de tener a una quincea ñera con ellos, y no se lo reprocho. Además, a mí acababan de aceptarme en el grupo de animadoras del instituto. Ahora parece una estupidez, pero entonces era muy importante para mí.
Claro que era importante, sobre todo para la hija de unos alcohólicos. La única hija que todavía vivía en casa. Observar cómo el alcohol atrapa a tus padres entre sus garras puede ser una de las experiencias más solitarias del mundo. El último que salga de la sagrada cantina que apague la luz.
-Tuve que ir a vivir con mi tía Florence, a tres kilómetros de aquí. Después de unas tres semanas descubrimos que nos detestábamos mutuamente, pero lo soportamos durante dos años. Luego, el año anterior al último riel instituto, conseguí un empleo de verano en Warrington's y con O ci a Lance. Cuando él le pidió autorización a mi tía para casarse cdnmigo, ella se negó. Cuando le dije que estaba embarazada, ella renunció a la tutela, de modo que ya no necesitamos su permiso.
-¿Abandonaste los estudios?
Mattie asintió con una mueca de disgusto.
-No quería que mis compañeros vieran cómo me inflaba como un globo. Lance me apoyó. Dijo que más tarde podría examinarme por libre. Lo hice el año pasado y fue muy sencillo. Ahora Ki y yo estamos solas. Incluso si mi tía aceptara ayudar 227
me, ¿qué iba a hacer? Trabaja en una fábrica de Castle Rock y gana dieciséis mil dólares al año.
Asentí otra vez, pensando que el último talón que había recibido por derechos de autor en Francia había sido de una suma equivalente. El último talón trimestral. Luego recordé algo que me había dicho Ki el día que la conocí.
-Cuando saqué a Kyra de la carretera, ella me dijo que si tú te enfadabas, ella se iría con su abuelita. Si tus padres están muertos, ¿a quién...? -No necesitaba preguntarlo; bastaba con hacer un par de asociaciones-. Rogette Whitmore, la ayudante de Devore es la abuela, ¿no? Pero eso significa...
-Que Ki ha estado con ellos. Sí, lo has adivinado. Hasta finales del mes pasado, yo le permitía visitar a su abuelo a menudo, y Rogette también estaba allí, por supuesto. Iba una o dos veces por semana y a veces se quedaba a pasar la noche. Adora a su "abuelito", o al menos al principio lo adoraba y también a esa mujer siniestra.
Me pareció que Mattie temblaba en la penumbra, a pesar de que todavía hacía calor.
-Devore llamó para decir que asistiría al entierro de Lance y para preguntarme si podía ver a su nieta mientras estaba aquí. Estuvo encantador, como si no hubiera intentado sobornarme cuando Lance le dijo que íbamos a casarnos.
-¿Lo hizo?
-Sí. La primera oferta fue de cien mil dólares. Eso fue en agosto de 1994, después de que Lance lo llamara para decirle que nos casaríamos a mediados de septiembre. No dije nada. Una semana después, la oferta subió a doscientos mil dólares.
-¿A cambio de qué?
-De que soltara a su hijo de mis garras de puta y me marchara sin decir adónde. Esta vez se lo conté a Lance y él se enfureció. Llamó a su padre y le dijo que íbamos a casarnos tanto si le gus taba como si no. Le dijo que si quería ver a su nieto algún día, debía dejarse de maquinaciones y comportarse.
Yo pensé que si Lance hubiera tenido otro padre esa reacción habría sido la más razonable del mundo. Lo respetaba por ella. El problema era que el muchacho no trataba con un hombre razo 228
nable; trataba con el tipo que, cuando era pequeño, había robado el trineo nuevo de Scooter Larribee.
-Estas ofertas las hizo el propio Devore por teléfono, en ambos casos cuando Lance no estaba presente. Luego, unos diez días después de la boda, recibí una visita de Dickie Osgood. Me dijo que telefoneara a un número de Delaware, y cuando lo hice... -Mattie cabeceó-. No lo creerás. Es algo propio de uno de tus libros. -¿Puedo adivinarlo?
-Si quieres.
-Quería comprar al niño. Trató de comprar a Kyra.
Mattie abrió los ojos como platos. Había salido la luna y vi su expresión de sorpresa con claridad.
-¿Cuánto? -pregunté-. Siento curiosidad. ¿Cuánto te ofreció por dejar a su nieto con Lance y luego desaparecer?
-Dos millones de dólares -susurró-. Depositados en el banco que yo escogiera, siempre y cuando estuviera al oeste del Misisipí y yo firmara un contrato aceptando mantenerme lejos de ella y de Lance hasta el 20 de abril del año 2016.
-El año en que Ki cumplirá los veintiuno. -Sí.
-Y Osgood no estaba informado, de modo que la imagen de Devore en el pueblo sigue limpia.
-Así es, y los dos millones eran sólo el comienzo. Recibiría otro millón cuando Ki cumpliera cinco, diez, quince y veinte años. -Movió la cabeza con expresión de incredulidad-. El linóleo de la cocina está levantado, la alcachofa de la ducha no hace más que caerse dentro del plato y la caravana entera está inclinada hacia el este, pero yo podría haber tenido seis millones de dólares.
¿Alguna vez pensaste en aceptar la oferta, Mattie?, me pregunté... pero nunca le haría esa pregunta; era una curiosidad tan ruin que no merecía respuesta.
-¿Se lo contaste a Lance?
-Traté de ocultárselo. Él ya estaba furioso con su padre y yo no quería empeorar las cosas. No quería que hubiera tanto odio al comienzo de nuestro matrimonio, por muy buenas razones que tuviera para odiar... y tampoco quería que Lance... ya sabes, más tarde...
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Levantó las manos y luego volvió a dejarlas caer sobre los muslos. Fue un ademán de cansancio curiosamente seductor. -No querías que diez años después Lance te dijera: "Tú te interpusiste entre mi padre y yo."
-Algo así. Pero al final no pude seguir ocultándoselo, yo era una chica pobre, no había tenido unos panties hasta los once años, llevé el pelo recogido en una coleta o trenzas hasta los trece, pen saba que todo el estado de Nueva York era la ciudad de Nueva York y ese tipo... ese padre ficticio... me había ofrecido seis millones de dólares. Estaba aterrorizada. Soñaba que aparecía como un duende en plena noche y robaba a mi hija de la cuna. Que se deslizaba como una serpiente a través de la ventana... -Arrastrando un balón de oxígeno con él, sin duda. Mattie sonrió.
-En ese entonces yo no sabía nada del oxígeno. Ni de Rogette Whitmore. Lo que quiero decir es que sólo tenía diecisiete años y me costaba guardar un secreto.
Al oír eso tuve que esforzarme para no sonreír; como si hubieran pasado décadas de experiencia entre aquella jovencita ingenua y asustada y esta mujer madura que había acabado sus estudios secundarios por correo.
-Lance se puso furioso.
-Tan furioso que respondió a su padre por e-mail en lugar de telefonearle. Tartamudeaba, ¿sabes?, y cuanto más nervioso se ponía, más tartamudeaba. Le habría resultado imposible mantener una conversación por teléfono.
Por fin me hice una composición de lugar. Lance Devore había escrito a su padre una carta inimaginable; inimaginable, desde luego, para alguien como Max Devore. La carta decía que Lance no quería volver a saber nada de su padre y que Mattie tampoco. No sería bien recibido en su casa (la caravana no era exactamente la humilde cabaña del leñador de un cuento de los hermanos Grimm, pero no se diferenciaba demasiado). No le permitirían visitar a su nieto cuando éste naciera, y si le enviaba algún regalo después del nacimiento o más adelante, éste le sería devuelto. Fuera de mi vida, papá. Esta vez has ido demasiado lejos para que pueda perdonarte.
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Sin lugar a dudas hay formas diplomáticas de tratar a un hijo ofendido, algunas inteligentes y otras ladinas, pero ¿acaso un padre diplomático se habría visto envuelto en una situación seme jante? ¿Un hombre que conociera mínimamente la naturaleza humana habría ofrecido a la novia de su hijo un soborno (tan exagerado que probablemente no significó nada para ella) para que abandonara a su primer hijo? Y había ofrecido este trato diabólico a una niña-mujer de diecisiete años, una edad en que la visión romántica de la vida alcanza su punto más alto. Devore por lo menos tendría que haber esperado algún tiempo antes de hacer esta oferta. Podría argumentarse que él no sabía si tenía "algún tiempo", pero no sería un argumento persuasivo. Pensé que Mattie tenía razón, en lo más hondo de esa ciruela pasa que tenía por corazón, Max Devore pensaba que iba a vivir eternamente.
Finalmente, había sido capaz de contenerse. Allí estaba el trineo que quería, el trineo que estaba decidido a apropiarse, al otro lado de una ventana. Lo único que tenía que hacer era romper el cristal y cogerlo. Lo había hecho durante toda su vida, así que reaccionó al e-mail de su hijo no con astucia, como debería haber hecho un hombre de su edad y su inteligencia, sino con furia, como habría hecho el Max niño de haber descubierto que el cristal del cobertizo era inmune a los golpes de sus puños. ¿Lance no quería que interfiriera en su vida? ¡Muy bien! Que viviera con la Daisy Mae del bosque en una tienda de campaña, en una caravana o en un maldito granero. Tendría que dejar su cómodo trabajo de supervisor y buscar un empleo en el mundo real, ¡que viera cómo vivía el resto de la población!
En otras palabras, no eres tú quien dimite, hijo. Estás despedido.
-No creas que en el entierro nos arrojamos el uno a los brazos del otro-dijo Mattie-. Pero él fue cortés conmigo, cosa que no me esperaba, y yo traté de ser cortés con él. Me ofreció pasar me una pensión, pero yo la rechacé, temiendo que tuviera consecuencias legales.
-Lo dudo, pero de todos modos admiro tu prudencia. ¿Qué ocurrió cuando Devore vio a Kyra por primera vez, Mattie? ¿Lo recuerdas?
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-Nunca lo olvidaré. -Sacó un arrugado paquete de cigarrillos del bolsillo del vestido y cogió uno. Lo miró con una mezcla de deseo y disgusto-. Había dejado de fumar porque Lance decía que no podíamos permitirnos el gasto, y yo sabía que tenía razón. Pero los vicios vuelven. Sólo fumo un paquete a la semana, y sé muy bien que incluso eso es demasiado, pero a veces me tranquiliza. ¿Quieres uno?
Negué con la cabeza. Ella encendió el cigarrillo y al fugaz resplandor de la cerilla su cara me pareció aún más hermosa. Me pregunté qué habría pensado el viejo al conocerla.
-La primera vez que vio a su nieta fue junto a un coche fúnebre -prosiguió Mattie-. Estábamos en la funeraria Dakin, en Motton. Era el velatorio. ¿Sabes cómo son esas cosas?
-Claro que sí -respondí pensando en Jo.
-Yo salí a fumar un cigarrillo. Le dije a Ki que se sentara en los escalones de la entrada para que no le llegara el humo y me quedé a pocos pasos de allí en el camino de entrada. En ese mo mento aparcó una limusina gris. Nunca había visto nada igual, salvo en la televisión, pero adiviné de quién era. Guardé los cigarrillos en el bolso y llamé a Ki. La niña bajó por la escalinata y me cogió la mano. Se abrió la puerta de la limusina y bajó Rogette Whitmore. Llevaba una mascarilla de oxígeno en una mano, pero el viejo todavía no la necesitaba. Él bajó tras ella. Un hombre alto, no tanto como tú pero alto de todos modos, vestido con un traje gris y zapatos negros tan brillantes como espejos.
Mattie reflexionó, el cigarrillo se elevó brevemente hasta su boca, luego regresó al brazo del sillón, una luciérnaga roja a la débil luz del sol.
-Al principio no dijo nada. La mujer lo cogió del brazo para ayudarlo a subir los tres o cuatro escalones que separaban el camino de entrada de la funeraria de la acera, pero él se soltó. Lle gó hasta donde estábamos nosotras sin ayuda, aunque oí cómo le silbaba la respiración en el pecho. Era el sonido que hace una máquina cuando necesita aceite. No sé si ahora es capaz de andar, pero lo dudo. Esos pocos peldaños lo agotaron, y cuando acabó de subirlos se dobló, apoyando sus manos grandes y huesudas en las rodillas. Miró a Kyra y ella le devolvió la mirada.
Sí, lo imaginaba, aunque no en colores, no como una fotografía. Lo imaginé como una talla en madera, una tosca ilustración más de los cuentos de los hermanos Grimm. La niña mira con los ojos muy abiertos al viejo rico, que una vez se había deslizado triunfalmente en un trineo robado y que ahora, en el otro extremo de su vida, no era más que un saco de huesos. En mi imaginación, Ki llevaba un abrigo con capucha y la mascarilla de oxígeno del abuelo Devore estaba ligeramente torcida, para permitirme ver la piel de lobo que había debajo. Qué ojos tan grandes tienes, abuelito; qué nariz tan grande tienes, abuelito; y qué dientes tan grandes.
-Él la cogió en brazos. No sé cuánto esfuerzo le costaría, pero lo hizo. Y lo más curioso de todo es que Ki se dejó coger. Era un desconocido para ella, y los viejos casi siempre asustan a los ni ños pequeños, pero ella permitió que la cogiera en brazos. "¿Sabes quién soy?", le preguntó. Ki negó con la cabeza, pero por cómo lo miraba, era como si lo conociera. ¿Crees que es posible? -Sí.
-Dijo: "Soy tu abuelo." Entonces yo estuve a punto de quitarle a la niña, Mike, porque tuve la loca idea de que... no sé... -¿De que iba a comérsela?
Mattie detuvo el cigarrillo a unos centímetros de los labios y me miró con ojos como platos.
-¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes saber algo así?
-Porque en mi imaginación me lo he pintado como un cuento de hadas. Caperucita Roja y el viejo Lobo Gris. ¿Qué hizo él entonces?
-Comérsela con los ojos. Desde entonces, le ha enseñado los números y a jugar a las damas. Sólo tiene tres años, pero él le ha enseñado a sumar y a restar. Ki tiene una habitación propia en Warrington's y un pequeño ordenador, y sólo Dios sabe lo que el viejo le ha enseñado a hacer con él. Pero la primera vez que la miró... Tenía la expresión más voraz que he visto en mi vida.
"Y ella le sostuvo la mirada, fueron diez o quince segundos, pero se me hizo eterno. Por fin hizo ademán de devolvérmela, pero se había quedado sin fuerzas, y si yo no hubiera estado a un paso de él, creo que la niña habría caído al suelo.
"Se tambaleó un poco, y Rogette Whitmore lo sostuvo. Entonces él cogió la mascarilla de oxígeno, que tenía una pequeña botella de aire acoplada, y se la puso sobre la boca y la nariz.
Respiró hondo un par de veces y pareció recuperarse. Le devolvió la mascarilla a Rogette y entonces fue como si me viera por primera vez. Dijo: "He sido un tonto, ¿verdad?" Yo le respondí: "Sí, señor, creo que sí." Al oír eso, hizo una mueca siniestra. Creo que si hubiera tenido apenas cinco años menos me habría abofeteado.
-Pero no los tenías y no lo hizo.
-No. Dijo: "Quiero entrar. ¿Me ayudará?" Le respondí que sí. Subimos los escalones de la funeraria con Rogette a un lado de él, yo al otro y Kyra detrás. Me sentí como un miembro de un harén y no fue una sensación agradable. Cuando llegamos al vestíbulo, él se sentó para recuperar el aliento e inhalar un poco más de oxígeno. Entonces Rogette se volvió hacia Kyra. La cara de esa mujer da miedo, me recuerda a algún cuadro...
-¿El grito de Munch?
-Seguro que es ése. -Tiró el cigarrillo (se lo había fumado hasta el filtro) y lo aplastó con la zapatilla blanca en el suelo cubierto de piedrecillas-. Pero Ki no demostró la menor señal de miedo. Ni entonces, ni más adelante. La mujer se inclinó y le preguntó a Kyra: "¿Qué rima con dama?", y Kyra respondió: "¡Cama!" Aunque sólo tenía dos años, le encantaban las rimas. Rogette metió la mano en el bolso y sacó un caramelo. Ki me miró para ver si le daba permiso y yo le dije: "Vale, pero sólo uno, y no quiero que te ensucies el vestido." Ki se lo metió en la boca y sonrió a Rogette como si fueran viejas amigas.
"Devore ya había recuperado el aliento, pero parecía cansado, el hombre más cansado que he visto en mi vida. Me recordó unos versículos de la Biblia que dicen que no encontramos placer en los años de la vejez. Me conmovió, y es probable que él lo notara, porque me tendió la mano y dijo: "No me aparte de la niña." En ese momento me pareció ver a Lance en su cara. Me eché a llorar y respondí: "No lo haré, a menos que me obligue."
Los imaginé en el vestíbulo de la funeraria, él sentado, ella de pie, la niña mirándolos con asombro mientras comía su carame 234
lo. Una grabación de música de órgano en el fondo. Pensé que Max Devore había sido suficientemente astuto el día del velatorio de su hijo.
"Traté de sobornarte, y cuando no funcionó decidí comprar a la niña. Al fracasar por segunda vez, le dije a mi hijo que tú, él y mi nieta podíais ahogaros en la mierda de vuestra propia deci sión. En cierto sentido yo soy el culpable de que estuviera donde estaba cuando se cayó y se rompió el cuello, pero no me apartes de la niña, Mattie, soy un pobre viejo, no me apartes."
-Fui una tonta, ¿no?
-Sólo esperabas que él fuera mejor de lo que es. Si eso te convierte en una tonta, Mattie, el mundo necesita más tontos. -Todavía tenía mis dudas -repuso ella-. Por eso no quise aceptar su dinero y hasta el mes de octubre pasado él dejó de insistir. Pero le dejé ver a la niña. Admito que en parte fue porque pensé que con el tiempo podría beneficiar a Ki, pero sinceramente no pensé demasiado en eso. Lo más importante para mí era que el viejo era el único vínculo que la niña tenía con su padre. Quería que tuviera un abuelo, como casi todos los niños. Y no quería que Ki se viera afectada por todo lo que ocurrió antes de la muerte de Lance.
"Al principio todo marchó bien. Pero luego, poco a poco las cosas comenzaron a cambiar. Me di cuenta de que a Ki ya no le gustaba mucho su "abuelito". Todavía le cae bien Rogette, pero Max Devore empezó a ponerla nerviosa por alguna razón que yo no entiendo y que ella es incapaz de explicar. Una vez le pregunté si la había tocado en algún sitio que le hiciera sentirse incómoda. Le señalé los sitios a los que me refería, y ella respondió que no. Le creo, pero... el viejo dijo o hizo algo que le afectó, estoy segura.
-Puede que sólo fueran los silbidos de su respiración -sugerí-. Eso bastaría para asustar a un niño. 0 quizá él sufriera algún ataque mientras ella estaba allí. ¿Y qué me dices de ti, Mattie?
-Bueno... un día de febrero Lindy Briggs me dijo que George Footman había ido a comprobar el estado de los extintores y de los detectores de humo en la biblioteca. Ese día George le pregun tó a Lindy si en los últimos tiempos había encontrado latas de 235
cerveza o botellas de bebidas alcohólicas en la basura. 0 colillas de cigarrillos liados a mano.
-En otras palabras, colillas de porros.
-Sí. Y Dickie Osgood había ido a visitar a mis viejos amigos para sonsacarles lo que sabían de mí. Buscando algún trapo sucio. -¿Y hay alguno?
-No, gracias a Dios.
Deseé que tuviera razón, y que si había algo que ella no se atrevía a decirme, John Storrow consiguiera sacárselo.
-Pero a pesar de todo permitiste que Ki siguiera viéndolo.
-¿De qué habría servido que interrumpiera las visitas? Además, pensé que si permitía que continuaran él no se apresuraría a poner sus planes en marcha.
Eso tenía algún sentido.
-Luego, en primavera, comencé a tener pálpitos raros, aterradores.
-¿Qué quieres decir?
-No lo sé. -Sacó los cigarrillos, los miró y volvió a meterlos en el bolsillo-. No era sólo el hecho de que mi suegro estuviera buscando trapos sucios. Era por Ki. Comencé a preocuparme por Ki todo el tiempo que ella estaba con él... con ellos. Cuando Rogette llegaba en el BMW que habían comprado o alquilado, Ki ya estaba en los peldaños esperándola; con la bolsa de juguetes si la visita iba a ser breve, o con su pequeña maleta de Minnie Mouse si iba a quedarse a pasar la noche. A mi suegro le gusta hacer regalos. Antes de subir a la niña en el coche, Rogette me dedicaba una de sus características sonrisas frías y decía: "La traeré de vuelta a las siete; le daremos de cenar" o "La traeré de vuelta a las ocho de la mañana y le daré el desayuno antes de salir". Yo asentía y luego,Rogette sacaba un caramelo del bolso para Ki, igual que cuando alguien le enseña una galleta a un perro para incitarlo a hacer alguna gracia. Siempre decía una palabra y Kyra tenía que responder con otra que rimara. Mientras tanto Rogette agitaba el caramelo en el aire (guau guau, qué perrito más listo, pensaba yo) y después se marchaban. A las siete de la tarde o a las ocho de la mañana exactamente, el BMW aparcaba allí, en el mismo sitio 236
donde ahora está tu coche. Uno podía poner el reloj en hora guiándose por el momento de la llegada de esa mujer. Pero yo seguía preocupada.
-¿De que se cansaran del procedimiento legal y sencillamente la secuestraran?
Me parecía una preocupación lógica, tan lógica que no podía creer que Mattie permitiera que la pequeña siguiera visitando a su abuelo. En los casos de custodia, como en cualquier otra cosa en la vida, la riqueza suele ser las nueve décimas partes de la ley, y si Mattie decía la verdad acerca de su pasado y su presente, la vista de la custodia podía convertirse en un proceso fatigoso, incluso para el acaudalado señor Devore. En resumen, un secuestro podía llegar a ser la solución más eficaz.
-No exactamente -dijo ella-. Supongo que eso hubiera sido lo más razonable, pero no se trataba de eso. Sencillamente, yo tenía miedo. No sabía a ciencia cierta por qué. Llegaban las seis y cuarto de la tarde y pensaba: "Esta vez esa puta de pelo blanco no la va a traer de vuelta. Esta vez va a..."
Esperé. Al ver que Mattie no continuaba, pregunté: -¿Va a qué?
-Ya te he dicho que no lo sé -respondió-. Pero desde la primavera estaba preocupada por Ki. En el mes de junio, no pude aguantar más y puse punto final a las visitas. Desde entonces, Kyra se enfada de vez en cuando conmigo. Estoy segura de que su escapada del Cuatro de julio tuvo algo que ver con eso. No habla mucho de su abuelo, pero siempre me hace preguntas como: "¿Qué crees que estará haciendo la abuelita ahora, Mattie?" 0: "¿Crees que a la abuelita le gustaría mi vestido nuevo?" 0 de repente me dice cosas como "mimo, primo, timo" y me pide un premio.
-¿Cómo reaccionó Max Devore?
-Con furia. Me llamó una y otra vez, primero para preguntar qué pasaba y luego para amenazarme.
-¿Te amenazaba con agredirte físicamente?
-No, me amenazaba con pedir la custodia de Ki. Decía que iba a quitármela y que cuando acabara conmigo yo quedaría ante todo el mundo como una mala madre, que no tenía ninguna po 237
sibilidad de ganar y que mi única esperanza era dejarle "ver a su nieta, maldita sea".
Asentí con la cabeza.
-"Por favor, no me aparte de la niña" no parece propio del hombre que me llamó mientras estaba mirando los fuegos artificiales.
-También he recibido llamadas de Dickie Osgood y de varias personas más -dijo-. Incluyendo al mejor amigo de Lance, Richie Lattimore. Richie me dijo que sería la mejor manera de honrar la memoria de Lance.
-¿Y qué me dices de George Footman?
-Pasa con el coche por delante de la casa de vez en cuando, como para dejar claro que me está vigilando. Nunca me ha llamado ni ha venido a verme. Me has preguntado si me habían amena zado con agredirme físicamente; el solo hecho de ver el coche de Footman en el camino para mí es como una amenaza de agresión física. Me aterroriza. Aunque últimamente todo me da miedo.
-A pesar de que Kyra ya no visita a su abuelo.
-A pesar de eso. Tengo el pálpito de que va a ocurrir algo malo, y la sensación se intensifica día a día.
-¿Quieres el número de teléfono de John Storrow? -pregunté. Mattie permaneció con la vista fija en su regazo. Luego asintió. -Dámelo. Y gracias, gracias de todo corazón.
Yo había escrito el número en un papel rosa y lo tenía en el bolsillo de la camisa. Mattie tendió la mano para cogerlo pero no lo hizo de inmediato. Nuestros dedos se tocaron y ella me miró con una fijeza desconcertante. Era como si supiera algo más que yo sobre mis motivos para ayudarla.
-¿Cómo voy a pagártelo? -preguntó.
-Cuéntale a Storrow todo lo que me has contado a mí. -Solté la hoja rosa y me puse en pie-. Con eso bastará. Y ahora tengo que irme. ¿Me llamarás para contarme cómo te ha ido con él? -Por supuesto.
Echamos a andar hacia mi coche y cuando llegamos allí, me volví hacia ella. Por un instante pensé que iba a abrazarme, un gesto de agradecimiento que podría habernos conducido a cual quier parte en el estado en que nos encontrábamos, que era tan 238
emotivo que era casi melodramático. Pero era una situación melodramática, un cuento de hadas donde existía el bien y el mal y donde también había una corriente subterránea de atracción sexual reprimida. Entonces las luces de un coche aparecieron por encima de la colina donde estaba la tienda y pasaron delante del taller. Avanzaban hacia nosotros, cada vez más brillantes. Mattie retrocedió unos pasos y se llevó las manos a la espalda, como una niña que acaba de recibir una regañina. El coche pasó, dejándonos nuevamente en la oscuridad, pero el momento mágico también había pasado. Si es que ese momento había existido.
-Gracias por la cena -dije-. Ha sido una velada maravillosa. -Gracias por el abogado, estoy segura de que él también será maravilloso -respondió ella y los dos reímos. La electricidad desapareció del aire-. Devore habló de ti una vez, ¿sabes?
La miré atónito.
-Me sorprende que supiera quién era yo; quiero decir, antes del incidente.
-Lo sabía. Y habló de ti con verdadero afecto. -Bromeas. Es imposible.
-No bromeo. Dijo que su bisabuelo y el tuyo trabajaban en el mismo sitio y eran vecinos. Creo que dijo que vivían cerca de donde ahora está la dársena de Boyd. En sus palabras, "cagaban en el mismo agujero". Encantador, ¿no? Dijo que si un par de leñadores del TR eran capaces de producir millonarios, el sistema funcionaba como debía, aunque tuvieran que esperar tres generaciones para conseguirlo. En su momento, me pareció que era una crítica velada a Lance.
-Es ridículo -repliqué-. Mi familia procede de la costa, de Prout's Neck, que está al otro lado del estado. Mi padre era pescador, igual que su padre y su abuelo. Arrojaban sus redes y cogían langostas; no cortaban árboles.
Aunque yo decía la verdad, en el fondo de mi mente había un vago recuerdo, algo relacionado con lo que había dicho Devore. Era probable que si lo dejaba estar el recuerdo se aclarara más tarde.
-¿Es posible que se refiriera a algún miembro de la familia de tu esposa?
-No. Hay algunos Arlen en Maine, porque es una gran familia, pero la mayoría todavía vive en Massachusetts. Ahora se dedican a muchas actividades distintas, pero en el siglo pasado casi todos eran picapedreros en la zona de Malden y Lynn. Devore te estaba tomando el pelo, Mattie.
Pero incluso entonces pensé que no era así. Era probable que recordara mal la historia hasta la memoria de los hombres más inteligentes se deteriora cuando tienen ochenta y cinco años-, pero Max Devore no era un bromista. En ese momento tuve una imagen: cables que se extendían por debajo de la tierra en el TR en todas las direcciones, invisibles pero muy poderosos.
Yo tenía la mano en la portezuela del coche y Mattie me la tocó brevemente.
-¿Puedo hacerte otra pregunta antes de que te marches? Te advierto que es una estupidez.
-Adelante. Las preguntas estúpidas son mi especialidad. -¿Tienes alguna idea de lo que significa la historia de Bartleby?
Hubiera querido reír, pero la luz de la luna era lo bastante intensa para permitirme ver que hablaba en serio, y que si reía heriría sus sentimientos. Mattie era miembro del grupo de lecto res del Lindy Briggs (al que yo había ofrecido una conferencia a finales de los ochenta); probablemente era veinte años más joven que cualquiera de los del grupo y seguramente tenía miedo de pasar por tonta.
-En la próxima reunión, me toca hablar en primer lugar -explicó-, y me gustaría dar algo más que un resumen del cuento, para que sepan que lo he leído. Me he estado devanando los se sos, pero no se me ocurre nada. Dudo que sea una de esas historias en donde todo se aclara mágicamente en las últimas páginas. Y tengo la sensación de que debería encontrarle un sentido, de que la clave está delante de mis narices.
Eso me hizo pensar otra vez en los cables, cables tendidos en todas las direcciones, una red subcutánea que conectaba personas y lugares. Era imposible verlos, pero se percibían. Sobre todo si uno intentaba escapar. Entretanto, Mattie aguardaba, mirándome con esperanza y ansiedad.
-De acuerdo, presta atención porque la clase va a comenzar -dije.
-Estoy atenta, créeme.
-La mayoría de los críticos cree que Las aventuras de Huckleberry Finn es la primera novela estadounidense moderna, y es cierto, pero si Bartleby, el escribiente tuviera cien páginas más, yo apostaría por ella. ¿Sabes lo que era un escribiente?
-¿Un secretario?
-No tanto, alguien que copiaba textos, igual que Bob Cratchit en Canción de Navidad. La diferencia es que Dickens da a Bob un pasado y una vida familiar. Melville no da a Bartleby ninguna de las dos cosas. Es el primer personaje existencialista de la literatura norteamericana, un hombre sin ataduras... sin ataduras a, ya sabes...
"Un par de leñadores que pueden producir millonarios. Que cagan en el mismo agujero."
-¿Mike? -¿Qué? -¿Te encuentras bien?
-Claro. -Traté de concentrarme-. El único vínculo que tiene Bartleby con la vida es su trabajo. En ese sentido, es un personaje norteamericano del siglo xx, no muy distinto del "hombre del traje gris" de Sloan Wilson o, en una versión más siniestra, el Michael Corleone de El Padrino. Pero Bartleby comienza a cuestionar incluso el trabajo, el dios de los hombres estadounidenses de clase media.
Mattie parecía muy interesada y pensé que era una pena que se hubiera saltado el último curso del instituto. Una pena para ella y para sus profesores.
-¿Por eso empieza a decir "preferiría no hacerlo"? -Sí. Piensa en Bartleby como en un globo aerostático. Sólo una soga lo ata a la tierra, y esa soga es su trabajo de escribiente. Podemos medir el grado de desgaste de esa sogapor el creciente número de cosas que Bartleby prefiere no hacer. Finalmente la soga se rompe y Bartleby se aleja flotando. Es una historia desconcertante, ¿no?
-Una noche soñé con él
-me contó Mattie-. Yo abría la puerta de la caravana y me lo
encontraba sentado en los peldaños, ves 241 tido con su viejo traje negro. Delgado, y casi calvo. Yo le decía: "¿Puede apartarse, porfavor? Tengo que salir a colgar la ropa." Y él me respondía: "Preferiría no hacerlo." Sí, supongo que es desconcertante.
-Eso quiere decir que
todavía funciona -respondí mientras subía al coche-. Llámame
"No dudes en pedírmelo." Había que ser muy joven y crédulo para ofrecer semejante cheque en blanco. Saqué la mano por la ventanilla y le cogí la mano. Ella me la apretó con fuerza.
-¿Estás segura de que
era Jo? -pregunté.
Mattie tenía la mirada perdida en la carretera y no estaba pensando en mi mujer; me habría apostado la casa a que no. Pensaba en Lance. Tal vez fuera mejor así. Si pensaba en él, probable mente no me miraría con atención. En ese momento, yo no me sentía capaz de controlar mi expresión y ella podría haber visto en mi cara más de lo que yo quería enseñar.
-Sí -respondió ella-. Poco después de que Lance me ayuda 242
ra con el carro de la cerveza que se había atascado en el barro y me invitara a comer pizza con los demás después del partido, yo estaba junto a Jenna McCoy y con Helen Geary, y Jenna dijo: "Mira, es la señora Noonan", y Helen añadió: "Es la esposa del escritor, Mattie. Qué blusa tan bonita lleva." Era una blusa estampada con rosas azules.
.
Yo la recordaba muy bien. A Jo le hacía gracia porque las rosas azules no existen. En una ocasión en que la tenía puesta me había rodeado el cuello con los brazos, había apretado sus cade ras contra las mías y me había dicho que ella era mi rosa azul y que yo tenía que tocarla hasta que se volviera rosada. Ese recuerdo me conmovió profundamente.
-Ella estaba del lado de la tercera base, detrás de la alambrada -prosiguió Mattie- con un hombre que llevaba una vieja chaqueta marrón con parches en los codos. Se reían, y hubo un momento en que ella giró la cabeza y me miró. -Mattie hizo una pequeña pausa. Se recogió el cabello en la nuca, lo sostuvo un momento y luego lo dejó caer-. Me miró directamente a mí. Y en su cara había una expresión... bueno, triste, a pesar de que hacía unos instantes se había estado riendo. Fue como si me conociera. Entonces el hombre le rodeó la cintura con un brazo y se marcharon.
Reinó un silencio absoluto, roto sólo por el canto de los grillos y el lejano rugido de una camioneta. Mattie permaneció inmóvil durante unos instantes, como si soñara con los ojos abiertos, pero luego percibió algo raro y volvió a mirarme.
-¿Pasa algo?
-No, aunque ¿quién era ese tipo que le rodeó la cintura con un brazo a mi esposa?
Mattie rió con cierta inseguridad.
-Bueno, dudo que fuera un amante, ¿sabes? Era bastante mayor que ella. Tendría por lo menos cincuenta años. -¿Y qué?, pensé. Yo tenía cuarenta, y eso no significaba que no supiera apre ciar los movimientos de Mattie por debajo del vestido o la forma en que se había recogido el cabello por encima de la nuca-. Quiero decir... bromeas, ¿verdad?
-No estoy seguro. Últimamente no estoy seguro de nada. En cualquier caso, mi mujer está muerta, así que ¿qué más da?
Mattie parecía desolada.
-He metido la pata, Mike. Lo siento. -¿Sabes quién era ese hombre?
Ella negó con la cabeza.
-Supuse que era un turista, tal vez me dio esa impresión porque llevaba chaqueta en una calurosa noche de verano. Sin embargo, sí lo era, no se alojaba en Warrington's. Yo conocía a casi todos los huéspedes.
-¿Y se marcharon juntos?
-Sí -respondió ella con reticencia. -¿Hacia el aparcamiento?
-Sí.
Lo dijo con mayor reticencia aún, y esta vez mentía. Lo supe con una misteriosa certeza que iba mucho más allá de la intuición; casi como si le hubiera leído la mente.
-Acabas de decirme que estabas dispuesta a hacerme cualquier favor. Sólo te pido éste, Mattie: dime la verdad.
Se mordió el labio y miró tu mano, que estaba sobre la suya. Después volvió a mirarme a la cara.
-Era un hombre corpulento. La chaqueta informal le daba un aire a profesor universitario, pero que yo sepa podría haber sido carpintero. Era moreno y estaba bronceado. Los dos rieron con ganas, pero cuando ella me miró dejó de reír. Después él la cogió de la cintura y se marcharon juntos. -Hizo una pausa-. Pero no hacia el aparcamiento, sino hacia la Calle.
La Calle. Desde allí podrían haber ido a andando a lo largo del lago hasta llegar a Sara Risa. ¿Y después? ¿Cómo saberlo?
Jo no me contó que había venido aquí ese verano.
Me dio la impresión de que Mattie probaba mentalmente varias respuestas sin encontrar ninguna que le convenciera. Le solté la mano. Era hora de que me marchara. De hecho, deseé haberme ido cinco minutos antes.
-Mike, estoy segura de que...
-No -interrumpí-. No puedes estar segura de nada, y yo tampoco. Pero yo la quise mucho y trataré de olvidar ese asunto. Es muy probable que no tenga importancia. Además, ¿qué otra cosa puedo hacer? Gracias por la cena.
-De nada. -Mattie parecía al borde de las lágrimas, así que volví a cogerle la mano y se la besé-. Me siento como una imbécil. -No eres ninguna imbécil.
Le di otro beso en la mano y me marché. Ésa fue mi primera cita con una mujer en cuatro años.
En el camino a casa pensé en el viejo cliché de que nunca conoces a fondo a otra persona. Es fácil decirlo en sentido figurado, pero descubrir que tiene un significado literal en tu vida es como una sacudida tan horrible e inesperada como las turbulencias durante un viaje en avión previamente tranquilo. Recordé que después de dos años de intentar inútilmente concebir un hijo, habíamos ido a la consulta de un especialista. El médico nos había dicho que yo tenía un nivel bajo de espermatozoides; no desastrosamente bajo, pero sí lo suficiente para que Jo no quedara embarazada.
-Si quieren tener un hijo, es muy posible que lo consigan sin ayuda-había dicho el doctor-. La ley de probabilidades y el tiempo juegan a su favor. Podría ocurrir mañana o dentro de unos años. ¿Tendrán muchos hijos? Seguramente no. Pero podrían tener dos, y estoy seguro de que tendrán uno si siguen haciendo lo necesario para concebirlo. -En ese punto sonrió-. Recuerden que intentarlo es la parte más placentera de todas.
Y había habido mucho placer, muchos tañidos de la campanilla de Bunter, pero ningún bebé. Luego Johanna había muerto en un aparcamiento un día caluroso y uno de los artículos que llevaba encima era un test de embarazo casero que no me había dicho que pensara comprar. Como tampoco me había dicho que había comprado un par de búhos de plástico para evitar que los cuervos cagaran en la terraza.
¿Qué otra cosa no me había dicho?
-Basta -murmuré-. Por el amor de Dios, deja de pensar en ello.
Pero no podía.
Cuando regresé a Sara, los imanes de frutas y verduras del frigorífico formaban un círculo otra vez. En medio había tres letras.
a 1 o Moví la "j" arriba, donde creí que correspondía y obtuve "ajo" o quizá una forma abreviada de "abajo". ¿Qué significaba exactamente?
-Podría especular al respecto, pero prefiero no hacerlo -dije a la casa vacía.
Miré el alce, tal vez con la esperanza de que la campanilla que colgaba de su apolillado cuello me respondiera. Cuando no lo hizo, abrí las dos bolsas nuevas de imanes y los esparcí por la puerta del frigorífico. Luego fui al ala norte, me desnudé y me lavé los dientes.
Mientras enseñaba los dientes al espejo haciendo una sonrisa caricaturesca, decidí volver a'llamar a Ward Hankins a la mañana siguiente. Le diría que la búsqueda de los búhos de plástico había avanzado desde noviembre de 1993 a julio de 1994. ¿Qué compromisos había apuntado Jo en ese mes? ¿Qué excusas para salir de Derry? Y después de hablar con Ward, llamaría a Bonnie Amudson, la amiga de Jo, y le preguntaría en qué había estado metida Jo durante el último verano de su vida.
"Déjala descansar en paz, ¿quieres? -dijo la voz sobrenatural-. ¿Qué ganarás si no lo haces? Piensa que quizá haya sentido un súbito impulso de venir al TR después de una de sus reuniones, que aquí encontró a un viejo amigo y que lo trajo a casa a cenar. Sólo a cenar."
"¿Y no me lo contó? -le pregunté a la voz mientras me enjuagaba la boca-. ¿No me dijo una palabra al respecto?"
"¿Cómo sabes que no lo hizo?", respondió. Esta vez me quedé paralizado cuando me disponía a guardar el cepillo de dientes en el armario de baño. La voz sobrenatural tenía razón. En julio de 1994 yo había estado totalmente abstraído en Descenso desde la cima. Jo habría podido contarme que había visto a Lon Chaney junior bailando con la reina, interpretando Un hombre lobo 246
en Londres, y yo le habría respondido "¿Sí?, qué bien, cariño", sin apartar la vista de mi novela. . .
-Y una mierda -le dije a mi imagen en el espejo-. Eso es mentira.
Pero no lo era. Cuando estaba enfrascado en mi trabajo, me olvidaba del mundo. Ni siquiera leía el periódico y si lo hacía era para echar un rápido vistazo a la sección de deportes. Así que era posible que Jo me hubiera contado que había pasado por el TR después de una reunión en Lewiston o en Freeport, era posible que me hubiera contado que se había encontrado con un amigo -tal vez un compañero del curso de fotografía al que había asistido en Bates en 1991- y era posible que me hubiera dicho que habían cenado en la terraza, acaso unas setas que ella había recogido en el camino, mientras se ponía el sol. Era posible que me hubiera dicho estas cosas y que yo no hubiera escuchado una sola palabra.
¿Y creía que iba a sonsacarle algo en lo que pudiera creer a Bonnie Amudson? Ella era amiga de Jo, no mía, y seguramente Bonnie pensaría que los secretos que mi mujer le había contado no habían prescrito.
La conclusión era tan sencilla como brutal: Jo llevaba cuatro años muerta. Era mejor amarla y olvidar todas las dudas preocupantes. Cogí una bocanada de agua directamente del grifo, me enjuagué la boca y escupí.
Cuando volví a la cocina para programar la cafetera para las siete de la mañana, vi un nuevo mensaje en un nuevo círculo de imanes. Decía:
mentiroso de las rosas azules ja ja
Lo miré durante unos segundos, preguntándome quién lo había puesto ahí y por qué.
Preguntándome si era real.
Esparcí una vez más las letras por toda la puerta del frigorífico. Luego me fui a la cama.
CAP ZT UIs o 13
uando tenía ocho años estuve muy enfermo de sarampión. "Pensé que ibas a morir", me dijo una vez mi padre, que no era un hombre acostumbrado a exagerar. Me contó que una no che él y mi madre me habían metido en la bañera llena de agua fría, temiendo que el drástico cambio de temperatura me produjera un paro cardíaco pero también convencidos de que la fiebre me consumiría ante sus propios ojos si no hacían algo para impedirlo. Yo había empezado a hablar en voz muy alta y monocorde sobre las figuras brillantes que veía en la habitación -mi aterrorizada madre estaba segura de que se trataba de ángeles que habían bajado a buscarme- y la última vez que mi padre me había tomado la temperatura, antes del baño frío, el mercurio del viejo termómetro pasaba de los cuarenta y un grados. Me contó que después de eso no se atrevía a volver a tomármela.
No recuerdo ninguna figura brillante, pero sí un extraño período de tiempo en el que creí estar en el Corredor de las Sorpresas de un parque de diversiones, donde emitían varias películas a la vez. El mundo se había vuelto elástico, formando ondulaciones en lugares donde antes no las había, temblando en sitios que siempre habían sido sólidos. Las personas que me rodeaban -casi to
das increíblemente altas- entraban y salían de mi habitación con piernas de caricaturas, con forma de tijeras. Sus palabras retumbaban, producían ecos instantáneos. Alguien agitaba un par de zapatos de bebé delante de mi cara. Me pareció recordar a mi hermano, Siddy, metiéndose la mano debajo de la camisa y haciendo ruidos parecidos a pedos. La continuidad se rompió. Todo parecía segmentado: las imágenes eran como extrañas salchichas atadas entre sí con una cuerda podrida.
En los años transcurridos entre entonces y el verano en que regresé a Sara Risa, tuve enfermedades, infecciones y achaques normales, pero nada semejante a aquel acceso febril de mis ocho años. Tampoco esperé tenerlo, pues supongo que estaba convencido de que esas experiencias son exclusivas de los niños, los enfermos de paludismo o tal vez de las personas que pierden el juicio. Pero durante la noche del 7 de julio y la mañana del 8, viví algo asombrosamente parecido a aquel delirio infantil. Soñaba, me despertaba, me movía; todo a la vez. Lo describiré lo mejor que pueda, pero nada de lo que diga podrá expresar el carácter insólito de esa experiencia. Fue como encontrar un pasadizo secreto al otro lado de la pared del mundo y avanzar a gatas por él.
Primero había música. No era dixieland, porque no había instrumentos de viento, pero se parecía mucho. Una clase de primitivo, ensordecedor bebop. Tres o cuatro guitarras acústicas, una armónica y un contrabajo, o quizá dos. Detrás de todo esto, se oía un vigoroso y alegre tamborileo que no parecía proceder de un tambor; sonaba como si alguien con mucho talento para la percusión golpeara unas cajas. Luego se sumó una voz de mujer: una voz aguda de tenor, no del todo varonil, que se quebraba en las notas más altas y reía. Era una risa jovial, apremiante y ominiosa, todo a la vez, y supe de inmediato que estaba escuchando a Sara Tidwell, aunque ella no había grabado un solo disco en toda su vida.
Ahora volvemos a MANderley Vamos a bailar en la PLAYAderley Voy a cantar con mi BANDAderley 250
Bailaremos hasta el ALBAderley Baila conmigo, cielo, yeah!
Los contrabajos -sí, había dos- atacaron una melodía típica de los bailes de los graneros, como la versión de Elvis de Baby Let's Play House, y siguió un solo: Son Tidwell rasgando su primitiva guitarra.
Unas luces destellaban en la oscuridad y pensé en otra voz femenina de los años cincuenta, la de Claudine Clark: "Veo las luces de la fiesta... rojas, azules y verdes..." Y allí estaban, faro lillos colgando de los árboles por encima de los peldaños hechos con traviesas de ferrocarril que conducían de la casa al lago. Luces de fiesta que proyectaban místicos círculos resplandecientes en la oscuridad: rojos, azules y verdes.
A mi espalda, Sara cantaba el estribillo de su canción de Manderley -a mamá le gusta el alboroto, a mamá le gusta la diversión, a mamá le gustan las parrandas con pasión- pero el sonido se des vanecía. El sonido sugería que Sara y los Red-Top Boys tocaban en el sendero particular de la casa, aproximadamente en el mismo sitio donde George Footman había aparcado cuando había llegado con la citación. Yo bajaba hacia el lago cruzando los círculos luminosos y pasaba entre los farolillos rodeados de mariposas nocturnas de alas suaves. Una se había metido dentro de un farolillo y proyectaba una sombra monstruosa en el papel acanalado, parecida a la de un murciélago. Las macetas que Jo había puesto a ambos lados de la escalera estaban llenas de rosas que a la luz de los farolillos parecían azules. Ahora la música de la banda no era más que un rumor lejano; oía a Sara cantando a voz en cuello, riendo mientras lo hacía, como si su canción fuera lo más gracioso que había oído en su vida, pero yo ya no alcanzaba a distinguir las palabras. Las tapaba el chapoteo del agua contra las rocas al pie de la escalera, el sonido sordo de latas que golpeaban contra la plataforma flotante, y el canto de un somorgujo que emergía de la oscuridad. Había alguien en la Calle, a mi derecha, junto a la orilla del río. No alcanzaba a ver su cara, pero sí la chaqueta marrón y la camiseta que llevaba debajo. Las solapas tapaban algunas letras de la inscripción, hacía que se veía así:
De todos modos supe lo que decía -en los sueños uno casi siempre lo sabe todo, ¿no?-: RECUENTO DE ESPERMA NORMAL, un chiste típico del Village Cafe.
Yo soñaba todo esto en el dormitorio del ala norte, y desperté el tiempo suficiente para saber que soñaba... aunque fue como despertar en otro sueño, porque la campanilla de Bunter sonaba insistentemente y había alguien en el pasillo. ¿El señor Recuento de Esperma Normal? No; no era él. La sombra que se proyectaba sobre la puerta no pertenecía a un ser humano. Estaba encorvada y los brazos no se veían. Me senté al oír el tintineo metálico de la campana, apretando un extremo de la sábana contra mi vientre desnudo, convencido de que allí fuera estaba la criatura amortajada, que había escapado de la tumba para atraparme.
-¡No, por favor! -dije con voz ronca y temblorosa-. ¡No, por favor, no!
La sombra de la puerta levantó las manos. "¡No es nada más que un baile en un granero, cielo! -cantó la voz risueña y furiosa de Sara Tidwell-. ¡Nada más que girar y girar!"
Volví a tumbarme y me cubrí la cara con la sábana, en un acto infantil de negación... Y otra vez estaba en nuestra pequeña playa del lago, en calzoncillos. Con el agua hasta los tobillos, un agua cálida como suele estar la del lago a mediados del verano. Mi sombra se proyectaba hacia ambos lados; en una dirección, arrojada por la pequeña luna que se deslizaba muy cerca del agua; en otra, por el farolillo en cuyo interior había una mariposa. El hombre que antes estaba en el camino había desaparecido, pero había dejado en su sitio un búho de plástico. El pájaro me miraba con sus ojos inmóviles, ribeteados de oro.
-¡Eh, irlandés!
Miré hacia la plataforma flotante. Jo estaba allí. Sin duda acababa de salir del agua, porque todavía estaba chorreando y tenía el pelo adherido a las mejillas. Llevaba el mismo biquini que en la fotografía que había encontrado: gris con ribetes rojos.
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-Ha pasado mucho tiempo, irlandés. ¿Qué dices?
-¿Qué digo de qué? -respondí aunque sabía a qué se refería. -¡De esto!
Se puso las manos sobre los pechos y apretó. El agua corrió entre sus dedos y goteó sobre sus nudillos.
-Vamos, irlandés -dijo desde un lado y por encima de mí-. Venga, cabrón, vámonos.
Sentí que se desnudaba bajo la sábana, arrancándola con facilidad de mis dedos entumecidos. Cuando encontré la grieta aterciopelada y comencé a acariciarla y abrirla, ella empezó a frotarme la parte posterior del cuello con los dedos.
Tú no eres Jo. ¿Quién eres? -pregunté.
Pero allí no había nadie para responder. Yo estaba en el bosque. Estaba oscuro y los somorgujos cantaban en el lago. Yo caminaba por el sendero hacia el estudio de jo. No era un sueño. Sentía el aire fresco en mi piel y, de vez en cuando, una piedra que me arañaba la planta desnuda del pie o el talón. Un mosquito zumbó en mi oído y lo espanté. Yo llevaba unos pantalones cortos que a cada paso ceñían una impresionante y palpitante erección.
-¿Qué demonios es esto? -pregunté cuando el pequeño estudio dejo, cubierto con paneles de madera, apareció en la oscuridad. Miré atrás y vi a Sara en la colina; no a la mujer, sino a la casa, un enorme pabellón que se alzaba sobre el lago en la oscuridad. ¿Qué me está pasando?
-Todo va bien, Mike -dijo jo.
Ella estaba de pie en la plataforma flotante, mirándome mientras yo nadaba a su encuentro. Puso las manos detrás del cuello, como una modelo de calendario, irguiendo los pechos en el sos tén mojado del biquini. Igual que en la fotografía, vi sus pezones erectos bajo la tela. Yo nadaba en calzoncillos, y con la misma erección enorme.
-Todo va bien, Mike -dijo Mattie en el dormitorio del ala norte, y yo abrí los ojos.
Estaba sentada junto a mí en la cama, tersa y desnuda bajo el tenue resplandor de la luz nocturna. Tenía el pelo suelto sobre los hombros. Sus pechos eran minúsculos, del tamaño de tazas de té, 253
pero los pezones eran grandes y estaban erectos. Entre las piernas, donde aún seguía mi mano, había una fina mata de pelo rubio, suave como una pluma. Su cuerpo estaba envuelto en sombras, como alas de mariposas nocturnas, como pétalos de rosa. Sentada allí, tenía un atractivo irresistible; era como el premio que uno sabía que nunca ganaría en la galería de tiro de una feria de atracciones o en la caseta de la feria del condado donde se ensartaban los aros. El premio que ponen en el estante más alto. Metió la mano bajo la sábana y cerró los dedos sobre la tela tirante de mis calzoncillos.
"Todo va bien, esto no es nada más que girar y girar", dijo la voz sobrenatural mientras yo subía los peldaños hacia el estudio de mi esposa. Me detuve, busqué la llave debajo del felpudo y la recogí.
Subí por la escalera a la plataforma flotante, mojado y chorreando agua, precedido por mi pene erecto; me pregunto si hay algo tan involuntariamente cómico como un hombre en estado de excitación sexual. Jo estaba en la tabla con el bañador húmedo. Tiré de Mattie para que se metiera en la cama conmigo. Abrí la puerta del estudio de Jo. Todas estas cosas sucedían simultáneamente, entrelazándose como las distintas tiras de una soga o un cinturón exóticos. La parte que más se parecía a un sueño era aquella en la que salía jo; la que menos, la escena del estudio, donde yo cruzaba la estancia y miraba mi vieja IBM verde. La de Mattie en el dormitorio del ala norte era algo intermedio.
En la plataforma flotante, Jo decía: "Haz lo que quieras." En el dormitorio del ala norte, Mattie decía: "Haz lo que quieras." En el estudio, nadie necesitaba decirme nada. Allí yo sabía exactamente lo que quería.
En la plataforma, bajé la cabeza, puse la boca sobre uno de los pechos de Jo y chupé el pezón cubierto con la tela. Sentí el sabor a la tela húmeda y al lago. Ella buscó mi sexo, pero yo le aparté la mano. Si me tocaba, me correría de inmediato. Chupé, bebiendo gotas de agua algodonosa, palpando a tientas, acariciándole primero las nalgas y arrancándole luego las bragas del biquini. Ella cayó de rodillas y yo también. Por fin me quité los calzoncillos húmedos y los arrojé sobre el biquini. Nos miramos; yo desnudo, ella casi.
j-¿Quién era el hombre que estaba contigo en el partido? -dije adeando-. ¿Quién era, Jo?
-Nadie en particular, irlandés. Sólo otro saco de huesos. Ella rió; luego se sentó sobre sus talones y me miró fijamente. Su ombligo era una minúscula taza negra. Su postura se parecía a la de una serpiente y era misteriosamente atractiva.
-Allí abajo todo es muerte -dijo y me puso las manos frías, blancas y arrugadas en las mejillas.
Me giró la cabeza y luego me la inclinó para que mirara al lago. Bajo el agua, flotaban cuerpos en descomposición, atraídos por una corriente profunda. Sus ojos húmedos miraban con fije za. Las narices eran boquetes, carcomidos por los peces, las lenguas colgaban entre los labios blancos como algas. Algunos de los muertos arrastraban consigo entrañas que parecían medusas; otros eran poco más que huesos. Sin embargo, ni siquiera la visión de este tétrico desfile flotante me distrajo de lo que quería. Liberé la cabeza de sus manos, la empujé sobre las tablas de la plataforma y finalmente enfrié esa parte de mí tan dura y pendenciera, enterrándola profundamente. Los ojos plateados por la luz de la luna me miraron, me atravesaron, y noté que una pupila era más grande quela otra. Ése era el aspecto que habían tenido sus ojos cuando yo la había identificado en un monitor de televisión en el depósito de cadáveres de Derry. Estaba muerta. Mi mujer estaba muerta y yo me follaba su cadáver, pero ni siquiera esa certeza me detuvo.
-¿Quién era él? -le grité cubriendo su cuerpo frío, tendido sobre las tablas húmedas-. ¿Quién era él, Jo? ¡Por el amor de Dios, dime quién era!
En el dormitorio del ala norte tiré de Mattie para que se pusiera encima de mí, recreándome en el contacto de sus tetas pequeñas contra mi pecho y en el de las piernas que me envolvían. Luego la hice rodar hasta el borde de la cama. Sentí que su mano buscaba mi sexo y la aparté; si me tocaba allí, me correría de inmediato.
-Abre las piernas, pronto -dije, y ella obedeció.
Cerré los ojos para que ninguna percepción sensorial interfiriera con lo que estaba haciendo. Me adelanté, y luego me detu 255
ve. Ajusté la posición, conduciendo mi pene erecto con la mano, luego balanceé las caderas y la penetré como un dedo en un guante forrado de seda. Ella me miró con los ojos desmesuradamente abiertos, puso una mano en mi mejilla y me giró la cabeza.
-Allí fuera todo es muerte -dijo como si explicara lo evidente. Por la ventana vi la Quinta Avenida entre las calles Cincuenta y Sesenta: todas las tiendas elegantes, Bijan, Bally, Tiffany, Bergdorf's y Steuben Glass. Y ahí estaba Harold Oblowski, caminando hacia el norte y balanceando su maletín de cuero de cerdo (el que Jo y yo le habíamos regalado en Navidad el año antes de que ella muriera). Junto a él, llevando un bolso de Barnes and Noble cogido de la manija, iba la bella y voluptuosa Nola, su secretaria. Pero su voluptuosidad había desaparecido. Ahora era un esqueleto sonriente con las mandíbulas amarillas, vestida con un traje de Donna Karan y zapatos de piel de cocodrilo; en lugar de dedos, unos huesos finos y retorcidos cogían las asas del bolso. Los dientes de Harold sobresalían en su característica sonrisa de agente literario, que ahora rayaba en la obscenidad. Su traje favorito de Paul Stuart, gris con chaqueta cruzada, se agitaba sobre su cuerpo como la vela de un barco movida por una brisa fresca. Alrededor de ellos, a ambos lados de la calle, caminaban los muertos vivientes; mamás momias llevando cadáveres de niños cogidos de la mano o empujándolos en sillitas caras, porteros zombis, muertos resucitados deslizándose en monopatín. Un negro alto, con los últimos jirones de carne colgándole de la cara como piel de venado curtida, paseaba al esqueleto de su perro lobo. Los taxistas se pudrían al ritmo de la música rag. Las caras que miraban desde los autobuses eran calaveras y todas lucían su particular versión de la sonrisa de Harold: "Eh, ¿cómo estás, cómo está tu mujer, cómo están tus hijos, has escrito una buena novela últimamente?" La carne de los vendedores de cacahuetes estaba corrompida. Sin embargo, nada de esto me amilanaba. Yo ardía. Deslicé las manos bajo sus nalgas, las levanté, cogí la sábana con los dientes (y no me sorprendió ver que tenía un estampado de rosas azules) soltándola del colchón; todo para evitar morderla en el cuello, los hombros, los pechos, cualquier sitio donde pudieran llegar mis dientes.
-¡Dime quién era! -le grité. -¡Lo sabes! ¡Sé que lo sabes! -Mi voz sonaba tan amortiguada por la sábana que tenía en la boca, que dudaba que alguien aparte de mí entendiera lo que decía-. ¡Dímelo, puta! .
Yo estaba en la oscuridad, en el camino entre el estudio de Jo y la casa, con la máquina de escribir en las manos y la exagerada erección onírica temblando bajo el trasto de metal; tanto deseo y ningún solaz. Salvo, quizá, la brisa de la noche. Entonces advertí que ya no estaba solo. La criatura amortajada me seguía, atraída como las mariposas nocturnas por las luces de la fiesta. Reía; una risa insolente y ronca que sólo podía pertenecer a una mujer. No vi la mano que se deslizó por mi cadera para cogerme -la máquina de escribir me lo impidió-, pero no necesitaba verla para saber que era morena. Apretó, palpó lentamente, serpeando con los dedos.
-¿Qué quieres saber, cielo? -preguntó a mi espalda. Todavía risueña, todavía provocadora-. ¿De verdad quieres saberlo todo? ¿Quieres saber o quieres sentir?
-¡Me estás matando! -grité.
La máquina de escribir -unos quince kilos de IBM Selectricse sacudía en mis brazos. Mis músculos vibraban como las cuerdas de una guitarra.
-¿Quieres saber quién era ese hombre malo, cielo? -¡Tócame, puta! -grité.
Ella rió otra vez -con esa risa ronca que era casi una tos- y apretó allí donde más me gustaba que apretara.
-Ahora quédate quieto -dijo-. Quédate quieto, niño bonito, a menos que quieras que te arranque esto de...
No oí el resto porque el mundo entero estalló en un orgasmo tan fuerte, tan intenso, que pensé que iba a desgarrarme. Eché la cabeza atrás como un ahorcado y eyaculé mirando a las estrellas. Grité -tenía que hacerlo- y en el lago dos somorgujos respondieron con sus propios gritos.
Al mismo tiempo estaba en la plataforma flotante. Jo se había ido, pero yo oía el sonido lejano de la banda; Sara, Sonny y los Red-Top Boys cantaban el Rag de la montaña negra. Me senté, mareado y agotado, vacío después de la eyaculación. No veía el 257
camino que conducía a la casa, pero vislumbraba su curso zigzagueante gracias a la luz de los farolillos. Junto a mí estaba el bulto húmedo de mis calzoncillos. Los cogí y comencé a ponérmelos, sólo porque no quería nadar hasta la orilla con ellos en la mano. Me detuve cuando los tenía por las rodillas y me miré los dedos cubiertos de carne putrefacta. Por debajo de las uñas asomaban pelos arrancados. Pelos de cadáveres.
-Dios -gemí.
Las fuerzas me abandonaron y caí sobre algo húmedo. Estaba en el dormitorio del ala norte. Había aterrizado sobre algo caliente y al principio pensé que era semen. Sin embargo, el sua ve resplandor de la noche mostraba una sustancia más oscura. Mattie se había ido y la cama estaba cubierta de sangre. En medio de aquel charco había algo que al principio tomé por una masa de carne o por un trozo de órgano. Miré mejor y vi que era un animal de peluche, un objeto cubierto de piel negra y moteado de rojo por la sangre. Yo estaba tendido de lado mirándolo; quería saltar de la camá y huir de la habitación, pero era incapaz de hacerlo. Mis músculos estaban agarrotados. ¿Con quién había follado en esa cama? ¿Y qué le había hecho a esa mujer? ¿Qué, por el amor de Dios?
-No creo en esas mentiras -me oí decir como si se tratara de un conjuro, y una bofetada volvió a convertirme en uno.
No es exactamente así como sucedió, pero es la descripción más aproximada. Había tres versiones de mí -una en la plataforma flotante, otra en el dormitorio del ala norte, otra en el sende ro- y cada una sintió esa violenta bofetada, como si el viento se hubiera convertido en un puño. La oscuridad se precipitó y en ella se oyó el tintineo de la campanilla de Bunter. Luego el sonido se desvaneció y yo me desvanecí con él. Durante unos breves instantes, no estuve en ninguna parte.
Desperté al despreocupado piar de los pájaros característico de las vacaciones de verano y a esa peculiar penumbra roja que significa que el sol brilla a través de tus párpados cerrados. Tenía el cuello rígido, la cabeza ladeada en un ángulo extraño y las pier
ras incómodamente flexionadas bajo mi cuerpo. Tenía mucho calor. Levanté la cabeza dando un respingo, consciente incluso mientras abría los ojos de que ya no estaba en la cama, ni en la plataforma flotante, ni en el camino entre la casa y el estudio. Bajo mis pies estaba la madera del suelo, dura e inflexible.
La luz era deslumbrante. Cerré los ojos otra vez y gemí como si tuviera resaca. Volví a abrirlos detrás de las manos ahuecadas, les di tiempo para que se adaptaran y retiré las manos con caute la, me senté del todo y miré alrededor. Estaba en el pasillo de la planta alta, tendido bajo el radiador roto del aire acondicionado. La nota de la señora Meserve todavía colgaba de él. En el suelo, junto a la puerta de mi estudio, estaba la IBM verde con un folio en el carro. Me miré los pies y vi que estaban sucios. Tenía agujas de pino adheridas a las plantas y un arañazo en un dedo. Me puse en pie, me tambaleé ligeramente (la pierna derecha se me había dormido), luego me apoyé con una mano contra la pared y recuperé el equilibrio. Bajé la vista y observé mi cuerpo. Llevaba los calzoncillos con los que me había acostado y en ellos no había rastros de ningún accidente. Tiré de la cinturilla y miré dentro. Mi polla tenía el aspecto de costumbre: pequeña y blanda, acurrucada y dormida bajo una mata de pelo. Si esa noche había vivido una aventura, ya no quedaban señales de ella.
-No cabe duda de que me pareció una aventura -gruñí. Me sequé el sudor de la frente con el brazo. Hacía un calor sofocante-. Aunque no la clase de aventura que publican en The Hardy Boys.
Entonces me acordé de la sábana empapada en sangre de la habitación del ala norte y del animal de peluche tendido de lado en el centro de ella. No fue un recuerdo reconfortante, esa sen sación de gracias-a-Dios-que-ha-sido-sólo-un-sueño que te embarga después de una pesadilla particularmente desagradable. Parecía tan real como cualquiera de las experiencias que había vivido durante el delirio febril del sarampión... y aquellas experiencias habían sido reales, aunque distorsionadas por mi cerebro recalentado.
Caminé con paso tambaleante hacia las escaleras y bajé cojeando por ellas, cogiéndome con fuerza de la barandilla por si mi 259
pierna dormida flaqueaba. Al llegar abajo, miré el salón como si lo viera por primera vez y luego continué cojeando por el pasillo del ala norte.
La puerta del dormitorio estaba entreabierta y por un instante no me atreví a abrirla del todo y a entrar. Estaba aterrorizado y mi mente trataba de reproducir un viejo episodio de Alfred Hitch cock presenta sobre un hombre que estrangula a su mujer durante un delirio alcohólico. Se pasa media hora buscándola y finalmente la encuentra en la despensa, hinchada y con los ojos abiertos. Kyra Devore era la única criatura con edad para tener animales de peluche que yo había conocido en los últimos tiempos, pero ella dormía plácidamente bajo su edredón con dibujos de coles cuando yo había dejado a su madre para volver a casa. Era absurdo pensar que había regresado a Wasp Hill Road, quizá en calzoncillos, y que había...
"¿Qué? ¿Violado a la mujer? ¿Llevado a la niña a mi casa? ¿Mientras dormía? Cogí la máquina de escribir en sueños, ¿no? Está en la planta alta, en el maldito pasillo."
"Pero hay una gran diferencia entre recorrer treinta metros por el bosque y siete kilómetros por la carretera hasta..."
No estaba dispuesto a quedarme ahí escuchando las voces que discutían en mi cabeza. Si no estaba loco -y no creía estarlo-, esas estúpidas y pendencieras voces me conducirían a la locura, y por la vía más rápida. Empujé la puerta del dormitorio. Por un instante vi de verdad una mancha de sangre con forma de pulpo en la sábana; tan intenso y real era mi terror. Luego cerré los ojos con fuerza, los abrí y volví a mirar. Las sábanas estaban arrugadas y la mayor parte de la inferior separada del colchón. Vi el raso guateado de la funda del colchón. Una almohada estaba junto al borde de la cama, la otra aplastada a los pies. La alfombra -tejida por Jo- estaba torcida, y mi vaso de agua se había volcado sobre la mesilla de noche. El dormitorio parecía el escenario de una pelea o de una orgía, pero no de un asesinato. No había rastros de sangre ni de un animalillo de peluche con la piel negra. Me arrodillé y miré bajo la cama. Allí no había nada; gracias a Brenda Meserve, ni siquiera pelusas. Volví a mirar la sábana bajera, primero pasé la mano sobre su ondulada topografía, luego la estiré y encajé las z6o esquinas elásticas en el colchón. Esas sábanas son un invento maravilloso; si la Medalla de la Libertad la concedieran las mujeres en lugar de un grupo de políticos blancos que jamás han hecho una cama o lavado la ropa, es indudable que el tipo que inventó las sábanas ajustables ya habría obtenido ese trozo de lata. En una ceremonia celebrada en un jardín de rosales.
Ahora que la sábana estaba perfectamente lisa, volví a mirar. No había sangre; ni una gota. Tampoco había ninguna mancha de semen seco. De hecho, no esperaba ver lo primero (o eso me decía ahora), pero ¿y lo segundo? Como mínimo, había tenido el sueño obsceno más creativo del mundo, un tríptico en el que me había tirado a dos mujeres y una tercera me había hecho una paja, todo al mismo tiempo. Hasta me parecía que tenía la sensación característica de la mañana después, aquella que se experimenta cuando la noche anterior se ha practicado una actividad sexual desenfrenada. Pero si había habido fuegos artificiales, ¿dónde estaba la pólvora quemada?
-Seguramente en el estudio de Jo -dije a la habitación vacía y soleada-. 0 en el camino entre aquí y allí. Alégrate de no haberla dejado en Mattie Devore, amigo. Lo último que necesitas es una aventura con una viuda postadolescente.
Una parte de mí discrepaba; una parte de mí pensaba que Mattie Devore era exactamente lo que yo necesitaba. Pero la noche anterior no me había acostado con ella, como tampoco me había acostado con mi esposa muerta en la plataforma flotante, ni Sara Tidwell me había hecho una paja. Una vez hube comprobado que tampoco había asesinado a una niña preciosa, volví a pensar en la máquina de escribir. ¿Por qué la había cogido? ¿Por qué me había molestado en hacerlo?
Qué pregunta más tonta, hombre. Era posible que mi mujer me hubiera ocultado cosas, incluso que hubiera tenido un amante; era posible que hubiera fantasmas en la casa; de hecho, era posible que un viejo rico que vivía a setecientos metros al sur quisiera meterme un palo en el culo y luego romperlo; era posible que hubiera algunos juguetes en mi humilde desván. Pero mientras estaba allí, bajo un brillante haz de luz solar, mirando mi sombra en la pa z61
red del fondo, sólo un pensamiento parecía importante: yo había ido hasta el estudio de mi esposa y cogido mi vieja máquina de escribir, y sólo había una razón para hacer algo semejante.
Entré en el cuarto de baño decidido a librarme del sudor del cuerpo y de la suciedad de los pies antes de hacer cualquier otra cosa. Estiré el brazo para coger el mango de la ducha, pero me detuve en seco. La bañera estaba llena de agua. 0 bien yo la había llenado durante mi episodio de sonambulismo... o lo había hecho otra persona. Cuando me disponía a quitarle el tapón, me detuve otra vez, recordando el momento en que estaba en el arcén de la carretera 68 y mi boca se había llenado de agua fría. Advertí que esperaba que ocurriera otra vez. Cuando no fue así, retiré el tapón de la bañera para vaciarla y abrí el grifo de la ducha.
Podría haber llevado la Selectric a la planta baja, tal vez incluso sacarla a la terraza donde soplaba una pequeña brisa procedente del lago, pero no lo hice. La había llevado en sueños hasta la puerta de mi estudio, y allí sería donde iba a trabajar... si es que podía trabajar. Trabajaría allí aunque la temperatura subiera a 48 grados, cosa que bien podía pasar a las tres de la tarde.
El papel que estaba en la máquina era la vieja copia rosada de una factura de Click, la tienda de fotografía de Castle Rock donde Jo solía comprar cuando estábamos en el lago. Yo la había pues to de tal modo que el dorso quedara bajo la bola de caracteres Courier. En ella había mecanografiado los nombres de mi pequeño harén, como si me hubiera esforzado por dejar constancia de mi sueño trifacético al mismo tiempo que ocurría:
Jo Sara Mattie Jo Sara Mattie Mattie Mattie Sara Sara Jo Johanna Sara Jo MattieSaraJo.
Debajo, en minúsculas se leía:
recuento de esperma normal recuento de esperma normal todo bien 261,
Abrí la puerta del estudio, entré con la máquina de escribir y la puse en el sitio que había ocupado antes, debajo del cartel de Richard Nixon. Saqué la factura rosa de la máquina y la arrojé a la papelera. Enchufé la Selectric en la toma de electricidad que estaba junto al zócalo. El corazón me latía con fuerza y aprisa, igual que cuando tenía trece años y subía por la escalera del trampolín más alto de la piscina. A los doce años había subido por esa escalera tres veces y las tres veces había vuelto a bajar; pero cuando cumplí los trece decidí que no podía seguir siendo un gallina... tenía que hacerlo.
Me pareció recordar que había visto un ventilador en un rincón del armario, detrás de la caja con la etiqueta de APARATOS. Me dirigí hacia allí, pero luego volví sobre mis pasos y emití una ri sita ronca. Había tenido momentos de confianza antes, ¿no? Sí. Y luego había sentido un silicio de hierro alrededor de mi pecho. Sería una tontería sacar el ventilador y luego descubrir que no tenía nada que hacer en esa habitación.
-Traquilízate -dije-, tranquilízate. -Pero no podía; igual que el niño de hombros estrechos vestido con un ridículo bañador púrpura no había podido tranquilizarse mientras se acercaba al borde del trampolín, con el agua tan verde abajo y las caras alzadas de las niñas y los niños que estaban en la piscina tan, tan pequeñas.
Me incliné hacia uno de los cajones de la derecha del escritorio y tiré con tanta fuerza que se salió de las guías y cayó al suelo. Retiré los pies descalzos justo a tiempo y solté una carcajada estentórea pero desprovista de humor. En el cajón había un paquete de folios. Los bordes tenían el aspecto seco y arrugado del papel que no ha sido usado durante mucho tiempo. En cuanto lo vi recordé que había llevado mis propios folios y que éstos estaban mucho más nuevos. Dejé el paquete donde estaba y volví a introducir el cajón en su hueco. Tuve que hacer varias intentonas para colocarlo sobre las guías, porque me temblaban las manos. Por fin me senté en la silla del escritorio, oyendo los viejos crujidos cuando apoyé mi peso en ella y el mismo chirrido de latas cuando la empujé hacia adelante y metí las piernas en el hueco del escritorio. Miré el teclado, sudando, recordando aún el trampo 263
lín más alto de la piscina, su inestabilidad bajo mis pies descalzos mientras lo recorría, las voces que parecían retumbar abajo, el olor a cloro y el borboteo regular de los renovadores de aire: fungfung-fung, como si el agua tuviera su propio y secreto corazón. Yo me había detenido junto al borde del trampolín preguntándome (¡y no por primera vez!) si uno podía quedarse paralizado por caer mal en el agua. Probablemente no, pero era posible que muriera del susto. Había oído casos así en Riplay, Believe It or Not, que entre la edad de ocho y catorce años me había servido como ciencia.
" ¡Adelante! -gritó la voz de Jo. Mi versión de su voz era casi siempre serena y mesurada, pero en esta ocasión era aguda y estridente-. ¡Déjate de titubeos y empieza!"
Busqué el interruptor de la IBM y recordé el día en que había descargado el Word 6 en la papelera del portátil. "Adiós, viejo amigo", había pensado.
-Por favor, que esto funcione -dije-. Por favor.
Pulsé el interruptor y la máquina se encendió. La bola Courier hizo un giro preliminar, como una bailarina de ballet que aguarda detrás de bambalinas el momento de salir a escena. Cogí un folio, vi las manchas de sudor que mis dedos dejaban en él, pero no me importó. Lo inserté en el rodillo, centré el carro y escribíCapítulo Uno y esperé a que se desatara la tormenta.
264
CAP ZT UIo o 14
El timbre del teléfono -o más precisamente, la forma en que reaccioné al timbre del teléfono- me resultó tan familiar como los crujidos de la silla o el zumbido de la vieja Selectric IBM. Tuve la impresión de que al principio era lejano y luego se acercaba como el pitido de un tren que se aproxima a un cruce. No había supletorios ni en mi estudio ni en el de jo; el teléfono de la planta alta, un modelo viejo con disco para marcar, estaba sobre una mesita en el pasillo situado entre las dos estancias, al que Jo solía llamar "territorio neutral". Allí la temperatura debía de ser de por lo menos treinta y dos grados, pero el aire me pareció fresco comparado con el de mi estudio. Estaba tan empapado en sudor que parecía una versión ligeramente barriguda de los tipos musculosos que a veces veía en el gimnasio.
-¿Diga?
-¿Mike? ¿Te he despertado? ¿Dormías?
Era Mattie, pero una Mattie diferente de la de la noche pasada. Ésta no parecía asustada ni tímida, sino inmensamente feliz. Sin duda era la Mattie que había enamorado a Lance Devore. -No dormía -dije-. Escribía. -¡Venga! Creí que te habías retirado.
265
-Yo también lo creía -dije- pero puede que me haya precipitado en mis conclusiones. ¿Qué pasa? Pareces contentísima. -Acabo de hablar por teléfono con John Storrow...
¿De veras? ¿Cuánto tiempo llevaba en la planta alta? Miré mi muñeca y no vi nada más que un círculo pálido. Eran varias pecas y media y piel en punto, como solíamos decir cuando éramos niños; mi reloj de pulsera estaba en la habitación del ala norte, probablemente en medio del charco de agua del vaso que había volcado sobre la mesilla.
-... su edad, y que puede citar al otro hijo.
-Guau -dije-. Me he perdido. Empieza otra vez y ve más despacio.
Lo hizo, no tardó mucho en resumir las noticias: Storrow llegaría por la mañana. Su avión aterrizaría en County Airport y él se alojaría en el hotel Lookout Rock de Castle View. Los dos pasarían la mayor parte del viernes discutiendo el caso.
-Ah, y ha encontrado un abogado para ti -dijo-. Para que te acompañe a declarar. Creo que es de Lewinston.
Todo parecía marchar sobre ruedas, pero lo más importante era que Mattie había recuperado las ganas de luchar. Hasta esa mañana (si es que todavía era la mañana, pues la luz que entraba por la ventana situada encima del radiador averiado de aire acondicionado sugería que, si lo era, no duraría mucho más) yo no me había dado cuenta de lo triste que había estado la joven del vestido rojo y las inmaculadas zapatillas blancas. No había reparado en lo convencida que estaba de que iba a perder a su hija.
-Estupendo. Me alegro mucho, Mattie.
-Y todo gracias a ti. Si estuvieras a mi lado en este momento, te daría el beso más grande de tu vida.
-Te ha dicho que tienes posibilidades de ganar, ¿no? -Sí.
-Y tú le has creído.
-¡Sí! -Luego bajó un poco la voz-. Aunque no pareció muy contento cuando le conté que anoche te había invitado a cenar. -Claro -dije-. Me lo imaginaba.
-Le dije que habíamos comido en el jardín, y él me respon 266
dió que bastaba con que hubiéramos estado en la caravana sesenta segundos para que empezaran los cotilleos.
-Yo diría que tiene una opinión insultantemente pobre de los encantadores yanquis dije-, pero es lógico; él es de Nueva York. Mattie rió más de lo que mi pequeño chiste merecía. ¿Era porque sentía un alivio semihistérico ahora que tenía un par de protectores? ¿0 porque en esos momentos el sexo era un tema delicado para ella? Mejor no especular.
-No me riñó mucho al respecto, pero dejó claro que se enfadaría si volvíamos a hacerlo. Sin embargo, cuando todo este asunto termine te prepararé una comida de verdad. Habrá todo lo que te guste y como te guste.
"Habrá todo lo que te guste y como te guste." Apostaba la cabeza a que Mattie no tenía la menor idea de que lo que acababa de decir daba pie a más de una interpretación. Cerré los ojos un instante y sonreí. ¿Por qué no sonreír? Todo lo que decía sonaba genial, sobre todo si uno limpiaba los confines de la cochina mente de Michael Noonan. Al parecer, podríamos llegar al final feliz de los cuentos de hadas si nuestro valor no flaqueaba y nos manteníamos en el buen camino. Y si yo conseguía reprimir el impulso de tirarle los tejos a una chica lo bastante joven para ser mi hija... fuera de mis sueños, desde luego. Si no lo conseguía, seguramente merecería lo que me pasara. Pero Kyra no. Ella era como el adorno del capó de un automóvil, condenada a ir allí donde la llevara el coche. Yo haría bien en recordarlo cuando se me cruzara alguna idea disparatada.
-Si el juez no le da la custodia a Devore, te llevaré a Renoir Nights en Portland y te invitaré a nueve platos de la mejor cocina francesa -dije-. Y a Storrow también. Hasta invitaré al pica pleitos que me acompañará el viernes. ¿Conoces a alguien más generoso que yo?
-A nadie -dijo con convicción-. Te devolveré el dinero, Mike. Ahora estoy pasando apuros económicos, pero no siempre será así. Aunque me lleve el resto de mi vida, te devolveré el dinero. -Mattie, no necesitas...
-Sí -respondió ella con vehemencia-. Lo haré. Y hoy haré otra cosa.
-¿Qué?
Me encantaba oír cómo sonaba su voz esa mañana -tan feliz y libre, como un prisionero a quien acaban de indultar y sacar de la cárcel-, pero comenzaba a mirar con cierta añoranza hacia la puerta de mi estudio. No podría trabajar mucho más, o acabaría como una manzana al horno, pero por lo menos quería escribir un par de páginas más. "Haz lo que quieras -habían dicho las dos mujeres de mi sueño-. Haz lo que quieras."
-Voy a comprarle a Kyra un oso de peluche enorme que he visto en el centro comercial de Castle Rock -dijo-. Le diré que se lo regalo por haberse portado bien, porque no puedo decirle que es por haber caminado por la carretera cuando tú venías por el lado contrario.
-Que no sea negro -dije. Las palabras salieron de mi boca antes de que me diera cuenta de que estaban en mi cabeza. -¿Qué? -preguntó Mattie, sorprendida y confusa.
-He dicho que yo también quiero uno -respondí y nuevamente las palabras llegaron al otro lado de la línea antes de pensarlas.
-Puede que lo haga -dijo ella aparentemente divertida. Luego su voz recuperó la seriedad-. Si anoche dije algo que te entristeció, aunque sólo fuera un minuto, lo siento. Lo último que quería...
-No te preocupes. No estoy triste, sólo un poco confundido. De hecho, casi me había olvidado del misterioso acompañante de Jo. -Mentía, pero creí hacerlo por una buena causa.
-Mejor así. No quiero entretenerte; vuelve al trabajo. Porque es lo que quieres hacer, ¿no?
Me quedé atónito.
-¿Qué te hace pensar eso? -No lo sé, yo sólo...
Se interrumpió y de repente supe dos cosas: lo que había estado a punto de decir y que no lo diría.
"Anoche soñé contigo, soñé que estábamos juntos. Íbamos a hacer el amor y uno de los dos dijo: "Haz lo que quieras." 0 quizá, no estoy segura, quizá lo dijéramos los dos."
Tal vez a veces los fantasmas estuvieran vivos; mentes y de 268
seos divorciados del cuerpo, impulsos liberados que flotaban sin que nadie los viera. Sombras del inconsciente, espectros de mundos subterráneos.
-¿Mattie? ¿Sigues ahí?
-Claro. ¿Quieres que vuelva a llamarte? ¿0 prefieres enterarte de lo que pase a través de John Storrow?
-Si no me llamas, me cabrearé contigo. Y mucho. Mattie rió.
-Entonces lo haré, pero no cuando estés trabajando. Hasta luego, Mike, y gracias otra vez. Muchísimas gracias.
Me despedí de ella y después de que ella colgara, me quedé unos instantes mirando el viejo teléfono. Mattie me llamaría para mantenerme al corriente de lo que pasara, pero no cuando estuviera trabajando. ¿Cómo lo sabría? Lo sabría. Igual que la noche anterior yo había sabido que ella mentía al decir que Jo y el tipo de la chaqueta con parches en los codos se habían dirigido al aparcamiento. Cuando Mattie me había telefoneado llevaba unos pantalones cortos blancos y una camiseta; no necesitaba llevar falda o vestido porque era miércoles y la biblioteca cerraba los miércoles.
"No lo sabes. Te lo estás inventando." Pero no. Si me lo hubiera inventado, seguramente la habría vestido con algo más sugerente; quizá un conjunto de ropa interior La Viuda Alegre.
Esa idea condujo a otra. "Haz lo que quieras", me habían dicho las dos.
"Haz lo que quieras." Era una frase familiar para mí. Cuando estaba en Cayo Largo, había leído un artículo del Atlantic Monthly sobre pornografía escrito por una feminista. No recor daba quién, pero sí que no era Naomi Wolf ni Camille Paglia. La autora pertenecía al grupo más conservador, y había usado precisamente esa frase. ¿Sería Sally Tisdale? ¿0 acaso mi mente oía el eco distorsionado de Sara Tidwell? Fuera quien fuese, aseguraba que "haz lo que yo quiero" era la base del erotismo que atraía a las mujeres y "haz lo que tú quieras" era la base de la pornografía que atraía a los hombres. Las mujeres se imaginan pronunciando la primera frase en situaciones sexuales; los hombres se imaginan que la segunda frase se les dice a ellos. Y la autora continuaba diciendo que cuando surgen problemas sexuales en el 269
mundo real -cuando el sexo se vuelve violento, humillante o sencillamente insatisfactorio para la mujer- la pornografía es a menudo el cómplice secreto. El hombre es muy capaz de enfurecerse con la mujer y gritar: "¡Tú querías que lo hiciera! ¡Deja de mentir y admítelo! ¡Tú lo deseabas!"
La autora del artículo aseguraba que lo que todo hombre deseaba oír en el dormitorio era eso: haz lo que quieras. Muérdeme, sodomízame, chúpame los dedos de los pies, bebe vino en mi ombligo, dame un cepillo para el pelo y levanta el culo para que te pegue con él; da igual. Haz lo que quieras. La puerta está cerrada y estamos aquí, pero en realidad sólo tú estás aquí, yo soy únicamente una extensión de tus fantasías y sólo tú estás aquí. No tengo deseos propios, no tengo necesidades propias ni tabúes. Haz lo que quieras a esta sombra, a esta fantasía, a este fantasma.
Por lo menos la mitad de lo que decía la autora era una puñetera mentira; la presunción de que un hombre puede sentir auténtico placer sexual al convertir a una mujer en una especie de accesorio masturbatorio dice más sobre el observador que sobre los participantes. La señora en cuestión escribía bien y tenía ingenio, pero en el fondo se limitaba a decir lo que Sommerset Maugham, el escritor favorito de Jo, había hecho decir a Sadie Thompson en Lluvia, un cuento escrito hacía ochenta años: "Todos los hombres son unas bestias, unas bestias egoístas." Pero por lo general no somos bestias, al menos si no nos vemos empujados hasta el límite. E incluso cuando esto sucede, rara vez es por cuestiones de sexo; casi siempre es por cuestiones de territorio. He oído decir a algunas feministas que para el hombre el sexo y el territorio son conceptos intercambiables, pero eso está muy lejos de ser verdad. Regresé al estudio, y en el mismo momento en que abría la puerta el teléfono volvió a sonar a mi espalda. Entonces experimenté otra sensación que en un tiempo me era muy familiar y que ahora regresaba a visitarme después de cuatro años de ausencia: la furia hacia el teléfono, el deseo de arrancar el cable de la pared y arrojar el aparato al suelo. ¿Por qué todo el mundo me llamaba cuando estaba escribiendo? ¿Por qué no me dejaban... bueno, hacer lo que quería?
Solté una risita dubitativa y regresé junto al teléfono, donde 2]0
todavía estaba la huella húmeda de mi mano después de la última llamada.
-¿Sí? , -Le dije que cuando se encontrara con ella permaneciera a la vista de todo el mundo.
-Buenos días para usted también, abogado Storrow.
-Allí arriba deben de estar en otro huso horario, amigo. Porque aquí en Nueva York es la una y cuarto.
-Sólo he cenado con ella -dije-. Y en el jardín. Es verdad que le leí un cuento a la niña dentro de la caravana y que la llevé a la cama, pero...
-A estas alturas medio pueblo debe pensar que están follando como conejos, y la otra mitad lo pensará cuando yo la represente en los tribunales.
Sin embargo, Storrow no parecía enfadado; su voz sonaba como si tuviera un buen día.
-¿Pueden obligarle a declarar la vista de la custodia? -pregunté. -No.
-¿Y en mi declaración del viernes?
-Claro que no. Durgin perdería toda su credibilidad como tutor ad litem si tomara esos derroteros. Además, tienen razones para no tocar el tema del sexo. Se concentrarán en pintar a Mattie como una madre negligente y quizá agresiva. Demostrar que la mamá no es una monja dejó de funcionar en el tiempo en que se estrenó Kramer contra Kramer. Pero ése no es el único problema que tienen con esa cuestión. -Ahora parecía muy contento.
-Cuénteme.
-Max Devore tiene ochenta y cinco años y está divorciado; de hecho se ha divorciado dos veces. Antes de conceder la custodia a un hombre solo de su edad, tienen que considerar la posibilidad de nombrar otro tutor. De hecho, éste es el punto más importante, después de la acusación de negligencia y malos tratos.
-¿Y en qué basan esas acusaciones? ¿Lo sabe?
-No, y Mattie tampoco, porque son inventos. A propósito, la chica es encantadora...
-Sí, lo es.
quién paga sus honorarios en
-... y creo que va a hacer un excelente papel. Estoy impaciente por conocerla personalmente. Pero no nos vayamos por las ramas. Hablábamos de un tutor alternativo, ¿verdad?
-Sí.
-Devore tiene una hija que ha sido declarada mentalmente incompetente y que está ingresada en una clínica psiquiátrica de California. No es una buena candidata a tutora.
-No lo parece.
-El hijo, Roger, tiene... -oí el ruido de las páginas de un cuaderno- cincuenta y nueve años, así que tampoco es un crío. Sin embargo, en la actualidad muchos hombres se convierten en papás a esa edad. Pero Roger es homosexual.
Recordé las palabras de Bill Dean: "Es marica. Tengo entendido que en California hay muchos."
-Acaba de decir que no se fijan en cuestiones sexuales.
-Tal vez debería haber dicho que el sexo no tiene importancia en el caso de los heterosexuales. En ciertos estados, y California es uno de ellos, la homosexualidad tampoco tiene importan cia... o no mucha. Pero este caso no se fallará en California, sino en Maine, donde la gente ignora que dos hombres casados, y quiero decir casados el uno con el otro, pueden educar perfectamente a una niña.
-¿Roger Devore está casado?
De acuerdo, lo admito: me embargó una mezcla de júbilo y horror. Me avergonzaba de ello -Roger Devore era simplemente un hombre que vivía su vida y quizá tuviera poco o nada que ver con las maquinaciones de su anciano padre-, pero de todos modos me alegré.
-Él y un programador llamado Morris Ridding formalizaron su unión en 1996 respondió John-. Encontré este dato en mi primera búsqueda informática, y si este caso acaba en juicio, le sacaré el máximo provecho posible. No sé si conseguiré gran cosa, todavía es imposible de prever, pero si tengo ocasión de pintar la vida de esa niña alegre y de ojos brillantes creciendo con dos homosexuales mayores que probablemente pasan la mayor parte del tiempo en chat rooms especulando sobre lo que podrían haber hecho el capitán Kirk y el doctor Spock cuando se apagaban 272
las luces en el mundo de los oficiales... bueno, si tengo esa oportunidad la aprovecharé.
-Me parece un poco rastrero -dije, aunque me oí hablar en el tono de alguien que espera que lo disuadan o que se rían de él. Pero eso no sucedió.
-Por supuesto que es rastrero. Es como subirse a la acera con el coche para atropellar a un par de peatones inocentes. Roger Devore y Morris Ridding no trafican con drogas, no violan a niños ni roban a ancianas. Pero éste es un caso de custodia y los casos de custodia son aún mejores que los de divorcio para convertir a los seres humanos en insectos. Éste en particular no es tan grave como podría haber sido, pero lo que lo hace más grave es el absoluto descaro del demandante. Max Devore regresó a su pueblo natal con un único fin: comprar a una niña. Y eso me enfurece.
Sonreí al imaginar a un abogado parecido a Elmer Gruñón haciendo guardia con un fusil junto a una madriguera de conejo señalada con un cartel que decía DEVORE.
-Mi mensaje para Devore será muy sencillo: el precio de la niña ha subido. Probablemente a una suma superior incluso a la que él puede permitirse.
-Ha dicho un par de veces "si el caso llega a juicio". ¿Cree que hay alguna posibilidad de que Devore abandone antes?
-Sí, muchas. Yo diría que las perspectivas son excelentes si él no fuera tan viejo y no estuviera tan acostumbrado a salirse con la suya. También está la cuestión de si será o no lo bastante listo para saber cuál es su mejor baza. Cuando llegue allí, trataré de concertar una reunión con él y su abogado, pero hasta ahora no he conseguido pasar de la secretaria.
-¿Rogette Whitmore?
-No, creo que esa mujer está un peldaño por encima en la escala jerárquica. Todavía no he hablado con ella, pero lo haré. -Inténtelo con Richard Osgood o con George Footman-dije-. Cualquiera de los dos podrá ponerlo en contacto con Devore o con su abogado principal.
-De todos modos quiero hablar con Rogette Whitmore. Los hombres como Devore se vuelven más y más dependientes de sus asistentes personales a medida que envejecen, y ella podría ser la 273
clave para conseguir que él abandone el caso. También podría ser un problema. Es posible que lo incite a pelear, quizá porque de verdad cree que él puede ganar o quizá por simple diversión. También es posible que se case con él.
-¿Casarse?
-¿Por qué no? Él podría hacerle firmar un acuerdo prenupcial que le daría más probabilidades de ganar. En tal caso, yo no podré mencionar el tema, igual que sus abogados no pueden preguntar quién contrató al abogado de Mattie.
John, yo he visto a esa mujer. Debe de tener por lo menos setenta años.
-Pero es la potencial protagonista femenina de un caso de custodia en el que está involucrada una niña pequeña, y es una alternativa mejor que un viejo y una pareja de homosexuales. Debemos recordarlo.
-De acuerdo.
Volví a mirar hacia la puerta del estudio, pero esta vez con menos añoranza. Llega un momento en que la jornada laboral se termina te guste o no, y supuse que había llegado a ese punto. Quizá por la noche...
-El abogado que le he conseguido se llama Romeo Bissonette. -Hizo una pausa y luego añadió-: ¿Es posible que ése sea un nombre real?
-¿Es de Lewinston? -Sí, ¿cómo lo sabe?
-Porque en Maine, sobre todo en los alrededores de Lewinston, ése puede ser un nombre real. ¿Se supone que debo ir a verlo?
Yo no quería hacerlo. Lewinston estaba a setenta y cinco kilómetros del lago y para llegar allí había que ir por carreteras secundarias que debían de estar atestadas de acampantes y viaje ros. Lo único que me apetecía en ese momento era ir a nadar un rato y luego hacer una siesta. Una larga siesta sin sueños.
-No necesita ir hasta allí. Llámelo y hable con él un rato. En realidad, él no es más que una red de seguridad; sólo hará objeciones si el interrogatorio se aparta del incidente del Cuatro de julio. Y con respecto a ese incidente, usted dirá la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. ¿Entendido?
-Sí.
-Después de esa conversación previa, reúnase con él el viernes en... un segundo, lo tengo por aquí... -Volví a oír el ruido de las páginas de un cuaderno-. Reúnase con él en la cantina de la carretera 120 a las nueve y cuarto. Tomen un café, conversen un rato para conocerse, y pague la cuenta. Yo estaré con Mattie, reuniendo toda la información posible. Es probable que tengamos que contratar a un detective privado.
-Me gusta oírle decir cochinadas.
-No se preocupe, me aseguraré de enviarle la factura a su agente, y su agente puede...
-No -interrumpí-. Envíela directamente aquí. Harold es como una madre judía. ¿Cuánto me costará todo esto?
-Setenta y cinco mil dólares como mínimo -dijo sin el más mínimo titubeo y sin rastro de culpa en su voz.
-No se lo diga a Mattie.
-De acuerdo. ¿Empieza a divertirse, Mike? -Me parece que sí -respondí.
-Por setenta y cinco de los grandes debería hacerlo. Nos despedimos y John colgó el auricular.
Cuando yo también colgué, pensé que en los cinco días pasados había vivido más que en los últimos cuatro años.
Esta vez el teléfono no sonó y conseguí llegar al estudio, pero sabía que mi jornada de trabajo había terminado. Me senté ante la IBM, le di un par de veces al retroceso y cuando empecé a escribirme una nota recordatoria al final de la página en la que había estado trabajando, el teléfono me interrumpió otra vez. ¡Qué adminículo tan molesto es el teléfono y qué pocas son las noticias buenas que recibimos por él! Sin embargo, ese día había sido una excepción y pensé que podía dejar el trabajo con una sonrisa. Al fin y al cabo, estaba escribiendo... ¡escribiendo! Una parte de mí se maravillaba de que estuviera sentado allí, respirando con normalidad, con el corazón latiendo a un ritmo uniforme y sin vislumbrar siquiera un ataque de ansiedad en mi horizonte personal. Escribí:
Giré el carro hasta que la IBM escupió el folio, puse éste encima del manuscrito y escribí otra nota recordatoria a mano: "Llamar a Ted Rosencrief sobre Raifort." Rosencrief era un ma rino retirado que vivía en Derry. Yo lo había contratado como ayudante de investigación para varios libros, encargándole que averiguara cómo se fabricaba el papel en un caso, cuáles eran los hábitos migratorios de ciertos pájaros comunes en otro y algunos datos sobre la arquitectura de las cámaras funerarias de las pirámides en un tercero. Lo que quiero es siempre "un poco" de información; nunca "el lote completo". Como escritor, mi lema siempre ha sido "no me confundáis con datos". La ficción al estilo Arthur Hailey me abruma; soy incapaz de leerla, y mucho menos de escribirla. Sólo aspiro a saber lo suficiente para mentir de manera pintoresca. Rosie lo sabía, y siempre habíamos formado un buen equipo.
Esta vez necesitaba unos pocos datos sobre la cárcel Raifort de Florida y sobre su sala de ejecuciones. También necesitaba saber algo sobre la psicología de los asesinos en serie. Pensé que Rosie se alegraría de tener noticias mías, casi tanto como yo me alegraba de tener una razón para llamarlo.
Cogí las ocho páginas que había escrito y les eché un vistazo, todavía asombrado de su existencia. ¿Acaso el secreto era una vieja máquina de escribir IBM y una bola con caracteres Courier? Todo parecía indicar que sí.
Lo que había producido también era sorprendente. Durante mis cuatro años sabáticos había tenido algunas ideas; en ese sentido no había habido bloqueo del escritor. Una de ellas había sido fantástica, la clase de historia ideal para una novela si yo hubiera sido capaz de seguir escribiendo novelas. Entre media y una docena podrían haberse calificado de "bastante buenas", lo que significaba que podrían servirme en una emergencia, o si inespera 276
[a CONTuaancráx: Drake a Raiford. Se detiene en el camino en la verdulería para hablar con el propietario, un viejo que necesita un nombre pintoresco. Sombrero de paja. Camiseta de DisneyWorld. Hablan de Shackleford.]
damente se volvían grandes y misteriosas de la mañana a la noche como la planta de Jack Habichuela. A veces pasa. La mayoría eran visiones pasajeras, pequeños "¿y si ...?" que iban y venían como estrellas fugaces mientras yo conducía, caminaba o esperaba a quedarme dormido.
El hombre de la camisa roja había sido un "¿y si ...?". Un día vi a un hombre con una camisa roja lavando los escaparates del JCPnny de Derry; no mucho antes de que Pnny se mudara del centro comercial. Un hombre y una mujer jóvenes pasaron bajo la escalera; un hecho que podía traer mala suerte, según la antigua superstición. Sin embargo, estos dos jóvenes no sabían por donde iban; estaban cogidos de la mano mirándose a los ojos, tan profundamente enamorados como muchos otros jóvenes de veintidós años en la historia del mundo. El muchacho era alto y su cabeza estuvo en un tris de rozar los pies del limpiador de cristales. Si eso hubiera ocurrido, con toda seguridad la escalera se habría caído.
El incidente pasó a la historia en cinco segundos. Escribir El hombre de la camisa roja me llevó cinco meses. Sin embargo la verdad es que el libro entero se escribió en esos segundos de "¿y si ...?". Imaginé un choque y todo lo demás partió de ahí. La redacción fue sólo un trabajo de secretaria.
La idea en la que estaba trabajando ahora no era una de las Ideas Brillantes de Mike (la voz de Jo puso cuidadosamente las mayúsculas), pero tampoco un "¿y si ...?". Tampoco era como mis antiguas tramas de suspense; V. C. Andrews con polla ya no estaba a la vista. Pero me parecía un proyecto sólido, el proyecto, y esa mañana había fluido con tanta naturalidad como mi respiración.
Andy Drake era un detective privado de Cayo Largo. Tenía cuarenta años, estaba divorciado y era padre de una niña de tres años. Al comienzo estaba en una casa de Cayo Hueso, propiedad de una mujer llamada Regina Whiting. La señora Whiting también tenía una niña, en este caso de cinco años. Esta mujer estaba casada con un empresario extremadamente rico que no sabía lo que sabía Andy Drake: que hasta 1992, Regina Taylor Whiting había sido Tiffany Taylor, una prostituta cara de Miami. Hasta ahí277
había escrito antes de que sonara el teléfono. Y he aquí lo que sabía más allá de ese punto, el trabajo de secretaria que tendría que hacer durante las semanas siguientes, suponiendo que mi capacidad milagrosamente recuperada se mantuviera:
Un día, cuando Karen Whiting tenía tres años, el teléfono había sonado mientras ella y su madre estaban en el jacuzzi del patio. Regina pensó en pedirle al jardinero que contestara, pero luego decidió hacerlo ella misma; el jardinero de siempre tenía la gripe, y ella se hubiera sentido incómoda pidiéndole un favor a un extraño. Regina le advirtió a su hija que se quedara sentada y quieta y fue a atender el teléfono. Cuando Karen alzó una mano para que su madre no la salpicara cuando salía del jacuzzi, se le cayó la muñeca que había estado bañando. Cuando se inclinó a recogerla, un mechón de pelo se le enredó en una de las poderosas tomas de aire de la bañera. (Un accidente mortal parecido había sido lo que me había dado la idea dos o tres años antes.)
El jardinero, un individuo sin nombre con camisa de color caqui que había sido contratado por un solo día, vio lo que ocurría. Corrió por el jardín, se arrojó al agua y tiró de la niña que estaba en el fondo, dejando pelo y un buen trozo de cuero cabelludo enganchado en el surtidor. Él le haría la respiración artificial hasta que ella volviera a respirar. (Sería una escena maravillosa de suspense y estaba impaciente por escribirla.) El jardinero rechazaría la oferta de la madre histérica y aliviada para recompensarlo, aunque finalmente le daría su dirección para que el marido de la mujer pudiera hablar con él. Sin embargo, la dirección y el nombre, John Sanborn, resultarían ser falsos.
Dos años después la ex puta con una respetable segunda vida ve la fotografía del hombre que salvó a su hija en primera página de un periódico de Miami. Se llama John Shackleford y ha sido arrestado por la violación y el asesinato de una niña de nueve años. Según el artículo del periódico, se sospecha que ha estado implicado en unos cuarenta asesinatos más, en muchos de los cuales las víctimas eran niños.
-¿Han cogido a Gorra de Béisbol? -gritaría uno de los reporteros en la conferencia de prensa-. ¿John Shackleford es Gorra de Béisbol?
-Bueno -dije yo mientras bajaba por las escaleras-, al menos están convencidos de ello.
Esa tarde se oían demasiadas lanchas en el lago para plantearme la posibilidad de bañarme desnudo. Me puse el bañador, me colgué una toalla al hombro y comencé a bajar por el sendero -el mismo que en mi sueño estaba flanqueado por destellantes farolillos de papel- para darme un baño purificante que se llevara consigo el sudor de mis pesadillas y de mi inesperada tarea matutina.
Hay veintitrés peldaños hechos con traviesas de ferrocarril entre Sara y el lago. Cuando había bajado cuatro o cinco, súbitamente tomé conciencia de la magnitud de lo que acababa de pa sarme. Mis labios comenzaron a temblar. Mis ojos se llenaron de lágrimas, haciendo que los colores de los árboles y del cielo se fundieran. Comencé a oír un sonido: una especie de gemido amortiguado. Me flaquearon las piernas y tuve que sentarme en una de las traviesas. Por un instante pensé que todo acabaría allí, que sólo había sido una falsa alarma, pero entonces me eché a llorar. Durante la peor parte, me metí un extremo de la toalla en la boca, temiendo que la gente que paseaba en lancha me oyera y pensara que se estaba cometiendo un asesinato.
Lloré desesperadamente por los años vacíos que había vivido sin Jo, sin amigos y sin mi trabajo. Lloré con gratitud, porque mis años sin oficio parecían haber llegado a su fin. Era demasiado pronto para asegurarlo -una golondrina no hace verano y ocho folios mecanografiados no resucitan a un escritor-, pero realmente creía que era así. Y también lloré por miedo, como solemos hacer cuando una experiencia pavorosa termina o cuando conseguimos librarnos por un tris de un accidente terrible. Lloré porque de repente me di cuenta de que desde la muerte de Jo había estado andando por una línea blanca, que había estado andando en medio de la carretera. Milagrosamente, me habían rescatado. No sabía quién, pero daba igual; ésa era una pregunta que podía postergar para otra ocasión. Lloré hasta que no me quedaron lágrimas. Luego bajé hasta el lago y entré andando en él. El agua fresca produjo una sensación maravillosa en mi cuerpo caliente; fue como una resurrección.
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CAP ST UIs o 15
Nombre? -Michael Noonan. -¿Domicilio?
-Mi domicilio permanente es el 14 de Benton Street de Derry, pero también tengo una casa en TR-90, junto al lago Dark Score. El código postal es 832. La casa está en el camino Cuarenta y dos, que sale de la carretera 68.
Elmer Durgin, el tutor ad litem de Kyra Devore agitó una mano regordeta delante de la cara, o bien para espantar un insecto molesto o para decirme que ya era suficiente. Yo estaba de acuer do. Me sentí como la niña de Nuestra ciudad que había dicho que su dirección era Grover's Corner, New Hampshire, Estados Unidos de América, hemisferio norte, la Tierra, el sistema solar, la Vía Láctea, la mente de Dios. Sobre todo estaba nervioso. Había llegado a los cuarenta años todavía virgen en el terreno de los procedimientos judiciales, y aunque estábamos en la sala de reuniones del bufete de Durgin, Peters y Jarrette de Bridge Street, en Castle Rock, seguía siendo un proceso judicial. En este acto, había un detalle destacable y curioso. El estenógrafo no usaba uno de esos teclados acoplados a un pedestal que parecen calculado
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ras, sino una Stenomask, una especie de dictáfono con un micrófono que le cubría la mitad inferior de la cara. Yo la había visto antes, pero sólo en películas policiacas en blanco y negro, de esas en las que Dan Duryea o John Payne conducen un Buick y fuman un Camel con aire siniestro. Mirar al rincón y ver a un tipo que parecía el piloto de caza más viejo del mundo ya resultaba bastante extraño, pero oír todo lo que decías inmediatamente repetido en una voz monocorde y amortiguada resultaba todavía más extraño.
-Gracias, señor Noonan. Mi mujer ha leído todos sus libros y dice que usted es su escritor favorito. Sólo quería que este dato constara en actas.
Durgin rió gordamente. ¿Por qué no? Era un tipo gordo. La mayoría de los gordos que conozco tienen un carácter expansivo que combina a la perfección con su expansiva barriga. Pero hay un subgrupo a cuyos integrantes yo llamo los Gorditos Perversos. Es conveniente no incordiar a los GP; si les das media excusa y un cuarto de oportunidad, te incendiarán la casa y violarán a tu perro. Pocos de ellos superan el metro sesenta y cinco (la estatura de Durgin, calculé) y la mayoría mide menos de metro sesenta. Sonríen mucho, pero sus ojos no sonríen. Los Gorditos Perversos odian al mundo entero, y en especial odian a las personas que pueden mirar hacia abajo y verse los pies. Y yo estoy incluido en este grupo, aunque por poco.
-Déle las gracias a su esposa en mi nombre, señor Durgin. Estoy seguro de que ella podrá recomendarle alguno de mis libros para empezar.
Durgin rió. A su derecha, su ayudante -una jovencita que debía de haber recibido el título de abogado unos diecisiete minutos antes- rió. A mi izquierda, Romeo Bissonette rió. En el rincón, el piloto de F-111 más viejo del mundo se limitó a seguir murmurando en su Stenomask.
-Esperaré a que la lleven al cine -respondió.
En sus ojos había un pequeño destello perverso, como si supiera que ninguno de mis libros se había llevado al cine; sólo habían emitido una versión de Dos en uno por televisión, que había tenido un índice de audiencia equivalente al del Campeonato 282
Nacional de Retapizado de Sofás. Esperaba que ya hubiéramos terminado con las formalidades que ese cabroncete obeso consideraba necesarias.
-Soy el tutor ad litem de Kyra Devore -dijo-. ¿Sabe qué significa eso, señor Noonan?
-Creo que sí.
-Significa -prosiguió Durgin- que he sido asignado por el juez Rancourt para decidir, si puedo, qué le convendría más a Kyra Devore en caso de que fuera necesario celebrar un juicio por su custodia. El juez Rancourt no está obligado a basar su decisión en mis conclusiones, pero en muchos casos sucede así.
Me miró con las manos cruzadas sobre un papel en blanco. Su bonita asistente, por el contrario, escribía frenéticamente. Tal vez no se fiara del piloto de caza. Durgin parecía esperar una salva de aplausos.
-¿Cuál era la pregunta, señor Durgin? -pregunté y Romeo Bissonette me propinó un suave y diestro puntapié en el tobillo. No necesité mirarlo para saber que no había sido accidental.
Durgin frunció unos labios tan suaves y húmedos que cualquiera hubiera dicho que llevaba un pintalabios nacarado. Sobre su brillante calva había unas dos docenas de pelos peinados en forma de arco. Me dirigió una paciente mirada de evaluación, aunque detrás de ella se ocultaba la intransigente malicia de un Gordito Perverso. Las formalidades habían terminado. Podía estar seguro.
-No, señor Noonan. No era una pregunta. Simplemente pensé que querría saber por qué le hemos pedido que deje su bonito lago en una mañana preciosa para venir aquí. Quizá me equivocara. Ahora si...
Se oyó un golpe contundente en la puerta y entró nuestro amigo, George Footman. En esta ocasión el estilo Cleveland Informal había sido reemplazado por un uniforme caqui de ayudan te de sheriff, con canana y pistola incluidas. Se permitió echar una buena mirada a la pechera de la asistente, cubierta por una blusa de seda azul, y luego le entregó una carpeta y un magnetófono. Antes de marcharse me miró brevemente. "Te recuerdo, amigo -dijo esa mirada-. El escritor listillo, el ligue barato."
Romeo Bissonette inclinó la cabeza hacia mí y usó el canto de la mano para formar un puente entre su boca y mi oído.
-La cinta de Devore -dijo.
Asentí con la cabeza y volví a mirar a Durgin. -Señor Noonan, usted conoce a Kyra Devore y Mary, ¿verdad?
Me pregunté por qué el nombre de Mary se había convertido en Mattie, y entonces lo adiviné, igual que había adivinado lo de los pantalones cortos blancos y la camiseta ceñida. "Mattie" era el primer intento de Ki para decir Mary.
-Señor Noonan, ¿lo estamos reteniendo?
-No hay necesidad de usar sarcasmos, ¿no? -dijo Bissonette. Su tono era sereno, pero Elmer Durgin le echó una mirada que sugería que si los Gorditos Perversos triunfaban en su objetivo de dominar el mundo, Bissonette iría a bordo del primer tren con destino a un campo de concentración.
-Lo lamento -dije antes de que Durgin pudiera responder-. Me he distraído unos instantes.
-¿Una idea para una nueva novela? -preguntó Durgin con su sonrisa nacarada.
Parecía un sapo vestido con americana. Se volvió hacia el viejo piloto de cazas, le dijo que borrara la última frase y repitió la pregunta sobre Kyra y Mattie.
Sí, dije, las conocía.
-¿Las ha visto una vez o más de una? -Más de una.
-¿Cuántas veces las ha visto? -Dos.
-¿También ha hablado con Mary Devore por teléfono?