Capítulo 8

B ELVIA miró hacia el suelo al abrir la puerta, pero, después de fijarse en aquel cuerpo seductor, acabó subiendo la cabeza y se encontró con ese rostro que la arrebataba. Tal como había imaginado, no pudo evitar ponerse roja como un tomate.

—¡Pero bueno! -exclamó Latham sin dejar de mirarla a la cara; de admirar su rubor.

Belvia no quería oír ningún comentario sarcástico y decidió atacar con todas sus escasas fuerzas.

—¡Creía que me habías prometido alejarte de mi hermana! -exclamó.

—No pensarás en serio que todavía... -Latham se quedó sin palabras. No sabía qué decir. Se detuvo para respirar profundamente para, pensó Belvia, tranquilizarse. Lo que Belvia no acertaba a adivinar era por qué tendría Latham que tranquilizarse-. Me temo que voy a tener que darte más explicaciones de las que había pensado. ¿Me dejas entrar? -prosiguió con serenidad.

¿Para qué quería entrar? Belvia deseaba verlo, por supuesto que lo deseaba; pero no había nada que explicar: estaba claro que, para Latham, ella sólo había sido una aventura de una noche.

—Entra si lo crees necesario -Belvia se odió por ser tan débil y ceder a las pasiones del corazón.

¿Acaso no le bastaban dos palabras para explicar lo que había sucedido y decirle que no quería compromisos?

Se dio media vuelta y, a pesar de lo débil que acababa de mostrarse, logró marcharse al salón sin decirle nada más. Ya la seguiría si tenía interés. No sabía si sentarse, pues de esa forma disimularía que las piernas le temblaban, o permanecer de pie; al fin y al cabo, la conversación no podía llevarles demasiado tiempo.

Latham cerró la puerta del salón y fue hacia el sofá. Permaneció allí a la espera de que Belvia le concediera permiso para sentarse. Ésta no se atrevía a hablar, pues tenía miedo a desvelar, por el tono de la voz, lo que sentía por él.

Finalmente, fue hacia una de las sillas, se sentó y dejó así que sus actos hablaran por ella. Latham siguió su ejemplo, se sentó en el sofá y la miró. ¡Santo cielo! ¡Cuánto lo quería!

Volvió a bajar la vista y miró hacia los zapatos de Latham sin verlos en realidad. De pronto, empezó a enfurecerse. ¿Quién se creía que era? ¿Cómo tenía el descaro de, después de acostarse con ella la noche anterior y de marcharse sin despedirse, aparecer en su casa como si fuera lo más natural del mundo? ¡Por Dios! ¿Por quién la había tomado?

—¿Cómo es que esperabas encontrarme aquí! -le preguntó con hostilidad.

—Sabía que estabas aquí -respondió con calma. Había encajado muy bien la acusadora pregunta de Belvia.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso? Me dejaste... -se quedó sin palabras. No quería hacer referencia al maravilloso y sublime fin de semana que habían compartido en Wiltshire.

—No era mi intención dejarte -se disculpó. Belvia lo miró con desconfianza-. Volví a Rose Cottage a buscarte, pero...

—¿,No querrás que me lo crea!

—Te aseguro que fui a buscarte. Imagina cómo me sentí cuando llegué y me encontré con que el cerrojo estaba echado -dijo Latham. ¡De modo que Latham tenía sentimientos!-. Lógicamente, llamé a Caroline para preguntarle si sabía algo de ti -prosiguió.

—Y te dijo que me había acercado ella.

—Me habría gustado que hubieras esperado -comentó con gran dulzura después de asentir con la cabeza.

—¿Sabes? ¡Ya me suponía que, al final, encima, la culpa la tendría yo! -exclamó. Belvia estaba luchando por mantener la compostura y no rendirse a ese hombre al que amaba.

—Cariño -sonrió Latham-, me merezco que estés enfadada conmigo.

Belvia no quería oír esas palabras engañosas ni ver sus maravillosos y fabulosos labios. Miró al reloj, aunque en realidad le daba igual la hora que fuera.

—Si hicieras el favor de terminar lo antes posible con tu explicación... -le dijo-. Mi padre quiere que le pongamos la comida a la una en punto y Josy prefiere que sea yo la que me ocupe del postre -añadió. ¿Por qué acababa siempre mintiendo a Latham Tavenner?

—Creía que tu padre no iba a estar hoy en casa: ¿no tenía que patrocinar un torneo de golf?

—Sí, pero eso no quiere decir que tenga que asistir -respondió. Belvia no esperaba que Latham se acordara de ese detalle-. Irá, por supuesto; pero más tarde, a la entrega de premios. Mi padre come siempre en casa los domingos -volvió a mentir.

—¿Entonces no ha ido todavía al torneo?

—Todavía no; así que... -vaciló. Latham la estaba mirando de una manera muy extraña. Belvia no sabía si se estaba riendo de ella o si, en cambio, la miraba con afecto... ¡Tonterías! Eso no era posible.

—¿Alguna vez te he dicho que eres increíble? -le dijo. El corazón de Belvia estaba desenfrenado-. Realmente increíble, cariño.

—¿Qué es lo que he hecho ahora? -preguntó desafiante. No se fiaba (le Latham. ¿Cuánto tiempo tardaría en intentar ridiculizarla? ¿Sería capaz de seguir resistiendo esos cumplidos?

—Para empezar, me has mentido descaradamente. -¡Lo que tú digas! -respondió. Luego no pudo contener su curiosidad-. ¿En qué te he mentido?

¿Cuándo te he mentido... últimamente? -No hace ni cinco minutos.

—¿Qué insinuas?, ¿que mi padre no está en casa?

—No sólo lo insinuó, sino que me atrevo a asegurarlo -respondió con autoridad. Y, antes de que Belvia pudiera reaccionar, añadió-. Lo primero que hice cuando salí del chalé esta mañana fue ir a ver a tu padre al torneo de golf.

—¿Has ido a ver a mi padre? -preguntó estupefacta. Le daba igual que Latham hubiera descubierto su «descarada» mentira.

—Exacto.

—Pe... pero... -balbuceó-. Ayer no me dijiste en ningún momento que tuvieras intención de ir a verlo esta mañana -protestó.

—No te lo dije porque aún no lo había pensado todavía -respondió.

—Me da la impresión de que tienes una forma un poco alocada de hacer negocios...

—No fui a verlo para hablarle de negocios -la interrumpió.

Belvia no podía creérselo: ¡había ido a ver a su padre para hablar de un asunto personal! Se le aceleró el corazón, pero, entonces, se acordó de su hermana.

—Josy -fue todo lo que acertó a decir. Latham, aun así, la había entendido de sobra. ¿Entonces?, ¿por qué le estaba diciendo que no con la cabeza?

—Nunca, en ningún momento, he estado interesado en Josy -afirmó categóricamente. Belvia no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Menos mal que no te llamas Pinocho, porque, vamos, la nariz te llegaría hasta el otro extremo del salón -dijo Belvia confundida.

Se levantó: no soportaba que Latham mintiera de esa forma, y tampoco soportaba saber que, en el fondo, deseaba creer que lo que estaba oyendo era verdad. ¿Cómo podía amarlo y odiarlo tanto al mismo tiempo?

Le estaba dando la espalda y temió perder el control cuando, después de levantarse del sofá, Latham se acercó a ella y colocó las manos con ternura sobre sus hombros. Belvia quiso alejarse, pero se sintió incapaz. Deseaba que Latham la estrechara entre sus brazos, como... ¡Dios!, ¡como la había estrechado la noche anterior! Intentó olvidarse de aquellos preciosos recuerdos.

—Cariño, no quiero herirte. Pero, para acabar de una vez por todas con todas las mentiras y engaños que nos han estado separando, me temo que voy a tener que hacerlo -dijo Latham. Belvia estaba aturdida. Había dicho «cariño» de una forma tan singular, tan afectuosa, que no podía aguantar las ganas que tenía de oír lo que tuviera que contarle... por doloroso que pudiera resultar.

—Entonces... ¿le hablaste de mí? -preguntó Belvia, que no supo adónde mirar cuando Latham la giró para mirarla a la cara.

—Estás temblando -comentó.

—Es el tiempo -respondió Belvia. Casi se desmayó al notar el tacto de sus labios de seda sobre las mejillas.

—Ven, siéntate -le recomendó. Luego la llevó, no a la silla de antes, sino al sofá. Belvia se serenó, pero, en cuanto Latham se sentó junto a ella, empezó a temblar de nuevo.

—Bueno, dime -logró decir sacando fuerzas de flaqueza-. Fuiste a hablar con mi padre de un tema personal, ¿no?

—Sí -respondió-. Aunque, al principio, antes de que tú y yo nos conociéramos, fue tu padre quien me vino a ver a mí -añadió con mucho tacto.

—¡Ah! -exclamó Belvia. Sólo entonces se dio cuenta de que, a pesar de todo lo que había sucedido entre Latham y ella, tenía que seguir acordándose de que su padre necesitaba dinero para su empresa-. Y supongo que sería para hablar de negocios, ¿no?

—No -respondió Latham para asombro de Belvia-. Si pudiera ahorrarte tener que escuchar lo que voy a contarte, lo haría. Pero insisto en que sepas la verdad antes de que... Digamos que, bueno, quizá... Para que no sigas esforzándote por defender a tu padre, quiero que sepas que sé todo lo que debo saber sobre él... incluido el hecho de que está ansioso porque mi empresa realice una inversión en la suya.

—¡Ah! -exclamó Belvia tontamente. No estaba segura de si se había vuelto a sonrojar.

—No te sientas violenta -sonrió Latham-. Lo que hay entre tú y yo no tiene nada que ver con el dinero -añadió para tranquilizarla.

Belvia lo miró durante varios segundos y entonces supo que, fuera lo que fuera lo que tuviese que explicarle, deseaba oír hasta la última palabra. Además, como estaba empezando a pensar de nuevo con un poco de frialdad, quería saber qué tenía que ver su padre con lo que estaban hablando, con ellos dos. Tenía que descubrirlo cuanto antes.

—¿Me estás diciendo que la primera vez que mi padre fue a verte no fue para hablar de negocios?

—Exacto. O, al menos, eso creí entonces... Hasta hoy no me había dado cuenta de que me había engañado -respondió Latham. Belvia quería que la tierra se la tragara. Al parecer, también Latham había podido comprobar lo vil que podía llegar a ser su padre.

—No... ¿no te pidió que invirtieras en su empresa directamente?

—Nunca me habló de negocios -contestó. Luego tomó sus manos y las apretó. Belvia se estaba volviendo loca-. Tu padre vino a verme para... decirme que mantenías una relación adúltera con mi cuñado.

—¿Qué! ¿Yo! ¿Una relación adúltera? Pero si yo nunca... -se quedó sin palabras.

—¿Crees que no lo sé? Cariño, ¿cómo no voy a saber, mejor que nadie en el mundo, que nunca en tu vida has tenido una aventura? -dijo Latham pura calmarla. Belvia volvió a ruborizarse- Dulce Belvia, ¿entiendes ahora por qué me marché tan rápidamente después de anoche? No podía descansar hasta aclararlo todo.

Todavía estaba intentando recobrarse de lo que acababa de descubrir ¿cómo era posible que su propio padre hubiera sido tan despreciable?, ¿cómo había sido capaz de inventarse que estaba teniendo una aventura con el marido de Caroline? Al menos eso explicaba por qué había desaparecido Latham.

—Entonces... ¿fue por eso por lo que saliste de casa tan precipitadamente? -preguntó.

—Ya iba siendo hora de que alguien empezara a hacer justicia contigo -respondió. Luego colocó un brazo sobre un hombro de Belvia, que lo miró y lo amó... y supo que no iba a poder seguir concentrada mientras Latham no retirara el brazo de su hombro. Se separó unos centímetros para evitar el tacto de su piel.

—Creo que lo mejor será que empieces a contarme todo desde el principio -le pidió.

—No va a ser agradable -la advirtió mientras la miraba a la cara fijamente.

Belvia sabía que Latham dejaría de hablar si la notaba demasiado alterada; que no quería herirla más de lo imprescindible. Por eso se obligó a enmascarar sus sentimientos. Quería, necesitaba, saber toda la verdad.

—Graeme es un indeseable -dijo Latham-. Caroline me ha contado más de una vez que su marido no le era fiel. Bueno, creo que, más o menos, mi hermana ya te ha comentado que no es feliz con su nmarido , ¿no?

—Sí, aunque ya me lo imaginaba -respondió Belvia. Luego se explicó-. Coincidí con él en una fiesta

el año pasado. Después de que me lo presentaran, alguien me dijo que estaba casado... Nadie lo habría sospechado por su forma de comportarse. Caroline estará mucho mejor sin él.

—No puedo estar más de acuerdo. Ha tenido que soportar más de lo que ninguna mujer debiera -hizo una pausa-. Pues bien, sé con certeza que Graeme está manteniendo en la actualidad una relación adúltera.

—Y tú pensabas, por lo que te había dicho mi padre, que yo era la mujer con quien estaba teniendo esa relación, ¿no?

—Estaba convencido de que me decía la verdad -respondió-. El caso es que Caroline, prefiero no andarme con rodeos, lleva cinco años casada con Graeme Astill y, durante esos cinco años, con tal de ver feliz a mi hermana, he sobornado a varias mujeres para que se olvidaran de Graeme. Hace unos meses, noté que Caroline volvía a estar triste, así que contraté a una agencia de detectives privados que ya había contratado en anteriores ocasiones, para averiguar de qué mujer se trataba esta vez.

—¿Qué me dices! -exclamó Belvia-. ¿Y también sobornaste a esa mujer?

—No. Esta vez Graeme estaba actuando con mucha discreción y los detectives no lograban descubrir nada.

—¿Estás seguro de que estaba teniendo una aventura?

—De eso no me cabe la menor duda. Sólo tenía que enterarme de quién era su amante. Quería proteger a mi hermana.

—Supongo que Graeme se daría cuenta de lo de los detectives.

—Caroline, en un momento de debilidad, después de su última reconciliación, se lo contó.

—Ya veo -dijo Belvia. Efectivamente, Graeme Astil] había estado actuando con mucha discreción, para que su cuñado no le estropeara aquella aventura-. Pero... -vaciló.

Belvia no conseguía entender por qué su padre, al parecer, se había dirigido a un desconocido para decirle que ella era la mujer con la que Graeme salía clandestinamente.

—No entiendo nada -prosiguió Belvia-. ¿Qué interés tenía mi padre en decirte que yo estaba teniendo una aventura con el marido de Caroline? ¿Qué sentido...? Y, en cualquier caso, ¿cómo sabía que Graeme tenía una aventura? ¡Ni siquiera sabía que mi padre lo conociera!

—No lo conoce -respondió Latham-. Según lo que tu padre me ha confesado esta mañana, después de presionarle mucho, parece ser que hace unas semanas escuchó una conversación telefónica que su secretaria estaba teniendo con Graeme.

—¡Vanessa Stanley! -exclamó Belvia a la vez que sentía auténtica repulsión por su padre. ¿Cómo podía dedicarse a escuchar las conversaciones privadas de su secretaria?-. ¿Es ella la que...?

—Según tu padre, era evidente que se estaban acostando. Al parecer, mi nombre surgió en la conversación y tu padre se enteró de que yo andaba buscando a la mujer de turno y de que ellos estaban tomando todo tipo de precauciones para no ser descubiertos.

—¿Tu cuñado no quería que sobornaras a Vanessa? -preguntó Belvia mientras iba digiriendo que Vanessa Stanley era la amante.

—No creo que le dijera nunca que obtendría dinero a cambio de abandonarlo; pero, de algún modo, la convenció de la conveniencia de que su relación permaneciera en secreto absoluto.

—Pero... -empezaba a estar confundida-. Entonces, mientras mi padre sabía lo de su aventura, ni Vanessa ni tu cuñado eran conscientes de que él los había descubierto...

—Se creían muy listos. Y, de no ser por esa llamada, actuaron con inteligencia -afirmó Latham.

—Ya, pero sigo sin ver... -se detuvo de golpe. Conocía muy bien a su padre y, de pronto, empezó a entender. Sintió náuseas al pensar que su padre había sido capaz de utilizarla-. Ya: mi padre pensó que si te proporcionaba cierta información, tú te sentirías tan agradecido, que estarías dispuesto a hacerle un favor si, más adelante, te lo pedía -concluyó Belvia. Su padre era tan astuto como perverso.

—Si me hubiera dicho la verdad, seguro que me habría sentido obligado a él y le hubiera hecho cualquier favor.

—Pero no te enteraste de que te estaba engañando hasta... -se quedó muda. ¡No se había enterado hasta la noche anterior! Lo miró a los ojos y éste le lanzó una mirada cálida y tomó sus manos. Belvia prefirió soltarse. No podía pensar, si las manos de Latham la acariciaban. Bastante trastorno le estaba produciendo aquella mirada tan afectuosa-. Así que, al final, mi padre fue y te dijo que yo era la mujer con la que se acostaba tu cuñado -prosiguió, esforzándose al máximo para no perder la serenidad.

—Tu padre es mucho más sutil que todo eso, Belvia -comentó Latham con delicadeza-. Al principio no me dijo nada. Al parecer, sólo quería ponerse en contacto con mi cuñado urgentemente y me preguntó si sabía dónde podía encontrarlo. Le sugerí que lo llamara a su casa, pero, en el transcurso de la conversación, me vino a decir que quería hablar con él sin que mi hermana se enterara.

—Y como siempre estás pendiente de tu hermana, fue entonces cuando salió tu instinto protector, ¿no es así?

—Instinto que los dos tenemos para cuidar de nuestras hermanas -comentó Latham con ternura. Belvia se sintió desfallecer. Tenía que aguantar.

—¿,Qué pasó entonces? -preguntó.

—Como yo me negué a darle más información hasta que no me contara de qué se trataba -prosiguió Latham, que parecía tener ganas de aclararlo todo cuanto antes-, tu padre tuvo que confesarme, «a su pesar», que Astil¡ estaba teniendo una aventura con una hija suya y que quería poner punto final a esa relación.

Belvia apartó la mirada. Se sentía avergonzada: ¿cómo era posible que su padre se hubiera inventado esa historia?, ¿cómo había sido capaz de mostrar tan poco respeto por ella?

—Su empresa está en serios apuros, cariño -prosiguió Latham para intentar aliviar su embarazo.

El tono en que la había llamado «cariño» le hizo olvidar lo dolida y mísera que se sentía por el comportamiento de su padre. Luego pensó que quizá llamaba «cariño» a todas las mujeres con las que había hecho el amor... cualquier cosa mejor que concebir esperanzas; que creer que ese «cariño» significaba que sentía algo de afecto por ella.

—Entonces, después de creerte lo que mi padre te había contado, una vez que ya habías descubierto a la mujer, le dijiste que se quedara tranquilo; que tú te encargarías de solucionarlo todo, ¿no? -le preguntó Belvia con tanta frialdad como pudo.

—No tenía ningún motivo para no creer a tu padre -respondió Latham-. Naturalmente, fui a ver a Graeme y le dije que sabía lo de su aventura contigo.

—¿Y no lo negó? -preguntó sorprendida.

—Me miró asombrado cuando me oyó decir tu nombre. Se quedó de piedra. Pero yo pensé que su asombro se debía a que no se explicaba cómo había descubierto el secreto que tan bien había guardado. Sin embargo, se recuperó en seguida y, tan sagaz y maquiavélico como tu padre, supongo que pensó que mientras yo sospechara de ti, más fácil le sería seguir con esa tal Stanley. Lo peor de todo es que, a pesar de las ganas que tenía, no podía pegarle un buen puñetazo, porque Caroline seguía queriéndolo y yo le había prometido que nunca le haría daño. Por otro lado, corno tu padre me había dicho que tú tenías tu propio dinero, era inútil intentar sobornarte con más dinero.

—¿Por qué no me lo preguntaste nunca? -hizo una breve pausa y, en seguida, puso cara de comprender-. Porque no me habrías creído por más que lo negara, ¿no es eso?

—Así es, por mucho que me duela admitirlo. Aunque no me faltaban motivos -respondió.

—¿Motivos? -luego recordó-. Claro, yo me encargué de confirmar tus sospechas la noche que nos conocimos, cuando viniste a cenar y...

—Y te fuiste después de decir esa terrible frase que se me quedó grabada en la memoria: «Es que sólo puede librarse de su esposa después de la hora de cenar».

—No me extraña que te enfadaras.

—Me enfadé muchísimo y decidí que tenía que acabar como fuera con esa relación. En ese momento, pensé que tenías que ser una cínica descarada o que Astil¡ no te había avisado de que yo sabía que tú eras su amante. También me di cuenta de que, tal como habíamos acordado, tu padre no te había dicho que yo sabía lo de tu supuesta aventura.

—Me pregunto cómo pudo inventarse algo así -comentó Belvia, que no se sentía especialmente orgullosa de su padre en ese instante.

—Procura mantener la calma. Es una pesadilla. Pero una vez que lo hayamos aclarado todo... -se detuvo y la miró con gran cariño. Belvia no sabía qué creer.

—¿Por qué aceptaste la invitación a cenar de mi padre aquella noche? -preguntó. Creía que lo mejor sería empezar por el principio.

—Tu padre me había asegurado que, aunque tu hermana haría cualquier cosa que yo le pidiera, tú eras una mujer indómita. Pero yo estaba seguro de que, indómita o no, tenías que tener algún punto débil; así que quise verte para descubrirlo. A ser posible, durante una comida, pues así te verías obligada a pasar cierto tiempo conmigo.

—¿Lo encontraste?, ¿mi punto débil?

—De inmediato. Nada más ver lo que te esforzabas por proteger a tu hermana, desde el momento en que tu padre nos presentó, me di cuenta de que serías capaz de hacer cualquier cosa con tal de defenderla. Y esa actitud se vio corroborada, si es que era necesario corroborarla, cada vez que intentaba entablar una conversación con ella y eras tú la que contestabas.

Belvia pensó que, como él era igual de protector con su hermana, Latham no debió de tardar en averiguar su punto débil. Suspiró y, de pronto, se le vino a la cabeza la seriedad con que había dicho que nunca había estado interesado en Josy.

—Así que decidiste utilizar a mi hermana para intentar «domarme».

—Nunca en mi vida había visto una estrategia más evidente. Me di cuenta en seguida de que, a poco que flirteara con Josy, aparecerías como un rayo para protegerla.

—Y pensaste en pedirme que me olvidara de tu cuñado a cambio de no molestar a Josy.

—Ésa era la solución más lógica; pero, hablando con tu padre, debes saber que hemos estado en constante contacto, me comentó que, conociéndote corno te conocía, tú dirías que sí, que abandonarías a Graeme, pero que, en cambio, seguirías viéndolo a escondidas, con más discreción todavía. Al final decidí que, a fin de reducir el tiempo que pasabas junto a tu amante, sería yo quien, en un principio, se ocuparía de tenerte entretenida.

—¿Tan convecido estabas de que saldría contigo?, ¿de que Josy también lo haría?

—Josy, según tu padre me había dicho, y recuerda que yo no tenía ni idea de lo que estaba maquinando, habría estado dispuesta a salir conmigo con tal de no disgustarle. Respecto a ti, mi vida, que yo recuerde, no me hizo falta invitarte: te presentaste tú en lugar

de tu hermana.

—Pero tú no me esperabas a mí... la primera vez.

Esa noche, cuando llegué en tu limusina, tú esperabas que apareciera Josy.

—Esperaba que aparecieras tú, créeme -comentó-. Antes de telefonear a Josy el lunes, sabía que tu padre había hablado con ella esa misma mañana y que le había dicho que, en adelante, tenía que ser más amable con los invitados. Y como eso, también sabía que ella iría a pedirte ayuda nada más comprometerse a salir conmigo.

—Y probablemente también pensaste que yo intentaría llamarte para avisarte de que Josy no iba a poder ir -dijo Belvia.

—Tu padre me llamó para prevenirme diez segundos antes de que tú llamaras -admitió-. El tiempo justo para decir en recepción que, en caso de que llamara una tal Belvia Fereday, le dijeran que no estaba localizable.

—Pero, por mucho que digas que me estabas esperando, cuando me viste parecías sorprendido. como si no pudieras creer que...

—Cariño, cuando te vi salir del coche no te miré sorprendido, sino impresionado -la interrumpió. -¿Impresionado?

—Sencillamente, nunca en mi vida había visto a una mujer más bella.

—¿De... de verdad? -preguntó halagada.

—Puedes jurarlo. Y entonces fue cuando todo empezó a estropearse.

—¿A estropearse?

—A estropearse o a arreglarse -sonrió-. De pronto, ya no sabía qué me estaba pasando. Lo único que sabía con seguridad es que si Josy, sorprendentemente, hubiera aparecido esa noche, la habría tratado con mucho tacto.

—Pero no fue Josy la que salió del coche, sino yo -apostilló Belvia. Lo amaba sin remedio: Latham se había dado cuenta desde el principio de lo tímida que Josy era, y la habría tratado con tanto cariño como a su propia hermana.

—Efectivamente, fuiste tú. Te estuve mirando durante todo el concierto y mi vida cambió por completo. En el entreacto tuve que separarme de ti para intentar serenarme un poco.

—¿Me estás diciendo que yo... de algún modo... te impedía concentrarte en ...?, ¿que estuviste pendiente de mí durante el concierto?

—Estoy diciendo eso y mucho más -prosiguió Latham-. Estoy diciendo que me sentía orgulloso de estar a tu lado cuando nos rodearon todos esos fotógrafos; que me alegraba de que Graeme tal vez llegara a ver una foto tuya conmigo a tu lado; que me sentí celoso cuando vi que Rodney Phillips estaba charlando contigo...

—¡Santo cielo! ¿Qué... qué quieres decir? -susurró emocionada. ¿Era cierto lo que estaba oyendo?

—Fue como estar en el cielo. De pronto, aunque no había sido mi intención, me encontré invitándote a cenar... y luego tu forma de despedirte cuando apenas acababan de servimos... Fue una experiencia totalmente nueva para mí.

—Recuerdo que le dije a tu chófer que no necesitarías más sus servicios esa noche -se disculpó Belvia.

—Lo sé, me lo dijo al día siguiente. Después de aquel desplante, me di cuenta de que quería volver a verte; de que me estaba metiendo en un lío.

—¿Cómo que «en un lío»?

—¿Cómo crees que me sentí la siguiente vez que apareciste en lugar de tu hermana y la química empezó a funcionar y te deseé fervientemente?

—Yo... tampoco había sentido algo así jamás -confesó. Le gustó corroborar que la pasión también lo había dominado a él.

—Ahora lo sé, pero entonces... entonces ni me lo imaginaba. ¿Querrás perdonarme?

—¿Debería? -preguntó insegura.

—Amor mío -exclamó. Latham no soportaba seguir separado de ella, aunque sólo fueran unos centímetros; así que le acarició un brazo. Belvia no se separó y permanecieron unos segundos sin moverse-. Tu padre lo tenía todo muy bien planeado. Llevaba varios días pensando cómo, podía manejar la situación para su conveniencia. El creía que se había cubierto las espaldas totalmente: me había pedido que no te mencionara que yo sabía lo de tu supuesta aventura con Graeme, pues estaba seguro de que lo negarías. Y también había previsto que yo iría a ver a Graeme a decirle el nombre de su amorcito; pero imaginó que, tal como sucedió, a Graeme le interesaría que yo siguiese una pista falsa. Mientras no le dijera que lo había sorprendido con Vanessa Stanley, él seguiría tan tranquilo.

—¿Y Caroline pensaba que yo...?

—No -la interrumpió Latham-. Ella sabía que Graeme tenía una aventura, pero ni siquiera ahora sabe con quién. Y ya, gracias a Dios, le da totalmente igual. El caso es que tu padre pensaba que lo había calculado todo hasta el último detalle; pero con lo que no había contado era con que, después de conocerte, yo empezaría a... sentirme atraído por ti.

—¿Atraído?, ¿por mí? -preguntó Belvia, que no podía respirar de la emoción.

—Sí, vida mía, sí. Empecé a pensar en ti constantemente -confesó amablemente mientras sonreía-. Tu padre creía que mi empresa se comprometería a invertir en la suya y que tú nunca te enterarías de sus maquinaciones. Tenía pensado decirme que habías dejado a Graeme, y nadie podría echarle luego la culpa si mi cuñado hubiera empezado a flirtear después con Vanessa Stanley. A tu padre le daba igual lo que yo pudiera pensar de ti; pero nunca imaginó que yo me enamoraría de tu sensibilidad y de tu delicadeza... Nunca imaginó que llegaría a amarte.

— ¿Tú... me amas?

—Con todo mi corazón. Lo supe, aunque entonces no quise reconocerlo, desde la noche en que viniste a mi piso a hablarme de Josy. Recuerdo que te seguí a la cocina y te deseé tanto como tú a mí, pero dijiste que estabas confundida. Fue entonces cuando, al darme cuenta de tu delicadeza, al abrazarte, también yo me sentí desconcertado; porque no sólo me sentía atraído físicamente por ti. No me lo esperaba: se suponía que no eras tan delicada y, sin embargo, lo eras. Y cuando empezamos a besarnos fue maravilloso; no tuvo nada que ver con la vez anterior, cuando te acusé de ir de cama en cama y tú casi me desencajaste la mandíbula de un puñetazo. No, fue totalmente diferente: esa vez fuiste tú la que no quiso no seguir adelante. Me dijiste que no estaba bien, que no podíamos hacer el amor.

—Lo siento.

—¿Tú te disculpas?

—Es que yo quería... Aquella noche quería... -vaciló-. Al menos la primera vez, yo... quería hacerlo con un hombre que me amara.

—¿Me estás diciendo lo que creo que estás diciendo, amor mío? -le preguntó dulcemente mirándola a los ojos-. ¿Me estás diciendo lo que tus gestos y tus silencios me dan a entender?, ¿que aquella noche tú estabas enamorada de mí?

—No podía explicármelo; pero así era.

—¿Que me amabas? -preguntó Latham, que necesitaba escucharlo de sus labios.

—Sí, y te sigo amando -respondió sonriendo tímidamente.

—¡Dulce Belvia! -exclamó con ternura. Luego la estrechó entre los brazos y permanecieron en silencio durante varios minutos, sin hablarse ni besarse, simplemente aferrándose a la persona que amaban. Finalmente, Latham la besó y la miró a los ojos para ver en sus pupilas la confirmación de sus palabras... Y la vio-. Te amo. Tengo que estar soñando. Yo no merezco tu amor. ¡Con lo miserable que he sido contigo!

—Cierto -respondió riendo. Estaba tan emocionada que tenía que reírse o romper a llorar.

—Te amo, una y mil veces te amo -repitió. Volvió a besarla. Intentó decirle algo para aplacar el disgusto que Belvia tenía con su padre-. Bueno, al menos tu padre, eso me ha dicho, se habría opuesto a dejarte pasar el fin de semana conmigo si se hubiera enterado a tiempo.

—Seguramente porque pensaría que su plan peligraba, pues, en tal caso, tú le habrías dicho que tu cuñado también estaría allí -hizo una pausa-. No entiendo por qué Graeme aceptó tu invitación si sabía que yo iba a estar... Claro: no se lo dijiste, ¿verdad?

—Si te soy sincero -dijo Latham-, aparte de pedirle a Caroline que se asegurara de que tanto ella como Graeme estuvieran libres ese fin de semana, no había pensado nada en particular; ni siquiera los había invitado a Rose Cottage cuando vine a verte el viernes.

—¿No? Pero... Dijiste que...

—Mentiras, todo mentiras -confesó-. Te mentí al decirte que había invitado a unas personas a pasar el fin de semana en Wiltshire. A cambio de esta mentira, espero que te consuele saber que el miércoles anterior había venido a verte exclusivamente porque tenía necesidad de verte y de oírte.

—Yo te había preguntado si podía llamarte...

—Lo recuerdo. Pero, como tardabas, empecé a desesperarme. Decidí visitarte, pensando que ya se me ocurriría alguna excusa. Entonces me hablaste de lo mal que lo estaba pasando Josy y de la persona tan maravillosa que era. Yo sólo podía pensar que tú sí que eras maravillosa y que tu dolor me dolía en las entrañas, pero que, a mi pesar, iba a tener que herirte, porque no soportaba que tuvieras una aventura

con mi cuñado.

—¡Latham, cariño! -exclamó Belvia.

—Hacía mucho que deseaba oírte decir algo así -respondió. Luego la besó un instante-. Bueno, pues ahí estaba yo, cada vez más enamorado de ti, deseando protegerte y, al mismo tiempo, decidido a acabar cuanto antes con tu aventura. El viernes, después de dos noches angustiosas, necesitaba volver a verte.

—Así que viniste y me contaste unas poquitas mentiras -le dijo con picardía.

—¡Eres tan increíble! -volvió a besarla-. Mi cabeza estaba a punto de estallar, pero intenté no desviarme de la lógica: suponía que Graeme y su amante, tú, habríais estado hablando de mí y que tú le habrías dicho que yo estaba interesado en tu hermana.

—¿Por haberla invitado al concierto y a cenar a tu piso? -preguntó. Latham asintió con la cabeza.

—También deduje que, lo más probable, y perdón por lo que voy a decir, cariño, es que no le hubieras contado nada de lo atraída que te sentías por mí, que fue lo que pensé después de verte estremecer entre mis brazos.

—Buena deducción -apuntilló un poco sonrojada. -Y entonces fue cuando se me ocurrió lo de este fin de semana.

—¿Pensaste en reunirnos a todos?

—Aunque una parte de mí no quería que Graeme y tú estuvierais juntos en Rose Cottage, necesitaba solucionar las cosas. Nunca me he molestado en conocer a Graeme, pero, por lo que sé de él, imaginaba que no estaría dispuesto a que su amante durmiera con otro hombre estando él en la misma casa; de modo que Graeme rompería contigo, Caroline recuperaría a su marido y tú quedarías libre. Sólo tenía que asegurarme de que Astil¡ no se enterara de que ibas a estar allí hasta que ya fuera demasiado tarde.

—Por eso subiste a mi habitación antes de salir hacia Wiltshire, aunque dijiste que era para bajarme la maleta.

—Exacto: quería asegurarme de que no lo llamabas por teléfono.

—Y por eso leíste la nota que escribí a Josy.

—Por si la nota era para Graeme. Te amé más que nunca cuando, al leerla, comprendí que, para ti, ayudar a una amiga que se encuentra mal era algo tan natural que Josy no sospecharía nada extraño. Incluso te ocupaste de que alguien entrenara a Hett\ en tu ausencia.

—Por cierto, Josy ha conseguido volver a la cuadra y montar a Hetty -dijo Belvia encendida de alegría-. Latham Tavenner, te amo con locura -añadió.

—Bésame siempre que digas algo así, por favor -rogó Latham. Sus labios se unieron y no se separaron hasta varios minutos más tarde-. Creo que esto fue lo que me animó a seguir adelante.

—¿Esto? ¿Un beso? -preguntó extrañada.

—Casi: me preguntaba cómo podías ser tan apamonada conmigo si de verdad estabas enamorada de Graeme o de cualquier otra persona.

—Y al final, como eras consciente de que me deshacía por ti, diste por sentado que te acompañaría a Rose Cottage.

—¿Me odias por eso?

—¿Por qué había de odiarte?

—¿Por qué no? Lo di todo por supuesto. Y eso que, mientras discutíamos, cuando me pediste que te prometiera que no me pondría «amoroso», casi preferí que te quedaras, porque yo sólo quería abrazarte y protegerte y no sabía si sería capaz de controlarme.

—Pero superaste tu indecisión, porque era imprescindible que yo fuera para que todo se solucionara. No podías permitir que Caroline siguiera sufriendo.

—Así que nos marchamos y pasé unas horas inolvidables comiendo contigo en el restaurante y haciendo la compra en el supermercado. No imaginas cuánto me costó separarme de ti, al llegar a Rose Cottage, para telefonear desde el coche a mi hermana y decirle que fuera para allá con su marido.

—¡Entonces era a Caroline a quien llamaste desde el coche! -exclamó al recordar aquel momento.

—Sí. Quería que viniese con Graeme para acabar con vuestra relación de una vez por todas, si es que teníais alguna.

—¿Habías empezado a dudarlo? -preguntó, pues ésa era la conclusión a la que había llegado después de escuchar a Latham, que, en cambio, negó con la cabeza.

—Todavía no. Y, sin embargo, algo no encajaba. Recuerdo que te pusiste muy nerviosa cuando entré en la habitación, mientras estabas haciendo las camas, y me acerqué a ti.

—Porque me abrazaste -explicó Belvia.

—Me sentí pletórico teniéndote entre mis brazos -sonrió-. Y pensé que si yo me sentía tan bien, tú también tenías que sentirte agusto.

—Mientras me sujetabas, deseaba no tener que separarme nunca de ti.

—Amor mío, he tenido que estar ciego. Todo me indicaba que eras una mujer totalmente distinta a la ,que yo creía que eras y, sin embargo, yo sólo pensaba en lo peor.

—¿Tan convencido estabas de mi aventura con tu cuñado?

—Eran demasiadas coincidencias: el viernes por la noche, cuando te dije que el marido de mi hermana era Graeme Astill, admitiste que lo conocías.

—Sólo lo había visto una vez, en aquella fiesta; pero fue suficiente como para darme cuenta de que era un cotilla indiscreto. Temía que fuera contándole a algún conocido que yo había compartido habitación contigo y...

—Entonces, ¿era eso? ¿Por eso no querías pasar con él el fin de semana? Yo pensé que...

—Pensaste que me encontraba en apuros, porque, de compartir habitación con alguien, yo querría compartirla con él.

—Tienes que perdonarme. No empecé a darme cuenta de la verdad hasta que anoche te estreché entre mis brazos y luego...

—Latham, si supieras el empeño que puse en dormirme antes de que entraras en la habitación... -sonrió-. Y tú, en cambio, te dormiste nada más meterte en la cama.

—¡Ni hablar!

—¿No? Pero... si tu respiración parecía...

—Como la tuya. Los dos estábamos fingiendo --se echaron a reír-. Yo quería acercarme a ti, pero me negaba a tenerte sólo durante una noche.

—¡Latham! -exclamó conmovida.

—Necesitaba saber que habías terminado con Graeme para poder disfrutar de tu compañía con la conciencia tranquila -se detuvo. Luego prosiguio evocando la noche anterior-. Entonces tu respiración se serenó de verdad y supe que estabas dormida; pero no bien me hube dormido yo, empezaste a gritar. Me sobresalté tanto, que tuve que despertarte. Luego intenté resistir la tentación de acariciarte, pero te apoyaste contra mi pecho y entonces...

—¿Así que yo tuve la culpa? -le preguntó pícaramente.

—No. Nunca la tuviste -se disculpó. Luego la besó apasionadamente y le contó cómo se había sentido-. Al principio no podía creerme la mágica compenetración, el amor que nos unió. Me costó encajar aquel maravilloso descubrimiento que hice acerca de ti... Fue sensacional: de no haber sido porque te estaba viendo dormida entre mis brazos, habría pensado que estaba soñando. Luego, al amanecer, Inc enfadé mucho.

—¿Te enfadaste?, ¿conmigo? -preguntó sorprendida.

—Contigo no, cariño, amor mío. Aunque sí que pensé en despertarte para que me contestaras algunas preguntas que no dejaban de darme vueltas a la cabeza.

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Porque al verte entre mis brazos sólo deseaba cubrir tu cuerpo de besos y caricias. Y si te hubiera despertado... no sé si no habría intentado volver a hacerte el amor.

—¿No querías?

—No era el momento indicado, dulce Belvia. Entonces necesitaba respuestas, y no eras tú quien tenía que dármelas.

—¿Mi padre?

—No sabía qué pensar de él; pero no podía seguir soportando tanta incertidumbre. Me pareció que estabas celosa cuando me preguntaste si siempre llevaba a Rose Cottage a todas mis amiguitas y deseé que de verdad lo estuvieras. Luego, después de hacer el amor, comprendí que Graeme no podía significar nada para ti... No podía aguantar más. Tenía que averiguar toda la verdad; así que me vestí...

—Y te fuiste -Belvia terminó la frase.

—No quería molestarte. Bastante te habíamos molestado ya entre todos. Pero yo necesitaba respuestas.

—¿Fuiste a ver a mi padre?

—Por suerte, antes, al bajar a la cocina, me encontré a Graeme, que estaba buscando una aspirina. -Y le preguntaste si...

—Ni siquiera. Antes de agarrarlo por el pescuezo y obligarle a hablar, el muy osado me preguntó, con segundas, claro está, si había pasado una buena noche.

—No contestaste, por supuesto.

—Sí: con un puñetazo que lo mandó al suelo. No imaginas lo bien que me sentí. Pero, cuando ya iba a levantarlo para rematarlo, Caroline apareció. Me sentí fatal, pues le había prometido que nunca pegaría a su marido; pero Caroline me agradeció lo que acababa de hacer y luego, a solas, me aseguró que iba a divorciarse de él. Así que ya sólo tenía que ver a una persona antes de volver por ti.

—¡Si hubiera sabido que ibas a regresar...!

—Habrías evitado el ataque de nervios que me entró cuando me encontré con la puerta de Rose Cottage cerrada.

—¡Lo siento, Latham! -exclamó. Tuvo ganas de abrazarlo, pero aún no había oído todo lo que debía oír-. ¿Qué pasó cuando viste a mi padre?

—¡No imaginas la historia que me contó!

—¿No te contó la verdad?

—Al principio, no. Sólo cuando le dije que lo había descubierto todo, empezó a admitir que se había acercado a mí para conseguir una inversión para su empresa. Al final, me acabó contando todos los detalles de su plan.

—¿Cómo han quedado las cosas con él? -preguntó Belvia, que no podía evitar querer a su padre, a pesar de que no se lo merecía.

—Le dije más o menos que ya lo llamaría y me marché volando hacia Rose Cottage.

Entonces se besaron y, durante unos segundos, el mundo se detuvo para contemplar el amor que los unía.

—Señorita Fereday, no me ponga en aprietos -susurró Latham en broma sin apenas poder respirar-. Estoy haciendo todo lo posible por no olvidarme de que es domingo por la mañana, de que estoy en el salón de tu casa y de que tu hermana puede aparecer en cualquier momento.

—No creo que aparezca -sonrió Belvia, segura de que Josy no tenía la más mínima intención de dejarse ver-. Latham, ¿te pondrás en contacto con mi padre?, ¿crees que... invertirás en su empresa? -preguntó Belvia, preocupada de pronto por todos los trabajadores que se quedarían sin empleo.

—¿Tú qué crees, amor mío? ¿Crees que debo prestarle el dinero que necesita... o debería dejar que la empresa de mi suegro quiebre?

—¿Suegro?

—Por si no te has dado cuenta, cariño, en eso se convertirá tu padre en cuanto podamos casamos.

—¡Ah! -exclamó sobrecogida. El corazón le latía sin control y Latham empezó a angustiarse.

—Porque quieres casarte conmigo, ¿verdad? Sé muy bien que no te merezco, pero...

—Estoy deseando casarme contigo -lo interrumpió para acabar con su agónica espera.

—¿Qué has dicho? -preguntó Latham visiblemente emocionado.

—Que estoy deseando casarme contigo cuanto antes y convertirme en la señora Tavenner -repitió.

Latham la miró y sonrió rebosante de felicidad. Luego estrechó a Belvia entre sus brazos y ésta reposó la cabeza sobre su corazón, allí donde deseaba permanecer el resto de sus días.