Capítulo 6

BELVIA estuvo angustiada hasta que se acostó y el jueves, al despertar, seguía desesperada. Nada más marcharse Latham, se dio cuenta de que, después de haberle contado el secreto de su hermana, éste podría manejarla como a una marioneta. Si Latham quería, Belvia estaría obligada a hacer cualquier cosa que él deseara a cambio de mantener la boca cerrada. Estaba a su merced.

Sabía que si había confiado en Latham era porque lo amaba; porque se había mostrado muy comprensivo y atento. Pero eso no le servía de nada. Estaba desquiciada: lo amaba con tanta intensidad que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él; pero, al mismo tiempo, su amor hacia Josy era irrenunciable, y tenía que protegerla.

Belvia se levantó de la cama. Se preguntaba cuándo la llamaría. La noche anterior, su corazón se había disparado al sonar el teléfono: había imaginado que sería él, pero resultó que la llamada era para su padre; algo relacionado con un torneo de golf que la Compañía de Productos Fereday estaba promocionando. Belvia no comprendía cómo era posible que la empresa de su padre estuviera promocionando nada, cuando se suponía que estaba al borde de la bancarrota. Claro que, según su padre, las apariencias eran casi más importantes que el estado real de la empresa.

Salió de la habitación con la esperanza de no tener que inventar nuevas mentiras: no le había inmportado mentir al hombre al que amaba; pero haberle mentido a su hermana no le agradaba. Nada más irse Latham, Josy le había preguntado:

—¿Qué quería?

—Nada importante -había respondido Belvia. No quería preocuparle diciéndole que Latham seguía interesado en ella-. ¿Recuerdas el concierto del lunes? -preguntó para despistarla.

—Sí -contestó Josy.

—Pues esa noche... -vaciló. Tenía que inventarse algo rápidamente.

—No te pasó nada, ¿verdad? -preguntó preocupada.

—No, ya te dije que Latham se comportó copio un caballero. El caso es que durante la velada conocí a un hombre que se llamaba Rodney Phillips y que trabaja para Latham -se le ocurrió. Hasta ahí todo verdad--. Pues resulta que, al parecer, le pidió a Latham mi número de teléfono y éste se lo dio. Sin embargo, luego se enteró de que el tal Rodney tiene fama de ponerse muy pesado con las mujeres en cuanto se torna un par de copas; así que Latham creyó que tenía la obligación moral de advertirme, porque está convencido de que Rodney Phillips me va a llamar para que salga con él.

—¡Qué detalle! -alabó Josy. Belvia no entendía cómo era capaz de inventarse esas historias y le pidió disculpas mentalmente a Rodney Phillips, al que había considerado del todo inofensivo.

El teléfono no sonó en todo el día, así que Belvia se acostó enfadada: odiaba tener que esperar, que hacer guardia delante del teléfono, que salir de casa exclusivamente para montar a Hetty y volver corriendo a casa, temiendo que Latham hubiera llamado en su ausencia.

—¿Te apetece venir conmigo al supermercado? -le preguntó Josy el viernes por la mañana.

—¿Te importa si me quedo en casa? -respondió. Calculó que ir y volver le llevaría unas dos horas-. Es que quería ordenar el armario y desprenderme de la ropa vieja, y como no empiece pronto...

—Si tienes intención de deshacerte de ese vestido verde que tanto me gusta, ya sabes que yo me lo quedo encantada -la interrumpió Josy. Belvia se sintió muy alegre: no tanto porque hubiera aceptado su excusa sin molestarse, sino porque era la primera vez desde hacía siglos que su hermana mostraba cierto interés por la ropa. ¿Estaba empezando a recuperarse? Lo deseaba con todas sus fuerzas. Belvia sabía que acababa de dar un pequeño paso; pequeño, pero en la dirección adecuada.

Josy sólo llevaba fuera quince minutos cuando llamaron a la puerta. Belvia se puso a temblar. No podía ser él, se repetía una y otra vez mientras iba a abrir. ¿Qué hombre de negocios podía sacar tiempo dos veces en una misma semana para hablar de algo que no tenía nada que ver con los negocios?

Puso la mano en el pomo de la puerta, respiró profundamente y abrió: era él. No llevaba ropa de trabajo, a pesar de ser día laborable. En cualquier caso, su mera presencia le hizo sentir un gozo inmenso.

Por su parte, Latham estaba mirando sus pantalones ajustados y su camisa. ¿En qué estaría pen

ando?

—¿Vienes por mí o por Josy? -preguntó mientras procuraba relajarse.

Latham la miró sin parpadear unos segundos. Debía do estar recordando la conversación que habían tenido la vez anterior que Belvia le abrió la puerta, cuando ésta había dicho que Josy no estaba en casa, y él, que había ido a verla a ella.

—Por ti.

Belvia no le ofreció una taza de café, pues era evidente que ese hombre había ido a negociar; tenía toda la baraja en su mano, así que estaba derrotada de antemano. Intentó no ponerse nerviosa.

—Vamos al salón -propuso. Latham la siguió en silencio. Belvia le indicó que se sentara en la silla en la que ella había estado la vez anterior y luego se sentó en el sofá.

—Hoy sí que es verdad que Josy está fuera -comentó cuando se hubieron sentado, con la esperanza de retrasar el momento de oír lo que Latham había ido a decirle.

—¿Ha ido a algún sitio interesante?

—Sólo al supermercado -respondió. De pronto, quería saberlo todo cuanto antes, por malo que fuera.

—¿Crees que Josy se encuentra lo suficientemente bien como para que la dejes sola unos días? -preguntó sin rodeos.

Belvia lo miró con cautela. La verdad era que, si bien agradecía estar acompañada, a Josy le gustaba disfrutar a veces de la soledad. Y si su comentario sobre el vestido verde quería decir algo, empezaba a estar recuperada.

—¿En qué estás pensando? -preguntó. No tenía intención de mostrarle su confianza en la recuperación de Josy, pues ya había sido demasiada franca la última vez.

—Tengo una pequeña finca en Wiltshire, a la que suelo ir algunos fines de semana. De hecho, voy para allá ahora.

—¿Sí? -preguntó con cortesía.

—He invitado a un matrimonio mañana. Se quedarán a dormir y -añadió- me gustaría que vinieras conmigo y estuvieses allí.

Belvia estaba muy confusa. La idea de pasar con él todo el día, de estar a su lado todo el fin de semana, aunque acompañados a partir del día siguiente, sonaba maravillosamente. Sin embargo, de pronto, bajó de las nubes: no podía ser tan sencillo; él no la amaba.

—¿Por qué? -preguntó.

—Aunque no creo que seas tan buena ama de casa como tu hermana, estoy seguro de que sabrías manejarte en la cocina -respondió.

De modo que quería que cocinara para él y para sus invitados. No parecía que eso fuera un problema, aunque ya había confiado en él el miércoles y se había arrepentido después.

—¿Y qué tiene esto que ver con Josy? -le preguntó.

—Tú decides. Si vienes, no volveré a molestar a tu hermana.

Belvia se quedó sin respiración. Estaba claro que si podía afirmar eso de forma tan categórica es que no estaba enamorado de ella, ¿no? ¡Qué estupendo! Estaba emocionada. En realidad, Latham sólo se había interesado por Josy porque la consideraba un objetivo inalcanzable; pero no la amaba.

Belvia tuvo que reunir todas sus fuerzas para no dar muestras de su tremendo alivio, de su gran alegría. Además, ¿por qué tenía que alegrarla tanto ir de asistenta, a limpiar y cocinar? Pero entonces pensó en su hermana y en su padre; si éste se enterase de lo que estaba sucediendo, no haría sino presionar a Josy para que saliera con Latham.

—¿Tendré una habitación para mí sola? -preguntó entonces, dejando de lado cualquier otra preocupación.

Pues claro que tendría una habitación para ella. Se dio cuenta de que acababa de hacer una pregunta estúpida. Más le valía haberse quedado callada. Sin embargo, no supo cómo interpretar la sonrisa gentil que se dibujó en el rostro de Latham mientras éste la miraba fijamente. No se fiaba de esa sonrisa.

—La casa tiene tres habitaciones -respondió por fin. Belvia se sintió aliviada, pues eso quería decir que sí tendría su propia habitación. Pero Latham siguió sonriendo, lo cual inquietó a Belvia, que se dio cuenta de que había cantado victoria demasiado pronto; de que su preocupación no había sido injustificada-. Lamentablemente, hice unas obras y la habitación de en medio la convertí en dos baños: uno para cada dormitorio.

—Entonces, la casa sólo tiene dos dormitorios, ¿no es así? -preguntó aparentando cierta frialdad. No quería revelarle lo inquieta que estaba; pero tenía que dejar las cosas muy claras antes de poner un pie en aquella casa.

—Tus cursos de contabilidad te mantienen en muy buena forma, ¿eh? -comentó mordazmente. Belvia tuvo ganas de pegarle un bofetón por insolente, pero era cierto que tampoco hacía falta una calculadora para restarle uno a tres.

—Bueno, ¿y dónde dormiría si aceptase?

—Tranquila, nunca me perdonaría que no durmieses en un dormitorio -respondió con amabilidad-. Y yo no tengo intención de dormir en el sofá del salón -añadió para ahorrarle la siguiente pregunta.

Belvia tragó saliva, a pesar de que quería aparentar tener controlados los nervios. Estaba aturdida. No tenía ni idea de qué estaría Latham maquinando.

—¿No estarás pensando en que la mujer de tu amigo duerma conmigo en una habitación mientras que tú...? -pero Latham llevaba ya un rato diciendo que no con la cabeza.

—Ni se me había ocurrido.

¡Santo cielo! ¡Cuánto lo odiaba!, ¡cuánto lo amaba y lo odiaba!

—Entonces, ¿quieres decir que, cuando tus invitados vengan mañana, tendré que dormir en la misma habitación que tú? -insistió.

—Eso es. Sabía que no me equivocaba: eres una chica lista -comentó con ironía.

No podía quitarle esa sonrisa irónica de una bofetada, pero, a cambio, lo fulminó con la mirada. Sin embargo, Latham no pareció inmutarse. Belvia pensó en no ir, pero luego se acordó de Josy y tuvo la certeza de que debía aceptar aquella invitación; así, al menos, dejaría tranquila a su hermana.

—¿Y crees que voy a dormir en tu cama? -preguntó con hostilidad, hecha un rnanojo de nervios. A Latham le resultó divertido que pudiera mostrarse tan hostil y, al mismo tiempo, preguntarle algo así, visiblemente dispuesta a ceder.

—Seguramente, estarás encantada -se burló de Belvia, cuyos ojos se pusieron rojos de cólera. ¡Qué canalla!, ¡qué maldito cerdo asqueroso! ¡Sabía de sobra la influencia que su cuerpo ejercía sobre ella!

—¿Es que no te importa lo que los demás puedan nsar de mí? -preguntó amparándose en lo único ue podía argüir en su defensa. No, antes dormiría el suelo que a su lado en la cama. -¡Ay, virgen santa! -exclamó tan amanerada como irónica e irreverentemente-. Ahora resulta que a la señorita le importa el qué dirán. ¿Desde cuándo es eso?

Belvia se levantó de la silla enfurecida y se dirigió hasta la ventana. De seguir cerca de él, sería capaz de estamparle cualquier cosa en la cabeza. Estaba de espaldas a Latham, pero había notado que él también se había puesto en pie.

Estaba atrapada. No tenía salida. Aunque, bueno, ya que él pensaba que mantenía una relación adúltera con un hombre casado, quizá podía decirle que tenía mejores cosas que hacer que irse con él a su chalet... No, tampoco: ¿qué más le daba a Latham todo eso?

—¿Qué pasaría si no voy y no hago de sirvienta para ti? -preguntó desafiante después de girarse para mirarlo a la cara.

—¿Cuándo dices que vuelve tu hermana? -preguntó a modo de respuesta. Es decir, Belvia tenía que elegir entre ella o Josy.

—Te estás tirando un farol -se atrevió a contestarle. Belvia no podía creerse que se hubiera enamorado de un hombre que, después de saber las circunstancias en las que su hermana se había quedado iuda, fuera capaz de apostar tan fuerte.

Latham se limitó a irse hacia la puerta en silencio. Belvia se apresuró a cerrarle el paso:

—¡Está bien! Tú ganas -cedió Belvia, que estaba convencida de que, si lo dejaba salir del salón, Latham no volvería a perder el tiempo en mirarla e iría detrás de su hermana. Lo miró a los ojos y no pudo evitar amarlo. Se sintió derrotada-. ¿Me prometes que, si dormimos en la misma habitación, no... te pondrás... amoroso? -preguntó con calma.

Latham la miró a los ojos con una mirada tan tierna, que ablandó el corazón de Belvia; pensaba que le diría que se olvidase de todo, que no tenía por qué ir; pero, de pronto, toda aquella ternura se desvaneció y su mirada se hizo malévola:

—¿Y qué me dices de mi reputación? -preguntó. Belvia no sabía cómo era capaz de controlarse y no darle una bofetada.

—Si accedo a esto, ¿dejarás tranquila a mi hermana? -claudicó.

—Tienes mi palabra -respondió con calma después de mirarla muy serio varios segundos.

—Me gustaría que nos fuésemos antes de que Josy vuelva -comentó Belvia después de pensárselo unos segundos.

—No creo que necesites más que unos pocos minutos para meter algo de ropa en una bolsa. Sólo va a ser un fin de semana -dijo mientras abría la puerta de la casa para meterle prisa.

Belvia subió a su habitación. La cabeza no paraba de darle vueltas con mil preguntas a las que no sabía responder: ¿por qué ella? Estaba claro que Latham no la amaba... Belvia se sintió alegre de que tampoco amara a Josy... Y tampoco creía que la sopa que le había preparado para aquella primera cena le hubiera gustado tanto como para que se acordara de ella.

Quizá, pensándolo bien, se debía a que el chalet sólo tenía dos dormitorios: Latham necesitaba a alguien que cocinase para él y para sus invitados y, como no tenía una habitación para una cocinera, se había decantado por ella al acordarse de cuánto le había gustado su sopa.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando, sin siquiera llamar a la puerta, Latham Tavenner entró en la habitación.

—¡Podía estar cambiándome! -exclamó. Tuvo que aguantar una mirada de incredulidad que decía: ¿a qué tanto escándalo?; si ya te he visto medio desnuda. Belvia se quedó asombrada al verlo entrar en su cuarto y empezar a curiosear y mirar por la ventana.

—Había pensado que quizá necesitabas ayuda para bajar la maleta -dijo dándole la espalda.

—Apenas he empezado a hacerla -respondió. Se creería caballeroso el muy cretino...

—Esperaré... ¿Te ocupas tú del jardín? -preguntó para iniciar una conversación. Belvia deseó fulminarlo con la mirada.

—Josy se encarga de casi todo -respondió con frialdad mientras abría y cerraba cajones y metía ropa interior y de noche en la maleta. Metió también algunas artículos de tocador y luego eligió alguna otra prenda del armario. Tenían que marcharse antes de que Josy regresara-. Tengo que dejarle una nota a Josy y hacer una llamada de teléfono antes de...

—¿A quién? -la interrumpió Latham, que había dejado de contemplar el jardín, se había dado media vuelta y la estaba mirando con fiereza.

—¡A mi club de fans! -repondió airada-. No te entiendo: tan pronto eres amable como te pones inpertinente. ¿Tanto te costaría ser una misma persona más de dos segundos seguidos?

—Es parte de mi encanto. ¿A quién? -insistió.

Lo miró enojada. Latham se acercó a ella y ésta empezó a sentirse amenazada, no tanto por él como por los efectos que podía tener en ella su proximidad. Bastaría con que la tocara con un dedo para...

—¡Esto es ridículo! -exclamó-. Simplemente tengo que llamar a la cuadra para... -estaba tan irritada que no supo ni terminar la frase. Además, como no parecía dispuesto a marcharse de la habitación, tendría la oportunidad de escuchar la conversación.

Fue hacia el teléfono de la mesilla de noche y se negó a dirigir una sola palabra más a Latham. Por suerte, la persona con la que quería hablar no estaba ocupada. Terminada la llamada, Belvia fue hacia el escritorio. Intentó no hacer caso a Latham, pero, de pronto, se encontró con que éste estaba mirando por encima del hombro, leyendo la nota:

Josy, me ha llamado Kate. Estaba algo triste. Ya sabes, supongo que tendrá que ver con la depresión posjubilación. Le he dicho que me iba a pasar el fin de semana con ella. Por cierto, llama a Tracey. Ella se encargará de montar a Hetty hasta que yo vuelva. Te veré el domingo.

Un beso, Belvia.

—¿Quién es Kate? -quiso saber Latham.

—¡Por Dios! ¿Estás seguro de que has leído bien hasta el último punto? -preguntó Belvia con ironía. Latham se echó a reír y a ella le entraron ganas de acompañarlo en las risas. ¿Estaría perdiendo el juicio?-. Kate es una antigua compañera de trabajo -le contestó ariscamente; cualquier cosa menos darle a entender que compartían el mismo corrosivo sentido del humor.

Dejó la nota en la mesa del recibidor y salieron de casa. Belvia se sorprendió al ver que Latham había prescindido de los servicios de su chófer y estaba conduciendo él mismo.

Estaba segura de que no iba a disfrutar ni un solo segundo durante los siguientes dos días; pero no podía negar que estar sentada a su lado hacía bullir sus emociones. ¡Iba a estar todo un fin de semana junto a Latham!

Latham se había desviado de la autopista para ir por un camino con más vistas. Después de un rato al volante, se detuvo frente a un hotel que parecía muy acogedor.

—Comeremos aquí -comentó.

—¿Entonces no tengo que empezar a hacer de sirvienta todavía? -preguntó con hostilidad. Y, sin embargo, no podía evitar amarlo. Se derretía por él.

—Eres increíble -contestó de buen humor. Belvia no sabía qué hacer. Una hora antes, se había mostrado agresivo e implacable y no le había dejado más opción que aceptar su «invitación». Y, de pronto, pues hasta entonces apenas si habían hablado, se mostraba simpático y educado: hasta le había abierto la puerta del coche al salir.

Dadas las circunstancias, la comida transcurrió mejor de lo esperado. Pensaba que no iba a ser capaz de probar bocado con tanta tensión como había entre ambos; pero, de nuevo, Latham se mostró muy correcto en la mesa y la trató con gran gentileza, de modo que, de alguna manera, Belvia logró comportarse igualmente con sus habituales buenos modales.

Estaban pasando un rato tan agradable que llegaron a los postres sin darse cuenta.

Latham había logrado incluso hacerla reír al referirle una pequeña anécdota relacionada con el trabajo; pero lo miró a la cara y dejó de reír lo amaba. ¿Era ésa la razón de que se sintiera tan a gusto con él?

—¿Te pasa algo? -le preguntó Latham, que parecía sentirse tan unido a ella que era capaz de notar el más leve cambio en su humor.

Belvia negó con la cabeza, consciente de que sólo unos minutos antes le habría respondido con una respuesta cortante. Pero lo amaba tanto, que no quería ser ella la que crispara de nuevo el ambiente. Simplemente quería pasar unas horas agradables para guardarlas en el recuerdo como un tesoro, pues no sabía qué podría suceder durante los próximos dos días. Sólo quería pensar en el presente, aunque, al mismo tiempo, le alegraba saber que el fin de semana concluiría pronto y Latham dejaría así de perseguir a Josy. Belvia sabía que no volvería a verlo después de esos dos días.

Latham la estaba mirando fijamente. Belvia sonrió, pero cerró los ojos por temor a que éstos desvelaran lo que de verdad estaba sintiendo.

Siguieron de buen humor después de salir del hotel; pero, más tarde, al pasar por una pequeña ciudad, Latham detuvo el coche de repente:

—Hablando de supermercados -comentó con voz de mando. Sus fabulosos labios volvieron a sonreír mientras aparcaba.

—¡Bonita manera de pasar la tarde de un viernes! -dijo Belvia un poco disgustada mientras empujaba un carrito y se abría paso entre la multitud.

—¿Siempre está así de lleno?

—Eso creo -se echó a reír. Lo amaba tanto que hasta hacer la compra resultaba emocionante su lado-. ¿Qué quieres?

—¿Qué sugieres? -respondió después de mirarla primero a los labios y luego a los ojos.

—¿Yo? Eres tú el que quiere hacer la compra.

—Y tú eres la cocinera -le recordó. Esa vez, en cambio, se lo dijo con tanta deferencia que Belvia no tuvo motivo para molestarse.

—Supongo que tienes un frigorífico.

—Supongo.

Le volvieron a entrar ganas de reír, así que giró la cabeza hacia el área de las verduras y legumbres, para disimular.

—¿Esto es un chalet? -preguntó cuando hubieron llegado a Rose Cottage, una enorme villa con tanto terreno que no se veía ningún otro edificio alrededor.

—¿Te gusta?

—¡Es preciosa! -exclamó. Estaba nerviosa. Sabía que, en otras circunstancias, ella viviría feliz y relajada en un sitio como ése-. ¿Cómo la conseguiste?

—Alguien que conozco me la vendió.

Belvia sintió celos. ¿Y si ese conocido era en realidad una conocida? Prefería no saberlo y esquivar aquellos ojos que la estaban radiografiando.

—Será mejor que metamos la compra.

El interior de la villa respondía a la imagen que Belvía tenía de lo que debía ser un retiro de fin de semana. Tenía un salón enmoquetado muy acogedor con un par de sillas, un sofá para tres personas y una mesita. En el comedor, que era mucho más pequeño y estaba pegado a la cocina, sólo había espacio para una mesa y cuatro sillas.

Ayudó a Latham a descargar lo que habían comprado, pero lo que de veras le apetecía era comprobar qué tal estaban los dormitorios. Tuvo su oportunidad cuando, más tarde, Latham salió un momento al coche.

Al salir de la cocina, Belvia agarró su maleta, que estaba a los pies de las escaleras, y subió al piso de arriba. Tal como le había anunciado Latham, había dos dormitorios con baños anejos. En uno de los dormitorios, había dos camas y en el otro, una de matrimonio. Belvia echó un vistazo a los armarios: perfecto, había ropa de cama suficiente.

Sacó unas sábanas y se puso manos a la obra. Primero se ocupó de la cama de matrimonio, en la que ella dormiría sólo esa primera noche. Al día siguiente cambiaría las sábanas para los invitados. Luego fue al otro dormitorio. Echó un vistazo por la ventana, desde la que se veía, al frente, una vista preciosa: y, justo debajo, estaba el coche.

De pronto, cuando se iba a retirar de la ventana, se dio cuenta de que Latham estaba dentro del coche usando un teléfono móvil. Sólo entonces se percató de que no había visto ningún teléfono dentro de la villa, lo cual resultaba muy conveniente para aislarse de todo durante los fines de semana. Claro que, si llevaba el móvil, se perdía bastante el encanto. Se imaginó que Latham estaba hablando con alguna mujer, quedando con ella para la siguiente semana. Tenía que tranquilizarse.

Luego pensó que tal vez debiera llamar a su hermana para comprobar que se encontraba bien. Pero si hablaba con ella, tendría que contarle más mentiras; así que desestimó la idea y se puso a hacer las dos camas.

Poco después, cuando estaba colocando las almohadas, oyó a Latham entrar en la villa y subir las escaleras. Se dirigió directamente a la habitación en la que Belvia se encontraba. ¡Claro: ése era su dormitorio! ¡No tendría que compartir con él la cama de matrimonio!

—Pensé que ésta era... tu habitación -vaciló-. He ido haciendo las camas; también la de la otra habitación. Pensé que...

—Cálmate -le sugirió Latham con una sonrisa en los labios.

—Pensé -insistió. Quería decir de una vez por todas lo que tenía que decir- que podría dormir esta noche en la cama de matrimonio... yo sola. Y mañana cambiaré las sábanas -añadió.

Latham dejó en el suelo una maleta que llevaba en las manos y se acercó a Belvia. Sus increíbles y maravillosos brazos la agarraron y la atrajeron con delicadeza hacia su pecho. Así permanecieron, abrazados, durante unos segundos. Belvia se sentía protegida y, curiosamente, creía que tampoco él quería separarse; que se sentía cómodo teniéndola entre sus brazos.

Entonces, Latham la apartó con dulzura y le dio un ligero beso en la mejilla:

—¿Qué me vas a cocinar? -preguntó. Belvia estaba conmovida por aquel beso tan afectuoso.

—¡Si acabamos de comer! -dijo riendo, mientras daba un paso atrás, alejándose en dirección a la puerta.

—¿Y eso qué tiene que ver? -preguntó.

Belvia salió del dormitorio, pues temía que, de seguir allí, acabaría arrojándose a los brazos de Latham. Tomaron una cena sencilla: una sopa de sobre y una ensalada de tomate. De postre, podían elegir entre yogur de chocolate o tarta de queso. Los dos optaron por la tarta.

—Prepararé al café -se ofreció Latham.

—Muy bien -contestó Belvia encantada por aquella iniciativa, mientras iba a la cocina para tirar los restos de la cena a la basura.

Volvieron al salón para tomarse el café. Belvia estaba decidida a no prodigarse en sonrisas alegres para que Latham no sospechara lo enamorada que estaba de él.

—¿Hace mucho que compraste el chalé? -preguntó. Luego pensó que parecía un poco maniática: ¿no le había preguntado también, en otra ocasión, que hacía cuánto tiempo que se había comprado el piso de Londres?

—No mucho -respondió-. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Si no me gusta, me veré obligada a mentir -respondió inquieta, aunque convencida de que, en cualquier caso, él insistiría hasta dar con la verdad.

—No lo dudo -respondió con una sonrisa simpática. Se había acordado de la nota que Belvia le había dejado a su hermana-. ¿Debo deducir, por la nota que le has dejado a Josy y por tu conversación telefónica con Tracey, que te estás ocupando de montar a Hetty simplemente porque tu hermana no se siente con fuerzas?, ¿debo deducir también que no se debía a que eras una egoísta, como me dejaste creer en su momento?

—¡Basta, señor Tavenner! Si sigue así, corre el riesgo de descubrir que no soy tan terrible como usted pensaba -comentó con desenfado. Latham la obsequió con una cálida mirada que encendió el corazón de Belvia. Tenía que cambiar de conversación-. ¿Tú montas a caballo? ¡Qué digo, claro que montas!

—¿Ah, sí?

—Querías conocer la opinión de Josy respecto a un caballo que estabas pensando en comprarte -le recordó, convencida del todo, como lo estuvo desde el principio, de que, en realidad, nunca había tenido intención de comprar caballo alguno.

—Sí, eso quería -contestó. Sin embargo, sus ojos dijeron lo contrario.

—¿Y eres tú el que me acusa de mentirosa?

—Entonces, en cuanto te enteraste de la terrible tragedia de tu hermana, te encargaste tú de montar a l-letty -respondió después de mirarla fijamente algunos segundos-. ¿Cuándo dejaste de ir a la empresa en la que estabas en prácticas? -le preguntó dando por zanjado el tema anterior.

—Hace tres o cuatro meses -contestó sorprendida por ese cambio de estrategia.

—Tres o cuatro meses -repitió Latham-. Justo después de que el marido de tu hermana falleciera; cuando tu hermana más te necesitaba. Fuiste capaz de sacrificar ese trabajo que tanto te gustaba por ayudar a tu hermana. Y no, no te marchaste porque el trabajo te aburriera, como había dicho tu padre.

Belvia no sabía qué decir. Le iba a dar un ataque de nervios. Deseaba que Latham tuviera una buena opinión de ella; pero eso suponía, en ese caso, tachar a su padre de mentiroso, lacra que le impediría, en un mundo en el que el honor y las promesas lo eran todo, obtener el préstamo que tanto necesitaba para su empresa.

—Bueno, le dije que no seguía porque me aburría... Si no, habría intentado convencerme para que cambiara de opinión -intentó defenderlo. Sin embargo, cada vez le resultaba más difícil mentir a Latham; de modo que intentó dar un nuevo giro a la conversación-. Por cierto, no te lo había preguntado hasta ahora: ¿quiénes son tus invitados?

Latham la miró con frialdad y Belvia deseó no haber hecho esa pregunta. ¡Por Dios! Iba a conocerlos al día siguiente; iba a tener que cocinar para ellos; ¿qué más le daba decírselo!

Belvia se levantó y fue a la cocina a dejar la taza y el plato del café. Sabía que Latham la estaba siguiendo, pero no le prestó atención. No encontraba ningún motivo para hablar con él si no era capaz de responderle a esa pregunta tan trivial.

Colocó la taza y el plato en el fregadero y, al darse la vuelta, no pudo evitar hallarse cara a cara con Latham.

—Los invitados son mi hermana Caroline y su marido, Graeme Astil¡ -la informó. ¡Graeme Astil¡! Ese nombre le resultaba familiar.

—Ah, lo conozco -comentó con desdén. Un año antes habían coincidido en una fiesta y se había comportado como un donjuán; por supuesto, su mujer no lo había acompañado. A Belvia no le agradó enterarse de que ese tipejo estuviera casado con la hermana de Latham.

—¿Algún problema? -preguntó. Se había dado cuenta del tono despectivo de su comentario.

A Belvia no le seducía la idea de dormir en la misma habitación de Latham, sabiendo que su cuñado podría ir contándolo al día siguiente en cualquier fiesta.

—¿Y si lo tuviera? -preguntó desafiante.

—Mala suerte -respondió. Le lanzó una mirada asesina-. Pero te lo has buscado por ser tan pródiga otorgando tus favores.

—¡Gracias! -respondió enfurecida después de reprimir unas terribles ganas de abofetearlo. No soportaba seguir a su lado-. ¡Eres tan bueno haciendo café que seguro que no te importará fregarlo todo! -gritó Belvia. Luego se marchó a toda velocidad a la cama antes de perder el control por completo.