Extracto de las notas de la señora Itsuko Shiroyama
Poco después del ataque cerebral del 20 de noviembre, Papá empezó a sufrir anginas de pecho, y el 15 de diciembre ingresó en el Hospital Universitario de Tokio. Afortunadamente salió adelante, gracias al doctor Katsumi, y pudo volver a casa el 7 de febrero. Pero todavía no han desaparecido las anginas de pecho; aún sufre de vez en cuando una crisis leve y tiene que echar mano de la nitroglicerina. Durante el resto de febrero y todo marzo no salió de su habitación. La señorita Sasaki se había quedado para cuidar a Mamá, y con la ayuda de Oshizu se ha hecho cargo de Papá desde que le dieron el alta. Ella le da de comer, le acompaña al aseo, etcétera.
Como yo ahora no tengo mucho que hacer en Kioto, paso aquí la mitad del mes atendiendo a Mamá para descargar a la señorita Sasaki. Papá se pone de mal humor solo con verme, así que hago todo lo posible por estar lejos de su vista. Kugako tiene el mismo problema con él. Satsuko está en una posición particularmente delicada y difícil. Ha intentado mostrarle cariño, como recomendó el doctor Inoue; pero si se muestra demasiado cariñosa, o permanece mucho tiempo junto a su cama, él se sobreexcita. A veces eso le desencadena una crisis. Pero si no pasa a verle a menudo, él se preocupa y su estado empeora.
Papá parece tener el mismo dilema que Satsuko. Un ataque de angina de pecho puede ser muy doloroso, y aunque él diga que no le teme a la muerte, sí teme al sufrimiento físico. Se nota que en su interior lucha por evitar que Satsuko le trate con excesiva familiaridad, aunque tampoco soporta estar totalmente separado de ella.
Yo no he subido nunca a la parte de la casa que ocupan Jokichi y Satsuko. Según la señorita Sasaki, ya no comparten el mismo dormitorio; al parecer Satsuko ha pasado al cuarto de invitados. Y oigo también que Haruhisa se escurre de vez en cuando al piso de arriba.
Un día estando en Kioto recibí una llamada inesperada de Papá diciéndome que pasara a recoger unos calcos de los pies de Satsuko que había dejado guardados en una papelería, y que le encargara al cantero con el que habíamos estado hablando que los tallara en una lápida sepulcral, al estilo de la Piedra de los Pies de Buda. Dijo que en los anales chinos se describen las huellas de los pies de Buda como de cincuenta centímetros de largo por dieciocho de ancho, con la marca de la rueda en los dos. Las ruedas no era necesario grabarlas, pero quería que el diseño de los pies de Satsuko se ampliara, sin deformarlo, a esas medidas. Me insistió en que me asegurase de que se hacía así exactamente.
Yo no podía hacer un encargo tan ridículo, así que le llamé a mi vez y le dije que el maestro cantero estaba de viaje en Kyushu, y que tardaría en contestar. Pasados unos cuantos días tuve otra llamada de Papá, diciéndome que enviara todos los calcos a Tokio. Así lo hice.
Al cabo supe por la señorita Sasaki que los calcos habían llegado. Me contó que Papá los había estado examinando despacio (eran más de una docena) y había seleccionado los mejores; y que se pasaba las horas contemplándolos, uno por uno, absolutamente embelesado. Ella tenía miedo de que se excitara otra vez, pero no le podía prohibir ese pequeño placer. Al menos no era tan peligroso como estar con Satsuko.
Hacia mediados de abril Papá ha empezado a dar paseos de media hora por el jardín, si el tiempo lo permite. Le suele acompañar la enfermera, pero de vez en cuando le lleva Satsuko de la mano. También han comenzado a excavar en la pradera del jardín para construir la piscina que Papá había prometido.
—¿Qué razón hay para meterse en tanto gasto? —le dijo Satsuko a su marido—. De todos modos, cuando llegue el verano Padre no podrá ponerse al sol.
Pero Jokichi no estaba de acuerdo:
—Al viejo se le llena de sueños la cabeza solo con ver las obras de la piscina. Y también los niños la esperan con ilusión.