Capítulo 8
Eran las dos menos cinco del sábado cuando Silas fue a buscarla. Ella estaba preparada, aunque por dentro era un manojo de nervios. Tragó saliva y abrió mientras repasaba todo lo que se había dicho para olvidarse de la sensación de estar engañando a un anciano. Tenía que pensar que Silas se había casado por la empresa, por los empleados y los accionistas. Silas iba vestido con una camisa y un pantalón de algodón.
—Iré por la bolsa de viaje —susurró ella.
Silas llevó la bolsa hasta el coche y un minuto después ya estaban de camino.
—Ha llamado mi madre para darte las gracias por una cena tan maravillosa. Yo te he excusado por no estar en ese momento —le comentó Silas.
—Si lo pienso bien, creo que todo salió estupendamente.
—Les caíste muy bien a mis padres.
—Estaban dispuestos a que les cayera bien cualquier mujer con la que te casaras —Colly quería evitar todo remordimiento, aunque le encantaría ser la nuera de Paula Livingstone.— Tu madre es muy cariñosa.
—Echas de menos a tu madre, ¿verdad? —preguntó él—. ¿Cuántos años tenías cuando murió?
—Ocho. No volveremos a cenar con tus padres, ¿verdad?
—Te preocupas demasiado —le contestó él, aunque para ella eso no era una respuesta.
Colly se quedó pensativa durante un buen rato.
—¿Te preocupa algo? —le preguntó Silas para romper ese silencio.
—¿Por dónde empiezo? —le espetó ella muy secamente—. Perdona —se arrepintió Colly—. Yo tengo más culpa de todo esto que tú.
—Eres un encanto.
Colly sintió un ligero estremecimiento porque le pareció que él lo decía de corazón.
—Yo sólo pienso en mi remordimiento, pero tú tampoco estarás pasándolo muy bien al tener que engañar a tu familia…
—¿Sabe una cosa, señora Livingstone? Me parece que disfruto bastante estando casado con usted.
Ella podría haber esperado cualquier respuesta menos esa. Se quedó boquiabierta y se alegró de que él estuviera mirando hacia la carretera. Sintió que rebosaba felicidad, hasta que cayó en la cuenta. Era normal que disfrutara tanto; al fin y al cabo, cada uno vivía por su lado. Él tenía el certificado y con eso se daba por contento. Aunque se alegrara de haberla elegido para ese trámite.
Colly notó que estaba poniéndose nerviosa otra vez y que ésa no era la mejor disposición para conocer al abuelo de Silas.
—Ayer llamó tío Henry —comentó ella despreocupadamente.
—¿Ha leído la noticia de nuestro matrimonio? ¿No se lo habías contado…?
—¡Gracias por confiar en mí! —estalló ella, aunque suspiró al darse cuenta de que se había excedido—. ¿Por qué tengo que disculparme contigo todo el rato? Ya sé que me fui de la lengua con Tony Andrews, pero no lo hice con tío Henry.
—¿Le molestó mucho?
—No, fue muy comprensivo. Le dije que el piso es de tu abuelo y que tú viajas mucho, pero que a veces te quedas en el piso cuando estás aquí.
—¿Te he convertido en una mentirosa?
—Es lo que tú me dijiste, que a veces dormías allí.
—Recuérdame que lo haga más a menudo —bromeó él.
Ella se rió.
El abuelo Livingstone era alto, como todos los hombres Livingstone. Tenía una mata de pelo blanco, andaba erguido y fue a saludarlos. No la abrazó, pero después de estrechar la mano de Silas, estrechó cariñosamente la de ella.
—¿Cómo se ha atrevido mi nieto a casarse contigo sin que yo estuviera allí? —le preguntó él afablemente.
—Queríamos algo muy discreto y no queríamos esperar —le contestó ella con una sonrisa muy cálida—. Lo siento.
—Te perdonaré por sonreír así. Adelante, Gwen tiene el agua hirviendo.
Gwen, que era una mujer pequeña y regordeta que llevaba años ocupándose de la casa del abuelo de Silas, llevó la bandeja con té y pasteles. Sin embargo, fue Colly quien sirvió el té mientras el abuelo se disculpaba por no haber ido al entierro de su padre.
—¿Conocías a mi padre?
—No personalmente, pero entre los ingenieros, todo el mundo lo conocía o había oído hablar de él.
Colly se sintió orgullosa y muy relajada.
—Me imagino que querréis arreglaros un poco —cambió de tema el abuelo—. Vuestra habitación está preparada, es la del frente.
Era una casa enorme, pero su habitación no era doble.
—Colly, ¿subimos las bolsas? —le preguntó Silas.
—Muy bien —contestó ella con una sonrisa para disimular los nervios.
Sillas llevó las dos bolsas de viaje al piso superior y abrió la puerta del dormitorio. Colly se quedó parada sin poder apartar la vista de la cama de matrimonio.
—¿Qué pasa? —le preguntó Silas, que ya estaba dentro.
—Nada.
Colly miró la única butaca que había en el cuarto y pasó dentro. Silas cerró la puerta y luego apoyó las manos en los hombros de ella. Ella dio un respingo.
—¿Nada? Yo no diría lo mismo…
—¡No sigas! —soltó ella mientras se zafaba de él.
Él no le hizo mucho caso.
—Mira, todo el mundo sabe que estamos casados, pero aunque te reconozco que eres una mujer hermosa y deseable, tú tienes que reconocer que yo no quiero hacer nada que pueda unirte permanentemente a mí.
Eso le quitó un peso de encima. No porque las palabras fueran tranquilizadoras, sino porque de sus palabras se deducía que si ella le daba una oportunidad, él… ¿Quién se había creído que era?
—De modo que puedes olvidarte de que vaya a pasar algo entre tú y yo —siguió él antes de que ella se le lanzara a la yugular.
Colly abrió la boca dispuesta a responderle cuatro cosas, pero se tragó las palabras.
—¡Muy bien! —exclamó ella mirándolo a los ojos.
—¿Qué pasa ahora? —le preguntó él con una expresión sombría.
Ella no apartó la mirada, a él se le despejó la expresión y Colly supo que no iba a gustarle lo que iba a oír.
—Naturalmente —empezó a decir Silas—, tú no quieres que pase algo que pueda consumar nuestro…
—¡No sigas! Ni ahora ni nunca… —Colly se quedó sin fuelle. No entendía aquella discusión. Ninguno de los dos quería lo mismo—. En cuanto a tu pregunta de qué pasa, supongo que me fastidia que tú, o cualquier hombre, sea inmune a mis encantos.
Él hizo una mueca con los labios y la abrazó.
—¿Inmune? Creo que sabes perfectamente que no es así, ¿verdad, Colly?
Colly lo miró con el corazón desbocado.
—Entonces, ¿ahora sabemos cuál es nuestro sitio?
—Efectivamente —Silas le dio un ligero beso en los labios, la soltó y dio un paso atrás—. Si necesitas algo, llámame. Iré a hacer compañía a mi abuelo.
Colly deshizo la bolsa cuando Silas se fue y se preguntó por qué se había organizado ese lío. Silas había dejado muy claro que quería que su matrimonio siguiera como estaba y que ella podía dormir tranquilamente en la misma habitación que él. Aunque se alegraba de saber que no era totalmente inmune a ella.
Sin embargo, seguía sintiendo cierta aprensión cuando bajó a cenar. Algo que enseguida resultó injustificado por la amabilidad del abuelo y el apoyo de Silas. Sólo hubo un momento un poco complicado.
—Supongo que no habrás tenido tiempo de pasar por el piso últimamente —le comentó el abuelo a Silas.
—Sí he pasado —había pasado ese mismo día—. Todo está perfectamente.
Poco después volvieron a la sala y Colly se dio cuenta, ante su sorpresa, de que, en general, había sido una velada muy agradable.
Al cabo de un rato, ella se enteró de que el abuelo de Silas solía acostarse a las diez y media y decidió que era el momento de retirarse.
—Yo subiré más tarde —comentó Silas.
Ella notó que los nervios empezaban a atenazarla otra vez.
—Entonces, me despediré —Colly sonrió mientras se levantaba.
Una vez en el dormitorio, ella volvió a acordarse de que él no estaba dispuesto a consumar el matrimonio, aunque tampoco fuera indiferente a ella. También comprobó que la casa de su abuelo político no se había modernizado tanto como para tener edredón. Se duchó, se puso el camisón y llevó la colcha y una almohada a la butaca, que no parecía muy cómoda. Luego, encendió la luz del cuarto de baño y dejó la puerta entreabierta para que Silas pudiera ver algo. Apagó la luz del dormitorio y se metió en la cama con la esperanza de dormirse antes de que llegara él. Sin embargo, seguía despierta cuando oyó que él abría la puerta. Estaba de espaldas al cuarto de baño, con los ojos cerrados e intentaba respirar tranquilamente. El no dijo nada. Debió de entender la indirecta cuando vio la luz del cuarto de baño.
Silas entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Ella abrió los ojos en la oscuridad. Volvió a abrirse la puerta y ella cerró los ojos. Silas apagó la luz y fue hacia la butaca, al menos, eso esperaba ella, porque no estaba dispuesta a dormir en la misma cama que él. Aunque al cabo de una hora, o quizá fueran dos, tuvo que replantearse esa decisión cuando comprobó que Silas no conseguía encontrar una postura.
Oyó que la butaca crujía mientras él daba vueltas en ella y sintió cierta lástima. No se merecía aquello. Aunque una noche en vela tampoco iba a matarlo. Le dolería la espalda durante una semana, pero…
—¡Por Dios! —exclamó ella—. Trae la almohada y la colcha y túmbate encima con los pies hacia mi cabeza —le ordenó ella mientras le hacía hueco en la cama.
Colly oyó que él se movía y deseó haberse quedado callada.
—Me he comprado un pijama por ti —le informó Silas.
—Como si llevas armadura. Vas a dormir con los pies hacia mi cabeza.
Colly lo oyó reírse para sus adentros y tuvo que reconocer que ella también estaba riéndose. Se contuvo y notó que la cama se hundía. Silas se había tumbado con la cabeza en los pies de ella.
Colly no supo cuánto había dormido él, pero ella no pegó ojo al sentirlo tan cerca. Al alba, él se levantó y fue al cuarto de baño. Ella supuso que se ducharía y se vestiría para empezar el día.
Colly cerró los ojos y durmió un poco, pero una especie de despertador interno la avisó de que los invitados tenían ciertas obligaciones, como no llegar tarde al desayuno.
Se sentó y miró alrededor. Se tranquilizó un poco al comprobar que Silas no estaba allí. Se colocó en su sitio el tirante del camisón y se levantó para darse una ducha.
Fue al cuarto de baño mientras se preguntaba a qué hora se irían. Abrió la puerta y se quedó paralizada. No podía ni cerrar los ojos. Ella estaba convencida de que Silas habría salido del cuarto de baño hacía mucho tiempo. Creía que habría dormido una hora o así. Sin embargo, el cuarto de baño no estaba vacío. Silas estaba dentro, completamente desnudo…
Estaba de costado, enfrente de un espejo muy grande y era evidente que acababa de afeitarse. Giró la cabeza al oír que la puerta se abría y ella soltaba un gritito al encontrarse con aquellas piernas largas, los musculosos muslos, el firme trasero y la ancha espalda.
Luego se miraron a los ojos y ella se puso roja como el tomate. Colly retrocedió hacia el dormitorio, pero estaba aturdida y no sabía qué hacer. Intentó explicarse que no era nada grave, que Silas había creído que ella estaba completamente dormida y no se esperaba que irrumpiera en el cuarto de baño.
Entonces, oyó que él salía y se ponía detrás de ella.
—¡Esto se pone feo! —exclamó ella.
—No sabía que estuviera tan mal desnudo…
—No sabía que estabas ahí —a ella no le hacía gracia.
Entonces, él la abrazó desde detrás. Ella miró hacia abajo y se sintió extraordinariamente aliviada al comprobar que él llevaba los brazos cubiertos por una tela de seda y, por tanto, debía de haberse puesto una bata.
—Creía que te habías duchado y te habías ido… —le explicó ella.
—La última vez que te vi, estabas completamente dormida, pero aun así, sabía que la puerta no tiene pestillo y debería haberte puesto una nota o algo.
—No importa…
Él la estrechó contra sí y Colly se dio cuenta de que sólo llevaba un camisón muy fino y corto. Además, notó el calor del cuerpo de Silas.
Ella intentó soltarse, pero él la retuvo. La verdad era que ella prefería quedarse así. Pronto estarían otra vez en Londres y volverían a alejarse.
—Has estado sensacional, Colly —le dijo Silas al oído—. Dentro de unas horas ya habrá terminado el fin de semana.
¡Unas horas! Ella quería quedarse así toda la vida.
—No quería complicar las cosas —ella se recostó contra él movida por un impulso.
Él no la apartó y los costados de sus caras quedaron casi uno contra otro.
—Has estado maravillosa.
Ella empezaba a sentirse flotando.
—¿Es lo que les dices a todas después de acostarte con ellas? —le preguntó ella entre risas.
Silas la tomó de los brazos y le dio la vuelta para que lo mirara.
—Tú eres excepcional —contestó él con desenfado.
Colly sonrió al acordarse de la vez que le preguntó si querría casarse con otra aunque estuviera casado con ella. Él le había contestado que tendría que ser alguien excepcional.
—Cuidado —lo avisó ella—. Si empiezas con lo de excepcional, yo me largo.
Silas la miró a los ojos y se quedaron durante un momento interminable sin decir nada. Entonces, ella notó que él la abrazaba un poco más. Pensó que a lo mejor tenía que resistirse, pero él la besó cálida y delicadamente y se quedó sin fuerzas para resistirse a nada. Lo amaba. ¿Por qué iba a resistirse?
Silas dejó de besarla y ella intentó decir algo, pero tenía el cerebro ocupado en otra cosa.
—Buenos días —fue lo único que se le ocurrió.
—Buenos días, mi esposa… —Silas se rió.
—Tiene una boca encantadora, señor Livingstone.
—Tienes permiso para besarla si es tan encantadora que no puedes resistirlo…
La lógica intentó imponerse, pero la lógica era gélida y ella prefería aceptar la oferta de su marido. Lo rodeó con los brazos y notó su calor y el olor a limpieza.
Se estrechó provocativamente contra él. Silas se inclinó y respondió plenamente.
Se apartaron sin aliento y Colly lo miró.
—Yo… —no pudo seguir porque iba a decirle que lo amaba y eso habría sido un completo disparate.
—¿Tú…? —le preguntó Silas con una sonrisa.
—Yo… creo que me siento algo aturdida.
Silas sonrió como si la comprendiera.
—¿Crees que otro beso serviría de algo?
¡Estaba loco! Sin embargo, ella no podía resistir esa tentación.
—No quiero que creas que soy avariciosa…
Silas volvió a estrecharla contra sí y Colly dejó de pensar para sentirse en el séptimo cielo mientras el hombre que amaba la besaba una y otra vez. La apasionaban aquellos besos y respondía a ellos sin freno. La apasionaba que le pasara los dedos por el pelo y que le tomara la cara entre las manos.
—Silas… —susurró ella al darse cuenta de que estaba contra la pared con Silas reclinado sobre ella.
—¿Estás…? —empezó a preguntarle él—. No estaré asustándote… —corrigió Silas.
—¿Me deseas? —le preguntó ella con voz ronca.
—Cariño… Sí, creo que podría decirse que sí —reconoció Silas con una sonrisa.
—¡Oh!
—¿Estoy agobiándote? —Silas se apartó un poco.
—No. Es que creo que mi formación en ciertos asuntos ha subido otro nivel.
Colly quería sentir el cuerpo anhelante de él contra ella y se pegó a Silas aún más.
—¡Colly…! —Silas la besó de tal forma que ella supo que ya no estaban jugando.
—¡Silas…!
Lo rodeó con los brazos y se deleitó con cada susurro, con cada beso, con cada caricia en los hombros desnudos. Se aferró a él, que con una mano la estrechaba contra sí y con la otra le tomaba uno de los pechos. Se sintió abrasada por el deseo. Quería más.
—¡Oh…! —suspiró ella mientras él jugaba delicadamente con su pezón endurecido—. ¡Oh…! —volvió a suspirar Colly cuando Silas le tomó el pezón entre los labios.
Silas la besó lenta e interminablemente y le pasó las manos por la espalda, por la cintura y por el trasero. Colly creyó que iba a desmayarse cuando los dedos de Silas se abrieron paso por debajo del camisón y la estrecharon más aún contra sí apoyados sobre su trasero desnudo.
El camisón empezaba a ser un obstáculo.
—¿Lo necesitamos para algo? —le preguntó Silas con los dedos sobre la fina capa de algodón.
—No. Quiero decir… sí.
Colly no sabía lo que quería decir, pero la idea de estar completamente desnuda delante de él le parecía imposible. Todo era completamente nuevo para ella y si bien lo amaba con toda su alma y lo deseaba con todo su cuerpo, había algo dentro de ella que se lo impedía. Quizá fuera algo fruto de su educación, una timidez por ser la primera vez que estaba con un hombre.
—No puedo —le aclaró ella aterrada sólo de pensar en desnudarse delante de él.
Silas, ligeramente congestionado, la miró sin poder creérselo.
—¿No quieres hacer el amor conmigo? —le preguntó mientras se apartaba un poco.
Ella no quería decir eso. Todo el cuerpo se le estremecía de deseo, pero de repente, a pesar de la intimidad que habían alcanzado, quizá porque Silas se había apartado un poco y ya no la tocaba, ella se encontró con un muro de pudor. No podía encontrar las palabras para expresarle que lo deseaba y que quería que la tomara. Sacudió la cabeza. Estaba asfixiándose por el aturdimiento, pero cuando habló lo hizo con entereza.
—¿Has terminado con el cuarto de baño? —le preguntó.
Miró a Silas con temor. Él parecía no creérselo, pero no iba a imponerse a ella. Se apartó otro paso.
—¡Caray! Sí que eres fría —dijo Silas entre dientes.
¿Fría? Si él supiera…
—Debo entender que sí, ¿me permites?
Colly se fue antes de arrojarse a los brazos de él para suplicarle que la entendiera, que ningún hombre la había visto desnuda, que la desnudez la bloqueaba.
Volvieron a Londres en silencio. Colly tenía mucho que meditar y Silas parecía muy concentrado en algo. Ella supuso que sería en el trabajo, que un hombre tan sofisticado como él no le daría más vueltas a lo que había pasado entre ellos. Ella tampoco quería darle más vueltas. Se había quedado un siglo en el cuarto de baño y él no estaba en el dormitorio cuando ella salió por fin. Tampoco pintaba nada en el dormitorio. Al fin y al cabo, Silas debería haberse alegrado de que las cosas hubieran terminado así. Él no quería cimentar el matrimonio y, seguramente, en ese momento estaría dando gracias a los hados porque ella se hubiera echado atrás. Bueno, ella también se alegraba porque el contrato no decía nada de hacer el amor.
—¿Te pasa algo? —la pregunta de Silas se abrió paso por el enrarecido ambiente del coche.
¡Era un detalle por su parte!
—¿Qué iba a pasarme? —le preguntó Colly con cierto orgullo.
Volvió a hacerse el silencio. Ella supuso que él estaría tan ceñudo como parecía, pero no iba a mirarlo para saberlo.
—Aceptaré la mitad de la culpa si tú aceptas la otra mitad —le ofreció Silas.
—Es lo mínimo que puedes hacer. Además, si no te importa, prefiero no comentarlo.
Sólo recibió un gruñido como respuesta. Perfecto. Colly se acordó del talento como actriz que había descubierto al bajar las escaleras para encontrarse con Silas y su abuelo. Quizá hubiera sido buena educación ante un hombre mayor, pero se había pasado un par de horas sonriendo y charlando con los dos hombres como si no hubiera pasado nada. Luego, poco después de comer, cuando Silas dijo que tenían que irse, el abuelo los había acompañado al coche.
—Me he alegrado mucho de conocerte, Colly —le había dicho el anciano, dándole un beso en la mejilla—. Vuelve pronto.
Si dependiera de ella, no lo haría nunca.
—Gracias por acompañarme —le dijo Silas cuando llegaron al edificio de pisos.
—De nada.
—Te llevaré la bolsa.
¡Ni hablar! Ya había tenido un contacto con él. No quería verlo en su sala, donde podían tener un combate verbal.
—No hace falta —replicó mientras notaba que estaba a punto de echarse a llorar—. Hasta la vista —balbuceó Colly.
Agarró la bolsa y se alejó rápidamente.
Esa noche se acostó con el ánimo por los suelos y el lunes se levantó con el ánimo igual de bajo. La situación era desesperada. Silas y ella no podían tener un matrimonio como era debido aunque ella quisiera. Entonces, ¿qué sentido tenía seguir casados? Tampoco tenía que pensarlo mucho, ya sabía la respuesta. Aunque si se divorciaran, ella ya no tendría obligaciones familiares. El abuelo de Silas le había exigido, casi, que volviera pronto, pero ¿cómo iba a volver con Silas? Sabía que no correría ese riesgo. Sin embargo, ¿hasta cuándo podría Silas poner excusas a su familia? También sabía que el divorcio era impensable. Colly no podía hacerle eso a Silas. Deseó no amarlo tanto y supo que no debería haberse casado con él, pero también supo que se alegraba de haberlo conocido. Además, él no le había pedido que se enamorara y después de su actitud durante el viaje de vuelta, era evidente que no quería que la relación fuera más íntima.
El día discurrió lentamente, pero Rupert Thomas la llamó alrededor de las cinco y parecía desquiciado, como si quisiera demostrarle que ella no era la única desanimada.
—¿Qué vas a hacer esta noche? —le preguntó Rupert con tono sombrío.
—Nada de particular —contestó ella.
—¿Te importaría cenar conmigo?
Ella ya había cenado con él otras veces y era un buen acompañante, cuando estaba animado.
—¿Por algún motivo concreto? —quiso saber Colly.
Era una pesadilla cuando estaba desanimado, pero era su amigo.
—Aunque no te lo creas, la canalla de Averil Dennis me ha dado puerta.
—Lo siento mucho —se lamentó Colly, que pasó los cinco minutos siguientes escuchando las maldades de la tal Averil.
—Necesito hablar con alguien —concluyó Rupert—. ¿Cenarás conmigo?
Colly estuvo a punto de recordarle que al día siguiente iban a verse en la galería, pero cambió de idea. No tenía nada que hacer esa noche ni ninguna noche y ya estaba bien.
—Me encantaría cenar contigo, Rupert. ¿Adónde vamos a ir? ¿Al White Flamingo?
—Mmm… me parece que te llevaré a un sitio que está más de moda que me enseñó Averil. Te recogeré a las siete.
—De acuerdo.
Colly supuso que Rupert esperaba que Averil estuviera cenando en ese sitio para o bien pasar de largo con la barbilla muy alta o presentarla como si fuera su última conquista. A ella no le importaba. Rupert había tenido una vida muy difícil y, aunque tenía cuarenta años, parecía tener cincuenta. Además, era bastante divertido y ella le tenía cariño.
Fue puntual y no dejó de hablar de Averil desde el primer momento. Colly se dio cuenta de que no había leído la noticia de su matrimonio con Silas o que se le había olvidado por su obsesión con Averil. Sin embargo, todo dejó de tener importancia de repente. No podía ser, pero si no se equivocaba, Rupert estaba llevándola al mismo hotel donde Silas le había propuesto que se casaran.
—Rupert, yo…
No pudo terminar porque Rupert se abalanzó sobre un sitio libre para aparcar el coche enfrente del hotel. Ella intentó calmarse. Ese hotel podía tener el restaurante favorito de Averil, pero no tenía por qué serlo también de Silas. Había miles de restaurantes en Londres. Sin embargo, Colly escudriñó el restaurante cuando entró con Rupert y se dio cuenta de que Rupert estaba haciendo lo mismo, aunque a él le fastidiaba no encontrar el objeto de su búsqueda. En cuanto a ella, sólo sabía que no quería cenar allí, que sería una tontería, pero ése era su restaurante, el de Silas y ella.
Estaba muy tensa. Era pronto y Silas podría entrar todavía, pero ¿quería verlo? Se moría de ganas por verlo.
—La llevé a casa… —estaba contándole Rupert y Colly intentó concentrarse—… y accidentalmente… —se abrió la puerta y entró un hombre alto y moreno, pero no era Silas—… ¿te lo imaginas? —remató Rupert.
—Mmm… que mala suerte —aventuró Colly.
—Claro que fue mala suerte, pero Averil aseguró que lo hice intencionadamente…
Rupert siguió así toda la cena y Colly intentó no mirar hacia la puerta cada dos minutos.
—… ¿ya? —le preguntó Rupert.
Colly esperó que se refiriera a la cena.
—Ha sido una cena sensacional.
—Tomaremos café en el salón, ¿te apetece?
El salón donde Silas y ella habían tomado café aquella noche. Silas…
Rupert se levantó sin esperar la respuesta de Colly. Era pronto, no habían dado las nueve, pero de camino al salón, ella prefirió irse a casa. Un minuto después, deseó haberlo dicho claramente. Al entrar en el salón, sus ojos se posaron en un atractivo hombre moreno que tomaba café con una rubia impresionante. Silas. Colly se sintió fatal y los celos se adueñaron de ella, pero Silas apartó la mirada de la rubia por un momento. Sus ojos se encontraron con los de Colly. Ella notó que también miraba a su acompañante y que no parecía muy complacido. Silas empezó a levantarse y Colly se volvió hacia Rupert.
—Tengo que irme —le dijo al oído.
Salió disparada y Rupert la siguió.
—¿Te sientes mareada? —le preguntó Rupert mientras se acercaban al coche.
—He visto a alguien que no quiero ver —Colly tuvo que reconocer la verdad.
Aunque la verdad era que no quería ver a Silas con otra mujer.
—Vaya, te entiendo —Rupert fue todo comprensión—. Vámonos.
Colly quiso corresponder a Rupert y sabía que debería invitarlo a su piso a tomar el café que le había impedido tomar en el hotel, pero fue incapaz.
—Gracias por la cena, Rupert.
—Ha estado bien, ¿verdad? Hasta mañana. Esperaré a que entres.
Colly abrió la puerta de la calle, se despidió de él con la mano y entró en su piso. Pensar que ella creía que estaba desanimada cuando salió de allí… Ya no podía quitarse de la cabeza la imagen de Silas hablando con esa rubia. Quizá estuviera pidiéndole que fuera su segunda esposa… Intentó tomárselo a broma, pero lo odiaba por hacer que se sintiera tan mal. En ese momento, sonó el teléfono.
¿Sería Silas? Imposible, tenía mejores cosas que hacer que acordarse de que estaba casado. ¿Rupert? No le apetecía volver a darle vueltas al asunto de Averil, pero tampoco podía ser tan canalla…
—¿No le has dicho que no te van los viejos verdes? —le preguntó Silas entre dientes.
Colly no sabía si sentir placer, odio o una mera conmoción. Los celos se impusieron.
—¿Todavía mantienes tu compromiso matrimonial, Livingstone?
Quiso haberse mordido la lengua. ¿Habría parecido celosa? Se hizo un silencio.
—Me pregunto, Colly, si te gustaría cenar conmigo mañana.
Eso la enfureció. Hacía poco más de una hora estaba absorto por una rabia y seguramente seguía con ella. ¿Seguiría en el hotel? ¿Qué excusa le habría puesto para llamarla?
—¡Cenar! —estalló Colly—. Estaba pensando en divorciarme más que en cenar contigo.
Colly colgó y rompió a llorar.