Capítulo 9

Colly se arrepintió al instante y se preguntó de dónde le habría salido el mal genio. Suspiró y se dio cuenta de que sus sentimientos habían estado a flor de piel desde que conoció a Silas. Aunque quizá fuera desde la inesperada muerte de su padre. Los ojos se le empañaron de lágrimas. Tenía la sensación de no haber llorado debidamente la muerte de su padre. Se secó las lágrimas. También tenía que acordarse de Silas y de cómo le había solucionado sus problemas. ¿Por qué se habría enamorado de él? Daba igual que ella lo quisiera, porque él las prefería rubias. ¿Por qué habría llamado? Tenía que reconocer que no le había dado mucha importancia al comentario del viejo verde, pero ¿por qué la habría invitado a cenar? Seguramente no le habría hecho mucha gracia lo que ella había dicho de divorciarse, pero…

Estaban llamando a la puerta. ¡Silas! ¿O sería uno de los vecinos? Le daba igual, no iba a abrir. No estaba presentable. Tenía los ojos irritados e iba en camisón.

Si era un vecino, al día siguiente le diría que tenía dolor de cabeza. Si era Silas… Se quedó paralizada. Alguien estaba abriendo la puerta. ¡Silas tenía la llave! Se levantó de un salto para esconderse. Ya era tarde. Silas ya había cerrado la puerta y estaba entrando en la sala. Ella, que no pudo esconderse, le dio la espalda.

—¿Te importaría mucho marcharte? Estás metiéndote en mi espacio privado.

—Tenemos que hablar —replicó Silas tajantemente.

—Me parece que prefieres discutir…

—Yo no… —Silas la rodeó y se puso enfrente de ella—… quiero… —la tomó de la barbilla y le levantó la cara—. ¡Has estado llorando!

—¿Y qué? —respondió ella desafiante.

—¿Por qué? ¿Quién era ese hombre con el que estabas? ¿Te ha…?

—¡No! —contestó Colly acaloradamente—. Era Rupert.

—¿El de la galería?

—Mira, Silas, iba a acostarme y…

—Esperaré a que te vistas si quieres —la interrumpió él.

Ella se quedó desconcertada.

—En realidad, no quieres hablar —lo rebatió ella.

Colly se dio cuenta de que Silas tenía un aire decidido, pero el tono ya no era tan áspero.

—¿Por qué has llorado, Colly?

—Un poco de todo —Colly se encogió de hombros—. Nunca he tenido genio y de repente te he gritado…

—¿Estás diciéndome que has llorado por mí? —el tono indicaba que la idea no le gustaba.

—Creo que tienes algo que ver. Seguramente fuiste el desencadenante —reconoció—. En cualquier caso, sentí que por fin explotaba y entonces me di cuenta de que no había llorado a mi padre.

—¿Has llorado por tu padre? —se lo preguntó con máxima delicadeza.

—No te hagas el bueno conmigo. Me pondré a llorar otra vez. Además, si vamos a tener una bronca, prefiero…

—Yo no quiero tener una bronca —la cortó Silas—. Me parece que las cosas se nos han ido de las manos. Creo que deberíamos hablar con calma.

—¡Son casi las once! —a Colly le preocupaba cómo podía acabar la charla.

—No hace falta que vayas a la galería mañana —decidió Silas.

—Rupert se enfadará —Colly no pudo evitar sentirse complacida porque él se acordara de que los martes iba a la galería.

—¿Nos sentamos? —le preguntó él.

—¿Va a durar mucho? —preguntó ella mientras se sentaba en el sofá y él lo hacía a su lado.

—Lo que haga falta.

Colly no quería una charla muy profunda porque cualquier comentario podía darle una pista de lo que sentía por él.

—¿Has cenado con él? —le preguntó Silas, aunque no era motivo para tener una charla.

—Rupert se encontraba desanimado. Su última novia lo ha dejado y a él le gusta desahogarse conmigo.

—¿Has llorado por él?

Si era sincera, tenía que reconocer que no había pensado en él desde que la había dejado en su casa, salvo cuando sonó el teléfono.

—No recuerdo haberte visto en el comedor… —Colly intentó devolverle la pulla.

—No hemos cenado. Tomé un sándwich por la tarde…

—¿No le diste de comer? Caray…

Los ojos de Silas tenían un brillo de atención.

—¿Estás celosa? —a Colly no le extrañó la pregunta.

—¡Bah! Seré tu mujer, pero no tengo que sentir celos también. Mmm… parecía muy guapa…

¿Quién era y por qué no estaba con ella?

—Lo es. Yo esperaba haberte visto esta noche, pero Naomi me llamó porque se sentía mal…

—Me da igual —lo interrumpió Colly, que tendría el nombre de Naomi dándole vueltas por la cabeza el resto de sus días—. ¿De qué querías hablar, Silas?

Silas la miró tranquilamente, como si no le hubiera gustado el tono de ella o como si no supiera por dónde empezar.

—No quiero hablar del divorcio, de eso puedes estar segura —afirmó secamente.

Ella se sintió fatal por haberle dicho que estaba pensando en el divorcio.

—Perdona, Silas, estuvo muy mal que te dijera que pensaba divorciarme de ti. Sobre todo porque sé que necesitas el matrimonio para salvar la empresa. Podrías…

—No tiene nada que ver con la empresa —le cortó Silas.

Colly lo miró fijamente. Había algo que no entendía.

—¿Tú…? ¿No has venido a hablar del… divorcio? ¿No tiene nada que ver con la empresa?

—No.

Ella seguía mirándolo fijamente.

—Entiendo… No, no entiendo nada —reconoció.

Se hizo un silencio de unos segundos.

—Matrimonio, Colly. Quiero hablar de nuestro matrimonio.

Lo suyo no era un matrimonio, era un documento, un certificado.

—¿Nuestro matrimonio? ¿Te refieres a la futura relación con tu familia?

—Me refiero a nuestro matrimonio, a la relación entre nosotros.

—Ya… —a Colly se le disparó el corazón, como solía pasar cuando estaba cerca de él—. ¿Te refieres a lo que has dicho de que las cosas se nos han ido de las manos?

Él esbozó algo parecido a una sonrisa.

—Las cosas no han ido como yo las había planeado —reconoció Silas.

—Demasiada planificación del futuro —ella también sonrió.

—Era una idea muy buena. Tú te preparabas para tener una profesión y yo me aseguraba el control de la empresa, pero…

—¿Pero…?

Era raro. Silas siempre sabía lo que tenía que decir. Ella habría dicho que estaba nervioso…

—Pero la idea sólo funcionó bien al principio. Yo creía que la había analizado desde todos los ángulos posibles y, cuánto más lo pensaba, más convencido estaba de que casarme contigo era la solución perfecta para los dos. Por mi parte, no hacía falta que viviera contigo…

—Gracias. Una solución perfecta —Colly intentó no parecer resentida.

—Eso creí yo, pero las cosas empezaron a torcerse —¡y tanto! Entre otras cosas había tenido que presentarle a su familia por su culpa—. Nunca pensé que tomarían los derroteros que tomaron y tampoco pensé que llegaría a sentir lo que siento.

—Ya… ¿Tú empezaste a sentir… algo… distinto? —esa vez era ella la que parecía nerviosa.

Silas alargó una mano y agarró una de Colly. A ella iba a estallarle el corazón.

—Colly, tienes que entender que soy un hombre de negocios duro de corazón, pero me acuerdo de cuando nos vimos en esta misma habitación, antes de casarnos, y tú echabas chispas porque yo había dudado de tu sinceridad. Entonces, yo sentí un interés que no debería haber existido.

Ella abrió los ojos como platos.

—¿Interés por mí?

—Me tomé a broma la mera idea, naturalmente.

—Naturalmente —ella asintió con firmeza.

—También me tomé a broma que no me hiciera gracia que quedaras con otros hombres.

—Bueno, tú lo harías, ¿no? —aquello no quería decir nada, pero le daba tiempo para reponerse.

—Colly —la miró fijamente a los ojos—, hago todo lo que puedo por contenerme, pero me has alterado tanto que ya no sé dónde estoy —a ella se le salían los ojos de las órbitas—. Lo que intento decirte es que… has empezado a… gustarme.

—¡No es verdad! —negó ella instintivamente—. ¿De verdad? —le preguntó incrédulamente.

Silas meditó un momento la reacción de Colly.

—A juzgar por lo que te conozco, no me lo preguntarías si no quisieras saberlo.

—Bueno… me siento un poco… insegura…

—Me conozco perfectamente esa inseguridad e intento no apremiarte —Silas le sonrió.

—Recuerdo haber pensado que eras un hombre al que le gustaba que todo se hiciera inmediatamente.

—Ya no y menos en este caso. No quiero molestarte ni preocuparte. Por eso hago todo lo posible por ir despacio.

Ella no sabía qué quería decir. ¿Por qué iba a sentirse apremiada, preocupada o molesta?

—¿Has dicho que he empezado a gustarte?

—Eso he dicho. No debería haberlo hecho y no quería hacerlo. Que me gustaras no entraba en mis planes. Sin embargo, ya te besé el día de nuestra boda…

—Yo creí que me besaste porque la gente estaba mirando —susurró ella.

—Me salió. Ahora me doy cuenta de que eran los primeros síntomas de que me gustabas. Naturalmente, yo me negué semejante disparate.

—Naturalmente.

—Entonces, ¿por qué no puedo sacarte de mi cabeza?

—¿No puedes?

—Ni cuando estoy en una reunión de trabajo.

—¡Caray! —exclamó ella con incredulidad.

—Muchas veces, he tenido que contenerme para no venir a verte. Sólo para comprobar que estabas bien, no por otro motivo, evidentemente.

—¿Qué más?

—No me sentó muy bien cuando me escribiste lo de tu herencia pero, por lo menos, me dio un buen motivo para llamarte y verte.

—Ya… —estaba tan asombrada que no podía ni moverse.

—Decidí que no volvería a verte, pero no podía dejar de pensar en ti —ella se sintió como si estuviera en un columpio—. Pensaba en ti incluso cuando llegué al hospital. Un día abrí los ojos y te vi —él hizo una pausa y repitió la pregunta que ella había evitado una vez—. ¿Por qué fuiste?

—Yo… —Colly sentía la necesidad de ser sincera. Notaba que él también dudaba—. La noticia del periódico decía que estabas grave —tomó aliento—. Y yo empezaba a notar que me gustabas.

—¡Cariño! —Silas la besó y se miraron durante unos segundos interminables—. Tengo que reconocer que cuando decidí dejar el hospital, tuve que luchar contra el impulso de pedirte que vinieras a casa.

—¿Por qué?

—Porque sabía que estaba enamorándome de ti —reconoció él con franqueza.

¿Significaba todo aquello que la amaba un poco? Ella no podía saberlo. La mirada de sus ojos era cálida, incluso cariñosa, pero… Empezó a asustarse. Decidió agarrarse a lo que ya sabía.

—Pero me pediste que fuera. Me llamaste y…

—Y alegué la enfermedad para justificar mi debilidad.

—¿Tú… cediste…?

—Sí, cedí y descubrí que me gustaba tenerte rondando por mi piso. Eso… me molestaba.

—A veces eras un poco gruñón —lo reprendió ella con una sonrisa.

—¿Cómo no iba a serlo? Me había dado cuenta de que no quería que te fueras, pero tampoco estaba preparado para afrontar lo que estaba pasándome.

Colly lo miró con seriedad. ¿Se refería a quererla?

—Me mandaste flores —recordó ella haciendo un esfuerzo para no perder la cabeza.

—Tendría que haberte llamado para darte las gracias, pero estaba un poco molesto porque te habías ido sin despedirte. Pensé que un ramo de flores era la forma de agradecértelo a la vez que sellaba la despedida —esbozó una sonrisa que le paró el pulso a Colly—. Pero no había llegado el final. La siguiente vez que te vi estabas cenando con Andrews y parecías muy divertida.

Colly lo miró atónita. Le había parecido captar cierto tono celoso en la voz de Silas.

—¿Estabas celoso? —le preguntó sin poder creérselo.

—Me fastidiaba todo —reconoció Silas—. Tenía que luchar contra ti, Colly Livingstone. Incluso cuando te llamé la tarde siguiente para que cenaras conmigo.

—¿Luchabas contra… que yo te gustara?

—Efectivamente. Una y otra vez me recordaba que lo nuestro sólo era un trato y que tenía que seguir siéndolo, que no tenía ningún sentido que yo quisiera conocerte mejor —la agarró con más fuerza de la mano—. Me convencí de no llamarte —la miró con embeleso—. Entonces, tú, mi querida Colly, me llamaste.

Ella tuvo que tragar saliva antes de poder decir algo.

—Te llamé para confesar que había hecho algo espantoso.

—Pobre… Esa noche, cuando me sentí dominado por la furia al pensar que Andrews podría haberte hecho algo, comprendí que estaba enamorado de ti.

Ella se quedó boquiabierta. ¡Era amor!

—¡Silas! —exclamó.

—¿No te importa que sienta esto por ti?

—No… ni lo más mínimo. ¿Estás seguro? —no podía creérselo.

—Muy seguro. Esa noche supe que ya no podía luchar más. Entonces no sabía qué quería, pero estaba seguro de que no me importaba que todo el mundo supiera que estábamos casados.

—¿No…?

—No —la besó suavemente, pero volvió a apartarse—. ¿Qué sientes por mí, Colly?

Lo miró y se sintió nerviosa de decir esas palabras que no había dicho nunca.

—Has dicho que yo te gustaba —dijo él al ver que ella no contestaba—. Estoy intentando ir a un ritmo que sea cómodo para ti, pero me gustaría saber cuánto te gusto, cariño.

—Yo… —Colly se aclaró la garganta—. Silas… Anoche lloré porque creía que lo que sentía por ti no tenía sentido…

—¿Algunas lágrimas fueron por mí?

—Más que algunas —reconoció ella.

—Cariño… —la besó y le acarició la cara—. Sigue.

—Te prometo que no lloro fácilmente —obedeció ella—, pero cuando me marché el día de nuestra boda, habría roto a llorar. Sabía que aunque los sentimientos no entraban en el trato, estabas teniendo un efecto muy especial en mí.

—¿Crees que entonces empecé a… gustarte?

—Intenté negar semejante disparate, pero cuando leí que estabas gravemente enfermo y te vi en el hospital, cuando te reíste por mi comentario sobre que no era viuda… Entonces supe que me había enamorado mucho de ti.

—Colly… —Silas la abrazó—. ¿Estás segura?

—Te quiero —le respondió ella con cierta timidez.

Se abrazaron durante unos minutos y sólo se separaron para besarse.

—Te quiero muchísimo, mi maravillosa esposa.

—Yo te adoro —replicó ella—. Nunca supuse que podría sentir esto.

—Cariño —Silas la besó profundamente antes de apartarse con una expresión muy seria—. Desde que ayer me separé de ti, cada hora que ha pasado ha sido un tormento.

—¿De verdad?

—No quiero volver a pasar una noche tan espantosa. Sabía que no descansaría hasta que te viera. Por eso iba a quedar contigo, pero llamó Naomi y lo retrasó. Cuando te vi con Rupert… —Colly se puso tensa y él se apartó—. ¿Qué te pasa? —le preguntó Silas.

—Naomi…

—¿Qué le pasa? —preguntó Silas con tono extrañado.

—Tu cita…

—¿Cita? ¿No te lo he contado? —Silas se quedó pensativo—. ¡Es verdad! Cariño he estado demasiado confuso por ti; demasiado preocupado. Se me había olvidado. Perdona. Naomi es la mujer de Kit.

—¿Kit? ¿Tu primo Kit?

—El mismo. Te lo explicaré. Hoy yo tenía una reunión en Lisboa. Estaba programado que volviera mañana por la mañana, pero estaba ansioso por verte…

A esas alturas, Colly ya estaba horrorizada por sus celos.

—No hace falta que me des ninguna explicación —lo interrumpió.

—Creo que sí. No quiero malentendidos entre nosotros. Llegué a casa y estaba dudando si llamarte o pasar a buscarte cuando llamó Naomi. Estaba muy alterada y me preguntó si podía verme para comentarme una cosa. Me pareció fatal decirle que no. Le dije que quedaría con ella para tomar café. Ella me propuso un sitio que estaba cerca de su casa; nuestro hotel. Yo habría preferido cualquier otro sitio, pero ella parecía muy nerviosa y yo no quería complicar más las cosas.

—¿Pudiste ayudarla?

—Lo dudo. Es posible que se sienta mejor por haberme dicho que está segura de que él tiene una aventura, pero por mucho que yo hable con él, no creo que vaya a cambiar nada. Sin embargo, ya está bien de hablar de un matrimonio que va mal, prefiero hablar de un matrimonio que espero que vaya bien desde el principio.

—¿Nuestro… matrimonio? —le preguntó Colly vacilante.

—No tengas miedo, cariño. Sí, nuestro matrimonio. Si necesitas más tiempo, esperaré. Si sigues queriendo tener una profesión, me parece bien. Pero tengo que decirte que te amo tanto que quiero que nuestro matrimonio sea definitivo y un matrimonio como Dios manda.

Ella lo miró con el corazón desbocado.

—Con definitivo y como Dios manda, ¿quieres decir…?

Silas la miró con delicadeza.

—Quiero decir que quiero que vengas a vivir conmigo y seas mi mujer —Colly lo miraba sin poder articular palabra—. Mi mujer en todos los sentidos de la palabra.

Ella sabía que se había sonrojado, pero él seguía mirándola fijamente.

—Pero el sábado dijiste que no querías hacer nada que nos uniera para siempre —ella lo recordaba claramente—. Cuando fuiste la primera vez a nuestro cuarto, dijiste…

—Mentí —la interrumpió.

—¿Mentiste…? —le preguntó antes de soltar una carcajada.

Silas no se rió.

—¿Te parece bien ese aspecto del matrimonio? No voy a meterte prisa. Si tú…

—No quisiera parecer muy lanzada, pero creo que me parece bien… ese aspecto del matrimonio. Te quiero. Te quiero mucho, con todo mi corazón, mi alma y mi cuerpo.

Silas la miró un momento y luego la atrajo más hacia sí. La besó con un beso muy distinto de los delicados besos de esa noche. Ella tenía el pulso a cien por hora cuando Silas se abrió camino delicadamente entre la leve ropa que ella levaba y le tomó un pecho con la mano.

—Silas… —susurró ella con un hilo de voz.

Él se quedó quieto.

—¿Silas sí… o Silas no…?

Ella lo miró perpleja, pero él no quería malentendidos entre ellos.

—Sí.

—Cariño, me da la sensación de no saber a qué atenerme. Ayer me dijiste que no.

—No lo hice —Silas se apartó, retiró la mano del pecho y lo tapó—. ¿Cuándo lo hice?

—Cuando yo…

—¡Ah! —se acordó de cuando él la acarició sobre el camisón.

—¿Ah?

Ella volvió a sonrojarse.

—Tendrás que perdonarme. Soy nueva en todo esto —pero venció su timidez para también evitar cualquier malentendido—. No estaba negándome, yo quería hacer el amor contigo… Silas, dijiste que yo no necesitaba mi camisón. Nunca he estado desnuda delante de un hombre. No pude quitármelo… No pude… pero… eso era lo que quería decir. No…

—Cariño, qué animal insensible soy. Perdóname. Tendría que haberme dado cuenta.

—Ya no importa —¿cómo iba a importarle si Silas la quería?

—Haremos que no importe. Es un obstáculo sin importancia que desaparecerá cuando nos conozcamos —esbozó una sonrisa irresistible—. ¿Vas a casarte conmigo? ¿Vas a vivir conmigo y a quererme y a estar toda la vida conmigo?

Ella sonrió resplandecientemente porque nunca había sido tan feliz.

—Me alegro de que volvieras de Lisboa. La respuesta es: sí, señor Livingstone. —Mi mujer… —dijo él como si estuviera paladeando las palabras—. Mi mujer excepcional…