Capítulo 7

B ELVIA creía que no iba a ser capaz de pegar ojo en toda la noche, pero, aunque tardó mucho en conciliar el sueño, luego durmió hasta bien avanzada la mañana.

—¿Tienes pensado levantarte hoy? -le preguntó irónicamente Latham para despertarla.

Su voz sonaba tan poco agradable corno durante la escena final de la noche anterior. A pesar de que su corazón saltaba de alegría sólo de verlo, decidió luchar con sus mismas armas.

—¡Gracias por traerme el desayuno a la cama! -respondió con tanta o más ironía.

Latham le lanzó una mirada de desprecio y se marchó. Era un canalla; pero, era superior a sus fuerzas, Belvia lo amaba de corazón. Además, en la mesilla de noche había una taza y un plato que ella no había colocado por la noche. Sí, sí le había llevado el desayuno a la cama.

Es más, al bajar a la cocina, comprobó que se había ocupado de fregarlo todo, pues la pila estaba vacía.

—Gracias por el desayuno -le dijo en un tono más sociable cuando volvió a encontrarse con Latham-. ¿Has desayunado tú? -preguntó. Quería mostrarse amable con él; si no, no volvería a verlo después de ese fin de semana.

—Hará una hora -contestó. Belvia notó un tono crítico en su respuesta y decidió echar por tierra cualquier posibilidad de acabar esos dos días como amigos.

Belvia regresó a la habitación en la que había dormido, cambió las sábanas, quitó un poco el polvo de los muebles y borró cualquier huella que pudiera indicar que había usado el dormitorio y el cuarto de baño. Recogió todas sus cosas y fue a dejarlas en el otro dormitorio.

Abrió la puerta de la habitación: las dos camas estaban hechas. No parecía que Latham hubiera dormido allí. Retiró el edredón de una de las camas y vio que no era ésa la que Latham había ocupado. Entonces colocó su camisón debajo de la almohada, el neceser en el baño y el resto (te la ropa en el armario. En total, le llevó diez minutos. De pronto empezó a inquietarse ante la perspectiva de que esa noche ella dormiría en una de esas camas y Latham en la de al lado.

Salió apresurada de la habitación y bajó las escaleras. Fue a la cocina, donde se lo encontró tomando un café y se arrepintió de no habérselo ofrecido ella antes: ¡después de que él le había llevado el desayuno a la cama...! Tampoco era tan grave: ¡ya era mayorcito para prepararse un café!

—Vamos a dar un paseo -afirmó Latham, dejando bien claro que Belvia tendría que acompañarlo.

—El paseo te lo darás tú. Yo tengo que ir preparando la comida -respondió.

A Belvia le pareció advertir una expresión de sufrimiento en los ojos de Latham, pero no pudo imaginar a qué podría deberse. Latham cambió de idea y, en vez de dar un paseo, salió un rato fuera de casa, pero sin salir de sus terrenos.

Belvia se alegró, pero también lo echó de menos; quería que regresara, quería salir a pasear con él... quería hacer cualquier otra cosa que no fuera pelar patatas para la comida.

Cuando terminó de prepararla, salió a ver si lo encontraba. No tuvo que andar mucho para localizarlo. En realidad, parecía que había estado esperando todo el tiempo a que saliera, pues nada más verla la saludó. -¿Vas a algún sitio? -preguntó Latham.

¿Adónde iba a ir si tenía que obedecer cualquier capricho suyo hasta que acabara el fin de semana?

—Si es una orden, sí -ofreció con astucia-. Dime, ¿a qué hora llegarán tus invitados?

—Te mueres de ganas por verlos, ¿eh? -comentó para provocarla.

—Deberías volver a la cama y probar a levantarte esta vez con el pie derecho -respondió. De pronto, se estremeció y deseó no haber pronunciado la palabra «cama»-. Mira, Latham: si tengo que cocinar, necesito saber cuándo queréis que os dé de comer.

—Comeremos por la noche -respondió después de encajar la furiosa mirada de Belvia-. De momento, me bastará con un sandwich.

«¿De qué murió tu última sirvienta?», se preguntó Belvia. Regresó a la villa. ¿Cómo podía hacerse esas preguntas amándolo tanto? Porque no era un amor correspondido, pensó después de prepararle el sandwich. Y eso resultaba muy doloroso.

Belvia sólo quería grabar en su memoria los ratos en que habían estado juntos disfrutando de su mutua compañía. Al día siguiente, todo habría terminado y sus caminos no volverían a cruzarse de nuevo. Quería mostrarse dulce y encantadora, pero no era posible: Latham no podía enterarse de que lo amaba.

—Mi hermana llegará sobre las tres -anunció Latham mientras se comía el sandwich en la cocina. Su voz parecía amable.

—¿No va a venir tu cuñado al final?

—¿Acaso te preocupa? -respondió, desvanecido cualquier amago de amabilidad.

—Alguien tenía que haberte dado un buen par de azotes cuando eras pequeño -exclamó Belvia.

—¿Te apetece intentarlo?

—Todavía no he llegado hasta ese punto -respondió. Entonces, mientras se miraban furiosos, Latham esbozó una sonrisa, Belvia se contagió de aquel gesto, y al final rompieron a reír. Tenían el mismo sentido del humor. Cuando se calmaron, la miró a la cara y Belvia no supo sino decirle que se fuera de la cocina. Latham tampoco sabía qué decir, así que se marchó.

Graeme Astill llegó con su mujer. Definitivamente, ese hombre no le caía bien a Belvia. Sin embargo, prevalecieron los buenos modales y la educación. Pensó que no se merecía a Caroline, la hermana de Latham.

—No sabía qué íbamos a cenar -comentó Caroline, una mujer rubia y alta de veintiocho años, al entrar en la cocina con Belvia-. Por si acaso, he traído un pastel de manzana, que sé que a Latham le encanta.

Belvia podría haberse pasado toda la tarde escuchando a Caroline hablar de lo que a Latham le gustaba y le dejaba de gustar; pero ésta no añadió nada más. No quería preguntarle, porque eso revelaría su interés por él. Aunque, ¿cómo no iban a pensar los Astill que estaba interesada en Latham si compartían habitación? Se alegró de que fuera Latham el que les indicara dónde estaba el dormitorio en el que ellos iban a dormir.

Empezó a sentir celos imaginando a cuántas chicas habría invitado a pasar allí un fin de semana cuando Caroline y Graeme no estuvieran con él para vigilarlo. Prefería no saberlo. Sin embargo, en un momento en que se quedó a solas con Latham en la cocina, sacó el tema:

—Supongo que es aquí a donde traerás a todas tus amiguitas, ¿no? -preguntó. Se arrepintió en seguida. Como Latham no respondía, Belvia empezó a buscar desesperadamente algo que añadir, para que no pareciera estar de veras interesada.

—Por si te interesa saberlo -respondió mirándola a los ojos-, tú eres la única mujer, aparte de Caroline, a la que he invitado a esta villa.

—No, si a mí me da exactamente igual -mintió. Una vez que sus celos habían desaparecido, prefirió cambiar de conversación-. Caroline ha tenido el detalle de traer un pastel de manzana, así que no tendré que molestarme en preparar el postre; siempre que su majestad no desee algo especial -comentó con sarcasmo. ¿No la había llevado allí de cocinera?

Le lanzó una mirada asesina. Sin embargo, a medida que la tarde fue avanzando y fue dando paso a la noche, Latham pareció más y más relajado y afable.

¿En qué podía estar pensando? ¿No parecía algo triste? ¿Era todo producto de su imaginación? No, no lo era: mientras Caroline y ella sirvieron la cena, Belvia se dio cuenta de que Latham no dejaba de mirarla.

Como no sabía qué decirle y no tenía la más mínima intención de dirigirse a Graeme Astil¡, se puso a charlar con Caroline en cuanto sirvieron el primer plato. Por suerte, Belvia se dio cuenta de que se sentía muy a gusto al lado de Caroline.

Latham, en calidad de anfitrión, fue el primero en intentar sacar un tema de conversación común e informó a su hermana de que a Belvia, como a ella, le gustaba montar a caballo. Ambas empezaron a hablar de lo mucho que disfrutaban cabalgando y, poco a poco, sin conexión aparente, el hilo de la conversación las llevó a charlar sobre ropa, moda e incluso golf.

—¿Tú juegas al golf? -se interesó Caroline, que, al parecer, era toda una experta.

—Me temo que no -sonrió. De todos modos, pudo prolongar la conversación comentándole el torneo de golf que la empresa de su padre iba a patrocinar, y resultó que Caroline había participado en anteriores ediciones de dicho torneo y consideraba que era prestigioso.

Al final, fueron a la cocina y llevaron el pastel de manzana, que estaba delicioso, tal como todos reconocieron.

—No es nada. Un detalle para acompañar tu maravillosa cena -le dijo Caroline a Belvia-. ¿Compraste la comida por aquí o ya la traías?

—Belvia y yo pasamos por un supermercado al venir hacia aquí -intervino Latham. Belvia estuvo a punto de sufrir un paro cardiaco de la emoción que le produjo oír «Belvia y yo» -¿Tú, en un supermercado? -exclamó Caroline asombrada.

—Dejando de lado la tendencia del carrito a torcer hacia la derecha, reconozco que pasé un rato divertido -respondió. Sí, Belvia también había disfrutado mucho haciendo la compra.

Mientras se tomaban un café, Belvia tuvo ocasión de comprobar que la mirada triste de Latham había desaparecido. También se sentía contenta porque estaba sentado a su lado, en el sofá para tres personas, mientras que los Astill habían ocupado las dos sillas que había enfrente. Sabía que su nerviosismo se debía a estar tan cerca de él, pero, mientras no se dirigiera a Latham directamente, éste no lo notaría.

Después de charlar una media hora, Latham se levantó y dijo que, dado que las mujeres habían preparado la cena, ellos debían encargarse de fregar. Buena idea: con un poco de suerte, con la pila de platos que había, Belvia estaría dormida cuando Latham entrara en el dormitorio.

—Si no os importa, creo que me voy a acostar -comentó como si nada-. El aire del campo...

—Creo que yo también subiré a la habitación -se unió Caroline. Belvia tuvo ganas de abrazarla.

—¡Qué bonito! -comentó Graeme, al que no parecía emocionarle la idea de fregar. A Belvia le daba igual. Bastantes problemas, y más serios, tenía ella ya.

—Buenas noches -se despidió sin atreverse a mirar a Latham.

Subieron las escaleras y se separaron al llegar arriba, donde Belvia se dirigió con total naturalidad al dormitorio de Latham. Nada más cerrar la puerta, se lavó los dientes, se duchó a toda prisa y se metió en la cama.

Antes de apagar la luz, agudizó el oído: nada. Latham seguiría en la cocina. Lo más seguro era que aún tardara en volver, teniendo en cuenta que tenía que colocar un montón de platos y cacerolas.

Apagó la luz y se tapó con el edredón. Quería dormirse antes de que Latham regresara y no despertar hasta el día siguiente. Pero no podía. Una hora después, abrió los ojos y vio que el dormitorio estaba inundado por la luz de la luna: se le había olvidado correr las cortinas.

Justo cuando iba a levantarse a correrlas, oyó que alguien subía por las escaleras; así que decidió quedarse quieta, sin moverse lo más mínimo. Se tapó la cabeza con el edredón y cerró los ojos con fuerza.

Casi se le cortó la respiración cuando oyó que la puerta de su dormitorio se abría. Latham no encendió la luz. Durante los siguientes diez o veinte minutos, cada segundo le pareció un siglo. Por lo que podía oír, también él tenía la costumbre de ducharse antes de acostarse.

La puerta del baño se cerró y Belvia oyó sus pasos cada vez más cerca. Daba la impresión de que se había detenido a mirarla. Por suerte, poco después, escuchó los muelles de la otra cama.

A Belvia le dio rabia que Latham hubiera vencido la tentación tan rápidamente; pero se alegraba: con que la hubiera rozado, habría despertado sus deseos más ardientes, y no estaba segura de haber podido contenerse. ¡Cuántas ganas tenía de descansar entre sus brazos!

Siguió escuchando la respiración pausada de Latham. Lo amaba y, sin embargo, sabía que en menos de veinticuatro horas todo habría acabado y no volvería a verlo. Era horrible.

Por fin, después de martirizarse con esa terrible expectativa durante mucho tiempo, se durmió. Unos pocos minutos después, Latham encendió la lámpara de la mesilla de noche, fue a la cama de Belvia y trató de despertarla.

—Belvia, sólo es un sueño, despierta -le decía. -¿Qué? -abrió los ojos-. ¿Qué pasa? -preguntó

medio dormida.

—Era una pesadilla -le explicó cariñosamente-. No te preocupes, no pasa nada.

—¡Latham! -exclamó mientras se incorporaba hasta sentarse-. ¿Estaba gritando?

—Tampoco es tan extraño en ti, ¿no? -preguntó en broma.

—Bueno, a veces grito un poco -sonrió-. Cuando algo me preocupa: los exámenes de clase... esas cosas.

—¿Estás preocupada? -se interesó.

—No es nada -respondió. No quería que Latham se preocupara. Se apoyó sobre su pecho para no mirarlo a los ojos.

Sintió que se estaba poniendo tenso y que no tardaría en apartarla; pero quería aguantar unos segun

dos más.

—¡Por Dios! Belvia, ¿te crees que soy de piedra? -preguntó y, sin poder evitarlo, sus brazos fueron hacia los de ella.

Pero, en vez de apartarla, la sujetó con fuerza. Belvia echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los

ojos; sus cálidos ojos...

—Latham -suspiró después de recibir sus labios.

—¿Estás despierta? -preguntó-. ¿O soy yo el que está soñando?

—Bésame -susurró reclamando su amor. Latham la estrechó entre los brazos y la besó. Era el paraíso.

—Cariño -susurró Latham. Belvia estaba fascinarla. La había llamado «cariño». Volvió a besarla, estrechándola con más fuerza, y Belvia lo rodeó con lo, brazos.

—¡Latham! -exclamó Belvia, que se acababa de dar cuenta de que estaba totalmente desnudo. Latham, el hombre al que amaba, se había levantado de su cama disparado al oírla gritar en sueños, para rescatarla de sus pesadillas.

—Belvia.

Podía sentir el calor de su cuerpo; era un milagro estar así. Latham empezó a besarle el cuello y Belvia se estremeció al acariciar su espalda. Sintió que su cuerpo era una llama encendida caricia a caricia. Sus pechos firmes... Quería gritar su nombre, proclamar su amor por Latham. Quería amarlo. Se estaban amando.

Un nuevo beso y sus manos bajaron hacia la delgada cintura. Belvia se apretó contra él hasta ser incapaz de distinguir dónde acababa su cuerpo y empezaba el de Latham, que tiró el edredón de la cama al suelo y, sin poder resistir más, se tumbó junto a ella y sobre ella, pues la cama no daba para más.

—¿De veras lo necesitas? -preguntó Latham mientras le quitaba el camisón.

—No... -respondió algo cohibida. Se apoyó sobre su pecho para que no la viera desnuda-. ¿Te importa... apagar la luz? -le susurró tímidamente al oído.

—¿Te dar vergüenza ver tu cuerpo? -susurró provocativamente mientras pulsaba el interruptor de la luz.

—Vergüenza, no; creo que soy un poco tímida.

—¿Tímida?

Quería decirle que nunca antes había estado desnuda delante de un hombre; pero sabía que no la creería y temía que se rompiese el embrujo de ese mágico momento. Decidió seguir besándolo y aplastó sus sinuosos senos desnudos contra su pecho. Lo oyó gemir de placer.

—Tu cara es preciosa. Y tú cuerpo es igual de bello -le dijo mientras la miraba envuelto en la luz de la luna. Luego sintió nostalgia de sus labios y repitió y fue bajando hasta coronar la cumbre de sus pechos-. Cariño -susurró extasiado.

Se fue recostando sobre ella con cuidado y cubrió de besos sus labios, sus pechos, su vientre, sus muslos...

—Latham, vida mía -susurró con timidez-. ¡Te deseo tanto...!

—Corazón -suspiró atragantado de emoción.

Ajustaron los cuerpos, Belvia lo rodeó con los brazos firmemente y se quedó sin respiración al intuir el látigo de su virilidad.

—Ahora, por favor -imploró en un arrebato valeroso.

—Pronto, cariño -le prometió mientras se demoraba en sus muslos y la besaba. Cuando no quedaban dudas de que su cuerpo, su indudablemente femenino cuerpo, estaba preparado, Latham la besó y se colocó justo allí donde Belvia aguardaba «a su bienvenida».

—Latham -repitió su nombre antes de empezar con los últimos lances del amor.

Cuando él la penetró ella sintió un leve dolor.

—¡Ay! -gritó Belvia.

Latham se detuvo y, acto seguido, se apartó de ella y se quedó sentado en la cama mirándola desconcertado.

—Eres... virgen -dijo sin creerlo aún. Belvia tomó sus brazos para que no se escapara. Quería decirle cuánto lo amaba.

—Por favor, no te enfades conmigo -le rogó-. Intenté decírtelo, pero...

—Pero no te habría creído -respondió, tratando de recuperarse de aquella sorpresa-. Belvia, amor mío, no estoy enfadado contigo, sino conmigo. ¡Estarías asustadísima!

—No, has sido muy dulce -replicó para consolarlo.

—Tenía que haberlo intuido. Tu timidez, tu...

Belvia supo entonces qué sensible era el hombre del que se había enamorado. Lo besó para demostrarle que no tenía nada que reprocharse.

—Siento haber gritado. No quería parar. Es que no creí que fuera a dolerme. Bueno, supongo que tenía que saberlo, pero... -vaciló. No sabía qué decir; así que lo abrazó de nuevo-. Por favor, hazme el amor -le pidió. Sus cuerpos volvieron a encontrarse y los amantes sofocaron sus gemidos con los labios.

—Amor mío -contestó Latham-, ¿estás segura de que realmente lo deseas?

—Latham, nunca he estado más segura de nada. Te necesito, te quiero -lo besó-. Por favor.

Latham reaccionó como ella esperaba y la sujeté por la cintura. Sin embargo, consciente de su virginidad, puso freno a su pasión. Se deslizó por su cuerpo despacio y le acarició los pechos y los pezones. Su lengua saboreó su ombligo, sus muslos...

—Latham -gimió. Nunca había imaginado sensación parecida y deseaba con todo su corazón que Latham estuviera gozando tanto como ella.

Finalmente, con suavidad y delicadeza, Lathani se sumergió en ella, pero esa vez Belvia no gritó. Se movió con lentitud, sofocando sus fogosos deseos.

Cuando terminaron, Latham la abrazó a la espera de que Belvia se durmiera. No podía creérselo: era un hombre sensacional, amable, caballeroso y delicado. Cerró los ojos y sintió un beso en el cuello. Permaneció en un reino de felicidad hasta que abrió los ojos: había amanecido.

Aquella había sido la mejor noche de su vida, a pesar de que apenas había dormido, o tal vez debido a eso. Belvia dejó de sentirse angustiada, pues no era posible que un hombre se mostrara tan atento y considerado si no sentía algo de afecto hacia la otra persona.

Entonces, se dio cuenta de que Latham no estaba en su cama. Había aguantado hasta verla dormirse entre sus brazos, pero luego no habría resistido al cansancio y se habría ido a su cama. Giró la cabeza con timidez, tal vez Latham estaba despierto observándola, y, entonces, se dio cuenta de que la otra cama estaba vacía.

Se quedó un minuto pensando: era evidente que Latham tenía costumbre de levantarse pronto y había salido con sigilo para no despertarla. Sabía que a Latham no le costaría saludarla sin dar señales de lo que habían compartido la noche anterior; sin embargo, no estaba segura de que ella pudiera fingir igual que él. ¿No se había sonrojado al verlo en ocasiones anteriores sin siquiera haberse desnudado del todo? Ojalá pudiera darle los buenos en días en privado. Sin embargo...

—Estaba preparando un café. ¿Quieres? -le ofreció Caroline cuando Belvia bajó a la cocina.

—Me encantaría -respondió Belvia, que no veía a Latham por ningún sitio-. ¿Graeme no ha bajado to

davía?

—Se ha ido -le informó Caroline en un tono que sugería que no se había marchado a dar un simple paseo.

—¿Ido? ¿Adónde? -preguntó.

—No sé -contestó-. Y rne estoy dando cuenta de que en realidad me da igual -añadió con cierto alivio.

—¿Te da igual?

—Ahora sí. Al principio estaba muy enamorada de él. Tanto que toleré lo inconstante que era.

—Ah -exclamó Belvia. Pobre Caroline. Sonaba como si estuviera al corriente de los escarceos amorosos de su marido.

—De verdad -prosiguió Caroline mientras colocaba los cafés en la mesa de la cocina-. Hasta esta mañana, cuando lo vi tirado inconsciente en el suelo, pensaba que seguía enamorada de él; pero... –no pudo continuar.

—¿Graeme estaba inconsciente? ¿Había estado bebiendo?

—Latham lo derribó -explicó Caroline.

—¿Sí? -preguntó sorprendida-. ¿Le pegó?

—Un buen puñetazo. Llevaba años pidiéndolo a gritos. Se lo merecía. Y me alegro... por eso me he dado cuenta de que el amor que sentía por él estos años atrás, estaba muerto. Graeme sólo formaba parte de mi rutina; pero no lo necesito.

Belvia no sabía qué decir. No creía que pudiera comentar nada que mereciera la pena. ¿Dónde estaba Latham? ¿Seguiría furioso? Tenía que haberlo estado para pegar a su cuñado. ¡Pobre! Seguro que había reaccionado así por el mal trato que Graeme dispensaba a su mujer. En realidad, si mal no recordaba, no se había mostrado muy cordial con él durante la cena.

—¿Dónde está Latham?, ¿paseando? -preguntó. Supuso que habría necesitado salir a dar una vuelta para calmarse después de su altercado con Graeme.

—Se ha vuelto a Londres -respondió. Belvia se quedó boquiabierta-. Lo siento, ¿no te lo había dicho?

—Bueno... me quedé dormida -respondió para preservar su orgullo-. Supongo que me lo habría dicho, si me hubiera despertado un poco antes.

—Dijo que tenía que encargarse de algunos asuntos. Creo que se trataba de algo importante... -sonrió Caroline-. Si no, no se habría marchado. Se fue nada más darle el puñetazo a Graeme.

—Los negocios son los negocios -comentó Belvia, que estaba un poco más animada, contagiada por la alegría y la sonrisa de Caroline-. Creo que yo también tengo que ir pensando en volver a Londres -dijo después de mirar el reloj.

—Yo voy para allá dentro de poco. Si quieres, te acerco a algún sitio -le ofreció Caroline amistosamente.

—¿No se llevó Graeme el coche?

—Es mi coche y yo tengo las llaves. Con un poco de suerte, puede que aún nos lo encontremos haciendo autoestop -comentó con malicia.

Belvia no pudo evitar sonreír; pero al volver a la habitación que la noche anterior había compartido con Latham, se sintió destrozada. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Cómo no se había dado cuenta de que para Latham aquello sólo había sido una aventura sin importancia?

Tardó unos pocos minutos en recoger todas sus pertenencias, pero estaba tan nerviosa que tuvo que permanecer un rato más en el dormitorio para tranquilizarse.

Empezó a recordar lo cariñoso que se había mostrado Latham con ella la noche anterior y acabaron saltándosele las lágrimas. ¡Maldito fuera! Nadie en el mundo tenía derecho a hacerla sufrir como estaba sufriendo en ese momento.

Se secó los ojos y se aseguró de que no se notara que había estado llorando. Bajó con la maleta y dejó que Caroline cerrara la casa. Ninguna de las dos habló durante el viaje de vuelta, pues ambas tenían muchas cosas en que pensar.

Belvia intentó concentrarse en algo que la hiciera olvidarse de Latham; pero era inútil: no podía sacárselo de la cabeza. Pensó que, en realidad, él siempre había estado interesado en Josy; pero, ¿por qué tenía que pagarlo con ella?

Prefirió no pensar más al respecto. No se imaginaba por qué la habría sustituido por su hermana y, desde luego, no iba a llamarlo para preguntárselo. Belvia era consciente de que no podía quejarse: Latham había querido que cocinara para él y ella había accedido; Belvia le había pedido que le hiciera el amor y él había accedido. Había sido glorioso.

Caroline la dejó en su casa y se disculpó por no haber estado muy comunicativa durante el viaje:

—Estaba pensando que ahora no tengo a nadie de quien preocuparme y creo que voy a disfrutar de mi libertad -sonrió. Belvia reconoció un rasgo familiar en aquella sonrisa; un rasgo que le recordó a Latham y la dejó sin respiración.

—¡Aprovecha ahora que puedes! -respondió por fin. Le agradeció que la hubiera acercado a casa y la invitó a tomar café en alguna ocasión. Se despidieron.

—¿Qué tal Kate? -le preguntó Josy antes de que Belvia pudiera preguntarle si había ocurrido algo para que estuviera tan risueña.

—¿Kate? -Belvia no recordaba que había usado a su amiga como excusa para pasar fuera el fin de semana. Prefirió contestar con otra pregunta para no tener que volver a mentir-. ¿Ha ocurrido algo en estos dos días que deba saber?

—La verdad es que sí. ¿Quieres que prepare un café mientras subes tus cosas a la habitación?

Belvia colocó la ropa en su dormitorio, se lavó las manos, se peinó y se miró en el espejo: no le gustó la cara que tenía. Dado que Josy era capaz de advetir en ella hasta el más leve indicio de preocupación, Belvia tendría que hacer lo posible por disimular lo atribulada que estaba.

—Bueno -dijo al bajar al salón, donde Josy la esperaba con el café-, a ver: ¿qué ha pasado?

—Pues, para empezar, he estado dándole muchas vueltas a la cabeza últimamente a lo de Hetty -le dijo mientras le llenaba la taza de leche.

—¿A lo de Hetty?

—Sí. No me parece bien que tengas que ocuparte tú todo el rato de ella y...

—Pero, tonta, si no me importa nada -la interrumpió Belvia.

—Ya lo sé. Y te agradezco que te estés portando tan bien conmigo. Pero eso no quita para que me haya sentido a disgusto por no montarla yo. El caso es que el viernes me sentí todavía más culpable cuando leí tu nota y me di cuenta de que habías tenido que pensar en mí y en Hetty antes de marcharte con total libertad.

—Entiendo -comentó Belvia, que se estaba sintiendo peor si cabe por haber mentido a Josy en la nota-. ¿,Y qué has decidido?

—Estuve todo el viernes pensando al respecto y no sé si al final me habría animado a hacer algo de no ser por... -se quedó sin palabras.

—¿Por? -preguntó Belvia muy interesada. Intuía que había sucedido algo muy importante en su ausencia.

—De no ser porque el primo de Marc vino a verme.

—¿El primo de Marc?

—No lo conoces. Yo sólo lo vi una vez, el día que llegué a Francia con Marc. No estuvo en el funeral Pero bueno, la cuestión es que ahora está en Inglate. rra por no sé qué negocios y lo invité a que viniera tomar un café. Por lo que sea, seguramente porque Marc y yo nos conocimos en la cuadra, acabamos hablando de caballos y me comentó que él tambiér tenía un par, pero que, como pasaba mucho tiempc fuera, estaba buscando a alguien que se ocupara df entrenarlos -Josy hizo una breve pausa para respi rar-. De pronto, mientras hablábamos, se paró de golpe y me preguntó si estaría interesada en aceptar ese trabajo, aunque luego añadió que quizá fuera un lugar demasiado tranquilo, pues vive en un sitio aislado, sin apenas gente alrededor.

—¿No le dirías que sí te interesaba? -preguntó Belvia, cuyo asombro aumentaba por instantes.

—No, me negué por completo. Sin embargo, ya que había sido tan amable de ofrecerme el trabajo, me pareció que había sido muy brusca rechazándolo y me sentí obligada a explicarle que no había vuelto a montar ningún caballo desde la muerte de Marc. Entonces, me miró a la cara y me preguntó que si no creía que ya iba siendo hora de que volviera a ver a Hetty. Seguimos charlando un buen rato y, al final, se empeñó en conocer el sitio donde Marc había trabajado y...

—¡Has estado en la cuadra!

—Y he montado a Hetty -respondió. Se levantó de la silla, pues no aguantaba seguir sentada de nerviosa que estaba-. Antes de despedirse, me pidió que me pensara bien su oferta y que fuera a Francia; que sólo serían seis meses...

—¿Y ya lo has pensado? -preguntó. No quería interferir en la decisión de Josy, así que procuró no mostrar lo sorprendida que estaba para que ello no la influyera en modo alguno. Sin duda, sería un paso tremendo para Josy, teniendo en cuenta lo tímida que era; pero no menos cierto era que, de vez en cuando, Josy se las arreglaba para dejarla boquiabierta. Su decisión de casarse con Marc era buena prueba de ello.

—Todavía no lo tengo claro. Pero, ¿qué pasaría con papá?

—¿Qué tiene que ver papá con esto?

—Se pondría furioso, si le dijera que dejaba de ocuparme de la casa y me marchaba.

—¡Que se pague una asistenta! Si su empresa puede patrocinar un torneo de golf, digo yo que podrá permitirse ese gasto.

—¡Bel, no sabes cuánto me alegro de que hayas vuelto! -exclamó Josy, como si las palabras de su hermana le hubieran infundido valor. Luego giró la cabeza mirando en dirección a la ventana-. Si al final me fuera a Francia durante un tiempo, no tendría que preocuparme más por Latham Tavenner, ¿verdad? -cambió de tema.

—Tranquila. Hagas lo que hagas, no volverá a insistir en salir contigo -afirmó con firmeza, a pesar de que el mero hecho de oír su nombre la estremecía-. Créeme, Jo: no volverás a verlo nunca más.

—Me parece que te equivocas. Acaba de aparcar delante de casa -respondió Josy. Sin embargo, en esa ocasión, Belvia se sintió más angustiada que su hermana.

Experimentó un cúmulo de intensas sensaciones que le impedían pensar. Entonces, cuando ya hubo aclarado sus ideas, empezó a enfadarse. ¿Cómo se atrevía a ir a su casa a seguir acosando a Josy después de...?

—Yo me encargo de él -dijo Belvia, que deseaba escapar, pero, al mismo tiempo, abrirle la puerta y darle un bofetón-. ¿Por qué no te vas a la cocina y preparas el postre favorito de papá? Así no se pondrá tan furioso, si al final decides que tienes algo que contarle.

Josy recogió los platos y las tazas del café a toda velocidad, salió del salón y, cuando sonó el timbre de la puerta, se metió en la cocina.

Belvia esperó a que su hermana cerrara la puerta de la cocina para salir a recibir a Latham. Sus piernas empezaron a temblar, así que tuvo que esperar unos segundos para calmarse antes de abrir. El timbre volvió a sonar con impertinente impaciencia. Belvia colocó la mano en el pomo. Tenía que ser fuerte y comportarse con dignidad... a pesar de que Latham se la había robado por completo la noche anterior. Y encima, el muy canalla, tenía la desfachatez de presentarse allí para seguir molestando a Josy.