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Addaio entró en su casa procurando no hacer ruido. Estaba cansado del viaje. Había preferido llegar directamente a Urfa, sin quedarse a dormir en Estambul.
Guner se llevaría una sorpresa cuando lo encontrara por la mañana. No le había avisado de su regreso, tampoco al resto de la Comunidad.
Bakkalbasi se había quedado en Berlín, de ahí viajaría a Zurich para disponer del dinero necesario con que pagar a los dos hombres de la cárcel dispuestos a matar a Mendibj.
Sentía que Mendibj tuviera que morir; era un buen chico, amable, listo, pero le seguirían y encontrarían la Comunidad.
Habían logrado sobrevivir a los persas, a los cruzados, a los bizantinos, a los turcos. Llevaban siglos viviendo en la clandestinidad, cumpliendo con la misión encomendada.
Dios debería favorecerlos por ser los cristianos verdaderos, pero no lo hacía, les mandaba pruebas terribles, y ahora Mendibj tenía que morir.
Subió despacio las escaleras y entró en su aposento. La cama estaba preparada. Guner siempre lo hacía, aun cuando como ahora se hubiera marchado de viaje. Su amigo siempre le había servido fielmente, procurando hacerle la vida cómoda, intuyendo sus deseos antes de que los expresara.
Era la única persona que le hablaba con franqueza, que se atrevía a criticarle, incluso a veces creía percibir un cierto desafío en las palabras de Guner. Pero no, Guner no le traicionaría, había sido una estupidez pensarlo. Si no confiara en él no podría soportar la carga que llevaba desde que era apenas un hombre.
Escuchó un golpe suave en la puerta y se apresuró a abrir.
—¿Te he despertado, Guner?
—Hace días que no duermo. ¿Mendibj morirá?
—¿Te has levantado para preguntarme por Mendibj?
—¿Hay algo más importante que la vida de un hombre, pastor?
—¿Te has propuesto atormentarme?
—No, Dios no lo quiera, sólo apelo a tu conciencia para que pares de una vez esta locura.
—Márchate, Guner, necesito descansar.
Guner se dio media vuelta y salió de la estancia, mientras Addaio apretaba los puños y reprimía la ira que le embargaba.